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David Stoll · ¿Pescadores de hombres o fundadores de Imperio? El Instituto Lingüístico de Verano en América Latina

El éxtasis de los santos

En lugar de levantar la memoria de los mártires de la Misión Centroamericana, Townsend trató de cerrar la brecha entro los campesinos protestantes y los propietarios de plantaciones con un mártir anticomunista, probablemente de pura ficción. La necesidad de reconciliación, sin [80] mencionar la profunda fe de Townsend en ella, es subrayada por una visita a su nativa California del Sur, donde las congregaciones que financiaban su trabajo incluían a petroleros y dueños de plantaciones. Aquí como en otras partes donde Townsend encontró sostenedores con una mentalidad similar, el fundamentalismo estaba siendo promovido por Milenarianistas adinerados, con un duradero interés por el evangelismo doméstico y las misiones externas.

La familia Fuller del sur de California es un buen ejemplo de ello. En los años veinte, Henry Fuller dedicó parte de las ganancias de sus huertos de naranjas a financiar a cincuentaicuatro misioneros alrededor del mundo, incluyendo a Townsend. Durante los mismos años, su hijo Charles era un próspero evangelista radial que apoyaba su ministerio con la especulación en huertos de naranjas y el petróleo debajo de ellos. Después que se arruinara a principios de la década de los treinta, Charles Fuller se lanzó a nivel nacional con su programa “La Hora del Revivalismo de Antaño”, financiado por la misma audiencia {111}. Él era uno de los varios cristianos notables que bendecían los planes de Townsend para México y, cuando se incorporó al directorio de ILV/TWB en 1945, era ya el predicador radial más popular de los Estados Unidos{112}.

La misma clase Milenarianista financió los Institutos Bíblicos. El primero y más famoso fue el Instituto Bíblico Moody de Chicago, que recientemente ha sido reputado como productor de “alrededor de diez por ciento de la fuerza misionera del mundo”{113}. Aquí Townsend se vinculó con un heredero de la Compañía de Avena Quaker en los años cuarenta. Dos décadas antes, había mejorado sus credenciales teológicas y su presupuesto de campo al incorporarse a la Iglesia de la Puerta Abierta de Los Ángeles{114}. El mayor respaldo del Instituto Bíblico de Los Ángeles de Puerta Abierta era Lyman Stewart, un fundador de la Unión Oil Company y financiador de los libros Fundamentales que dieron su nombre al fundamentalismo{115}. A través de los institutos bíblicos, los Milenarianistas ricos entrenaron a muchos de los líderes del movimiento evangélico contemporáneo. A través de ellos, impartieron a los protestantes menos afortunados [81] las profecías y enseñanzas que, con el boom después de la Segunda Guerra Mundial, produjeron un movimiento misional mucho más grande y de base más amplia.

La novela de Townsend sacó provecho del caballo de batalla fundamentalista en los años treinta: acusar a los opositores de complicidad con una conspiración comunista mundial para destruir al cristianismo y a los Estados Unidos. En ese tiempo, el peligro para las fortunas Milenarianistas parecía muy real. Por varios años antes de que Townsend escribiera su novela, los campos y huertos altamente capitalizados del sur de California habían sido azotados por conflictos laborales. Las manos del campo estaban siendo organizadas por el Partido Comunista de Estados Unidos, un partido fraterno del grupo que había planeado el levantamiento en El Salvador. En el Condado de Orange del propio Townsend, frente a la reacción de la burguesía protestante ante una huelga en 1936 por parte de 2,500 trabajadores de los cítricos, Carey McWilliams pensó que había presenciado un portento de fascismo norteamericano.

“Yo recuerdo bien”, escribió McWilliams, mi propio asombro al descubrir cuán rápidamente el poder social podía cristalizarse en una expresión de arrogante brutalidad en estas encantadoras comunidades, aparentemente plácidas y externamente cristianas. Dado que los salarios habían sido recortados al principio de la Depresión, los trabajadores estaban demandando un alza de salarios de veinticinco a cuarenta centavos la hora. El alguacil del condado comisionó a cuatrocientos hombres. Los trabajadores fueron golpeados, se les disparó y encerró por centenares, fueron conducidos a la corte con pistolas y cachiporras “como si fueran prisioneros de un campo de concentración nazi”. En Santa Ana, donde Townsend pasó sus vacaciones con la familia y luego estableció la sede de Wycliffe, ciento quince trabajadores fueron encerrados en una empalizada construida precisamente para la huelga. La comida para los huelguistas fue interceptada en la carretera. Un campo lleno de mujeres y niños fue bombardeado con gases lacrimógenos por vigilantes, que fueron aplaudidos por la prensa local. La conciencia cristiana del Condado de Orange era notable por su ausencia, y no menos porque los que iban al templo y financiaban el ascenso de Townsend de la pobreza hasta fundador de misión, fueran los mismos propietarios de los huertos de cítricos.

“Como un segmento bien definido de la vida social”, explicó McWilliams, el cinturón de cítricos alrededor del Condado de Orange tenía “tres símbolos dominantes: la iglesia, la naranja y los letreros de 'prohibido el ingreso' que marcan todos los accesos a los huertos”. Coger una fruta de este Jardín del Edén norteamericano era arriesgarse al castigo de un [82] propietario cristiano o su ángel guardián armado. A diferencia de las tierras del interior atravesadas por la familia Townsend medio siglo antes, en estos pueblos no había templos desvencijados o abandonados. Abundantes iglesias costosas y bien mantenidas adornaban el distrito.

“En todo el cinturón de cítricos los trabajadores son hispano-hablantes, católicos y morenos; los dueños son blancos, protestantes y anglo-parlantes”, informó McWilliams. La segregación entre las dos clases abarcaba todos los aspectos. Gracias a las asociaciones de propietarios, éstos no tenían que cruzar los caminos de sus trabajadores, y menos aún visitar las rancherías, no muy diferentes de las barriadas que ahora rodean a las ciudades latinoamericanas, donde vivían sus trabajadores. La clase media urbana –pequeños comerciantes, profesionales, el clero– “adopta invariablemente el punto de vista de los propietarios de las plantaciones en todos los asuntos controvertidos y, durante los períodos de tensión social, es rápidamente neutralizada o se pasa en masa al lado de los propietarios”{116}.

Ya que Townsend gozó del respaldo de la misma clase social en su país y en Guatemala, no debe sorprender que el Dios de su novela se asemeje a un iluminado propietario de plantación. Este Dios es un empresario que supervisa la circulación de mercancías y la distribución de la gracia de los Estados Unidos al campo misional. La novela de Townsend miraba hacia el México revolucionario, donde sus traductores Bíblicos presumiblemente trabajarían de manera febril en contra de los desafíos a esta misma deidad. El conmovedor retrato de alzamiento en las plantaciones centroamericanas debe haber abierto monederos guardados para tina nueva misión, que no sólo abriría las perladas puertas a los que se encontraban perdidos, sino ayudaría a los benefactores. Como C.I. Scofield lo había advertido, ya no era posible en un mundo que se precipita hacia la destrucción, “seguir con nuestro comprar y vender, en la confianza de que nuestra acumulación significará un fugaz valor para unos pocos años transitorios más”{117}.

Notas

{111} Fuller 1972:87-97, 191.

{112} Hefleys 1974:83 y p. 11 Translation julio/agosto 1968.

{113} p. 19 Eternity, (Philadelphia) noviembre 1981.

{114} Hefleys 19g74:52, 160.

{115} Sandeen 1970:189-91.

{116} McWilliams 1973:218-25.

{117} Scofield 1924: 15 de enero p. 15.

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