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← Quito 1985 · capítulo 7 · páginas 289-294 →

David Stoll · ¿Pescadores de hombres o fundadores de Imperio? El Instituto Lingüístico de Verano en América Latina

Teoría de la conspiración y expansión del Estado

“¡Dios hizo un poderoso milagro en el Perú! Ahora recen por otro milagro en cuatro áreas críticas donde Satanás está aguijoneando una oposición concentrada a nuestra labor tribal: en Colombia, se ha llamado a una asamblea de líderes indígenas en el sudeste para noviembre con el propósito de expulsar a todos los extranjeros de esa área. Esta es un área con muchas tribus indígenas y es, desde hace tiempo, un punto de agitación para los izquierdistas. En el Brasil nuestro Director… fue notificado por Asuntos Indígenas de que había llegado una orden que nuestro contrato no sería renovado bajo ninguna circunstancia.. México está sintiendo la misma agitación izquierdista contra nuestro trabajo en las tribus indígenas, y… Ecuador informa de una película realizada por la Universidad Central de Quito en cooperación con un grupo de Bolivia en la que los misioneros evangélicos extranjeros son puestos en muy mal pie, como 'abriendo el camino en las zonas andinas para la explotación extranjera'.” – Solicitud de oración de Wycliffe, diciembre 1977{1}.

El Instituto Lingüístico no está acostumbrado a abandonar los campos misionales. Nunca lo hizo hasta que tras cuarenta años de expansión, se derrumbaron los gobiernos anfitriones en Vietnam y Camboya. A pesar de la pérdida de seis contratos gubernamentales entre 1976 y 1981 –en Nigeria, Nepal, Brasil, Panamá, México y Ecuador– sus miembros sólo se fueron cuando los obligaron. En América Latina tropezaron con una crisis tras otra, pero juraron expandirse hasta que cada idioma hubiera recibido la Palabra de Dios. El idioma del avance de la Buena Nueva estaba [290] siendo traducido al lenguaje de la penetración imperialista: la paranoia de los intelectuales latinoamericanos desafió el temor a la brujería de los evangélicos norteamericanos. Los cazadores de brujas derechistas e izquierdistas se persiguieron en círculos; confirmando así mutuamente sus teorías. Sea que fuera una conspiración de la CIA o una inspirada por los comunistas, el otro bando era con toda seguridad parte de un gran plan para conquistar el mundo.

La teoría antiimperialista de la conspiración unificó a todos los sectores en pugna con quejas frente al ILV –patrones que explotaban a los indígenas, generales encargados de fronteras, obispos, indigenistas, nativos desilusionados– en una causa nacionalista. ¿Acaso no habían coincidido los avances del ILV en países como el Perú, Ecuador, las Filipinas y Vietnam con operaciones norteamericanas de petróleo o contrainsurgencia? ¿Por qué algunos miembros del Servicio Selvático de Aviación y Radio habían llegado a la obra del Señor desde las fuerzas armadas de los Estados Unidos? ¿Acaso la distribución de todos esos equipos lingüísticos no reflejaba la existencia de tantos dialectos como pretendía el ILV, sino depósitos minerales y otros importantes intereses geopolíticos? ¿Todo ese evangelismo de alta tecnología, no podía estar subvencionado por el aparato de espionaje norteamericano y las corporaciones trasnacionales? Si el ILV era demasiado noble y generoso como para dedicarse al contrabando ¿por qué había usado sus privilegios de importación sin impuestos para obtener, no sólo artículos operativos como avionetas y máquinas de escribir, sino motocicletas, refrigeradoras y otras parafernalias que daban a los miembros un nivel de vida tan envidiable? Si el ILV estaba tan interesado en construir la unidad nacional, ¿por qué sus conversos se identificaban tan fuertemente con los norteamericanos? ¿Acaso serían capaces de aumentar sus estimados del número de idiomas en cada país porque querían enfatizar las diferencias en lugar de superarlas? ¿Por qué habían muerto dos líderes que se oponían a la política de Reagan en El Salvador, el presidente ecuatoriano Jaime Roldós y el general Omar Torrijos de Panamá, en accidentes de aviación poco después que sus gobiernos habían actuado contra el ILV?

