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El Catoblepas, número 32, octubre 2004
  El Catoblepasnúmero 32 • octubre 2004 • página 10
Artículos

La Revolución de Octubre de 1934 en Asturias

José María García de Tuñón Aza

Se cumplen setenta años del alzamiento socialista contra la República española, en el que la ciudad de Oviedo quedó arrasada por la dinamita revolucionaria

Cartel de 1937 del Socorro Rojo de España, en plena guerra civil, que demuestra la continuidad con octubre de 1934Cartel de 1937 del Socorro Rojo de España, en plena guerra civil, que demuestra la continuidad con octubre de 1934

Los hechos ocurridos en octubre de 1934 fueron lo que después se hizo llamar Revolución de Octubre o simplemente Revolución de Asturias, porque fue en esta provincia donde tuvo graves consecuencias, ya que los acontecimientos fueron lo más parecido a una guerra civil. Los sucesos de Octubre de 1934 fueron provocados por el Partido Socialista Obrero Español (PSOE), a quien se unieron otras fuerzas que, siguiendo consignas, dejaron principalmente a la ciudad de Oviedo totalmente devastada. Lo decía el manifiesto firmado por el Comité de Alianzas Obreras y Campesinas de Asturias:

«Tras nosotros el enemigo sólo encontrará un montón de ruinas. Por cada uno de nosotros que caiga por la metralla de los aviones, haremos un escarmiento con los centenares de rehenes que tenemos prisioneros».{1}

Como muestra vale el ejemplo de unos diálogos testificados por José Díaz Fernández en 1935, uno de los intelectuales asturianos más destacados de la época y de ideas izquierdistas, según escribe José Manuel López de Abadía en la edición facsímil publicada en 1984, en el capítulo titulado «Avance sobre Oviedo», donde el autor va relatando cómo los mineros de las cuencas asturianas de Langreo y Caudal iban concentrándose para partir hacia la capital, la ciudad brillante y atractiva a la que muchos de ellos sólo habían visitado en alguna ocasión, y que ejercía sobre los revolucionarios una atracción irresistible, hasta tal punto que su único deseo era someterla y para ello nada mejor que comenzar tomando el edificio de las Consistoriales. Algo que intentan los insurrectos bajo el mando de un tal Feliciano Ampurdián, quien segundos antes de caer abatido por las balas de los guardias dice a sus compañeros:

«—Hay que acabar con los que están arriba. Entonces Oviedo es nuestro.
Inició el ascenso por la escalera principal. Pero antes de llegar al primer piso caía acribillado a balazos. Arrojando sangre por la boca, con la cara destrozada, aún gritó:
—¡Quemarlos vivos!
El grupo, lleno de rabia, subió disparando sus mosquetones. Varios guardias perecieron en la defensa y otros huyeron por las puertas laterales.
Así se apoderaron los revolucionarios del Ayuntamiento de Oviedo...»{2}

En otro momento el autor se refiere a uno de los insurrectos capturado por las tropas leales al Poder legalmente constituido:

«–Bueno, ¿y qué pensáis hacer con Oviedo? Estáis destrozándolo.
—Nosotros lo que queremos es tomarlo. Los del comité dicen que se procure hacer el menor daño posible; pero hay que tomarlo. Y como hay que tomarlo... No le quepa duda que lo tomaremos, cueste lo que cueste.»{3}

En un artículo publicado en el diario ABC de Madrid, José Manuel Otero Novas, que había sido ministro de la Presidencia y ministro de Educación con Adolfo Suárez, escribía:

«La noche del 30 de abril al 1 de mayo de 1976, le pedimos a Felipe González y otros dirigentes socialistas que suprimieran de un libro en ciernes una reivindicación orgullosa de su golpe de Estado de 1934. Les argumentamos que no era un buen comienzo de la democracia defender un ataque violento a las instituciones democráticas. Y se negaron. Salió la reivindicación. Y en 1984, el PSOE ya en el poder celebró en muchos puntos de España el cincuentenario del golpe, después de haber erigido estatuas a Prieto y a Largo Caballero, junto a la de Franco, al pie de los Nuevos Ministerios.»{4}

Precisamente estas estatuas se levantaron para recordar a los máximos responsables de aquella matanza de seres inocentes, víctimas del odio más que de cualquier otro tipo de reivindicación. Así pues, con este reconocimiento hacia Prieto y también hacia Largo, a quien los cenetistas desde su periódico Solidaridad Obrera le acusarían más tarde de pretender «convertirse en un dictador»{5}, daban a entender que se sentían muy orgullosos de recordar aquella fecha. Fecha que resultó lamentable para España y muchos españoles, mientras que a los socialistas no parecía preocuparles otra cosa que algunos de los revolucionarios «fueron encarcelados, torturados, expulsados de sus lugares de trabajo»{6}.

Juan José Menéndez García, biógrafo del líder socialista Belarmino Tomás, dice que las fuerzas gubernamentales al mando del general López Ochoa, al entrar en Carbayín fusilaron a 21 prisioneros sin juicio previo alguno y los enterraron más tarde en unas escombreras, algunos de ellos aún con vida, tras torturas y vejaciones.

Sin embargo, de los asesinatos de los frailes de Turón y otros sacerdotes y civiles no escribe una sola palabra. También se queja de que «el Ateneo Obrero fue saqueado, siendo públicamente quemados medio millar [la cursiva es mía] de libros»{7}; pero calla la boca sobre los miles de libros que quemaron los socialistas, pertenecientes a la biblioteca de la Universidad de Oviedo como también de otras bibliotecas ovetenses. Así pues, tratan de evitar siempre escribir sobre las muertes que se produjeron, y evitan comentar nada sobre la dinamita que explosionaron para arrasar varios edificios nobles de la ciudad de Oviedo, y que nos recuerda la publicación británica The National Review:

«...excepto en la región minera de Asturias, donde los mineros se apoderaron de la capital de la provincia, Oviedo, que ocuparon durante diez días, causando gran mortandad y cometiendo muchas atrocidades, además de destruir con dinamita y petróleo la mayor parte de los mejores edificios de Oviedo, incluyendo la Universidad y su biblioteca, los tribunales de justicia, el palacio del obispo, dos conventos, una iglesia, y los hoteles más importantes. Oviedo permaneció durante esos diez días bajo un reino de terror, mientras una guerra civil comenzaba en las montañas entre un destacamento del ejército español y los revolucionarios. Se estima, por fuentes fidedignas, que de unas 2.000 a 3.000 vidas se perdieron antes de que la ley y el orden fueran restablecidos, pero no hay ninguna evidencia que demuestre que las tropas cometieran abusos, según han intentado probar los socialistas extranjeros, apologistas de los revolucionarios.»{8}

Unos diez años después de celebrado el cincuentenario de la Revolución, el Ayuntamiento de Laviana proclamaba que para ellos los objetivos del 34 permanecían vigentes: PSOE, IU, INDEPENDIENTES Y CDS APRUEBAN POR UNANIMIDAD UNA MOCIÓN EN LA QUE SE CONSIDERAN HEREDEROS REVOLUCIONARIOS DE OCTUBRE, decía el titular de un periódico{9}. Titular que sorprendió a muchos lectores que no entendieron que concejales del CDS –partido inexistente en 1934– se sumaran a semejante celebración. No sería muy aventurado pensar que ninguno de los representantes del partido que lideraba Adolfo Suárez sabía muy bien todo lo que había ocurrido en aquellas días de 1934.

El orgullo de la clase política socialista de aquel Octubre revolucionario no se detiene en el tiempo. Nicolás Redondo, secretario general que fue de la UGT, en una entrevista que concedió a Isabel San Sebastián a la pregunta que le hacía la periodista: «¿Qué papel está desempeñando –o lo están haciendo desempeñar– a su viejo amigo Ramón Rubial{10} como presidente de este PSOE sumido en un mar de escándalos?», el sindicalista saliéndose por la tangente, contestaba muy firme:

«Yo siento un profundo aprecio por Ramón Rubial, que ha tenido una larga vida dedicada a la lucha de las libertades desde la revolución de octubre del 34 (la cursiva es mía) a sus posteriores años de cárcel, y creo que esa es la parte más estimable de su historia.»{11}

Semejante respuesta donde, una vez más y no sería la última, un socialista declaraba sin ningún tipo de sonrojo su arrogancia por un hecho que rompía todos los moldes democráticos, hizo que el periodista Diego Jalón escribiera un largo e interesante artículo titulado «La Revolución del 34 y las libertades», que decía:

«Pues con la historia –y con ella con la tan pregonada como falsa centuria de honradez– hemos topado, amigo lector. Si la revolución de octubre de 1934 la entiende y la presenta Redondo como una lucha por las libertades ¡apañados van Rubial, los que se la crean y las propias libertades! [...] Las atrocidades del octubre rojo del 34 en Asturias –a decir verdad con destacada intervención de los comunistas– no permiten ni en cháchara de cachondeo considerar aquella revolución ensayo, escuela o defensa de libertades...».{12}

