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El Catoblepas, número 25, marzo 2004
  El Catoblepasnúmero 25 • marzo 2004 • página 18
Desde el malecón habanero

Los modelos económicos del Socialismo de Estado y el papel del mercado: aproximaciones desde Cuba

Armando Chaguaceda Noriega

El autor es profesor de Historia de la Universidad de La Habana

La Economía como ciencia que estudia los modos societarios de producción, distribución y consumo pertenece, por razones demasiado obvias, al campo de las llamadas ciencias sociales. Es social no solo porque su objeto de estudio se enmarca en los escenarios civilizados de la convivencia humana (en la naturaleza por ejemplo, las abejas producen, almacenan y consumen pero no planifican, innovan y teorizan sobre el particular) sino porque en su esencia tiene determinado peso la subjetividad, sociohistóricamente condicionada, al bendecir o descalificar determinada practica o escuela económica. Y ello sucede, en ocasiones, al margen de que haya sido palpablemente demostrada la incapacidad o potencialidades de determinada opción u modelo productivo.{1}

Por tanto el carácter objetivo de la economía no solo se expresa en el contenido material de las relaciones que refleja sino que se realiza en la dimensión intersubjetiva donde las nociones y conceptos temporalmente hegemónicos se hacen dominantes sobre cada una de las subjetividades particulares. Lo anteriormente impuesto sirve para recordarnos lo acaecido con un concepto intencionalmente condenado por un lado, tanto por el idealismo revolucionario como por el marxismo dogmático y elevado, por oposición, a categoría universal, eterna e infalible, inherente a la naturaleza social, por los gurúes del capitalismo mundial. Nos referimos al mercado.

No cabe duda que someter a juicio critico el tema del mercado y, además, imbricar esto con el impostergable y difícil análisis a las nociones de transición socialista, se torna hoy poco menos que una herejía. A pesar de la difícil situación económica mundial (en especial de los países del tercer mundo) y de los síntomas de descrédito de las recetas fundamentalistas de la escuela neoliberal, la realidad que se nos presenta es la de un mundo donde el discurso del mercado como agente económico carece de alternativas practicas que rebasen el marco de la denuncia humanista, del llamado a distribuir mas equitativamente las riquezas (generadas paradójicamente dentro de ese mismo mercado) o de eliminar las barreras artificiales y desequilibrios que limitan el acceso de los mas desfavorecidos a los predios mercantiles. El ímpetu de muchos movimientos antiglobalización, los proyectos neopopulistas latinoamericanos o la prolongada batalla en el seno de la OMC para eliminar los subsidios agrícolas en el Norte industrializado, por solo citar algunos ejemplos, no rebasan ese marco referencial.

Entonces cabria comenzar nuestra exposición adelantando una critica al elemento mercantil que permita acercarnos al fenómeno actual del capitalismo, considerando su contradictoria y compleja realidad. Parece algo evidente que lo que Inmanuel Wallerstein denomina el sistema mundo capitalista actual, basado en la sociedad de consumo y la racionalidad moderna, se encuentra en una fase de creciente agotamiento de sus plazos y planos de sustentación. Construido sobre una lógica centro periferia (exhaustivamente desarrollada y perfeccionada desde el siglo XVI) este sistema necesita de una constante expansión para reproducirse, en dimensiones que si bien son a primera vista geográficas, no pueden reducirse a los espacios allende a la frontera de cada sociedad. Todo ello induce a concebir una perspectiva compleja a partir de los cambios de un capitalismo transnacionalizado en el cual la cuota general de ganancia pasa a expresarse a escala mundial, con una composición orgánica heterogénea (en cada una de los sectores económicos) y valores diversos de la cuota de plusvalía, jornal y explotación hacia el interior de los diferentes grupos de naciones y con relación al mercado mundial.

Por ello la crisis actual puede tener innumerables cauces uno de los cuales seria la postergación del desenlace final incrementando a niveles inéditos la expoliación de los recursos naturales del Tercer Mundo (mediante el empleo de la violencia militar) en una virtual recolonización directa al estilo de la aventura iraquí. O incrementar la intensidad de la explotación al interior de las sociedades primermundistas, vía precarización del empleo y aumento de la tecnificación lo que al producir una reducción en la capacidad de compra de las masas podría hacer entrar al sistema en la barrena de un a crisis galopante. Incluso, quizás podríamos esperar una combinación explosiva de factores diversos.

