Nódulo materialistaSeparata de la revista El Catoblepas • ISSN 1579-3974
publicada por Nódulo Materialista • nodulo.org


 

El Catoblepas
  El Catoblepasnúmero 8 • octubre 2002 • página 14
Artículos

De la Lechuza de Minerva al canto del cisne:
adiós a la Filosofía

José Manuel Rodríguez Pardo

Se critica en este artículo la ideología implícita
en las concepciones del «final de la Filosofía»

«Lo que digo del pueblo puede aplicarse a todas las diferentes clases de hombres. La gente del gran mundo se distrae con mil asuntos y mil placeres; las obras filosóficas tienen tan poca analogía con su espíritu como El Misántropo con el espíritu del pueblo. Por ello, preferirán en general, la lectura de una novela a la de Locke. Es por este principio de las analogías como se explica que los sabios y hasta la gente de espíritu hayan preferido los autores menos estimados a los más estimados. ¿Por qué Malherbe prefería Estacio a cualquier otro poeta? ¿Por qué Heinsius y Corneille hacían más caso a Lucano que a Virgilio? ¿Por qué razón Adriano prefería la elocuencia de Catón a la de Cicerón? ¿Por qué Scaliger consideraba a Homero y Horacio como muy inferiores a Virgilio y Juvenal? Es porque la estima mayor o menor que se tiene por un autor depende de la mayor o menor analogía que sus ideas tienen con las de su lector.»
Helvetius, Del espíritu{1}

1. La filosofía, en manos de los maestros de retórica

«¿Quién hace hoy Filosofía en puestos de responsabilidad?» Estas son palabras de un sujeto que es doctor en Filosofía, parte del profesorado de una Facultad universitaria de esa misma disciplina. No mentimos. La Filosofía, según este individuo, es ya desde su fundación una actividad puramente especulativa. De hecho, según su criterio, sólo los presocráticos, desde su prístina metafísica, estuvieron ligados a los problemas reales del ser humano [sic]. El presente o no importa o lo desconoce, según deducimos de sus palabras. Reconocemos que es interesante tratar temas cercanos, como la institución en la que uno se mueve, aunque si eso supone sumergirse en tan brillantes pensamientos...

El caso es que la Filosofía, más que nunca, se ha cubierto de elementos que le son ajenos, haciendo dudar del prestigio y solidez de su milenaria tradición. Digamos que nos encontramos en el ámbito de lo que Gustavo Bueno ha calificado con la certera expresión de «filosofía de profesores para profesores» o, para decirlo más técnicamente, Filosofía Exenta de los problemas del presente.{2} No obstante, hay que reconocer que en las facultades burocráticas de Filosofía se imparten todo tipo de saberes y teorías filosóficas. Sin embargo, se imparte la doctrina mezclada con tópicos oscurantistas, y de forma excesivamente superficial, más bien doxográfica. Esto es algo que personalmente nos irrita. Por ejemplo, abunda en exceso la retórica disfrazada de Filosofía. Precisamente, una de las desgracias de esta disciplina es que se la quiere reducir míseramente a una cuestión de estilo literario.

A este respecto, hay una verdad evidente: cuando alguien es amable y se adorna en sus frases, los lectores se vuelven escépticos, suspenden el juicio: todo lo que se dice está bien, y sólo cuenta el aparato retórico, que no el crítico. Cuando hay ironía y sarcasmo, cuando hay crítica fuerte y atacando directamente las ideas del contrario, parece que el lector se torna dogmático: todo lo que se dice está mal, suena muy duro. Esto no lo acabamos de entender. Y cuando no entendemos, preguntamos. Los autores de este enfoque retórico responden a su modo, con la pregunta inicial: «¿Quién hace hoy Filosofía en puestos de responsabilidad?». Resulta estúpido pensar que el alumno responsable se va a quedar con el carácter pedante y claustral de la Universidad. Se busca el ejercicio filosófico en el exterior, donde es útil, porque se sostiene que la Filosofía es necesaria. Inmediatamente los oradores nos tachan de quejicas. Parece que nos ponen en una situación sin salida.

De acuerdo. Entonces, ¿qué hacen ellos en la Universidad? Viven fuera del mundo, parece ser. Pero resulta que esos mismos individuos tienen la oportunidad de aparecer en festivales internacionales de cine, en congresos y jurados de premios literarios, haciendo análisis acerca del mundo de la comunicación, la publicidad y afines. ¿Qué hacen allí sino filosofar? ¿Eso no es, además, estar en un puesto de responsabilidad, del que están pendientes miles de personas, incluso una ciudad entera? A lo mejor es que no lo ven así. Quizá lo conciben como un modo de proyección personal y de éxito social. ¿Hay alguien que pueda justificar esta contradicción? Como decía Gómez Pereira, in fide unitas, in opinionibus plena libertas. El dogma universitario es una cosa; las opiniones vertidas fuera del sacrosanto recinto académico, otra.

Entonces, ¿es útil la Filosofía? SÍ. Y sirve, entre otras cosas, para derrumbar el máximo exponente de la pedantería universitaria: la libertad de cátedra. Por ejemplo, la libertad de ciertos doctores que dicen, basándose en la publicidad –y con unos criterios estéticos más que dudosos–, que nuestra sociedad es machista simplemente porque las mujeres se limpian y maquillan la piel, y los hombres no. Parece mentira que se siga confundiendo la igualdad de oportunidades con la igualdad de intereses. ¿Hemos de tener igualdad de intereses por el simple hecho de tener igualdad de derechos? ¿No es esta falsa igualdad mucho más machista que la que supuestamente se critica? Ciertamente, estos sujetos deberían abstenerse de dar unas interpretaciones tan simples y reduccionistas, además de reaccionarias. No se puede ser tan presuntuoso. ¿Cómo ignorar que los órdenes válidos para decidir si una sociedad es machista son las realidades jurídicas, políticas y económicas? La publicidad es un ámbito que trata de reforzar ciertos valores, entre los que están no sólo el machismo, sino también el feminismo, la ecología, la libertad y... el paternalismo (en este caso, en su versión universitaria). En ese sentido, la discriminación o el moldeamiento de la opinión, para ser más exactos, va dirigido tanto a la mujer como al hombre.

Ahora, nos alejamos de lo que representa esa personal y retórica visión del asunto. Porque lo que importa es entender las causas de la degeneración y mala prensa que tiene la tradición filosófica, considerada por algunos la madre de las ciencias, como algo especulativo por otros, y como un saber agotado por la totalidad de los inquilinos universitarios, facultad de Filosofía –casi– incluida. En nuestro caso particular, esta perspectiva va a quedar al descubierto, sin retórica ni publicidad que la decore, en este mismo momento.

2. Los motivos de la decadencia
2.1. ¿Por qué nosotros y no los propios docentes?

Sin duda, muchos discutirán que un alumno de Filosofía pueda analizar lo que es la «Filosofía administrada» e institucionalizada, ya que se trata de una parte importante de su vida, al menos durante el quinquenio de docencia correspondiente (y al menos dos años más de doctorado, si no encuentra otras salidas profesionales). La propia inercia de asistir a clase y tomar apuntes, de afirmar con la cabeza y no plantear dudas a las lecciones impartidas, no permitiría más que tener una visión parcial de la cuestión. Probablemente sea esa la posición de la mayoría de los alumnos. Pero no ha de ser así la de un estudiante (que en todo caso es alumno de facto, no de iure, o sea, no necesita estar matriculado) que acuda a la biblioteca (siempre que le dejen, claro) a estudiar de modo autodidacta las obras filosóficas (y afines) fundamentales, y se dé cuenta de que la práctica totalidad de la materia impartida está publicada. Es aquí cuando uno empieza a ver los acontecimientos que giran en torno a la Filosofía universitaria (por llamarla de algún modo) con «ojos de lechuza», y comprende que dicha institución ha iniciado hace tiempo su particular «canto del cisne».

