David Stoll, ¿América Latina se vuelve protestante? Las políticas del crecimiento evangélico
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El pentecostalismo como conformidad y protesta

Los sueños de los pentecostales para un nuevo reino y una nueva tierra con frecuencia parecían contribuir a preservar el antiguo. En un estudio realizado en 1966, sobre dos barrios pobres en la capital de Guatemala, Bryan Roberts encontró que los pentecostales y otros evangélicos habían llegado en busca de un refugio de las condiciones duras en las áreas rurales. Ellos explicaban sus muchos infortunios en términos de la sucesión de desastres apocalípticos que estaba atravesando el mundo. Mientras tanto, trataban de mejorar su situación con cierto éxito. El abandonar los vicios y mantener una estrecha vida congregacional proporcionó a los protestantes una mayor seguridad económica [143] y estabilidad familiar que la de muchos de sus vecinos católicos. Sin embargo, debido a que las actividades eclesiásticas consumían del 15 al 20% de sus ingresos, no parecían estar en mejor situación económica que los católicos. Aquellos protestantes que progresaban parecían hacerlo a través de contactos con no-evangélicos. Mientras más prósperos eran, tendían a ser menos activos en la iglesia, como si no desearan pagar el diezmo sobre sus nuevas ganancias.

Los evangélicos de estos barrios pobres condenaban más abiertamente el orden social guatemalteco que los católicos, pero no querían rebelarse en su contra. Un converso narró su lucha de toda la vida contra soldados y terratenientes. Pero también daba gracias a Dios por ayudarlo a darse cuenta de que el sufrimiento en este mundo estaba fuera del caso. No había razón para perder la vida inútilmente tratando de cambiar al gobierno. La mayoría de los protestantes en los dos barrios se rehusaban, incluso, a unirse a asociaciones barriales. Despreciaban las invitaciones católicas para unirse a los comités, e incluso se comprometían en sabotajes activos, esparciendo rumores en su contra y votando por los partidos políticos que se oponían a las asociaciones. Por consiguiente, los pentecostales de los dos barrios estaban sirviendo como «grupos bloqueadores» en contra de los esfuerzos para mejorar la vida de los pobres.{58}

No sería justo acusar a todos los pentecostales de este comportamiento. Aún las iglesias de las que habla Roberts pueden haber cambiado desde entonces. Pero la combinación de reconocer la opresión y, sin embargo, rehusar a unir fuerzas en su contra, se ha reportado lo suficiente como para sugerir un patrón. En un estudio de pentecostales norteamericanos, Vision of the Disinherited (Visión de los desheredados), Robert Mapes Anderson atribuye su «curiosa mezcla de impulsos revolucionarios y conservadores» a un conflicto fundamental entre rebelión y sumisión en la actitud de las clases populares hacia la sociedad capitalista. De acuerdo a Anderson, los pentecostales norteamericanos reprimían sentimientos de rebelión hacia sus patrones y hacia el estado, frente a los cuales se sentían algo así como desvalidos, y trasladaban esta hostilidad hacia la esfera religiosa, desde la cual atacaban a iglesias establecidas, a otros miembros de su propia clase y entre sí. El pentecostalismo podría haber ayudado a los campesinos [144] norteamericanos a adaptarse a ambientes más urbanos, escribe Anderson. Pero también transformaba sus esperanzas milenaristas por un mundo mejor en éxtasis, escapismo, y conformidad política, convirtiéndolos en un proletariado modelo.{59}

Aún así, este desenlace estaba asociado con un considerable movimiento de pentecostales norteamericanos hacia la clase media: por los menos, su escapismo era recompensado con progreso. ¿Podrían ser recompensados de la misma manera los evangélicos de América Latina? En las épocas prósperas, parecía que sí. Pero la crisis financiera de los años ochenta empobreció a la mayoría de la población y debilitó a la nueva clase media. Tampoco existían posibilidades de que la situación mejorase en el futuro. El capitalismo en América Latina simplemente no funcionaba lo suficientemente bien como para entregar las cosas de este mundo a grandes cantidades de cristianos fundamentalistas. Incluso durante la década de 1970, años de menos desesperación, Cornelia Butler Flora encontró que la capacidad de los pentecostales colombianos para acumular capital era muy poca. Su falta de movilidad vertical significaba que continuaban identificándose con las clases populares. De vez en cuando, se unían a las campañas populistas que hablaban en favor sus intereses.{60}