Pero el problema se revela complejo cuando comprendemos que si bien estamos ante una crisis global del sistema capitalista (en tanto incapacidad de sostener un desarrollo perspectivo y armónico de la humanidad) seria incorrecto hablar de crisis genética del modo de producción mercadocentrico, en tanto sus estructuras internas no han caducado y permiten expresar una alta dinámica de las fuerzas productivas. Cuando observamos los resultados sostenidos y crecientes de casi un tercio de la humanidad (ubicado en la región del sudeste asiático y China) vemos que el factor determinante, si bien respaldado por niveles de estabilidad política, alta disciplina laboral e inversión en capital humano, ha sido la introducción de reformas de mercado. Y si a ello se une el descrédito de aquel prototipo de economía hiperestatalizada centralista y extensiva (propia de lo que denomino socialismo de estado) entonces estamos en presencia de un cuadro que se revela complejo no solo para la practica social sino también para la propia teoría marxista.{2}

El problema parece comprensible si resumimos los criterios en dos tesis principales. El capitalismo que es genéticamente eficiente ya que las formas de propiedad y de organización social de la producción que le son inherentes expresan los niveles de producción de riqueza mas dinámicos hasta el momento alcanzados, es globalmente ineficaz , al condenar a ¾ de la población mundial a la pobreza como condición sustentadora de la opulencia primermundista. Por oposición el socialismo de estado, cuyos experimentos económicos clásicos han generado una ineficacia genética que tiende a aumentar conforme el entorno social se complejiza, ha sido capaz de proponer una equidad social global al interior de las naciones donde se ha implantado. Los problemas principales son que

La lógica centro periferia del capitalismo al agudizar los conflictos globales amenaza tanto la propia existencia de este como la de la raza humana.

La economía del socialismo de estado al volverse cada vez mas ineficaz genera menos riqueza y, por tanto, la posibilidad de repartirla, produciéndose un gradual proceso de estancamiento (e incluso regresión) en los niveles de vida alcanzados por la población.

Cada uno de estos desafíos es capaz de tributar por su complejidad y urgente actualidad a la realización de innumerables debates, investigaciones teóricas y aproximaciones empíricos que rebasan el propósito de estas paginas. Por ello propongo pasar al análisis del legado del llamado socialismo de estado a partir de sus modelos organizativos de la economía. Para lograrlo es imprescindible, ante todo, esclarecer los factores fundamentales que condicionaron el fracaso mundial de quienes pretendieron ser una propuesta alternativa al capitalismo durante dos tercios del pasado siglo. Estas causas podríamos resumirlas, en el plano más general, como sigue:

1. Inexistencia de una forma extendida de organización de la propiedad y producción radicalmente nueva, mas socializadas y eficientes que la privada y la estatal. Las formulas ensayadas (que analizaremos posteriormente) no constituyeron estadíos cualitativamente superiores al orden de la economía mercantil.

2. Carencia de mecanismos de retroalimentacion y regulación autónomos de la totalidad social, entendiendo a la misma como un complejo de estructuras y relaciones diversas. Esta situación se revela en las agudas contradicciones entre «esferas» como son: política-economía, política-ideología, ideología-cultura, &c., que se tornan mas álgidas cuanto mas envejece la experiencia histórica.

Quizás incluso podría considerarse una tercera dimensión que partiendo de condicionantes históricas y geopolíticas, se expresa en la inexistencia de un sistema global socialista, por lo que este incluso en su etapa de máximo apogeo y prestigio (sin dudas enmarcada después de la segunda guerra mundial y hasta los inicios de la década del 70) solo logro estructurarse como un sistema mundial. Quiere decir que no pudo pese a su influencia ideológica y poderío militar, configurar un sistema de relaciones económicas y un modelo cultural que derrotaran la hegemonía global del imperialismo alimentado por una periferia de capitalismos dependientes y subdesarrollados. No cabe duda que el carecer de una periferia subdesarrollada factible de expoliar, unido al costo de la ayuda material a los gobiernos y movimientos de liberación aliados fueron factores que elevaron exponencialmente las dificultades a naciones salidas de una devastación bélica masiva (como la URSS del 17 y el 45) e inscritas en un capitalismo de segunda, con fuerte presencias de rezagos fudalizantes, como fue regla general (salvo los casos de la RDA y Checoslovaquia) en prácticamente todas las naciones esteuropeas y asiáticas.

Sin embargo este factor, a mi juicio importante en el desenlace final de los acontecimientos, debe su peso precisamente a la actuación de los dos elementos anteriormente mencionados y no ostenta, en si mismo, un valor determinante. De hecho si la formación económico social socialista hubiera triunfado realmente seria porque brotaría de las entrañas de un capitalismo agonizante que habría llegado al limite de sus capacidad de desarrollar las fuerzas productivas y organizar la convivencia humana. De haber sido así, la soledad de la URSS después de 1917, pese a todas las destrucciones derivadas de la guerra, no hubiese sido tan dramática, al abrirse paso triunfante en el tejido social de sus hostiles vecinos un nuevo y superior modo de producción, distribución y consumo. Así la Inglaterra del siglo 18 no tuvo problemas en sobrevivir y poco a poco asumir la primacía económica mundial a partir de la superioridad de su sistema económico en medio de un mar de feudalismo agonizante. James Watt y Adam Smith dieron a la corona británica (mas que Nelson y Wellington) los pilares sobre los que establecer la orgullosa imagen de un Imperio donde nunca se pondría el sol por casi 200 años.

