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El Catoblepas, número 29, julio 2004
  El Catoblepasnúmero 29 • julio 2004 • página 11
Desde el malecón habanero

La teoría de la dictadura del proletariado,
entre la perversión... y su necesidad histórica

Daniel Rafuls Pineda

Ponencia presentada en el Instituto de Filosofía de Cuba,
en el taller «Problemas de la construcción del socialismo»

Para nadie ya, dentro de las fuerzas de izquierda, es una novedad conocer, que no son pocos los esfuerzos que realiza la derecha para desacreditar todo lo que intente revelar algún aspecto racional de las más distintas doctrinas anticapitalistas o anti algunos aspectos del sistema capitalista.

Tampoco es un secreto de que parte importante de la literatura no científica, también se ha encargado de difundir el mito de que todo lo que tenga que ver con la superación del capitalismo, es sinónimo de violencia, totalitarismo y de ausencia de democracia.

La idea de la Revolución por ejemplo, muy vinculada al tema que nos trae hoy, que se remonta por lo menos a los días esplendorosos de la Revolución Francesa, fue virtualmente ensayada como pesadilla por todos los grandes novelistas burgueses del siglo XIX. Desde el poeta y novelista italiano Alejandro Manzoni (en su novela «Los novios» trató de conciliar el evangelio con la revolución), hasta Emile Zola, Charles Dickens, el estadounidense Theodore Dreiser y otros célebres escritores, la mayoría de las obras publicadas reflejaban el terror que implicaba violentar el orden social pacífico, aunque fuera en aras de promover algún nuevo mejor cambio social.

Pero el objeto del debate de hoy, que tiene como centro específico de atención la categoría Dictadura del proletariado, tampoco escapa a las polémicas estimuladas por los más disímiles medios de comunicación. Desde hace casi 160 años, ha sido atacado por todas las tendencias de derecha, pero también como en el caso del concepto de revolución, ha sido núcleo de los más agudos conflictos entre académicos y políticos marxistas.

Aunque la dictadura del proletariado, según muchas interpretaciones vigentes hasta estos precisos momentos, es la forma que adopta la estructura del poder político en la etapa intermedia que va entre el capitalismo y la primera fase de la sociedad comunista, no todo lo que se expresa en ella, encierra en sí lo que se ha pensado o se ha hecho en su nombre.

No son pocos los trabajos que antes y después del llamado derrumbe del socialismo, han dado una versión no oficial de la aplicación práctica del concepto de Dictadura del Proletariado a las condiciones concretas de distintas experiencias conocidas de construcción del socialismo.

La perversión práctica de la dictadura del proletariado

Existe una gran coincidencia, al menos entre las filas de la mayoría de los marxistas, en cuanto a que la perversión del término Dictadura del Proletariado comenzó de manera inmediata tras la muerte de Lenin.

En ese entonces la llamada Troika, es decir, el grupo dirigente del partido bolchevique inicialmente formado por Kámenev, Zinóviev y Stalin, a pesar de las reiteradas advertencias de Lenin por evitar una ruptura dentro de las filas de esa organización política, emprendió una intensa campaña contra Trotsky que insistía en la necesidad de la revolución mundial, y en otorgar mayor relevancia al papel de los Soviets.

Después a partir de 1925, como parte de ulteriores rupturas, Zinóviev y Kámenev se alejaron de Stalin y Bujarin, y se unieron a Trotsky (a lo que se llamó la Oposición Conjunta) por rechazar la idea del triunfo del socialismo en un solo país, por considerar demasiado lento el proceso de industrialización y por percibir excesivamente débil la acción revolucionaria contra los elementos capitalistas del campo. Esta posición les valió para que en 1927, el XV Congreso del partido, los condenara, por lo que se llamó sus «teorías de la superindustrialización».

La ironía de Stalin estaba en su astucia para romper y formar nuevas alianzas dentro del propio partido bolchevique.

Poco más de un año después (octubre de 1928), cuando él consideró que progresivamente se deterioraba la situación económica del país, que los campesinos creaban serias dificultades al aprovisionamiento de las ciudades, y que especulaban con los excedentes, Stalin invirtió su hasta entonces aceptada fórmula, y propuso un plan quinquenal de industrialización del país y de colectivización de la agricultura. Ahora en abril de 1929, el Comité Central del P. C. condenaba a N. Bujarin (hasta entonces aliado de Stalin), como «desviacionista de derecha», pero no reivindicaba a Trotsky, Zinoviev y Kámenev junto a otros, que tres años antes ya habían previsto esa misma situación.

