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El Catoblepas, número 13, marzo 2003
  El Catoblepasnúmero 13 • marzo 2003 • página 22
Libros

El cristianismo primitivo revive
para pedirle cuentas al Papa

José Manuel Rodríguez Pardo

Reseña crítica al libro de Fernando Sánchez Dragó,
Carta de Jesús al Papa, Planeta, Barcelona 2001

La reciente celebración de los dos milenios de existencia de la Iglesia católica ha provocado, como era de esperar, adhesiones y rechazos desde múltiples posturas. Desde los propios religiosos, que se han afanado para conmemorar el comienzo de la Era Cristiana, hasta los mayores detractores del cristianismo, pocos han dejado de expresar sus ideas, sean de la naturaleza que sean.

Sale a colación este memorandum porque el propio autor del libro reseñado aquí, Fernando Sánchez Dragó, lo menciona en sus primeras líneas. En concreto, el libro titulado Carta de Jesús al Papa se compone de tres epístolas dirigidas a tres personalidades diferentes. En la primera, que hace las veces de primer prólogo de la obra, y titulada «Carta del Autor al Lector», expresa su parecer Dragó sobre el catolicismo, un 25 de Julio del año 2000, día de culto jacobeo, el día del Apóstol y en el segundo milenio de existencia de la Iglesia: «Constituye éste, seguramente, la más arraigada, extensa y poderosa impostura de esa ceremonia de la confusión que es, guste o no guste a nuestros próceres, la historia de España. Ni vivo ni muerto estuvo nunca aquí el apóstol de Jesús al que se atribuye, sin que ningún documento lo demuestre o lo insinúe, la predicación del cristianismo en la Península» (pág. 11).

Así, la Iglesia cristiana, al igual que el culto jacobeo, son un cúmulo de imposturas consanguíneas y complementarias: «Su músculo cordial es la concupiscencia, el apetito y deseo desordenados (aunque muy bien organizados) de poder político, económico, social y cultural. Quien se adueña de las conciencias se adueña también del bolsillo de sus usuarios y de los resortes de la colectividad en la que éstos viven» (pág. 13). Ello no obliga, sin embargo, a concebir a Dragó como anticlerical: «No querría que, a la luz de cuanto aquí he expuesto, se me tomara por un comecuras, por un castizo representable del tradicional, achulapado, gritón y bravucón anticlericalismo ibérico. No lo soy. Comparto demasiadas cosas con los sacerdotes, cualesquiera que sean las religiones o iglesias a las que pertenecen, para piafar y encampanarme frente a ellos y, en el caso concreto de la grey católica, esos factores compartidos son, por razones obvias, aún más sólidos, arraigados e importantes. No puedo, en consecuencia, destruirlos, negarlos o renunciar a ellos» (págs. 19-20). Se considera Dragó simplemente «un cómplice revoltoso, desobediente», pero no un protestante (pág. 21).

Tras este primer prólogo, Dragó nos coloca ante una segunda misiva, escrita una semana después, a modo de segundo prólogo, la «Carta del Autor al Papa». En ella declara que no escribe con ánimo de ofensa al Sumo Pontífice, aunque ello no le libra de asertos un tanto extravagantes, referidos a la propia biografía personal del autor. Así, afirma el autor cosas tan curiosas como su aborrecimiento a recibir el sacramento del bautismo sin su consentimiento [sic]. Asimismo, reconoce que practicó un catolicismo declarado hasta los quince años, para despues irse transmutando en un ateo militante y finalmente, tras su estancia en la India durante los años sesenta, abrazar las doctrinas hindúes y budistas (págs. 32 y ss.).

1. La Carta de Jesús al Papa propiamente dicha

Una vez metidos en harina, la «Carta de Jesús al Papa» propiamente dicha comienza con la exigencia de Jesús (interpretado por el propio Sánchez Dragó) al Sumo Pontífice para que acabe con la farsa que ya dura dos mil años: «Te escribo para que reacciones, para que yergas, para que derribes –como cuentan que yo lo hice– los ídolos de un templo en el que sólo hay mercaderes y superchería, para que desenmascares de una vez por todas la superstición, para que no sigas jugando con la credulidad ni con la esperanza del prójimo,[...] para que recuperes, Wojtyla, la dignidad antes de morir –tu hora se acerca– [...] (pág. 53). El premio que ofrece Jesús-Dragó al Pontifex Maximus es suculento: «Si así lo haces, Wojtyla, los Bienaventurados, los boditsavas, los Señores del Éter te premiarán o, mejor dicho, te asignarán lo que en justicia kármica te corresponde» (pág. 54).

