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El Catoblepas, número 43, septiembre 2005
  El Catoblepasnúmero 43 • septiembre 2005 • página 17
Polémica

Última respuesta a Luciano Miguel García indice de la polémica

Iñigo Ongay

Se responde el artículo «Descubriendo aberraciones»,
publicado por Luciano Miguel García en El Catoblepas, nº 43

1

Con el texto titulado «Descubriendo aberraciones», don Luciano Miguel García ha tenido a bien, no sólo denunciar e incluso «clasificar» (aunque gratuitamente{1}) las «aberraciones» en las que, según su juicio, habría incurrido mi artículo «Las izquierdas, las derechas y el Fin de la Historia: abrazaos millones» (El Catoblepas, nº 39), sino también cerrar la conversación «unilateralmente» dado, ante todo, que, al decir del propio Sr. Miguel, la polémica que nos traíamos desde noviembre de 2004 parece no poder ser llevada adelante por más tiempo. A esta conclusión parece haberse visto conducido nuestro interlocutor –al menos así lo subraya en su última intervención– por las burdas mofas y ridiculizaciones a las que yo habría sometido sus tesis, llegando incluso a «denigrar» su «nombre» mediante el procedimiento de arrojar «luz negra» (así dice don Luciano) sobre el mismo (suponemos que por referirnos a nuestro contrincante con apelativos como «don Luciano» o «Sr. Miguel», cosa de la que también se queja nuestro ofendido sociólogo en algunos lugares de su texto). En particular, a fuerza de incurrir repetidamente en semejantes «descalificaciones» y burlas («mal carnicero»{2}, «hermeneuta despistado», &c.) yo habría procedido a situar la discusión en el «punto cero» del debate, acaso con el objetivo de convertir nuestra controversia en una mera «bronca tabernaria» cuyo efecto no sería otro que el que cuadra a una suerte de «refuerzo dogmático de los saberes compartidos por un grupo sectario»; una «secta» entre cuyos integrantes sitúa don Luciano a Eliseo Rabadán (véase la delirante nota 9 de su último trabajo), quien, por así decirlo, «sin comerlo ni beberlo», ha quedado situado en el primer plano de las iras de nuestro contrincante. Además de todas estas lindezas –que, por cierto, no están nada mal para alguien siempre tan rápido a detectar faltas de respeto en el prójimo, aun cuando éstas sencillamente no existan– el inventor de la «racionalidad inmanente» me atribuye nada menos que una «pérdida de contacto con la realidad» (lo que quiere decir que don Luciano cree que está tratando con un psicótico), al margen de la acusación de dogmatismo de la que ya me había hecho blanco en su anterior intervención, y sobre la que vuelve ahora, suponemos que viendo «corroborado» su diagnóstico por mi «intolerable actitud» en el debate.

Pues muy bien, a nosotros desde luego nos parece muy bien que el Sr. Miguel se sienta o afecte sentirse todo lo ofendido que le parezca oportuno (y ello, entre otras cosas, porque en el presente contexto sus «sentimientos» o los míos importan más bien poco), como también nos lo parece que proceda a expresar con toda la «contundencia» de la que sea capaz sus protestas hacia estas pretendidas ofensas. Y decimos que nos parece muy bien esa estrategia, porque evidentemente esta misma no es más que «retórica» con la que maquillar, aunque sea penosamente, la carencia absoluta de argumentos («Ayax me golpea y yo le maldigo...»).

Lo que no podemos sin embargo admitir en modo alguno es que, para colmo, nuestro interlocutor nos acuse de «no haber demostrado dialéctica alguna» en nuestra respuesta. ¿Es concebible una mayor eclipse de sindéresis por parte de un sociólogo (no le llamaremos «don Luciano», por ver de evitar herir su hiperestesiada sensibilidad) que directamente ha optado por no responder a una sola de las objeciones que le planteábamos a lo largo de la controversia?

Como veremos, la estrategia argumental favorita de Luciano Miguel García parece ser la expresada en la siguiente fórmula: «si te hacen críticas, repite tus posiciones.» Sólo así podemos entender que el segundo texto de don Luciano haya consistido literalmente en una intentona de «pasar por encima» de las posiciones del contrario; y en este sentido, la pregunta que se abre inmediatamente es esta: ¿ofrece muestras semejante «impermeabilidad» de la dialéctica que el Sr. Miguel García exige a sus adversarios?