Por su parte, el presidente de la Junta de Extremadura, Juan Carlos Rodríguez Ibarra decía que él no pensaba «pedir perdón por nada. Tampoco por la revolución de Asturias. Desde luego –siguió diciendo Rodríguez Ibarra–, ahora yo no participaría en algo así, pero en esos años sí hubiera estado»{13}. Las reacciones a estas declaraciones tan desafortunadas tampoco se hicieron esperar, y el columnista Alfonso Ussía escribió: «La revolución de Asturias fue antidemocrática, violenta, brutal, criminal, y terrible para el futuro de España. La izquierda se sublevó contra las urnas y los votos, y muchos analistas e historiadores coinciden en otorgar a dicho levantamiento marxista el dudoso honor de ser la mecha que encendió la Guerra Civil.»{14}

Pero no paran aquí los socialistas, pues la prensa de Oviedo se hacía eco de lo que pretendían años más tarde. Querían dedicar en Mieres un museo para ensalzar su papel en el 34 y recuperar una página de la historia que fue intencionadamente modelada por los vencedores, según ellos mismos exponían. Para conseguir sus propósitos contaban con el propio Ayuntamiento de Mieres, gobernado por un alcalde socialista. Un portavoz del partido había manifestado que «será una forma de recuperar nuestra historia, dignificar a nuestros padres y abuelos y reivindicar una historia que siempre se nos hurtó»{15}. Quien esto decía olvidaba que tiempo atrás fueron los mismos socialistas, que ya regían los destinos municipales de aquella villa, quienes rechazaron la invitación que les cursó el ministro de turno, para asistir en el año 1990 a la beatificación de los frailes asesinados en Turón, bajo el pretexto de que consideraban superados los hechos.

Sin embargo Indalecio Prieto, en un gesto que le honra, se declaró culpable de su participación en la Revolución porque sabía que los socialistas habían roto los cordones que circundaban la legalidad, y porque sabía también que jurídicamente la acción de los tribunales podía descargar implacablemente su rigor si fracasara la misma, como así fue; aunque también se declaró exento de toda responsabilidad inicial. Las palabras que pronunció Prieto en el Círculo Cultural Pablo Iglesias, de México, el 1º de mayo de 1942 fueron las siguientes:

«Me declaro culpable ante mi conciencia, ante el Partido Socialista y ante España entera, de mi participación en aquel movimiento revolucionario. Lo declaro, como culpa, como pecado, no como gloria. Estoy exento de responsabilidad en la génesis de aquel movimiento, pero la tengo plena en su preparación y desarrollo. Por mandato de la minoría socialista, hube yo de anunciarlo sin rebozo desde mi escaño del Parlamento. Por indicaciones, hube de trazar en el Teatro Pardiñas, el 3 de febrero de 1934, en una conferencia que organizó la Juventud Socialista, lo que creí que debía ser el programa del movimiento. Y yo –algunos que me están escuchando desde muy cerca, saben a qué me refiero– acepté misiones que rehuyeron otros, porque tras ellas asomaba, no sólo el riesgo de perder la libertad, sino el más doloroso de perder la honra. Sin embargo las asumí.»{16}

Pero quien no parecía dispuesto a cargar con ninguna culpa era Largo Caballero, quien a consecuencia de las dimisiones de Julián Besteiro, Andrés Saborit y Trifón Gómez, se había reintegrado al cargo de secretario general de la U.G.T., y desempeñaba en el momento de la Revolución el cargo de presidente del Partido. Cuando fue detenido y conducido a la cárcel, fue interrogado por el Juez Instructor militar –un coronel– que se presentó en la prisión para entre otras cosas preguntarle:

«—¿Es usted el jefe de este movimiento revolucionario?
—No, señor
—¿Cómo es eso posible, siendo Presidente del Partido Socialista y Secretario General de los Trabajadores?
—¡Pues ya ve usted que todo es posible!
—¿Qué participación ha tenido usted en la organización de la huelga?
—Ninguna.»{17}

A preguntas del fiscal, Largo Caballero todavía seguía negando su responsabilidad:

«–¿Quiénes son los organizadores de la revolución?
—No hay organizadores. El pueblo se ha sublevado en protesta de haber entrado en el Gobierno los enemigos de la República.»{18}

Arremete igualmente Largo Caballero contra Prieto por unas declaraciones que éste había hecho en el sentido de quejarse de que nadie se hiciera responsable del movimiento. Largo no se muerde la lengua a la hora de enjuiciar lo dicho por el propio Prieto:

«Nadie con menos autoridad podía pronunciar tales palabras.» «¡Él, a quien en la huelga de agosto del 17 le faltó tiempo para cruzar la frontera dejándonos a los demás en la brecha! ¡Él, que en diciembre del 30 se apresuró a salir al extranjero, dejándonos a los demás miembros del Comité revolucionario para que respondiéramos de lo hecho por todos! ¡Él, que habiendo aprobado quedarse en Madrid para el caso en que fuera necesario reunirse, sin decir nada ni consultar con nadie, en octubre del 34 se escapa a Francia dejándonos a los demás en las astas del toro! ¡Él censuraba a los que estábamos bajo la amenaza de sufrir penas gravísimas!... Era el máximo de la frescura.»{19}

Largo Caballero había mentido al fiscal cuando contestó que la Revolución se había producido porque habían entrado los enemigos de la República en el Gobierno, algo que no comparten la inmensa mayoría de los historiadores y demás estudiosos, como podíamos adelantar el ejemplo de las autoridades británicas que llegaron a decir que «la entrada en el gobierno del partido radical de cuatro (sic) ministros católicos de la Ceda de ningún modo justificaba la violenta respuesta socialista»{20}. La misma teoría de Largo también la comparte Angel Ossorio, diputado a las Cortes constituyentes y embajador de la República en Bruselas, cuando escribe que la constitución de un Gobierno español claramente anti-republicano, presidido por Lerroux y caracterizado por el ingreso en el mismo de Gil Robles «originó la revolución de Asturias y provocó una tempestad separatista en Cataluña»{21}. Pero miente Ossorio, porque no es cierto que Gil Robles entrara en el Gobierno, sino que fueron tres miembros de su partido; también escribió que en agosto de 1932 el general Sanjurjo se sublevó en Sevilla y Madrid «al frente de la Falange Española...»{22}. Semejante disparate en un político que además vivió aquella época no tiene disculpa, pues de todos es sabido que Falange todavía tardaría más de un año en aparecer en el mapa político español, lo cual quiere decir que este político no se enteró de lo que pasaba en aquella II República. Por su parte, El Socialista llegó a publicar que «transigir con la Ceda es conformarse buenamente con la restauración borbónica [...]. ¿Se vienen a eso los republicanos? Nosotros, no»{23}. En definitiva, la entrada en el Gobierno de tres miembros de la CEDA no fue la causa para desencadenar la Revolución sino más bien el pretexto.

Entre la inmensa mayoría de los que no comparten la teoría de la entrada de la CEDA en el Gobierno está el historiador y catedrático Julio Arostegui, que dice que la idea de la insurrección empezó a considerarla el socialismo en febrero de 1934, y no le cabe ninguna duda de que la radicalización es muy anterior a esa fecha. «Formalmente la amenaza de la insurrección la situó el socialismo en el contexto de su negativa a que la Ceda participara en el gobierno. Ello colmaría el vaso de lo que se consideraba como una entrega de la República a sus enemigos. Por eso se ha dicho que la amenaza de la insurrección podía ser una estrategia para impedir ese gran corrimiento a la derecha en el Gobierno de la República. Pero la entrada de la Ceda en el gobierno se produjo el 4 de octubre...»{24}. El oficial del Ejército de la República, José Manuel Fernández Cabricano, militante también de la CNT, que vivió muy de cerca lo acontecimientos del 34, primero en la Felguera y después en Oviedo, llegó a declarar, cuando se cumplía el cincuentenario de la Revolución, que la misma se venía gestando desde el año 1928, en el que las fuerzas de izquierdas españolas llegaron a una serie de pactos para derribar a la monarquía, en el transcurso de unas reuniones celebradas en San Juan de Luz y Bayona.

