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El Catoblepas, número 42, agosto 2005
  El Catoblepasnúmero 42 • agosto 2005 • página 10
Artículos

Sobre Trafalgar de Benito Pérez Galdós

Marcelino Javier Suárez Ardura

Se analiza la primera novela de los Episodios Nacionales de Galdós, Trafalgar,
a partir de los presupuestos del Materialismo Filosófico, intentando mostrar
cómo tras la acción novelesca es posible encontrar una trama filosófica
precisa relacionada con la racionalización política que dio lugar
a la nación política española

Las cuestiones «problemáticas» –las cuestiones filosóficas– que se plantean a la hora de la lectura de los Episodios Nacionales{1} de Benito Pérez Galdós no son cuestiones relativas a la naturaleza del «arte», de la «literatura» o incluso del «estilo» del escritor canario. Son cuestiones planteadas ya, al menos desde un punto de vista emic, por el propio autor, y que atañen al mismo adjetivo que forma el título. Por tanto, los Episodios Nacionales habría que verlos como llevando adelante, generalmente en el ejercicio, pero también en la representación, determinadas premisas ideológicas a partir de las cuales estarían articulándose los propios Episodios. Es decir, existiría un «pre-texto» de raíz filosófica que constituiría la urdimbre y trama de los mismos Episodios Nacionales. De ahí que no sea arbitrario ni desatinado plantear una interpretación filosófica de la obra de Galdós. Ahora bien, los Episodios Nacionales ni están escritos por cualquiera, ni están escritos en cualquier parte sino que parecen claramente determinados tanto desde el punto de vista del sujeto como desde el punto de vista de la materia; es así que el sujeto es aquí, como ya se sabe, Benito Pérez Galdós y la materia la nación española. Pues bien, suponemos que es desde esta plataforma desde la que parte Benito Pérez Galdós para la construcción de los Episodios Nacionales. Hay que tener en cuenta que tampoco están escritos en un tiempo ucrónico, sino que la fecha de enero-febrero de 1873 –que marca el inicio de los mismos– señala un tiempo preciso y determinado en la historia de España.

Dado que los Episodios Nacionales comienzan a partir del acontecimiento histórico de la batalla de Trafalgar de 1805{2} en la que fue derrotada la escuadra española a manos inglesas, hay que pensar que hacia 1873 habrá una perspectiva suficiente como para acometer un trabajo de la envergadura de éste. No hay que olvidar, sin embargo, que los Episodios Nacionales pertenecen al género de la novela y no al género de la Historia; aunque ello tampoco tendría por qué ser un obstáculo para llevar adelante una indagación filosófica a partir de la cual pudiéramos establecer qué ideología está operando en Galdós, qué idea de España tiene Galdós. Probablemente esto supondría conectar con cuestiones como las de la distinción entre izquierdas y derecha o las de la idea de Historia y de la historia que se ponen en funcionamiento en este contexto. A propósito de los Episodios Nacionales cabría investigar el haz de ideas que constituyen su «pre-texto»; bien es cierto que un «pre-texto» no sólo lingüístico o literario sino como sistema de conceptos e ideas en symploké. Así las cosas, los Episodios Nacionales tendrían un valor filosófico de primer orden. Acaso se pueda decir que, en tanto que género novelístico, no se atienen a la verdad, pues –se argumentará– no son obras de Historia, pero sin duda debe poder formularse su prosapia filosófica (bien que en un sentido mundano) por el carácter de las ideas (Nación, Patria, Historia...) que en ellos se ponen en funcionamiento, dicho esto sin perjuicio de su valor «literario», «artístico», &c. Sirva en descargo de su debilidad científica –como Historia– el hecho de que las series que los constituyen no se alejan en mucho de las divisiones cronológicas con que los historiadores de la España contemporánea han compartimentado el curso de la Historia Contemporánea de España.

