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El Catoblepas, número 46, diciembre 2005
  El Catoblepasnúmero 46 • diciembre 2005 • página 22
Libros

El hombre político

Sigfrido Samet Letichevsky

Releyendo El Hombre Político (1959), de Seymour Martín Lipset

Lipset ofrece, con apoyo estadístico, varias importantes pistas sobre los actores que orientan el voto de los ciudadanos. Muestra que prácticamente no hay diferencia entre «derecha» e «izquierda», pero se resiste a abandonar esos conceptos. Utiliza la palabra «clase» para designar grupos de similar nivel económico, no por su función productiva. No se puede ser globalmente «de izquierda». En algunos aspectos se es de izquierda y en otras de derecha (y esos conceptos son metapolíticos, no son categorías políticas). La verdadera oposición tiene lugar entre democracia política y totalitarismo. Por lo tanto el continuum o «espectro» político abarca sólo a los partidos democráticos. El status y la ideología son decisivos en la intención de voto. Las ideologías son religiones (sin Dios) y están alimentadas por el antiguo milenarismo que renace periódicamente en ellas.

Seymour Martín Lipset (n. 1922) fue Presidente de la American Sociological Association y de la American Political Science Association, y de otras sociedades profesionales. Profesor en la Universidad George Mason, Senior Fellow of the Hoover Institution, y autor de muchos libros y centenares de artículos. Su libro El Hombre Político (Ref. 1) fue publicado inicialmente en 1959 y hoy sigue siendo una valioso manantial para la comprensión de los fenómenos políticos. La paradoja (pág. 30) de que no siempre un nivel muy alto de participación es bueno para la democracia, la noción de que el extremismo solo adquiere importancia en los países pobres (pág. 54) y especialmente donde la industrialización se produce rápidamente (pág. 60) son ejemplos de hallazgos firmemente establecidos. Pero además el libro está repleto de observaciones, citas y comentarios, adecuados para desencadenar discusiones y reflexiones sobre temas fundamentales. Y esa acción catalítica en el pensamiento del lector es, a mi juicio, lo más valioso de a obra.

Izquierda/Derecha

Como muchos siguen considerando que estos rótulos son fundamentales en política, conviene echar un vistazo panorámico a lo que dice Lipset a ese respecto: «{En las democracias estables del siglo XX} existe relativamente poca diferencia entre la izquierda y la derecha democráticas; los socialistas son moderados, y los conservadores aceptan el Estado de prosperidad» (pág. 80). «Una vez que existe una clase media políticamente activa, la distinción fundamental entre las tendencias políticas de «izquierda» y de «derecha» ya no alcanza como medio de diferenciación entre los que apoyan y los que se oponen a las democracia» (pág. 83). «(...) se puede clasificar y analizar a las ideologías y grupos extremistas en los mismos términos que a los grupos democráticos, es decir, izquierda, derecha y centro. Las tres posiciones se asemejan a sus paralelos democráticos, tanto en la composición de sus bases sociales como en los contenidos de sus proclamas» (pág. 114).

Es curioso el reconocer derecha e izquierda en los extremismos y al mismo tiempo, como veremos, reconocer que prácticamente no hay diferencias entre ambas (y un paso más nos llevaría a afirmar que no son conceptos políticos).. Quisiera destacar el concepto de «bases sociales» (de las ideologías, grupos y partidos) porque luego muestra lo dudoso del mismo: «Si se considera el peronismo como una variante del fascismo, es, en ese caso, un fascismo de izquierda, porque se apoya en los estratos sociales que de otra manera se volcarían al socialismo o al comunismo, como válvula de escape de sus frustraciones.» «(...) Los políticos, del mismo modo que los eruditos, han considerado estos movimientos como representación de los extremos del espectro político, y califican, por lo tanto, al comunismo como la extrema izquierda, y al fascismo como la extrema derecha» (pág. 149.)

«Fascismo de izquierda» sería una aplicación de lo dicho en pág. 114. Pero es curioso apoyarlo en lo que algunos estratos harían «de otra manera». No define fascismo, ni izquierda ni derecha; probablemente en 1959 se consideraba obvio, pero hoy esa indefinición es fuente de confusión. De paso, e independientemente de la forma en que se defina, suele aceptarse que es de «izquierda» el partido o la persona que diga serlo. No importa que las propuestas de quien se dice «de izquierda» sean realizables o no, o de que esa persona una vez en el gobierno sea capaz de realizarlas (en el caso de que eso sea posible).

