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El Catoblepas, número 31, septiembre 2004
  El Catoblepasnúmero 31 • septiembre 2004 • página 13
Comentarios

El Congreso de LaS LenguaS [sic]
o la apología velada de EEUU

José Manuel Rodríguez Pardo

Sobre un congreso «alternativo» a celebrar en Rosario (Argentina)
del 15 al 20 de Noviembre de 2004

En el contexto del III Congreso Internacional de la Lengua Española, cuyo título es Identidad lingüística y globalización, a celebrar en la ciudad argentina de Rosario del 17 al 20 de Noviembre de 2004, ha surgido un congreso alternativo titulado Congreso de LaS LenguaS [sic], que se celebrará con dos días más de programa: del 15 al 20 de Noviembre de 2004. Así, al congreso de nuestra lengua, la que hablamos más de 400 millones de personas en los comienzos del siglo XXI, le ha salido un presunto competidor en este Congreso de LaS LenguaS, cuyo Presidente Honorario es el Premio Nobel de la Paz Adolfo Pérez Esquivel, y que cuenta además con el auspicio e inspiración del escritor Eduardo Galeano.

Entre los organizadores de este peculiar Congreso podemos mencionar a entidades como el Servicio de Paz y Justicia de Buenos Aires (SERPAJ), el Instituto de Artes Contemporáneas de Rosario (ICARO); la Cátedra de Etnolingüística de la Escuela de Antropología, Facultad de Humanidades y Artes de la Universidad Nacional de Rosario; la Biblioteca «Juan Manuel Rodríguez» del Centro Cultural de La Toma (Rosario); la organización Historia Obrera Zona Norte (Rosario); el grupo de Docentes en el Congreso de LaS LenguaS (Rosario); el Núcleo de Estudios del Trabajo y la Conflictividad Social (NET); el Movimiento Nacional de Empresas Recuperadas de Buenos Aires (MNER); el grupo La fábrica Ciudad Cultural de Buenos Aires (IMPA); la Mesa de Trabajo Pueblos Originarios de Rosario; y la Editorial Juglaría (Venado Tuerto - Rosario), aparte del auspicio de la Universidad Nacional de Rosario y otras importantes instituciones.

En la página web de la Asociación Tucumán de Investigadores de Lengua Quechua (ATDILQ), hemos encontrado un comentario introductorio al Congreso de LaS LenguaS, inspirado indudablemente (aunque no está firmado por nadie en concreto) en el escritor Eduardo Galeano, de quien encontramos una cita introductoria al comienzo de la página. Como muestra de la desorientación ideológica y las concepciones pueriles e ingenuas que se muestran en dicha web, iremos introduciendo fragmentos de su presentación del Congreso, con su comentario correspondiente. El primero es este:

«La palabra "idioma" proviene de una raíz griega que significa "lo propio", de allí su vinculación con "ideología", "idiosincrasia", etc. En tal sentido no hay nada más importante y constitutivo de la identidad que la propia lengua, lengua que, siendo un componente más del sistema cultural de cada pueblo, ocupa, sin embargo, un papel privilegiado por su capacidad de simbolizar, interpretar, construir y comunicar no sólo las demás expresiones culturales sino el entramado de la dinámica social. Así podemos decir que, hablando de derechos, nos surge como uno de los derechos humanos por antonomasia la autodeterminación lingüística, derecho que, pese a haber sido largamente reclamado, no encuentra aún un auténtico reconocimiento».