Sin embargo, pronto desiste el «auténtico» Cristo en sus intenciones: «Pero no lo harás. Te reporta, y reporta a la multinacional que presides, pingües beneficios: los mismos, más o menos, que quería obtener –y los obtuvo, vaya si los obtuvo– tu antecesor (y precursor) Roncalli al convocar el Segundo Concilio Vaticano y tirar en él, y a partir de él, por la borda lo poco, muy poco, que de verdad, de luz, de filosofía perenne y de misterio numinoso (con ene de numen) quedaba a la sazón en la teoría y la praxis de la Iglesia» (pág. 61).

Evidentemente, Jesús piensa que su biografía ha sido adulterada, y que los evangelistas Lucas, Marcos, Mateo y Juan no escribieron realmente los Evangelios (págs. 66 y ss.). La verdad de Cristo está, para Jesús-Sánchez Dragó, en Oriente: «Ni Dios ni el Diablo existen. ¡Monismo, Wojtyla, monismo! Mal y Bien –demonios y ángeles– son anverso y reverso de una sola moneda, sombra y luz de la misma realidad. La trama del universo es holográfica: el Uno está en el Todo y el Todo está en el Uno. Occidente lo supo y lo olvidó. Oriente no lo ha olvidado» (pág. 71).

Para el autor, el auténtico Jesús se habría relacionado en realidad con los misterios de Isis, Dionisos y Mitra, conocidos por Pablo, fueron utilizados en los «verdaderos» Evangelios. Esto, el Jesús originario se reivindica politeísta y conocedor del budismo gracias a templos de Buda situados en la zona de los esenios. Incluso entre los iniciados de Eleusis, al parecer, figuraba un brahmán hindú. En ese ambiente se habría reencarnado Jesús, siguiendo una teoría con reminiscencias del tiempo eje de Jaspers: en el siglo VI a. c. habrían convivido Pitágoras, Zoroastro, Buda, la filosofía presocrática, &c. (págs. 76 y ss.). Señala asimismo Dragó que Platón fue uno de los más altos budas o cristos de los que se recuerdan (pág. 91). Así, la vida de Jesús, en base a estos precedentes, cambiaría de forma decisiva cuando se marchó de Nazaret a los 18 años para conocer las doctrinas orientales (págs. 146 y ss.).

Por lo tanto, la conclusión fundamental del libelo (como el propio autor lo denomina) es que la Iglesia, a fuer de fraudulenta, es integrista en todas sus versiones, teología de la liberación incluida. Resulta interesante señalar que el libro culmina con una recopilación de algunos prólogos de las obras últimamente publicadas por Dragó. Por ejemplo, destaca el Prólogo a El libro del Génesis. Ed. de Bolsillo, 1998, donde considera al citado libro como el fundador de la historia de Occidente, al tiempo que lo acusa de racismo, causante del pecado original, y maniqueísta, entre otros errores (págs. 285 y ss.).

2. Las Cartas de los críticos de Sánchez Dragó

El libro Carta de Jesús al Papa, como era de esperar, ha suscitado comentarios de todo tipo. Destaca, por su extensión, una respuesta elogiosa de Javier Sanz en la misma editorial en el año 2002, que sigue las líneas argumentativas de Sánchez Dragó, y de la que haremos alguna referencia más adelante. Pero entre los detractores de Dragó, es imposible olvidar que han pedido la palabra los teólogos e historiadores de la Iglesia, que han criticado los múltiples errores historiográficos que incluye la Carta de Jesús al Papa. Por ejemplo, tenemos el caso de José Antonio Galindo Rodrigo, teólogo agustino afincado en Valencia, que ha redactado y publicado una réplica al libro de Sánchez Dragó.{1} El autor, en una entrevista concedica al diario La Razón, señala varias de las múltiples contradicciónes de Dragó:

«'En la página 85 dice que el pecado original no lo inventó Pablo, sino los patriarcas, rabinos, levitas, talmudistas, masoretas y otros que bailaban, pero en la página 103 dice que el pecado original lo inventó Agustín', apunta Galindo, especialista en la obra del santo de Hipona. El agustino dice de sí mismo que 'sólo soy un teólogo de segunda fila', y explica que ha escrito su libro 'no sea que, en estos tiempos de tan baja formación religiosa, alguien vaya a pensar que la Iglesia no contesta porque no tiene respuesta a las invectivas, acusaciones y falsedades del mismo'».{2}

Sánchez Dragó leyó el libro en cuestión, y reconoce que «corrí, alborozado, a la librería más cercana para encargar el opúsculo en cuestión, que estaba, como es lógico en los productos que carecen de demanda, muy mal distribuido. Mi alegría, sin embargo, duró poco: las dos horas escasas, para ser exacto, que me llevó la lectura de un texto ramplón a más no poder, groseramente tautológico, penosamente escrito y de encefalograma plano.Lo único que su autor venía a decir en él es que mis tesis, mis hipótesis, mis teorías y mis datos al respecto de Jesús diferían de los datos, teorías y tesis –hipótesis no existen, por definición, en el seno de las Escrituras– esgrimidos por los Evangelios, y que, en consecuencia, todo lo que yo sostenía era falso».{3}

A tal circunstancia, el agustino recoleto Galindo ha respondido con claridad y contundencia:

«Él mismo [Sánchez Dragó] asegura que los Evangelios no son históricos, y reconoce que todo el mundo está en su contra, incluidos ateos, agnósticos y por supuesto cristianos, que dan por sentada la historicidad de los Evangelios. Cualquier estudioso serio no duda de esto. Su punto básico es que Cristo se fue de Palestina a Egipto e India de niño, y que no fue crucificado, sino apedreado, y huyó después a la India, en donde aprendió y copió nuevas doctrinas politeístas. ¿Pero no aporta ningún documento que pruebe esa tesis! Eso es, además, una barbaridad, que va contra la mentalidad judía de la época, que era monoteísta. Los judíos defendían el monoteísmo desde hacía doscientos años, se mostraban orgullosos de que fueran el único pueblo que defendiera esa doctrina e incluso algunos habían dado su vida por ella, porque era lo que les diferenciaba de los pueblos politeístas. Que Jesús fuera politeísta es absurdo; él lo dice porque se le antoja».{4}

3. El valor de tanta epístola para la Filosofía de la Religión

Según se puede deducir de los variados comentarios que ha provocado el libro de Sánchez Dragó, su valor e interés parece reducirse al ámbito literario, pues los teólogos juzgan la obra como carente de argumentación y base documental. Sin embargo, el que la Carta de Jesús al Papa carezca de base documental no nos conmina a reducirla a simple novela. Sin duda, el formato novelístico es el que más se le ajusta a la obra aquí reseñada, pero no es ni mucho menos el único. Es más, habría que analizar si puede concedérsele cierta beligerancia en el terreno de la Filosofía de la Religión, y no sólo juzgar el libro respecto al intrusismo de Dragó en las parcelas de las «ciencias de la religión» (Teología incluida).

Concretamente, parece que Dragó manifiesta interés por la verdad del fenómeno religioso de forma explícita, como en la cita de la pág. 61 ya referida, cuando afirma que en el Concilio Vaticano Segundo la Iglesia tiró por la borda «lo poco, muy poco, que de verdad, de luz, de filosofía perenne y de misterio numinoso (con ene de numen) quedaba a la sazón en la teoría y la praxis de la Iglesia». Parece entonces que el interés de Dragó está en la verdad de la religión, lo que entonces nos situaría en un plano análogo en el que se mueve Gustavo Bueno en su libro El Animal Divino. El núcleo de esa verdad estaría asimismo en lo numinoso. Sin embargo, las posiciones de Sánchez Dragó no son las de un ateo, sino las de un apasionado de la religiosidad oriental y politeísta. Por lo tanto, sus presupuestos atesoran más bien un carácter religioso, con todas las matizaciones que hay que hacer a esta afirmación y que no dudaremos en afrontar.