«La CNT –decía Fernández–, que a pesar de haberse formado en la clandestinidad era la mayor fuerza del país, se comprometió a prestar su apoyo a los proyectos de los allí reunidos, aunque renunció a contar con representantes en el Gobierno provisional. Sin embargo, aquellos acuerdos fueron incumplidos una vez instaurada la República.»{25}

A estos puntos de vista también cabe añadir el del que fue presidente de la República en el exilio, José Maldonado, que en su momento creyó que el movimiento revolucionario estaba proyectado desde la derrota electoral de 1933 y eso «es capital para enjuiciar los sucesos de octubre».{26}

Salvador de Madariaga, hombre liberal, ha escrito que la Revolución de Octubre fue imperdonable, ya que la decisión presidencial de llamar al poder a la CEDA era inatacable, inevitable y hasta debida desde hacía ya tiempo. Además añade que el argumento de que Gil Robles intentaba destruir la Constitución para instaurar el fascismo era a la vez hipócrita y falso, porque todos sabían que los seguidores del socialista Largo Caballero estaban arrastrando a los demás a una rebelión en contra de la Constitución republicana, sin consideración alguna para lo que se proponía o no Gil Robles; y además, a la vista está que el presidente catalán Companys y la Generalitat entera violaron también la Constitución. «¿Con qué fe vamos a aceptar como heroicos defensores de la República de 1931 contra sus enemigos más o menos ilusorios de la derecha a aquellos mismos que para defenderla la destruían?», preguntaba Madariaga, quien además añadía: «Pero el argumento era además falso porque si Gil Robles hubiera tenido la menor intención de destruir la Constitución del 31 por la violencia, ¿qué ocasión mejor que la que le proporcionaron sus adversarios alzándose contra la misma Constitución en octubre de 1934, precisamente cuando él, desde el poder, pudo como reacción haberse declarado en dictadura?»{27}

Por su parte Alejandro Lerroux, en aquellos momentos presidente de Gobierno, escribió:

«El Gobierno que formé y presidí desde el 4 de Octubre de 1934 no había, ni con su programa ni con su acción, dado motivo ni pretexto alguno para que se alterase o enardeciese el espíritu revolucionario de las masas trabajadoras. Sin embargo, contra mí y contra mi Gobierno se produjo la grave rebelión socialista y separatista que se venía anunciando. ¿Por qué? [...]. Todos se titulaban demócratas y, sin embargo, se alzaban contra lo que la democracia había legal y legítimamente resuelto. [...] Si ellos eran demócratas y habían aceptado la legalidad creada y habían acudido a las urnas, ¿en qué razón o motivo legal, doctrinal o político, se fundaban para rebelarse contra lo que la democracia había acordado? [...] Otros eran los móviles que les impulsaron y los propósitos que perseguían [...] El impulso de aquel movimiento del 34, en el que los bajos instintos de la plebe enardecida se manifestaron en todo su horror, venía de lejos, se había dado en Rusia, se transmitía a través de organizaciones internacionales, contaba con el concurso asalariado de la mayor parte de los miserables que han monopolizado la dirección del marxismo español.»{28}

Y así era, porque una revolución como aquella no se prepara en pocos días ni tan siquiera semanas, necesitaba mucho tiempo de organización, porque sin ésta no se concibe que de la noche a la mañana estalle un movimiento revolucionario de aquellas características. Una revolución que un periódico ya titulaba en el mes de septiembre: LA REVOLUCIÓN A PLAZO FIJO, y añadía:

«Dícese que si entran en el Gobierno algunos de la Ceda inmediatamente estallará la revolución. No lo creemos [...] Pero si efectivamente los extremistas tienen todo preparado que incluso no vacilan en hacer públicos sus llamamientos para que todo el mundo se entere, si efectivamente la revolución va a estallar, cuanto antes mejor, y quien más fuerza tenga que se lleve el triunfo. Pero no olviden los socialistas que triunfe o fracase la revolución quien innegablemente perderá siempre es el partido socialista. Si fracasa, por el fracaso. Y si triunfa, porque el socialismo como organización desaparecerá engullida por los comunistas y sindicalistas.»{29}

Razonamientos de este tipo eran los que le preocupaban a Andrés Saborit, correligionario y amigo de Pablo Iglesias, que representaba la orientación reformista y moderada del socialismo, frente a las tendencias revolucionarias, porque expresó en el El Sol, el 4 de agosto de 1934, «sus temores de una radicalización del socialismo español»{30}. Entre algunos republicanos también existían partidarios de las acciones violentas porque cada tarde asediaban a Azaña con la misma cantinela:

«—Don Manuel, esto es intolerable, no podemos vivir así, no podemos vivir así, hay que echarse a la calle.
Azaña les escuchaba impávido, sonreía, y procuraba calmarles. Pero no le dejaban en paz. Una tarde de lluvia madrileña le asediaron como nunca:
—No y no; esto no puede seguir así. Don Manuel decídase. Hay que lanzarse a la revuelta. Hay que echarse a la calle.
Azaña se hartó. Se levantó y les gritó:
—¡Vamos, ahora mismo, a la revolución con los paraguas!»{31}

Días antes de producirse los hechos los periódicos ya recogían algunas frases pronunciadas por Caballero. Por ejemplo: «antes de que el Poder pase a las derechas se desencadenará en España la guerra civil.»{32} O como también reconoce el sociólogo, estudioso del socialismo español y socialista, Santos Juliá: «Queremos lograr el poder legalmente, decía Largo, pero sólo para añadir a renglón seguido: si es posible. No se descartaba pues, una conquista del poder por vías situadas fuera de la legalidad.»{33}

Al mismo tiempo Juliá vuelve a reconocer que los jóvenes socialistas aportaron el desarrollo de una organización militar propia:

«Si había que tomar el poder de forma insurreccional era preciso acopiar armas y encuadrar a militantes dispuestos a usarlas. Largo Caballero expresó ante el congreso de las Juventudes la necesidad de crear 'un ejército revolucionario con hombres que hagan promesa de obediencia' y les atribuyó la principal responsabilidad en la creación de milicias armadas.»{34}

El mismo autor también recuerda lo que ocurrió en el V Congreso de las Juventudes Socialistas, donde se aprobó una resolución que reafirmaba «su firme creencia en los principios de la revolución proletaria y en los momentos actuales no permiten otra salida que la insurrección armada de la clase trabajadora para adueñarse del Poder político íntegramente, instaurando la dictadura del proletariado».{35}

La prensa de la época se sorprendía de que habiendo sido descubierto un importante contrabando de municiones en la Casa del Pueblo de Madrid se procediera con guante blanco, algo que no ocurriría en ninguna otra nación de Europa. Para esa prensa, el único amo de la calle era el Partido Socialista, porque parecía que tenía todo el derecho del mundo a organizar las manifestaciones que le viniese en gana y a declarar todas las huelgas que quisiera y en cambio no toleraban que otros partidos hiciesen lo mismo:

«Ellos quieren, anhelan una dictadura de clase, y en cambio se indignan ante la posibilidad de que en la acera de enfrente les ganen por la mano. 'Dictadura por dictadura, la nuestra', dijo Largo Caballero en Ginebra. 'Organizaremos nuestro fascio', dijo Prieto en Mérida. Y, naturalmente, va a llegar el momento en que los antimarxistas, que en España no existían, se van a alzar con el brío que presta la desesperación y van a implantar una dictadura de derechas que no será menos dura de lo que sería la otra.»{36}

Pero volviendo a los planteamientos de Caballero y para dejar de una manera clara que el líder socialista mentía; un sindicalista, miembro de la dirección nacional de UGT, Amaro del Rosal Díaz, no comparte en absoluto la opinión de su compañero porque dice que aunque invocaron aquella disculpa que hacía referencia a la entrada en el nuevo Gobierno de algunos miembros de la CEDA, les hubiera valido lo mismo otra excusa o justificación, porque la decisión de desencadenar lo que ellos también llamaron «movimiento» ya estaba tomada desde mucho antes, y así lo dejó escrito el propio Amaro del Rosal:

«En el trabajo organizativo se llevaba más de ocho meses cuando estalló el movimiento. En los cuadros de organización estaban involucrados cientos de elementos pertenecientes a la UGT, al PSOE, a las Juventudes Socialistas, cada uno de ellos responsabilizado en misiones específicas y concretas. El conocimiento del plan general en todos sus detalles perfectamente estructurado, estaba en manos de Caballero, clave por clave, nombre por nombre, objetivo por objetivo.»{37}

Objetivo que ya venía de muy atrás porque al cumplirse el aniversario de la constitución de la Asociación del Arte de Imprimir, en un mitin celebrado en el Cine Europa, Caballero, después de glosar párrafos y artículos de Pablo Iglesias, llegó a la consecuencia de que para obtener sus reivindicaciones había que ir a «procedimientos revolucionarios»{38}. Y Largo Caballero escribiría también:

«Lo que predominaba en el ánimo de las gentes era que si Gil Robles entraba en el Gobierno, la clase trabajadora formularía una enérgica protesta. Esto último lo conocía el jefe de prensa de la Presidencia, Emilio Herrero. Esperábamos con ansiedad la salida de los periódicos para conocer la información política. El 2 o 3 de octubre apareció el fatídico decreto nombrando a don José María Gil Robles ministro de la Guerra. La suerte estaba echada. Había que jugar la partida.»{39}

Partida a la que asimismo venía jugando Indalecio Prieto desde hacía tiempo cuando sin tapujos y con la verdad desnuda había hablado de «desencadenar la revolución social con todas sus consecuencias, sacrificios y dolores»{40}.