Trafalgar centra su historia –novela– en torno a los acontecimientos que constituyeron la batalla de Trafalgar –el hecho histórico de la batalla de Trafalgar– en la que se enfrentaron en 1805 franceses y españoles frente a los ingleses. Parece ser que la documentación que maneja Galdós fue amplísima{3} y que hubo de estar horas y horas consultando bibliotecas y hemerotecas para obtener la documentación sobre la que construir ya no sólo esta novela sino las cinco series de los Episodios Nacionales. Lo primero que hemos de destacar es que los Episodios Nacionales comienzan con Trafalgar y que el hecho de comenzar con esta batalla, y no con ningún otro acontecimiento anterior o posterior desde el punto de vista histórico, es indicativo de que Galdós opta por dar un «corte» en un momento preciso de la historia de España; lo que supone de alguna manera establecer un corte también en la Historia de España. Un corte en 1805, en el contexto de un conflicto internacional, de manera que rechaza de entrada situar el comienzo de la novela, pero también de los Episodios Nacionales en un periodo mitológico: una edad primitiva, una arcadia feliz... En todo caso este origen mitológico queda reducido por vía subjetiva a la historia del personaje principal –a su memoria–, Gabriel, cuya vida como la de un pícaro{4}, pero sólo en el aspecto material porque, no se puede decir que sea un verdadero pícaro, en el aspecto formal encarna algo muy distinto.

Todos los personajes incluidos los reales –históricos– se posicionan sobre la batalla y sobre la participación española. Es en este juego de los personajes, como interlocutores de un coloquio, donde el autor se permite –sin duda hablando por boca del narrador o de los protagonistas– ir desgranando sus opiniones –sus reflexiones– sobre distintos temas.

En Trafalgar, y en las nueve novelas siguientes que constituyen la primera serie de los Episodios Nacionales, asistimos a la narración de Gabriel que imitando el género de la picaresca nos cuenta la historia de su vida –finis operantis– que forma parte de la historia de España –finis operis–. Pues bien, Galdós sitúa la acción en un escenario internacional en el que la sociedad política española se encuentra en pie de igualdad –política (en tanto que rival frente a Inglaterra)– ni más ni menos que de otras sociedades políticas europeas como la francesa o la inglesa. Así, ya en las primeras páginas se adelanta al lector, porque cuenta con un público que de alguna manera conoce los hechos, y comenta:

«Se me permitirá que antes de referir el gran suceso de que fui testigo diga algunas palabras sobre mi infancia, explicando por qué extraña manera me llevaron los azares de la vida a presenciar la terrible catástrofe de nuestra marina.»{5}

Como se ve, Galdós toma la perspectiva del «nosotros», es decir, «de nuestra marina» y no del ellos, situándose así de la parte de España. Pero este nosotros no necesariamente es una perspectiva emic porque hay un distanciamiento a través del personaje principal, Gabriel que, de nuevo como un pícaro, habla desde la atalaya de su vida transcurrida; esta atalaya no es otra que el propio Galdós, desde luego, hablando desde la misma sociedad política pero haciéndolo en otro contexto histórico. Es interesante reparar en el hecho de que sea Gabriel la figura que permita «reactualizar» el pasado; hay que tener en cuenta que no es baladí que Galdós/Gabriel hablen de «presenciar», pues, si bien es cierto que Gabriel ha presenciado la batalla también es cierto que como personaje no puede reactualizar nada que no haya reactualizado Galdós. Hay una continuidad entre Gabriel y Galdós como sujeto operatorio. Y Galdós no pudo presenciarlo –no hay por tanto recuerdo ni «memoria histórica»{6}–, sólo pudo reactualizarlo a partir de las reliquias y los relatos dados en el «presente anómalo» de la sociedad en la que vive. De cualquier manera, la perspectiva de Galdós se rubrica ya desde la primera página. Lo repetimos es la perspectiva de España. Incluso, porfiando en la idea de España, más adelante llegará a ofrecernos una curiosa concepción de Europa:

«...Europa, es decir, una gran isla, dentro de la cual estaban otras islas, que eran las naciones, a saber: Inglaterra, Génova, Londres, Francia, Malta, la tierra del Moro, América, Gibraltar, Mahón, Rusia, Tolón, &c.»{7}

