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El Catoblepas, número 41, julio 2005
  El Catoblepasnúmero 41 • julio 2005 • página 7
La Buhardilla

Mas que posmoderno, muy siglo XXI

Fernando Rodríguez Genovés

Al clausurarse la primera temporada de actividades de la asociación ciudadana madrileña, «Más que posmoderno, muy siglo XXI», La Muy 21, se ofrece aquí el texto del autor que sirvió para la presentación pública de la entidad cultural

Mas que posmoderno, muy siglo XXI

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Presentación

Amigas y amigos{1}:

Deseo, en primer lugar, dar a las gracias a los organizadores de este acto por el honor que me han hecho por haberme invitado y, especialmente, por haberme ofrecido un lugar en esta mesa, proponiéndome como introductor y presentador de la presente sesión inaugural. Asimismo, agradezco a todos su presencia.

Vamos a tener todos, ustedes y yo, el inmenso privilegio de asistir a un acontecimiento siempre gozoso, aunque desgraciadamente poco corriente en nuestros días en España, cual es la creación de una asociación cultural, una asociación abierta compuesta por personas libres unidas por el deseo de saber, de hacer preguntas y contestarlas, y reunidas a fin de conocer mejor el mundo en que vivimos, para poder así conocernos mejor a nosotros mismos en nuestro presente, que es el único tiempo que tenemos, o, mejor dicho, que nos tiene.

La asociación que aquí y ahora inicia sus primeros pasos lleva el título de «Más que posmoderno, muy siglo XXI». De su contenido, anhelos y fines nos hablará seguidamente su inspirador, promotor y principal mantenedor, Vicente Miró. Mi intervención, entonces, se limitará a transmitirles algunas palabras en relación con el continente del asunto, es decir, con la cuna en la que la criatura va a ver las primeras luces, con el recipiente, el círculo o espacio donde surge y donde da a conocer su proyecto, así como su voluntad de ser y existir. El rótulo referido remite inconfundiblemente a la figura y a la obra del primer filósofo español, José Ortega y Gasset y, así quiero entenderlo, también a su enseñanza.

No somos modernos porque queramos, y menos porque lo proclamemos a los cuatro vientos, como queriendo descubrir el Mediterráneo y sentirnos muy estupendos y al día. Más que modernos, en rigor, somos personas de nuestro tiempo y lugar, personajes de nuestra circunstancia. O, al menos, a ello deberíamos aspirar. No anhelamos ser menos que eso, pero tampoco mucho más... «Eso» de lo que hablo es lo que ocurre a menudo a propósito de falsarios progresismos, que apelando a cambios indefinidos, a revoluciones solapadas, finalmente tienden a fosilizar la vida, cuando no a retrotraerla al pasado, llevándola hacia atrás; e, irremisiblemente, a nosotros con ella. Algo similar sucede –o sería mejor decir, ha sucedido– con el denominado «posmodernismo», esa moda culturalista que suspira –que suspiraba– por superar lo que ya tenemos sin verdaderamente haberlo poseído, estando así de vuelta de muchas cosas sin siquiera haberlas alcanzado.

No, los individuos de nuestro tiempo, los hombres y las mujeres del siglo XXI, no queremos quedarnos parados ni retroceder. Pero tampoco queremos ir demasiado lejos o a ninguna parte. Sí anhelamos, con todo, seguir avanzando e ir a más. Nuestro empeño cultural significa, entonces, algo más, mucho más, que el dilema de ser moderno o posmoderno: significa vivir y pensar como hombres y mujeres de nuestros días. Y no para vivir y pensar de cualquier manera, sino auténticamente, en libertad y muy de veras, esto es, «muy siglo 21».

Esta asociación que hoy inicia los primeros pasos de su andadura nace en el seno de la sociedad civil y debe sentirse muy orgullosa por ello. Y, desde luego, no mostrar el menor arrobo o complejo de inferioridad por creer, erróneamente, que con este entusiasta y creativo empeño está suplantando los verdaderos templos de la Cultura y emulando, por debajo, a los sumos sacerdotes de la Sabiduría. Tenía razón Ortega cuando decía que sin élites, sin líderes intelectuales, no hay verdadero saber ni genuina cultura. Lo controvertible del asunto, lo peliagudo del caso, es el reconocer dónde se encuentran y mueven tales minorías excelentes, los individuos y grupos que de veras piensan, o sea, que buscan la verdad y el conocimiento, y quieren sinceramente saber.

