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El Catoblepas, número 42, agosto 2005
  El Catoblepasnúmero 42 • agosto 2005 • página 17
Artículos

Variaciones sobre un tema kierkegaardiano.
Fragmentos y meteoritos de una escritura

Jesús Platero Briz

Aproximación a la tensión kierkegaardiana entre la deconstrucción de la sociabilidad y la apropiación autónoma de la existencia. Los contagios del danés expresados desde el principio de incompletud

El siguiente texto nace de una indisposición. Una desavenencia existencial desplegada por el individuo con un «para qué seguir»...

Llega el lenguaje, morada y trampa del ser. Un ser que se expresa inacabado. El mismo principio de incompletud que nos empuja a cualquier proyecto comunitario y hace fracasar las coartadas exhibidas por el grupo. La tendencia hacia lo otro absoluto del caballero de la fe desemboca en el salto abisal, quebrantando la ley y el discurso totémico. La razón poética deviene mar salvajemente amoral. Quien se atreve a talar el mástil de la divisa balbucea como un loco. ¿Quién dice loco?

La honda sacudió de lleno a la esperanza. Estamos al borde de la extinción y cualquier toma de decisión es abandonada. No se resuelve con miras al día siguiente porque no hay mañana. La sinrazón ladra a los embaucadores de los templos. El creyente Kierkegaard envenena nuestras metas con el vino arcano, sacramento inadmisible de compartir. Teología inexpresable, inexplicable. El argumento ontológico es una ruina, Dios es impensable.

Estamos sin guía, desolados donde las aguas no se abrieron. ¿Qué fue de Moisés? Aquí nace el enigma y la impotencia de la comunicación. Nunca comunica a gusto de todos. Ésta es la primera herida que descubre el solitario, de ahí la abolición de los termómetros morales y la corrección en los foros. La discreción kierkegaardiana es la poética del corpúsculo y los agujeros negros. Su credo indescifrable ha dejado a Dios sin argumentos. A partir del danés todos podemos convertirnos en asesinos de la divinidad. La noche extática aturde la respiración, sobrenada una lechuza degollada.

La ley nos señala: acepta mi voluntad, después te ocuparás bien y no cometerás faltas, siempre andarás atento a las expectativas. Pero la decepción se descubre ausente de guión, sin aplausos ni escenario. La decepción es el primer motor y la donadora de tu excepcionalidad. La tierra que se desmorona no tiene otra intención que ser, el fracaso es la herramienta que reitera. La memoria año cero es la condición consentida de la repetición.

Al borde de la aniquilación la vida nos absuelve... La vida es un debate, la del cuestionamiento del Ser. «Todo el contenido de mi ser es como un grito permanente de contradicciones íntimas... ¡Ay, qué miserable invención es la del lenguaje de los hombres, que cuando dicen una cosa, piensan en otra muy distinta!»{1} El professor publicus ordinarius no asciende a los patíbulos, no se arriesga, es incapaz de perder las audiencias. De ahí los sermones oficiales que sientan cátedra sobre el hormigueo, aunque la angustia se rebela indecible. La traición que aquí se expone tiene a Kierkegaard como la excusa de sus anotaciones. A partir de ahora me referiré a K con el aire de familiaridad de lo laberíntico e insondable que recoge la nomenclatura kafkiana.

Una vez más la palabra inadecuada hace resquebrajar el centro de gravedad en la justificación de cualquier vivencia de sentido. Dejemos que corra la voz de fuerza inaudita en el exilio interior que se expande ante nosotros. ¿Qué testamento nos comprende y nos reconoce? Salimos a la luz, se nos valora, ¿qué ejes axiológicos pretenden nivelarnos?, ¿quién es la comunidad, los otros que se atreven a medirme y a juzgarme?

Es Franz Kafka el que, en sus Consideraciones acerca del pecado{2}, expresa: «El camino verdadero pasa por una cuerda, que no está en lo alto sino sobre el suelo. Parece preparada más para tropezar que para que se siga su rumbo.» K estremece los filamentos a ras de suelo con los que Kafka tropezó y también Camus. Degrada el sistema con su excepción, confiesa su pecado ungido como el más implacable censor, todo tambalea ante la posibilidad de libertad.

He dibujado en un cabo de la soga al individuo y en el otro a la sociedad para tallar la paradoja kierkegaardiana. Paradoja que contemplo y propicio en mis propios pensamientos ya que lo que aquí escenifico es un trabajo que excede cualquier trabajo. Son retazos de escritura, cifras de lo inabarcable. Frágil conexión que, como preludios y aforismos encubiertos, expresa un pensamiento tan fragmentario como el verbo de los hombres. La vaguedad de resultados se muestra insultante, no se facilitan atisbos de superación, la ciencia acusa el vértigo de una sombra. Toda categoría responde a una acusación, todo concepto es insuficiente.