Preguntas como éstas eran innumerables y no había modo de responder a muchas de ellas. No importaba que sólo los gobiernos adeptos a Washington toleraran a los edificadores de imperios evangélicos; o que cualquiera que trabajara con indígenas estuviera cerca de algo estratégico; o que hombres comprometidos en infamias probablemente no se asentarían en la escena del crimen con sus esposas, hijos y madres; o que todo lo que se podía verificar que el ILV hacía pudiera ser explicado en términos de una misión de fe, bajo contrato con gobiernos y sacando provecho del [291] colonialismo interno. Nada de esto excluía posibilidades más siniestras. Por muy casual que fuera la convergencia de intereses y la interacción de funciones, el ILV estaba involucrado en mucho más que la lingüística, la alfabetización y la traducción de la Biblia. Su infraestructura –el conocimiento, la logística, la autoridad– podía ser utilizada de muchísimas formas. Aunque no se podía probar mucho, era con seguridad parte de una estrategia mucho mayor. Cada conexión, sospecha y pregunta llevaba a la misma conclusión: el Instituto Lingüístico era un agente de la penetración imperialista.

¿Pero quién podía concebir semejantes absurdos –se preguntaban a su vez los miembros del ILV– sino los agitadores comunistas? Para los traductores, la propia teoría conspiracionista absolvía a Wycliffe de responsabilidad frente a su propia intriga global. En su lugar, los temores fundamentalistas podían ser proyectados a coaliciones frágiles que, en realidad, estaban de acuerdo en poco salvo que todos estarían en mejor condición sin este grupo particular de norteamericanos. ¿Por qué el Consejo Mundial de Iglesias estaba tratando de detener el trabajo misional? ¿Acaso no habían sido engañosos cineastas y antropólogos quienes habían desplegado el clima de sospecha que mató a Chet Bitterman? ¿Por qué se criticó sin descanso a las misiones cristianas, mientras la expansión mundial del islamismo y del marxismo no provocaba la menor objeción? ¿No era fulano de tal un conocido comunista? ¿No eran lanzadas las mismas acusaciones y mentiras primero en un país, luego en toda América Latina, y sabe Dios dónde más? ¿Quién coordinaba todo esto? ¿Por qué querrían los izquierdistas expulsar a todos los misioneros cristianos de áreas remotas ideales para la guerra de guerrillas? Alguna gente no se daba cuenta de que poderosas fuerzas estaban en juego en el mundo de hoy para desacreditar a todas las misiones cristianas, particularmente a aquellas que actuaban entre los grupos tribales. Había mucho de modelo en la repetición de estas viciosas calumnias. Aunque nada pudiera ser probado, la propaganda tenía el sello de una campaña de desinformación.

El sistema de malinformación del propio Instituto Lingüístico había provocado una avalancha. Era estructuralmente incapaz de admitir su actividad central, la propagación de iglesias evangélicas, por temor a poner en peligro los contratos gubernamentales y destruir el valor de vitrina de exposición de su trabajo para avanzadas hacia otros países. Los edificadores de imperios académicos a menudo retienen o distorsionan sus datos, pero las dimensiones de este imperio garantizaban la más amarga controversia en la medida en que los críticos impugnaban un sistema sagrado de negación plausible. Pronto se estaban publicando los rumores y especulaciones, cablegrafiándolos a otros países y convirtiéndolos en [292] datos dignos de toda fe, enterrando así al Instituto Lingüístico bajo más capas de mal información todavía. A un personaje del SSAR, los polemistas lo ascendieron a capitán y luego a general en cinco años.

Por consejo de sus aliados o los suyos propios, las filiales se demoraron en responder en público. En lugar de ello se acercaron al gobierno con una versión 'objetiva' de su trabajo, o con la 'realidad' de su programa. La realidad objetiva giraba en torno a la identidad dual, los beneficios patrióticos de la alfabetización y de la traducción Bíblica, la 'alternativa' cristiana, &c. Mientras tanto, el antiimperialismo estaba yendo demasiado lejos, erosionando la credibilidad de la oposición y reivindicando al ILV a los ojos del oficialismo. Dando al otro bando toda la soga que necesitaba para ahorcarse, las filiales podrían hasta arreglar un nuevo contrato o subvención. Donde revocaba un contrato, el ILV convocaba a amigos influyentes dentro y fuera del país –embajadores, científicos, militares, hombres de negocios– para expresar su preocupación y esperanza de que el gobierno reconsideraría su decisión. Tal vez un representante del gobierno mal aconsejado podría ser enamorado en un evento diplomático en Washington o París. Pero en tanto el Instituto Lingüístico usó su mano de látigo contra los antropólogos indóciles, el orden indigenista que había legitimado al ILV tomó nota. Protestas universitarias patituertas llevaron a cabildeos de alto nivel que finalmente prevalecieron sobre los del ILV en México. Si un contrato estaba realmente perdido, las filiales planificaban seguir adelante con la esperanza de demostrar nuevamente su valor al gobierno.