De la misma manera venían jugando las Juventudes Socialistas acusadas por algunos medios de practicar «ejercicios militares»{41}, algo que asimismo escribe un periodista próximo al socialismo: «Entrenados por ex sargentos, con la cobertura de grupos de excursionismo, clubes culturales; participando en falsas meriendas campestres o romerías, uniformados con camisas rojas y armados con pistolas, los grupos de la JS actuaron en Asturias durante todo 1934 preparándose para el enfrentamiento decisivo.»{42}

Serían precisamente estos jóvenes socialistas a los que Indalecio Prieto volvería a recordar en México con estas palabras:

«...porque se había dejado adrede manos libres a las Juventudes Socialistas a fin de que, con absoluta irresponsabilidad, cometieran toda clase de desmanes, que, al impulso de frenético entusiasmo, resultaban dañoso para la finalidad perseguida. Nadie ponía coto a la acción desaforada de las Juventudes Socialistas, quienes, sin contar con nadie, provocaban huelgas generales en Madrid, no dándose cuenta de que frustraban la huelga general clave del movimiento proyectado, pues no se puede someter a una gran ciudad a ensayos de tal naturaleza. Además, ciertos hechos que la prudencia me obliga a silenciar, cometidos por miembros de las Juventudes Socialistas, no tuvieron reproches, ni se les puso freno ni originaron llamadas a la responsabilidad.»{43}

Las mismas Juventudes a las que Prieto les dedicaba casi íntegro un artículo publicado en El Liberal de Bilbao el 24 de mayo de 1935 cuando refiriéndose a los directivos de la Federación Juvenil les reprochaba que pretendían bolchevizar al partido «ya que tan impetuosos muchachos no están conformes con la Segunda Internacional, ni con la Tercera dirigida desde Moscú, ni con la Cuarta proyectada por Trotski, ni con los comunistas españoles, tildados de muy eclécticos, ni con ciertos sectores del Partido Socialista...»{44}. Y todo esto porque los jóvenes socialistas pusieron a Largo «jefe de la revolución que conducirá al proletariado a la victoria [...]. Si había que tomar el poder de forma insurreccional era preciso acopiar armas y encuadrar a militantes dispuestos a usarlas. Largo Caballero expresó ante el congreso de las Juventudes la necesidad de crear 'un ejército revolucionario con hombres que hagan promesas de obediencia'».{45}

El que había sido minero y desde muy joven militante de la UGT y diputado a Cortes, Ramón González Peña{46}, considerado máximo responsable de la Revolución en Asturias, declaraba en Oviedo el 4 de septiembre de 1934:

«Al fascio no se le amansa con músicas; para amansarle hace falta un fusil... Ir preparándose sin cesar para ir a la montería a dar la batida a todas las fieras, al régimen capitalista. Pero ya sabéis cómo.»{47}

La prensa asturiana a mediados del mes de septiembre ya comienza a informar a sus lectores de que se había descubierto un alijo de armas en el puerto de San Esteban de Pravia que venía a bordo del vapor Turquesa y cuyo último comprador del cargamento, «con dinero procedente del Sindicato Minero Asturiano»{48}, era Indalecio Prieto. La persona que había conducido la embarcación hasta el lugar de desembarco del cargamento tenía que ser muy conocedora del puerto por la gran dificultad que éste tenía al acumular mucho fango y ser muy fácil embarrancar. Se dio orden de detención contra uno de los prácticos que se encontraba huido. El capitán de la Guardia Civil, Pablo González Arguiano, que había establecido su cuartel general en Muros de Nalón, manifestó a los periodistas que se habían practicado 28 detenciones y que las armas recogidas eran pistolas ametralladoras, fusiles, bombas, escopetas y varias cajas de municiones. La prensa también informaba:

«Se sabe que a primera hora de la mañana fue visto en Arnao el ex ministro de Obras Públicas don Indalecio Prieto, el cual vino a Avilés en tranvía eléctrico, pues según manifestó a algunas personas, el auto en que viajaba se le había averiado cerca de Arnao. Aquí llegó alrededor de las ocho y desde la parada de tranvías en el Parque se dirigió al punto de automóviles, alquilando uno, que le trasladó a Oviedo. A su regreso de prestar el servicio fue detenido, ingresando en la cárcel, el chofer que lo condujo. Esta detención se efectuó a instancias de varios policías secretas que vinieron a Avilés en busca del señor Prieto.»{49}

Queda pues muy claro quiénes fueron los máximos responsables de aquella barbarie que motivó que hubiera en España, según cifras oficiales, 1.335 muertos y 2.932 heridos; aunque la gran mayoría de todos ellos lo fueron en Asturias, en número de 1.084 y 2.074 respectivamente{50}. De los muertos de toda España, 1.051 eran paisanos, y entre ellos varios religiosos. El resto correspondían a fuerzas de seguridad y ejército{51}; asimismo también los heridos eran, en su mayoría, paisanos. La Revolución, en contra de los que todavía sostienen hoy algunos estudiosos, no fue contra los que tenían el poder económico, sino, por ejemplo, contra los que iban a misa. «Eramos siete hermanos, y mi padre era un albañil normal y corriente, pero como éramos de derechas, porque íbamos a misa, tuvimos que escapar de los vecinos, por si acaso, al monte... Andábamos muertos de hambre y llegamos a un pueblo encima de la Teyerona, a ver si podíamos escondernos allí, y nos conoció una lechera que iba mucho por Mieres, y avisó a los otros: ¡Fuera carcas, que aquí no os queremos...!», manifestaba a la periodista Montserrat Garnacho un vecino de Mieres, José Espina, sesenta años después{52}. Otro ejemplo de los crímenes cometidos fue el del cobarde asesinato de un anciano de 83 años, Emilio Valenciano, capitán que había sido durante la guerra carlista y comandante de Voluntarios en la guerra de Filipinas; en definitiva, un hombre bueno que caía en tierra muerto «por aquéllos a quienes ningún mal había hecho»{53}. O la muerte de seres totalmente inocentes como fueron los casos de las jóvenes María Dolores G.-Cienfuegos Zulaica de 16 años, natural de Ujo; Amparín Nuño Palacio-Valdés de 21 años, natural de Tudela Veguín; María de la Encarnación Menéndez-Viña y Díaz Ordoñez de 19 años, natural de Oviedo; y del niño ovetense Joaquín Rodríguez Rodríguez San Pedro, de 8 años de edad, «víctimas de los sucesos de la revolución»{54}, como así rezaban las esquelas que publicaron sus respectivos padres.

A pesar de estas muertes absurdas, existen, aún hoy, personas que se empeñan en hacernos creer que la revolución fue «principalmente anticapitalista, al cuestionar los factores reales de producción y defender una sociedad sin clases, más justa»{55}. Así se manifestaba en Ginebra David Ruiz{56}, catedrático de Historia Contemporánea de la Universidad de Oviedo, durante las jornadas conmemorativas del 60 aniversario de la revolución, que organizó el Centro Asturiano de aquella ciudad helvética. Anteriormente había dicho que las víctimas del «terror rojo» no llegaron al medio centenar, exactamente cuarenta y tres: «De ellos –dice– treinta y tres eran curas y frailes, y los restantes directivos de empresa (asesinatos de Turón), jueces y fascistas.»{57} Indudablemente David Ruiz se erige en juez y parte, y decide por su cuenta quienes fueron víctimas de lo que él llama «terror rojo» del resto de las víctimas, pero es que al mismo tiempo miente, y en lo que más cuando cita a los curas y frailes, porque no todos lo eran en el momento del martirio, ya que algunos eran solamente jóvenes seminaristas, la mayoría de ellos menores de edad, que hubieran alcanzado el sacerdocio de no haber truncado sus verdugos la carrera eclesiástica que ellos habían elegido libremente.