Nuestra perspectiva se aproxima bastante a lo que Alberto Cardín llamaba «el efecto Rashomon».{3} Es decir, se trata de realizar una teoría que es etic (es decir, desde nuestro propio punto de vista), pero con unas estructuras emic (las de los habitantes de la Facultad) que varían constantemente, tanto como los testimonios de unos grupos y otros, contando cada uno «su versión» de lo que pasa en una Facultad o institución determinada. El problema entonces no es asumir la postura de uno de los bandos en litigio, como si una de esas perspectivas representase la verdad, tal y como piensan algunos teóricos. El problema reside en que la verdad la tenemos que construir nosotros, alterando y deglutiendo lo que sucede en una institución ya decadente y condenada a desaparecer. Es decir, un miembro de una facultad (docente, alumno), en tanto que tal miembro, no está preparado para explicar lo que en su ámbito sucede.

Que quede claro que no se trata de realizar en este escrito una Antropología de campo, para la que no nos consideramos capacitados ni tampoco es de nuestro interés. Nuestro análisis va a tener apoyo en la tradición filosófica más genuina, siempre desde nuestras propias limitaciones. Siguiendo esta última temática, el primer problema a debatir es cómo las estructuras sociales determinan la actitud de los docentes. Por ejemplo, habría que explicar por qué cuando un alumno comenta el escaso futuro profesional de sus estudios, volvemos a oír genialidades de parte de ciertos doctores, tales como: «Mírame a mí, qué lejos he llegado». En estos casos, podríamos aplicar aquellos dos tipos de determinación social de las ideas que establecía Helvetius: por un lado, las ideas que son patrimonio del interés público (como la política, por ejemplo); por otro, las que pertenecen a los círculos sociales concretos, indiferentes al interés general. Ambos tipos de determinación son incompatibles; es imposible ser apreciado por un grupúsculo marginal y degenerado, como el de la Filosofía exenta, y ser un hombre de mundo a un tiempo.{4}

Abundando en esta afirmación, añadiremos que de ahí viene la contradicción y mala conciencia que notábamos en el profesor citado al comienzo de este artículo. Si él es filósofo de profesión, entonces sus análisis realizados fuera de la institución universitaria han de ser filosóficos también. De lo contrario, habría una contradicción entre las teorías especulativas que él se dedica a impartir en sus aulas y los problemas actuales que afronta en los festivales internacionales. Contradicción que sólo podría explicarse suponiendo que es un impostor que, de tener un gramo de dignidad, hubiera abandonado su puesto de funcionario hace ya tiempo. Pero, como iremos viendo a lo largo y ancho de nuestro análisis, es imposible que existan hombres virtuosos en el reino del vicio de la doxografía universitaria. Y también podemos afirmar que, gracias a la existencia de este sujeto, comprobamos que la virtud en el ámbito mundano tampoco abunda.

Volviendo al análisis que estábamos realizando, decir que tendremos tiempo de sobra para citar a Helvetius, este interesante esprit, cuyas conclusiones no tienen desperdicio. Pero ahora hay que definir la situación de los habitantes de la Facultad. Como se autoproclaman seres especulativos, aun acudiendo a certámenes de interés público, tendremos que analizar lo que hacen como profesionales de la enseñanza, es decir, ver qué tipo de grupo social son, y juzgar si sus costumbres son tan idiotas y llenas de prejuicios como las de los habitantes de Filipinas que conoció Helvetius, que no permitían que una mujer se iniciase en el amor antes del matrimonio, y siendo virgen era vista como una niña por la sociedad.{5} Eso sí, nuestra perspectiva no va a ser en ningún momento relativista.

2.2. Profesores: ¿clase productiva u ociosa?

Los filósofos, en tanto que funcionarios del estado, asumen una posición distinta a la de cualquier trabajador productivo.{6} Sus salarios son producto de los beneficios que el Estado sustrae a otros sectores productivos de la sociedad. Esta situación provocó inconsecuencias en algunas teorías premarxistas, porque invalidaba la teoría del Estado como surgido de un pacto en el que se respeta a los individuos, como es el caso de Fichte{7}, e invalida toda teoría que pretenda ver, no sólo a los docentes, sino a todo funcionario estatal, como una supuesta clase revolucionaria.{8}

Nos encontramos, por lo tanto, ante un grupo social que, desde el punto de vista de la producción, es ocioso. Evidentemente, esta situación no convierte sus doctrinas en algo inútil, puesto que, por su posición y adiestramiento, están en excelentes condiciones para comprender los mecanismos del sistema en el que viven, aunque ello no quiere decir que dejen de depender del mismo, como pudieran pensar algunos privilegiados que creen poder educar a la sociedad sin ser ellos mismos educados. Claro que, si seguimos las conclusiones con las que comenzamos nuestro trabajo, todo esto daría igual: en tanto que clase ociosa, la labor del profesorado sería básicamente ideológica y, por lo tanto, especulativa. Pero esta caracterización no nos permite ni distinguir entre el filósofo que vive en la nebulosa ideológica de la doxografía de Wittgenstein, Nietzsche o Habermas y el comprometido con su tiempo (Marx, por poner un ejemplo más ilustre, aunque no haya sido un docente), ni tampoco discriminar entre lo que es la simple impostura y el análisis filosófico.

A este respecto, es curioso que todos los que tachan de especulativa a la Filosofía se justifican a sí mismos como gente que es capaz de «cambiar el mundo». En términos filosóficos, esto sería equivalente a tomar conciencia de los problemas del mundo al margen del mismo mundo. Sin embargo, estos individuos recusarán a la filosofía por su escaso carácter práctico, aunque salvarán a algún filósofo que, supuestamente, se salga de ese canon. Este fue el caso, durante épocas diferentes, de autores como Marx y Comte. Ocioso sería hablar de la importancia del marxismo en los últimos 150 años, y de sus múltiples influencias. El segundo se proponía en un ambicioso proyecto coordinar el desarrollo de las ciencias hacia su perfección, algo que ya se remonta al Novum Organum de Bacon y su método, hoy extravagante, para llevar a la perfección a las ciencias, con reminiscencias en el neopositivismo.{9}

Sin embargo, no creemos que la Filosofía pueda plantearse la influencia directa sobre las ciencias o sobre el cambio social. Serán en todo caso las necesidades de la industria las que puedan, tras el período de tiempo correspondiente, hacer que la investigación científica progrese. Y esto nunca se da de modo armónico, sino en clara competencia entre los monopolios que tratan de controlar patentes de inventos, obtenidos gracias al desarrollo científico.{10} O serán las propias condiciones sociales las que provoquen dicho cambio. Por supuesto que un filósofo, con ciertas influencias, puede moverse en los círculos del poder y dar sabios consejos. Pero esto implicaría el tener cierto poder político. Y lo que importa de un análisis filosófico, ante todo, es que ejerza la crítica sobre aquellas ideas confusas que son convertidas en relatos totalizadores o en ideologías, no que se pretenda realizar el cambio sin saber hacia dónde va ese cambio.

El objetivo básico en Filosofía es saber de qué se está hablando, y no pretender abarcarlo todo, sin saber nada acerca de la naturaleza de lo que se abarca. En el caso de Marx, su Tesis 11 sobre Feuerbach nos indica que sólo teniendo poder político (en este caso, y profundizando a Marx, el del Estado) se puede llevar a cabo un proyecto revolucionario. Y el que no se haya llevado a cabo el proyecto marxista (en sus múltiples versiones) no es debido a su naturaleza especulativa, sino a cuestiones de hecho (el desarrollo del propio capitalismo) a las que una filosofía no ociosa está siempre sometida. Como decía Rousseau, uno escribe sobre teoría política precisamente porque no es ni príncipe ni gobernante. Porque si uno fuera alguna de esas dos cosas, no se plantearía explicar cómo han de hacerse las cosas, sino que las haría o simplemente se callaría.