Es más: ¿sabe nuestro buen sociólogo qué sea la dialéctica? Nosotros por el contrario, acertados o no (eso, como ya lo reconocíamos en nuestro último texto, es una cuestión diferente), nos hemos esforzado por negar las posiciones de Luciano Miguel, y ello en la sabiduría de que sólo así, es decir, sólo triturando sus tesis, podemos pretender sacar adelante nuestras propias posturas dado que, para empezar, estas mismas representan la negación directa de aquellas.

Ahora bien, tomarse la dedicación de recusar las posturas ajenas, y por tanto darles beligerancia (tomándoselas por cierto, «muy en serio»{3}), e incluso criticarlas (es decir, clasificarlas, re-exponerlas desde las propias coordenadas de partida) es, suponemos, el máximo «honor» que cabe hacer al adversario en estas lides filosóficas, de modo que, recíprocamente, «pasar por encima» de las críticas recibidas, o acaso «impermeabilizarse» ante ellas, o todavía más, ignorarlas, representa la verdadera «falta de respeto» en una discusión de este tipo, la mayor de las indecencias posibles. Así las cosas, sólo nos cabe, insistir en la cuestión que planteábamos antes: ¿conoce don Luciano lo que es la dialéctica?

Pues muy bien, repetimos que nos parece estupendo que Luciano Miguel García «cierre» el debate por la parte que le afecta; lo que también comprenderá –esperamos– don Luciano es que nosotros no podemos cederle en cambio el «privilegio» de decir la última palabra sin antes llevar a cabo nuestro propio diagnóstico acerca de lo que de sí haya podido dar la controversia misma a lo largo de estos meses. Si posteriormente el mismo Sr. Miguel García estima conveniente añadir algo más, clausurando de esta manera la discusión, será muy libre para hacerlo.

2

¿Y qué es lo que ha dado de sí la polémica con don Luciano Miguel García, «sociólogo español» y autor de «Descubriendo aberraciones»? Si no otra cosa la controversia ha venido a demostrar nuevamente los límites que caracterizan los famosos diálogos ideales a los que se refiere Jürgen Habermas y acólitos. Y ello dado, entre otras cosas, que muy lejos de cualquier situación consensual alcanzada por la sola fuerza del mejor argumento, las posiciones iniciales de Luciano Miguel no se han movido ni tan siquiera un ápice aun cuando nosotros hemos tratado de «reducir» los argumentos del contrario según las exigencias de los diálogos socrático-platónicos{4}.

Así, Luciano Miguel García no se ha movido, por ejemplo, ni un solo milímetro respecto a las doctrinas que acerca de la «racionalidad inmanente» encarnada en las democracias de mercado había presentado en su primer artículo. En todo caso, lo que nos parece imprescindible señalar es que en ningún momento de la controversia hemos llegado nosotros a «des-calificar» tales doctrinas; todo lo contrario: las hemos calificado (es decir, criticado) como metafísicas, aunque no desde luego –y esto nos parece, reviste de una gran importancia– de un modo meramente declarativo.

Desde el Materialismo Filosófico, entendemos por «metafísica»{5} toda construcción doctrinal que, a la hora de arrostrar el trámite de enfrentarse a los fenómenos mundanos operatoriamente conformados (y ello porque, claro está, ni siquiera la metafísica procede de lo alto) no pudiera dar cuenta de los mismos, más que regresando a una instancia, a una Idea abstracta (por ejemplo: Alma, Dios, Mundo como totalidad, Espíritu, Entendimiento Agente, Nada, Racionalidad Inmanente, &c.) que supone sencillamente un proceso de hipostatización o sustantificación de los propios contenidos fenoménicos de partida, y ello con la consecuencia, de que desde tales instancias hipostáticas, no cabrá en modo alguno retornar –en el progressus– a los fenómenos, dado que el mismo regressus metafísico habría hecho enteramente impracticable la «vuelta a la caverna» de no ser de manera arbitraria –por ejemplo reintroduciendo de un modo completamente ad hoc los materiales fenoménicos con los que se había perdido todo contacto racional.

