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El Catoblepas, número 15, mayo 2003
  El Catoblepasnúmero 15 • mayo 2003 • página 14
polémica

Fiat Lux! indice de la polémica

Sigfrido Samet Letichevsky

Respuesta a la bienvenida crítica de José Manuel Rodríguez Pardo
(«Ideología e Irenismo») a mi artículo («Ideología y cambio real»)

Las teorías nos ayudan a movernos en la realidad física y las ideologías en la política y social. Pero ninguna de ellas es la realidad misma ni su «reflejo». La adhesión acrítica a una ideología implica falta de ideas, y si la ideología logra imponerse, sus consecuencias son casi siempre retrógradas. En el caso del conflicto palestino-israelí, es imprescindible buscar el camino de la alianza fraternal y la construcción pacífica.

Cierta vez Freud dijo que de la discusión no nace la luz, sino las peleas. Pero yo creo que entre personas bienintencionadas –y doy por sentado que los lectores y colaboradores de El Catoblepas lo son– la discusión, la crítica basada en argumentos, es la única manera de mejorar las creencias (sobre todo las propias). Si escribo de una manera que se podría llamar provocativa, es precisamente para alentar críticas, que agradezco a José Manuel Rodríguez Pardo al igual que sus valiosos comentarios. Tiene razón al decir que las divergencias son deseables y también en que mis opiniones son diferentes «de las de otros autores que aquí publican». Pero no creo seguir «líneas doctrinales». Cuando a Benjamín Disraeli se le preguntó si era conservador o radical, respondió: «Soy conservador con lo bueno y radical con lo malo.»

Ideología e intelectuales

JMRP me atribuye la tesis de que «Las ideologías no son un factor de cambio de la Historia». No fue mi intención decir nada parecido. Como dijo Stalin, cuando las ideas prenden en las masas, se transforman en fuerzas reales (y espero que mi acuerdo con Stalin en este punto no me haga aparecer como seguidor de su «línea doctrinal»). La fuerza de la opinión pública sostiene unos gobiernos y hace caer a otros (a veces utilizando mecanismos políticos y otras la violencia). Cambiar un equipo gobernante suele ser buscar mejores administradores. Cambiar (radicalmente) de «sistema» es destruir el complejo y delicado tejido social, despreciando la experiencia acumulada y reemplazándola por las elucubraciones de iluminados. Los resultados son casi siempre opuestos a lo buscado (como ejemplificó todo el bloque «socialista», Cuba incluida). Incluso la Revolución Francesa inspirada por los ideólogos fue en si misma un fracaso (que dio lugar al romanticismo, que a su vez desembocó en varios cauces, entre ellos el fascismo, nazismo y comunismo). Las ideologías son un factor de cambio, pero en un sentido opuesto al que se proponen.

Tiene razón JMRP al decir que «es necesario establecer una conceptualización precisa (...) sobre lo que puede ser la ideología». Pero no se por qué me atribuye sostener que «las ideologías son un producto mercantil», lo que «no es conmensurable con la religión (...) a no ser que pensemos que Mahoma o Jesucristo eran en realidad unos capitalistas avanzados...» Las ideologías surgen de diversas maneras, pero no son «verdaderas»; sirven como ropaje para ciertos fines, generalmente la conquista o el mantenimiento del poder. La Inquisición no hizo «verdadera» la existencia de Dios, pero sí fue útil al poder del clero y de la monarquía.

Los comentarios de JMRP me parecen muy útiles. Entre otras cosas, indican que probablemente no he logrado expresarme con claridad y me impulsan a intentarlo ahora, aunque sin muchas esperanzas (debido a mis propias limitaciones y a las del espacio disponible).