En un caso mexicano, Carlos Garma Navarro ha descrito cómo los pentecostales indígenas desafiaron a una elite local por el control del gobierno del pueblo. El municipio de Ixtepec, Puebla, compuesto en gran parte por indígenas totonacos, estaba dominado por mestizos que poseían la mayor parte de la tierra y que quitaban a los indígenas su cosecha de café a precios bajos. El protestantismo había surgido junto con el cultivo de café, atrayendo a los campesinos más acomodados que estaban desviando sus ganancias de la religión comunitaria hacia la acumulación personal. Al igual que en muchos otros lugares, los traductores bíblicos del Instituto Lingüístico de Verano ayudaron a diseminar la nueva religión. Los creyentes resultantes se encontraban profundamente divididos, con pastores compitiendo implacablemente por neófitos. Mientras tanto, nuevas iglesias pentecostales surgían de la confusión. A medida que las iglesias se dividían una y otra vez, los líderes afirmaban que los cristianos verdaderos permanecían lejos de la política. [145]

Esta podría parecer una base poco prometedora para la movilización política. Sin embargo, los pentecostales de cierta iglesia se unieron con los católicos para organizar un comité político, una asociación de productores de café y un almacén cooperativo. Escudándose en la aprobación de sus compañeros totonacos, la coalición se atrevió a participar en la elección municipal de 1983. Dirigidos por un pastor pentecostal joven y capaz, que había trabajado en una fábrica de Volkswagen en la capital del estado, el grupo reformista se ofreció al partido oficial que gana la mayoría de las elecciones en México, el Partido Revolucionario Institucional. No obstante, éste decidió continuar apoyando a los mestizos acomodados. Por lo tanto, el predicador pentecostal apeló a sus amigos de la fábrica de Volkswagen, cuyos líderes sindicales lo pusieron en contacto con su propio partido político.

Poco despuées, los pentecostales y sus aliados católicos llevaban el nombre de Partido Socialista Unido de México. El miembro más grande de esta coalición política era el antiguo partido comunista: al igual que el resto de la izquierda mexicana, sus representantes acostumbraban a denunciar la penetración de sectas norteamericanas. Ninguna de las dos partes de esta nueva alianza parece haber sabido mucho sobre la otra. Pero cuando el partido oficial ganó por un estrecho y sospechoso margen, el grupo reformista ocupó la municipalidad y, apoyados por la mayoría totonaca, permaneció allí desafiando a la autoridad mestiza durante meses.

Otro ejemplo del activismo evangélico en Ixtepec fue el enfrentamiento con los brujos. En la comunidad satélite de San Martín, un aliado totonaco de la elite mestiza no era solamente el presidente de la población y el único dueño de un almacén: también era temido como un brujo. Afortunadamente, los protestantes tenían su propia fuente de protección espiritual, la cual les permitía enfrentarse con la hechicería del presidente y convencer a los católicos de que ésta era inefectiva. Los protestantes también eran lo suficientemente sofisticados como para llevar los abusos del presidente-brujo directamente hacia las autoridades estatales, quienes lo forzaron a dejar su cargo.

¿Cómo llegaron los evangélicos a dirigir estas luchas? De acuerdo a Garma, sus pastores tenían una figura mucho más independiente en [146] relación con el mundo exterior que los líderes católicos tradicionales, quienes tendían a ser muy dependientes de los mestizos. Al establecer los lazos con las denominaciones fuera del pueblo, los pastores aprendieron cómo encontrar aliados políticos fuera de la comunidad. A pesar del sectarismo del protestantismo evangélico, éste también podía ser una escuela para líderes populares. Un pastor que había logrado retener a seguidores, a pesar de las ofertas e imprecaciones de otros hombres de Dios, era capaz de mayores responsabilidades.{61}

Notas

{58} B. R. Roberts 1968.

{59} Anderson 1979: 221-122, 239-240.

{60} Flora 1976:226-227, 231-235. Para un resumen, véase Flora, «Pentecostalism and Development», en Glazier 1980: 81-93.

{61} Garma Navarro 1983 y 1984. Para un caso paralelo que no se incluye aquí por razones de espacio, véase Rappaport 1984.

 

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