Por lo tanto, el profesorado podrá ser una clase ociosa, pero no por ello sus análisis son inútiles o especulativos. Las conclusiones son una cosa; las posibilidades de llevarlas a la práctica, otra. Los que se dedican a la pura especulación son precisamente aquellos que, con una ceguera preocupante, creen poder enterrar a Marx con la desaparición de la URSS, pensando que la crítica o el fracaso de estos últimos supone enterrar la filosofía marxista, o los que dicen que Platón se convirtió en un precedente de Kubrick, o que Aristóteles usó su Poética para rebajar el nivel de su filosofía al pueblo llano (o sea, que el estagirita pretendía mantener en la ignorancia a sus conciudadanos, haciendo filosofía desde abajo, al margen de la Geometría, por ejemplo), y todo ello para justificarse ellos mismos como individuos prácticos. Ciertamente, ni hacía falta que se justificasen, ya que es la propia situación social la que lleva a a alguien a ser productivo u ocioso, como ya hemos visto, ni tampoco que ejercieran esa dudosa hermenéutica. Porque así, como bien decía Hegel, lo único que consiguen es que la actividad filosófica en nuestra universidad se disuelva en la simple vanidad de querer saberlo todo. Todo ello nos lleva a recuperar un tema clásico en la tradición filosófica: las ilusiones trascendentales.

2. Las tres ilusiones trascendentales:
investigación, publicación y sacralización

El origen y desarrollo de las llamadas ilusiones trascendentales que yo voy a utilizar puede situarse gen Bacon y su teoría de los ídolos, aunque de los cuatro tipos de idola que formuló el Canciller (idola fori, idola tribus, idola specus, e idola theatri) sean los idola theatri{11} los únicos con un fundamento objetivo y no meramente psicológico. También podríamos encontrar en el análisis de Helvetius y su definición de las pasiones artificiales, producto de la socialización humana desarrollada, una cierta continuación de estos idola{12}. Pero es en Kant realmente donde las denominadas «ilusiones trascendentales» aparecen como elementos regulativos de la praxis, mostrando el camino de lo que será más tarde el análisis de la ideología en Marx. Son los monstruos de la razón, las tres ideas de la metafísica que están más allá de la experiencia: Alma, Mundo, Dios. Aunque Marx continúe esta senda, no se privó de criticar dura y jocosamente a Kant por haber introducido en el sujeto la falsa conciencia: de nada serviría postular la falsedad de los cien táleros esenciales o la esencia de Dios que implica la existencia, si más tarde se aliena al hombre con las ilusiones trascendentales.{13} De aquí, como decimos, además de la influencia de los ideólogos franceses, obtuvo Marx el molde para acuñar el concepto de ideología en su acepción negativa, la falsa conciencia. Y, por supuesto, esta concepción también ha de tenerse en cuenta a la luz de la reconstrucción que Gustavo Bueno ha realizado del concepto de falsa conciencia, en base a la noción de ortograma.

Es precisamente la recuperación de estas líneas básicas de la tradición filosófica la que nos servirá de molde para analizar cómo los prejuicios, acumulados durante un tiempo relativamente largo, se transmiten de generación a generación de universitarios. Los idola theatri de Bacon, ese teatro invariable en el que distintos actores continúan interpretando las mismas falsas doctrinas, condicionan a la filosofía universitaria, e impiden un análisis correcto de los problemas de nuestra época, pervirtiendo el conocimiento ya desde su base. Para tal análisis, hemos escogido, y no precisamente al azar, sino en base a lo que la sociología universitaria nos depara, tres ideas básicas que se tornan ideologías justificadoras de la labor filosófica universitaria. Se trata de las ya enumeradas en el título de este epígrafe: la investigación, la publicación de lo investigado y la sacralización de un autor venerado por ciertos gremios profesorales. Estas tres concepciones básicas son parte indispensable de esa filosofía exenta que pervive en los muros universitarios, y de ellas vamos a dar cuenta en las próximas líneas.

3.1. Investigación: ¿patrimonio de los universitarios?

¿Qué es la investigación? De entrada, algo que todo el mundo usa para justificar que su labor es práctica. Otra vez las palabras surgen de los labios de ese docente ideal: «Muchacho, si quieres ganarte la vida, huye de Asturias, que aquí no hay posibilidades para investigar», nos dicen en círculos poco restringidos. Aunque mejor no comentar nuestra experiencia personal, y centrarnos en este afán de homologación que hay en Filosofía respecto de otras facultades de Ciencias. De entrada, la «investigación» y los usos que un Ministerio de Educación y Cultura pueda hacer de ella (al margen de homologaciones más o menos incoherentes) no tiene por qué ser censurable; en todo caso, será el uso ideológico y restringido a los llamados profesores universitarios lo que debamos criticar. «La Universidad es investigación, frente a la enseñanza secundaria, que es divulgación» sería el lema ideológico a triturar.{14}

De hecho, es muy habitual denominar ciertas salas en los departamentos de Filología como «laboratorios de idiomas», o el considerar que la biblioteca es un «laboratorio de clásicos». Asimismo, no conviene olvidar la excusa usada para impedir las consultas en lugares como la sala de publicaciones periódicas de ciertas bibliotecas: sólo los «investigadores» (es decir, profesores, becarios, doctorandos) tienen la credibilidad necesaria para acceder a estos lugares. Evidentemente, si logramos probar que el tema de la investigación no es más que un mito oscurantista, todas las prohibiciones dejarán de tener sentido, salvo para los sectarios que todavía creen que, desde su torre de marfil, pueden controlar a su gusto los trabajos publicados en el ámbito universitario y condicionarlos burocráticamente.

Se supone, por lo tanto, que la Universidad se ha creado para la docencia e investigación. Ahora bien, ¿qué se entiende por investigar? ¿Se trata del requisito necesario para poder impartir docencia en una licenciatura, es decir, «la presentación y aprobación de un trabajo original de investigación»?{15} ¿Es esto (o los trabajos similares) lo que se designa por investigación? Entonces, cualquier doctor asentado en la docencia no está obligado a investigar, ya que su posición no está comprometida por consagrarse únicamente a sus clases. Además, el término «original» no puede aplicarse a la Filosofía, ya que su tradición es milenaria, y cualquier tesis que se defienda está necesariamente engranada en ella. Sólo podría hablarse de la originalidad de una tesis doctoral en tanto que obra literaria a la venta en el mercado editorial. En este caso, su valor de uso (en tanto que obra filosófica) quedaría anulado y sólo importaría el negocio que se puede obtener con ella, su valor de cambio, a veces repuntado gracias a los Premios de Ensayo. Algo que podría incluso servir para justificar al doctorando como especialista y autoridad (en no se sabe muy bien qué) y reducir su función a la de mero asalariado,{16} por lo que esta perspectiva es puramente vaga y confusa, más ideológica que otra cosa.