Para JMRP, la cita de Popper acerca de la responsabilidad de los intelectuales, «es completamente idealista y totalmente confusa...» Dejando aparte la calificación de idealista como juicio de valor –Platón lo fue, y eso no impidió que Whitehead dijera, acertadamente a mi juicio, que toda la filosofía occidental es una glosa de sus ideas– no veo confusión alguna. Hitler difundió la ideología nazi en «Mi lucha» (que le proporcionó suculentos derechos de autor). Pero su consagración tuvo lugar al penetrar en la universidad, cuando gran parte de los profesores y estudiantes le dieron el espaldarazo. En Argentina, el gobierno fascista de Perón (en especial por su populismo, que junto con el nacionalismo son los pilares del fascismo) organizó la destrucción de la economía que, sumada a otros factores, condujo al desastre actual. Sin embargo, casi veinte años después de su defenestración por los militares, fue llamado nuevamente, idealizado por nostálgicos y por una juventud que no había podido conocerlo. Lograr semejante alucinación colectiva (además del natural rechazo al gobierno militar) fue obra, sobre todo, de tres creaciones intelectuales: 1) La publicación de la correspondencia Perón-Cooke, 2) El libro El 45, de Félix Luna, y 3) La película La hora de los hornos, de Solanas y Gettino (que se exhibió clandestinamente).

No pretendo fatigar a los lectores con más ejemplos históricos (como los jacobinos en la Francia del XVIII, o los anabaptistas en el Münster del XVI); espero que los mencionados no dejen dudas acerca de la claridad y honestidad de la cita de Popper.

Dice JMRP que la gente mata «porque tiene unos planes y programas determinados...» Hace pocos días, en Madrid, una doctora acuchilló a varios pacientes. Efectivamente, lo tenía planificado. Pero lo hizo movida por sus creencias paranoicas. Muchas personas tienen creencias de este tipo, o son simplemente sádicas, pero no se atreven a matar (por razones éticas, por temor al castigo, &c.). En 1930 Alemania sufrió la crisis económica de una forma especialmente grave, que se sumó a la frustración del orgullo nacional que significó la pérdida de la I Guerra Mundial. La gente sentía frustración, desesperanza y odio. Dos millones de alemanes encontraron empleo y aprovechamiento de la violencia que el odio generaba, en las S.A. de Röhm. La ideología nazi encauzó el odio sobre todo (pero no exclusivamente) contra los judíos. La ideología nazi (al ser asumida por la mayoría, sin distinción de grupos sociales) llevó a Hitler al poder e hizo de la cacería de judíos una acción «meritoria». Popper no dijo que las ideas matan (pero pudo haberlo dicho metafóricamente): matan los hombres cuando ciertas creencias calan en sus mentes y justifican la destructividad.

«Falsa conciencia»... y la otra

Un par de veces menciona JMRP la «falsa conciencia». ¿Cómo es la otra? La mayoría de las personas reconoce la existencia de la realidad objetiva. Pero esta no «nos es dada», como creía Engels (y concordaba Lenin en su lamentable «Materialismo y Empiriocriticismo»). El único contacto que tenemos con la realidad es a través de nuestros pocos, pobres y limitados sentidos. Nos transmiten sensaciones desencadenadas por parte de la realidad (los científicos creen que tal vez el 90% es «materia oscura») que nuestro cerebro interpreta. Y para más INRI, según creen ahora muchos científicos y filósofos, el cerebro humano no tiene la posibilidad de captar cabalmente la realidad: no podemos comprender, representar mentalmente, la estructura del Universo. El funcionamiento de nuestro cerebro es el resultado de una evolución que favoreció las estructuras adecuadas para la supervivencia en la Tierra, de modo que podemos captar poco más de lo que tiene interés biológico.