Esta perversión del concepto de dictadura del proletariado sin embargo, era apenas un pequeño síntoma negativo de lo que sobrevendría en el futuro.

El surgimiento de una nueva casta burocrática dominante tuvo efectos sociales muy profundos. Ella se convertiría en la causa de nuevas derrotas de la revolución mundial. Así se reveló en Bulgaria y Alemania en 1923, durante la huelga general británica en 1926, en China en 1927 y la más terrible de todas, la de Alemania en 1933. Cada nuevo fracaso profundizaba el desánimo de la clase obrera soviética y estimulaba todavía más a los burócratas y arribistas.

Después de la purga que sufrieron los comunistas chinos en 1927, que por orientación de la Internacional Comunista (responsabilidad directa de Stalin y Bujarin) se habían integrado al Partido Nacionalista o Guomindang, comenzaron las expulsiones del PCUS de los partidarios de la Oposición. Incluso antes, ya se perseguía sistemáticamente a los oposicionistas. Se les despedía del trabajo, se les condenaba al ostracismo y, en algunos casos, se les indujo al suicidio.

Las monstruosas acciones de los estalinistas estaban en total contradicción con las tradiciones democráticas del Partido Bolchevique. Ellos desactivaban violentamente las reuniones de la Oposición, instigaban campañas maliciosas de mentiras y calumnias en la prensa oficial, persiguieron a los amigos y colaboradores de Trotsky hasta el punto de llevar a la muerte a varios prominentes bolcheviques, como Glazman (inducido al suicido por el chantaje) y Joffe, el famoso diplomático soviético a quien se negó la asistencia médica ante una terrible enfermedad y que también se suicidó.

En las reuniones del partido, los portavoces de la Oposición sufrían los ataques de pandillas de matones, casi fascistas, organizadas por el aparato estalinista para intimidarlos. En los años 20, el periódico francés Contre le Courant publicaba los métodos utilizados por los estalinistas en los «debates» dentro del partido.

En un artículo titulado: «La verdadera situación en Rusia» escribía (nota al pie de la página 14): «Los burócratas del partido ruso han creado por todo el país pandillas de reventadores. En cada reunión del partido a las que asiste algún miembro de la Oposición, se sitúan en la entrada, formando un cerco de hombres armados con silbatos de policía. Cuando el orador de la Oposición pronuncia las primeras palabras, comienzan los silbidos. El alboroto dura hasta que el orador de la Oposición se rinde.» Esta publicación, no tendría mayor trascendencia para los simpatizantes del socialismo soviético, si no hubiera salido de las páginas de un periódico comunista.

El giro ultraizquierdista de Stalin en la Unión Soviética encontró su expresión en el terreno internacional en el «socialfascismo» y el denominado «tercer período», que supuestamente desembocaría en la «crisis final» del capitalismo mundial. La Internacional Comunista, siguiendo instrucciones de Moscú, calificó a todos los partidos, excepto a los comunistas, como fascistas, sobre todo a los socialdemócratas. Esta locura obtuvo sus resultados más desastrosos en Alemania, donde llevaría directamente a la victoria de Hitler.

La recesión mundial de 1929-33 afectó de manera especialmente grave a este país. La decepción con los socialdemócratas en 1918 y posteriormente con los comunistas en 1923 hicieron que las capas medias alemanas miraran con desesperación al partido nazi como una alternativa.

Aunque el movimiento obrero alemán era el más poderoso del mundo occidental, a la hora de la verdad quedó paralizado por la política de sus dirigentes. En particular, por los dirigentes del estalinista Partido Comunista Alemán (KPD), que jugó un papel pernicioso al dividir el movimiento obrero frente a la amenaza nazi. Esta locura alcanzó su clímax en el llamado referéndum rojo. Cuando en 1931 Adolfo Hitler organizó un referéndum para derrocar al gobierno socialdemócrata de Prusia, el KPD, cumpliendo las órdenes de Moscú, pidió a sus seguidores que apoyaran a los nazis.