La denominación de «investigación», para entendernos, normalmente viene ligada a las llamadas «ciencias puras». Y se realiza en laboratorios privados, con el consiguiente desprestigio de una Universidad pública que destina sus fondos de investigación a la especulación inmobiliaria (aunque ese es un tema para escribir un libro, no un artículo). Las llamadas «ciencias humanas» (incluyendo aquí a la filosofía) han aprovechado artimañas variadas para presentarse como homologables a esas disciplinas científicas. Por ejemplo, la Psicología, en su afán de equipararse a la Biología y a las disciplinas médicas, se ha convertido en pura Fisiología. En el caso de la Filosofía, el uso de la Lógica formal es presentado como una prueba de que estamos ante una «Ciencia de la Ciencia». Este último caso nos desborda, aunque no estaría de más hablar de cómo estas disciplinas han usado de los «paradigmas», en el sentido kuhniano, para convertir su campo (al menos intencionalmente) en una ciencia. Tomando la redefinición que de su propia teoría hace Kuhn al acuñar el término «matriz disciplinar», lo que nos interesa analizar ahora son los elementos pertenecientes a esa matriz que él llama «ejemplares»; es decir, aquellos ejercicios básicos que realizan los miembros de una comunidad científica, y que son utilizados para el adiestramiento de nuevos investigadores.{17}

Ahora bien, lo que Kuhn viene a decir es que los ejemplares son elementos propios de una comunidad científica. Criterio confuso, ya que eso supone aceptar que sólo sus miembros pueden usarlos (de lo contrario, no estaríamos definiendo lo que es una comunidad científica). Sin embargo, nadie podrá negar que los problemas tipo de Física, Matemáticas, Química, son usados constantemente por el común de los mortales, y son más útiles de lo que se cree.{18} Luego, si los ejemplares no son más que problemas básicos al alcance de todo el mundo, por ejemplo de un estudiante de secundaria (a pesar de la degradación intelectual que haya podido sufrir en la LOGSE) mucho nos tememos que el análisis de Kuhn no pasa de superficial. En todo caso, su análisis sería válido para toda disciplina, sin discriminar entre lo que es ciencia y lo que no lo es.

Y no sólo eso, sino que además puede servir de coartada para que muchas disciplinas, incluso las que son claramente pseudocientíficas, se valgan de una serie de fórmulas perfectamente razonadas, o alguna estadística apoyada en cálculos estrictos, y se amparen en esos «paradigmas» de las Matemáticas, la Física, la Biología, &c. para entrar de lleno en la «República de las Ciencias».{19} Si además tenemos en cuenta que la Medicina, que no es propiamente una ciencia, tiene sus propias ramas de investigación, (biológicas, bioquímicas, &c.), muchos homeópatas o pseudomédicos, en caso de necesidad, podrían acogerse a paradigmas ya asentados para justificarse ante la sociedad y empezar a pedir subvenciones. Puede ser un ejemplo rebuscado, pero sin duda tiene su fundamento.

Tras lo dicho, la palabra «investigación» viene a ser como la palabra Dios, cuyo referente es el Papa, según dice uno de los popes universitarios, una ilusión trascendental que envuelve al propio sujeto y que sirve para justificar sus acciones. O sea, en disciplinas filosóficas sólo puede referirse a cierto saber sagrado, al cual ciertos individuos denominados alumnos no tienen acceso. En este contexto es donde surge esa falsa amistad entre alumnos y profesores para conseguir acceder al nivel de la investigación universitaria (o, mejor dicho, a las suculentas becas que ofrece el Ministerio a los autodenominados «investigadores»). Amistad que, como bien decía Helvetius acerca de las relaciones en los círculos sociales, es cosa de pura necesidad y producto del vicio, y nunca excesivamente duradera.{20} De hecho, es lo suficientemente breve como para calificarla de puro trampolín académico y profesional.

3.2. Publicación: lo más importante para un investigador

Ya que hemos hablado largo y tendido de la investigación y sus análisis, no convendría dejar al margen, aunque hagamos una mención breve sobre el tema, la subsiguiente operación que todo universitario realizará: indago, ergo divulgo. Como decía Kant, las ilusiones trascendentales van surgiendo por medio de gsilogismos. Aunque la deducción indago, ergo divulgo se acerca más bien a la intuición cartesiana que al clásico silogismo, no por ello deja de ser una concepción ideológica del problema que aquí planteamos, como ya veremos. No olvidemos que, según Espinosa, las ideas confusas pueden tener un orden tan perfecto como el las de las ideas claras y distintas. En este caso, una vez analizada la primera ilusión trascendental, hemos alcanzado la segunda ilusión deductivamente: la publicación.

Sin embargo, no por mucho investigar, como ya hemos visto, se logra alcanzar la verdad en los ámbitos universitarios. La investigación y sus frutos en forma de trabajo o publicación en una revista no garantiza que sea de más calidad. Sabiendo de antemano que la investigación en cuestiones de Filosofía o de Ciencias Humanas no es más que una ilusión trascendental que envuelve al propio sujeto, como venimos reiterando, no podemos dejar de ver en la necesidad de publicar otra idea de similar índole. Aquí, al igual que en las Ciencias naturales, existen problemas que impiden hacer esa «cienciometría» que Derek de Solla Price siempre reclamó con insistencia. Los datos acerca del volumen de publicaciones nunca son fiables, ya que los hallazgos muchas veces están falseados, o incluso se reutilizan para publicar más artículos con el mismo contenido. En tanto que cuestión sociológica, sí podemos decir que hay rasgos comunes entre el fraude científico y la banalidad de muchas publicaciones, tanto en Ciencias Humanas como en Ciencias Naturales.{21}

Quizá lo más sangrante sea ver cómo el nivel de una publicación se mide por el número de citas que los colegas hacen de ese trabajo (y eso que aquí estamos hablando sólo de Filosofía). Esto nos llevaría a concluir que el reconocimiento recibido por un autor siempre dependerá de la fuerza del grupo en el que esté insertado. Así, la determinación de ese conocimiento filosófico sólo tiene, para estos grupos, un valor subjetivo. La Filosofía queda reducida así a la simple segregación de los prejuicios de un grupo social determinado, al margen de la carga objetiva que ha de tener la milenaria tradición filosófica.{22}

Esa, y no otra, es la causa de la degeneración de la Facultad de Filosofía como institución. Y nosotros, desde esta posición «ilustrada», por las citas realizadas, no podemos sino ver con estupor el oscurantismo y decadencia de las doctrinas universitarias, mayor aún que el alcanzado por las estructuras del Antiguo Régimen. Eso sí, la Ilustración, a pesar de acertar con las características y consecuencias de la decadencia de las instituciones de su época, olvidó que esos vicios y corrupción de costumbres gque contemplaban (soberbia, orgullo, vanidad, &c.), no eran explicables en base a ninguna naturaleza humana, ni en base a ningún principio psicológico. Ellos, en tanto que inmersos en una sociedad decadente, lo que realmente veían era cómo las pasiones individuales eran confundidas con las necesidades objetivas que tiene toda sociedad, por muy cerrada que ésta fuera. Por lo tanto, tenemos que ir siempre más allá del punto de vista ilustrado y acudir al ortograma que influye en esta cuestión. Tal ortograma es la propia tradición filosófica, que aún seguirá existiendo, a pesar del supuesto «canto del cisne» de la Filosofía que tanto pregonan en Europa. Pero, para probar esto, hemos de analizar la propia tradición filosófica con respecto al presente, y con ello criticar a las intocables «vacas sagradas».

3.3. Las viejas vacas sagradas:
¿fin de la Filosofía o agotamiento de las tradiciones extranjeras?

Pasamos a la tercera de las ilusiones trascendentales que nos habíamos propuesto analizar: la sacralización de ciertos autores, a veces en la línea de lo que predicaba Gracián de los españoles, la de «despreciar lo nuestro». Y para comenzar el análisis, ya que estamos analizando «perlas» varias que adornan la palabra de muchos «pensadores» imaginarios, aquí incluimos una más, proferida por otro «filósofo» español, durante la celebración de un curso de doctorado: «Gracias a la democracia en España nos hemos incorporado a las corrientes de la filosofía europea». Más material ideológico. A nosotros lo que nos llama sobremanera la atención es la palabra «incorporarse». En Europa dicen que la Filosofía se ha acabado, por lo que deduzco que nuestra incorporación sólo es una señal de naufragio.

