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El Catoblepas, número 21, noviembre 2003
  El Catoblepasnúmero 21 • noviembre 2003 • página 9
Artículos

La metáfora amnésica

José Sánchez Tortosa

Toda metáfora necesita saberse metáfora
para tener verdadera fuerza literaria y aún teórica

Toda metáfora necesita saberse metáfora para tener verdadera fuerza literaria y aún teórica. De ahí la radicalidad del pensamiento de Platón, sabedor de que toda palabra o concepto es, en última instancia, metafórico, pues no hay modo de nombrar las cosas (la verdad) más que por medio de palabras, es decir, por medio de otras cosas.

«Así, pues, el que piensa que al dejar un arte por escrito, y, de la misma manera, el que lo recibe, deja algo claro y firme por el hecho de estar en letras, rebosa ingenuidad y, en realidad, desconoce la predicción de Ammón, creyendo que las palabras escritas son algo más, para el que las sabe, que un recordatorio (hypómnēsis){1} de aquellas cosas sobre las que versa la escritura.»{2}

Desde luego que las palabras son un tipo peculiar de cosas. La palabra permite una distancia, una transparencia incluso, de las que las cosas –macizos inexpugnables, sin fisuras ni resquicios, realidades que no pueden ser otra cosa que sí mismas– carecen. Pero, precisamente, lo que hace posible que las palabras tengan esa cualidad es su capacidad de ser nada más (y nada menos) que metáforas, es decir, puro distanciamiento, maleabilidad, posibilidad. En cierto modo también, se trata de su capacidad para ser nada, para ser mentira, pero mentira que se sabe a sí misma, mentira que sabe que toda palabra es, en mayor o menor grado, mentira (en mayor grado mentira cuanto más lo ignore, cuanto más lo olvide,{3} en menor grado cuanto más distancia tome con respecto a sí misma, cuanto menos olvide su condición). Como en todo, la palabra que se toma a sí misma en serio, que olvida su condición de mero subterfugio (a veces maravilloso) para llegar sin llegar, para llegar allí donde no puede llegar, no sólo se aleja más bien que se acerca a lo verdadero, sino que, además, consuma así la estupidez más insolente y, acaso, más peligrosa. La burla del lenguaje con respecto a sí mismo es la fuente de toda belleza literaria, de toda verdad teórica. El imperio de lo solemne somete a las palabras a un miserable destino de simples cosas, incapaces, por ello, de decir nada, pero sin callarse.

El ínclito Rodríguez Zapatero, secretario general del PSOE, ha dado con un hallazgo poético de incalculable valor en mitad de la última (hasta el momento) campaña electoral, que repite el tedio ritual de otro día de elecciones debido al sucio mercadeo post-electoral. La expresión –¡oh maravillas del lenguaje «progresista»!– es: «Hay que votar desde el futuro.» ¿No es grandioso? Dejando a un lado el riesgo de que las jóvenes generaciones o, incluso, las que aún no han nacido, se embarquen en la máquina de Welles y viajen en el tiempo «desde el futuro» hasta el presente y, sin embargo, no le voten a él, la fórmula deja muy bien a las claras la persistente presencia en el imaginario «izquierdista» de determinados dogmas y fantasías que ya los revolucionarios franceses administraron, disparando, por ejemplo, contra los relojes o creando un nuevo calendario como liturgia del fin de la historia, del comienzo de una era nueva, abonada con los cadáveres de los que no creían en el dogma y de los que creían tanto en él que se sacrificaron. Como ya he apuntado en otro lugar,{4} la ideología política de parte a parte (de izquierda a derecha, vamos) se nutre de una idéntica superstición, una ilusión de dirección única pero de al menos aparente doble sentido: la ilusión del pasado (en muchos casos, de un pasado que nunca existió y, siempre, de un pasado que ya no existe) y la ilusión del futuro (o progreso). Conservadores y progresistas, reaccionarios y revolucionarios repiten la misma mentira, propagan (de «propaganda») la misma muerte, la misma metáfora que no sabe que lo es.

Como ya a su manera advirtió Nietzsche{5} –pero incluso mucho antes el gran Teognis de Mégara, que ya sabía que lo mejor para el hombre está fuera del tiempo, fuera de sí mismo– no puede haber más revolución que la del instante presente, la que abre una hendidura de vida en mitad de la muerte, en mitad del tiempo. Acaso por eso sea literalmente imposible. Acaso por eso sea sólo metafórica.

