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El Catoblepas
  El Catoblepasnúmero 6 • agosto 2002 • página 19
Libros

Una representación circularista de la Historia

Marcelino Javier Suárez Ardura

Sobre Las caras de Clío. Una introducción a la Historia, de Enrique Moradiellos García, Siglo XXI, Madrid 2001, 318 págs., obra de Historiografía en la que se disocia meridianamente el plano filosófico del plano categorial desde una interpretación circularista de la Historia

Recibimos con satisfacción la publicación (hace escasamente un año) de esta obra de Enrique Moradiellos García, pues ella puede ser interpretada no sólo como el ejercicio, cuestión que a la luz del materialismo gnoseológico se postula, sino como la representación por parte del gremio de los historiadores de una perspectiva circularista de la Historia, pero manteniendo, a la vez, la disociación clara entre el plano gnoseológico y el plano metodológico y empírico. Esta claridad y distinción se echa de menos en los talleres de la Historia porque de ordinario los historiadores dan la espalda a las reflexiones sobre su propia práctica científica, cuando no las desprecian como si fuesen entretenimientos baladíes o superfluos bizantinismos.

Las caras de Clío se nos presenta, pues, como una introducción a la Historia (con mayúscula), es decir, como una introducción a la indagación sobre las acciones de los hombres en tanto que «historia rerum gestarum» sin que ello signifique que su autor olvide la otra dimensión del significante «historia» en tanto que historia (con minúscula) como «res gestae».

Conocemos los trabajos de Enrique Moradiellos García –actualmente profesor de Historia contemporánea en la Universidad de Extremadura y, con anterioridad, en la Universidad de Londres y en la Universidad Complutense de Madrid– tanto en su vertiente científico-positiva como en su vertiente gnoseológica y metodológica. Desde un punto de vista gnoseológico y metodológico, hay que destacar la primera versión de Las caras de Clío –que apareció con el subtítulo Introducción a la Historia y a la Historiografía, publicada por el Servicio de Publicaciones de la Universidad de Oviedo en el año 1992–, donde ya se apuntaban las tesis que ahora se defienden, y El oficio de historiador (Siglo XXI, Madrid 1994). Esta segunda obra es un aprovechable trabajo cuyo objetivo didáctico no empaña en nada sus reflexiones metodológicas e, incluso, diríamos que estas consideraciones didácticas quedan reforzadas por los argumentos gnoseológicos y metodológicos; y aun siendo una obra de carácter universitario su utilización en la enseñanza de la Historia en el bachillerato es de una gran efectividad por la concreción y claridad «procedimental» empleada. Una de sus primeras obras de Historia propiamente dicha fue Neutralidad benévola: el gobierno británico y la insurrección militar española de 1936 (Pentalfa, Oviedo 1990). Vemos en ella ya los primeros intentos de aunar reflexión gnoseológica con investigación e indagación histórica, pues Enrique Moradiellos nos presenta en las primeras páginas su clara intención –que se hace patente en el mismo ejercicio de la obra– de situarse en una perspectiva fenoménica –Historia fenoménica– sin abandonar el compromiso con una perspectiva materialista ligada a la idea de verdad histórica. A Neutralidad benévola han seguido un conjunto de obras sobre la España contemporánea (en concreto sobre las dimensiones internacionales de la Guerra Civil) hasta llegar a la recentísima biografía del general Franco.

En fin, un autor prolífico, pese a su juventud, que aprovecha sus conocimientos prácticos de historiador para llevar a cabo una reflexión de segundo grado sobre la misma ciencia histórica; pero ha de repararse en que lo que nos ofrece no es una ristra de consideraciones más o menos evidentes, producto de la síntesis de su labor empírica, sino una reflexión que forma un cuerpo filosófico compacto y coherente. Este tipo de planteamientos no suele ser lo común, no ya en las ciencias históricas, sino en ningún tipo de campo categorial, siendo lo más socorrido una suerte de eclecticismo que, cuanto más, podría ser denominado como «filosofía de los científicos», entendiendo filosofía en un sentido mundano, alejada de los canales y cauces de la Academia. La prueba está en que incluso un autor citado en esta obra de Moradiellos como es Aróstegui (pág. 28, nota 29: J. Aróstegui, La investigación histórica: teoría y método, Crítica, Barcelona 1995), aun tocando los mismos temas que desarrolla Moradiellos no llega a la misma profundidad que éste, dicho sin perjuicio de las interesantísimas aportaciones de su obra. Así pues, Las caras de Clío constituyen una obra singular en el panorama de las publicaciones sobre metodología de la Historia; singular por la clara y distinta disociación que ejecuta el autor y por el manejo de un sistema filosófico no muy usado entre los científicos.