En este momento, quizás piense alguien que nuestras intenciones son demasiado ambiciosas. Explicar lo que hoy son las tradiciones filosóficas europeas, que ejemplificamos con el positivismo y la hermenéutica o, siguiendo las palabras de los propios implicados en ambas corrientes, la filosofía anglosajona y la filosofía continental, requiere sin duda un arduo estudio que aquí no podemos más que esbozar. Pero no por ello debemos dejar de denunciar elementos de análisis obsoletos, que envuelven esa falsa conciencia de los que profieren la frase «se ha acabado la Filosofía». Si en Europa repiten esta cantinela, y sus acólitos españoles, cual espejo, la reflejan, será que nos hemos incorporado a la liquidación filosófica. Pero esto ya es suponer que en España hubo Filosofía. Por lo tanto, lo que hay que hacer es echar abajo ciertos tópicos de estas corrientes, y probar que la tradición filosófica «se ha refugiado», por decirlo al modo de Hegel, en España.

3.3.1. El positivismo y sus anacronismos

El positivismo, al margen de su innegable poder institucional, prolongado tanto en su vertiente decimonónica, como en su forma de filosofía analítica o su vertiente más moderna, las teorías CTS, es una filosofía que se ha quedado enquistada en concepciones anacrónicas. Y ello porque, aunque su versión analítica (Frege, Russell, Carnap), parte de la crítica kantiana, su referencia ontológica fundamental no ha dejado de ser el empirismo clásico. Sin duda que las ciencias han de partir de la experiencia, y no perder nunca contacto con ella, pero esta experiencia ni es pura, ya que siempre es interpretada desde una teoría, ni se puede dudar de su fiabilidad, porque entonces llegamos al absurdo: tratar de justificar la ciencia utilizando las ideas del individuo más anticientífico que ha existido jamas: el escéptico Hume.

Esto supone un lastre más que excesivo, ya que incluso se ven obligados a negar el carácter de la ciencia como construcción y parte indisoluble de la actual vida humana, y de paso negar también el control real que, gracias a la ciencia, tenemos sobre nuestro mundo. Por este motivo los positivistas interpretan que elementos fundamentales en las ciencias, como los aparatos usados en la investigación (los microscopios, por ejemplo), no son una parte indisoluble de la construcción científica, sino mecanismos que amplían la capacidad de observación.{23} Teoría similar a la de Helvetius, que distinguía entre el hombre y los animales diciendo que la mano humana con su pulgar oponible no implicaba la capacidad de construir y realizar complejas operaciones, sino que sólo era un mecanismo diferenciador al nivel de las sensaciones.{24}

La posterior «revolución» de Popper y Kuhn en el positivismo, y el descubrimiento de la carga teórica de la observación, no es más que la muestra de cómo aún están moviéndose en las posiciones un tanto arcaicas, al menos en cuanto a nivel filosófico se refiere. La argumentación que mantienen los postpopperianos para afirmar la importancia de la teoría en la observación («[la adquisición de ejemplares de la que hablé en 3.1.] Se parece mucho más al rompecabezas de los niños en que se pide encontrar los contornos o rostros de animales ocultos en el dibujo de matorrales o nubes.»{25}) es muy similar, salvando las distancias oportunas, a la teoría del conocimiento que Hegel propone para salvar el escepticismo de Hume.{26}

Pero, sin duda alguna, lo que se lleva la palma de la deformación es el uso indiscriminado de la lógica para ir a la búsqueda del lenguaje perfecto. El método que propuso Russell (quien ya veía que, con Wittgenstein, se iba a tornar en pura escolástica) tiene su origen en la Lógica matemática que él contribuyo a crear, y ésta, cómo no, tiene su base en las propias técnicas que se usan en el lenguaje. Es decir, las categorías lógicas (principio de no-contradicción, de tercio excluido, el silogismo, &c.) están ejercidas en la propia lengua que se quiere analizar, y tratar de reducir ésta a la Lógica formal resulta inútil y peligroso, llegando en algunos casos a un nivel calificable de absurdo.{27}

Para finalizar, se podrían dar nociones acerca del camino que puede seguir esta filosofía en el futuro (sin perjuicio de reconocer la importancia que ha tenido sobre los científicos de campo, casi siempre como idola theatri), pero sería mejor seguir sus indicaciones y, sin que sirva de precedente, abstenerse de utilizar un lenguaje emotivo.

3.3.2. Hermenéutica, la disciplina incomprensible

Otra de las disciplinas filosóficas más en boga es sin duda la Hermenéutica. Este método, que según ciertos autores se remonta a los problemas que planteó la exégesis bíblica durante la reforma protestante, tiene sus orígenes filosóficos en autores como Herder, Hammann o Schleiermacher. Aunque quien le dio a la hermenéutica un carácter básico en su sistema fue Dilthey. Su característica fundamental es tratar de dar cuenta de la experiencia humana en el ámbito que ésta se desarrolla: el lenguaje. Sin embargo, tal posición, que nosotros y otros autores hemos ido criticando en la Sección Animalia, ya ha sido cuestionada en ámbitos no gremiales: parece ser que los animales sí tienen lenguaje, esto es, también son hermeneutas. Pero, como decimos, ello es asunto de otra sección de esta revista.

Centrémonos, por lo tanto, en Dilthey. Éste, siguiendo la tradición de la filosofía alemana, trata de hacer de la Hermenéutica la iniciación a su sistema, convirtiéndola en una teoría de las concepciones del mundo, en la que se encuentra la tríada del Espíritu Absoluto de Hegel: Poesía (Arte), Religión y Metafísica (o Filosofía). El objetivo básico de Dilthey era el clasificar las concepciones filosóficas para comprobar su origen y disolución. Así, por ejemplo, el naturalismo o sensualismo (cuyo precedente encuentra en Protágoras, por afirmar el subjetivismo de la verdad), habría quedado totalmente disuelto, ya que tanto la experiencia (en la versión empirista), como la Materia (en la versión más grosera y determinista del materialismo de Hobbes, por ejemplo), son para Dilthey fenómenos de la conciencia y nunca están dados al margen del sujeto cognoscente.{28} El hombre es un ser histórico, que va variando según sus circunstancias vitales (sus concepciones del mundo). Él mismo, al esbozar su teoría del conocimiento, y siguiendo la tradición neokantiana, dirá que las formas a priori del entendimiento son las que permiten la comprensión de los mensajes y testimonios de otros hombres (el famoso «no hace falta ser César para entender a César» citado por Simmel). La hermenéutica ( la interpretación) es, en definitiva, recordar y reconstruir un pasado que está influyendo en nosotros.{29}

Después, autores como Heidegger continuarán la labor de Dilthey llevando al límite las «concepciones del mundo», hablando del final de la filosofía y el inicio del «pensar», al tiempo que equiparará ese final de la filosofía con la liquidación y punto final de la propia filosofía alemana. Dejando de lado el análisis de Heidegger (que seguro podrán realizar mucho mejor los innumerables especialistas que imparten doctrina en las universidades), y sin que nuestra renuncia signifique dejar para las autoridades esa labor, habría que continuar esta línea de la tradición filosófica hasta su discípulo, Gadamer, que ha convertido la filosofía en mero análisis e interpretación de los sistemas filosóficos.{30} Análisis que, en el límite, se convierte en estudio de filósofos especialistas sin una doctrina firme.

