Nódulo materialistaSeparata de la revista El Catoblepas • ISSN 1579-3974
publicada por Nódulo Materialista • nodulo.org


 

El Catoblepas, número 46, diciembre 2005
  El Catoblepasnúmero 46 • diciembre 2005 • página 1
Artículos

La influencia de las órdenes religiosas
en la sociedad filipina según la novela
Noli me tangere de José Rizal

Pedro Insua Rodríguez

En un reciente libro, Filipinas. La gran desconocida (1565-1898) –Eunsa 2001–, de intención «divulgativa», la gran especialista Lourdes Díaz-Trechuelo dirige en el subtítulo un calificativo al archipiélago que, creemos, no solamente se refiere con él a la situación de la historiografía sobre Filipinas: su «desconocimiento», su «gran» desconocimiento, no solamente es una cuestión gnoseológica, relativa a la ciencia histórica

A José Rizal Alonso le publicaron Noli me tangere, en español, en el Berlín de 1887, en plena expansión imperialista alemana, antiespañola Porque, ¿qué es Filipinas?, esta es la pregunta cuya respuesta, en principio, es «desconocida». Pero no , obviamente, desconocida en absoluto, y es que esta respuesta, que quiere ser atenuada por la especialista Díaz-Trechuelo con ese nuevo libro, implica ya cierto conocimiento respecto a Filipinas, cuando la pregunta se hace desde una sociedad, la actual sociedad española, desde la que Filipinas resulta desconocida (no tendría mucho sentido tal respuesta, tal subtítulo, si la pregunta se hace desde la actual sociedad filipina), y es desde aquí desde donde resulta ya significativo tal desconocimiento. Pero además la pregunta se hace respecto a la Filipinas «histórica», la que se desarrolla entre 1565 y 1898, es decir, la Filipinas «española», y lo característico de la Filipinas histórica, lo que quizás forme parte de su identidad como entidad histórica, es este «desconocimiento» desde la entidad que le dio origen, desde la entidad política que la generó y de la cual Filipinas formó parte: el Imperio hispano, del cual también es heredera la «actual sociedad española», heredera, a su vez, de tal «gran desconocimiento» respecto a Filipinas.

«Gran desconocida», pues, nos parece, no pretende ser un calificativo meramente accidental dirigido a la Filipinas histórica –calificativo accidental en tanto que habla de la gran «laguna» historiográfica que representa la Filipinas histórica, pero que se podría paliar con el desarrollo de la historiografía sobre el asunto–, sino definitorio –esencial– de la situación histórico-política en la que se encontraba Filipinas como provincia española, aunque después desde la «ciencia histórica» se pueda llegar a conocer en qué consiste, entre otras cosas, ese «desconocimiento» característico.

La respuesta a la pregunta ¿qué es Filipinas? tiene que explicar, pues, esta situación de «desconocimiento» que mediaba en la relación entre la sociedad española imperial, como una totalidad de la que históricamente Filipinas formaba parte, y la sociedad filipina en tanto que parte integrante de esa totalidad. Porque ese «desconocimiento» se dice de Filipinas, sobre todo, por contraste con otras partes integrantes que formaban también parte de tal totalidad (Nueva España, Nueva Granada...) cuyas relaciones con la sociedad española imperial se suponen «conocidas». Es este contexto comparativo, creemos, el que nos permite ir definiendo ese «desconocimiento» característico de la «gran desconocida».

Si partimos, por ejemplo, de «lo que queda» de esa relación (Imperio/provincia) en la sociedad filipina actual, comparado con «lo que queda» en otras sociedades que fueron partes integrantes de tal totalidad imperial (sociedad argentina, cubana...), teniendo en cuenta además que todas estas sociedades comienzan a definirse como sociedades políticas (Estados) precisamente por su relación con la totalidad imperial que las generó (no así ocurrió con otras partes de la totalidad imperial hispana –Milán, Nápoles, Flandes, Castilla, Aragón...– que ya estaban previamente generadas como sociedades políticas, antes de la constitución del Imperio hispano –otra cosa es que se transformasen políticamente al formar parte de tal Imperio–), lo más significativo, de cara a la definición de la sociedad filipina actual, comparada, decimos, con esas otras sociedades, es que es una sociedad de mayoría católica (la única de Asia), pero que no habla español (no pertenece a la comunidad de los 400 millones de hispanohablantes). Tiene en común con las sociedades americanas de origen hispano el ser una sociedad de mayoría católica, pero tiene de diferencia el no ser de habla hispana, y esto es razón suficiente para que desde la sociedad española actual sea Filipinas una «gran desconocida» con respecto a las sociedades hispanoamericanas. Pero, sin embargo, históricamente hablando, el no hablar español no es causa de su desconocimiento, sino más bien al revés, es el «desconocimiento» la causa de que no se siga hablando español. La gran tradición literaria del español americano no tiene equivalente en la sociedad filipina: precisamente los valores literarios del español filipino «se frenan» a finales del XIX con la independencia, y se reducen prácticamente a un único «valor» con nombre propio: José Rizal Alonso (1861-1896).

