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El Catoblepas, número 28, junio 2004
  El Catoblepasnúmero 28 • junio 2004 • página 23
Libros

Panorama exterior

José Andrés Fernández Leost

Reseña al libro de Carlos Taibo, ¿Hacia donde nos lleva Estados Unidos? Arrebato imperial y rapiña global en la política exterior norteamericana, Ediciones B, Barcelona 2004

El presente texto, articulado en torno a la actual política exterior de Estados Unidos, presenta un panorama general bastante completo que, escrito desde un enfoque descriptivo y divulgativo, pasa revista a las cuestiones nodales del comportamiento de la Administración norteamericana durante los últimos años –fundamentalmente a partir del 11-S, pero sin olvidar las tensiones de la década precedente–, procurando dar con sus claves causales, tanto históricas como estratégicas. En función de ello, el libro se organiza según seis partes: tras la exposición introductoria, los cuatro centrales se anclan en el presente –la pulsión imperial; oriente próximo; el eje del mal; los competidores–, quedando el último para consideraciones de cariz prospectivo. La trama discursiva se basa pues en una cierta ordenación de la realidad presente; llama sin embargo la atención el hecho que desde la misma introducción no hallemos una tesis de fondo que tome posiciones y solicite argumentos en aras de demostrar las opiniones del autor. Desde luego éstas no quedan escondidas ni resultan en absoluto ambiguas; el problema es la ausencia de algún tipo de hilo narrativo más allá de una descripción de tintes valorativos, que no sobrepasa la denuncia de la naturaleza imperial de los EEUU.

Efectivamente en el prólogo nos topamos con un marco conceptual que, si bien nos sirve para configurar las matrices por entre las que se va a mover nuestro autor y fija el enunciado crucial respecto de la política exterior estadounidense –aquel que, basado en el informe sobre la Estrategia de Seguridad Nacional de 2002, anuncia como objetivo prioritario la preservación de su hegemonía mundial–, no acaba de perfilar un enfoque político propio, contentándose con proclamar ciertas descalificaciones morales, en la línea de un Chomsky o un Pilger. Es no obstante muy esclarecedora su categorización de las corrientes que se disputan la perspectiva predominante en el terreno de la política exterior, clasificadas a partir de tres dilemas –aislacionistas vs. internacionalistas; realistas vs. idealistas; excepcionalistas vs. Unilateralistas–, cuyos términos se entrecruzan para dar lugar a la anunciada tipología: liberales internacionalistas (multilateralistas tipo Nye); neoconservadores hegemonistas (Wolfowitz, Robert Kagan); realistas gestionarios (Kissinger, Brzenzinski); y, por último, soberanistas aislacionistas (Helms). En el trasfondo de la situación presente sin embargo el conflicto básico se da entre quienes desde posturas comúnmente expansivas se vuelcan o no en asentar el credo democrático como garante del orden internacional. Es en este sentido donde nuestro autor, pese a interpretar más que nada el hegemonismo norteamericano como deriva autoritaria, no carga las tintas en base a criterios concretos, lo que marcará su estudio. La escasa atención a líneas como la de Michael Ignatieff es sintomática.

El capítulo dedicado a la emergencia de EEUU, resulta de indudable interés al mostrarnos como las convicciones originarias del país, determinadas por la conquista de su independencia, el proceso constitucional, y la posterior expansión territorial hacia el oeste, amén de su privilegiada situación geográfica, dieron paso a un proyecto a caballo siempre entre un desarrollo firme de construcción nacionalista y una rama mitológica manifestada en la doctrina de Destino Manifiesto. Pasando brevemente por los jalones cruciales del XIX y principios del XX –rápida industrialización, crecimiento económico, superación del aislacionismo–, Taibo vierte el grueso de sus consideraciones en la época de la guerra fría, momento bajo el cual EEUU toma las riendas de la política internacional, generando una serie de instituciones y programas de ayuda exterior (léase plan Marshall) encaminados a derrocar al comunismo y a impulsar un modelo económico de alcance global presidido por instancias como el Banco Mundial y el Fondo Monetario Internacional. La dinámica entonces iniciada se prolonga inercialmente tras el hundimiento de la URSS, en una década incierta en que EEUU pareció apostar por un intervensionismo de fuelle humanitario –tildado por Taibo de «multilateralismo a la carta»–, junto con la implantación de una estrategia económica neoliberal limitadora del gasto social conjugada con una política de desregulación de las empresas, cuyos resultados traza nuestro autor antes de entrar en una caracterización más profunda del país que le ocupa: aumento de la desigualdad entre ricos y pobres; absentismo político creciente; fuerte presencia del elemento religioso; judialización de la vida política; mayor práctica de monopolio, en una suerte de magma plagado de incertidumbres, guiado no obstante por un imperialismo cultural sin freno.

