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El Catoblepas, número 36, febrero 2005
  El Catoblepasnúmero 36 • febrero 2005 • página 15
Polémica

Segunda y última réplica
al coronel Alamán Castro indice de la polémica

Carlos Blanco Escolá

El historiador y coronel Blanco Escolá
responde de nuevo al coronel Alamán Castro

Me dirijo a esa revista, una vez más, para responder a las falsas acusaciones (más graves incluso que las anteriores) que contra mí ha vuelto a lanzar el señor Alamán Castro, con la increíble desfachatez que le caracteriza. Siento bastante repugnancia, al tener que polemizar con personas como ésta, pero me veo obligado a hacerlo, porque sobre todo no puedo permitir que ningún irresponsable me tache de cobarde, y menos públicamente, ni que proclame, entre otras cosas, que he ofendido a determinados cuerpos militares, a los que en su día serví con plena lealtad en el cumplimiento de mi deber. Anuncio, en todo caso, que con esta segunda réplica daré por concluida mi participación en la polémica que Alamán ha provocado, aunque sin descartar en absoluto las acciones legales que contra él considere pertinentes.

El propio Alamán Castro ha tenido ocasión de constatar que alguna de las acusaciones lanzadas contra mí en el artículo anterior eran completamente falsas. Afirmaba, añadiendo ciertos comentarios injuriosos, que yo repetí en la Academia todos los cursos menos uno, y que, además, nunca había prestado mis servicios en unidades de elite como la Legión; y ahora, después de consultar los correspondientes diarios oficiales, para contrastar los datos que yo le ofrecía, se ha visto forzado a rectificar, aunque con demasiada tibieza y procurando salvar el tipo... Cualquier persona con un mínimo de decencia y sentido de la autocrítica, tras aceptar que ha mentido públicamente de forma descarada para llevar a cabo una labor difamatoria, se sentiría avergonzado y se aprestaría a presentar sus excusas; pero evidentemente éste no ha sido el caso de Alamán, y ello, en verdad, resulta bastante decepcionante... Con todo, creo que, al menos, ha quedado meridianamente clara su tendencia a mentir, su capacidad para elaborar con todo detalle sus fábulas con la intención de causar daño.

Inasequible al desaliento y pese a este clamoroso tropiezo, Alamán persiste en sus falsedades y no se retracta del todo a la hora de referirse a mi estancia en los servicios de Cría Caballar; ya no se atreve a sostener que apenas he desarrollado otras actividades en el Ejército que las que corresponden a dichos servicios, pero afirma que permanecí en ellos durante siete años y medio, cuando la verdad es que sólo estuve seis años escasos, entre 1971 y 1976, ambos inclusive. Siga consultando los diarios oficiales, señor Alamán, y a ver si esta vez tiene la hombría y la rectitud moral necesarias para reconocer abiertamente que ha mentido. Y no me camelee cuando aluda al puesto que obtuve al ingresar en la Academia General; logramos el ingreso 270 aspirantes, de los dos mil y pico que nos presentamos, y alcancé el puesto 137. ¿De dónde ha sacado usted, por otra parte, que yo permanecí entre la Legión y la Academia General un tiempo total de 16 años? Sólo estuve 12, el doble que en los servicios de Cría Caballar. No sólo es usted un mentiroso, sino además un negado, que ni siquiera es capaz de leer convenientemente los diarios oficiales y echar la cuenta de la vieja.

Los chivatos del señor Alamán, por lo demás, parecen reunir las mismas «cualidades» que él; uno le ha dicho que yo acudí a la Escuela Superior Politécnica desde los «grises», y que me echaron de ella «a los tres meses y medio por calamidad», ya que no superé ni un solo control de estudios en ese tiempo... Pues bien, señor Alamán Castro, dígale usted de mi parte a su despistado chivato (si es que existe...), que yo me presenté al ingreso en la citada Escuela en el verano de 1965, tras superar un curso por correspondencia de un año de duración; que, en los exámenes desarrollados a lo largo de varios días, obtuve una de las 20 plazas convocadas, a las que creo recordar que aspiramos noventa y tantos oficiales; y que no me echaron a los tres meses, sino que abandoné el centro año y medio más tarde, pasando entonces destinado a la Policía Armada, hoy Policía Nacional. Todo ello puede usted comprobarlo también en los diarios oficiales; haga un pequeño esfuerzo y solicite la ayuda de una persona más inteligente que usted, a ver si consigue entender lo que dicen.