«No después, no al final del infinito tiempo de necias transiciones. El paraíso aquí: el combate es ya, en sí mismo, paraíso. No hay nada más allá de aquello que se toma en un presente suspendido sub specie aeternitatis. (...)
On s'amuse! ¡A divertirse! La política –eso a lo cual los viejos sifilíticos llaman política– saltaba en pedazos. Ningún futuro había en mayo. Placer desnudo del presente, sólo. A eso llamamos revolución. Nada que construir. Sólo, romperlo todo: el buen sentido y las respetables normas lo primero.»{6}

Los torpes balbuceos de nuestros políticos, retóricos, neosofistas e ideólogos insisten una y otra vez en la mentira del tiempo, en memorias y en promesas, en todo lo que no es vida (¿qué formación política no blande como arma ideológica, con la pretensión de apropiárselo, el futuro? ¿Es casual el empeño actual por «recuperar la memoria histórica»? He ahí el doble sentido de la ilusión indicada). El discurso político es hoy mesiánico, teológico, en tanto que teleológico. La idea de «progreso» (como la de «tradición» o «memoria histórica») se sustenta en una concepción finalística de la historia. El presente se justifica por un cierto pasado o por un cierto futuro, ambos diseñados al gusto de la ideología dominante. Walter Benjamin{7} vio que este mesianismo histórico no es un accidente o una anomalía, que todo discurso sobre la historia o es materialista, y se limita al análisis de lo acontecido, o es idealista, y erige sobre el presente la ilusión de un futuro, la reconstrucción de un pasado.

Son éstos tiempos curiosos, en los que el análisis materialista de la historia no parece habernos enseñado mucho, o es sólo que el ser humano consiste en esa persistencia en la ignorancia y la autodestrucción. No se ha tardado demasiado en recuperar ese optimismo ilustrado que aún cree en el «progreso humano», ese optimismo que entró en crisis tras la Gran Guerra (como certificó Freud), recompuesto en el periodo de entreguerras y que debía haber quedado sepultado bajo el nazismo y el stalinismo. Sin embargo, en la actualidad, se repiten las coordenadas que desembocaron en las dos más grandes catástrofes de la historia, concebidas, precisamente, como salvadoras de la historia: nacionalismos atávicos, antisemitismo en las naciones más avanzadas (en Europa muy especialmente, como queda estadísticamente de manifiesto en el último Eurobarómetro sobre la guerra de Irak y la situación en Oriente Medio, 3 de noviembre de 2003, por si no fuera suficiente con el tratamiento que, en general, la prensa europea depara a Israel), indigenismo, fundamentalismo, populismo, demagogia (el mayor de los peligros para la democracia, como muy bien sabía Aristóteles), &c. De nuevo, el reinado de la amnesia. Se nos vuelve a olvidar lo cerca que está de nosotros, lo dentro que está en nosotros, el fascismo.

«Dice Norman Mailer en su reciente libro sobre la guerra de Irak, que el fascismo es la manera natural de vivir. La democracia, entendida a lo grande, sería así la gran corrección que le hacemos a la naturaleza para recortar el fascismo por medio de la cultura y la ciencia. (...) el mal se hace solo, pero el bien hay que hacerlo.»{8}
«¡Audaz mentira!, afirman que el mal es en ellos la excepción...»{9}

Pocas definiciones de revolución (de revolución presente, inmanente, ateológica y ateleológica, metafórica) tan bellas, por su precisión paradójica y su ironía esencial y algo cínica, como la que el Rick's de Casablanca da para librarse de una amante un tanto pesada y ya irreparablemente pasada, antigua:

—¿Dónde estuviste ayer?
—Hace tanto tiempo que ya no me acuerdo.
—¿Qué harás esta noche?
—No hago planes con tanta antelación.

Notas

{1} En contraposición a mnểmē, que alude a la memoria que permite el conocimiento, aquella que, por racional, no puede venir de afuera, hypómnēsis es simple recordatorio de cosas.

{2} Platón, Fedro, 275d, Gredos, trad. de E. Lledó Iñigo.

{3} En el sentido platónico de amnesia.

{4} «El principio de Támiras», El Catoblepas, número 14, abril 2003, página 13.

{5} Por ejemplo, en una carta a Georg Brandes, de mayo de 1888, muy cerca ya de su salida del mundo de los cuerdos: «(...) me limito a pensar en el inmediato mañana –hoy decido lo que mañana voy a hacer, pero para ni un solo día más. Esto puede ser irracional, poco práctico y quizá hasta poco cristiano –aquel predicador de la montaña prohibió precisamente semejante preocupación por el «siguiente día»–, pero a mí me parece filosófico en el más alto grado. concebí por mí mismo mayor respeto del que suelo tenerme cuando comprendí que había cesado de desear sin habérmelo propuesto voluntariamente.»

{6} Albiac, Gabriel, Desde la incertidumbre, Barcelona, Plaza y Janés, 2000, pp. 52-53

{7} Angelus Novus, tesis 6.

{8} Francisco Umbral, Fascismo en Irak, El Mundo, 17 de octubre de 2003.

{9} Duchase, Isidore, conde de Lautréamont, Los cantos de Maldoror, Cátedra, trad.: Manuel Serrat Crespo, Canto II.

 

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