En el ápice del cáñamo resuda La enfermedad mortal{3}: «La necesidad de soledad prueba siempre en nosotros la espiritualidad y sirve para medirla. Ese pueblo descabellado de hombres que no lo son, ese ganado de inseparables siente tan poco semejante necesidad que, como cotorras, mueren cuando están solos; como el niñito que no se duerme si no se le canturrea, necesitan el gorjeo tranquilizador de la sociabilidad para comer, beber, dormir, rogar y sentirse enamorados, etc. Pero ni la antigüedad ni la Edad Media descuidaban esa necesidad de soledad, se respetaba lo que expresa. Nuestra época con su sempiterna sociabilidad, tiembla tanto delante de la soledad, que no sabe servirse de ella más que contra los criminales. Es cierto que, en nuestros días, es un crimen entregarse al espíritu y, por lo tanto, nada es más regular si nuestras gentes, amantes de la soledad, se clasifican entre los criminales.»

Aquel joven enamorado se pronuncia en una de sus cartas con claridad arrebatadora: ¿No me queda otro remedio que someterme al juicio y a las habladurías de la gente? ¿Tengo que ser un culpable... en todo lo que hago, aunque en realidad no haga nada? ¿O soy quizá un loco? Lo que más teme la cobardía de los hombres son justamente las explicaciones de los locos y los moribundos... Nadie me arrebatará esta certeza y seguridad interiores, por más que no existe ningún idioma humano en que pueda proclamarlas... Si, he obrado con rectitud. Mi amor no se podía expresar en el matrimonio...{4}

El sacrificio que nos muestra K es ínfimo e impalpable, la verdad sin títulos. El silencio, manchado de culpabilidad, se enfrenta al estadio ético o general. La gente exige tu trabajo, son ellos los que confirman nuestra existencia en sus ritos de paso. Pero si uno concentra toda la energía y la derrocha de esta manera, ¿qué aportará a los otros?, ¿acaso no hay deudas contraídas?, ¿no nos reclaman en un sitio donde puedan vernos? «Vigilados y útiles» puede ser un buen lema para el Panóptico de Bentham.

Una cierta despreocupación por las condiciones materiales de la existencia (bien satisfechas), permite que nuestro autor se embarque en las recónditas sendas del espíritu... Quedarse en el conservadurismo autoproclamado como atizador de moscas sería una interpretación demasiado simple. K se halla en el mismo aliento de la inconformidad. Un vendaval de la individualidad que arremete contra cualquier presión exterior y que empuja con su pasión contra la institución, frente al grupo y el poder faraónico que se eleva bajo el control calculado de energías...

Después de tanto simulacro alzando las enseñas de los demás, es uno quien se la juega decidiendo su verdad. Uno que se halla solo flotando sobre los estanques de la Nada. Si sales de los moldes de lo general serás castigado; anuncian los mensajeros de la piedra. El individuo kierkegaardiano quiere una casa que huela a excepción.

Tal vez la idea clara y distinta fuera de los hospicios se desvanezca en el no saber. Los rostros de K se balancean entre el deseo y Dios. K como Pitágoras es un filósofo del alma... Un curandero del alma sin institución que lo justifique. Un justo sin juez, sin mirada compasiva, un justo sin asideros; lo cual se revela absurdo...

Su existencia es una mirada de objeción hacia el mundo de las cosas. El pensamiento de la locura, una razón poética bajo la dialéctica del posible imposible... ¿Comunicar a quién?, ¿qué perdonar?. Busca detrás de ti, nos dice K, estás sólo. Elige tu vida, elige la vida a pesar, a tu pesar... «La cultura es el ciclo de recuperación personal»{5}, ¿de quién el aliento?, ¿de quién es el alma? K es comparable a ese brujo yaqui al que observas como occidental y te trastornas... Es nuestro aliento el que tenemos que recuperar, el de cada singularidad; la manifestación de nuestra diferencia.

Llevamos demasiado tiempo tragando sin protestar los humos de otros en el nombre de DIOS, de la RAZÓN, o en la conjunción de ambos. Lejos de charlatanes o reverendos, K es el dejar de escribir. La dolencia del nosotros tiene una grieta del tamaño del silencio. En la prueba de Job y Abraham el dador de nombres queda suspendido. La nostalgia tensa la cuerda entre el marcado y la tribu. La fractura es el instante de lo totalmente otro. Hace unos días, una joven en estado de ansiedad vino a visitarme. Creía observar en mi el erudito que clasificaría su enfermedad dándole una seguridad definitiva.¿Qué importa el nombre?, ¿tienes miedo? Nadie va a responder por ti... El deseo infinito me lleva a asumir el silencio mientras hablo... ¿Quién llamó locura a la soledad? La enfermedad, utilizo la acepción fisiológica, rompe los órdenes de un organismo... Desestabiliza, desestructura. Nacemos del dolor.

