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El Catoblepas, número 13, marzo 2003
  El Catoblepasnúmero 13 • marzo 2003 • página 6
Desde mi atalaya
polémica

Felipe Giménez Pérez,
entre el infantilismo y la senilidad indice de la polémica

José María Laso Prieto

Contestación a la respuesta de Felipe Giménez

Mi amigo Felipe Giménez Pérez tiene, al menos, el mérito de la contumacia, ya que en el nº 12 de El Catoblepas vuelve a insistir en sus manidos tópicos sobre la supuesta senilidad de IU-PCE. Pretende que su virulencia inicial no pretendía criticarme a mí sino al maniqueo que se ha inventado para desahogar sus iras. Se trata de una de tantas falacias suyas, ya que comenzaba afirmando que yo bendecía un supuesto separatismo de IU-PCE. En realidad, aunque comparto, en lo fundamental, la posición favorable al federalismo de IU-PCE, lo hago con matices propios. No tengo tiempo de profundizar en tales matices, y, por ello, me voy a limitar a refutar los «argumentos» de Felipe Giménez. Veámos:

1. La falta de objetividad y templanzas de este «ilustre» filósofo queda muy bien reflejada en su afirmación de que IU-PCE ha caído en «una senilidad decadente absoluta». Su vehemencia en tal acusación hace sospechar que es él el que incurre en tal senilidad, pero ribeteada, paradójicamente, de infantilismo.

2. Es impropia de la actitud de un objetivo filósofo, comenzar sus «razonamientos» con insultos tan groseros como la afirmación de su en «la estupidez de sus dirigentes (de IU-PCE) y de sus secreciones viscosas ideológicas».

3. Es inadmisible que Felipe Giménez sostenga «que no pensó en Cohn-Bendit ni o en nada parecido a la hora de criticar a Laso-PCE». Fue precisamente Cohn-Bendit el primero que habló de «la enfermedad senil del comunismo» y dudo mucho que tal «diagnóstico» sea original de Felipe Giménez. Si desconocía el título de Cohn-Bendit, se trataría de una demostración más de sus inmensas lagunas históricas. Efectivamente, durante nuestra estancia común en Cuba, leí el libro de Furet, El pasado de una ilusión. Felipe Giménez me lo dejó. El caso Furet es muy semejante al de muchos otros renegados del comunismo que, con su ardor de neófitos, lo desmesuran todo. Furet es también un revisionista histórico que niega la especificidad de la Revolución Francesa para englobarla en una supuesta «Revolución Atlántica».

4. Otro sofisma de Felipe Giménez es el siguiente: «Las nacionalidades. ¿Acaso no es cierto que la posición de los comunistas ha variado siempre según la situación? ¿Acaso no es cierto que Stalin y Lenin defienden primero el derecho a la autodeterminación y después en el poder abominan de tal doctrina?» Las abundantes lagunas históricas de Felipe Giménez le hacen ignorar que, una vez que los bolcheviques conquistaron el poder político, Lenin aplicó el derecho a la autodeterminación a los casos de Finlandia y Polonia –que estaban integradas en el Imperio zarista– y ambas naciones consiguieron así su independencia. Por el contrario, Lenin se indignó mucho por la actuación de los dirigentes soviéticos Stalin, Orjonikidze y Djerzinski en Transcaucasia para impedir la autodeterminación de las repúblicas mencheviques de esa zona del Caucaso. Tal proceso histórico lo describe muy bien el historiador israelita Moshe Levin en su obra El último combate de Lenin. En sus duras críticas de los tres dirigentes soviéticos citados, Lenin llegó a escribir que «habían actuado en la forma inadmisible de tres chovinistas gran rusos». Y concluyó afirmando que, por ello, este problema originó la ruptura final de las relaciones entre Lenin y Stalin. Por otra parte, la aplicación, o no, del derecho a la autodeterminación de una nación, o nacionalidad, nunca dependió de que los comunistas estuviesen o no en el poder, sino de si tal aplicación contribuía, o no, a impulsar el proceso de emancipación del proletariado.

5. Felipe Giménez dice, en su nueva Cruzada anticomunista, «si Laso personalmente, subjetivamente, sostiene que la autodeterminación es un error me parece muy bien, pero su partido sostiene ese principio actualmente y muchos PCs lo han sostenido». Nueva demostración de que Felipe Giménez es incapaz de distinguir entre un principio en abstracto y su aplicación a situaciones políticas concretas. Laso respeta el principio de autodeterminación como un principio democrático-burgués, pero, por no ser un principio socialista absoluto, Laso restringe su aplicación a los casos en que tal aplicación sirva para impulsar la emancipación de la clase obrera española en su conjunto. Por ello mismo, no es partidario de aplicarlos al caso de las nacionalidades de Cataluña, Euskadi y Galicia, pues su independencia de España rompería la unidad de la clase obrera española, restándole fuerzas para conseguir su emancipación como clase.