Un recién nacido tiene sentidos, pero exceptuando el «conocimiento hereditario», sus percepciones carecen de significado: ve, por ejemplo, manchas de colores, pero no tiene noción de «objetos». Aparentemente los conceptos deberían inducirse de reiteradas percepciones, pero sucede al revés: las percepciones adquieren significado a través de la red conceptual. Quien nunca vio un lince lo verá como un animal, y, más precisamente, como una especie de gato. Gracias a tener conceptos previos puede incorporar la «novedad». Pero a veces debemos enfrentarnos a fenómenos inabarcables por nuestra red conceptual, la cual produce una «falsa conciencia». Esta situación solo se supera si se logra cambiar la red conceptual (o, utilizando el término de Thomas S. Kuhn, el paradigma).

Todo lo que vemos, lo percibimos a través de nuestros esquemas conceptuales previos. En la Edad Media muchas personas cultas consideraban imposible que las antípodas estuvieran pobladas, porque esas personas o animales «se caerían» (hacia «abajo»). Como es sabido, Einstein no hizo ningún «experimento». Su genialidad consistió en ser capaz de abandonar el esquema conceptual clásico e imaginar otro, que resultó mejor.

Lo mismo que en las ciencias naturales sucede en la economía, sociología, política, &c. No hay que confundir ideología con ideas. Las ideologías son sistemas estructurados que a veces son útiles, sobre todo para calmar la angustia que produce la imprevisibilidad de la realidad política y social. Tal vez por eso JMLP dice que «los avances tecnológicos provocan una ventaja del capitalista y una excusa para reducir los salarios y apuntalar el capital respecto al trabajo», a pesar de que la realidad muestra que en Europa, norte de América, Japón y otros países, los trabajadores (cuya vida hace dos siglos era miserable) tienen vivienda, coche, TV, vacaciones, enseñanza, sanidad y jubilación. Y lo que es más: tiempo libre. En El Capital, los ejemplos de Marx se basan en jornadas de 12 horas diarias de lunes a sábado (72 horas semanales) mientras que hoy se trabaja 40 horas semanales (con tendencia a reducirlas a 35). Hace dos siglos en Europa trabajaban los niños (como ahora en Africa y parte de Asia y América Latina), aunque en la fábrica de Owen, uno de los primeros socialistas, solamente diez horas diarias.

Las ideas son los componentes de las ideologías, pero por separado pueden reemplazarse cuando se demuestran falsas o inútiles. En cambio, en un sistema estructurado, el fracaso de algunas ideas obligaría a abandonar el conjunto, la ideología. Eso es muy difícil, porque los individuos que han adherido a una ideología, han comprometido con ella mucho afecto, mucha carga emocional, y, a veces, también intereses. Por eso, frecuentemente, tener ideología es no tener ideas.

Es importante insistir en que no vemos «las cosas como son»: interpretamos nuestras percepciones mediante redes conceptuales –ideologías– previamente aceptadas. Es muy frecuente que, cuando la realidad contradice una ideología, sus fieles seguidores mantengan la ideología y descarten la realidad. Esta tendencia, muy humana, es favorecida por criterios gnoseológicos como la «teoría del reflejo» de Engels (seguida devotamente por Lenin) según la cual nuestras percepciones son un reflejo de la realidad objetiva. Esta teoría induce a creer que lo que percibimos, y por lo tanto lo que creemos (puesto que, como dijimos las percepciones se interpretan según un sistema conceptual, formado por creencias) es la realidad misma. Su aplicación consecuente lleva al idealismo subjetivo (esse = percipi) que cree combatir.