Esta geografía imaginaria, de los antojos de Gabriel, resulta aquí interesante por lo descabellada, fruto de las imaginaciones de un niño, pero no sólo en un sentido psicológico sino también en el sentido de las contradicciones que supone. Pues, en efecto, no puede haber islas cuyas partes sean islas como no hablemos de un archipiélago, que evidentemente ya no es una isla. Y precisamente, esta representación de Gabriel niño es la que tiende a ser corregida con la política real que más tarde nos describirá. Porque lo que veremos en Trafalgar son naciones que luchan entre sí a muerte, entre ellas España, delimitadas claramente por fronteras, a pesar de todas las intenciones y deseos de paz eterna; una clase de las naciones que está pensada como una totalidad distributiva. Continuará Gabriel con la idea de España como patria de todos los españoles –superando en este momento histórico la idea de patria que Cervantes había expuesto en el Quijote–; una patria que nos exige ciertos deberes:

«Sobre todos mis sentimientos domina uno, el que dirigió siempre mis acciones durante aquel azaroso periodo comprendido entre 1805 y 1834. Cercano al sepulcro y considerándome el más inútil de los hombres, ¡aún haces brotar lágrimas de mis ojos amor santo de la patria! En cambio yo aún puedo consagrarte una palabra, maldiciendo al ruin escéptico que le niega y al filósofo corrompido que le confunde con los intereses de un día.»{8}

Subrayamos las dos últimas líneas que son las que acaban de incardinar el asunto en una textura propiamente filosófica y no sólo por la utilización de los términos «escéptico» y «filósofo» sino por la expresión «los intereses de un día» que, a nuestro juicio, presupone un entronque ya con cierta concepción de la historia universal. A partir de aquí, la postura de Galdós será tanto la de negar a los escépticos, es decir, negar la negación, como la de evitar el confusionismo mitológico de los filósofos corrompidos. De manera que Galdós tendrá que erigirse metodológicamente en verdadero filósofo{9} y tendrá así mismo que dibujar los límites y la estructura de esa patria, de la sociedad política a la que llama España.

Ante la batalla de Trafalgar, batalla inminente en la novela, batalla que Galdós ya conoce al mínimo detalle, el autor no deja de exponer los argumentos de los pacifistas, cambiando de personaje, que será esta vez doña Francisca (esposa de don Alonso){10}:

«¿para qué es eso de estarse arrojando balas y más balas, y sin más ni más, puesto sobre cuatro tablas, que si se quiebran, arrojan al mar a centenares de infelices?... A mi se me estremecen las carnes cuando los oigo, y si todos pensaran como yo, no habría más guerras en el mar... y todos los cañones se convertirían en campanas.»{11}

Parece bien clara la ideología pacifista de doña Francisca que, si bien no en 1805 sí en 1870, había comenzado siendo una proclama del movimiento obrero ante a la Guerra franco-prusiana. Galdós lo traduce aquí y lo hace por boca de una mujer. Más adelante, Gabriel realiza un comentario que sella definitivamente la boca de doña Francisca con una línea argumental clara:

«y ahora me resta referir lo que todos dijeron cuando Marcial se presentó a defender la guerra contra el vergonzoso statu quo de doña Francisca.»{12}

Hay que destacar dos notas. Por una parte, no se distingue aquí si la expresión «vergonzoso status quo» se dice en un sentido directo o indirecto, es decir, no está claro si quien afirma que la posición de doña Francisca es un vergonzoso status quo ha sido Marcial o Galdós/Gabriel. En segundo lugar, la ambigüedad, intencional o no, lo que si pone de manifiesto es el ejercicio de otra línea argumental con la que, en todo caso, habría que contar. Esta expresión es de cualquier manera la que subraya el sesgo internacional del conflicto en su sentido etimológico: conflicto entre naciones. Pero incluso más adelante reaparece la polémica en torno a la guerra; esta vez, es doña Francisca quien toma la palabra defendiendo los «intereses» de su hija:

«Si Napoleón quiere guerra, que la haga él solo; que venga y diga: 'Aquí estoy yo: mátenme ustedes, señores ingleses, o déjense matar por mi.' ¿Por qué ha de estar España sujeta a los antojos de ese caballero?»{13}

Ahora, el argumento ya no es el de la paz. Pero reduce la política internacional a cuestiones psicológicas («antojos de ese caballero»); bien es cierto que esto es corregido más adelante por Malespina{14}. A partir de aquí, se repasarán algunos asuntos de la política exterior de España y, sobre todo, a quien se acusará será a Godoy, el Príncipe de la Paz.