6. Las críticas que, en mi réplica anterior, hice de lo que Felipe Giménez entiende por federalismo no han sido refutadas por éste.

7. Felipe Giménez sigue abordando, con la misma superficialidad que anteriormente, el tema de la teoría marxista sobre la extinción del Estado. Tal y como la abordó Lenin en su obra El Estado y la Revolución, no ha sido factible realizarla en la práctica histórica. Lo ha impedido la acción de la contrarrevolución. Primero, con la rebelión, contra el poder soviético, de las anteriores clases dominantes, después mediante los «ejércitos blancos» apoyados desde el exterior y, más tarde, por la agresión que 14 países imperialistas realizaron contra la joven república soviética. Todo ello obligó a Lenin a formar el Ejército Rojo, a pesar de que no era partidario de un ejército regular sino de una Guardia Roja de proletarios armados. Así, para defender al poder soviético de la contrarrevolución interior y exterior, hubo que reforzar el Estado en vez de extinguirlo. Todo ello, lo justificó Lenin en su trabajo La Revolución debe saber defenderse. Más tarde, el denominado «cordón sanitario» antisoviético, y la «Guerra fría», impusieron nuevos reforzamientos del Estado soviético. Por lo tanto, la actitud de los comunistas acerca de la posible extinción del Estado, y la necesidad de su reforzamiento defensivo, no está determinada por una falsa conciencia, o por un cinismo maquiávelico, como sostiene Felipe Giménez, sino por la necesidad que el poder revolucionario tuvo de defenderse de sus enemigos,

8. Grotesca resulta la «argumentación» de Felipe Giménez, respecto a la lucha de clases, que él arbitrariamente incluye dentro de la categoría general de guerra. Veámos su «razonamiento»:

«3. La guerra. Pero hombre, en 1914 se mostró de forma sobrada que mueven más a las masas las naciones, las patrias, que el internacionalismo proletario. Y la lucha de clases no creo que sea algo muy civilizado cuando se llega a un alto grado de confrontación. ¿Es que es más interesante y positiva una guerra civil que una guerra entre Estados? Siempre había creído que las guerras civiles, como bien dijo Aristóteles, como bien dijo Hobbes, eran lo peor que le podía pasar a un Estado. Pero Laso lo prefiere así. Sí la guerra es la continuación de la política por otros medios, la lucha de clases es una guerra encubierta que los comunistas siempre han procurado fomentar. El marxismo no es un pacifismo. Si la violencia es la partera de la historia, las guerras son las máximas comadronas. Doctrina de la paz para fomentar la guerra de clases o de naciones si fuese necesario.»

Este párrafo de Felipe Giménez resulta un absurdo batiburrillo que mezcla arbitrariamente las contiendas bélicas con la lucha de clases, la opinión de Aristóteles y Hobbes sobre las guerras civiles con la teoría de Marx acerca de la lucha de clases, el papel de la violencia en la historia, las doctrinas de la paz con la actuación de los supuestos incitadores de guerra. Refleja muy bien la gran ignorancia que Felipe Giménez tiene de los conceptos más elementales del marxismo. Si se sale del campo estrictamente filosófico, donde Felipe Giménez puede razonar bien –como lo demuestra su libro La ontología materialista de Gustavo Bueno– Felipe Giménez comete los más absurdos errores. Tan «ilustre» pensador es incapaz de discernir la especificidad de la guerra de la especificidad de la lucha de clases. Felipe Giménez se sitúa en la misma perspectiva de los pensadores reaccionarios que sostienen que la lucha de clases es una invención de los falsos pastores marxistas, que inventaron la lucha de clases para instigar a los proletarios contra los detentadores de la propiedad de los instrumentos de producción. Por el contrario, la lucha de clases es un proceso social objetivo originado por la división de la sociedad entre clases con intereses antagónicos. Lo único que hacen los marxistas es desvelar la existencia de ese proceso objetivo de lucha de clases. No se trata, por lo tanto, de que los marxistas se «inventen» la lucha de clases, ni que fomenten las guerras civiles. Las guerras forman, en consecuencia, parte del papel de la violencia en la historia, que Engels describió magistralmente en su célebre trabajo del mismo título. No se trata, en consecuencia, de ninguna preferencia subjetiva de Laso. Es absurdo que Felipe Giménez califique al marxismo como «doctrina de paz para fomentar la guerra de clases o de naciones si fuera necesario».