«Incluso después de que el New Deal replanteara tales problemas, más de la mitad de los votantes manifestaba que «no existen diferencias entre ambos partidos» o era incapaz de expresar en qué consistían las diferencias» (pág. 164).

No las percibían, y cuando las hay, son circunstanciales, acerca de temas concretos, y a menudo relacionados con la personalidad y capacidad de los dirigentes. Roosevelt comenzó siendo aislacionista y luego viró 180º. Cosas similares suceden en España entre el PSOE y el PP. Son partidos similares, cuyos discursos exageran o incluso inventan «diferencias» para competir en el mercado político.

«En toda democracia moderna el conflicto entre diferentes grupos se expresa por medio de los partidos políticos, que representan básicamente la «manifestación democrática de la lucha de clases»(...) ...los partidos se apoyan principalmente ya sea en las clases bajas, las medias o las altas (...). Los demócratas, desde el comienzo de su historia, han obtenido mayor apoyo por parte de los estratos inferiores de la sociedad, mientras que los partidos Federalista, Liberal y Republicano han conservado la lealtad de los grupos mas privilegiados» (pág. 191).

La «lucha de clases» que menciona Lipset, nada tiene que ver con el concepto marxista. Para Marx, clase social es el conjunto de los individuos que tienen el mismo rol en la producción (v. gr.: «burgueses» y «proletarios»), no similar riqueza. En la época de Marx había, en general, coincidencia, al menos en que los trabajadores solían ser pobres. Hoy día ya no es así. El mayor valor es el conocimiento y los trabajadores que lo han adquirido tienen niveles de vida iguales o superiores a los de muchos patronos.

«En algunos países y períodos históricos es probable que los jóvenes votantes (o los mayores de edad) se inclinen hacia la izquierda, mientras que en otros son más conservadores» (pág. 192).

Aquí parecería que la dicotomía no se relaciona con la función productiva ni con la riqueza. E introduce una supuesta oposición entre «izquierda» y «conservadores» (por lo que habría que suponer que estos son «de derecha»).

«Los partidos y los grupos sociales que fueron «izquierdistas» en alguno de estos planteamientos, de ninguna manera lo fueron siempre con respecto a otro, y el «centro» surgió como reacción tanto contra los partidos de izquierda como contra los de derecha. Sin embargo en cualquier período y lugar dados es, por lo general, posible localizar partidos en un continuum de izquierda a derecha» (pág. 193).

Que no se puede ser «izquierdista» en todo, que cada persona es izquierdista en algunas cosas y derechista en otras, es una verdad que se ha redescubierto recientemente. Pero para 1959 me parece un hallazgo comparable al de Isaiah Berlin, de que no se puede sostener todos los valores simultáneamente, porque algunos son incompatibles entre si.

En este párrafo Lipset introduce la idea de que hay un continuum de izquierda a derecha. Para saber si esto es así, sería imprescindible definir primero «derecha», «izquierda», «burgués», «proletario», «progresista», «reaccionario», «conservador», &c. (Y recordemos que todavía nadie ha logrado una definición satisfactoria de «terrorismo», lo cual dificulta combatirlo adecuadamente). Naturalmente, cuando se habla o se escribe, no es posible definir todas las palabras, porque, como a su vez se definen con otras palabras, caeríamos en una regresión infinita. Habitualmente hay un (relativo) consenso acerca del significado de las palabras, y el contexto lo precisa aún más y elimina casi todas las posibles dudas. Pero eso no sucede con las palabras mencionadas, porque la experiencia histórica puso en evidencia que el Rey –su relación referencial– estaba desnudo. Y como muchos todavía imaginan que viste sus nuevas ropas, viven en una ampolla que los aísla de la experiencia y retienen los significados perimidos.

Unos pocos ejemplos: En 1940 Stalin era considerado «de extrema izquierda». ¿Lo sigue siendo (a pesar de haber construido un gigantesco estado policial y asesinado a no menos de diez millones de personas)? ¿Por qué Hitler era «de derecha» (a pesar de su socialismo y del fanatismo socialista de Goebbels)? (Claro que hizo matar a seis millones de judíos, sólo porque para su ideología eran nocivos parásitos. Por similares razones, Stalin aniquiló a los kulaks, los únicos campesinos productivos de Rusia!)