K fue un pensador privado, que dignificó el adjetivo... Las aulas se esfumaron, le empeñaba viajar. ¡Qué conocimiento se obtiene de uno cuando visitas el mundo y qué mundo vas a visitar si ya estás tú...! Todo filósofo del alma es un filósofo de la paradoja, es la segregación intestinal del escéptico y su incoherencia divina... No hablaré de templos si vivo en un tonel sugiere ante Hegel... «La filosofía hegeliana no admite como legítimo ningún estado de ocultamiento interior, ni ninguna forma legítima de inconmensurabilidad o superioridad de parte del individuo respecto de lo general»{6}. Para K el individuo no se manifiesta en lo general, no se somete a la prisión de la exterioridad.

K persigue el gesto donde forma y vida realizan su rendez-vous. El devenir de la repetición no es un mero ya fue y lo recuerdo; tampoco un porvenir porque nunca viene... Es el instante, el momento de soberanía... En la bienaventuranza del abandono, nadie intercederá ante nadie es la familiar melodía de la indignación ante la explotación del hombre por el hombre. Egoísmo y amor propio tal vez. ¿Quién acepta la subasta y fija los precios de la multitud? El detalle es respirar. La filia por la excepción es la lengua de todas las filosofías, para hablar se mueve... De esa manera entiendo la psicología kierkegaardiana.

Ese camino que ya dijimos de saberse andar solo es otro tiempo y el mismo. La espiral comienza y acaba en mi boca... Camino arriba y camino abajo físico-jónico. En el trance de una comunidad que exigimos que no tenga nombre, y lo exigimos con palabras...La comunidad inconfesable{7} de Blanchot y de tantos otros. Un logos que nació para defender el silencio... ¿Esto es poco sistemático? ¿Censuramos a los poetas?

Le dolían tanto las leyes: la ley de un padre angustiado, la ley del protestante diplomático, la ley de Olsen, la ley de la mediación, la ley de Dios sobre todas las cosas... No se acostumbró a la idea y de ahí los sacrificios sin recorrido en los diarios, sacrificios íntimos y secretos, sin pretensiones; con la distancia irónica precisa. Entre Sócrates y Pilatos se nos esbozó el dilema del comunicar del cual Gorgias fue la drástica expresión. ¡Extraño sin sentido!

Preguntamos al padre de donde nacen los caminos esperando una respuesta, ¿y si somos huérfanos de nacimiento? K se querella ante Dios/Nada y pierde el decir. Un Dios /Nada que deja a las teologías en suspensión. La poética del derribo apuesta por vivir aprendiendo a hacer pactos con uno mismo.... Aquello que me sustenta es algo que no se puede decir con números, ni siquiera palabras, ¿algo?... Nada. Toda creencia es un intento por explicar la Nada que se ríe de las causas...

Si partimos del trabajo como reconocimiento ante la colectividad, como asunción de lo general, K era un ocioso por excelencia. Un vagabundo bien pudiente que frecuentaba los teatrillos de baja estofa, aquellos que no se presentaban en las guías turísticas... Odiaba que algún mayordomo torciera el desorden de sus estancias. Jugaba, se exponía, descubría las estrategias, tras el derribo se notaba circularmente apagado, se resignaba... De nuevo la luz.

En estas deshoras, suena la sinfonía de las canciones tristes en las frecuencias del aparato evocando la ambigüedad kierkegaardiana. El hedor impregna los pentagramas de la música de las esferas. Se produce una náusea sin aparente motivo, no se nos ofrece legitimación en este intervalo, se difumina el sentido de exigir los criterios de un porqué.

Nos dice G. Bataille que sólo la belleza hace tolerable una necesidad de desorden, de violencia e indignidad, que es la raíz del amor. ¿Llevaba Abraham piel de asesino? Estaba solamente solo, lumina morte resignabat ... K busca el vértigo en el movimiento de Eros y no se conforma en su matrimonio con Regina Olsen ... El hallazgo de la forma en la materia fracasa en el estadio ético, en el reconocimiento. Quiere hacer tierra en aquella isla sin Penélope, para amar sin tener razón, ni siquiera isla. ¿Era absurdo o no era absurdo?... Reincido en G. Bataille{8}: –El ser nos es dado en un intolerable desbordamiento de ser, no menos intolerable que la muerte...– ¿No es esto iniciar el movimiento con los pies puestos sobre la Nada?. La Nada, así, se identifica con el soplo de Dios kierkegaardiano. En este instante se suspende todo fin teleológico... Aquí no encontrarás a nadie que te responda...

