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El Catoblepas, número 14, abril 2003
  El Catoblepasnúmero 14 • abril 2003 • página 22
Libros

El hombre de La Bolsa
y la actualidad argentina

Sigfrido Samet Letichevsky

Actualidad de la novela La Bolsa, de Julián Martel (José María Miró 1867-1896), cuando ha pasado más de un siglo desde su publicación

El tema de la novela La Bolsa, de Julián Martel, es la especulación en la Bolsa de Buenos Aires previa al crack de 1889. Se publicó en 1891 en «La Nación», en forma de folletín, y tuvo varias reediciones, v.gr., la de 1898, prologada por Julio Piquet, la de 1946 (Editorial Estrada) con prólogo de Adolfo Mitre, y la de 1981 (Editorial de Belgrano) prologada por Osvaldo Pellettieri, que es la que comentamos. Forma parte, junto con otras diez novelas (de 1890 a 1901) del «ciclo de La Bolsa» como lo denominó Antonio Pagés Larraya («La Nación», 4-5-1947).

Pellettieri recuerda en su prólogo que «En los primeros tiempos de su gobierno (1874-1880), Nicolás Avellaneda se vio obligado a enfrentar una difícil situación económica y, preocupado por el pago de la deuda externa, redujo drásticamente los gastos imponiendo una racionalización administrativa y rebajando los sueldos. Superada la crisis, Avellaneda pudo decir que «sobre el hambre y la sed» de los argentinos había remontado la situación. Las palabras de Avellaneda fueron pronunciadas después de solucionado el problema, y nadie parece haber muerto de hambre ni de sed, pero señalan que la superación de una crisis exige grandes esfuerzos, y suele ser lenta y dolorosa. La que enmarca la novela tuvo lugar en 1889 y, dice Pellettieri: «...Juárez Celman había impuesto a su gestión una tendencia industrialista que se materializó en concesiones incontroladas, en especial en materia ferroviaria. Su liberalismo económico era extremo, en especial el sistema de los llamados bancos «garantidos», que emitían dinero a discreción con el respaldo del gobierno. Al poco tiempo la plaza estaba inundada de billetes debido a la falta de control. Ello determinó una caída del 45%, en la moneda; perdieron los sueldos valor adquisitivo y aumentaron los intereses que se pagaban por los empréstitos.» El parecido con la situación actual de Argentina es notable. Designa como liberalismo a una política industrialista asociada a la emisión descontrolada de dinero. Hoy se llamaría populismo y su paradigma, entre nosotros, fue el peronismo. La emisión monetaria produce una euforia inmediata; como da la sensación de abundancia de dinero (de riqueza!), alienta la inversión en empresas y la ocupación de personal. Pero pronto hace subir los precios y la inflación se autoacelera hasta llegar al crack. Las inversiones realizadas resultan entonces inútiles: se ha malgastado el capital. Si la política inflacionaria va unida al proteccionismo arancelario (como sucedió en el peronismo) la destrucción de capital se potencia al máximo. También en 1889 «aumentaron los intereses que se pagaban por los empréstitos» pues los prestamistas sabían que en un país en el que no se controla la emisión y el equilibrio presupuestario el riesgo crece rápidamente. Martel «realiza una descripción emocional de la crisis, mostrando a la Bolsa –en la cual se dice que tentó suerte con mal resultado– como una de las principales culpables de la decadencia (...) no es capaz de desentrañar las causas de la situación que vive la ciudad, se le escapa «lo invisible». Lo mismo sucede hoy a tantos argentinos que protestan con razón, y que responsabilizan con razón a los políticos... a los que apoyaron mientras duró la orgía del despilfarro. En la página 149 hay un diálogo muy familiar a todo argentino:

«Se trataba de que Arnel diese un empleo en su ministerio a un sobrino del ingeniero Zolé, muchacho despierto, que había vivado al gobierno a la luz de los faroles de papel con que en otro tiempo abrían su marcha las manifestaciones callejeras, faroles encendidos a iniciativa de un boticario popular.
—La cuestión es que no hay vacantes. Al contrario, está el ministerio lleno de supernumerarios que no tienen nada que hacer.
—No importa, siempre habrá espacio para meter uno más.
El ministro prometía hacer lo posible. Después, y ante la insistencia del ingeniero, dijo que se crearía un puesto para el sobrino, con buen sueldo y ningún trabajo salvo el muy poco que para disimular se le daría.»