En el particular análisis que nos ocupa, podemos, metodológicamente, definir dos modelos principales que agruparían, desde las modalidades históricas adoptadas en disímiles escenarios, sus respectivos conjuntos de practica y concepciones económicas. Los mismos son el burocrático economicista y el idealista revolucionario, los cuales sin embargo comparten características comunes (papel del partido de tipo leninista, propiedad estatal mayoritaria, conducción centralizada) y pueden darse mezclados en diversas magnitudes y contextos. Incluso pueden concebirse como momentos diversos en el desarrollo de cualquiera de las naciones que han abrazado este modelo de practica social.

Analicemos primero al modelo burocrático economicista, en el cual la burocracia como grupo se convierte en centro gravitacional de un sistema socioeconómico donde todo se realiza (al menos oficialmente) en los predios del estado. Este constituye, en esencia, una hibridación deforme, donde la política no orienta sino arrastra la economía, que conduce paulatinamente al estancamiento y la desorganización de la lógica económica, la regulación y la regeneración del sistema. Sin embargo es necesario reconocer que en una etapa inicial, cuando se prioriza la inversión este modelo logra, aprovechando el potencial movilizable de entusiasmo y sacrificio en las masas, la acumulación necesaria para el despegue industrial, aun a costa del retraso de la industria productora de bienes de consumo y la agricultura, factor este que se ha repetido en disimiles contextos con alcances, matices y velocidades diferentes. Otro de los elementos que potencia la imagen de éxito de este modelo en etapas primigenias es la elevación de las condiciones básicas de vida de amplios segmentos de la población rural así como de sectores urbanos marginados por un capitalismo atrasado, lastrado con el peso de factores como el latifundio, la insalubridad y el analfabetismo.

Pero, esencialmente, el decursar de este híbrido no conduce sino a una creciente distorsión de la lógica económica y, como es obvio, a una progresiva traslación de su impacto a la esfera social. No es una vía expedita de transito al capitalismo desarrollado porque no crea la figura de propietarios privados, estables y definidos mas allá de ciertos márgenes precarios y, casi siempre, legalmente frágiles. No supera tampoco –no podría hacerlo– el esquema de las relaciones monetario mercantiles en el funcionamiento de una economía nacional insertada en el mercado mundial capitalista, lo que se agrava particularmente en las condiciones de subdesarrollo, con su cuota de lastres objetivos y subjetivos. Los estímulos materiales junto a la conformación de nuevas jerarquías y estamentos sociales reproducen el afán por la tenencia y el consumo de bienes materiales, a pesar de discursos y practicas sociales igualitarias. De hecho existe un mercado de consumo (rígido y poco diversificado), el dinero es medio de pago, acumulación y expresión de valor y costos productivos, y la gente percibe lo monetario -obtenido por vías legales o subterráneas- como medio para garantizar la reproducción de las condiciones de vida.

Pero no es este un mercado estable y ordenado. En este modelo la demanda excede, de forma casi crónica, a la oferta por lo que la venta de las producciones (a despecho de su mala calidad) se encuentra generalmente garantizada. A esta situación el estado responde con un racionamiento cuantitativo (mediante cuotas de productos normados) que garantiza el mínimo de subsistencia alimentaria y reserva el factor «precio alto» para los artículos suntuarios o provenientes de importación como vía de recaudar, al menos, un por ciento de lo erogado. Por ello el impuesto directo no es formula extendida para gravar el ingreso de todos los ciudadanos, sino solo de aquellos que desarrollen actividades fuera de los marcos estatales tales como pequeños propietarios, ciertas categorías de artistas, &c. Con todo, la tendencia de actuación en tiempos de crisis del modelo es a no favorecer la productividad del trabajo, a promover diversos castigos e incentivos político morales poco eficientes, y a producirse aumentos de la liquidez que gravitan sobre las capacidades de compra del ciudadano medio. En ese entorno las empresas buscan sobrevivir (en versión ampliada de la praxis ciudadana) mediante la creación de redes de clientelismo y trueque de productos ajenos a las formulas mercantiles normales, procuran asegurar volúmenes de suministros e insumos mayores a los generalmente necesarios y. como colofón, se generan casos de corrupción, nepotismo y dilapidación constante de los recursos del estado.