Ahora bien, Luciano Miguel en su texto «Descubriendo aberraciones», como también en sus otros artículos, pone un gran interés en negar nuestro diagnóstico, sólo que lamentablemente este diagnóstico lo niega don Luciano sin aportar rectificación alguna de nuestros argumentos, es decir, procediendo como si nuestras dos primeras respuestas no hubieran sido escritas nunca. Con todo, es de suyo, creemos, evidente que ni toda la «insistencia» de nuestro contrincante puede disimular el hecho de que aparece como enteramente ilegítimo presentar, por ejemplo, a la «democracia» como un «logro de la humanidad» dado que, sencillamente, a la «humanidad» (una idea que por cierto es ya eo ipso metafísica cuando se la concibe de una manera metamérica como lo hace don Luciano) no puede atribuírsele una condición «demiúrgica» capaz de alcanzar logro alguno – insistimos en la frase de Schopenhauer: «nosotros no conocemos a esa señora.»

Tampoco cabe pretender hipostasiar la idea misma de «democracia» y menos aún considerarla penetrada de una «racionalidad inmanente» que, producto de un fantasmal y climacológico proceso de «autolimitación del Poder Político» (es decir, de un proceso que supone atribuir al «Poder» –por cierto, ¿a qué «poder»?– la autodeterminación, esto es, atribuirle la Aseidad) habría terminado por «reconciliar» armónicamente las diferencias «agonales» entre las izquierdas y las derechas en una situación que don Luciano caracterizaba en su segundo artículo como «fin de la historia», o que al menos, afirmaba entonces nuestro sociólogo, «puede ser entendida como tal» (de lo que no se da cuenta nuestro adversario es de que con el «puede» –al que ahora se quiere agarrar como si de un «clavo ardiendo» se tratase– ya es bastante).

Ahora bien, ¿puede todavía don Luciano atreverse simplemente a insinuar que esta doctrina no aparece como metafísica? ¿Y cómo retornar a los fenómenos desde este conjunto de sustantificaciones sin cuento?: pues, y esta es la cuestión, sólo mediante la petición de principio, es decir, solamente cuando se reintroduzcan de matute los propios materiales fenoménicos de partida, practicando sobre ellos, por lo demás, una clasificación puramente ad hoc que don Luciano se saca donosamente de la manga como podrá comprobar muy bien el lector, echando una ojeada a su artículo «Las izquierdas y las derechas políticas en la Europa continental en los siglos XIX y XX»; un texto este por el que desfilan de una manera ciertamente grotesca, por su oscuridad y confusión, una alambicada mezcolanza de «derechas» y de «izquierdas» de distinto signo («izquierda crítica», «derecha bonapartista», «derecha taylorista», «izquierda de los movimientos sociales», &c.) generalmente caracterizadas en función de sus propias autorrepresentaciones (es decir, sin desbordar el punto de vista emic en ningún momento).

Pero si don Luciano no ha rectificado semejantes contenidos doctrinales, a pesar de nuestros argumentos (argumentos que tampoco, nos parece, ha podido remontar en modo alguno), ello con todo, resulta mucho menos sorprendente que la circunstancia de que tampoco se haya «apeado» de sus erróneos asertos acerca de las propuestas presentadas por Gustavo Bueno en «En torno al concepto de izquierda política» y en El mito de la Izquierda. De este modo, todavía en su último artículo sostiene nuestro sociólogo:

«Las dos distinciones entre la izquierda y la derecha política publicadas por Gustavo Bueno aparecen, al menos en una primera impresión, como opuestas entre sí. El problema que plantean es si hay alguna manera de conciliarlas sin que resulten contradictorias.»

Y si nos sorprende que, a «estas alturas de la película», diga don Luciano cosas como estas, es precisamente porque a lo largo de nuestras dos respuestas nos hemos tomado, creemos, las suficientes molestias para hacerle entender –vemos que sin éxito– a nuestro «despistadísimo hermeneuta», que ambas «propuestas» sólo aparecen como contradictorias entre sí en una «primera impresión» que, en efecto, supone directamente no haber entendido «El mito de la Izquierda» ni tampoco el artículo de El Basilisco. Esta «interpretación» de las tesis del profesor Bueno delata, por así decir, una «lectura perezosa» de tales obras, dado que la «conciliación» que don Luciano reclama sólo aparece como necesaria en la misma medida en la que el propio Luciano Miguel García no se ha podido dar cuenta de que los contenidos de El mito de la Izquierda precisan, y por ello también justamente refuerzan, los criterios arrojados en el artículo de El Basilisco. Como esto ya se lo hemos explicado (aunque en modo alguno en calidad de «discípulo aplicado de Gustavo Bueno» que buscase dar lecciones de materialismo filosófico a nadie{6}) extensamente a nuestro adversario en dos ocasiones –eso sí, sin conseguirlo al parecer–, no vamos a volver a hacerlo ahora, y sin embargo lo que sí nos parece necesario, así las cosas, es corroborar nuestro diagnóstico sobre el entendimiento de don Luciano Miguel García a la luz de los tenaces y surrealistas esfuerzos que este mismo ha venido realizando a fin de no entender lo que se le dice.