Las caras de Clío se divide en siete capítulos e incorpora una sugerente nota de orientación bibliográfica, una extensa bibliografía y un índice onomástico que nos ayuda a localizar las citas y menciones de los autores referidos. Sin embargo, a nuestro juicio, cabe un estructuración en tres partes en virtud de su unidad temática. Así, distinguimos una primera parte meta-historiográfica (filosófica, gnoseológica) comprendida por los tres primeros capítulos, en la que Moradiellos dibuja el plano gnoseológico de la Historia desde la perspectiva del Materialismo filosófico.

Hay una segunda parte, propiamente historiográfica, que comprende los capítulos cuatro, cinco y seis, donde se recorre –en sus propias palabras– la historia de los relatos históricos y sus autores. Pero Enrique Moradiellos no sólo nos sitúa ante los hechos historiográficos sino que también nos los presenta bien mediante un diagnóstico gnoseológico o aproximándonos a su significado historiográfico; así, localiza los inicios de la Historia como ciencia en las técnicas de registro (estelas, inscripciones, listas de reyes) y señala la cristalización del género de literatura histórica en Grecia, a la par que el surgimiento de las ciencias (Geometría, Aritmética) y de la Filosofía. Pero la moderna Historia no aparecerá hasta el siglo XIX en Alemania, de la mano de la Escuela de Gotinga, primero, y, posteriormente, con Leopold von Ranke, cuya teoría descripcionista de la Historia queda resumida en una conocida frase: «lo que realmente sucedió» (pág. 174). A partir de este momento, Moradiellos hace el recorrido del siglo XIX (influencia del nacionalismo en España, Estados Unidos y Francia e institucionalización de la Historia, influencia de Marx) y del siglo XX (crítica al paradigma positivista descripcionista, aparición de la Historia económica y social, escuela francesa de Annales, la influencia de la historiografía británica y la cliometría norteamericana).

El capítulo séptimo constituye la tercera parte porque el autor ya no hace Historiografía stricto sensu sino que entra a analizar y a criticar las distintas corrientes historiográficas que pugnan hoy entre sí afectando a la práctica y a la teoría de la Historia en tanto que ciencia, recorriendo el hilo rojo –para emplear la expresión de Frazer– del trasfondo filosófico que las alienta. Y, tras hacer un croquis de la situación, localiza acertadamente las fallas filosóficas que amenazan el asiento del edificio de la Historia a punto de desmoronarse. El diagnóstico es revelador: «fue en el ámbito de la Historia intelectual donde comenzaron a hacer mella las corrientes filosóficas de orientación lingüística que pretenden cuestionar o destruir los fundamentos racionales y operativos sobre los que se apoya la práctica historiográfica desde el siglo XIX. Y en este proceso (a veces denominado 'el giro lingüístico') parece indudable que la influencia suprema ha correspondido al pensador francés Jacques Derrida y a su 'estrategia general de deconstrucción' como método de lectura de textos lingüísticos» (pág. 245). Ahora bien, este diagnóstico no lleva a Moradiellos a una capitulación sin condiciones; es más, como corresponde a un pensamiento fuerte –que incluso puede comenzar reconociendo sus flancos débiles como señal de su fortaleza–, apuesta por una Historia crítico-racionalista, verificable e inmanentista como condición de la «cohesión dinámica de los diversos grupos sociales y colectividades humanas» (pág. 260).

En suma, una concepción de la Historia, elaborada desde la filosofía del materialismo gnoseológico, rica en detalles y sugerencias, como por ejemplo el esbozo de una metodología de la Historia (pág. 268) en lo que el autor denomina «directrices genéricas» según las cuales las relaciones entre los diferentes grupos humanos se estructuran en cuatro órdenes distintos (biológicos, económicos, políticos y culturales) o la rica nota de orientación bibliográfica (págs. 271-275). Por ello cabe esperar que Enrique Moradiellos García continúe sus investigaciones sobre metodología y gnoseología de la Historia y nos dé a conocer de una manera más detallada esa concepción de la Historia –pero que involucra de manera oblicua, sin duda, también una concepción de la historia– que ahora nos adelanta como «directrices genéricas» pero que ya apunta a una teoría metodológica en el seno del Clío.

Laviana, 25 de julio de 2002

 

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