Hasta tan tarde como 1977, el Instituto Lingüístico todavía parecía el amo de todo lo que avistaba. Desde México hasta el Perú, sus adversarios habían caído en infame derrota. Aunque no se debía descontar la embajada de Estados Unidos en el Perú y posiblemente en Colombia, el evidente sentimiento de pérdida de entidades como la Guardia Civil sugiere que, a lo más, la embajada se había aprovechado de las afianzas del propio ILV. Según una historia que contaba Townsend, una vez un militar lo saludó con los brazos abiertos y le preguntó emocionado: “¿Hay algo que pueda hacer por usted? Hace dos años estaba muriéndome en un puesto inaccesible y una de sus avionetas me sacó para recibir atención médica y me salvó la vida. Desde entonces, si hay algo que yo pueda hacer por los americanos, lo hago sin falta”{2}. Para los gobiernos, el ILV no era sólo útil sino confiable operacional e ideológicamente, sin mencionar irremplazable –sin costos no deseados. Pero para insinuar esta lógica, [293] los traductores de la Biblia podían tener que apelar a los militares de la línea dura, a los políticos que representan a los terratenientes y a otros elementos antiindígenas, en contra de los “comunistas”, es decir sus antiguos aliados indigenistas, el clero católico y las organizaciones indígenas. Era como si el Apóstol Pablo, en lugar de desaparecer en una cárcel romana, hubiera hecho un pacto con la Guardia Pretoriana.

Luego los gobiernos empezaron a decidir que el ILV podía ser un sacrificio útil, fuera para dar una advertencia a Washington, facilitar un nuevo esquema para mantener a la población nativa bajo control, o hacer una concesión a la oposición indígena e indigenista. En el Perú, el gobierno había vuelto a respaldar al ILV sólo después de deshacerse del SINAMOS, quien podría haber socializado a los indígenas como unidades de producción para la burocracia estatal. En Brasil, el embargo contra el ILV a fines de 1977 fue hecho en represalia por las políticas del presidente Jimmy Carter. En Colombia, los proponentes de un nuevo estatuto antiindígena trataron de ganar apoyo ofreciendo expulsar al ILV. El contrato mexicano fue anulado en 1979: allí los norteamericanos estaban haciéndose incómodos para el indigenista oficial, al cual, a pesar de las protestas indígenas, le eran confiados ambiciosos proyectos para respetar sus culturas y canalizar sus protestas. En 1981, el ILV fue expulsado de Panamá y recibió un plazo de un año para abandonar Ecuador.

Cada gobierno enfrentaba el mismo inquietante fenómeno: la crecientemente militante organización indígena. El nacionalismo indígena estaba en ascenso, una tendencia a la que el ILV, como otros grupos de afuera, había contribuido de forma mayormente no intencionada. La promoción del alfabetismo, el idioma dominante y los contactos intergrupales habían ayudado a los miembros de comunidades locales dispersas a identificarse como unidades étnicas. El ataque a la tradición en nombre del cristianismo y de la integración produjo elites de orientación urbana, que ya no podían confiar en sus antiguas identidades localistas; que sufrían discriminación debido a su origen y que formularon identidades nacionalistas que superaron sus crecientes diferencias de clase con la masa de los pueblos nativos{3}. Una misión de socialización política había creado campos de batalla para otros grupos religiosos y políticos. Una de las respuestas al creciente faccionalismo dentro de las comunidades nativas fue la ola de organización, nacionalismo y separatismo. [294]

Las campañas contra el ILV eran parte de esta búsqueda de la unidad, así como de otra a nivel del país. El peligro aquí era la intervención norteamericana, como fue dramatizado por ruidos amenazadores desde Washington. Bajo presión de las organizaciones indígenas, los gobiernos podían apelar a las fuerzas de la oposición al restringir a una organización norteamericana con mala fama. Al sacrificar a los norteamericanos en el altar de la unidad nacional y defensa de la cultura indígena, los gobiernos podrían tratar también de reforzar su control sobre los pueblos nativos. O en reacción macartista a la militancia indígena, podían restituir al ILV su posición de favor.

Notas

{1} Hoja de oraciones, WBT-Huntington Beach, diciembre 1977.

{2} Ceremonia de dedicación del “Espíritu de Kansas City”, 19 de enero 1958. Nixon vice-presidential papers, Laguna Niguel Federal Archive, archivado bajo Summer Institute of Linguistics.

{3} Para un análisis de estas tendencias entre los Aymara de Bolivia. ver Albo 1979.

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