Habrá que esperar a la página 79 para encontrarnos con la primera aproximación reflexiva a la Historia: está claro el sentido de Historia como narración de las cosas ocurridas. Galdós/Gabriel establece una demarcación entre lo novelado y lo histórico. Para Galdós la Historia tiene que ver con las «grandes cosas», al contrario de la Novela, que se ocuparía de cosas más pequeñas (a caso migajas) más propio de la fantasía:

«quédese esto pues para las plumas de los novelistas, si es que la historia, buscadora de grandes cosas, no se apropia tan hermoso asunto.»{15}

Habida cuenta de lo expuesto, podemos ir trenzando ciertos hilos que parecen tener continuidad; por una parte, la perspectiva de la historia de España, pero una historia de España que no se concibe ab origine, sino in media res, es decir, desde una perspectiva cortical que es la que pone a unos estados frente a otros. Por otra parte, su concepción de la Historia queda, de momento, indeterminada, pues, rechazar la fantasía y la novela es una vía negativa, –y, creemos, no es puramente retórica–. Más adelante Galdós habrá de precisar las determinaciones de la Historia. Sin embargo, no se resistirá a hacer breves excursos a propósito de la vida material, pero en los que sin duda se está ejerciendo una concepción del desarrollo económico en la que éste se incardina en procesos de tipo cortical y conjuntivo como si estuviese recortado por los mismos límites del Estado. Así por ejemplo, llevará a cabo una comparación entre los barcos de guerra y las catedrales a la vez que rechazará los barcos de guerra de fines del XIX llegando a considerarlos como ataúdes flotantes: ¿hay en Galdós la misma nostalgia con relación a las armas que encontramos en Cervantes?:

«numerosos ataúdes flotantes. Creados por una época positivista, y adecuados a la ciencia náutico-militar de estos tiempos, que mediante el vapor ha anulado las maniobras, fiando el éxito del combate al poder y el empuje de los navíos, los barcos de hoy son simples máquinas de guerra, mientras los de aquel tiempo eran el guerrero mismo, armado de todas las armas de ataque y defensa, pero confiado principalmente en su destreza y valor.»{16}

No nos resistimos a incluir este texto del Quijote porque la comparación no precisa comentario alguno:

«Bien hayan aquellos benditos siglos que carecieron de la espantable furia de aquestos endemoniados instrumentos de la artillería, a cuyo inventor tengo para mi que en el infierno se le está dando el premio de su diabólica invención, con la cual dio causa que un infame y cobarde brazo quite la vida a un valeroso caballero, y que sin saber cómo o por dónde, en la mitad del coraje y brío que enciende y anima los valientes pechos, llega una desmandada bala (disparada de quien quizá huyó y se espantó del resplandor que hizo el fuego al disparar de la maldita máquina) y corta y acaba en un instante los pensamientos y vida de quien la merecía gozar luengos siglos. Y así, considerando esto, estoy por decir que en el alma me pesa de haber tomado este ejercicio de caballero andante en la edad tan detestable como es esta en la que ahora vivimos.»{17}

Y unas cuantas páginas más adelante nos aparecen interpretados desde una perspectiva –que acaso cabría calificar como angular– según la cual las máquinas de guerra se ven como entidades personales, o, en todo caso, como «verdaderos gigantes», como si Galdós estuviera viendo el combate con los mismísimos ojos de don Quijote:

«mirándolos mi imaginación no podía menos de personalizarlos, y aún ahora me parece que los veo acercarse, desafiarse, orzar con ímpetu para descargar su andanada, lanzarse al abordaje con ademán provocativo, retroceder con ardiente coraje para tomar más fuerza, mofarse del enemigo, increparle; me parece que les veo expresar el dolor de la herida o exhalar noblemente el gemido de la muerte, como el gladiador que no olvida el decoro en la agonía.»{18}

El texto central sobre la idea de nación aparece mucho más adelante cuando ya comienza la descripción del combate. Se trata de una idea de nación que emic se representa el personaje Gabriel de Araceli, pero que está ejercida etic, sin duda, por Galdós:

«Pero en el momento que precedió al combate, comprendí todo lo que aquella divina palabra significaba, y la idea de nacionalidad se abrió paso en mi espíritu, iluminándole y descubriendo infinitas maravillas como el sol que disipa la noche y saca de la oscuridad su hermoso paisaje. Me representé a mi país como una inmensa tierra poblada de gentes, todo fraternalmente unidos; me representé la sociedad dividida en familias, en las cuales había esposas que mantener, hijos que educar, hacienda que conservar, honra que defender; me hice cargo de un pacto establecido entre tantos seres para ayudarse y sostenerse contra un ataque de fuerza, y comprendí que por todos habían sido hechos aquellos barcos para defender la patria, es decir, el terreno en que ponían sus plantas, el surco regado con su sudor, la casa donde vivían sus ancianos padres, el huerto donde jugaban sus hijos, la colonia descubierta y conquistada por sus ascendentes, el puerto donde amarraba su embarcación fatigada del largo viaje, el almacén donde depositan sus riquezas; la iglesia, sarcófago de sus santos y arca de sus esencias; la plaza, recinto de sus alegres pasatiempos; el hogar doméstico, cuyos antiguos muebles, transmitidos de generación en generación parecen el símbolo de la perpetuidad de las naciones; la cocina en cuyas paredes ahumadas parece que no se extingue nunca el eco de los cuentos con que las abuelas amasan la travesura e inquietud de los nietos; la calle donde se ve desfilar caras amigas; el campo, el mar, el cielo, todo cuanto desde el nacer se asocia a nuestra existencia, desde el pesebre del animal querido hasta el trono de reyes patriarcales; todos los objetos en que vive prolongándose nuestra alma como si el propio cuerpo no le bastara.»{19}

Esta cita es interpretable, sin duda, como una determinación de la idea de nación política que Galdós maneja a lo largo de los Episodios Nacionales; entendida ahora como totalidad atributiva. Debemos insinuar que será una idea de nación defendida por una izquierda que perfectamente habrá que reivindicar como izquierda liberal. Ahora bien, la determinación propia de este texto nos presenta la nación frente a un enemigo externo. Porque es el enemigo exterior el que codetermina a los diferentes grupos y gentes de una sociedad política dando como resultado la idea de nación política. Resalta también la idea de fraternidad, una idea revolucionaria junto con la de igualdad y libertad en la que resuenan los ecos de la Marsellesa. La idea de nación que aparece aquí está determinada respecto al exterior y en cierta manera puede considerarse anacrónica porque manifiesta una indeterminación hacia el interior –España no habría ejecutado aún la transformación holizadora de 1812– porque la revolución liberal no se había producido. Habrá que esperar a otras entregas de los Episodios Nacionales. En el mismo sentido, hay que señalar la idea de fraternidad que aparece aquí como solidaridad entre las gentes para ayudarse y sostenerse frente al ataque inglés. Incluso hay una alusión a la «eutaxia» de las naciones simbolizada en los muebles que pasan de generación en generación.

La perspectiva de Galdós con todo parece más genérica porque la nación, el patriotismo, no es exclusivo de los españoles pues también los ingleses tendrían patria:

«pensé que también ellos tendrían su patria querida»{20}

¿Es ésta una posición relativista según la cual el autor ha de partir de cierto humanismo reductor de lo político?; común a todos los seres humanos es tener patria. En cualquier caso no se abandona la perspectiva de la lucha entre naciones. Incluso cuando Galdós/Gabriel parece suspender su perspectiva política y volcarse hacia una perspectiva ética rápidamente recupera la argumentación mediante razones de tipo histórico, es decir, de la política real:

«¿Para qué son las guerras, Dios mío? ¿por qué estos hombres no han de ser amigos en todas las ocasiones de la vida como lo son en las del peligro? Esto que veo ¿no prueba que todos los hombres son hermanos?» Pero venía de improviso a cortar estas consideraciones la idea de nacionalidad, aquel sistema de islas que yo había forjado, y entonces decía: 'pero ya: esto de que las islas han de querer quitarse unas a otras algún pedazo de tierra lo hecha todo a perder; y sin duda en todas ellas debe haber hombres muy malos que son los que arman las guerras para su provecho particular, bien por que son ambiciosos y quieren mandar, bien porque son avaros y anhelan ser ricos. Estos hombres malos son los que engañan a los demás, a todos estos infelices que van a pelear; y para que el engaño sea completo, les impulsan a odiar a otras naciones; siembran la discordia, fomentan la envidia y aquí tienen ustedes el resultado. Yo estoy seguro -añadí- de que esto no puede durar: apuesto doble contra sencillo a que dentro de poco los hombres de unas y otras islas se han de convencer de que hacen un gran disparate armando tan terribles guerras, y llegará un día en que se abrazarán, conviniendo todos en no formar más que una sola familia.' Así pensaba yo. Después de esto he vivido setenta años y no he visto llegar ese día.»{21}