3

¿Añade por lo demás, algo don Luciano Miguel García a lo que ya llevaba planteando desde su primer artículo «La distinción entre la izquierda y la derecha política como un problema de racionalidad inmanente»?

Pues sí. Lo que añade es en concreto una nueva objeción a las líneas doctrinales ofrecidas por Gustavo Bueno en su libro El mito de la Izquierda. Y es que –siempre según nuestro crítico– desde la conceptualización de Gustavo Bueno la «izquierda genocida», entendida como auténtica «aberración humana», no resultaría «criticable». Todo esto, lo redondea el sociólogo pamplonica mencionando una página de El mito de la Izquierda en la que Gustavo Bueno «estima 'interesante' la aportación de Stalin», en un claro intento de «pintar» a Bueno como si este filósofo fuese estalinista o algo por el estilo (presuponiendo además, cómo no, que la sola mención de Stalin es por supuesto tabú desde las coordenadas del fundamentalismo democrático bajo cuya influencia se mueve Luciano Miguel); y todo ello, por cierto, por más que cualquiera que se acerque a la lectura del libro, podrá fácilmente comprobar que el párrafo de Bueno al que don Luciano se refiere no afirma en absoluto lo que se le pretende hacer decir.

Ahora bien, mal que le pese a la sensibilidad de nuestro interlocutor (que por cierto, también nos reprocha –en su nota 7– no habernos mostrado «impresionados por el sufrimiento de los asalariados y campesinos»{7} de la República Popular China), es lo cierto que ni tiene sentido insinuar que Bueno es estalinista (como tampoco lo tendría por ejemplo, declararse en nuestros días, partidario del Imperio de los Antoninos), ni cabe por lo demás «criticar» en general lo que don Luciano llama «izquierda genocida», y ello ante todo por una razón: el rótulo «izquierda genocida» no es otra cosa que un puro mentefacto que don Luciano se ha sacado directamente de la manga, añadiéndolo completamente ad hoc y por vía de decreto, esto es, gratuitamente, a los rubros clasificatorios que nos exponía en su anterior artículo. Y es que, en efecto, dado que toda la clasificación presentada por nuestro contrincante dialéctico es ella misma bastante arbitraria, puede don Luciano con total comodidad inventarse todos los nuevos géneros que quiera, añadiéndolos unos a otros de manera bellamente rapsódica, e incluso tratar de «criticarlos», reprochando al Materialismo Filosófico su incapacidad para reproducir unas tales «críticas» desde sus propias coordenadas, &c. Pero este proceder es desde luego, como poco, enteramente peregrino.

Pero sigamos con las objeciones que plantea don Luciano a la conceptualización de Gustavo Bueno. Según nuestro autor, una tal conceptualización adolecería, por lo demás, de un defecto fundamental, veámoslo citando las propias palabras de Luciano Miguel García:

«El concepto de izquierda política propuesto por Gustavo Bueno es adecuado para entender el programa de izquierda jacobina en la primera fase. Pero al elevar la izquierda jacobina a 'izquierda prístina', que aplica el mismo 'modelo canónico' de racionalidad a la ciencia, deja la esencia de la izquierda fijada en el momento de su surgimiento. Quedan desatendidas las transformaciones previas del poder político que permitieron la existencia de la izquierda; y quedan desatendidas las determinaciones esenciales de la izquierda pos las críticas de generaciones posteriores.»