Yo me atrevo a afirmar aquí y ahora que esas personas no se encuentran hoy principalmente en la Academia, ni en las universidades, ni en los centros de enseñanza ni tampoco en los pomposos y autoproclamados «comités de expertos» que florecen aquí y allá con denominación de origen, mucho pedigrí, pero poco recato y dudosa calidad, honradez y perspectiva de futuro. Mucho brillo y esplendor, en fin, despiden, pero poca ilustración y generosidad prometen. Lo genuinamente real y actual, lo muy 21, consiste en reconocer la vitalidad y el crecimiento del pensamiento libre y crítico en el marco de la sociedad civil.

No tengan ustedes la menor duda de que en espacios como éste escucharemos más y mejor filosofía, nos llenaremos de más y mejor conocimiento, de palabras e ideas más libres y sensatas, que las que se presumen propagar muchas aulas escolares, bastantes seminarios universitarios y no pocos salones de postín. Por lo demás, en espacios abiertos y amables, como los que esta asociación cultural quiere recorrer, nadie va a examinar a nadie, a evaluar ni a juzgar acreditaciones, habilitaciones o filiaciones. Tampoco a suspender el juicio y el criterio propios. Aquí no se pregunta, interroga o inquiere sobre personas particulares sino sobre problemas y asuntos públicos.

Estas consideraciones me invitan a una brevísima meditación sobre el ámbito del saber que desearía, sin ánimo profesoral, comunicarles a ustedes en lo que sigue, si son tan amables de concederme unos minutos más de su atención.

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Ámbito de libertad

18 de octubre de 2004 en la Sala de Conferencias de la Biblioteca de la Junta Municipal del Retiro, Avenida Doctor Esquerdo, 189, Madrid

En un libro que publiqué hace unos años, titulado justamente Saber del ámbito, llamaba yo la atención sobre este asunto clave relacionado con la topografía del conocimiento y de la cultura, si podemos definirlo así, el cual, a mi parecer, sigue sin ser atendido con la atención que merece y exige. Se trata de comprender suficientemente la importancia de la relación dada entre los lugares y espacios que acogen la creación y difusión de nuestras cogitaciones y el resultado de las mismas, convencido, como estoy, de que tal vínculo existe y deja su marca e influencia en individuos e ideas a lo largo de los tiempos. Hoy la comprensión de este asunto resulta especialmente urgente.

Y es que en nuestros días se hace patente una circunstancia peculiar: mientras cada vez más número de personas demandan un mayor acceso a la cultura activa, una mayor intervención personal y participación directa en las discusiones sobre los asuntos que nos interesan y preocupan como seres humanos, cada vez más, digo, los espacios públicos realmente existentes en nuestro país revelan su incapacidad y sus limitaciones para acoger y satisfacer estas ansias de saber. Ocurre, por lo demás, que los espacios privados de intercambio y encuentro se nos antojan a menudo demasiado estrechos, demasiado trillados, demasiado rutinarios, demasiado conocidos...

En España, se habla mucho en el momento presente de diálogo, deliberación y debate, pero en la mayoría de las veces semejantes proclamas no pasan de ser simples palabras vanas, brindis al sol, meros recursos retóricos o interesados giros lingüísticos con los que marear la perdiz, confundir, entretener y distraer la verdadera dimensión y gravedad de la cuestión. En España, a pesar de las apariencias y de lo que dictan los tópicos, lamentablemente no brilla la cultura de la conversación, el culto por la disertación abierta, el cultivo del espíritu libre. O no brilla y anima nuestras vidas como sería menester. En España, cuando nos percatamos de este hecho, solemos conformarnos con la estéril lamentación, cuando no abandonarnos a la desesperación o a la reclusión en el ámbito privado y aun de la soledad lastimera.

Digámoslo claro: entre nosotros, casi siempre hablan los mismos para decir al cabo las mismas cosas ya sabidas. Abundan los habladores y las habladurías, los públicos entregados y pasivos, los discursos y las arengas, pero escasean los conferenciantes sabios y discretos, quienes verdaderamente tienen algo que decir, así como los espectadores vivaces y sagaces, quiere decirse, que están expectantes y en alerta, que están atentos y no se conforman con ser infelices observadores de las evoluciones y piruetas dialécticas de los demás. También hay merma, entre nosotros, de disertaciones y de meditaciones francas y discretas. A los individuos intelectualmente inquietos y preocupados por lo que nos pasa, no les basta, quiero creer, con llamar a la radio, quejarse o dedicar una canción a una persona querida que le estará escuchando... para hacerse oír o darse a conocer. No se conforman tampoco con chatear de vez en cuando en internet. Por lo demás, son conscientes, de que si uno consume su actividad intelectual en las charlas de sobremesa o en la barra del bar acaba cambiando el mundo de mil maneras, a voz en grito o en susurros. Sí, pero para dejarlo luego todo como estaba. Ni mejor ni peor, sólo que mucho más manoseado.