Lo que se desarrolla en lo fundamental es una especie de mercantilismo subdesarrollado y retorcido, cual tardío remedo del antiguo colbertismo, que reproduce en su seno los males del mercado y el estado sin promover, eficazmente, las mejores virtudes portadas por ambos ejes estructuradores. De ahí que los modelos económicos clásicos del socialismo de estado sean proyectos para la resistencia, sobrevivencia e inicial despegue de las sociedades revolucionarias, en condiciones de atraso tecnológico, pobreza acumulada y entorno internacional adverso pero se revelen incapaces para transitar a un modelo intensivo de desarrollo, donde las producciones requieren de mayor diversificación y calidad, sobre todo en lo referente a los bienes de consumo y, en general, al uso de artilugios de alta tecnología.

En el modelo burocrático, el trabajo, insuficientemente estimulado por una oferta de consumo rígida, no solo ve reducir su peso como productor de valor sino también su propio valor social formativo. De tal forma muchos trabajadores comienzan a desplazar su atención hacia otras vías paralelas de obtención de recursos, como pueden ser la realización de faenas particulares fuera de la jornada de trabajo reguladas por los precios de oferta y demanda, o el desvío de recursos procedentes del estado para satisfacer necesidades personales vía consumo o para el canje por otros bienes y servicios necesarios. Es por eso que el consumo individual –que no puede ser el centro pero tampoco la periferia de cualquier concepto socialista de calidad de vida– se mantiene junto con el salario a niveles mayoritariamente bajos, lo cual si bien es relativamente compensado con las coberturas básicas de la inversión y consumo sociales y de seguridad, tiende a favorecer la corrupción, el robo al estado y, en general, diversas manifestaciones de ilegalidad.

Todo ello se ve íntimamente relacionado con el papel ejercido por la burocracia (a quien defino como el sector ubicado en la dirección política profesional, la conducción de los aparatos ideológicos del estado y la administración de sus entidades económicas) limitando la autonomía empresarial, la iniciativa de base y en general la creatividad humana.{3} Ello sucede no porque los integrantes de este grupo lo deseen a título individual o por mala fe, sino porque la estructura económica hipercentralizada y la intervención directa donde el peso de los criterios extraeconómicos disminuyen el alcance de cualquier intento de regulación racional –como podría ser el caso de la planificación indicativa– así lo propician. Precisamente por ello la burocracia socialista clásica podrá actuar con o contra el mercado, pero siempre sobre y no desde el mismo, rechazando someterse a sus reglas de juego. Cuando esto sucede estamos en presencia de otros modelos transicionales, propios de los experimentos reformistas asiáticos que ya no caben cabalmente dentro del modelo estatista clásico sino que se dirigen a la estructuración de otro proyecto, aun indefinido, de sociedad.

Por otro lado creo que todos conocemos el modelo idealista revolucionario y sus manifestaciones. Pertenece esencialmente a la etapa joven de las revoluciones radicales (como la rusa, la china y la cubana) y deriva de una combinación de factores objetivos –deseo de avanzar rápidamente, necesidad de destruir las fuerzas internas del capitalismo desplazado– y subjetivos, –anhelo por enterrar las relaciones sociales pertenecientes al antiguo régimen, portadoras de una carga de explotación, desigualdad y discriminación– lo cual le da atractivo y capacidad de convocatoria. Apela a la moral y el sacrificio colectivos como forma de lograr un nuevo tipo de comportamiento caracterizado por el heroísmo constante y cotidiano, que supere la épica de las batallas pre-revolucionarias. La mística de los liderazgos revolucionarios, legitimados desde su interacción con masas altamente politizadas y convertidas –por vez primera en muchas generaciones– en protagonistas activos que superan los prejuicios, incultura y complejos inculcados durante siglos, son terreno favorable para la difusión de este tipo de organización y comportamiento en los predios económicos. Pero es en el terreno de la racionalidad económica -comprender la importancia de los costos, utilizar los instrumentos monetarios como medidas de valor y retribución personal- así como en el desafío de resolver necesidades cotidianas de una sociedad cada vez mas desarrollada -y por tanto descentralizada y compleja- más cercana a un concierto de individualidades que a un campamento militar, donde fracasa este modelo. Es sintomático, si tomamos experiencias de nuestra cotidianeidad, que al preguntársele a miembros de generaciones fundacionales sobre la realización de su proyecto de vida y la correspondencia de las nuevas realidades con los sueños de su juventud la respuesta, amen de no ser homogénea, es casi siempre portadora de determinadas cuotas de frustración o inconformidad.{4}