De entrada se ve que varios personajes, como el Dr. Glow y Miguelín, son antisemitas. Dice (pág. 44): «Y Glow habló pestes de los judíos». Esto haría pensar que no es la actitud del autor. Pero en pág. 52 dice: «Vestía con el lujo charro del judío, el cual nunca puede llegar a adquirir la noble distinción que caracteriza al hombre de la raza aria, su antagonista.». Y el individuo que describe es un tratante de blancas.

El Dr. Glow (pág.120) «dijo que los judíos le eran tan repugnantes que daría cualquier cosa por no tener que tratar con ellos. «Me sublevan, me inspiran asco, horror.» En pág. 125 Granulillo salió a la defensa de los judíos. Mientras que Glow repite estereotipos y toma sus ejemplos de Edouard Dumont (La France Juive, 1886) Granulillo, cuando Glow dice (pág. 130): «–¿Por qué no trabaja el judío? ¿Por qué hacía alarde de no haber empuñado nunca el arado, de no haber sido nunca agricultor, ni haber ejercido jamás ninguna profesión útil? Vampiros de la sociedad moderna, su oficio es chuparle la sangre» --decía el doctor manoteando–. Él es quien fomenta la especulación, quien aprovecha el trabajo de los demás... Banquero, prestamista, especulador, nunca ha sobresalido en las letras, en las ciencias, en las artes, porque carece de la nobleza de alma necesaria, porque le falta el ideal generoso que alienta al poeta, al artista, al sabio... ¡Y la raza semita, arrastrándose siempre como la culebra, vencerá, sin embargo, a la raza aria!», lo refuta citando numerosos escritores, artistas y filósofos judíos, antiguos y modernos. Como dice Pellettieri, «en 1888 entraron 8 familias judías y al año siguiente 136 y casi todos se fueron al interior, que mal podían ser responsables de los problemas que preocupaban a Martel.» La actitud de Glow es irracional, como la de todo antisemita. En cambio Granulillo, al apoyar a los judíos, utiliza solo argumentos racionales. No obstante, en la novela Granulillo es un sinvergüenza. Para Pellettieri «otra característica de La Bolsa, es su esquemática división de los personajes en buenos y malos.» Pero el Dr. Glow es el paradigma de la honestidad en la fachada que muestra y que tal vez él mismo crea. Cuando se manda una perorata moralista (págs. 122-123), Granulillo no despega los labios, hasta el momento en que le dice: «-Así son ustedes los oradores. Acostumbrados a entusiasmarse en falso para encontrar inspiración, su patriotismo se hace ficticio a la larga...» O sea que, en el fondo, Glow era un farsante, moralmente igual o peor que Granulillo. Perdida su fortuna (especulando, que es como primero la ganó) y estafado por socios que no eran más que delincuentes, apela a un último recurso para pagar sus deudas y «salvar» así su honor: apostar fraudulentamente en una carrera de caballos preparada (un tongo). Estafar no es deshonroso, siempre que no se sepa.

Martel describe un Buenos Aires de coches tirados por caballos, con un puerto en el que los viajeros embarcan en botes, que los trasladan hasta los barcos. Y aunque menciona (pág. 30) «los tendidos hilos del teléfono», no los hay en las casas, y habla (pág. 215) de «ráfagas de luz eléctrica», pero la iluminación en el hogar, incluso en los palacios, era todavía a gas. En pág. 86, Glow ordena encender todas las luces de la casa.

«Después de dar esta orden, Glow se dejó caer en el primer sillón que encontró a tientas en la oscuridad. A poco vio entrar una sombra, oyó castañetear maderas, raspar fósforos y de repente...»

«¡Oh! ¡cómo brotó de aquel caos de tinieblas aquel mundo maravilloso! El fámulo, encaramado en lo alto de su escalerilla, encendía, una a una, las bujías de porcelana de la gran araña central. Parecía, allá arriba, un dios de frac a cuya evocación iba surgiendo un universo de preciosidades.»

Pero estos son excesos que su mujer le reprocha. Le dice (pág. 94): «–¿Estás loco, Luis? ¿Todavía sigues en la empresa de iluminar la casa diariamente, con escándalo de los vecinos que nos tendrán por unos grandísimos deschavetados?»

La placidez colonial empieza a ser perturbada por la dinamización del comercio, la aparición de novedades y la llegada de inmigrantes. Son cambios que angustian al espíritu conservador, y Martel, como muchos otros, solo percibe sus aspectos negativos y los atribuye a la invasión de extranjeros y en especial de judíos. La novela gira alrededor de un grupo de especuladores que eran además, delincuentes. La inmigración, el crecimiento demográfico, aumentó el mercado interno y la producción, lo que tonificó las imprescindibles estructuras de financiación, en especial Bancos y Bolsa.