El capítulo central del libro arranca de los atentados del 11-S y pretende explicar, desde entonces hasta nuestros días, el comportamiento exterior estadounidense, de ascendencia fuertemente conservadora. Tras presentarnos las líneas maestras del discurso neoconservador de la mano de sus máximos ideólogos (Wolfowitz, Richard Perle) y del célebre Proyecto para el Nuevo Siglo Americano –definido de idealista intervencionista–, Taibo se detiene en los enclaves centrales que han ido escalonando el camino hasta la actualidad. Así, tras analizar las posible razones del 11-S, pasa a examinar la inclinación represora que el Estado norteamericano ha tomado, desde el maniqueísmo con el que pretende dibujar la situación internacional –poniéndose aquí en cuestión el uso del concepto de terrorismo–, o el establecimiento de disposiciones legales que recortan el ámbito de las libertades individuales al amparo la USA Patriot Act, hasta la tendencia unilateralista, que ha conducido a sus elites a prescindir de la programática dimanada de Naciones Unidas, pese a la oportunidad que se les abrió con el 11-S tras su renuncia a ratificar el protocolo de Kyoto o la incorporación al CPI. Bajo el lema de «la misión determina la coalición, no al revés» (Wolfowitz) el autor aborda sin más la cuestión de la naturaleza imperial estadounidense. Pues bien, aunque el propio concepto de imperio queda difusamente definido –sometido a diferentes referencias según la heterogeneidad de sus concreciones históricas–, cataloga a EEUU como imperio en virtud de su promoción de un orden internacional ajustado al despliegue de sus intereses, en el que si bien no se ejerce la práctica colonial de forma directa tal y como lo hacían los imperios en el XIX, el doble disfraz de la globalización y del terrorismo internacional conforman una plataforma orientada a impedir la emergencia de competidores en la escena internacional mediante, entre otras medidas, el control de los recursos energéticos naturales, restringiendo la posibilidades de abastecimiento de los posibles competidores. Sin olvidarse del argumento que apunta hacia la responsabilidad de un grupo o complejo militar-industrial operante en el seno de los EEUU, engarzando en este punto con la denominada «Revolución en los asuntos militares» patrocinada desde la Estrategia de la Seguridad Nacional, Taibo abundará en la importancia de la estrategia en política energética. Pero de nuevo el debate sobre el carácter imperial –más o menos interesado en instaurar un mundo en consonancia con los valores democráticos y, al cabo, la paz y la prosperidad– continuará teniendo para nuestro autor una relevancia secundaria.

De hecho, será la mentada estrategia de control sobre los recursos naturales de la que se servirá Taibo en su aproximación a la situación en Oriente Próximo. El esbozo de unos precedentes localizados en el final de la II Guerra Mundial –inscritos de nuevo bajo el marco de la guerra fría–, dan paso a una enumeración de pautas que según el autor caracterizan la conducta norteamericana: la lucha por el petróleo; el apoyo a Israel como eventual gendarme regional; el bloqueo de la instauración de políticas árabes supranacionales; o el aumento de la presencia militar, obligan a interpretar el interés axial que la zona guarda en unos planes norteamericanos que en última instancia albergan la esperanza de una reconfiguración estratégica capacitada para influir en la marcha de otras potencias (como Rusia o China). En este mismo capítulo el autor dedica tres epígrafes a repasar la situación en otros tantos países: el Afganistán de la posguerra; Israel, y el problema palestino –apostando por una resolución inédita: la creación de un Estado común, laico y aconfesional–; y, por último, Irak, sección en la que, partiendo de la década de los 80, del conflicto entre Irán e Irak y la posterior guerra del golfo de 1991, nos recordará la trama diplomática y militar que condujo a la guerra en 2003, adelantándonos al mismo tiempo las claves de la posguerra actual. El contenido del capítulo se extiende en una solución de continuidad con el siguiente, y posiblemente la justificación del título la encontremos ante todo, junto con las líneas sobre la guerra de Irak, bajo el bloque preocupado por esa «geometría difusa» del eje del mal, en el que Taibo, advirtiendo de la sospechosa elasticidad con la que puede aplicarse esta célebre expresión, procura mostrar el horizonte internacional al que mira la acción externa estadounidense, en un escenario de dominio en el Oriente Próximo, en el que la presión a Siria e Irán podría desplazarse hacia Arabia Saudí y Pakistán, ejemplo este último de lo que se denomina no ya «Estado canalla», sino «Estado fallido», incapaz de alcanzar un equilibrio interno en sus estructuras políticas, poniendo entre paréntesis no sólo su gobernabilidad, sino asimismo su capacidad para extirpar de su interior la generación de movimientos violentos. Mención aparte le merecerá Corea del Sur, pues ya aquí nos deslizamos hacia otra zona conflictiva del planeta, como se reiterará al tratar los casos de Japón y China. La clave consistiría en mantener la estabilidad en una región especialmente delicada.

Antes de presentarnos en forma de conclusiones los retos que ha de encarar en el futuro EEUU, se plantea el problema de sus relaciones con las potencias internacionales: la Unión Europea, China, Rusia y Japón. Sin caer nunca en una idealización de dichos países estadounidenses Taibo tiene la oportunidad de matizar valorativamente la conducta de los EEUU, por contraste con la de sus rivales, pues si bien no comulga con las tesis de Kagan por lo que toca a la UE, no deja de subrayar la caída de esta en un mito moral en desajuste con sus políticas económicas y de seguridad. Otro tanto cabe decir de su visión de Rusia o de China; aunque por supuesto no dejará de subrayar la importancia de los movimientos articulados desde Washington –como demuestra el cerco estadounidense en el caso chino.

Las conclusiones de Taibo se formulan bajo una enumeración de peligros que acechan tras el poder estadounidense: los efectos de blowback; el desgaste de la situación social; la prepotencia; la práctica de contra-alianzas; o los movimientos antiglobalización, representan un conjunto de amenazas que sin preludiar la descomposición del sistema norteamericano, sí cabe apreciar como posibles líneas de erosión de su hegemonía. Constatamos en estas conclusiones la ausencia de una tesis clara, pues sin llegar a la posición crítica de un Todd –aun citándole con frecuencia– o, inversamente, sopesando la capacidad de una perspectiva exterior razonable, aun dominante, por parte de EEUU, tenemos la sensación de que el amplísimo panorama ofrecido puede resultar útil como informe actualizado de la situación, pero no proporciona –aparte de su tono éticamente crítico– una visión alternativa ni novedosa del tema.

 

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