En 1933, la perversión a nombre de la dictadura del proletariado, escaló un peldaño más. Gracias a las «orientaciones» de la Internacional Comunista (que no funcionaba más que como una extensión del PCUS), los seis millones de partidarios del Partido Comunista Alemán, rechazaron su apoyo a los ocho millones de simpatizantes de la socialdemocracia alemana, y llevaron el nazismo al poder. De la noche a la mañana, las poderosas organizaciones del proletariado alemán quedaron reducidas a escombros. Los trabajadores de todo el mundo –y sobre todo de la URSS– pagaron un terrible precio por la traición.

La expresión más clara de la nueva situación que decepcionaba cada vez más a los devotos de la Revolución Rusa, fueron los célebres «Juicios de Moscú», descritos por Trotsky como una «guerra civil unilateral contra el Partido Bolchevique».

Entre 1936 y 1938, todos los miembros del Comité Central de los tiempos de Lenin que todavía vivían en la URSS –excepto obviamente el propio Stalin– fueron asesinados. «El juicio de los 16» (Zinóviev, Kámenev, Smirnov,...) «el juicio de los 17» (Rádek, Piatakov, Sokólnikov,...), «el juicio secreto de los oficiales del ejército» (Tujachevsky, &c.), «el juicio de los 21» (Bujarin, Rykov, Rakovsky,...). Los antiguos compañeros de armas de Lenin fueron acusados de los crímenes más grotescos contra la revolución. Lo normal es que fueran acusados de ser agentes de Hitler, de igual manera que los jacobinos fueron acusados de ser agentes de Inglaterra en el período de reacción termidoriana en Francia.

Los objetivos de la burocracia eran sencillos: destruir completamente todo aquello que pudiera servir para aglutinar el descontento de las masas. Era peligroso no aceptar la cooperativización forzosa o ser amigo, vecino, padre o hijo de un detenido. La condena a muerte de un dirigente de la Oposición conllevaba también la de su esposa e hijos mayores de 12 años. En los campos de concentración se encontraban familias enteras, incluidos niños.

En apariencia el régimen de Stalin era similar al de Hitler, Franco o Mussolini. Pero amén de sus conocidas diferencias, existía una fundamental: la nueva camarilla dominante en la URSS basaba su poder en las nuevas relaciones de propiedad establecidas por la revolución. Era una situación contradictoria.

Para defender su poder y privilegios esta casta parasitaria tenía que defender las nuevas formas de economía nacionalizada que encarnaban las grandes conquistas históricas de la clase obrera. Los burócratas privilegiados que habían destruido las conquistas políticas de Octubre y aniquilado al Partido Bolchevique, se vieron obligados a mantener la ficción de un «partido comunista», de unos «sóviets», de una «dictadura del proletariado», y basarse en la economía planificada y nacionalizada. De esta forma jugaron un papel relativamente progresista y desarrollaron la industria, aunque a un precio diez veces superior al de los países burgueses.

La herencia de la «dictadura del proletariado» en los países de la Europa oriental

Un legado menos cruel pero también perverso fue el heredado por la clase obrera de los países de Europa oriental. En esta área, a excepción de Yugoslavia y Albania, el resto de los países iniciaron su tránsito al socialismo por la impronta que trajo consigo el papel de las tropas soviéticas en la liberación de todos esos territorios, de las hordas fascistas.

En esa lucha, se formó una amplia coalición de fuerzas de diferentes clases en la que, además de la clase obrera, entraba todo el campesinado (incluso la capa más acomodada), la pequeña burguesía urbana y algunos sectores de la burguesía media perjudicados por los agresores y por la gran burguesía y latifundistas nacionales vinculados a ellos.

Entre 1944 y 1947, los partidos comunistas que habían emergido de la guerra prácticamente destruidos, se encontraban compartiendo el poder con las fuerzas socialdemócratas y distintos representantes de la burguesía que también habían formado parte de la coalición antifascista.

En ese período, se ajustó cuentas a los criminales de guerra, se nacionalizaron sus propiedades y los bienes de que se habían apropiado los ocupantes, se aplicaron leyes de reforma agraria y se tomaron otras medidas para erradicar el feudalismo, pero sólo dentro de los marcos de lo que se considera transformaciones democrático-burguesas.

La situación sin embargo, cambió en la segunda mitad del año 1947. Se desintegró la coalición antihitleriana, la cooperación de las grandes potencias fue reemplazada por la guerra fría y el mundo estuvo al borde de otro conflicto armado.