¿A qué se debe esto?, ¿a qué se debe esta situación característica de «desconocimiento»?

En efecto, la incorporación de las Filipinas como provincia española es anómala, en relación a las provincias americanas, y tal anomalía procede precisamente por el modo de afectar las órdenes religiosas en los fundamentos de esta incorporación: «Todo lo que toca a las órdenes religiosas en Filipinas afecta a uno de los fundamentos de la colonización española en las islas», dice García-Abásolo{1}. Se puede incluso invertir la frase: todo lo que toca a los fundamentos{2} de la constitución de Filipinas como provincia del imperio español, así como todo lo que toca a su emancipación consiguiente, viene afectado por las órdenes religiosas y esto hace a Filipinas anómala como provincia del Imperio español.

Precisamente el «desconocimiento» entre la totalidad imperial y la parte provincial se produce al mediar las órdenes religiosas en la administración de la provincia de tal modo que, aunque haciéndose imprescindibles para su gobierno, por cuya influencia la provincia permanece en buena medida administrativamente opaca al gobierno imperial. Y es que la «forma» (administrativa, legislativa, eclesiástica, lingüística...) imperial es anómala en Filipinas sobre todo por las determinaciones que toma a través de la «materia» (etnológica, geográfica...) en la que tal forma recae: la lejanía de la provincia (que determina una ruta de ida y vuelta sui generis: la ruta del Galeón), así como su situación etnológica (que va a ser transformada imperialmente con muchas dificultades, entre otras cosas porque, entre esa materia indígena, los españoles se encuentran en el sur –Mindanao y Joló– con «lo moro», inmiscible con la forma imperial católica, y, rodeando a Manila, con los chinos –sangleyes– con los que es obligado comerciar, pero a los que tampoco se puede «reducir católicamente») y orográfica (lo accidentado y dificultosos del terreno se une con una escasa rentabilidad de las materias primas allí encontradas) hacen que sólo las órdenes religiosas puedan hacerse cargo de la propagación de la forma imperial en las islas, pero de tal modo que se generan en Filipinas una variaciones sobre la forma «normal» (americana) que determinarán tal anomalía provincial. Y es que si las órdenes religiosas en América son vanguardia de la implantación de la «forma imperial», con la formación de «estados misionales» (por utilizar la fórmula de C. Bayle), esta implantación, en sentido estricto, no se realiza hasta la transformación de tales estados misionales en Iglesia secular (organizada por el Imperio a través del Real Patronato) alcanzando así el Imperio su forma «normal» administrativa característica con la llegada, por así decir, de la retaguardia secular. En Filipinas la penetración de la forma imperial se queda en la vanguardia, siendo muy dificultosa la formación de una Iglesia secular que sólo se forma, y fragmentariamente, en las regiones más desarrolladas de las islas (Luzón), lo que hace que la administración quede en manos del clero regular, más resistente (al depender del Papa) al cumplimiento del Real Patronato y, por tanto, del gobierno imperial.

¿En qué consiste, pues, esta influencia de las órdenes religiosas que tiene por resultado semejante «anomalía provincial»?

Nos vamos a ceñir a cómo es interpretada tal anomalía a la altura de finales del XIX por Rizal, toda vez que tal anomalía constitucional (sistática) viene propagándose desde el siglo XVI y representa el gran escollo, el gran nudo gordiano, al que todo gobierno provincial se tiene que enfrentar. Una anomalía que, de todas formas, no es unívoca desde el siglo XVI hasta el XIX, sino que, a medida que se propaga, va desarrollándose de distintos modos correspondientes a las soluciones o intentos de solución que se le van dando según el propio desarrollo del ortograma imperial español. Queremos decir que, aún manteniéndose la anomalía, la relación entre la totalidad imperial y la parte filipina va cambiando conforme va cambiando la realización del ortograma o plan objetivo imperial en sus distintas fases: fase habsburguesa (siglos XVI-XVII) en la que se va constituyendo como provincia (al principio dependiente administrativamente de Nueva España) y cuyo mantenimiento es deficitario; fase borbónica (siglo XVIII) en que se introducen una serie de transformaciones importantes que, entre otras cosas, la hacen rentable, pero a costa de, a través de tales transformaciones administrativas «ilustradas» (regalismo), situar al gobierno de Filipinas en una situación aporética que va a tratar de ser resuelta dando paso a la siguiente fase; fase «colonial» (siglo XIX) en la que, una vez constituida la «nación española» –peninsular y ultramarina– (en resistencia contra el francés) con la Constitución de Cádiz (1812, 1820-1823) y la sucesiva emancipación de las provincias americanas, Filipinas se termina reconstituyendo según un régimen jurídico especial en el que pierde su carácter «provincial» (1837) que tenía en las fases anteriores, para ser considerada como factoría colonial; finalmente la fase de emancipación (1898) –que se puede ver, por lo menos desde la perspectiva del ortograma imperial español, como el cumplimiento de tal idea imperial–, viene a resolver tal situación aporética (generando, eso sí, nuevos problemas aunque ya desconectados de su constitución como parte integrante del Imperio español).