Lo más destacable dentro de la posición politeísta de Dragó es que su senda le lleva, como es natural, a considerar como falsa religión al catolicismo, en tanto que supuestamente monoteísta en la actualidad. Algo lógico: para un politeísta, una religión que sólo concede existencia a un Dios tiene que ser vista como falsa. Y, en un alarde de perspicacia, señala Dragó la falsedad de tal doctrina en base a los elementos paganos que Jesús encuentra en la religión católica, que negarían el presunto monoteísmo de los católicos: «¿Debería recordarte, hijo mío, que el culto a las reliquias, así como el de exvotos, procede del paganismo y de las tradiciones orientales, pero no guarda relación alguna con el judaísmo ni con el ámbito cultural y espiritual en el que vegeta, al menos teóricamente, la religión que predicas?» (pág. 119).

También Cristo-Dragó advierte al Papa que «la mariolatría tiene hoy mucho más peso en el cristianismo que la cristología, sobre todo en los países que un día fueron paganos (como el de mi escriba, sin ir más lejos). Mi madre, en esa zona del mundo, me ha desbancado y destronado», poniendo como ejemplos la Semana Santa de Sevilla y el término onubense de Almonte durante el rocío (pág. 213). Asimismo, dogmas como el de la Trinidad no serían formulados hasta el siglo IV (pág. 161), por lo que el Dios cristiano acabaría siendo falsamente monoteísta: «Yavé y Alá son dioses de raza. Los dioses del politeísmo (y también muchos de los santos del cristianismo: todos los que, biográfica e históricamente, nunca existieron. Vale decir: la mayor parte de los que figuran y repican –una farsa más, una certeza menos– en la procesión del catálogo de tu santoral) son, en cambio, dioses de función» (pág. 175).

Curioso resulta que Dragó, una vez transmutado en un Cristo politeísta, intente proyectar sobre el catolicismo las ideas básicas del cristianismo primitivo, para así mostrar sus contradicciones (culto a elementos paganos, reliquias, fetichismo, &c.). Sin embargo, ello supone una vuelta a posiciones formalmente similares a las del protestantismo, que atacaba la desvirtuación del mensaje cristiano presuntamente realizada por la Iglesia. Y todo ello ignorando que la Iglesia católica se ha constituido como la gran superación y síntesis de los ritos paganos, el Derecho romano, la filosofía clásica griega y las doctrinas islámicas, entre otras corrientes. Es decir, que el catolicismo acaba cumpliendo la ley inversa del desarrollo de las esferas culturales que formula Gustavo Bueno en El mito de la cultura. Así, el número de esferas culturales disminuye al tiempo que aumenta su complejidad, pues las culturas de carácter imperialista, como el caso del propio catolicismo (defendido en múltiples ocasiones por sociedades políticas como España) irán incorporando determinados rasgos de aquellas culturas que engullen.{5}

Por lo tanto, lo que realmente nos ofrece Sánchez Dragó en su Carta de Jesús al Papa es una reavivación formal de las críticas protestantes contra la Iglesia católica, realizadas desde el supuesto de la pureza del cristianismo primitivo. Sólo que en esta ocasión, en lugar de apelar al Jesús de los Evangelios, Dragó le convierte en un aventajado discípulo de Buda y otros cultos hindúes. Esta añoranza por cultos más arcaicos es llevada aún más allá por su admirador Javier Sanz, llegando al extremo de considerar más interesantes las formas primitivas de religiosidad que el catolicismo: «Vale decir: a partir de que el hombre crea e inventa artificios con lo que le ofrece la naturaleza, es factible presuponer una abstracción de su entorno, plena conciencia de sí mismo, la suposición de elementos intangibles. De ahí a la idea o a la concepción de la idea de Dios hay sólo un paso».{6}

Y efectivamente, es la capacidad del lenguaje articulado y las operaciones prolépticas del hombre lo que permite buena parte del fenómeno religioso, aunque sin despreciar a los númenes de la religiosidad primaria y sus referentes verdaderos, los animales existentes en los períodos prehistóricos, como afirma Gustavo Bueno en El Animal Divino. Sin embargo, la memoria le traiciona a Javier Sanz al suponer que las religiones primitivas ya poseen una Idea tan abstracta y tan compleja como la de un Dios monoteísta. Idea que requiere de un complejo proceso histórico que nos colocaría en la religiosidad terciaria y en la antesala del ateísmo, situación a la que ni Sanz ni Dragó son ajenos, muy a su pesar.