La capacidad de falseador de Alamán queda sobre todo de manifiesto, y de forma muy gráfica, cuando se refiere a cierto artículo publicado por Paco Umbral en el diario El Mundo, el día 24 de abril de 2000, en el que me citaba. Umbral escribía textualmente:

«Las suspicacias del historiador señor Blanco sobre los ascensos de Franco nos hacen sospechar que su libro es una enmienda a la totalidad y desea anular al Caudillo totalmente. Ahora sabemos que fuimos vencidos por un mediocre, y no por un gran militar. Esto resulta aún más humillante. Uno no cree demasiado en la gloria de los tontos que se dejan llevar por las procelas, hasta el triunfo. Nuestro verdugo no era tonto. El declarar ahora que Franco era un manús supone mayor humillación para el Ejército de la República y para los españoles que le padecimos. Esto es como la pasada insistencia de los analistas en que Aznar era tonto. Yo siempre me temí lo peor, o sea que de tonto nada.»

Alamán recoge este párrafo de Umbral, pero se permite eliminar las frases que considera inconvenientes, y además añade, con su proverbial falta de escrúpulos, una coletilla de su propia cosecha, quedando finalmente el párrafo como sigue:

«Las suspicacias del historiador señor Blanco sobre los ascensos de Franco... Ahora sabemos que fuimos vencidos por un mediocre, y no por un gran militar. Esto resulta aún más humillante. Uno no cree demasiado en la gloria de los tontos. Declarar ahora que Franco era un manús supone la mayor humillación para el Ejército de la República y para los españoles que le padecimos. En verdad que el historial de Franco no está del todo mal para un tonto... Yo siempre me temí lo peor, o sea que de tonto nada... Se puede sospechar que la tontería se encuentre en Blanco...»

¿Y qué opina ahora el señor Alamán después de ser cazado en este escandaloso falseamiento? Por si no tuviera bastante con su cadena de embustes, anteriormente denunciados, ahora se descuelga con esta abominable chapuza. Para desgracia suya, yo suelo guardar algunas de las páginas de los periódicos que se refieren a mí, y entre ellas se halla la del artículo de Umbral, que pongo a disposición de quien quiera consultarla. Y bien, ¿a qué marrullería recurrirá ahora Alamán para recuperar la escasísima credibilidad que le pudiera quedar? ¿optará tal vez por impedir la publicación de esta réplica, ya que según sus palabras, la anterior salió en las páginas de El Catoblepas con su autorización? Para aplicar su particular censura, desde luego, excusas y subterfugios no le habrían de faltar, librándose así de exhibir sus vergüenzas ante la luz pública..., pero, en fin, me permito dudar que la citada revista haya tenido que contar con la autorización de Alamán Castro para publicar mi réplica (la señora directora tiene la palabra) y que la vaya a necesitar ahora.

La torcida y pintoresca interpretación que normalmente hace Alamán de los escritos se pone en evidencia cuando alude a mi relato sobre el paso ligero a que fuimos sometidos los caballeros alféreces cadetes de la Academia de Caballería, en el verano de 1959; comento en ese relato que se nos trató entonces «como a unos vulgares soldados mercenarios de la época absolutista, anterior a la del liberalismo y los ejércitos de los soldados ciudadanos», para concluir: «Así se las gastaban en el despreciable y fascistoide régimen franquista.» Y, tras referirme al castigo que nos aplicaron a cuatro cadetes, añado textualmente: «Hoy estoy plenamente convencido de que, bajo el actual régimen democrático, nadie se hubiera atrevido a cometer el canallesco atropello que sufrimos los cuatro alumnos injustamente castigados.» Este relato provoca el siguiente comentario del inefable Alamán: «¿[Blanco] que, ya en aquella temprana edad, se dio cuenta que pertenecía a un ejército 'fascistoide', 'canallesco', &c., por qué no pidió la baja?». Debo aclararle al señor que ni siquiera sabe interpretar lo que dicen los diarios oficiales, que en ningún momento afirmo que yo haya pertenecido a un ejército fascistoide y canallesco, refiriéndome tan sólo al «despreciable y fascistoide régimen franquista». Por otra parte, de mi párrafo que empieza diciendo «Hoy estoy plenamente convencido...», se desprende claramente que una cosa es lo que pienso en la actualidad del franquismo, y otra, muy distinta, es lo que pensaba a la altura de 1959.