Una vez arruinado, Glow dice (pág. 179):

«¿No he procedido mal empleando en perjuicio de la comunidad unas fuerzas que hubiera podido usar en su servicio? ¿No la he vulnerado contribuyendo a fomentar la especulación, cáncer gravísimo de cuyos fatales efectos recién puedo darme cuenta ahora? Este derrumbe general, que a tantos ha hecho víctimas a la par que a mi, ¿no querrá decir que nuestra abundancia era ficticia, y que los que hemos contribuido a crearla somos culpables del crimen de lesa patria? Si, el bolsista, el especulador, es un infame traidor a la patria, porque en vez de beneficiarla la perjudica, porque tarde o temprano ocasiona su ruina!»

El juego de Bolsa (prescindiendo de las estafas) es el mecanismo de captación y asignación de recursos para las empresas. Las inversiones más riesgosas son las que, si tienen éxito, son las más rentables (y las que más estimulan la innovación). Cada cual decide el riesgo que acepta correr. Pero la especulación desenfrenada es estimulada por la política emisionista al dar la sensación de abundancia de dinero («nuestra abundancia era ficticia») y a la vez deformar la estructura de precios que orientan la asignación de recursos. Ante las jeremiadas místicas de Glow acerca de la Bolsa, su interlocutor dice (pág. 201) una de las pocas cosas sensatas a nivel teórico, que aparecen en la novela: «Zolé dijo que la Bolsa era una institución necesaria, pero falseada por la ambición y el desenfreno: «Es benéfica para el comercio, que tiene con ella una brújula segura.»

Pellettieri ve como acierto de Martel «su trabajo con el habla de sus personajes». Usan palabras como sobretodo (por abrigo), mozo (por camarero), pararse (por ponerse de pie), saco (por chaqueta), género (por tela), tal como se siguen usando hoy. Pero, al menos las dos primeras, las empleó con el mismo sentido Mariano José de Larra en 1832. No hay en la novela un solo caso de voseo (la familiaridad se expresa con el tuteo), ni de palabras lunfardas, que comenzaban a introducirse en el habla porteña hacia la época de su publicación. En pág. 153 describe un desfile de coches en dirección a Palermo. «Los paseantes burgueses que van a respirar un poco de aire (...) se detienen absortos a contemplar la avalancha de carruajes que desemboca por la Avenida Alvear. (...) ¡Pobres burgueses! Mozos de tienda, de almacén, empleadillos de todas clases...» Es obvio que el significado de burgués ha cambiado. El que utiliza Martel es el original y el único preciso. De paso, por las calles y edificios que menciona, se percibe que, aunque de entonces a hoy la población se multiplicó por 50, la estructura urbana se mantiene, de la misma manera que el aluvión de italianos, polacos, rusos, franceses (además de españoles) se organizaron sobre las pautas de la pequeña población original y mantiene la estructura lingüística, con solo agregados léxicos. Una última observación factual: hacia 1940 los escolares usaban zapatillas blancas y como se agrisaban con el uso, solía blanquearlas con una suspensión de albayalde. Pero Martel dice (pág. 234): «Era raro ver un par de ojos que no estuviesen artificialmente agrandados por el pincel, ni mejillas que no desapareciesen bajo una capa de polvos o albayalde.» Probablemente en ese entonces la vida era generalmente demasiado breve como para percibir que el contacto de sales de plomo con la piel contribuía a acortarla.

Es, como dicen los comentaristas, una novela que quiere ser naturalista, aunque conserva muchos elementos románticos. Más que a la influencia de Zola, las reflexiones intercaladas evocan a Balzac. Julián Martel (cuyo verdadero nombre fue José María Miró) nació en Buenos Aires el 2 de Junio de 1867. Publicó su novela a los 24 años, y murió tísico en Buenos Aires el 9 de Diciembre de 1896.

Como dice Pellettieri, «es posible que cumpla a la perfección su papel de mostrar las limitaciones de los escritores del 90 para comprender la realidad». Somos herederos de esas limitaciones. Tal vez el revisarlas hoy, en una situación análoga, pero mucho más grave, nos ayude a aplicar el análisis y la autocrítica imprescindibles para comprenderla y poder llegar a superarla.

 

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