Si hemos reproducido aquí por nuestra parte este párrafo de «Descubriendo aberraciones», ello no ha sido tanto en vistas de organizar aquí, una contra-argumentación ad hominem –estrategia que no parece dar demasiado resultado con nuestro sociólogo– y sí sólo para poder de este modo poner de manifiesto el hecho de que Luciano Miguel se mantiene con este tipo de planteamientos enteramente apresado entre los límites de una concepción porfiriana de la idea de esencia, una concepción de cuyo fijismo no parece en todo caso nuestro contrincante capaz de escapar en modo alguno, y ello hasta el punto de que la propia «interpretación» que este sujeto se ha fabricado acerca de las tesis de Bueno permanece tributaria de la idea megárica de esencia que el sociólogo navarro maneja en todo momento; sin embargo cuando desbloqueamos esta situación reintroduciendo la teoría de la esencia procesual, las cosas comienzan a verse de otra manera puesto que, ahora, la misma «esencia de la izquierda» sólo podrá realizarse a través de un curso evolutivo cuyas determinaciones comparecerán a título de contenidos de la propia esencia, como fases suyas, vinculadas unas con otras en virtud precisamente de la unidad que les confiere provenir del mismo tronco (la «izquierda prístina») a la manera de los géneros plotinianos.

Ahora bien, esto (i.e., esta unidad) no quiere decir –todo lo contrario– que las propias transformaciones de la esencia a lo largo del curso en el que esta misma cristaliza no puedan alejarse tanto del núcleo de partida que, en el límite, este acabe por resultar negado, por desaparecer: así, se comprende que las izquierdas de tercero, cuarto, quinto o sexto género, rectifican de algún modo, y hasta niegan los resultados de la holización revolucionaria alcanzada por la izquierda radical, efectuando un regressus sobre los principios de la Gran Revolución (como en el anarquismo) o bien progresando desde los mismos a partir de la plataforma de la Nación política (así las izquierdas «socialdemócrata», «comunista» y «asiática», cada cual a su manera).

Sea como sea esperamos que a la luz de esta brevísima exposición pueda comprenderse con facilidad que lo que en ningún caso está justificado es pretender que Bueno ha «fijado» en El mito de la Izquierda, como sostiene Luciano Miguel, la «esencia» de la «izquierda política» en el momento de su surgimiento. Más bien ocurrirá justamente todo lo contrario, dado que la principal consecuencia que tiene el traer a primer plano la noción de «género plotiniano» es, precisamente, desbloquear el fijismo propio de las esencias megáricas en vistas a las cuales argumenta don Luciano, mostrando –con su particular esencialismo– que está más sucia la escoba que la basura que quita...

Ahora bien, dado principalmente que nuestro tenaz interlocutor parece ser un individuo filosóficamente indocto (por más «saberes positivos», sociológicos, &c., que haya podido acumular en su formación en la universidad) se comprende que no sea capaz de remontar cuando filosofa –y filosofa constantemente, aunque sea muy mal– las coordenadas a-evolutivas características de una visión porfiriana, distributiva, univocista de los predicables lógicos, como tampoco es capaz, según demuestra constantemente, de distinguir, de por así decir, disociar los dos planos ontológicos que se mantienen incesante e inextricablemente entretejidos en relación a este tipo de cuestiones: nos referimos, al plano fenoménico por un lado y al plano o momento esencial de otro lado.

Cuando estos momentos no se diferencian sucede que puede nuestro compañero de controversia reprocharnos haber aceptado las «descripciones emic de la derecha administrativa» de la Europa de nuestros días, al afirmar que no cabe distinguir, en el presente, entre partidos socialdemócratas y neoliberales. Este reproche es completamente absurdo dado que, en una descarada petición de principio, presupone aceptar que los partidos políticos que don Luciano tipifica confusamente como «derecha administrativa» (suponemos que se referirá don Luciano al PP, a la CDU, a Forza Italia y tutti quanti, aunque no quizás, al PNV, al PSOE o a IU) son realmente de derecha. Pero esto, que don Luciano da por sobreentendido, es precisamente lo que se trata de demostrar, porque desde nuestras coordenadas, sólo argumentando desde el nivel marcado por el plano fenoménico (por ejemplo, desde el punto de vista emic a la luz del cual se dibujan los fenómenos) cabe admitir «sin más» que tales fuerzas políticas muestran un carácter «derechista» frente a los partidos de la izquierda socialdemócrata.

En el regressus al plano esencial, estos sectores de la derecha fenoménica comienzan a adquirir tonalidades realmente (esencialmente) izquierdistas a la manera de representantes de la «izquierda liberal», y ello, todavía más cuando es el caso de que los planes y programas de esta «derecha administrativa», aparece en nuestras democracias de mercado pletórico, ecualizada con los defendidos por los representantes de la izquierda fenoménica (como puede observar cualquiera que tenga en consideración el tipo de «analistas económicos» que colaboran con diarios de izquierda como pueda serlo El País, &c.) dado que el margen de maniobra con el que tales partidos se encuentran no es que se diga muy amplio, sin perjuicio de que los criterios distintivos se reconstruyan fenoménicamente en otros niveles, según el punto de vista emic de la izquierda indefinida: la «paz», el «ecologismo», el «multiculturalismo», la «alianza de civilizaciones», «Europa», &c., pero también, últimamente, «no fumar», &c.