Se dice que el idioma es «lo propio», y se vincula etimológicamente con el término «ideología». Pero la etimología resulta insuficiente, al menos en el caso del segundo término. No olvidemos que los ideólogos, tales como Destutt de Tracy, Maine de Biran, Cabanis, &c., hablaron de ideología para referirse a la génesis del pensamiento, pero en un sentido abstracto y claramente inclinado al proceso psicológico. Sin embargo, Marx, cuando hablaba de la ideología, de la idiologia de Epicuro en su tesis doctoral, la vinculó no al pensamiento particular, individual, sino a las concepciones que un grupo social tiene de su lugar en el mundo y de sus intereses. Es decir, a un fenómeno social, de unas sociedades o grupos sociales frente a otros grupos. ¿Puede decirse que las lenguas indígenas americanas (núcleo fundamental de la reivindicación del Congreso de LaS LenguaS) son «lo propio» de unos grupos sociales indígenas, cuando son estudiadas y habladas por personas que nada tienen de indios? No, pues incluso a veces pasan de ser estudios o creaciones más o menos ociosas de filólogos y son reconocidas en sus respectivos estados, como sucede con el guaraní en Paraguay o el aymará en Bolivia. Y, para el caso de las lenguas de escaso número de hablantes, el contexto está mal planteado, ya que incluso esos grupos indígenas se han de valer del español para que su mensaje tenga gran eco, pues en la lengua que reivindican sólo se entenderían entre ellos mismos.

Además, en el comienzo del siglo XXI, cuando más del noventa por ciento de los habitantes de la América Hispana (en el caso de Brasil sería el portugués) hablan el idioma nacional, que es el español (o el portugués), ¿no sería mejor hablar del español (o el portugués) como lo propio de esos lugares? No olvidemos que el español (o portugués) es el idioma de cada estado nacional de esa zona, estados formados por transformación del anterior Imperio que existía en esa época y que usaba como idioma para la administración el español (o el portugués). Desde ese punto de vista, lo propio de esa región es el español (o portugués), dejando como núcleos marginales algunos hablantes de distintas lenguas indígenas. Y en el caso del escritor Eduardo Galeano, inspirador innegable de estas líneas, lo propio de él es el español, idioma que utiliza para expresarse (muy bien a juicio de varios organismos que le han concedido premios por sus obras). ¿Por qué considerar que Galeano, descendiente de inmigrantes vascones y por lo tanto españoles, tiene como propia alguna lengua indígena?

Tampoco debemos olvidar que el concepto «autodeterminación lingüística» que se postula como modelo para «las lenguas», es un concepto metafísico y oscurantista. Ese autos que se reivindica, al no existir aún, como ellos mismos reconocen, no puede «determinarse a sí mismo», ni política, ni lingüísticamente, ni de modo alguno; sólo a partir de existir efectivamente de forma independiente podría tener «autodeterminación». En todo caso, el grupo de personas que hablen esas lenguas no habrá surgido de la nada sino de un producto histórico. Así, las lenguas indígenas americanas que hoy estudian especialistas y hablan algunos ciudadanos, no son parte de esa «identidad» primigenia que dicen reivindicar, sencillamente porque los guaranís, aymarás o mexicas no hablaban el guaraní, aymará o nahualt que se habla en la actualidad. Si esas lenguas existen hoy día es gracias a la labor sistematizadora y recopiladora de las ordenes religiosas franciscanas, jesuíticas, &c. que, en base a la Gramática de la lengua castellana de Elio Antonio de Nebrija, pudieron sistematizar y recopilar hablas existentes entonces, y formar las correspondientes lenguas, «limpiándolas, fijándolas y dándoles esplendor» mucho más allá del lema de la Real Academia Española: de hecho ellos fueron quienes las crearon.

Además, se sabe perfectamente que los países bilingüistas, al imponer el modelo canónico que históricamente se enseñaba a los indígenas en las reducciones franciscanas, jesuitas, &c., acaban con todas las variedades de la lengua «indígena», adoptando el modelo que los correspondientes religiosos elaboraron siguiendo el canon del español. Así, en Paraguay, país bilingüe, existen múltiples Ateneos de Lengua y Cultura Guaraní donde se estudia el guaraní que establecieron los jesuitas en las reducciones y enseñaron a los indios, pero otras variedades del mismo tronco idiomático, sólo usadas por algunas tribus, están condenadas a desaparecer, pues carecen de institucionalización y financiación (a veces sus hablantes carecen hasta de techo). Existe por lo tanto un imperialismo lingüístico por parte de lenguas que, en principio, serían consideradas como marginales –en tanto nos refiramos al número de hablantes– respecto al español o al inglés, pero muy superiores a las que han quedado reducidas a la expresión de unas pequeñas y aisladas comunidades. Por lo tanto, ¿de qué raíces primigenias se está hablando cuando se alude a las lenguas indígenas? Aserto de tal naturaleza sólo puede ser un engaño, pues esas lenguas indígenas sobreviven, tanto en su génesis como en su estructura, gracias al español, la lengua del Imperio. Pero prosigamos con la exposición y comentario:

«Los únicos dueños de una lengua son los hablantes, que no necesitan de academias o instituciones que, apropiándose de la palabra, impongan las normas del "correcto decir". Iberoamérica es, como todo el mundo, un ámbito pluricultural y multilingüe, un espacio crucial de la diferencia, donde la otredad es la razón de ser de la identidad y la diversidad, la fuente creativa del desarrollo cultural. Como sostiene Fernández Retamar (1971, 1986, 1991,1993) no es la "pureza" sino el mestizaje la razón de ser de cada pueblo. Porque toda cultura es una intercultura y toda lengua un vehículo vivo de comunicación es que será en la interacción y no en el enquistamiento que se entablará un diálogo fructífero entre los pueblos».

Este párrafo, en consonancia con lo que hemos señalado inmediatamente antes, es toda una declaración de intenciones, un suicidio institucional, desde el momento que se niega a cualquier institución académica la posibilidad de establecer los cánones de un «correcto decir», inspirado sin duda en la propia expresión de los hablantes. ¿Qué han de hacer entonces las numerosas instituciones que organizan y auspician este peculiar Congreso de LaS LenguaS? ¿Desaparecer para que la auténtica voz de los hablantes se haga escuchar?

Si, como decimos, las variantes canónicas de las lenguas indígenas acaban desplazando y marginando a las variantes menores, usadas por unos pocos hablantes sin apoyo institucional, sin Ateneos de su Lengua y su Cultura, está claro que a medio plazo, en no más de cincuenta años, sólo quedarán en América las lenguas que dispongan de algún apoyo de esa naturaleza, desapareciendo las que hablen tribus indígenas que, o bien se incorporarán a la civilización ya en marcha, o bien fenecerán al desaparecer sus medios habituales de subsistencia, por tala de bosques, construcción de vías de comunicación, &c. Y es que, del mismo modo que la Constitución política de un estado no crea un estado, pero sí le da un cauce para desarrollar su legislación, la gramática de una lengua, realizada desde una determinada Academia, no crea la lengua misma, pero ayuda a sus hablantes a realizar un uso más correcto, promueve iniciativas y congresos, fomenta la publicación de libros, concursos literarios, &c. Y está claro que, sin apoyos ni posibilidad de aumentar el número de hablantes, encerrada en una tribu minúscula, ninguna lengua podrá sobrevivir.

También se habla en este fragmento del mestizaje lingüístico, pero ¿acaso se produce el mestizaje sin un sustrato común en el que asentarse? El catolicismo podríamos considerarlo como la forma mestiza del cristianismo, en tanto que con los santos y vírgenes adopta muchas formas fetichistas de culto, propias de la religiosidad primaria y secundaria, pero no por ello deja de ser catolicismo. Del mismo modo, también el idioma español es mestizo respecto a los lugares en los que se habla, pues sólo se usa la palabra chamaca (chica) en Méjico (originada en el nahualth), y sólo se menciona el yaguareté (tigre) o el yacaré (cocodrilo) en Sudamérica, sin que esas referencias locales impliquen que nos encontremos ante idiomas distintos.