A pesar de ello, sería un acto deshonesto desconocer que los intentos de instaurar una socialidad radicalmente nueva, ajena a la lógica mercantil, pueden cosechar grandes resultados, sobre todo en las etapas iniciales pletóricas de entusiasmo revolucionario. Ese éxito se aprecia en el cumplimiento de grandes tareas sociales como las campañas de alfabetización, salubridad y atención social, o en la creación de una base técnico material y el capital humano en sectores tan disimiles como la industria básica, las ciencias o el deporte. De esa forma enormes déficits acumulados que no serian resueltos por los mecanismos tradicionales del mercado, son reducidos o eliminados nivelándose bastante la diferencia entre aquellos grupos sociales y regiones mas desfavorecidas y los privilegiados, acumulándose recursos básicos para la diversificación y el despegue económicos y promoviendo una cultura de la solidaridad, la dignidad humana y los derechos básicos socialmente extendidos, todo lo cual son enormes logros de estas revoluciones que no es posible –a menos que se opere bajo el signo de la mala fe– descalificar. Estamos en presencia de un intento consciente y masivo de subvertir las estructuras y modos de vivir heredados y conducir racionalmente la nueva totalidad social. Veremos como se logra, en lo fundamental lo primero, en tanto se fracasará en lo segundo.

Reflexionar socialmente sobre el particular implica demasiadas pasiones y frustraciones personales como para pretender que el debate transcurra sin mayores repercusiones. Pero tenemos ya un expediente histórico lo suficientemente extenso y diversificado como para poder sacar las lecciones pertinentes. En primer lugar, hay que reconocer que la implantación de modelos económicos reacios a utilizar las categorías monetario mercantiles, incluso apelando al entusiasmo de las masas, ha fracasado a la larga por la inexistencia de mecanismos de regulación, gestión autónoma y medidas de costo y valor que al nivel actual del conocimiento y la practica, solo han podido expresarse mediante el signo monetario. De hecho, y aun sin desconocer el peso del atraso acumulado o los daños provocados por sus respectivas guerras civiles, tanto la Rusia soviética como la China Popular eran lo que podemos llamar «naciones continentes» con suficientes recursos como para poder prescindir del comercio exterior con el mundo capitalista, si el nuevo modo de producción hubiese demostrado la superioridad y sostenibilidad. Además contaban con tradiciones arraigadas de colectivismo, y estructura productiva suficientemente simple como para entusiasmar al Lenin de 1918 con la idea de simples aldeanas y rudos obreros aprendiendo el ABC de la administración publica. Y como todos sabemos ello no fue logrado, por lo que los fracasos del Comunismo de Guerra y la organización comunal de los tiempos de Mao acabaron dando lugar a los expedientes de una NEP (lamentablemente inconclusa) y a la reforma china de 1978, rescatando en ambos casos un elemento básico: el mercado.{5}

De hecho, las nuevas formulas de trabajo enarboladas por los dirigentes de las jóvenes revoluciones no anclaron definitiva ni extensamente en el tejido social, lacerando las esperanzas en ellas depositadas. El trabajo voluntario, señalado por Lenin como expresión de la conciencia y socialidad comunistas, al extenderse formalmente como supuesta regularidad, pervirtió la producción en las jornadas normales de trabajo, propiciándose la indisciplina, simulación y el voluntarismo. Por otro lado, el estilo de «trabajo campaña», impulsado por el estado como vía para cumplir metas artificial y apresuradamente impuestas y elevar, supuestamente, el entusiasmo y compromiso político de las masas, a lo sumo sirvió para monitorear la capacidad movilizativa del aparato y condujo a no pocos desastres en la calidad de las obras «concluidas». Este método reveló su capacidad de funcionar únicamente mediante la movilización de inmensos recursos materiales y humanos (al precio de desorganizar el resto de la economía), concentrándolos en unos pocos objetivos con altas dosis de control y voluntad políticas, por lo que es un método incapaz de sostener el lógico desenvolvimiento de una economía moderna, dotada de una dinámica interna autónoma y orientada a la satisfacción de múltiples objetivos sociales.

¿Hacia donde debemos entonces dirigir nuestra mirada en este acercamiento al ya prolongado debate entre socialismo y mercado desde las condiciones de Cuba? Pienso que si aceptamos considerar la sociedad de transición socialista como la última sociedad mercantil, debemos ubicarnos en las necesidades que, a partir de su contexto y en las coyunturas actuales, se le imponen los países del tercer mundo en cualquier intento por remontar las condiciones del subdesarrollo. Estas a mi juicio deben ser:

Desarrollar el capital humano que permita diversificar las producciones orientándolas al sector de crecimiento más dinámico a escala mundial: los servicios.

Alcanzar en los sectores tradicionalmente desarrollados por estos países (agropecuarios, industria extractiva) una eficiencia mayor que la media mundial establecida por productores análogos

Priorizar la inversión de recursos en programas sociales masivos y de impacto apreciable en la cotidianeidad de la gente.