Por eso, como observa irónicamente Gustavo Bueno en El mito de la Izquierda, «los dos partidos mayoritarios a comienzos del siglo XXI están de acuerdo y quieren lo mismo: Milán. El gobierno»{8}, aunque ello no quiere decir que no existan diferencias muy significativas entre unos grupos y otros: por ejemplo, uno de los dos partidos mayoritarios –no diremos cuál– parece que en su «búsqueda de Milán» no para en barras a la hora de «entenderse» con secesionistas e islamistas aunque fuera a costa de comprometer unidad e identidad de la misma nación política (en nuestro caso: España) al margen de la que ninguna izquierda política puede mantenerse como tal izquierda definida.

Notas

{1} Y digo «gratuitamente» no por cualquier cosa sino, ante todo, porque no se ven cuáles puedan ser los «criterios» de los que don Luciano está haciendo uso en semejante «clasificación». Es decir, que esa «clasificación» –carente de todo fundamento al que se pueda regresar– aparece como arbitrariamente establecida. ¿Por qué –por ejemplo– dividir las «aberraciones» en los tres géneros de los que habla nuestro autor y no en cuatro, ocho o treinta y tres (añadiendo por hipótesis, las «aberraciones geológicas», «deportivas», «acuáticas», &c.)? Respuesta: porque don Luciano lo dice.

{2} Con esto Luciano Miguel García reconoce –aunque sólo fuese en el ejercicio– no haber leído el Fedro. Como también afirma que yo he calificado sus tesis de «vuelta a la caverna», hemos de suponer que tampoco ha considerado oportuno echar si quiera un vistazo a la República (al libro VII). Si don Luciano lograse familiarizarse con estos lugares de la obra de Platón creemos que llegaría a comprender muy fácilmente los motivos por los cuales sus posiciones no son en absoluto capaces de «regresar a la caverna», y es que si lo fueran no habría motivo para calificarlas de metafísicas y de formalistas.

{3} Tan en serio que, repetimos, hemos contestado sus artículos hasta tres veces.

{4} Por nuestra parte tampoco nos hemos «movido un milímetro», aunque don Luciano nos podría haber demostrado nuestros errores, por lo que le quedaríamos desde luego muy agradecidos. Pero eso: que lo haga.

{5} Consúltese a este respecto, por ejemplo, la voz correspondiente en el Diccionario filosófico de Pelayo García Sierra, disponible en línea en las páginas del Proyecto de Filosofía en español.

{6} Con lo que, dicho sea de paso, le agradeceríamos a Luciano Miguel que no tratase, por su parte, de «aleccionarnos» a nosotros tampoco. Nos estamos refiriendo a aquel párrafo de «Descubriendo aberraciones» en el que, en el colmo de la inopia, trata de salir al paso nuestro autor de una objeción que le poníamos en nuestra segunda respuesta, citando un texto de Gustavo Bueno en el que el filósofo español afirma que «La Nación política procede sin duda por evolución de las acepciones anteriores». Pues muy bien, responderíamos a semejante añagaza, ¿y qué? ¿Se estaba refiriendo acaso don Luciano en su anterior artículo a las naciones biológicas o étnicas cuando sostuvo que la «derecha napoleónica» trató de extender su proyecto a otras naciones? Si lo que quería realmente decir nuestro adversario era esto, entonces el absurdo es, evidentemente, mucho mayor.

{7} Es decir, como si mis «impresiones subjetivas» tuviesen la más mínima importancia a este respecto. Con esa objeción don Luciano lo que pone de manifiesto es sencillamente toda la fuerza del subjetivismo e incluso el mentalismo de sus premisas; pero en fin, para que el doctor Miguel García pueda ratificar sus «peores sospechas» le advertiré de que tampoco quedé, durante mi viaje, demasiado «escandalizado» que digamos, por la «ausencia de las libertades».

{8} Gustavo Bueno, El mito de la Izquierda, Ediciones B, Barcelona 2003, pág. 202.

 

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