En Alemania, los dos grandes partidos «enemigos» formaron coalición, en beneficio de los ciudadanos. En España, PSOE y PP son obviamente parte de un continuum: son partidos muy similares (que, como competidores por el poder, exageran sus pequeñas diferencias). En cambio PSOE, IU y ETA (o sus representantes «políticos») son absolutamente discontinuos. El PSOE, al igual que el PP, cumple las leyes y compite dentro del Estado... IU también, por el momento, aunque aspira a destruir el sistema. Y ETA es una banda terrorista. ¿Qué tienen los tres en común (fuera de la palabra «izquierda»). (Para algunos, las palabras importan más que las realidades que supuestamente designan). ¿Qué quiere decir izquierda abertzale?

Como dice Lipset al final del párrafo recién citado, los verdaderos opuestos son la democracia política contra el totalitarismo. «Más que cualquier otra cosa, la lucha de partidos constituye un conflicto entre clases, y el fenómeno más notable del apoyo a un partido político consiste en que virtualmente en todo país económicamente desarrollado los grupos de menores ingresos votan principalmente por partidos de izquierda, mientras que los grupos de mayores ingresos lo hacen por los de derecha» (pág. 197). (A falta de la definición podríamos caer en tautología: «partido de izquierda es aquél que es votado por los grupos de menores ingresos».)

Confirma que llama «clases» a los grupos de ingresos similares. Pero ¿es cierto que los de menores ingresos votan a partidos «de izquierda» y los de mayores ingresos a los «de derecha». Veremos luego que no necesariamente.

«Los partidos izquierdistas quieren aparecer como los instrumentos del cambio social que promueven la igualdad; los grupos de menores ingresos los apoyan a fin de progresar económicamente, mientras que los de mayores ingresos se les oponen para mantener sus prerrogativas económicas. Por lo tanto, los datos estadísticos pueden tomarse como evidencia de la importancia de los factores de clase en el comportamiento político» «(...)Algunas de sus posiciones sociales {de quienes tienen status bajo pero detentan poder} pueden predisponerlos a ser conservadores, mientras que otras favorecen una opinión política más izquierdista» (pág. 199).

Además de repetir lo dicho acerca de las «clases», señala que el votante busca su interés inmediato. Pero el segundo párrafo muestra que el status puede ser aún más importante que el interés monetario, lo cual no apoya la creencia en la «lucha de clases».

Los partidos izquierdistas «quieren aparecer», porque eso les suministra votos. Y como habla de ingresos, hay que suponer que la «igualdad» a la que se refiere es la económica. La igualdad política se ha logrado en muchos países. Donde no, es un objetivo legítimo. No sucede lo mismo con la «igualdad económica». Es un objetivo razonable el que todos logren trabajo, vivienda, alimentación, sanidad y educación. Pero más allá de este mínimo, no tiene sentido que yo pretenda ser tan rico como Bill Gates. No es posible ni yo tengo la milésima parte de su talento y laboriosidad, ni he hecho nada para merecerlo. (Ref. 2)

«En general, los obreros más cualificados son, casi en todas partes, los mas conservadores entre los trabajadores manuales» (pág. 206).

Así es. El trabajador que tiene conocimientos (los que el mercado requiere) vive bien y no necesita utopías. Por esa razón Lenín, cuyo objetivo era la revolución, los llamó «aristocracia obrera», a la que el imperialismo «sobornaba». (Ref. 3.)

«En todos los países mencionados {Gran Bretaña, Australia, Canadá y EE.UU.}, los judíos, aunque relativamente acomodados, constituyen el grupo menos conservador, políticamente, norma que se mantiene, asimismo, en muchas naciones occidentales de habla no inglesa. Los datos electorales de Austria demuestran que los distritos judíos de Viena, aún cuando pertenecieran a la clase media, se manifiestan abrumadoramente socialistas en gran número de elecciones anteriores a 1933» (pág. 211).

Un ejemplo más de motivación extraeconómica.

«De este modo, en la Europa católica, la clase trabajadora católica votó en proporción abrumadora a favor de partidos más conservadores, mientras que los protestantes, los judíos y los librepensadores de la clase media fueron más izquierdistas y apoyaron a los marxistas» (pág. 213).

O sea, que la influencia de la religión (o de otras ideologías) puede ser mayor que la de la «clase». «En lugar de emprender una acción política, algunos individuos descontentos intentan mejorar su suerte dentro del sistema económico existente abriéndose paso hacia lo alto de la escalera del éxito. Si tal posibilidad parece existir, habrá una correspondiente reducción de los esfuerzos colectivos tendentes al cambio social, tales como el apoyo a los sindicatos y a los partidos izquierdistas» (pág. 220). ¿No es eso lo normal? En los países democráticos casi siempre hay posibilidades de progreso individual, cosa que no sucedió en los que cambiaron de «sistema económico» y fracasaron.