Los españoles de mi generación y las inmediatas posteriores, que abrimos los ojos al mundo en plena dictadura de Franco, fuimos sometidos durante años a un intenso y sistemático lavado de cerebro, contra el que no tuvimos posibilidad de reaccionar, y que, en el caso de los alumnos de las academias militares, alcanzó niveles insospechados. Sólo tras la caída de la ominosa dictadura franquista y el consiguiente acceso a las libertades que el nuevo régimen nos brindó, pudimos los millones de españoles sometidos al criminal lavado ir evolucionando hacia la saludable cosmovisión propia de quienes, más o menos, se identifican con los valores de la democracia.

El cerril y malintencionado Alamán Castro se niega a aceptar este hecho, y afirma, fingiendo creer en los milagros, que, en 1959, ya tenía yo plena conciencia de mi pertenencia a un ejército fascistoide; apoyándose en semejante falsedad me dedica esta miserable frase: «¿Tan cobarde era que no se atrevía a ganarse la vida en otro sitio?». Más adelante, vuelve a referirse a mí con estas palabras: «Y como guinda final tiene la frescura de hablar de la Unión Militar Democrática (UMD), a la que pone por las nubes, pero a la que cobardemente no se apuntó en ningún momento y con la que, según él mismo nos cuenta [¿?], coincidía en toda su ideología desde que era un, no tan joven, cadete»... Me va a permitir que le diga, señor Alamán Castro, que, con los elementos de juicio que usted maneja, sólo un canalla o un desequilibrado puede llamarme cobarde.

Es obvio, por lo demás, que Alamán ha encajado muy mal (él sabrá los motivos) este reproche que le hacía en mi anterior réplica:

«Debería haber hablado, por ejemplo, de los hipócritas militares afectos al franquismo que en todo momento han mostrado una larvada oposición al régimen democrático establecido en España, cuidándose mucho, no obstante, de seguir desarrollando sus carreras, y percibiendo puntualmente su sueldo todos los meses; de los que apoyaron sin reservas el golpe del 23-F, y que después no han tenido agallas para dar la cara, pese a haber estado dispuestos, en su momento, a subirse en el carro triunfante del golpismo.»

Parece que Alamán se siente directamente aludido en este párrafo, y que no ha encontrado mejor solución para dar salida a su rencor que la de recurrir a los insultos gratuitos, a las ruines acusaciones sin prueba. En todo caso, me ratifico en mis afirmaciones expresadas en la referida réplica, y añado que ellas se basan en las experiencias vividas el 23 de febrero de 1981, cuando me hallaba destinado como comandante profesor en la Academia General Militar, y en los años inmediatamente posteriores; experiencias que, ciertamente, coincidían bastante con las de otros compañeros destinados en diversas guarniciones y con los que tuve ocasión de cambiar impresiones acerca de los hechos que estamos contemplando.

Cuando aludo, en mi réplica anterior a la guerra de Ifni y Sáhara, escribo textualmente: «Muchos de los que en ella habían participado, que seguían prestando sus servicios en las unidades saharianas, me pusieron al corriente de la ridícula y desastrosa actuación del ejército franquista, en las que fueron las únicas operaciones por él afrontadas a lo largo de la ominosa cuarentena; mis informadores solían referirse a la guerrita de Ifni-Sáhara con el nombre de la guerra de Gila». Este párrafo da pie al señor Alamán para dedicarme las siguientes palabras: «Llama, con asquerosa frivolidad, a la citada campaña [de Ifni-Sáhara] la guerra de Gila. En esa guerra de broma, que con tan poco respeto para sus camaradas legionarios cita, en una sola tarde del invierno del 57 murieron en Edchera, combatiendo por España de manera 'ridícula y desastrosa', como nos cuenta Blanco [¿?], cuarenta legionarios y tres guías saharauis, claro que como eran tropa y mandos 'para llevar a cabo la exclusiva misión del gendarme, para respaldar el ilegítimo gobierno franquista', bien muertos estaban, pena que no fuesen más»... Lo que resulta asqueroso, señor Alamán Castro, no es mi presunta frivolidad, sino la bajeza que usted demuestra al intentar difamarme faltando manifiestamente a la verdad y recurriendo a torcidas y delirantes interpretaciones. Quiero aclarar, antes de nada, que quienes valientemente murieron luchando en Edchera no sólo merecen todo mi respeto, sino que además no los considero en absoluto responsables del desastre allí ocurrido, y sí, por el contrario, víctimas de quien había organizado un Ejército para servir su desmesurada ambición de poder, y de la negligencia y la incompetencia de quienes ocupaban la cúpula militar. Asumo, en definitiva, plenamente las apreciaciones del militar, historiador y profesor universitario Gabriel Cardona, que, en su libro «El problema militar en España», analiza así lo ocurrido en el territorio de Ifni y Sáhara, entre noviembre de 1957 y enero de 1958:

«La imprevisión del mando superior [al iniciar las hostilidades los guerrilleros moros] había sido absoluta. Los puestos no estaban fortificados, sólo algunos disponían de radio mientras que los restantes quedaron incomunicados al cortar los cables del teléfono, tampoco se había hecho acopio de víveres y algunos de los destacamentos carecían de agua. La imprevisión del armamento era escandalosa, sin otras granadas de mano que las Breda de la guerra civil, en T'Zenin de Amel-lu existían cuatro morteros de 50 mm sin granadas, en T'Zelata cuatro de los cinco subfusiles Smeiser existentes se inutilizaron el primer día [...] Las fuerzas aéreas de la zona se reducían al Junkers-52 de transporte y bombarderos Heinkel-111, además de varios transportes Douglas DC-3 sitos en Canarias. Los aparatos carecían de plan de operaciones y hasta de munición, de manera que en pleno combate del 23 [de noviembre], fue imposible poner un Heinkel-111 listo para bombardear porque no había bombas [...] Desde el primer momento, las fuerzas saharianas francesas prestaron apoyo y su aviación cubrió la impreparación española [...] El combate más importante ocurrió en Edchera, el 13 de enero de 1958, cuando una compañía de la Legión cayó en una emboscada que le costó 37 muertos y 49 heridos [...] Las operaciones, cuyo peso llevaron la Legión y dos columnas francesas, fueron humillantes para los militares españoles, condenados a la impotencia técnica...»

Durante los meses que pasé en Edchera (repartí prácticamente toda mi estancia en el Sáhara entre ese fuerte y el de Echdeiría, cercano a las fronteras de Marruecos y Argelia; desde esos fuertes partíamos los tenientes del Grupo Ligero para realizar nuestras patrullas fronterizas. Todo ello lo falsea Alamán Castro ...), pude informarme convenientemente acerca de los acontecimientos allí desarrollados, y de las circunstancias que se daban en algunos de los que perdieron la vida; según mis noticias, el capitán que mandaba la compañía de la Legión dejó viuda y once huérfanos. Los verdaderos responsables de aquella terrible tragedia, haciendo gala de una repugnante hipocresía, escenificaron un mínimo homenaje funerario (no querían que el luctuoso suceso trascendiera, y, de hecho, la inmensa mayoría de los españoles lo ignoraron por entonces) a los muertos en la operación y concedieron algunas medallas a título póstumo; con ello (y secundados por la férrea censura franquista) echaron tierra sobre el peligroso asunto, eludieron las responsabilidades y dejaron a casi todos los familiares de las víctimas sin la reparación a que eran acreedores... Perdone que no alabe el elogio que usted dedica a las víctimas de Edchera, señor Alamán Castro, porque la palabrería huera de quienes se limitan a rendir homenajes funerarios nunca me ha convencido.

«Del Sáhara –continúa acusándome Alamán–, a mediados de los años sesenta, en vida del 'invicto Caudillo', cuando según nos cuentas ahora [¿?] la represión era más dura, te fuiste a la Policía Armada [falso; antes me fui al Regimiento de Farnesio, y a continuación a la Escuela Politécnica], ¿te acuerdas, con el chiquito Delgado? Supongo que 'para seguir con la exclusiva misión del gendarme, para respaldar el ilegítimo gobierno franquista manteniendo a raya a la población' [elegí ese destino porque me resultaba atrayente, como a muchos de mis compañeros, y ya le he explicado, cerril y malintencionado señor Alamán, que por entonces no podía ser yo consciente, y me imagino que tampoco mis compañeros de destino, de que servía en un ejército gendarme y respaldaba a un gobierno ilegítimo], misión que ya habías empezado a desarrollar con gran interés en la Legión, según tú mismo manifestabas [¿?]. Te recuerdo que la Policía Armada eran aquellos 'Grises', aquella policía fascista, torturadora y asesina, cruel, perseguidora tenaz y sanguinaria de antifascistas, demócratas, obreros, viudas –contra más viudas mejor–, huérfanos –contra más huérfanos mejor–, [le felicito, señor Alamán, por su brillante retórica y su depurado estilo literario] y demás ralea antifranquista. Que usaba el 'invicto Caudillo' para esclavizar al pueblo. Es lo que contáis los de la Cuadra de PRISA. ¿O ya no?»