En estas líneas se muestra la perspectiva del niño pero desde la edad de una persona ya adulta, por tanto, una perspectiva incluida en su negación. En cierta manera, es la ideología del Kant senil, la perspectiva de la «paz perpetua»{22}. Pero, como se ve, es automáticamente corregida por el Gabriel viejo para quien la Historia demuestra que las cosas no son así. Así pues, la guerra, esa tragedia de la humanidad, es cruel, pero, aun a pesar nuestro, esa es la realidad. La dialéctica de las clases –esos hombres malos y ambiciosos de Gabriel de Araceli– es la dialéctica de los Estados –«aquel sistema de islas que yo había forjado»–.

En suma, Trafalgar, sin duda, permite una lectura filosófica que sería posible generalizar a la totalidad de los Episodios Nacionales. Al menos la primera serie de los Episodios Nacionales recorre un periodo histórico coincidente con la fundación de la nación política española y con el proceso de racionalización política que llevó a cabo la segunda generación de izquierda (la izquierda liberal). Las ideas de Guerra, Nación e Historia –y sus alternativas Paz, Humanidad y Novela– articulan el «pre-texto» filosófico de Trafalgar. Creemos que es posible verificar en Galdós, en los Episodios Nacionales, y en concreto en la primera serie de los mismos, ciertas determinaciones que ponen de manifiesto la holización de la sociedad política española. Acaso quepa reconocer en Galdós cierta adscripción a una teología política de corte contractualista; empero ello no sería óbice para recuperar los momentos efectivos de la construcción de la nación política en la intencionalidad y ejercicio de su propia teología individualista. Pero lo que se nos revelaría aquí sobre todo es la potencialidad analítica de los presupuestos políticos del materialismo filosófico capaz de dar cuenta de la arqueología política de un texto hoy casi por completo olvidado. Mas este «ingenio» constituido por los Episodios Nacionales no se agotaría en la interpretación filosófico política, pues el mismo es el gozne a través del cual están mostrando su «vitalidad» sustantiva otras obras literarias.

Marcelino Javier Suárez Ardura
Laviana, 4 de agosto de 2005

Notas

{1} Los Episodios Nacionales fueron escritos entre 1873 y 1912. En total son 46 libros agrupados en cinco series, cada una de las cuales comprende diez títulos, menos la quinta que consta tan sólo de seis. La primera serie, a la que pertenece Trafalgar, fue escrita entre 1873 y 1875 y abarca el periodo comprendido entre 1805 y 1812, batallas de Trafalgar y Arapiles respectivamente. La segunda serie está escrita entre 1875 y 1879 y comprende el periodo que va de 1812 a 1834, coincidiendo con el reinado de Fernando VII. La tercera serie fue escrita, después de veinte años, entre 1898 y 1900; relata el periodo histórico que va de 1834 a 1846: Guerra Carlista, Regencia de María Cristina, Regencia de Espartero, boda y mayoría de edad de Isabel II. La cuarta serie, escrita entre 1902 y 1907, narra todo el reinado isabelino (1846-1868). La quinta y última serie fue escrita entre 1910 y 1912, abarcando el periodo comprendido entre 1868 y los últimos momentos del siglo XIX; se centra en la caída de Isabel II, el paréntesis de Amadeo de Saboya, el periodo republicano y la Restauración.