Hace muy bien JMRP en señalar que más de la mitad de la población mundial vive en la pobreza y en ofrecer otros datos acerca de las rentas y su enorme desigualdad. Pero dice que 1/5 de la población mundial «se reparte el 85% de la riqueza, cuando hace treinta años era el 70%». Que el Primer Mundo es cada vez más rico, es evidente. Pero eso no implica que el 3º sea aún más pobre. La riqueza no se «reparte»; se produce o no se produce. Los países más pobres no lo son por ser «explotados» sino por estar marginados del mercado mundial y gobernados por corruptos y genocidas que derrochan en armas el dinero que consiguen. No tienen capital suficiente para despegar. Y encima el primer mundo (en especial EE.UU.) les cierra el acceso a sus mercados mediante aranceles que perjudican también a sus propios ciudadanos. Considero que un objetivo político alcanzable y por el que merece la pena luchar pues sería beneficioso para todos, es la supresión de aranceles de importación en el primer mundo, empezando por los que afectan a los alimentos y materias primas que produce el Tercer Mundo. Recordemos, de paso, que en 1917, siguiendo a J. A. Hobson, Lenin explicó («El imperialismo») que la caída de las tasas de beneficio y salarios que Marx predijo, no se cumplían, debido a la «superexplotación» de las colonias. El objetivo de Lenin –el poder– exigía combatir el reformismo (=puesto que la situación de los trabajadores en el capitalismo iba mejorando, la revolución era innecesaria). Entonces se hablaba de la «aristocracia obrera» que era sobornada. Pero ahora se trata de casi todos los trabajadores. Más aún: al aumentar la productividad, hay cada vez menos trabajadores por unidad de producto; la misma «clase obrera» está desapareciendo, como ya sucedió con el campesinado (a menos que llamemos obreros a los informáticos y a otros especialistas): De paso recordemos que para Hobson y para Lenin, lo característico del imperialismo era el capital financiero (fusión del capital bancario con el industrial) y su exportación a los países subdesarrollados. Pero basta mirar unas estadísticas para comprobar que las empresas norteamericanas, europeas y japonesas, exportan capitales principalmente entre si, y que no es mucho lo que va al tercer mundo. Y que todos los países, pero especialmente el tercer mundo, esperan la llegada de capitales como agua de Mayo.

JMRP dice que «ahora la oposición no es entre capitalistas y proletarios, sino entre ciudadanos de los países desarrollados, que se liberan de la producción, y ciudadanos de los países pobres, que reciben las empresas desmanteladas para producir a bajo coste». No puedo imaginar en qué se basa para afirmar estas cosas (que además son disparatadas, pues la productividad se basa en el aumento de capital por trabajador; con empresas «desmanteladas» la producción sería muy cara aunque los trabajadores ganaran apenas su subsistencia). La clasificación de «naciones capitalistas» y «naciones proletarias» fue la base teórica del fascismo italiano.

Tiene mucha razón al decir que «si la totalidad de la población mundial accediera al modo de vida de los países avanzados, serían necesarios tres planetas Tierra para permitir el ritmo actual de consumo de recursos»: Por eso es imprescindible limitar las poblaciones (en esto me opongo a la opinión de Hayek; creo que el crecimiento demográfico es una de las causas de la pobreza del tercer mundo). Y hay que disminuir el consumo actual de recursos utilizando la ciencia y la tecnología (v. gr.: energía solar, virus sintéticos que consumen anhídrido carbónico y generan energía, uso de organismos genéticamente modificados, con los debidos controles, &c.). Esos problemas son reales pero no excluyen la posibilidad de que «las colonias (...) llegarán algún día a alcanzar el nivel económico de la metrópoli». Dice que «sabemos que esto no es así, y que no sucederá nunca», sin dar razones de su pesimismo. Flandes fue colonia española y hace tiempo que tiene un nivel de vida muy superior. Canadá, Australia y Nueva Zelanda (para no mencionar a EE.UU.) siguen vinculadas al Imperio Británico y tienen niveles de vida superiores a la metrópoli.