Para lograr estas metas debemos tener en cuenta que el mercado como agente económico no puede ser ni satanizado ni candorosamente considerado como algo carente de la posibilidad de distorsionar la lógica de nuestro proyecto. Porque el mercado comporta un conjunto de riesgos como pueden ser la generación de una ampliación en la brecha de los diferentes ingresos personales, la expansión y desarrollo de la corrupción a todos los niveles (especialmente la vinculada al crimen organizado) y la posible acumulación de diferentes tipos de capital privado distorsionando la naturaleza del proyecto. Eso sin mencionar el impacto de una subida del margen de beneficio de aquellas empresas exitosas que, al insertarse inicialmente en una economía estática de precios rígidos y carencias acumuladas, deficitaria de mecanismos generadores de la competencia, podrían asumir el virtual monopolio de un renglón productivo obteniendo superganancias. Todo este cuadro podría suponer, al menos en los primeros tiempos de transición entre los mecanismos económicos, que junto al real dinamismo y recuperación de la iniciativa dentro de la economía nacional, aparecerán bolsones de desempleo de aquellas entidades incapaces (por sus deficiencias heredadas o por el control del mercado de los «nuevos gigantes») de sobrevivir y desarrollarse en las nuevas reglas el juego.

Presentados de esa manera parece que los peligros de la opción mercantil son excesivos para asumirlos, Sin embargo la simple enumeración de las ventajas nos conmina a considerar los términos apocalípticos. Entre estas estarían:

Incremento de la competitividad de la comunidad empresarial tanto internamente como en su proyección exportadora, desarrollándose la racionalidad y calidad de las producciones.

Diversifica los mecanismos de control económico favoreciendo la planificación indicativa y el uso de incentivos monetario mercantiles

Paulatina activación de las vías de redistribución de riqueza al ciudadano, vía mejora salarial, en proyectos sociales, &c.

Desaparición del andamiaje del robo sistemático y cotidiano al estado, sobre todo en la base. Se acaba el viejo axioma de «la propiedad que por ser de todos no es de nadie" y se desarrolla un efectivo control –e interés– sobre la preservación de los bienes económicos.

Desarrollo de otras formas de propiedad y organización empresarial mas descentralizadas, autónomas y eficientes que las tradicionales, que ofrecen una panoplia mas diversificada de bienes y servicios así como de precios al consumidor.

En nuestro país esta situación se traduciría, a mi juicio, en una economía de servicios sostenida económicamente por una red de PYMES interconectadas tanto por un sistema de relaciones monetario mercantiles como por una legislación clara y cumplible, todo esto en un escenario de estabilidad político social y renovado consenso. A su vez y como columna vertebral del sistema el estado preservaría el control directo –aunque variando los modos de gestión– de aquellos sectores que por el monto de sus ingresos brutos o la naturaleza de sus actividades resulten estratégicos para la nación tales como el níquel, las telecomunicaciones, la producción de energía y sus portadores. Ello conllevaría la potenciación de un amplio sector basado en la pequeña propiedad cooperativa, comunitaria e individual que permitan sostener la calidad en los servicios, la insatisfecha demanda alimenticia y un monto importante de la producciones de la industria ligera, al mejor estilo de las proposiciones anticipadas por Martí para un país agroproductor deseoso de diversificarse. Es comprensible que en esa nueva situación el papel del estado lejos de debilitarse se fortalecería, no a partir de una omnipresencia asfixiante e ineficaz sino de una mayor fiscalización, estimulo productivo y capacidad de concentración en aquellos sectores «locomotoras» de la economía domestica.

No obstante y aunque no es descartable la existencia de nacionales con suficiente capital deseosos de invertirlo en su patria, no seria objetivo favorecer la potenciación de una gran burguesía doméstica, por lo menos en los plazos de un futuro previsible. De hecho, el enorme peso de la oligarquía desplazada a la Florida, interesada en el retorno al status neocolonial, podría utilizar sus recursos financieros para adquirir masivamente activos nacionales directa o mediante la representación de terceros. Además la cultura política cubana siempre ha rechazado la existencia de desigualdades, la polarización social y la acumulación excesiva de riquezas en unos pocos ciudadanos, lo cual –a pesar de la ola conservadora extendida durante el ultimo decenio– se encuentra aun fuertemente inscrita en la mentalidad de la gente. Y considero que la existencia de capital humano, el creciente dominio de las tecnologías de la información y el peso de las PYMES en la economía cubana tornan factible priorizar la extensión de otras formas de organización de la producción y la propiedad, que permitan desechar la formación de un gran capital privado de factura nacional.