Por otro lado, el Comité Provincial Revolucionario de Asturias también se dirigió a todos los trabajadores diciéndoles: «El día cinco del mes en curso comenzó la insurrección gloriosa del proletariado contra la burguesía...»{58} Pero estas o parecidas frases, que de alguna manera el diario Izvestia quería corroborar, son una prueba de la determinación de los trabajadores para oponerse a lo que ellos llamaban «fascismo», aunque el mismo periódico soviético vio días después las cosas de distinta manera al observar que «el tema se desplazaba, una vez constatado el fracaso de la insurrección, hacia la consideración de ésta como un paso importante hacia la completa liberación del proletariado español»{59}. Lo que parece querer decir que «cuando la revolución está en curso, la descripción de los hechos se sitúa en el ámbito del antifascismo; cuando se halla casi vencida, resucita el aliento revolucionario en el discurso y de paso la agresividad contra los aliados de la víspera, socialistas en primer término».{60}

Por su lado, el hispanista estadounidense y profesor Gabriel Jackson, hombre más bien de izquierdas, dice que los mineros asturianos reaccionaban con un mezcla de antifascismo y revolución utópica:

«Los comunistas y los anarquistas no habían tenido nunca muchas esperanzas en la República 'burguesa' de 1931, y gran parte del Partido Socialista y de la Unión General de Trabajadores había empezado a vindicar la revolución tras perder las elecciones de septiembre de 1933 [...]. La misión de los socialistas era prepararse, mediante la educación, la disciplina y la conciencia de clase, para una futura revolución que acabaría por la fuerza con el sistema de propiedad burguesa y las relaciones de explotación entre la burguesía y la clase obrera.»{61}

Pero hasta la fecha, ni el catedrático ni el profesor han aportado ningún nombre de esos capitalistas de grandes fortunas, explotadores de los trabajadores con los que la revolución quería acabar, según nos quieren persuadir al decir que la lucha anticapitalista era la causa principal de los revolucionarios. Sin embargo, hay que recordar el asesinato irracional de una pobre persona llamada César Gómez, vecino del pueblo minero de Turón. Era César Gómez un modesto empleado que para sacar a su prole adelante tenía además que vender periódicos por la calle, porque ni tan siquiera poseía un pequeño puesto de venta{62}. Tampoco se sabe nada de esas grandes fábricas o comercios que había que incendiar al ser propiedad de esos capitalistas, salvo que se tuviera por gran empresa un pequeño local que servía para desarrollar su actividad profesional un modesto autónomo: en este caso la peluquería de un ovetense que se vio obligado a poner una pequeña nota en el periódico que decía: «José Escotet, peluquero, pone en conocimiento de su distinguida clientela y amigos que por causa de los sucesos revolucionarios ha sido incendiando su establecimiento, y con penosos sacrificios ha tomado en traspaso la acreditada Peluquería de Ramón, calle de Argüelles 33 [Oviedo] donde está a disposición de quienes tengan a bien solicitar su servicio.»{63}

José Antonio lo dijo muy claro: «Si llega a triunfar la ola roja, ¿quiénes hubieran sido sus víctimas? ¿Los grandes capitalistas? Ciertamente, no; el gran capitalismo es internacional; cuando recibe un golpe en un país, cubre las pérdidas con lo que en otros países ganan [...] pequeños industriales, pequeños comerciantes... Vosotros sois siempre las víctimas de la revolución....»{64}

También fueron víctimas de la revolución, el edificio noble de la Universidad de Oviedo; y la Cámara Santa de la Catedral, que fue volada con dinamita. Pero de esto habrá que ocuparse más adelante, pues ahora hay que referirse a algunos de los 33 religiosos, muchos «matados como conejos»{65}, que fueron inmolados en Asturias, más uno desaparecido, y que nada tenían que ver con las reclamaciones de los revolucionarios ni mucho menos con lo que nos ha contado el catedrático David Ruiz, ni con la clase burguesa, porque los religiosos martirizados no fueron héroes de una guerra humana en la que no participaron, como dijo Juan Pablo II refiriéndose concretamente a los mártires de Turón{66}: ocho religiosos de La Salle y un padre pasionista de Mieres que casualmente se encontraba en aquella localidad celebrando misa en la capilla de los hermanos salesianos. Además, y como muy bien dijo el diputado y sacerdote Santiago Guallar en el Parlamento, esos religiosos «eran pobres y ahora vivían en condiciones de miseria material seguramente mayor que la de los más humildes obreros [...], porque en su mayor parte eran hijos del pueblo, hijos de obreros extraídos de las últimas capas sociales».{67}

Todos estos religiosos asesinados en Turón fueron beatificados el 29 de abril de 1990 sin la presencia del Gobierno de Asturias, de mayoría socialista, ni tampoco del Ayuntamiento de Mieres, también en poder del PSOE. Su alcalde Eugenio Carbajal, cuya familia había participado en la lucha de Octubre del 34 «del otro lado», manifestaba que «es muy respetable la actitud de la Iglesia, pero nadie recuerda a los mártires del otro lado»{68}. Está claro que el alcalde olvidaba la celebración y el recuerdo que había tenido toda la familia socialista en el 50 aniversario de aquella Revolución, amén de otras conmemoraciones y evocaciones.

El presidente del Gobierno asturiano también rechazaba la invitación que le había cursado el ministro Asuntos Exteriores, el socialista Francisco Fernández Ordoñez, en estos términos:

«Agradezco ante todo su deferencia de integrarnos en la delegación oficial. No obstante, no vemos ni necesaria ni conveniente esa representación, que creo no convocaría el sentimiento de comprensión de todos los asturianos, dadas las múltiples tragedias que en todos los sectores sociales implicados comportaron los sucesos de 1934, y la voluntad máxima de considerarlos superados.»{69}

Días después, sin la presencia pues de ninguna autoridad asturiana, el arzobispo de Oviedo, Gabino Díaz Merchán, diría en la plaza de San Pedro el mismo día de la beatificación:

«En esta fecha surge en Asturias la revolución que desencadenó una campaña de odio y violencia [...]. El 5 de octubre, un grupo de revolucionarios detuvo a los ocho hermanos y al padre pasionista, mientras celebraban la eucaristía. Los encarcelaron{70} en la casa del pueblo durante 4 días. Mientras el comité revolucionario, bajo presiones extremistas, decidió la muerte de estos hombres por ser religiosos y maestros cristianos de gran parte de los hijos del pueblo de Turón.»{71}

Era el odio que arrastraban y que seguiría después como lo demostró el destacado líder comunista, Jesús Hernández, ministro en el Gobierno bélico de Largo Caballero, cuando envió un telegrama a Moscú al Congreso de los anti-Dios que decía:

«Vuestra lucha contra la religión es también la nuestra. Tenemos el deber de hacer de España una tierra de ateos militantes.»{72}

Odio que no había anidado en todos los mineros, porque con motivo de la canonización de estos mártires, en la sección de «Cartas al director» de un periódico, se publicaba un escrito que remitía un minero jubilado, hijo de minero, que decía haber sido alumno de los hermanos de La Salle en Caborana (localidad minera), y que terminaba así: «La cuenca minera asturiana debe sentirse tan orgullosa como agradecida de haber encomendado la enseñanza de los hijos de los trabajadores a quienes se instalaron en Asturias sólo para hacer el bien, hasta el punto de dar la vida por su fidelidad a tan noble vocación como es la de enseñar al que no sabe.» La carta la firmaba Antonio Rodríguez Fernández desde Burlada (Navarra), donde residía.{73}

Cuando estos nuevos beatos fueron canonizados en 1999 tampoco las autoridades asturianas, cuyo Gobierno del Principado seguía en manos socialistas, estuvieron en Roma, por tratarse de una celebración «de exclusivo carácter religioso»{74}. Pero según recogen otras informaciones, para los representantes socialistas de Asturias estos gestos del Vaticano «no contribuyen a superar el odio de la división entre las dos Españas de aquella época»{75}. Sin embargo, el provincial de La Salle en España, el hermano José Antolínez, confesaba que le habría gustado que una representación del ejecutivo asturiano hubiera estado en Roma. El obispo de Oviedo puntualizó: «El recuerdo de los mártires no tiene ningún sentido de revancha contra los que los sacrificaron.»{76}

En esta ocasión los socialistas no argumentaron aquello de que «nadie recuerda a los mártires del otro lado», quizá porque en abril del año anterior, casi en pleno centro de Oviedo y con la asistencia de unas 300 personas, era inaugurado un monumento a la joven «rosa roja» Aida de la Fuente que el 13 de octubre de 1934, cuando se encontraba disparando una ametralladora, fue abatida por las fuerzas que mandaba el teniente coronel Yagüe. A la inauguración del monolito vino desde Rusia, donde vivía, su hermana Pilar quien declaró:

«La Revolución de Octubre del 34 iba a ser general. Asturias se organizó pensando de ese modo. Pero Madrid nos traicionó, y Barcelona nos traicionó. Asturias fue vendida y traicionada y quedó sola, completamente sola.»{77}

A todo esto, el historiador y sacerdote, Vicente Cárcel Ortí, con motivo de elevar a los altares a estos mártires, escribía que la persecución habida en España se puede considerar la mayor vergüenza de la República y que por esta razón fue desacreditada totalmente ante el mundo occidental. Recordaba también las palabras del cardenal Vidal i Barraquer, cuando en 1938 denunciaba que «hasta el momento presente la Iglesia no ha recibido de parte del Gobierno (republicano) reparación alguna, ni siquiera una excusa o protesta». Y Cárcel Ortí terminaba con esta verdad: «Hasta ahora ningún partido o personaje político, heredero de las ideologías que provocaron la persecución, lo ha hecho.»{78} Éste mismo historiador recogía, en un reciente libro, un largo artículo firmado por Álex Rosal, que criticaba el que se hubiese constituido, 60 años después, un «tribunal popular» encargado de decidir quien es culpable y quien no, y se preguntaba:

«¿Acaso el laicismo militante no tiene de qué arrepentirse? ¿No deben pedir perdón el PSOE, PCE, POUM, CNT, FAI, Estat Catalat... por su implacable y recalcitrante persecución religiosa? ¿No es motivo de arrepentimiento los más de siete mil asesinatos de eclesiásticos?»{79}

Tampoco han pedido perdón por el enorme daño material que hicieron a la Cámara Santa de la Catedral y a la Universidad de Oviedo y otros edificios nobles. Hablaban de terminar con cualquier vestigio capitalista y con lo que terminaron fue con la cultura a pesar de que en las elecciones del 12 de marzo del 2000 el candidato socialista, Joaquín Almunia, se atrevió a decir en uno de sus mítines que «el progreso y la cultura van de la mano». Pero lo que iba de la mano de los insurrectos era la dinamita con la que hicieron añicos lo más preciado de la cultura ovetense. Dinamita a la que sin ningún rubor el poeta Rafael Alberti le dedicó un poema que terminaba de esta manera:

«Mi mano y mi corazón, / ¡contigo!, que Asturias grita, / como ayer: ¡Viva el Nalón / y viva la dinamita.»{80}

Con la dinamita que el poeta quiere que «viva», explosionaron los revolucionarios la Cámara Santa de la catedral, construida en el siglo IX por Alfonso II llamado el Casto, para guardar en ella el arca de madera de cedro, cubierta con placas de plata sobredorada, de 0,70 metros de alta, 1,19 de larga y 0,93 de ancha, que contenía las reliquias que los cristianos habían traído de Jerusalén cuando los musulmanes invadieron Palestina y que al llegar a Asturias primero estuvo resguardada y escondida en una cueva del monte denominado Monsacro, en el concejo de Morcín, inmediato a Oviedo, para ser traída, según las antiguas crónicas, por el citado rey Alfonso II a la catedral que levantaba en la capital de su reino. También se guardaba en la Cámara Santa la Cruz de los Ángeles, símbolo de la ciudad de Oviedo, de la que dice la leyenda que debido a su extraordinaria obra de orfebrería la imaginación popular la consideraba una labor angélica.

Como consecuencia de este enorme desastre, el deán de la Catedral recibió interesantes cartas de arqueólogos alemanes e ingleses donde hacían patente su enorme preocupación y disgusto por lo ocurrido en la Cámara Santa y que calificaban de monstruosidad. Decían que «ha sido una de las pérdidas más considerables que pudo acontecer en el mundo, porque España, que guardaba un tesoro artístico romano-bizantino, tenía su mejor representación en la Cámara Santa de Oviedo»{81}.

También la Universidad, fundada por el Inquisidor General y Arzobispo Fernando Valdés Salas en el siglo XVI, era totalmente arrasada, convirtiéndose en un montón de piedras y escombros y quedando solamente en pie en el patio, como si fuera un símbolo, la estatua de su fundador, algo que provocó en Miguel de Unamuno una de aquellas frases tan características en él: «Allí estaba Valdés, advirtiéndonos con el dedo: 'Ya os lo dije yo'.»{82} Palabras que algunos quieren hacernos olvidar, porque esta tragedia provocada en el templo de la sabiduría ovetense suele ser recordado por algún periódico de esta manera:

«En 1934 el edificio sufrió incendio que sólo dejó en pie los muros gruesos y la arquería del patio de lado norte.»{83}

Está claro que todavía hoy algunos medios de comunicación no parecen estar dispuestos a recordarnos quiénes fueron los culpables de aquel incendio, para así seguir ocultando la evidencia histórica y silenciar a los incendiarios de ayer para convertirlos en los apaga fuegos de hoy.

El incendio trajo consigo la pérdida irreparable de su biblioteca con la desaparición de unos 55.000 libros, «cifra que hacía de la Universidad ovetense uno de los establecimientos mejor dotados bibliográficamente del país. En ese conjunto destacaban más de 250 manuscritos, 66 incunables, valiosas obras impresas en el siglo XVI y muchos miles de libros de los siglos XVII y XVIII»{84}. El catedrático de Historia del Derecho, Ramón Prieto Bances, declaraba a los pocos días: «Lo que más siento es la desaparición de las dos bibliotecas de la Universidad: la biblioteca general y la biblioteca especial de la Facultad de Derecho. Los laboratorios desaparecidos son de fácil reconstrucción. Lo que no puede reconstruirse son esos dos bibliotecas que tenían un fondo antiguo valiosísimo e inapreciable». Añadiendo más adelante: «Se han perdido notables obras de arte, como cuadros de Zurbarán, de Ribera y de otros pintores estimables del XVIII y XIX. Retratos de antiguos alumnos como Martínez Marina. Muebles y tapices del siglo XVII verdaderamente notables.»{85}

Por su lado, el joven profesor de la Universidad Valentín Silva Melero, que fue bibliotecario en su época de estudiante, comentaba a la prensa que la biblioteca de la Facultad de Derecho, independiente de la general, comenzó a formarse en 1878 y tenía como donantes, entre otros, al prestigioso catedrático ovetense Víctor Díaz Ordóñez y a la Universidad de Bolonia. Según cálculos, esta biblioteca contaba con unos 14.000 ejemplares, aunque no se podía saber la cifra exacta porque también fueron destruidos los ficheros y los catálogos. Valentín Silva concluía con estas palabras: «Contaba con las mejores enciclopedias jurídicas del mundo y con las colecciones de revistas más interesantes, algunas de las cuales habían iniciado su publicación hace más de un siglo y va a ser dificilísimo encontrar.»{86}

Ante esta pérdida irreparable, un grupo de antiguos alumnos de la Universidad se dirige a los periódicos en demanda de colaboración:

«Profundamente emocionados ante la destrucción de la prestigiosa Universidad de Oviedo, los que suscriben antiguos alumnos de ella, dirigen un fervoroso llamamiento a cuantos deseen contribuir a restaurar tan valioso centro de cultura y reconstruir su biblioteca, tan tristemente perdida...»{87}

Pero el incendio indiscriminado que produjeron los socialistas no solamente trajo la pérdida de la biblioteca de la Universidad, sino también la valiosísima del Seminario Conciliar de Oviedo que albergaba 22.000 volúmenes entre los que se encontraban la colección completa de la Patrología del editor y escritor francés Jacques Paul Migne, en griego y latín, que recogía todo lo dicho por los Santos Padres; una colección completa de todos los escolásticos. En Sagrada Escritura se conservaban los comentarios del escriturista y teólogo español, el jesuita Juan Maldonado; todo el Cursus de la Universidad de Lovaina; ediciones magníficas de la Biblia, &c. También la biblioteca de los Padres Dominicos. Su superior, Fray Emilio González, declaraba que «el convento de Oviedo, tenía unos 15.000 ejemplares. Tenía secciones importantes de Teología Dogmática y Moral. Derecho Canónico y Civil. Historia, Ciencia, Literatura...»{88}.

Lo acontecido en Asturias había sido muy grave, pero la prensa, manejada en su mayor parte por los socialistas, quitaba importancia a los hechos registrados y sus enviados especiales, sobre todo de la prensa de la capital de España, desvirtuaban casi todo lo sucedido. De los actos de crueldad realizados por los sediciosos no decían nada o decían muy poco; del refinamiento morboso de los revolucionarios que se ensañaron con sus víctimas tampoco hablaban los periódicos adictos. Por eso, un periódico de Oviedo se vio obligado a salir al paso de aquellas informaciones tantas veces tergiversadas y que eran interpretadas por el rotativo ovetense como de verdadero dolor:

«¡Qué lástima que estos desaprensivos informadores no hayan pasado, unas horas, las angustias que soportó el pueblo durante los días de asedio en que la ciudad estuvo a merced de las turbas!»{89}

Así pues, la pérdida de vidas humanas, miles de heridos y una ciudad, Oviedo, devastada en una gran parte, hicieron de todo ello un futuro desesperanzador. Al final pagaron quienes con toda seguridad menos culpa tenían: el sargento Diego Vázquez, que desertó con las armas en la mano para pasarse a los revolucionarios, y el minero Jesús Argüelles «El Pichilatu», que mandó el pelotón de ejecución de ocho guardias civiles. Ambos fueron pasados por las armas el 2 de febrero de 1935 después de sendos Consejos de Guerra celebrados en la capital del Principado.