En las escuelas y las universidades asisten los alumnos para aprobar, si cabe, los cursos en los que se matricula, y para recoger al final títulos académicos con los que adornar las paredes de domicilios y despachos. Pero en estas esferas de la Ciencia, raramente se prueba el sabor del saber práctico, el conocimiento preciso, la ciencia de la vida. Un buen ejemplo de ello –mal ejemplo, cabría decir en rigor– es que la mayoría de estudiantes, una vez licenciados y en activo en sus respectivas profesiones, dejan de leer libros, revistas y periódicos, por esto ya no va para examen...

No deseo desanimar a nadie, de entre los muy heroicos que siguen excitados por la aventura del saber y del conocer y deseen matricularse en una Facultad de Humanidades o de Historia o de Literatura o de Filosofía, pero sí diré que si lo que pretende es tener contacto con la actividad cultural, con el saber temporal e intemporal, tener noticia de lo acontecido en el pasado, leer unos cuantos libros importantes y valiosos, y aprender a elegirlos, y dar razones y recibirlas a propósito de los problemas de la vida, yo pregunto: ¿por qué no dirigirse a ámbitos de saber abiertos y libres, civiles y espontáneos, amables y acogedores, amistosos y fértiles, relajados y sencillos, en los que conocer personas variadas y puntos de vista usuales, datos y experiencias, que están ahí pero que a uno se le escapan? Acaso sea porque tales espacios faltan entre nosotros. O tal vez porque no sabemos de ellos.

He aquí la cuestión en suma: o matricularse en un curso escolar y preparar exámenes sobre materias que en la mayoría de los casos sólo interesan para conseguir el Aprobado o el «Apto», o abandonarse a los espacios recreativos y a menudo muy ruidosos y excitados de los medios de comunicación, tumbándose ante la pantalla del televisor a ver lo que ponen, o perderse por las navegaciones de corazones solitarios de la Red a ver lo que pescamos... ¿No columbramos otra alternativa? ¿No vislumbramos otros remedios que satisfagan y colmen nuestra ansia de saber?

3

Una opción muy siglo 21

Queda, a mi modo de ver, la opción de la práctica del pensamiento libre y crítico dentro del ámbito de la civilidad, del protagonismo de los ciudadanos, del impulso común que impulse un espacio de cultura viva y vivaz, feraz y venturosa, que nos dé conocimiento, pero que al tiempo nos haga más humanos. Un espacio como el que ofrecen asociaciones culturales de la clase que hoy tengo el inmenso orgullo de presentar hoy públicamente. Un ámbito de saber, de amistad y de encuentro como el que hoy nos acoge en esta sala aquí y ahora.

En el mensaje de invitación a esta reunión inaugural, que hemos recibido ustedes y yo, leemos lo siguiente:

«No tenemos ideario fijo ni programa de actuación concreto. No estamos adscritos a partido ni a organización política, religiosa o corporativa alguna. Sólo nos representamos a nosotros mismos –a título personal–. Tampoco tenemos productos que vender ni cuotas que exigir. Lo único que pretendemos con esta iniciativa de asociación es recabar un espacio para hacer lo que nos gusta, que no es sino tratar todo tipo de cuestiones desde el punto de vista más abstracto, teórico o general posible.»

Si, según nos aseguran los promotores de esta plataforma cultural, no existe nada de esto, entonces, podemos preguntarnos ustedes y yo lo siguiente: ¿qué es lo que quieren, qué es lo buscan, qué es lo que pretenden? A continuación conoceremos los detalles por boca de su máximo inspirador, Vicente Miró. Pero, creo adivinarlo ya: buscan lo que buscamos todos, nada más y nada menos que saber y descubrir por nosotros mismos las claves de los problemas que más nos preocupan como criaturas humanas que somos. De esta manera nació la filosofía y la ciencia hace dos mil quinientos años en Occidente, y con este mismo espíritu, pero renovado estímulo y revivida fuerza, nace hoy la asociación cultural «Más que posmoderno, muy siglo XXI», o sea, La Muy 21. Para saber lo que nos pasa en nuestro presente y para estar a la altura de los tiempos.

Deseo mucha suerte y buena travesía a este ilusionante proyecto que hoy empieza a hacerse realidad. Estoy seguro de que las tendrá, de que las tendremos. Y es que el simple hecho de aspirar a lo mejor ya nos hace mejores, más excelentes y más sabios. Muchas gracias.

Nota

{1} El acto tuvo lugar el día 18 de octubre de 2004 en la Sala de Conferencias de la Biblioteca de la Junta Municipal del Retiro, Avenida Doctor Esquerdo, 189, Madrid.

 

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