«Las posiciones respectivas de ricos y pobres se definen {en las regiones atrasadas} como el estado natural de cosas, y se hallan reforzadas por las lealtades personales, familiares y locales, más bien que consideradas como un producto de fuerzas económicas y sociales impersonales, sujetas al cambio mediante la acción política» (pág. 226).

Las fuerzas económicas y sociales son «impersonales» porque resultan de la interacción compleja de muchísimos individuos. La «acción política» puede trabar la economía. Las políticas adecuadas son el requisito para su crecimiento, que es gradual, no inmediato; la economía no crece «por decreto»: «Actualmente {en Inglaterra} una de cada dos de las personas que votan por los conservadores es un trabajador manual» «(...) Las medidas que en el siglo XIX eran denunciadas como de socialismo extremista son hoy señaladas con orgullo por los oradores conservadores» (pág. 245).

La idea de «partido de clase» queda casi completamente desacreditada. Y lo que antes fue extremista puede ser hoy conservador. «El hecho de que los judíos, que forman uno de los grupos religiosos más ricos de los Estados Unidos, son más demócratas, según lo demuestran los datos estadísticos, se debe probablemente (...) a su sensibilidad a la discriminación étnica y a su carencia de un intercambio social efectivo con los grupos de status superior de este país» (pág. 253).

Confirma lo dicho en pág. 211, destacando, además del factor político, la importancia del status. Podemos admitir que los judíos constituyan una «etnia», a pesar de la imprecisión de este concepto. Pero ¿grupo religioso? Hay judíos religiosos y judíos ateos, y es probable que los segundos sean mayoría. «De este modo, cuando son los republicanos los que ejercen la presidencia, se inclinan hacia la izquierda, en comparación con su postura cuando se hallan en la oposición; mientras que los demócratas, al pasar de las tareas presidenciales a la oposición parlamentaria, van hacia la derecha. Este movimiento produce una situación tal que las políticas de ambos partidos parecen con frecuencia casi indiferenciables» (pág. 268).

Los partidos no se mueven por ideas; estas forman parte del marketing político para captar votos; en el fondo ambos partidos son casi idénticos, y las circunstancias pueden obligarlos, una vez en el poder, a modificar las propuestas con las que atrajeron al electorado. Eso sucedió en Brasil con Lula, en España con Zapatero y sucederá en Bolivia con Evo Morales, ya que no disponen como Chávez, de la varita mágica del petróleo fluyendo a raudales y a alto precio ante un mercado ávido.* «(...) los problemas tradicionales que separan a la izquierda de la derecha han disminuido hasta adquirir una relativa insignificancia» (pág. 358).

Faltaría agregar que «izquierda» y «derecha» no son categorías políticas; a lo sumo metapolíticas, como parte del marketing electoral. (ref. 3, 4 y 5).

«La tesis de que el conflicto partidario basado en la diferencia de clases y la cuestión izquierda-derecha toca a su fin se basa en el supuesto de que «el sistema económico de clases está desapareciendo (...) que la redistribución de la riqueza y los ingresos (...) ha terminado con la significación política de la desigualdad económica»: {Stimson Bullet. To be a politician. N.Y., 1959, pág. 20)} (pág. 360).

Lipset cita a Bullet pero no aclara que este usa «clases» con un sentido diferente, el marxista. El sistema económico de clases está desapareciendo porque en el primer mundo están desapareciendo las clases. Los campesinos ya son menos del 3% de la población. Los trabajadores disminuyen en proporción al aumentar la productividad, y también en su naturaleza: difícilmente puede considerarse «proletario» a un informático. Y el antiguo patrono (que reunía las funciones de empresario y de capitalista) está cediendo el puesto al gerente (empleado que se caracteriza por su «empresarialidad») y el «capitalista» ya no es individual, sino una multitud de ahorristas (a menudo jubilados y sindicatos) que deciden cada vez menos en la empresa. (Ref. 6.)