En cualquier caso, resulta muy bello pero escasamente efectivo señalar que las distintas lenguas pueden favorecer «un diálogo fructífero entre los pueblos», ya que difícilmente lenguas de raíces tan distintas como son las lenguas indígenas americanas pueden servir para entenderse sus distintos hablantes entre sí. Por poner un simple ejemplo: la palabra castellana madre equivale a nan-tli en náhuatl clásico, se expresa como mama en quechua, sy en guaraní y ñuke en mapuche. Salvando el quechua como excepción casi azarosa, que usa un término similar al español, las distintas lenguas indígenas disponen de distintas raíces, morfemas, &c. para expresar las mismas palabras. ¿Cómo podrían entenderse los hablantes de estas lenguas sin apelar a un vocabulario común? Los indios de Norteamérica usaban un lenguaje de señales para entenderse varias tribus entre sí, prueba de la fragmentación lingüística propia de sociedades preestatales, entre las que el diálogo es sencillamente imposible. Y lo mismo sucederá en el Congreso de LaS LenguaS, salvo que entre tantas declaraciones imposibles acabe primando el sentido común de hablar todos en español -como por cierto se escribe en esta página que comentamos-, única forma de que un congreso pueda disponer de cierta notoriedad e influencia en el continente americano.

«El intento de homogeneización que implica el hecho de borrar las características particulares de cada pueblo, que muchas veces ha usado a la lengua como herramienta de poder, no ha impedido reafianzar estrategias identitarias que permiten seguir siendo uno, en relación con los otros. Constituyen un ejemplo de esto la vitalidad de muchas de las lenguas aborígenes que luego de 500 años, siguen vigentes, pese a la violencia y marginación a las que han sido sometidas.»

Nuevamente hemos de apelar, como respuesta a este fragmento, a la ya citada actividad misionera, que sistematizó tales lenguas siguiendo el modelo del castellano de Nebrija. Además, precisamente la actividad misionera es una refutación sonora de esa supuesta homogeneización realizada con el español en América (los 500 años son una referencia inconfundible), que sólo tuvo lugar a partir de la independencia. Sin duda existieron conflictos acerca de si los indígenas debían aprender español o la lengua que los misioneros les enseñaban, pero el que el español no fuera obligatorio durante más de trescientos años (salvo al nivel administrativo, como el sentido común indicaba) es una buena prueba de que no se contemplaba como una necesidad esa homogeneización.

De hecho, siendo la población indígena casi la mitad de la existente en los virreinatos españoles de América a finales del siglo XVIII (según los estudios de Humboldt), parece claro que el español no debía hablarlo más de la tercera parte de la población de la América hispana. Los distintos esquemas de identidad existentes entonces, que no eran sino el Trono (la Monarquía Hispánica) y el Altar (el catolicismo) en tanto que instituciones del Antiguo Régimen, eran la base para que no hiciera falta de esa homogeneidad lingüística. Así, desde esta perspectiva los indígenas eran un estamento más y disponían de determinados privilegios respecto a los blancos, los mestizos, &c, entre los que se incluía la posibilidad de hablar otras lenguas que no fueran el español. Incluso los caciques indios ostentaban la categoría de hidalgos (como era el caso de José Gabriel Tupac Amaru), conservando sus apellidos, su linaje, sin que tuvieran que adoptar ninguno de origen directamente español. No obstante, el texto prosigue en este otro fragmento:

«Si en este contexto de intercambio lingüístico y cultural constitutivo y permanente, nos preocupáramos por la relación de las lenguas y la globalización (como lo propone la Real Academia Española para su III Congreso de la Lengua) deberíamos preguntamos a qué globalización se hace referencia. Tomando como ejemplo el castellano, fue un fenómeno sin duda de globalización el que se puso en juego en la Península Ibérica al convertirlo en lengua nacional haciendo que el catalán, el gallego y el vasco tuvieran que luchar denodadamente por su reconocimiento. Otra imposición fue la que tuvo lugar, de la mano de la cruz y de la espada, en nuestra América. La pluralidad lingüística y cultural, lejos de ser un enemigo a combatir, posibilita compartir y construir conocimientos.»