Otro ejemplo de la obsesión por el cristianismo primitivo se percibe también cuando Cristo-Dragó, en un alarde de espíritu inquisitorial (en el sentido de inquirir, acusar) acusa al Papa de no haberse leído la Biblia, pues le «asalta la sospecha de que ni tú ni nadie ha leído jamás el libraco en cuestión, de igual forma que nadie, seguramente, ha conseguido pasar de las primeras y plúmbeas páginas de El Capital [...]» (pág. 106). También en el prólogo ya citado de El libro del Génesis culpa a la Biblia (y al catolicismo por extensión) de los grandes genocidios de la humanidad, tratando de mezclar ahí también al catolicismo con el cristianismo primitivo. Posición nuevamente absurda, pues nunca la Iglesia ha presumido de interpretar literalmente la Biblia, sino de analizarla de forma alegórica, en base a la doctrina de los géneros literarios. Sólo los protestantes tomarían al pie de la letra la Biblia y todo su rigorismo moral, operación opuesta a la de la Iglesia. Por ejemplo, sentencias famosas de la Biblia como el Si manus tua dextera scandalizat te, abscinde eam, et projice abste («Si tu mano derecha te escandaliza, córtala, y aléjala) ha de tomarse en sentido alegórico, como motivo de reprimendas, pero no como coartada para la dolorosa emasculación.{7}

Por lo tanto, y a pesar de concederle beligerancia en cierto grado al libro de Sánchez Dragó, no debemos dejar de resaltar que tanto él como Javier Sanz creen encontrar algo «trascendente» en las religiones orientales y las primitivas, algo que les aleja de la falsedad del catolicismo y el «materialismo» [sic] que tanto aqueja hoy a la civilización occidental. Bueno será para ellos que pierdan su rastro en su añorado Oriente. Así acabarán olvidando que su feliz llegada al paraíso oriental se produjo, precisamente, gracias al cristianismo que acudió a evangelizar Oriente, y al que tanto parecen menospreciar por inauténtico y alejado de sus raíces. Y es que debido a ese «olvido» de sus raíces, el cristianismo dejó de ser la secta del pueblo elegido, los judíos, y se convirtió en una religión con auténtica pretensión de universalidad, heredera de la filosofía griega, del Imperio Romano y de todo lo heredable de la civilización occidental, capaz de aglutinar y superar a los más variados cultos, incluidos los estáticos y plegados en sí mismos, como los orientales. No esperamos que Dragó llegué a comprender esta afirmación, pero sí a que, una vez alcanzado su particular nirvana, descanse con él su pluma, antes de emborronar cuartillas para mostrar su incomprensión sobre el catolicismo.

Notas

{1} José Antonio Galindo Rodrigo, Falsedades de la «Carta de Jesús al Papa». Edicep, Valencia 2001.

{2} «Sánchez Dragó tacha al Papa de 'idiota, cínico, hipócrita y tramposo'», en La Razón, 09/01/2002.

{3} Fernando Sánchez Dragó, «Epílogo» a Javier Sanz, Respuesta a la Carta de Jesús al Papa. Planeta, Barcelona 2002, págs. 242-243.

{4} «Sánchez Dragó está empeñado en que Cristo sea como él, y eso es egolatría», en La Razón, 16/06/2002.

{5} Gustavo Bueno, El mito de la cultura, Prensa Ibérica, Barcelona 1996, págs. 187 y ss.

{6} Javier Sanz, Respuesta a la Carta de Jesús al Papa, Planeta, Barcelona 2002, págs. 40-41

{7} Marcos de Santa Teresa, Compendio de Moral Salmaticense según la mente del Angélico Doctor. Imprensa de José de Rada 1805. Primera parte, Tratado primero, pág. 5. Disponible en http://www.filosofia.org/mor/cms/cms1003b.htm

 

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