Constituida, pues, la «sociedad filipina» como provincia del Imperio español, ¿cuál es la influencia de las órdenes religiosas en tal sociedad a la altura del XIX?

En principio vamos a hacer abstracción de tal influencia, que determina la anomalía provincial filipina, desde una perspectiva etic, es decir, desde la perspectiva de la ciencia histórica, para analizar la perspectiva que Rizal representa de esta influencia en Noli me tangere, al ser tal perspectiva emic, la de Rizal, un «fenómeno histórico» que tiene que ser incorporado desde la ciencia histórica toda vez que tal perspectiva en buena medida ha contribuido a desencadenar la fase emancipatoria (no tanto porque se impusiera la perspectiva de Rizal, cuanto porque, sea como fuera, esta fue utilizada orientándola hacia el independentismo).

Y es que tal como la representa Rizal, la situación de Filipinas, en cuanto a sus posibilidades de gobierno, ha desembocado a la altura del XIX en una aporía, auspiciada por la influencia de las órdenes religiosas, cuya resolución por parte de Rizal es presentada como una disyunción fuerte, uno de cuyos términos excluye al otro: las dos posibilidades que resuelven la situación aporética en la que permanece Filipinas, según Rizal, son, o la reforma en la que se le devuelve a Filipinas su «dignidad» provincial en tanto que parte de la «nación española» («dignidad» perdida tras las reformas de 1837 en la que Filipinas se reconstituyó como «colonia», más que «provincia», con régimen jurídico especial), o la «revolución», como término extremo frente al statu quo, en el que Filipinas no puede permanecer. Partiendo de un statu quo «indigno» en el que se encuentra Filipinas tras las reformas de 1837, o bien se le devuelve desde el gobierno su «dignidad provincial» con reformas adecuadas, o bien la «dignidad» se recupera «revolucionariamente», esto es, en contra del gobierno. La reforma evitaría la revolución; la revolución vendría por la ausencia de reformas en tal sentido: tertium non datur.{3}

Pero el caso es, esta es la perspectiva de Rizal, que toda labor de reforma es frenada por influencia de las órdenes religiosas, lo que va a hacer que la situación, sino se le da salida, estalle por algún sitio en forma de revolución: ese sitio son los grupos indígenas, que, además de sufrir un sistema tributario y de prestación muy gravoso, no tienen representantes en la administración política , o la tienen pero inoperante, y el clero regular indígena, cuya salida a la administración eclesiástica también está bloqueada por el clero regular.

Hablaremos así de tres tipos de influencia{4} por parte de las órdenes religiosas sobre la sociedad filipina según Rizal, cuya articulación va a desencadenar el drama relatado en la novela Noli me tangere, un drama que tiene lugar en «San Diego» localidad imaginaria cuya sociedad es tomada, a modo de fractal, como representativa de la sociedad filipina decimonónica:

Un tipo de influencia que llamaremos gravitatoria o propia en cuanto que las funciones de las órdenes religiosas derivadas de esta influencia sobre tal sociedad tienen que ver con los curatos y las parroquias. Es decir, partiendo del hecho, singular en Filipinas por su duración, de que es la Iglesia regular la que ha ocupado las funciones propias de la iglesia secular, con influencia gravitatoria nos referimos, a aquella que, aplicada a la sociedad de San Diego, cumple con las funciones propias («espirituales», si se quiere) relativas a la Iglesia regular (cura de almas, administración de parroquias, &c.), lo que implica el control de todos los «ritos de paso» de las personalidades de las que se compone tal sociedad (bautizos, matrimonios, enterramientos...), y es que las personalidades se forjan precisamente a través de estos ritos de paso, lo que hace que esta influencia gravitacional tenga un gran peso en la sociedad. En la novela aparecen situaciones de este tipo como desencadenantes del conflicto personal (así el enterramiento del padre de Crisóstomo Ibarra, como su posible matrimonio con María Clara), al ser contrarios los planes personales (en este caso los de Crisóstomo Ibarra) a los intereses (ya sean también personales, como los del párroco franciscano Salví hacia María Clara, o institucionales) de los representantes de las órdenes religiosas. Estos intereses aparecen siempre como espurios y arbitrarios, pero con la suficiente potencia como para abortar todo plan personal del protagonista, cuya reacción, primero contenida, termina en tragedia personal al ser cortados, por parte de los frailes, sus vínculos con la sociedad de San Diego.