Creo que, abandonando el denso terreno de la conceptualización teórica, el objetivo económico del proyecto cubano podría resumirse en alcanzar los modos de hacer cada vez más feliz a mas gente. En ese marco la noción de calidad de vida se inscribe como una superación –no una renuncia– al concepto nivel de vida, elevando la realización espiritual, junto a la satisfacción de las necesidades materiales a escala social e individual. Pero será verdaderamente exitoso un acceso a la mejor producción artística del mundo, la extensión del comportamiento cívico y el dominio de las nuevas tecnologías no solo garantizando el mantenimiento de los teatros, impartiendo turnos de educación cívica o instalación de computadoras en las escuelas. Se precisa también un adecuado sistema de transporte publico, alimentación balanceada y barata, y que la producción nacional de diferentes items –desde la ropa a la vivienda– dé cómo resultado objetos funcionales, estéticamente agradables y de calidad. Solo así se irá cumpliendo la manida ley económica fundamental del socialismo 'a cada cual según su trabajo' expresándose en una creciente socialización de la riqueza y no en la repartición regulada y equitativa de eso que, aun constituyendo un sueño en buena parte del tercer mundo, podríamos denominar una insatisfactoria «pobreza digna».

A mi juicio, es posible percibir que hoy la isla está montada, simultáneamente, sobre una combinación de los modelos ya descritos con la adición de una relativa presencia del modelo de economía de mercado y diferentes substratos de economía informal regulados por la ley de oferta y demanda. El modelo burocrático rige en la mayoría de las empresas de la economía interna, aquellas que se encuentran desconectadas del mercado exportador y de divisas, las que funcionan como una inmensa unidad presupuestada dotadas de escasa o nula autonomía y lastradas por la cadena de impagos. Todo ello, a despecho de cierta descentralización del comercio exterior (que ahora parece reconcentrarse) y una reforma bancaria audaz, así como del uso de los instrumentos propios de la planificación indicativa, se convive con una política en general restrictiva con relación a las otras formas dinamizadoras de la economía interna como el cuentapropismo y la postergación de una deseable cooperativización urbana para presentar un panorama de muy lenta progresión (y en varios aspectos de estancamiento) que tienen profundo impacto en el diario bregar de los cubanos.

Apreciamos también la existencia de un conjunto de entidades –fundamentalmente vinculadas al turismo, el mercado interno en divisas y ciertos renglones exportables– cuya lógica de funcionamiento, organización laboral y psicología de sus trabajadores comporta fuertes similitudes con sus contrapartes de cualquier país capitalista. Sin embargo, a pesar de la imagen de eficiencia que proyectan, resulta evidente que no bastan para arrastrar el conjunto económico domestico a una senda de recuperación y prosperidad sostenidas. La existencia de islotes de mercado en un mar de economía ineficiente dudosamente pueda hacer evolucionar la realidad a un cuadro de prosperidad general, y lo más probable es que produzcan nuevas distorsiones y dolorosas diferencias socioeconómicas.

Por último es apreciable la emergencia de modos conductuales impregnados de la épica idealista en la implementacion de algunas políticas sociales que sustentan materialmente su realización en la inversión, distribución y empleo de recursos generados por actores inmersos en los modelos antes mencionados. Estos planes, en muchos casos impostergables para paliar la acumulación de problemas sociales, derivada de los años mas duros de la crisis, se han dirigido especialmente a la promoción del estudio juvenil, la protección a sectores vulnerables y los cambios en los sistemas sanitario y educativo, suscitando interés y apoyo en segmentos mayoritarios de la población. Pero, al mismo tiempo han conllevado, en ocasiones, una erogación de gastos monetarios –pago de subsidios y estipendios– con potenciales efectos sobre el monto de circulante, la recuperación definitiva del valor del salario, y los fondos de reposición, acumulación e inversión de las empresas que recién comenzaban a palpar los beneficios y responsabilidades de cierta autonomía en los marcos del llamado Perfeccionamiento Empresarial.

La economía cubana, atenazada por los efectos del injusto bloqueo, las convulsiones derivadas de los sucesos del 11 de septiembre de 2001, y por las propias condiciones inherentes a cualquier país subdesarrollado arriba este años al décimo aniversario del inicio del proceso de reformas económicas internas, que vio la luz justo cuando la caída del PIB domestico tocaba fondo en aquel difícil 1993. En el presente, superada la prueba de la desaparición de nuestro mercado y a medio camino en la dolorosa reinserción económica internacional, Cuba posee potencialidades envidiables. A su valiosa posición geográfica, al crecimiento de la industria del turismo y los servicios, y al esperanzador aprovechamiento de recursos minero energéticos, se le incorpora un potencial humano creado por la Revolución y el entusiasmo de una población juvenil que se apresta a dominar masivamente las tecnologías de la información. Todo ello unido a las reservas internas de eficiencia (frenadas tanto por la inercia y lastres mentales de cariz individual, como por excesivas trabas y regulaciones) hacen posible soñar un futuro más promisorio para la única economía no capitalista de Occidente.