Una vez pasado todo, llegó el examen de los intelectuales, políticos e historiadores de lo que fue en España aquella revolución: Salvador de Madariaga vio en ella una actitud que se debía por entero a consideraciones teóricas y doctrinarias y que a los revolucionarios tanto les preocupaba la Constitución del 31 como las coplas de Calaínos. Por eso escribió que «con la rebelión de 1934, la izquierda española perdió hasta la sombra de autoridad moral para condenar la rebelión de 1936»{90}. Para Claudio Sánchez-Albornoz «la revolución de Asturias y el movimiento de Barcelona dieron una estocada a la República que acabó a la postre con ella»{91}, y en otro momento añadió: «La revolución de octubre, lo he dicho y lo he escrito muchas veces, acabó con la República. Ella y la vehementia cordis que Plinio atribuía ya a los españoles.»{92} Julián Marías vio la Revolución de Octubre como algo desastroso que sirvió para cargarse la República: «La República murió entonces. Fue la negación de la democracia, el no aceptar el resultado de unas elecciones limpísimas.»{93} Marañón dejó escrito: «La sublevación de Asturias en octubre de 1934 fue un intento en regla de ejecución del plan comunista de conquistar España.»{94} Para el que fue presidente de la República en el exilio, José Maldonado, la Revolución de Octubre fue un error porque «si en España había una democracia no era legítimo que se preparara una subversión y es un error frente a una República democrática preparar una revolución social, que desde el principio está condenada al fracaso»{95}. Se podían poner más ejemplos, pero vamos a dejarlos aquí porque aquí comenzó lo que Gustavo Bueno definió como guerra preventiva. Guerra que llegaría más tarde cumpliéndose así lo que dijo un político: «La mitad del país estaba deseando lanzarse contra la otra mitad para aniquilarla.»{96} Son palabras del socialista Rafael Fernández, presidente que fue del Principado de Asturias que también estuvo involucrado en la Revolución de Asturias.

Notas

{1} Fernando Solano Palacio, La Revolución de octubre. Quince días de Comunismo Libertario, Fundación de Estudios Libertarios, Madrid 1994, pág. 177.

{2} José Díaz Fernández, Octubre rojo en Asturias, Silverio Cañada Editor, Gijón 1984, pág. 91.

{3} Ibíd., pág., 107.

{4} José Manuel Otero Novas, «Democracia y libertad», diario ABC, 1 febrero 1996, pág. 38.

{5} Diario El Comercio, 26 abril 1936.

{6} Sindicato Obrero Metalúrgico Asturiano 1913-1937, edita UGT Metal Asturias, Oviedo 1998, pág. 28.

{7} Juan José Menéndez García, Belarmino Tomás soberano de Asturias. Silverio Cañada Editor, Gijón 2000, pág. 117.

{8} Arthur F. Loveday, Wither Spain, abril 1935. Este artículo ratificaba el punto de vista expuesto en la misma revista en Restless Spain, octubre de 1934. Ayala había elogiado en un despacho del 14 de febrero de 1933, a «The Nattional Review», notable por su buena documentación y por los puntos de vista coincidentes con la labor del actual Gobierno de la República, presidido entonces por Azaña. Citado por Florencio Friera Suárez en Ramón Pérez de Ayala, testigo de su tiempo, Fundación Alvargonzález, Gijón 1997, pág. 389.

{9} Diario La Nueva España, 6 octubre 1994, pág. 17.

{10} Ramón Rubial nace en Erandio (Vizcaya) en 1906. En diciembre de 1976, en el transcurso del XXVII Congreso de PSOE, es elegido presidente del Partido y lo sería sistemáticamente Congreso tras Congreso hasta su fallecimiento. En las primeras elecciones generales de 1977 es elegido senador por el PSOE que renovaría en las dos elecciones siguientes.

{11} Diario ABC, 25 junio 1995, pág. 13.

{12} Diario ABC, 3 agosto 1995, pág. 28.

{13} Diario El País, 12 mayo 2000, pág. 20.

{14} Diario ABC, 14 mayo 2000, pág. 15.

{15} Diario La Nueva España, 10 octubre 2000, pág. 16.

{16} Indalecio Prieto, Discursos en América. Confesiones y rectificaciones, Fundación Privada Indalecio Prieto, 1991. Editorial Planeta, Barcelona 1991, págs. 112 y 113. Por otro lado, las palabras que Prieto pronunció en el Teatro Pardiñas fueron éstas: «Hágase cargo el proletariado del Poder y ponga en marcha a España [...], y si es necesario con nuestra sangre.»

{17} Francisco Largo Caballero, Mis recuerdos. Cartas a un amigo, Ediciones Unidas, México 1976 (2ª edición), pág. 128.

{18} Ibid., pág. 129. El Gobierno que se formó el 4 de octubre de 1934, y que el pueblo, a quien al parecer representaba Largo Caballero, tenía por enemigos de la República como si les asistiera alguna razón a los socialistas para dar patente de republicanismo, fueron estos: Presidencia, Alejandro Lerroux (radical); Estado, Ricardo Samper (radical); Guerra, Diego Hidalgo (radical); Justicia, Rafael Aizpun (Ceda); Marina, Juan José Rocha (radical); Hacienda, Manuel Marraco (radical); Gobernación, Eloy Vaquero (radical); Instrucción, Filiberto Villalobos (liberal demócrata); Trabajo, José Oriol Anguera de Sojo (Ceda); Obras Públicas, José María Cid (agrario); Comunicaciones, César Jalón (radical); Agricultura, Manuel Jiménez Fernández (Ceda), Industria y Comercio, Andrés Orozco (radical) y ministros sin Cartera, José Martínez de Velasco (agrario) y Leandro Pita Romero (independiente). Asimismo, el nuevo jefe del ejecutivo, Alejandro Lerroux, manifestaba que la política que seguirá el Gobierno será la del «olvido de los agravios, cordialidad republicana, respeto a la Constitución y mantenimiento de la ley para consolidar la República; autoridad máxima para bien del orden público y defensa de los obreros, siempre que estos se muevan dentro de la legalidad». Diario La Voz de Asturias, 5 octubre 1934, 1ª página.

{19} Francisco Largo Caballero, op. cit., pág. 133.

{20} Enrique Moradiellos, «El gobierno británico y Cataluña durante la República y la guerra civil», El Basilisco, nº 27, enero-junio 2000, pág. 23.

{21} Angel Ossorio, Mis Memorias, Editorial Losada, Buenos Aires 1946, pág. 209.

{22} Ibíd., pág., 203. En el año 1975 se publica en España una nueva edición de las Memorias de Angel Ossorio, prologada por Fausto Vicente Gella, pero en esta ocasión (ver página 182) le hacen un favor a Ossorio suprimiéndo la alusión que en la edición argentina hace a Falange. De esta manera maquillan algunos lo que otros escriben.

{23} Citado por Juan-Simeón Vidarte en El bienio Negro y la insurrección de Asturias, Ediciones Grijalbo, Barcelona-Buenos Aires-México D.F. 1978, pág. 239.

{24} Julio Arostegui, La República: esperanzas y decepciones, Historia 16 Guerra Civil, Madrid 1986, pág. 53.

{25} Diario La Voz de Asturias, 5 octubre 1984, pág. 7.

{26} Semanario Hoja del Lunes de Oviedo, 15 octubre 1984, pág. 15.

{27} Salvador de Madariaga, España, Espasa-Calpe, Madrid 1979 (14ª edic.), pág. 362.

{28} Alejandro Lerroux, La pequeña historia de España 1930-1936, Editorial Mitre, Barcelona, págs. 173 y 174.

{29} Diario La Voz de Asturias, 28 septiembre 1934.

{30} Gabriel Jackson, op. cit., pág. 140.

{31} Claudio Sánchez-Albornoz, Anecdotario político, Editorial Planeta, Barcelona 1976 (2ª ed.), págs. 173 y 174.

{32} «Contra toda dictadura», diario La Voz de Asturias, 19 septiembre 1934.

{33} Santos Juliá, Los socialistas en la política española, 1879-1982, Santillana de Ediciones & Taurus, Madrid 1996, pág. 198.

{34} Ibíd., pág. 206.

{35} Varios autores, Violencia política en la España del siglo XX, dirigido por Santos Juliá, Santillana de Ediciones & Taurus, Madrid 2000, pág. 175.

{36} Diario La Voz de Asturias, 19 septiembre 1934.

{37} Amaro del Rosal, 1934: El movimiento revolucionario de Octubre, Akal Editor, Madrid 1983, pág. 10.

{38} Diario La Voz de Asturias, 23 enero 1934.

{39} Correspondencia secreta, pág. 154. «Largo Caballero se equivoca al dar como ministro de la Guerra a Gil Robles, ya que este nombramiento se produjo tras otra formación futura del Gabinete.» Citado por Bernardo Díaz Nosty en La comuna asturiana. Revolución de octubre de 1934, Edita Zero, Bilbao 1974, págs. 136 y 137.