En principio, voy a dejar bien claro que todas las barbaridades y despropósitos que Alamán le dedica a la Policía Armada son de su exclusiva cosecha; que jamás he caído en una aberración semejante, ni tengo noticia alguna de que lo haya hecho «la Cuadra PRISA», en cuyo diario El País, clasificado como uno de los mejores de Europa, he tenido el honor de publicar, a partir de 1982, algunos artículos (también lo he hecho en otros diarios y revistas). Y deseo añadir, además, que presté mis servicios en la Policía Armada (de cuyos miembros guardo muy buen concepto, por su sentido del compañerismo y su espíritu de sacrificio) durante dos años y medio, el último de los cuales transcurrió en la academia del Cuerpo, tras mi ascenso a capitán, y de la que debo decir que, por su magnífica organización y lo bien valoradas que fueron mis actividades como profesor, ha constituido sin duda el destino más gratificante de toda mi vida militar.

Quiero resaltar, finalmente, que uno de los pocos puntos de mi anterior réplica que Alamán ha pasado por alto es el que se refiere al éxito que logré en los exámenes previos del curso de jefe; tampoco emite ningún comentario acerca del último párrafo de mi réplica en el que aludía a «las substanciosas cantidades que se han cobrado por traslados de vivienda que, en realidad, nunca se llevaron a cabo»... Pero, bueno, vamos a dejar así las cosas, por el momento. Me despido de la dirección y lectores de El Catoblepas dándoles cuenta, una vez más, del profundo malestar que he experimentado al tener que tomar parte en una polémica frente a una persona como el señor Alamán Castro. Una polémica, ciertamente, que él ha provocado al dirigirme un miserable ataque, pleno de acusaciones falsas, como él mismo, aunque con manifiesta tibieza, ha terminado, en parte, reconociendo; y todo ello, por el mero hecho de discrepar con el contenido de algunos de mis libros, que, desde luego, tenía derecho a someter a crítica, pero que no justifica en absoluto el ruin ataque personal que me ha lanzado, para acabar con mi fama de historiador.

Agradezco a El Catoblepas la oportunidad que me ha brindado, al publicar mi réplica anterior, para responder adecuadamente al Sr. Alamán y advierto que lo he hecho sin recurrir a ningún tipo de falsedades sobre su vida y milagros, que, por lo demás, no me interesan en absoluto. Me he limitado a rebatir sus afirmaciones y a emitir una serie de juicios que de ellas se desprenden; circunstancia que el señor Alamán, por cierto, ha aprovechado, para dirigirme en el número 35 de esa revista un nuevo ataque, en el que, sin arrepentirse por su comportamiento anterior, vuelve a insistir en su manifiesto desprecio por la verdad y en los juicios temerarios, exhibiendo además toda una serie de torcidas interpretaciones (con la alteración, incluso, de textos publicados en la prensa) y disparatadas comparaciones y relaciones de causalidad. Espero que esta nueva réplica halle en El Catoblepas la misma acogida que la anterior, dado que el agravio recibido ahora es considerablemente más grave, y creo merecer el derecho a defenderme y a echar por tierra los infundios que contra mí se han lanzado; con ello me daría por satisfecho en lo que al comportamiento de la revista se refiere. Me cuesta mucho creer que la anterior réplica haya precisado el permiso del Sr. Alamán para ser publicada, pues es evidente que fue él quien comenzó por lanzarme un ataque personal, absolutamente injustificado, sin que, por otro lado, nadie haya solicitado mi autorización para que se publique ese ataque y el siguiente. Si, como espero, esta mi segunda réplica aparece en las páginas de El Catoblepas, tanto Alamán como yo habremos contado con las mismas oportunidades (dos) para exponer nuestras respectivas razones; de ellas exclusivamente, y, sobretodo, de la forma en que han sido expuestas, deberán deducir los lectores quién es, realmente, el mentiroso, el mezquino, el consumado falseador, el innoble, el que ha dejado constancia de su infame catadura moral, de su pobre nivel intelectual y cultural, el que, en suma, tras mostrar su incapacidad para aportar argumentos válidos, ha tenido que recurrir sistemáticamente a las injurias, definidas en el artículo 208 del Código Penal Común. Los lectores contarán con suficientes indicios para formarse una opinión al respecto, y, en última instancia, que sean los tribunales de justicia los que emitan el veredicto definitivo.

Un atento saludo para la dirección de la revista y todos sus lectores.

 

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