Tendencias retrógradas de la «clase obrera»

«Tales demostraciones, asombrosamente manifiestas del prejuicio étnico de la clase obrera y de su apoyo a los movimientos políticos totalitarios, fueron parangonadas en estudios realizados sobre la opinión pública, la religión, las normas familiares y la estructura de la personalidad. Muchos de estos estudios sugieren que la manera de vivir de la clase baja produce individuos con enfoques rígidos e intolerantes en lo que respecta a la política.» «(...) En algunas naciones los grupos trabajadores se han señalado como el sector más nacionalista de a población. En algunas se colocaron en primera línea en la lucha contra la consecución de derechos iguales para los grupos minoritarios, y trataron de limitar la inmigración o de imponer normas raciales en países de inmigración abierta» (pág. 85).

Esta descripción se opone a la creencia marxista acerca de que la «clase obrera» tenga alguna misión o destino especial, que beneficiaría a toda la Humanidad. «Los estratos más pobres son en todas partes más liberales o izquierdistas en cuestiones económicas; favorecen medidas estatales por un mayor bienestar, por mayores salarios, impuestos proporcionales a los ingresos, apoyo a los sindicatos, etc. Pero cuando el liberalismo es definido en términos no económicos, como apoyo a las libertades, internacionalismo, &c., la correlación se invierte. Los más acomodados son más liberales, los más pobres son los más intolerantes» (pág. 88).

Favorecen las medidas económicas que les beneficiarían, pero no las políticas, que beneficiarían a todos. «La división de los norteamericanos en simpatizantes de uno u otro partido, uno tradicionalmente apoyado en los más pobres y el otro en los más acomodados, no significa que los partidos se hayan estructurado siempre ideológicamente de acuerdo con la división tradicional «izquierda-derecha» (...)» «(...) Los grupos urbanos norteños pertenecientes a la clase inferior tendrían, antes de la guerra civil, a mostrarse antinegros, y no se interesaban por la lucha en pro de la abolición de la esclavitud» (pág. 257).

Al parecer, las características de la «clase inferior» vienen de lejos y son similares en diferentes lugares. «(...) las clases más ricas y sus partidos, el Liberal y el Republicano, eran más antiesclavistas que los demócratas, que eran apoyados por las clases bajas (...)» «(...) Verdaderamente los abolicionistas y los progresistas eran los conservadores extremistas norteamericanos (...)» (pág. 260).

Decir que la clase obrera es «progresista» es simplemente un prejuicio ideológico basado en la aceptación de un supuesto destino especial predeterminado. Si en cambio, comprobamos que, como clase está desapareciendo, no puede extrañarnos que muchos de sus integrantes sean reaccionarios (porque quieren mantener las cosas como están, o estaban). Los franceses que votaron contra la Constitución Europea, lo hicieron como conservadores: querían conservar privilegios (como el Estado de Bienestar) sin importarles si es o no posible financiarlo, o, mejor dicho, qué medidas económicas son necesarias para poder hacerlo (como mantener el equilibrio presupuestario e invertir en formación e investigación y acceder al mercado europeo). La «izquierda» es hoy el sector más conservador (ref. 7).

«Las masas en ningún país del mundo manifiestan comprensión ni simpatía por los problemas de la vida intelectual, y puede impulsárselas a levantarse contra los intelectuales, como parte de su general resentimiento contra las ventajas de los más privilegiados y poderosos» (pág. 298).

Eso se vio claramente en el desarrollo del nazismo. Y aquí introduce el resentimiento como motor del extremismo político. «H. J. Eysenck (1971), en su análisis sobre los datos obtenidos en un estudio efectuado a escala nacional en Gran Bretaña por la BBC, observó que la gente perteneciente a la clase trabajadora era mas «nacionalista (...) incluso más xenófoba, antisemita, racial (...) estrechamente moralista en asuntos sexuales, que las personas de clase media» (pág. 386).

El testimonio de Eysenck confirma el carácter reaccionario de la «clase trabajadora». «{Karl Manheim, 1950}: «Se considera como la más elevada clase de sabiduría no decir nada específico, despreciar el uso de la razón al tratar de moldear el futuro, y no exigir más que fe ciega. Entonces se goza de la doble ventaja de tener solamente críticas para los oponentes y, al mismo tiempo, poder movilizar sin restricciones y en provecho propio todas las emociones negativas de odio y de resentimiento que –según el principio de Simmel del 'carácter negativo del comportamiento colectivo'– puede unificar a un gran número de personas más fácilmente que cualquier programa positivo» (pág. 440).

Ciertamente, los partidos que ofrecen un futuro maravilloso, solo requieren fe, ya que sus utopías son religiones. En cuanto al odio, recuerda palabras de Hitler (ref. 8, pág. 70): «Sobre todo», manifestó {en 1926 ante el Hamburger Nationalklub} «uno tiene que desechar la idea de que se puede satisfacer a las masas con conceptos ideológicos. La comprensión constituye una plataforma poco firme para las masas. La única emoción estable es el odio».