Pero además de esta influencia, existe otro tipo de influencia, que llamaremos instrumental o adventicia a través de la cual las órdenes religiosas actúan sobre la sociedad al cumplir funciones que en principio podría cumplir una institución política. Nos referimos a las funciones de gobierno, en conflicto con el poder civil (conflicto entre el alférez y el párroco), pero también a las funciones relativas a la instrucción pública...., que determinan que las decisiones tomadas desde el poder civil terminen siendo bloqueadas por tal influencia adventicia de las órdenes religiosas.

En la novela se verá con toda claridad esta influencia instrumental en la asamblea constituida para decidir los preparativos de las fiestas del lugar: las decisiones ya están tomadas al margen de lo que la administración, a través de los representantes populares, decida, quedando inoperante cualquier decisión derivada de la asamblea. Aquí también los proyectos de Crisóstomo van a toparse con los intereses de los regulares (proyecto de Ibarra de construcción de una escuela).

Habría que hablar de otra influencia, más bien negativa, que aparece en aquellas personalidades, en particular en el filósofo Tasio, pero también en cierto modo en el filibustero Elías, situadas al margen de la sociedad de San Diego, al quedar fuera de la red de influencias de las órdenes religiosas, de tal manera que son vistas desde la «caverna» social de San Diego como desviadas (locos), pero que, sin embargo, precisamente por estar fuera representan las alternativas, teórica (en el caso de Tasio) y práctica (en el caso de Elías), al statu quo mantenido por los frailes.

En efecto, ya que hemos traído a colación la alegoría platónica de la «Caverna», los individuos que componen la sociedad de San Diego viven en cierto modo, tal como dibuja Rizal el panorama, como aquellos encadenados que observan las sombras, creyendo que tales sombras agotan la realidad, siendo los frailes aquí los que animan el fuego de cuya luz proceden tales sombras. Crisóstomo Ibarra vendría a representar aquel individuo que se libera de las cadenas, sale de la caverna (va a estudiar fuera), ve la luz del sol (viaje por Europa), y regresa a la caverna para desengañar a sus compatriotas encadenados. Sucede que, como sucedió al individuo liberado según la alegoría platónica, sus compatriotas, atrapados por las evidencias que producen las sombras, permanecen encadenados tomando al individuo liberado que regresa por farsante o por loco.

Es así que todo proyecto de reforma (regreso a la caverna) por parte de Crisóstomo va a ser visto con suspicacia y desconfianza, aunque en principio tolerado, por los frailes e incluso bien acogido por el «pueblo» de San Diego .

Sin embargo, la tragedia personal del protagonista, a través de la cual se le cortan todos los lazos con la sociedad, se va a desencadenar cuando, ofendido por un fraile (fray Dámaso), Crisóstomo «toque», agreda, al fraile (noli me tangere). A partir de ahí las suspicacias se vuelven evidencias contra Crisóstomo al que, inducida por los frailes, le cae encima la «jauría humana» de San Diego. Todo proyecto de reforma es abortado por las órdenes religiosas, quedando como única alternativa a esa situación insostenible la «revolución».

Esta es la representación emic de Rizal en cuanto a la influencia de las órdenes religiosas en Filipinas: ¿tiene puntos en común con la representación etic construida desde la ciencia histórica?. Esto es lo que habría que empezar a analizar históricamente.

Notas

{1} Prólogo (pág. 10) a Tiempos de turbación y de mudanza, Córdoba 2002, de M. Manchado López.

{2} El otro fundamento de la constitución de Filipinas es la fundación de Manila como factoría comercial a partir de la cual se traza la «ruta del Galeón» con Nueva España, un fundamento no independiente del papel tan singular que tienen aquí las ordenes religiosas; ambos fundamentos convergirán en la constitución de Filipinas como «provincia» anómala del Imperio.

{3} Dice Rizal: «Las Filipinas, pues, o continuarán siendo del dominio español, pero con más derecho y más libertades, o se declararán independientes, después de ensangrentarse y ensangrentar a la Madre patria» (Rizal, Filipinas dentro de cien años, en W. E. Retana, Archivo del bibliófilo filipino, Madrid 1905, pág. 286).

{4} Distinción inspirada en Gustavo Bueno, «La influencia de la Religión en la España democrática», texto publicado en La Influencia de la religión en la sociedad española (Bueno, De Miguel, Puente Ojea, Albiac, Sádaba), Libertarias/Prodhufi, Madrid 1994.

 

El Catoblepas
© 2005 nodulo.org