Quisiera concluir como comencé, recordando que el mercado no es un ente aséptico, inofensivo y virginal ni encarna la respuesta a todos nuestros problemas. Su extensión sobredimensionada puede acarrear la deformación de los valores solidarios, el auge de nuevas formas de corrupción y la aparición de sectores fuertemente divorciados del interés general socialista. Pero su contención y ahogo artificiales desorganiza la economía, anula la iniciativa y dinamismo, fomenta el robo, la apatía laboral y el clientelismo. Frente a estas realidades las experiencias históricas del socialismo de estado muestran la necesidad de asumir críticamente los elementos monetario mercantiles como parte integrante de nuestras realidades económicas en los marcos de subdesarrollo y ante la ausencia de una, por el momento, poco previsible Revolución Mundial.

No para sustituirlos con la lógica vertical y centralista de una economía poco dinámica, sino para ensayar formas cada vez mas socializadas de producción que, rebasando el plano de lo estrictamente económico, adelanten nuevos modos de organización social. Esta vez, por suerte, la solución no puede provenir de los viejos manuales de Economía Política ni de las recetas de la escuela neoliberal. Se encuentra en la inteligencia, preparación y espíritu emprendedor de nuestros investigadores, directivos y ciudadanos, a los que se precisa ayudar con sólidas y audaces decisiones institucionales. Como dice una popular serie de televisión «la verdad esta allá afuera». Démosle al fin una oportunidad.

Notas

{1} De cualquier manera las actuales formas de estructurar la economía así como las escuelas que las propugnan no pueden ser las únicas o definitivas formas de expresión de las mismas ni cierran el desarrollo de la humanidad, toda vez que expresan el nivel de desarrollo civilizatorio de la misma en un momento histórico concreto por lo que no podemos concebirlas falsamente como realidades eternas o de génesis espontanea y cabalmente natural.

{2} En este punto asistimos a lo que denomino existencia de ejes estructuradores o sea aquellos agentes constitutivos del orden económico de una sociedad dada, alrededor de los cuales se estructura un sistema particular de relaciones sociales. Estos agentes serian el mercado (expresado en las relaciones monetario mercantiles), el estado (basado en la planificación centralizada de diverso tipo) y la comunidad, a la que faltaría por constituir su red diferenciada de relaciones y mecanismos autónomos de producción y consumo, mas allá de los distintos intentos cooperativistas. Resulta obvio que en las sociedades contemporáneas no es posible hallar el predominio absoluto de ninguno de estos ejes que se revelan (en los casos del estado y el mercado) interactuando en disimiles niveles de relación, en tanto las formas verdaderamente socializadas de producción se diluyen adoptando las características y reglas de juego tanto dentro de los modelos capitalista como en las diversas variantes del socialismo de estado.

{3} Además la burocracia, tal y como lo previo Marx desde las lúcidas paginas de El 18 brumario de Luis Bonaparte no solo va adquiriendo cada vez mas conciencia e intereses específico como grupo sino que buscará formulas para consolidar e incrementar ese poder. Usufructuando los bienes de la sociedad en nombre del pueblo se apropia de una parte del plusproducto no de forma explícita y directa como la burguesía sino metamorfoseada a través de cuotas especiales, atención a cuadros, acceso a productos y bienes deficitarios o legalmente prohibidos a la población, centros de descanso y atención médica superiores, &c. Luego, las implicaciones de todo esto no serian tan adversas si no predominara un discurso publico basado en los valores igualitarios pero, sobre todo, si existiese la posibilidad ciudadana de obtener esos bienes o servicios como resultado de su trabajo o iniciativa económica personales.

{4} Aun cuando la mayoría siente realizado una parte de sus expectativas (en termino profesionales, de justicia y tranquilidad sociales) y recuerda con cariño y nostalgia la épica de su juventud, casi todos coinciden en que imaginaban recompensar su sacrificio con la vida en una sociedad (y mundo) muy superiores, como legado para sus hijos.

{5} En el caso cubano el fracaso que antecedió a la reorientación económico política de los 70, dirigida a un mayor acercamiento con el CAME no se debió únicamente al desastre de la Zafra de los 10 millones, el peso acumulado de 450 años de subdesarrollo ni a la real agudización del bloqueo imperialista que tomaba cuerpo por esos años. Sino además a factores inherentes al desorden provocado por la ausencia de una perspectiva de contabilidad, eficiencia y utilización de los elementos monetarios mercantiles, lo cual sin embargo es hasta cierto punto justificable en medio de una revolución en todo sentido joven, de matriz igualitaria, radical y autentica que proveyó grandes conquistas sociales de alcance masivo, así como un sentimiento de rechazo y descalificación de todos aquellos elementos que recordaran las practicas y valores inherentes al capitalismo. Lo curioso es que al repetirse el énfasis la formula promotora de la conciencia como motor productivo (con los denominados contingentes durante las décadas del 80 y 90) esta no socializó como nueva forma de trabajo generalmente extendida.

 

El Catoblepas
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