Podríamos poner el ejemplo de Walter Kaufmann, el gran especialista en Hegel –aunque no sea propiamente un hermenéuta–, como muestra de las contradicciones que puede conllevar este método. Dice el señor Kaufmann que no hay mito mayor en Hegel que su dialéctica tesis-antítesis-síntesis, porque nunca usó tal formulación para ordenar su sistema, asi que los filósofos posteriores han tergiversado la doctrina hegeliana al usar estas categorías.{31} Pero aquí Kaufmann se excede, ya que su análisis ignora la propia tradición filosófica. Ignora, por ejemplo, que Kant usaba de la tesis y la antítesis en su Dialéctica trascendental, y que Fichte añade a dicho método la síntesis. Hegel, aunque no represente nunca estos términos, al criticar a Kant y Fichte, necesariamente está ejerciendo los términos tesis, antítesis y síntesis, que han quedado engranados en la tradición filosófica, y de los que no se puede prescindir. De lo contrario, se cae en el análisis filológico, justificado por la acogida a la autoridad de cualquier filósofo cada vez que hemos de presentar una teoría, (en este caso, Hegel) con el exclusivo objeto de salir del paso.

3.3.3. España como heredera de la tradición filosófica

Ahora que hemos dado a luz algunas de las contradicciones de las corrientes filosóficas actuales, hemos de dedicarle el espacio necesario a la actual filosofía española. Para decirlo más concretamente, no tenemos que buscar el auténtico nivel de nuestra filosofía en relación directa con la escolástica o incluso el clericalismo. Sin duda que este es un presupuesto filosófico muy fuerte, ya que supone dejar fuera del análisis a autores de renombre, Jaime Balmes o Zeferino González, por no hablar del gran Francisco Suárez. Sin embargo, no pretendemos decir que tales autores no sean filósofos, sino que más bien tratamos de mostrar que España nunca se ha alejado de los problemas filosóficos de su época, y que su filosofía no se puede reducir a la escolástica, al contrario de lo que piensan algunos teóricos, influidos por la ideología del «retraso histórico» de nuestro país.{32} Asimismo, anticipamos que los calificativos de «la Atenas del Norte» o «Mileto del Norte» aplicados a alguna ciudad española, tienen poco sentido. En España, y en regiones como Asturias más concretamente, desde la que hablamos, hay suficiente nivel y tradición filosófica como para tener identidad propia.

Autores filosóficos, tanto escolásticos como no escolásticos, hemos tenido muchos más de los que algunos desean. Entre los más sólidos está, sin duda, el Padre Feijoo, que con su magna obra titulada Teatro Crítico Universal representa la Ilustración a la perfección. Cosa nada rara, ya que no sólo España, sino también Francia, Alemania y otras naciones canónicas europeas sufrieron el fenómeno de la Ilustración y la crítica al Antiguo Régimen. Es más, en España, al igual que sucedió en otras naciones canónicas europeas, se empieza a escribir Filosofía en el lenguaje nacional, prescindiendo de forma paulatina del latín. Se puede decir, por lo tanto, que nunca hemos dejado de estar «homologados» a Europa, aunque a veces ello nos haya supuesto un gran perjuicio en cuanto a corrupción de costumbres, como sucede en la actualidad.

Si nos interesamos por la relación que España tiene con la filosofía contemporánea, la situación no varía. El siglo XIX ve cómo personajes tales como Clarín o Sánchez Calvo, «traducen» el pensamiento filosófico europeo en España, produciendo ellos mismos filosofía. Incluso, si aludimos a los términos del «retraso histórico», podríamos decir que Sánchez Calvo se «adelantó» a lo que más tarde serían los desarrollos finales de la filosofía vitalista, como las teorías sobre la religión de Bergson.{33} Evidentemente, esto lo decimos en tono irónico, pues lo que se nota en las obras de Sánchez Calvo es la crítica al positivismo tan en boga en la segunda mitad del siglo XIX.

Y si decimos todo esto de autores más o menos olvidados, ¿qué decir entonces del tantas veces aclamado español Ortega y Gasset? La importancia de este autor, por mucho que otros crean lo contrario, no fue la de darle sistematismo a la filosofía española, que ya existía, sino más bien la transmisión de unas doctrinas muy en boga en la primera mitad del siglo XX, aunque tampoco muy «modernas». No olvidemos que en aquella época se había producido el «eclipse del darwinismo» (en el sentido que le ha dado Bowler a esa expresión){34} y se despreciaba el materialismo histórico, con lo que la coyuntura no daba para mucho más. Sin embargo, conviene resaltar el intento orteguiano, aunque fallido, de darle un giro distinto a la filosofía contemporánea. Frente a corrientes liquidacionistas de la filosofía, como el pragmatismo o el vitalismo, surgidas a partir de la consideración de las Ideas filosóficas como elementos regulativos de la praxis (las ilusiones trascendentales de la Dialéctica trascendental kantiana), Ortega intentó sin éxito construir un «raciovitalismo»{35}, en tanto que buscaba compaginar las Ideas límite de la metafísica, que Kant había criticado, con las corrientes vitalistas tan en boga en la filosofía de su tiempo. Esta línea ha sido seguida con mucho más acierto, a nuestro juicio, por Gustavo Bueno y, a decir verdad, la solidez de sus argumentaciones destacan ante todo, por alcanzar aquello que despreciaban la mayoría los filósofos contemporáneos: la condición de sistema filosófico. Por todos estos motivos, hemos de suponer que no sólo ha existido filosofía española, sino que además está lo suficientemente lozana y vigorosa para plantar cara a los cadáveres filosóficos que se importan como grandes descubrimientos.

4. Conclusión. Carácter práctico de nuestro enfoque y de nuestros objetivos

Ahora que hemos llegado al final del trabajo, debemos ser consecuentes con las conclusiones que hemos ido deduciendo en el mismo. El hecho de representar a ciertos «filósofos» como especialistas en la nada no tiene más fundamento que intentar que reconozcan su ignorancia, algo difícil pero legítimo. El hecho de no conseguir influir lo más mínimo sobre ellos no nos convierte en puros especuladores. Bastante práctico es usar la Filosofía como actividad crítica y no dogmática, respondiendo ante los mitos e imágenes que constantemente crean sobre sí mismos los miembros de la filosofia universitaria –que no los filósofos–, por llamarla de algún modo. Es de justicia que respondamos ante acusaciones sin fundamento de aquellos que ni siquiera saben dónde se encuentran, que ni siquiera saben quiénes son ni desde dónde hablan.

Sobre nuestros objetivos inmediatos, no creo que podamos exponerlos de mejor forma que aludiendo a un individuo entrevistado en una revista universitaria. Él reivindicaba su derecho a mentir (lo que no sabemos es si también miente en sus obras). Pues bien, nosotros reivindicamos nuestro derecho a ir en busca de la verdad. Si tuviéramos que escoger el lugar donde desarrollar la actividad filosófica, no aludiríamos ni a la manida Academia de Platón, ni al Liceo, ni tan siquiera a una cafetería que hiciese las veces de Jardín epicúreo. La experiencia personal, nuestra circunstancia, en términos orteguianos, nos lleva a concluir que encerrar a los discípulos en escuelas no es lo mismo que encerrar la crítica filosófica en ella. Zenón, por ejemplo, fundó la Stoa tras haber leído casualmente a Jenofonte y seguir a Crates por indicación de un librero que nada sabía de los filósofos.{36} De hecho, las grandes figuras (Leibniz, Hume, Marx) han llegado a ser lo que son de modo autodidacta. En nuestro caso, la revista El Catoblepas nos parece un excelente marco para la discusión y la crítica filosófica. Porque no recae en los idola theatri académicos, ni tampoco acude al manido lema que califica la discusión como «intercambio de ideas», lema que vulgariza cualquier idea hasta convertirla en simple cromo que pasa de unas manos a otras.