Cuando dice que el comunismo «tenía un proyecto universalista, aplicable a todos los hombres, al contrario del ortograma racista de los nazis, restringido a la raza aria», parece adoptar una actitud ingenua, como sería creer 1) que lo que se dice es la «verdad» (en cuyo caso deberíamos creer que el desquicio mundial y la brutal invasión a Irak se debió al noble deseo de liberar a ese pueblo sometido a un dictador), y 2) aunque el ideólogo esté convencido de su verdad, no sería necesario molestarse en analizar si su proyecto es realizable o no (la URSS no implotó por intervención extranjera, sino por su ineficiencia económica). Los nazis perseguían a los judíos y a los gitanos, homosexuales y enfermos mentales, luego a los eslavos... y, como mostró Hannah Arendt («Los orígenes del totalitarismo») continuaron con los alemanes; la derrota militar les impidió completar la destrucción . En la URSS no se persiguió a los judíos oficialmente (aunque se mató a los más destacados) pero se los perseguía por sionistas. Y Stalin, cuando lo sorprendió la muerte, tenía ya organizada una campaña antisemita que comenzó con la «conspiración de los médicos judíos». Lo esencial del antisemitismo es la persecución y eliminación de seres humanos, no debido a sus acciones, sino por su pertenencia a cierto grupo. Los «judíos» de la URSS eran los «burgueses» y los «kulaks».

Paz en la tierra

No creo que «todos los hombres podían entenderse los unos a los otros algún día» pero sí creo que palestinos e israelíes pueden llegar a entenderse y vivir fraternalmente. Es ahora muy difícil: los atentados habían desaparecido durante el proceso de paz; reaparecieron esporádicamente luego del asesinato de Rabin por un judío fundamentalista, y se disparó con la provocación de Sharon al pasear por la Explanada de las Mezquitas. La extrema derecha israelí se basa en la creencia de ser «el pueblo elegido» y en sus derechos históricos al Gran Israel (lo que requeriría expulsar a los palestinos). Los extremistas palestinos (la otra cara de la misma moneda) pueden manipular a los jóvenes, debido a que estos no tienen trabajo ni futuro, lo que causa desesperación y odio. Si se promoviera un proyecto de cooperación económica y política, de aprovechamiento de sectores complementarios, con importantes inversiones en Palestina (incluso de la UE y de EE.UU.), el terrorismo no desaparecería de la noche a la mañana, pero se reduciría. Y con el desarrollo político de Palestina se entraría, a mi parecer, en el buen camino. Los israelíes no tienen, creo, los mismos objetivos de Sharon y su gente, pero sufren el terrorismo y la constante inseguridad. No saben como terminar con estos problemas y por eso votan a un «hombre fuerte» que dice saberlo. Pero creo que pronto se darán cuenta de su error (ya están sintiendo la degradación económica) y comprenderán que no hay atajos en el duro camino (innecesariamente endurecido por un enfoque ideológico equivocado) que les espera.

Quisiera llamar la atención, acerca de una consecuencia inicial pero importante de este debate. Estoy de acuerdo con las críticas teóricas de Rodríguez Pardo a Perednik, por ejemplo, la inexistencia de «derechos históricos» (si los hubiera, España podría reclamar la posesión de América... o los árabes la de España). Pero no estoy de acuerdo con su conclusión práctica: «Nuestro juicio es que sólo puede acabar con la postración de uno de los contendientes.» En cambio, no acepto los postulados teóricos de Perednik (y aunque no hay duda de que el antisemitismo existe, creo que lo exagera tremendamente; la paranoia es siempre un componente del nacionalismo) pero concuerdo con sus conclusiones prácticas. Las palabras finales de su artículo del nº 15 de El Catoblepas («De Spinoza y otros sionistas olvidados») me alientan a creer que muchos israelíes las suscribirían y me permito transcribirlas para compartir una vez más con todos la emoción que me produjo su lectura:

«Para nosotros la paz es el resultado de transigir, de no aceptar ninguna verdad como absoluta, de no aspirar a cumplir íntegramente nuestros objetivos. Israel siempre ha ofrecido la mano de paz a sus vecinos. No para postrar a nadie, sino para transformar el desierto en un vergel, juntos, árabes y judíos. La paz entre las partes no solo es posible. Es inevitable y será beneficiosa para todos.»

¡Chapeau, amigo Gustavo Daniel!

 

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