Al mismo tiempo desde el punto de vista interno, según explican sobre todo las fuentes soviéticas, la burguesía y terratenientes en los países de Europa oriental, comenzaron a poner freno a las transformaciones revolucionarias y a atentar contra las que ya habían sido ejecutadas. Los procesos de construcción social se radicalizaron, y se inició lo que se consideró la etapa socialista de la revolución.

Esto implicó, o la salida violenta del gobierno de los representantes de las clases acomodadas que habían luchado contra el fascismo, o el acercamiento de los partidos socialdemócratas, de tendencia reformista, hacia los comunistas para intentar seguir compartiendo las decisiones más importantes en cada país.

A partir de 1947-48, la abrumadora mayoría de las fábricas en Checoslovaquia, Bulgaria, Hungría y Rumania, pasaron a ser propiedad del Estado. Estas medidas culminaron un largo proceso de contradicciones entre propietarios y no propietarios que se había iniciado entre 1944 y 1946 con las expropiaciones realizadas en Polonia, Albania y Yugoslavia, pero dieron lugar a un conflicto más profundo entre simpatizantes del socialismo y opositores a este, que culminó con el fracaso del sistema.

A la altura de este análisis, y después de recordar todas las atrocidades y transformaciones que se hicieron a nombre de la dictadura del proletariado, cabría preguntarse:

–¿Qué realmente se implantó en aquellos países? ¿Una dictadura del proletariado con participación ampliamente popular como la previó Marx y Lenin, o una dictadura burocrática de un grupo de personas que a nombre de la clase obrera y de otros trabajadores, creó grandes beneficios sociales, pero también reprimió sin medida a los que no compartieran sus proyectos?

Aunque se sabe que la presencia de las tropas soviéticas en la mayoría de los países de Europa oriental, jugó un papel esencial en la orientación ulterior de todos esos sistemas políticos, y que el socialismo en estos, no parece haberse iniciado como un imperativo o una necesidad emanada de la historia y de las luchas de los pueblos respectivos, ni por tanto de contradicciones capitalistas irreconciliables dentro de cada uno de ellos, cabría también preguntarse:

–¿Será posible establecer una dictadura no burocrática y no perversa, en países que no hicieron revoluciones sociales auténticas, o donde no existían condiciones objetivas para iniciar un proceso de estatización socialista?

A estas preguntas se pudiera responder con la consideración de que efectivamente no puede implantarse una dictadura verdadera del proletariado si no existen condiciones objetivas y subjetivas para ella y si no hay una real participación popular en la toma de decisiones, pero la respuesta posiblemente no deba tan sencilla, porque tiene que considerar matices que la hacen mucho más compleja.

Para el análisis que estamos realizando hoy, en este taller sobre la dictadura del proletariado, lo más importante que puede trascender es definir, o al menos discutir, dos cosas fundamentales:

1. Si la dictadura del proletariado, como lo promovió Stalin y sus seguidores, implica expropiar de manera forzosa a todos los sectores de la burguesía, independientemente de que estos decidan colaborar con el nuevo poder proletario o de que no existan condiciones para que los sectores populares asuman directamente la dirección de las fábricas.

2. Si era imprescindible que los soviéticos impusieran el socialismo desde afuera en los países de Europa oriental, si valió la pena que lo hicieran, y si pese a la ausencia de condiciones objetivas y subjetivas para iniciar el socialismo en ellos, este pudo haber sido salvado.

Haciendo una nueva incursión a la teoría

Respuestas a estas preguntas puede haber muchas. Desde aquellas que argumentan la necesidad de responder a la agresividad de las burguesías nacionales y del imperialismo para la sobrevivencia de un proceso esencialmente anticapitalista, hasta las que explican que para que la dictadura del proletariado sea eso, una dictadura de la clase obrera, hace falta «expropiar a los expropiadores» y, consecuentemente, separarlos de todos los niveles de dirección del país.

Tal forma de entender la dictadura del proletariado sin embargo, que es compartida teóricamente por muchos de nosotros, y de manera coincidente pero en extremo dogmática y radical, por algunos de los líderes que encabezaron los procesos políticos perversos realizados en nombre de la dictadura de la clase obrera, tiene su antecedente, en el propio pensamiento de Carlos Marx.