¿Y por qué movimiento o quietud? En los comienzos de La Repetición y en el epílogo de Temor y Temblor Parmenides y Heraclito son interrogados y acaban hermanados en la trascendencia e inmanencia del momento numinoso. Si en el instante dado me libro de la preocupación del instante siguiente..., en el plano del conocimiento interrumpo por definición la posibilidad de conocer mediante distinciones claras (G. Bataille){9}. La idea de Dios se metamorfosea en una heterogeneidad grotesca... Lo que enuncio como Nada (de manera analógica), al haber prescrito el instante. En esta perspectiva podemos hacernos cómplices de las palabras de Rougemont si aceptamos que a K no se lo estudia, éste nos contagia y «nos atrapa» como una enfermedad. En la quietud todo sucede.

Il n'y a plus de conclusion s'il ne reste rien... La eternidad es el tiempo recobrado por no pasar a lo siguiente, redintegratio o repetición kierkegaardiana. Desde estos párrafos barruntamos el fracaso ante la interpretación apofántica del ser, a la ruptura con o distanciamiento frente a lo enunciativo-predicativo{10}, a la pregunta filosófica que no tiene estatuto y que es irreductiblemente desarraigo, al rompimiento de los dictados que impone la existencia para volver a existir.

K incrustado en una mónada leibniziana se destapa sin razones ante Dios como Lutero. La mediación solamente se traiciona con el silencio... Observamos pormenorizadamente que la particular distancia de su ironía le hace el juego a la plaza pública como pulso entre la excepción y el sistema, entre los otros y yo... Kierkegaard deconstruye la sociabilidad para construir una apropiación autónoma de su existencia... Un empezar otra vez tras el ensayo de la muerte... El trabajo indefendible de alcanzar la Forma suprema es echarse sobre la Nada. La estructura lógico-referencial-valorativa se evaporiza junto al imprinting{11} con el que la exterioridad sanciona al individuo... Imprinting o eticidad hegeliana. La armadura de deber, buena voluntad y autonomía del sujeto kantiano, se rescribe con carne y sufrimiento en la prueba de no tener razón. La decepción arrasa la progresión moral como plenitud y perfección interminable.

Para quien escribe, Kierkegaard es una alteración de la esperanza...

Las maneras de transitar no deslumbran a las multitudes ni como ex convicto de cavernas ni como absoluto espíritu que es razonable y real. No descansan en el Estado definitivo de los justos. A K no le cabe todo en la lógica, su instante se amplía con la decepción... Respira con crisis interiores y desasosiegos... Cada éxodo es inconsciencia y mismidad volátil. El sacrificio es una digestión privada amamantada por la soledad... No hay humanidad por salvar, sacrifícate... Sacrifica las posesiones y los testamentos... El superviviente es un desmemoriado que liquida la tradición sin culpa alguna...

Cuando al final del texto de La Repetición ella se entrega en matrimonio a otro hombre, nuestro joven asoma su quietud apacible... Atrás quedaron los síntomas de su visita a la zozobra y el remordimiento... Él había pecado por cuestionar los cimientos de una comunidad. La célula estaba dañada y necesitada de abrirse; situada en un estado alejado del equilibrio... Pretendían suturar la grieta con su vida, simplemente tenía que confesar en público, aunque nuestro poeta se ocultó en una Atlántida que no existía y que no se podía decir; en el mito imposible como único mito inevitable... En el silencio de Abraham.

Notas

{1} Kierkegaard, S.: La Repetición. Un ensayo de Psicología experimental, trad. K. Astrid Hjelmstrom, edición virtual JVE PSIQUÉ, Argentina 1997, pág. 51.

{2} Kafka, F.: Consideraciones acerca del pecado, el dolor, la esperanza y el camino verdadero, trad. J. Martín González y A. Laurent, Edicomunicación, Barcelona 1992, pág. 13.

{3} Kierkegaard, S.: La Enfermedad Mortal (Libro III, cap. II, 2) Desesperación en cuanto a lo eterno o de sí mismo), biblioteca virtual antorcha.net, pág. 44.

{4} Kierkegaard, La Repetición, págs. 50-53.

{5} Kierkegaard, S.: Temor y Temblor, trad. D. Gutiérrez Rivero, C. Labor, Barcelona 1992, pág. 65.

{6} Kierkegaard, Temor y Temblor, pág. 111.

{7} Blanchot, M.: La comunidad inconfesable, trad. Isidro Herrera, Arena Libros, Madrid 1999.

{8} Bataille, G.: Madame Edwarda, trad. Antonio Escohotado, Tusquets, Barcelona 1988. págs. 19-33.

{9} Bataille, G.: La felicidad, el erotismo y la literatura, trad. S. Mattoni, AH, Buenos Aires 2001. págs. 70-78.

{10} Martínez Marzoa, F.: Historia de la Filosofía I, Istmo, Madrid 2000. pág. 110.

{11} Morin, E.: El Método 4. Las Ideas, trad. A. Sánchez, Cátedra, Madrid 2001. págs. 27-30.

 

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