9. Otro «argumento» de Felipe Giménez, no menos peregrino que los anteriores es el siguiente: «4. Ahora resulta que la URSS no era la patria del proletariado. El colmo del cinismo comunista. Sin comentarios ulteriores. La capacidad de fabulación de Laso es fantástica». Realmente esta «argumentación» de Felipe Giménez no merece comentario. Ya quedó suficientemente refutada en mi respuesta anterior. Y Felipe Giménez añade: «5. No soy un franquista visceral, pero sí creo que Laso es un estalinista visceral». De aceptarse esta supuesta obligatoria alternativa, optaría por la última. Franco fue traidor a su juramento de lealtad a la República Española y actuó como verdugo del pueblo español durante casi cuarenta años a la par que hizo retroceder al pueblo español a los tiempos del nacional-catolicismo y de la inquisición. Stalin, cualesquiera que fuesen sus errores y sus duras represiones, tiene el mérito histórico de haber contribuido decisivamente a la derrota del nazismo, como actualmente lo reconocen Gorbachov y Schevernadze y hasta un historiador tan antisoviético como fue Zinoviev. Según este último, de no haber sido por la capacidad estratégica de Stalin, y del heroísmo del pueblo soviético, Europa estaría actualmente bajo el dominio nazi. El desarrollo histórico ha justificado las tesis de Stalin como necesarias en aquella época. Sin su forzada y acelerada industrialización de la URSS, y su enérgica dirección militar, la Alemania nazi habría vencido a la Unión Soviética para después dividirse el mundo mediante un pacto con los EEUU.

10. La nula perspicacia política de Felipe Giménez le impide comprender que un federalismo simétrico del Estado español le reforzaría frente a los nacionalismos fraccionalistas, ya que no les concedería más competencias que las que se estipulasen en su Constitución constitutiva. Por eso no la aceptan los nacionalismos separatistas. Sin embargo, tal federalismo simétrico es, a la corta o la larga, la única solución constitucional que garantizará la mayor autonomía territorial con la necesaria unidad de los pueblos actualmente integrados en el Estado español. Su historia común, y sus intereses comunes, acabarán convergiendo en tal solución política, igualmente antitética del centralismo uniformizador como del separatismo disgregador. Es inadmisible, en la presente etapa del desarrollo del pueblo español, disgregar el actual territorio español. No lo aceptaría la gran mayoría de sus habitantes, ni seria congruente –en derecho comparado– con la sentencia del Tribunal Constitucional Canadiense frente al eventual derecho a la separación de los habitantes del territorio de Quebec. Este es un tema sobre el cual no sólo deben pronunciarse los habitantes de tal territorio sino todos los canadienses que, de una u otra forma han contribuido a su prosperidad. De igual forma, todo el conjunto de los pueblos de España contribuyeron al desarrollo de Cataluña, Euskadi y Galicia. Su eventual separación de España no sólo deberían decidirla catalanes, vascos y gallegos, sino todos los españoles.

11. La miopía política de Felipe Giménez le conduce a confundir los eventuales ataques que ha podido recibir de algunos militantes de IU-PCE de su Instituto de Enseñanza Media –seguramente derivados de su subjetivismo y de sus exageraciones políticas– con las posiciones federales de IU-PCE. Sólo la megalomanía de Felipe Giménez le lleva a tal confusión de niveles políticos. Yo lamento mucho que un amigo personal, como muchos años ha sido mío Felipe Giménez, le haya conducido finalmente a incurrir en tal visceral anticomunismo, como el que se refleja en las dos réplicas que ha realizado a mi reseña, publicada en El Catoblepas, de unas jornadas sobre Regionalismo, Nacionalismo, Estado Federal simétrico, Estado Federal asimétrico, &c., celebrada en su momento en Oviedo. En tales Jornadas, participaron también los profesores Francisco Bastida, Juan Trías, Jaime Pastor, Javier Navascués, y el autor de la reseña (José María Laso). De todos ellos, José María Laso fue, precisamente, el más crítico de las posiciones nacionalistas. Paradójicamente, es contra Laso que Felipe Giménez arremete más visceralmente. Sin tener en cuenta que Laso presentó en su día la obra de Felipe Giménez La ontología materialista de Gustavo Bueno –elogiándola debidamente– y se esforzó por que se publicase, en la revista El Zascandil Ilustrado, la comunicación de Felipe Giménez para las Jornadas Filosóficas de Gijón (julio de 2001), Felipe Giménez pretende, no obstante, que «Laso confunde los ataques al PCE con ataques a su persona». También me acusa de contribuir a limitar «su libertad de expresión». En definitiva, no puedo por menos de lamentar que mi amigo Felipe Giménez se haya servido de la citada reseña, para, tomándome como blanco, lanzar una ciega arremetida contra el PCE-IU donde ha vomitado todos los agravios que su subjetivismo atribuye a militantes de IU-PCE de su Instituto. La desproporción causa-efecto no puede ser más evidente. Yo ya dudo de la sindéresis de tal profesor y de su capacidad de mantener cualquier juicio objetivo y equilibrado. Y, ¡de verdad!, lo lamento.

 

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