{2} Tras la paz de Basilea de 1795, el primer tratado de San Ildefonso de 1796 formaliza una alianza de España con Francia frente a la talasocracia inglesa que amenazaba las posesiones ultramarinas. La guerra contra los ingleses supuso un primer fracaso de la marina española en el cabo de San Vicente, frente a las costas portuguesas, en 1797. En 1800, el segundo tratado de San Ildefonso, que supuso la reposición de Godoy, Príncipe de la Paz, llevó a la temeraria ocupación de Portugal, sin esperar la ayuda francesa, en la Guerra de las Naranjas de 1801. Después de la paz de Amiens de 1802 y el fracaso de la tercera alianza (España, Portugal, Rusia y Suecia), Godoy se sumó al proyecto napoleónico de invadir Inglaterra con el fin de contrarrestar el peligro sobre las Indias. En este contexto, tiene lugar la batalla de Trafalgar en la que participarán destacados almirantes como Federico Gravina (España) o Nelson (Inglaterra) y Villeneuve (Francia). La batalla tuvo lugar cerca del puerto gaditano, frente al cabo de Trafalgar donde se hundió el plan napoleónico y tuvo lugar el desastre de la flota hispano-francesa.

{3} Parece ser que Galdós utilizó la obra de Marliani, Combate de Trafalgar, como fuente principal; pero también fuentes orales de marinos que habían navegado en el Santísima Trinidad. El presente que vive Galdós, por tanto, es un presente anómalo en el que las distintas generaciones se superponen.

{4} La vida de Gabriel de Araceli es concebida como la de un pícaro, a la manera de Lázaro de Tormes o de Guzmán de Alfarache. Avisa Galdós al inicio de Trafalgar: «Doy principio, pues, a mi historia como Pablos, el buscón de Segovia: ...» Sin embargo, aunque criado de muchos amos, no se puede decir que Gabriel sea un verdadero pícaro; acaso tiene muchas otras cosas, ya de don Quijote, bien de Sancho.

{5} Benito Pérez Galdós, Trafalgar. Círculo de Lectores, Barcelona 1996, pág. 7.

{6} Hay que hacer hincapié sobre esta cuestión. Aunque Gabriel habla desde el recuerdo de los hechos pasados, a nuestro juicio esto es pura retórica galdosiana. Galdós está operando desde la Historia y es desde las ciencias históricas desde donde reclama un cambió metodológico para las mismas en los restantes nueve números de la serie primera. Un cambio metodológico que en algunos aspectos da quince y raya a la historiografía francesa del siglo XX. En Galdós hay memoria sin duda, pero no como el fin de la Historia sino como un componente más de la construcción histórica.

{7} Galdós, Trafalgar, pág. 10.

{8} Galdós, Trafalgar, pág. 15.

{9} Advertimos del hecho según el cual no queremos decir que el autor opere en todo momento como un filósofo académico; sin embargo en el trámite, en el curso de la negación de las alternativas a las que está teniendo en cuenta –escépticos y filósofos corrompidos– y a las que refutará, aparece en cuanto verdadero filósofo.

{10} Doña Francisca ha sido interpretada como la visión popular de rechazo a la guerra y de crítica a la situación histórica en que se desarrollan los acontecimientos del combate de Trafalgar que desembocaron en el desastre naval. Así mismo don Alonso (junto con Marcial) representarían las rancias opiniones del pasado –debe repararse también en que sobre don Alonso se alarga la sombra de Alonso Quijano–.

{11} Galdós, Trafalgar, pág. 20.

{12} Galdós, Trafalgar, pág. 27.

{13} Galdós, Trafalgar, pág. 61.

{14} Se ha dicho que este personaje está esculpido siguiendo el patrón de los personajes quevedescos.

{15} Galdós, Trafalgar, pág. 79.

{16} Galdós, Trafalgar, pág. 94.

{17} Cervantes, Don Quijote de la Mancha, I, cap. 38. Crítica, Barcelona 2001, pág. 448.

{18} Galdós, Trafalgar, pág. 118.

{19} Galdós, Trafalgar, pág. 112-113.

{20} Galdós, Trafalgar, pág. 113.

{21} Galdós, Trafalgar, págs. 146-147.

{22} Leemos en Kant: «Quien suministra esta garantía es, nada menos, que el gran artista de la naturaleza (natura daedala rerum), en cuyo curso mecánico brilla visiblemente una finalidad: que a través del antagonismo de los hombres surja la armonía, incluso contra su voluntad.» Immanuel Kant, Sobre la paz perpetua, Tecnos, Madrid 1994, pág. 31.

 

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