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El Catoblepas
  El Catoblepasnúmero 9 • noviembre 2002 • página 17
polémica

Sin polémica y con sentido indice de la polémica

Atilana Guerrero Sánchez

Última respuesta de Atilana Guerrero

De nuevo me alegro de poder seguir agradeciendo al profesor Tresguerres su atención y celebrar esta vez, como novedad, el que una nueva voz se haya sumado a la polémica, aunque sea en calidad de convencida de las teorías de mi contendiente, casi como «testimonio real» de la verdad de las mismas.

Comenzaré, pues, por responder ante una acusación de tipo erístico que al unísono me dirigen y según la cual mis intervenciones se parapetan bajo la fórmula del «no es eso, no es eso», evitando la argumentación y desoyendo las objeciones que se me presentan: sólo puedo decir que no hay razón para seguir discutiendo si se cree que el contendiente comete dichas «infracciones dialécticas» a sabiendas. Es preferible, en lugar de especular sobre las intenciones o maniobras de los polemistas, ceñirse al tema que nos convoca y del cual, por cierto, empezó a dejarse de hablar –así se explica el título de mi anterior intervención– cuando las estrategias de la disputa empezaron a ser objeto de interés.

En resumen, el diagnóstico de mi postura como metafísica y espiritualista por parte del profesor Tresguerres creo que sólo tiene como apoyo mi negativa a considerar a la etología como la fuente última de explicación de determinadas operaciones antropológicas como son las que se desenvuelven en la órbita de lo que él llamó «enamoramiento» o «amor». Dichas operaciones, decía yo, no son distintas del resto de las ceremonias antropológicas dentro de la sociedad civilizada, por muy «cercanas» que nos parezca que se encuentran de sus paralelos animales. ¿Qué tiene de espiritualista exigir la especificidad de las acciones éticas y morales?

Pasaré a continuación a responder a las demás cuestiones de la última intervención de los dos contendientes, empezando por el profesor Tresguerres.

En primer lugar, me sorprende que al profesor le parezca sorprendente que podamos estar discutiendo para llegar a la conclusión de que el amor sexual es una relación ética. Para llegar a ella se han tenido que negar otras, así como negar, por mi parte, que sea el mantenimiento de la individualidad corpórea el objeto de cualquier especie de amistad. Estoy de acuerdo con él en que no es ningún descubrimiento, como por cierto no lo es prácticamente ninguna de las conclusiones que de la filosofía moral puedan extraerse, aunque no creo que haya sido esa la conclusión de la polémica, sino la siguiente: que la diferencia entre el amor y los amores tomada de Ortega, punto de partida de la discusión, no estaba explicada por el profesor Tresguerres, y que, en mi modesta opinión, cabe ser explicada mediante la diferencia entre las totalidades atributivas y distributivas que constituirían los sujetos humanos objeto de nuestro «amor». Así, se mostraba cómo era imposible tener «gusto» por un conjunto de la población tan considerable como es el de «las mujeres» –según expresión del propio Tresguerres– sin los criterios atributivos que hicieran que semejante grupo se redujese hasta llegar al número con el que prácticamente es viable , en la sociedad en la que vivimos los que estamos discutiendo, el mantenimiento de la norma de la pareja monógama.

Aprovecho, entonces, para señalar qué tenía de particular la cita de Gustavo Bueno del prólogo al libro sobre Corín Tellado, a saber, que las normas morales eran las que establecían «reglas limitativas o preceptivas de los contactos físicos entre los individuos». Esto es algo muy distinto a la invocación de imperativos biológicos.

Sobre esta cuestión de la diferencia entre ética y moral el profesor Tresguerres alude a otros lugares, además de esta polémica, donde ha tratado la dificultad de separar ambos contextos. Pues bien, uno de esos lugares es la conferencia publicada en El Catoblepas (nº 5, pág. 11) titulada «La Etología y sus implicaciones éticas».

Por mi parte, creo que he encontrado en dicha conferencia la introducción de un concepto, el de «ética subjetiva», que puede estar causando un «ruido de fondo» en esta polémica y que merece la pena aclarar.