Aunque el legado fundamental de su obra, junto a la de Engels, partía del principio de que las relaciones de producción socialistas se impondrían y se harían irreversibles, cuando objetivamente las relaciones capitalistas de producción (entre ellas las de propiedad) constituyeran un obstáculo insalvable para el desarrollo de los medios de producción, los instrumentos de trabajo y del propio hombre, su lado débil estuvo en que Marx no supo apreciar primero que no había condiciones subjetivas para que el proletariado inglés, francés o alemán tomaran el poder político, y después, que la economía capitalista tampoco estaba madura para ser sustituida por la socialista.

Algo parecido ocurrió a Stalin y a los que le siguieron. Para estos, la situación porque atravesaba la URSS en la segunda mitad de la década del veinte, no era resultado del escaso desarrollo de las fuerzas productivas que no llegaron a crecer de manera suficiente dentro de los marcos del capitalismo, sino del insuficiente grado de radicalización de la revolución proletaria que había encabezado Lenin en octubre de 1917.

Si se tiene en cuenta además, que la utilización del término dictadura del proletariado por parte de Carlos Marx, no presupone, explícitamente, que no deba ser eliminado todo el poder de la burguesía, sino sólo aquella parte de él que obstaculiza la conversión del proletariado en clase dominante, entonces habrán sobradas razones para suponer, que la dictadura del proletariado, independientemente del país donde ella se instaure, debe ser sino completamente cruel contra todos los sectores de la burguesía en bloque, al menos por principio, prejuiciada contra todos estos, y contra aquellos que no compartan la violencia revolucionaria de esa forma.

Esta manera de interpretar el pensamiento de Carlos Marx, también explica la implantación del socialismo en los países de Europa del este.

Para sus principales promotores, el inicio exitoso de toda transición al socialismo, no depende «mecánicamente» de la existencia de condiciones objetivas y subjetivas que marquen la necesidad de sustitución de un modo de producción viejo (capitalista desarrollado o con fuertes rezagos feudales) por uno socialista, sino de la capacidad que tenga la burocracia dirigente de otorgar beneficios ampliamente sociales a la población respectiva que no le importe a costa de qué se hace. Dentro de esta concepción, los fines justifican los medios, y por tanto «expropiar a los expropiadores», y purgar a los «traidores», es la condición sine qua non para el éxito del socialismo.

Salvando lo que pudo ser un insuficiente desarrollo y esclarecimiento del concepto de dictadura del proletariado por parte de Carlos Marx, y de lo que tuvo Stalin y sus seguidores de «creativo» a contrapelo de la verdadera esencia democrática de la dictadura de la clase obrera, lo real es que este término (aparecido en 1850 en la obra La Lucha de clases en Francia de 1848 a 1850), nunca significó nada más que destacar la cara opuesta a la dictadura de la burguesía, lo que en el Manifiesto del Partido Comunista los fundadores del marxismo llamaron «...la elevación del proletariado a clase dominante...».

Esta manera, al menos pretendidamente no perversa, de interpretar la dictadura del proletariado, coloca delante de nosotros, en pleno siglo XXI, las siguientes preguntas:

1. ¿Fue la dictadura del proletariado, per se, desde sus orígenes, un instrumento político de transición al socialismo que implicaba, sobre todo, violencia revolucionaria contra todos los sectores de la burguesía y simpatizantes de ella?

2. ¿Debió excluir la dictadura del proletariado, en las condiciones de países subdesarrollados durante el siglo XX, la utilización de la burguesía en los procesos productivos?

3. ¿Sigue siendo el proletariado, en el presente siglo, la clase más explotada, desposeída de medios de producción y mejor organizada, que constituye el sustento esencial de la economía capitalista?

4. ¿Sigue requiriendo el proceso de superación del capitalismo de una dictadura proletaria o de otro tipo que facilite el tránsito al socialismo?

5. ¿Constituye un error de principio hablar de la necesidad de un «poder de los trabajadores» para avanzar hacia una sociedad postcapitalista, en lugar de hablar de la Dictadura del proletariado para transitar al socialismo?

Estas preguntas también podrán ser respondidas o no en este taller, pero la historia ya ha adelantado algunas respuestas. Ella confirma que la vida social como la naturaleza, también tiene sus propias leyes del desarrollo y que si la aplicación de una forma concreta de dictadura del proletariado implica violentar artificialmente las etapas del desarrollo histórico, o habrá que deshacerse de todo tipo de dictadura del proletariado, o habrá que encontrar otra forma adecuada en la aplicación de ella.

 

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