{40} Diario La Voz de Asturias, 8 febrero 1934.

{41} Diario El Carbayón, 28 junio 1934.

{42} Paco Ignacio Taibo II y varios autores más, Octubre 1934, Siglo XXI de España Editores, Madrid 1985, pág. 238.

{43} Indalecio Prieto, op., cit., pág. 117. No obstante a la dura crítica que Prieto hace a las Juventudes Socialistas, éstas, en 1935, dijeron de él: En nuestro Partido, Indalecio Prieto tiene fama de hombre exaltado, violento, indisciplinado. Y en otro momento repiten, entre otras cosas: Nosotros acusamos a Prieto de intentar matar las esencias tradicionales del Partido, enrolándole a la pequeña burguesía de por vida. Citado por Marta Bizcarrondo en Octubre del 34: Reflexiones sobre una revolución, Editorial Ayuso, Madrid 1977, págs. 180 y 183.

{44} Recogido por Ricardo Miralles en el libro Indalecio Prieto. Textos Escogidos, Clásicos Asturianos del Pensamiento Asturiano, Oviedo 1999, pág. 227.

{45} Santiago Carrillo en el mitin de Stadium. ES, 15 septiembre 1934, recogido por Santos Juliá en Los socialistas..., pág. 206.

{46} Ramón González Peña (1882-1952), conocido también por el «generalísimo», fue condenado a muerte por su participación en la Revolución de Asturias e indultado por un Gobierno presidido por Alejandro Lerroux. Durante la Guerra Civil fue comisario político y nombrado en 1937 presidente de la Comisión Ejecutiva de la UGT, en sustitución de Largo Caballero. Más tarde fue ministro de Justicia en uno de los Gobiernos presididos por Juan Negrín. Al finalizar la guerra primero se exilió en Francia y después pasó a México, donde Indalecio Prieto lo «expulsó» del Partido Socialista por considerarlo filocomunista. Por otra parte, según recogen varios autores, fue el máximo responsable del robo que se cometió en el Banco España de Oviedo, donde se ssutrajo la importante cifra de 14.425.000 ptas. Cuando fue juzgado dijo que las cantidades ocupadas fueron entregadas al Comité para que las distribuyera de la forma más adecuada. Sin embargo en el mismo juicio, llevado a cabo en febrero de 1935, otro líder socialista, Teodomiro Menéndez, que se había declarado inocente el día de su detención, dijo que estando en el Banco Español de Crédito vio salir al compañero Dutor de una habitación, donde estaban reunidos González Peña y otros, y le oyó manifestar que fracasado el movimiento y con los millones del Banco de España, había llegado el momento de marcharse (Diario Región, 16 febrero 1935). Algunas cantidades del dinero robado fueron recuperadas.

{47} Diario Avance, 5 septiembre 1934. Por su parte, Peña esperaba ya la arribada, una semana después, del vapor Turquesa cargado de armas, aunque, «teóricamente», destinadas a Madrid. Recogido por B. Díaz Nosty, op., cit., pág. 126.

{48} Santos Juliá, en Los socialistas..., pág. 207.

{49} Diario La Voz de Avilés, 13 septiembre 1934.

{50} Bernardo Díaz Nosty, op. cit., pág. 333.

{51} En servicio de la República, La revolución de octubre en España. Bolaños y Aguilar Talleres Gráficos, Madrid 1935.

{52} «Los niños de la revolución», diario La Nueva España, 8 octubre 1994, pág. 32.

{53} Diario Región, 2 noviembre 1934, pág. 6.

{54} Diario Región, 23 octubre, 30 de octubre, 28 de octubre y 28 de octubre de 1934 respectivamente.

{55} Diario La Nueva España, 19 octubre 1994, pág. 42.

{56} David Ruiz es autor, entre otros, de los libros, Insurrección defensiva y revolución obrera; El octubre español de 1934 y El movimiento obrero en Asturias.

{57} David Ruiz, La Segunda República (1931-1936), Historia de Asturias, La Nueva España, fascículo 46, año 1991, pág. 817.

{58} Manuel Grossi Mier, La insurrección de Asturias, Ediciones Jucar, Madrid 1979, pág. 127.

{59} Informe del embajador británico en Moscú al ministro de Asuntos Exteriores, sir John Simon, 22 de octubre de 1934, págs. 1-2, en F. O. 371/18597 694413, págs. 206-207. Recogido por Antonio Elorza y Marta Bizcarrondo en Queridos camaradas. La Internacional Comunista y España 1919-1939, Editorial Planeta, Barcelona 1999, pág. 221.

{60} Antonio Elorza y Marta Bizcarrondo, op. cit., pág. 221.

{61} Diario El País, 23 octubre 1984, págs. 11 y 12.

{62} El diario Región le dedicó el 25 octubre 1934 esta breve necrológica: «El empleado asesinado por los revoltosos don César Gómez, a quien se refiere esta información, era corresponsal de REGIÓN en Turón. Hombre de noble ejecutoria fue asesinado por ser demasiado ciudadano para con todos. Realmente no tenía enemigos; pero la revolución le tomó como mártir. Deja ocho o nueve hijos en la orfandad. Ya es dato suficiente para demostrar que los instintos crueles de la turbas fueron exacerbados por la impiedad.»

{63} Diario Región, 28 octubre 1934, pág. 6.

{64} José Antonio Primo de Rivera, Obras Completas, sexta edición, Madrid 1971, pág. 752.

{65} Gabriel Jackson, op., cit., pág. 151.

{66} Esta Hora, nº 822, 1 diciembre 1999, publicación editada por el Arzobispado de Oviedo.

{67} Diario de sesiones, sesión del jueves 15 de noviembre de 1934, pág. 4.801. Recogido por Federico Suárez en «Notas para la historia de la revolución de Asturias», en Razón Española, nº 8, diciembre 1984, pág. 394.

{68} Diario La Nueva España, 22 abril 1990, pág. 25.

{69} Diario La Voz de Asturias, 1 mayo 1990, pág. 21.

{70} Al encarcelamiento de estos religiosos algún historiador llama «prisioneros enemigos», como si fueran soldados inmersos en una guerra en la que, como está muy claro y como dijo Juan Pablo II, ellos no participaban. Ver la obra citada de Manuel Grossi Mier, pág. 114.

{71} Hoja del Lunes de Oviedo, 30 abril 1990, pág. 12.

{72} Citado por Antonio Montero Moreno en Historia de la Persecución Religiosa en España 1936-1939, Biblioteca de Autores Cristianos, Madrid 1961, pág. 41.

{73} Diario La Nueva España, 11 diciembre 1999, pág. 83.

{74} Ibid., 9 noviembre 1999, pág. 28.

{75} Diario El País, 22 noviembre 1999, pág. 38.

{76} Diario La Nueva España, 9 noviembre 1999, pág. 28.

{77} Ibid., 19 abril 1998, pág. 4.

{78} Diario La Razón, 21 noviembre 1999, pág. 47.

{79} Comentario de Álex Rosal, Sectores de la Iglesia reclaman que también la izquierda de la Guerra Civil pida perdón. Diario La Razón, 5 diciembre 1999, y citado por Vicente Cárcel Ortí en La gran persecución. España, 1931-1939, Editorial Planeta, Barcelona 2000, págs. 310 y 311.

{80} Poema dedicado a los mineros asturianos (del libro Asturias, París 1964) y recogido en Historia de Asturias de Ayalga Ediciones, Salinas 1997, tomo 10, pág. 77.

{81} Diario ABC, 6 noviembre 1934, pág. 41.

{82} Salvador de Madariaga, op., cit., pág. 361.

{83} Diario La Voz de Asturias, 4 octubre 2000, pág. 9.

{84} Ramón Rodríguez Alvarez, Tesoros bibliográficos de Asturias, Cajastur, Oviedo 1998, pág. 110.

{85} Diario Región, 2 noviembre 1934, pág. 8.

{86} Diario Región, 1 enero 1935, pág. 13.

{87} Diario Región, 30 octubre 1934, pág. 9.

{88} Diario Región, 1 enero 1935, pág. 12.

{89} Diario Región, 23 octubre 1934, última página.

{90} Salvador de Madariaga, op. cit., pág. 363.

{91} A modo de prólogo al libro de José Tarín-Iglesias, La rebelión de la Generalidad, Plaza & Janés Editores, Barcelona 1988, pág. 12.

{92} Claudio Sánchez-Albornoz, Mi testamento histórico-político, Editorial Planeta, Barcelona 1975, pág. 44.

{93} Diario La Nueva España, 6 junio 1996, pág. 54.

{94} Gregorio Marañón, Obras completas, tomo IV, Espasa Calpe, Madrid 1968, pág. 378.

{95} Diario La Voz de Asturias, 5 octubre 1984, pág. 30.

{96} Diario La Nueva España, 29 febrero 2000, pág. 30.

 

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