Aparece aquí la única mención al III Congreso de la Lengua Española, que se celebrará en similares fechas, señalando su temática, que es la Globalización y su relación con la lengua española. En línea con el anterior párrafo, es sorprendente el juicio de valor de este autor no sólo de América, sino de la realidad española, olvidando que no se «impuso» el español a nadie. Suponiendo, como así parece, que el texto haga referencia a la primera globalización efectiva, realizada por España en el siglo XVI, está bien claro que ni en América ni en la Península Ibérica se obligó a hablar español, pues bastaba con ser súbdito de la Monarquía Hispánica y aceptar el catolicismo para ser considerado hispano (de hecho, los enemigos de España hablaban de todos los territorios americanos bajo su dominio como Hispanoamérica). Siendo los esquemas de identidad durante las sociedades del Antiguo Régimen el trono y el altar, no se veía la necesidad de un solo idioma, salvo para la administración, por razones obvias.

Sin embargo, fueron los próceres que realizaron la independencia, siguiendo los cánones de la nación política establecidos en la Revolución Francesa de 1789, los que impusieron como obligación a cada ciudadano, independientemente de su origen social, el aprendizaje del español (a veces por encima de su voluntad, que pedía usar el francés como más ilustrado y revolucionario [sic]) como lengua nacional, dentro de un proceso que el materialismo filosófico designa como holización de la sociedad política: reconstitución de la estructura política de un estado en base a sus «átomos racionales», los ciudadanos, independientemente de si han nacido hidalgos o plebeyos.

Este proceso histórico, a pesar de las violencias y desastres que causó inicialmente, ha posibilitado que más de 400 millones de personas hablen hoy día el español, que según algunos estudiosos podría ser una lengua con mayor número de hablantes que el inglés dentro de cincuenta años. Sin embargo, Galeano (o el autor inspirado en él en esa página) señala que el crecimiento del español en la Península Ibérica produjo que el catalán, el gallego o el vasco se defendieran [sic]. Afirmación que, siguiendo las consecuencias de lo ya señalado, es rotundamente falsa, pues el español siempre fue la lengua oficial de los reinos hispánicos (Reino de España a partir del siglo XVIII), sin que se planteara jamás como obligación, hasta el siglo XIX, que todos los habitantes de la Península la hablasen. Por ejemplo, el vasco no existió como lengua hasta mediados del siglo XX, cuando Antonio Tovar procedió a elaborar su gramática. Y el gallego fue una lengua usada por Alfonso X el Sabio para composiciones musicales, sin que tuviera la importancia que algunos quieren atribuirle hoy día. Idéntico destino sufrió el catalán: que la gente lo usase nunca se entendió como algo contrapuesto al saber español. La presunta opresión que el español ha realizado a las lenguas autonómicas no es más que un invento de caciques políticos oportunistas, a partir de los movimientos nacionalistas surgidos en colaboración con Francia y Alemania, y opuestos claramente a España.

Para culminar con una pequeña broma el comentario de este fragmento, hay que decir que si el redactor de este texto apela a la cruz y la espada, al modo como Galeano efectúa en uno de sus famosos y deslabazados libros, un cristiano podría apelar, si acaso jocosamente, a la hoz y el martillo usados por los comunistas para cortar gaznates y golpear cráneos, o a los fusiles usados en la revolución cubana desde 1959, único medio para que un régimen comunista pueda sobrevivir. Aunque quizá Galeano o sus adláteres, una vez que leemos su artículo Cuba duele, difundido en multitud de medios de comunicación, hayan estado pensando durante más de treinta años que en Cuba disparaban flores contra los disidentes, o que los métodos para aplacar la furia de los díscolos eran simple «reeducación», &c. La falsa conciencia de quienes suscriben estas pueriles ideas es tan grande, que se imaginan un socialismo sin represión, aceptado por todos y sin resistencia a la igualdad en la miseria característica del socialismo. Lo mismo para el tema de «las lenguas», creyendo que son todas iguales y con todas se puede expresar lo mismo, como se sintetiza al final del texto:

«Éste es uno de los objetivos del Primer Congreso de laS LenguaS en el que, a partir del diálogo entre diversas culturas e idiomas, pretendemos superar el estigma de Babel para que la diferencia no sea sinónimo de destrucción e incomunicación. Arquitectos de un nuevo quehacer, no deseamos encerrarnos en un claustro para decidir lo que no nos compete, sino generar un espacio de discusión y debate sobre las problemáticas del lenguaje y la diversidad lingüístico-cultural. Es por esto que se han adoptado como formas de participación diferentes estrategias expresivas que, a lo largo del año, irán teniendo lugar en la ciudad de Rosario. No faltarán, así, las intervenciones artísticas urbanas, las muestras de artes plásticas, manifestaciones teatrales, conciertos, conferencias, mesas de debate, talleres de capacitación y discusión, homenajes a proyectos culturales destacados de la historia de la educación y propuestas de investigación en todos los niveles educativos y en los diferentes ámbitos comprometidos en forma general o particular con la adquisición y uso del lenguaje. El desarrollo del Congreso propiamente dicho tendrá lugar entre los días 15 y 20 de noviembre. Los ejes definidos para la discusión que podrán ser ampliados en función de los intereses de los participantes, son los siguientes: lenguas e identidad (individual, social y étnica), lenguas y educación, lenguas y derechos humanos, lenguas y género, lenguas e historia y sociedad, lenguas y medios de comunicación, lenguas y expresiones artísticas, lenguas y políticas estatales.»

El Congreso de LaS LenguaS se define como «alternativo». ¿Pero cuál es la alternancia que pide? ¿Es la alternancia frente al inglés? Está claro que no, pues en su presentación no se privan de utilizar anglicismos tales como abstract (resumen). La alternancia se realiza frente al español, lengua preponderante a día de hoy en «nuestra América» frente al inglés y fomentada también en Brasil –la América que habla portugués y también desea hablar español–, y en los Estados Unidos, donde ya alcanza los cuarenta millones de hablantes. Pero lo que está claro es que combatir el español no servirá para que lenguas con tan poca raigambre y diseminadas en academias concretas, culto de especialistas en la mayoría de ocasiones, o dotadas de un número de hablantes escaso (y muchas veces bilingües: español-guaraní, español-quechua, español-aymará, &c.), se impongan a nivel continental.

Servirá, en todo caso, para que se produzca una enorme dispersión y desunión, no sólo política –que hoy día es un hecho, dada la escasez de miras y de generosidad de las oligarquías dirigentes en América–, sino también cultural. En medio de esa revuelta, la ganancia será de los «pescadores de hombres» de los que habla David Stoll, es decir, de la lengua inglesa que encontrará menos trabas para expandirse. De hecho, Galeano siempre ha señalado que Hispanoamérica (o Latinoamérica, como le gusta a él y a otros decir) debe unirse para luchar contra EEUU. Pero, ¿cuál es el parámetro de esa unión? No se entienden los motivos por los que personas que hablen quechua, guaraní, nahualt u otra lengua «indígena» deben unirse para luchar contra nadie. Sobre todo porque no podrían siquiera entenderse entre ellos. Sería lo mismo que pedirle a los estados de África o de Asia que se unieran, como si pudieran hacerlo sociedades tan diferentes. Y, en todo caso, si suponemos que el español es el idioma preponderante en esa zona, ¿por qué desacreditar o ningunear, como si fuera un idioma más, uno de los más potentes vínculos que puede haber en América? Pocas veces se habrá visto a alguien tirar tantas piedras contra su propio tejado.

Por lo tanto, Esquivel y Galeano, aun queriendo enfrentarse emic contra todo tipo de «imperialismos», están en realidad fomentando con su Congreso de LaS LenguaS la desunión de Hispanoamérica y en consecuencia el predominio del imperialismo que habla inglés y que domina el mundo desde el norte de América, EEUU. No obstante, al menos la necedad de estos escritores comprometidos no llega a tanto como para negar el uso del idioma contra el que protestan, el español, más que nada porque si se sirviesen no ya del inglés, sino del guaraní, del quechua o cualquier otra lengua regional, pocos serían los interesados en leerles. Pero como ya señalamos a propósito del español y su implantación en América durante el siglo XIX, estos aspectos están por encima de las voluntades individuales. Menos mal.

 

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