David Stoll, ¿América Latina se vuelve protestante? Las políticas del crecimiento evangélico
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La cacería de brujos en Costa Rica

Los conservadores en América Latina se encontraban especialmente preocupados por sus seminarios. Poblados por jóvenes, dirigidos por teólogos y abiertos a ideas nuevas, eran una fisura en la armadura fundamentalista en contra de la crítica social. Entre los conservadores, la historia de horror favorita era el Seminario Bíblico Latinoamericano en San José, Costa Rica. Iniciado por la renombrada Misión Latinoamericana (LAM), el seminario exportó la Evangelización a Fondo durante la década de 1960. A finales de los años setenta y principios de los ochenta, sin embargo, existían estudiantes que fumaban cigarrillos, un presidente que decía no poder decir a sus pupilos en qué creer, renuncias en cadena del profesorado, y un supuesto reemplazo de Dios por la Revolución. De acuerdo a la oposición, el seminario se había convertido en un semillero de la teología de la liberación. A pesar de que sobrevivió a los intentos de purificación, la Alianza Evangélica Costarricense lo desasoció, la Misión Latinoamericana retiró su apoyo, y perdió a gran parte de sus nexos con iglesias locales.{97}

Al ser incapaces de retomar el seminario, los líderes evangélicos de Costa Rica se deshicieron de lo que consideraban simpatizantes del comunismo, es decir, hermanos con opiniones políticas hacia la izquierda de las suyas. Existían más que unos cuantos, ya que Costa Rica se había convertido en el centro regional para las agencias evangélicas, el hogar de por lo menos veinte institutos bíblicos y sus afines.{98} A pesar de su relativa estabilidad, el país estaba lleno de aprehensión: los contras utilizaban el territorio costarricense para atacar al gobierno sandinista en Nicaragua, lo que incitaba a reacciones sandinistas. Estas eran utilizadas por la embajada norteamericana para provocar miedo a una invasión roja. Entre las víctimas se encontraban veinticinco pastores y líderes de la Asociación de Iglesias Bíblicas Costarricenses (AIBC) descendientes de la Misión Latinoamericana. [208] Por conexiones con el seminario proscrito o por simpatizar con los sandinistas, fueron expulsados de la denominación y se llevaron con ellos a siete de sus cien iglesias.{99}

Después de que el arrepentimiento post-Vietnam permitió a los evangélicos de izquierda salir a la luz, éstos se volvieron más vulnerables al ataque de la derecha. Según un periodista evangélico en Costa Rica, cualquiera que hablase de responsabilidad social o que se opusiese a la guerra estadounidense en Nicaragua podía ser acusado de partidario de la teología de la liberación. Entre los sospechosos se encontraban la agencia de auxilio evangélico más grande, Visión Mundial, y una dependencia de la Asociación Nacional de Evangélicos, Auxilio Mundial. La Misión Latinoamericana se encontraba dividida. Mientras que un miembro apoyaba la expulsión de dos de sus colegas de la iglesia AIBC, otros eran sometidos a un «juicio de herejía» en la misma misión, en el cual, sin embargo, se les declaró inocentes.

Debido a que los evangélicos acusados de apoyar a la teología de la liberación generalmente lo negaban, reconociendo únicamente que aprendían ciertas lecciones de ésta o que deseaban mantener un «diálogo» con tales cristianos, ¿cómo se podía saber quién era culpable? «Como dice el dicho», contestó el misionero de LAM Jonás González, «si uno nada como pato, y si uno camina como un pato, uno es un pato. La teología de la liberación es practicada por gente acomodada. Producen bellos manuscritos pero no hacen nada. Están más interesados en los aliados comunistas que en los evangélicos, porque calzan mejor en su esquema. Los evangélicos interesados en la teología de la liberación son marginales. La posición evangélica está bien definida: no queremos tener nada que ver con la gente que habla del cambio estructural. Es sólo palabrería. Lo que se necesita es práctica; la gente que habla sobre la práctica no hace nada. Lo que se necesita es más dedicación, más amor y más denuncias al pecado –incluyendo la injusticia y la política sucia. Tenemos que dar ayuda a aquellos que la necesitan. Esa es una responsabilidad social muy directa».{100}