Es más, el que esta revista sea electrónica y de libre consulta, además de muy leída y difundida en la red, le aporta un ingrediente sociológico más que interesante. De este modo, se puede superar, si acaso mínimamente, la censura practicada, no sólo a nivel académico, sino también a nivel editorial, por unos pocos grupos que controlan de forma monopolista las grandes editoriales. Ahora bien, y siguiendo la propia argumentación de nuestro trabajo, no se deben confundir las estrategias pragmáticas, realizadas para difundir las obras filosóficas, con la actividad filosófica estricta. Muchas veces, esos canales de difusión están copados o vetados, pero lo único que promueve esto es que al autor no se le dé reconocimiento suficiente en vida (algo que hiere el propio orgullo, pero que no daña la obra filosófica). Y esos canales de comunicación, por mucho esfuerzo que hagan para ocultar la verdad, no pueden perdurar eternamente. Como bien decía Hobbes, al leer la Historia sientes placer porque en ella se ve la verdad. La filosofía, con 2.500 años de tradición, todavía perdurará, al menos mientras el mundo, tal y como lo conocemos, perdure. Y ningún ideólogo podrá mantener la verdad oculta mucho tiempo, y menos con argumentos tan gratuitos como el del «canto del cisne» de la filosofía.

Notas

{1} Ed. de José Manuel Bermudo, Editora Nacional, Madrid 1984. pág. 144.

{2} Ver Gustavo Bueno, Qué es la filosofía, 2ª ed., Pentalfa, Oviedo 1995, págs. 34-37.

{3} Ver A. Cardín, «El efecto Rashomon en etnología», en A. Hidalgo y C. Iglesias (comps.), Actas del III Congreso de Teoría y Metodología de las Ciencias. Pentalfa, Oviedo 1985, págs. 785-791.

{4} C. A. Helvetius, ya citado, págs. 162-163.

{5} Idem, pág. 171.

{6} Evidentemente, el sector del proletariado tiende a ser cada vez menos importante, pues cada vez hay menos trabajadores en el sector de la producción de mercancías. En el mundo desarrollado, los antiguos proletarios se han ido convirtiendo en trabajadores del sector servicios o en futuros prejubilados. Sin embargo, no por ello se puede dejar de hablar en los términos de división del trabajo que en su día acuñaron autores como Adam Smith o Marx.

{7} J. G. Fichte, El estado comercial cerrado. Tecnos, Madrid 1991, págs. 48 y ss. Hegel, muy lúcidamente, decía que la libertad humana de pactar («la voluntad general» de Rousseau) era siempre negativa y unilateral, por lo tanto puramente abstracta y temerosa de la autoridad, y que esto se convertía en la justificación del terror (en referencia a Robespierre) y de la destrucción de todas las instituciones. (Principios de la Filosofía del Derecho. Edhasa, Barcelona 1988. Trad. y Prólogo de J. L. Vermal, Introducción, § 5. Agregado, pág. 70.)

{8} A este respecto, cito un jocoso fragmento de Santiago Carrillo, Eurocomunismo y Estado, Crítica, Madrid 1977, pág. 72: «Es decir, se trata de luchar, por medios políticos e ideológicos, a fin de imponer un nuevo concepto del orden público, más civilizado, inspirado en la idea de la defensa del conjunto de la población y no de los intereses de una minoría privilegiada; un nuevo concepto del orden público más democrático, y de llevar ese concepto a la mente de los componentes de las fuerzas del orden».

{9} Por ejemplo, en su Curso de filosofía positiva (Lecciones 1 y 2). Orbis, Barcelona 1984, Comte planea un convenio de colaboración entre las ciencias existentes para lograr que caminen de modo más recto hacia el progreso. Al menos, ése era su plan.

{10} Véase a este respecto el libro de David F. Noble, El diseño de Estados Unidos. La ciencia, la tecnología y la aparición del capitalismo monopolista. Ministerio de Trabajo y Seguridad Social, Madrid 1987. El neopositivismo ha recurrido a veces a explicaciones absurdas sobre estos procesos, como la que da John Ziman (Introducción al estudio de las ciencias. Ariel, Barcelona 1986, págs. 143 y ss.) acerca de las tecnologías surgidas de la ciencia. El teléfono, del cual Noble afirma que fue un invento cuya aparición se preveía, usado por Graham Bell para crear su propio monopolio, es visto por Ziman como un invento ocasional [sic].

{11} F. Bacon, Novum Organum. Sarpe, Madrid 1984 (trad. de Cristobal Litrán), pág. 41, Aph 44: «Hay, finalmente, ídolos introducidos en el espíritu por los diversos sistemas de los filósofos y los malos métodos de demostración; llamámosles ídolos del teatro, porque cuantas filosofías hay hasta la fecha inventadas y acreditadas, son, según nosotros, otras tantas piezas creadas y representadas cada una de las que contiene un mundo imaginario y teatral.» Es decir, los idola theatri están basados en la propia tradición filosófica, que es objetiva.

{12} C. A. Helvetius, ya citado, pág. 334 y ss.

{13} K. Marx, Diferencia de la filosofía de la naturaleza en Demócrito y en Epicuro. Ayuso, Barcelona 1971, pág. 90.

{14} Con gran acierto a nuestro juicio, Gustavo Bueno ha criticado esa gremial consideración de la Filosofía universitaria como el lugar donde se produce la investigación en Filosofía, frente a la Filosofía impartida en un instituto, considerada como la «forma divulgada de la Filosofía». Según Gustavo Bueno, resulta totalmente ridículo considerar una forma divulgada de la Filosofía, cuando toda Filosofía tiene la característica de explicarse en el lenguaje nacional correspondiente: la propia forma académica de la Filosofía es su propia forma divulgada. El sentido de la vida. Pentalfa, Oviedo 1996, págs. 10-12.

{15} Real Decreto 185/195 de 8 de Enero, (B.O.E 16-02-85) pág. 3947.

{16} Ver Antonio Bonet, «La investigación en las ciencias del hombre», en V.V.A.A. Educación y sociedad. Tomo III: Hacia una nueva Universidad, Ayuso, Madrid 1977, pág. 154.

{17} T. S. Kuhn, Segundos pensamientos sobre paradigmas, Tecnos, Madrid 1978, pág. 27.

{18} Al realizar un tiro parabólico, podemos calcular qué valor del ángulo de elevación del proyectil hace máxima la distancia que éste alcanza. Sabiendo que la ecuación del movimiento es R = Vo²sen2α / g, siendo R el alcance del proyectil, y g la fuerza de la gravedad, y como R es función de α, hemos de estudiar el máximo de la función en el intervalo 0 ≤ α ≤ π/2. Para ello hemos de obtener la función derivada en el intervalo citado, es decir, dR / dα.
Como dR / dα = –2Vo²cos2α / g, al igualar a cero obtenemos el valor crítico α = π/4.
Sabiendo que d²R / dα² = –4Vo²sen2α / g, al ser sen2α = 1, entonces –4Vo² / g < 0, por lo que el punto hallado es un máximo, que para α = π/4, da a la función el valor R = Vo² / g.
Finalmente, como los valores de la función R en los extremos del intervalo [0, π/2] son en ambos casos el 0 (o sea, en ese intervalo ningún otro punto alcanza un mayor valor que en α = π/4) el máximo obtenido es el mayor valor de R. Es decir, para α = π/4 el alcance es máximo.
Ahora bien, el hecho de usar este «ejemplar» –el cálculo infinitesimal aplicado al cálculo de máximos y mínimos de una función– con el objeto de mejorar la precisión en un tiro parabólico, no convierte el acto de lanzar el proyectil en una ciencia. Porque estas operaciones no son constitutivas del propio tiro parabólico, sino que fluctúan según las intenciones de los tiradores. O sea, las relaciones de causalidad expresadas por la Mecánica son válidas en tanto puedan acertar o no los individuos con su lanzamiento.