Allí se afirma que hay una «Ética no trascendental o subjetiva» que, a diferencia de la moral, plenamente antropológica, y de la ética trascendental, nos sitúa en las cercanías de la conducta etológica:

«Podríamos decir, en consecuencia, que la Etica, en la medida en que tiene como referencia al individuo en tanto que individuo, y, por extensión, a la familia e incluso al grupo, es el ámbito en el que cabe registrar la mayor proximidad entre la moralidad humana y el comportamiento animal. Tales normas de conducta, innatas unas, aprendidas otras, constituyen un aspecto del comportamiento moral del ser humano en el que la perspectiva etológica puede resultar de todo punto necesaria y pertinente».

Desde mi punto de vista, no sólo dicho concepto no es necesario, puesto que no hay que buscar un punto intermedio de conexión entre la conducta etológica y la moralidad, como si, al ser dos planos abstractos, tuviera que encontrarse el camino que lleva de uno a otro, como un «atajo»; sino que, además, la ética, como consideración de las acciones de los hombres desde una perspectiva distributiva, es aún más abstracta o está «más alejada» de la materia de las conductas animales que la propia moral, ya que la perspectiva ética sólo puede surgir del conflicto entre diversos grupos humanos, cuando la perspectiva moral, por decirlo así, ya está consolidada. La prueba de ello es que «la humanidad», como tal, no existe, y sí diversos grupos humanos en conflicto, desde alguno de los cuales puede ser llevado a cabo un proyecto político que tenga como horizonte tal idea de humanidad, como Gustavo Bueno ha señalado en diversos lugares.

Si aceptásemos esa «ética no trascendental», también tendríamos que hablar de una «moral no trascendental», pero, ¿por qué hablar de ética y moral en contextos en los que la etología tiene su cierre categorial establecido?

Todo esto tiene que ver con la polémica sobre el amor en la medida en que, de estar funcionando para mi polemista el concepto de «ética subjetiva» o «no trascendental», comprenderíamos por qué se puede amparar en la «selección natural» para justificar la estupidez o irracionalidad, o exigir que una concepción materialista entienda el «amor» como una emoción al servicio de la especie.

Respecto a la profesora Fernández he de decir que me honra cuando se toma tanto interés en buscar las incoherencias que he ido desgranando a lo largo del debate.

No obstante, sería aconsejable que no otorgase tanto valor a la coherencia y se preocupara más por la verdad. En este sentido, me temo que ha confundido la naturaleza de mi intervención en esta polémica cuando considera fuera de lugar llegar al «sinsentido». Nada mejor podría esperarse de un diálogo en el que se demuestra que no se sabe cuál es la esencia del amor o la amistad, como en el Lisis de Platón.

Desde el primer artículo publicado titulado «Del Amor» hasta hoy, hemos ganado bastante, a saber, demostrar la contradicción principal en la que mis dos contendientes se han instalado sin problemas y que resumo así –versión mixta Tresguerres-Fernández–: se dice que el amor es un mecanismo emotivo de carácter biológico necesario que, sin embargo, como nos quita tiempo y produce tristeza, es mejor que, a modo de gripe, lo pasemos lo más rápido posible y, concediendo a la Naturaleza lo que es suyo –al César lo que es del César–, demos por bueno lo que no tiene más remedio que ocurrir; a la vez que, por otro lado, se afirma que la vida de la mayoría de las personas es un rosario de fracasos amorosos que demuestran que el mito de la «media naranja» y el «príncipe azul» es una farsa y que, lo mejor, para no sufrir, es dedicarse a la misma actividad desenfadadamente, sustituyendo el ortograma de la monogamia vitalicia estricta por la monogamia pasajera. ¿En qué quedamos?, ¿por qué es un fracaso vital lo que es natural que ocurra desde sus presupuestos?, ¿puede una ley natural ser burlada mediante los consejos que Tresguerres y Fernández nos revelan?...Si recapacitan se darán cuenta de que sólo desde el mito del «amor eterno» es posible asumir –especialmente con desconsuelo– que existe el error o la equivocación en el proceso de «enamoramiento». «Dar con la persona equivocada», en palabras de Tresguerres, ¿no es suponer que hay una persona «acertada»?

Doy por terminada mi intervención en esta polémica por una razón muy sencilla que Lenin expresó de este modo a Clara Zetkin, hablando sobre cómo el comunismo debía tratar las cuestiones sexuales y del matrimonio:

«Ahora todo el tiempo y todas las energías deben concentrarse en otra cosa. Hay preocupaciones más importantes y más graves.»

 

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