Entre aquellos acusados de caminar y hablar como un pato, pero que lo negaban vigorosamente, se encontraba el teólogo de LAM, John Stam. A sus inquisidores les costó dos intentos quitarle sus credenciales de pastor AIBC. El primero fue en reacción a su apoyo a los [209] sandinistas; el segundo fue por criticar a Ronald Reagan en una carta a un periódico. Cuando me encontré con él en Guatemala, resultó ser un hombre de unos sesenta años, jovial, no del tipo que se deprime por lo que le rodea. Se encontraba liderando un estudio bíblico en la Iglesia Presbiteriana Central, localizada detrás del palacio presidencial y encajonada por anexos en donde, de acuerdo a Amnistía Internacional, el ejército guatemalteco coordinaba sus escuadrones de la muerte.{101} Se describió a sí mismo como un típico misionero republicano, en el molde de sus alma mater, el Wheaton College y el Seminario Fuller, hasta que conoció a exiliados de la dictadura de Somoza en Nicaragua. Aquel encuentro, a principios de los años setenta, inició su transformación en un colaborador sandinista. No era difícil darse cuenta de por qué se encontraba en problemas con los conservadores.

«Treinta años de servicio misionero en el exterior», escribió Stam en los días en que fue expulsado de AIBC, «me han... convencido de que mi casi instintiva identificación del evangelio con el capitalismo y la democracia al estilo occidental era todo menos evangélica. En el Tercer Mundo encontré que este punto de vista era... altamente perjudicial para el testimonio cristiano...

«El evangelio, si es liberado de su bagaje cultural, es explosivo con un significado radical para la gente de Centroamérica en la actualidad. Para descubrir el significado de la obediencia evangélica en este contexto revolucionario, no se pide a los evangélicos que sean menos evangélicos o menos bíblicos para convertirse en supuestamente más revolucionarios. Deben aprender a ser inmensamente más bíblicos y más evangélicos que nunca...

«Los evangélicos en América Central tienen muchas razones para estar agradecidos a Dios por la gran tradición de la que son herederos, pero pocas razones para sentirse triunfalistas.... [Ellos] han estado repitiendo todas las fórmulas 'salvados por la fe', pero en general tienden a caer en legalismos no evangélicos... [lo que refleja] muy fielmente los elementos individualistas, competitivos y consumistas de su sociedad...

«Al tratar de comprender al evangelio en medio de la revolución, se puede observar que, precisamente en donde el 'evangelicalismo' tradicional [210] ha distorsionado al evangelio, convirtiéndolo en esta crasa mezcla de legalismo y de gracia barata, parece ser el mismo punto en donde [éste] se ha adaptado con el mayor éxito a la cultura individualista y consumista de la cual fue traído por los misioneros a América Central. Lo que es extra-bíblico y menos que evangélico en esta idiosincrasia religiosa resulta ser un transplante. Refleja una ideología importada, que no debe ser identificada con el evangelio en sí... Nunca debemos cansarnos de exponer nuestras ideas a la luz de las escrituras.»{102}

«Numéricamente, América Central es un triunfo», exclamaba Stam, señalando hacia la calle. «Camine por el mercado. Todos parecen estar leyendo la Biblia. Pero analice cómo la están leyendo, sin ningún sentido de la esencia de la tradición evangélica. El crecimiento es fantástico, los números son grandiosos, pero las iglesias se llaman, arrogantemente, bíblicas y cristianas, sin tener una idea de lo que estas palabras significan.»

Notas

{97} John Maust, «Seminary Crisis a Case Study in Political, Doctrinal Tensions», Christianity Today, 8 de mayo de 1981, pp. 40-43.

{98} Kietzman 1985: 83.

{99} Smith 1985. Para un comentario del Seminario Bíblico Latinoamericano sobre estos acontecimientos, véase Piedra S. 1984.

{100} Entrevista del autor, San José, 16 de julio de 1985.

{101} Amnistía Internacional, «A Government Program of Political Murder», New York Review of Books, 19 de marzo de 1981, pp. 40-43.

{102} Stam 1985. El orden se los párrafos está alterado.

 

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