{19} La desgana con la que muchos teóricos de la ciencia analizan términos tan sutiles como Ciencia o Tecnología apunta hacia estas confusiones que menciono, como es el caso de John Ziman, Introducción al estudio de las ciencias. Ariel, Barcelona 1986, pág. 146: «En realidad, estas categorías [Ciencia y Tecnología] se funden la una con la otra, y desbaratan la mayor parte de las distinciones entre una "ciencia" y una "tecnología" [...] ¿Acaso la farmacología no fue realmente una ciencia hasta hace pocos años porque no adquirió los paradigmas de la biología molecular y se apoyaba mucho en el método de tanteo [sic] después de un descubrimiento casual? Cuanto más piensa uno en estos interrogantes, más se aprecia su futilidad.» (subrayado mío)

{20} Ya citado, pág. 352.

{21} Basten como ejemplo los artículos «La recepción del pensamiento de Gómez Pereira en Europa: del Barroco a la Ilustración» en Revista de Historia de la Psicología, 1993, volumen 14, nº 3-4, páginas 131-137, y «Gómez Pereira y la Antoniana Margarita» en Dolores Sáiz & Milagros Sáiz (eds.), Personajes para una historia de la psicología en España, Pirámide, Madrid 1995, páginas 79-93, capítulo 4, publicados por los psicólogos Rafael Llavona y Javier Bandrés. Ambos artículos tienen el mismo contenido, las mismas referencias bibliográficas, y sólo varían en el orden de presentación del tema. Llama la atención que sean unos psicólogos, en dos artículos puramente historiográficos, los que traten al médico y filósofo español Gómez Pereira. Debe ser que los «investigadores» filosóficos están con otros temás más interesantes. Estos artículos están disponibles en filosofia.org/cla/per/1993band.htm y filosofia.org/cla/per/1995band.htm

{22} C. A. Helvetius, ya citado, pág. 170.

{23} Ver J. Ziman, ya citado, pág. 31.

{24} C. A. Helvetius, ya citado, pág. 119, Nota 1.

{25} T.S. Kuhn, ya citado, pág. 27-28.

{26} G.W.F.Hegel, Fenomenología del espíritu. FCE, Méjico 1966. Trad. de Wenceslao Roces, pág. 76. «Así pues, comienzo dándome cuenta de la cosa como uno y tengo que retenerla en esta determinación verdadera; si en el movimiento de la percepción se da algo contradictorio con aquella determinación, habrá que reconocerlo como mi reflexión. En la percepción se dan también, ahora, diferentes propiedades, que parecen ser propiedades de la cosa; sin embargo, la cosa es un uno, y tenemos la conciencia de que esa diferencia, con la que ha dejado de ser uno, recae en nosotros. Por tanto, esta cosa, de hecho, sólo es blanca puesta ante nuestros ojos y es también, de sabor salino, en contacto con nuestra lengua, y también de forma cúbica cuando nosotros la tocamos, &c. Toda la diversidad de estos lados no la sacamos de la cosa misma, sino de nosotros; y los lados se presentan diferenciados ante nuestra lengua de un modo completamente distinto que ante nuestros ojos, &c. Somos nosotros, por consiguiente, el médium universal en el que esos momentos se separan y son para sí. Por tanto, por el hecho de considerar como nuestra reflexión la determinabilidad de ser médium universal, mantenemos la igualdad de la cosa consigo misma y la verdad de la cosa de ser un uno.» (subrayado mío)

{27} Una crítica interesante a este excesivo afán lógico ya la encontramos en Feijoo, Teatro Crítico, Tomo VII, Discurso 11: «De lo que conviene quitar en las Súmulas», §. II, 5, p. 291. «Estoy persuadido a que todo hombre de buena razón, al momento que sobre materia que tiene estudiada, se le propone un silogismo vicioso, sin atención a regla alguna, y aun sin memoria, y estudio de ella, conoce que es defectuoso: esto es, que la ilación no es buena, y aun dará alguna explicación del vicio que tiene, aunque no con voces propias, y facultativas. Pongo por caso, que se varía de apelación, que el medio no se identifica con las dos extremidades en las premisas, &c. ¿Quién al oír aquel vulgar Sofisma: Mus est vox monosyllaba, sed vox monosyllaba non manducat caseum: ergo mus non manducat caseum, [Mus (ratón) es voz monosílaba, pero la voz monosílaba no mastica el queso: por lo tanto, el mus (ratón) no mastica el queso] no conocerá, que es un modo de argüir defectuosísimo, y se reirá del que lo propone?».

{28} W. Dilthey, Teoría de las concepciones del mundo. Alianza, Madrid 1988. Trad. de J. Marías, págs. 64 y ss.

{29} Para una aproximación a la obra de Dilthey me he basado en J. Ortega y Gasset, Kant, Hegel, Dilthey. 3ª Ed. Rev. de Occidente, Madrid 1965. En especial, págs. 140 y ss.

{30} Gadamer, en su libro El inicio de la filosofía occidental, Paidós, Barcelona 1995. pág. 134, dice lo siguiente: «Quiero concluir con alguna observación más sobre Heidegger. Creo que él ha puesto a Hegel al final de la historia de la metafísica. Su síntesis es, en un cierto sentido, insuperable. La ruina del nivel conceptual alcanzado por la filosofía del siglo XIX tiene lugar con el pensador más genial del siglo, Nietzsche, que, sin embargo, era también un aficionado que no sabía mucho acerca de la filosofía moderna y ni siquiera había leído a Kant, sino únicamente a Kuno Fischer. Son muy significativas esta ruina de una tradición y su transformación en historia de la filosofía, entendida como una serie de sistemas filosóficos». Asombro provoca el ver cómo las ideas que Dilthey perfiló han llegado a tales desarrollos, recogiendo únicamente su propedéutica y reduciendo a ella la actividad filosófica. Y, además, Gadamer toma una tesis de Heidegger –el final de la metafísica– como si fuera el final de la filosofía, cuando en realidad se está hablando del final de la tradición filosófica alemana (Kant, Hegel, Nietzsche, Heidegger, incluso Kuno Fischer).

{31} Walter Kaufmann, Hegel. Alianza Editorial, Madrid (3ª Edición) 1982. Trad. de Víctor Sánchez de Zavala, págs. 162-163.

{32} Para ver una crítica a la concepción del llamado «retraso histórico», remitimos a Gustavo Bueno, «España», en El Basilisco, 24 (1998) (2ª época); págs. 27-50.

{33} E. Sánchez Calvo, en su Filosofía de lo maravilloso positivo, Llibros del Pexe, Gijón 1997, Prólogos de Manuel Asur y César García de Castro Valdés, apunta temas tan interesantes como el origen y fundamento real de la religión (el hombre, liberado de los instintos propios de los animales, necesita de un mecanismo que mantenga la cohesión social frente a la inteligencia) que recuerdan muchísimo a las tesis que Henri Bergson defiende en Las dos fuentes de la moral y de la religión. Ed. Sudamericana, Buenos Aires 1946.

{34} Ver el artículo de Pedro Insúa, «Biología, ¿aquí hay un problema?», en El Catoblepas, 4 (junio 2002), pag. 21.

{35} La cuestión de cómo la razón y la vida pueden combinarse y compensarse la una a la otra está propuesta, entre otros muchos lugares, en J. Ortega y Gasset, El tema de nuestro tiempo, Espasa Calpe, (6º Edición) Buenos Aires 1947.

{36} Diógenes Laercio, Vidas de filósofos ilustres. Iberia, Barcelona 1962. Tomo I. Libro XII, págs. 45-46.

 

El Catoblepas
© 2002 nodulo.org