Política y religión

«Y tal como la de los comunistas, su organización {Testigos de Jehová} es jerárquica y altamente autoritaria (...)» «En un cierto número de países se han observado conexiones directas entre las raíces sociales del extremismo político y religioso. En la Rusia zarista, el joven Trotsky reconoció la relación y reclutó con éxito a los primeros miembros de la clase trabajadora del Sindicato de los Trabajadores del Sur de Rusia (organización marxista revolucionaria algo anterior a 1900) entre los miembros de sectas religiosas» (pág. 93).

Los partidos extremistas pretenden cambiar radicalmente a la sociedad y al hombre (crear un «Hombre Nuevo», objetivo tanto de comunistas como de nazis). Son partículas componentes de la antigua corriente milenarista. El milenarismo (ref. 9) arranca desde los Apocalipsis, las fantasías de Lactancio (s. IV), emergiendo luego con Tanchelmo (1112) y muy especialmente Joaquín de Fiore (1145-1202): «el inventor del nuevo sistema profético, el cual iba a ser el que mayor influencia ejercería en Europa hasta la aparición del marxismo» (pág. 97). Y en pág. 108: «En su exégesis de las Escrituras, Joaquín de Fiore elaboró una interpretación de la historia como un ascenso en tres edades sucesivas (...).» «A largo plazo, la influencia indirecta de las especulaciones de Joaquín de Fiore pueden detectarse hasta el presente (...) por ejemplo, en las teorías de la evolución histórica expuesta por los filósofos idealistas alemanes –Lessing, Schelling, Fichte y en cierta medida Hegel–; en la idea de Augusto Comte sobre la historia como un ascenso de la fase teológica, a través de la metafísica, hasta la fase científica; y también a dialéctica marxista de las tres etapas del comunismo primitivo , la sociedad de clases y el comunismo final que ha de ser el reino de la libertad y en el que desaparecerá el Estado. Y no es menos cierto –aunque sí paradójico– que la frase «El Tercer Reich», acuñada por primera vez en 1923 por el publicista Moeller van den Bruck y después adoptada como el nombre de aquel «nuevo orden» que se suponía iba a durar mil años, hubiera tenido poca importancia emocional si la fantasía de una tercera y más gloriosa dispensación no hubiera, durante siglos, penetrado en el bagaje común de la mitología europea».

«La doctrina de Calvino de la predeterminación, como lo señala Tawney, representó la misma función para la burguesía del siglo XVIII que la teoría de Marx de la inevitabilidad del socialismo para el proletariado del siglo XIX. Ambos «asentaron su virtud, lo mejor posible, en aguda antítesis con los vicios del orden establecido, lo peor posible, enseñaron a sus adeptos a sentir que constituían un pueblo elegido, los hicieron conscientes de su gran destino en lo providencial y resueltos a realizarlo» (pág. 109, nota 72).

La necesidad de cohesión interna ante el temor y la desconfianza paranoica en «los de fuera», es la base del nacionalismo y de la creencia en ser «el pueblo elegido». «El ejemplo clásico de un partido fascista revolucionario, lo constituye, por supuesto, el partido nacionalsocialista de los trabajadores, dirigido por Adolf Hitler. Para los estudiosos marxistas, ese partido representaba la última etapa del capitalismo, que ganó el poder con el objeto de mantener las instituciones tambaleantes del capitalismo» (pág. 120).

Parece dar por sentado que «fascista» y «nazi» son lo mismo. Ambos tenían un führer, eran nacionalistas y empleaban la violencia. Pero la violencia nazi era enormemente mayor que la fascista. Y el nazismo era racista, a diferencia del fascismo. Mucho más similar al nazismo era el comunismo, que utilizaba aún mayor nivel de violencia y exterminó a millones de personas, entre ellos los kulaks. Los marxistas, con su obsesión por la visión clasista, no pudieron encontrar una explicación teórica del nazismo y en la práctica ayudaron a su crecimiento. «(...) varios marxistas han intentado demostrar que el movimiento {nazi}fue desde el comienzo «alentado, nutrido, mantenido y subvencionado por la gran burguesía, por los grandes hacendados financieros e industriales {Palme Dutt}. Los estudios más recientes sugieren que la verdad es lo contrario» (pág. 128).

Los marxistas tratan e meter la realidad en el lecho de Procusto de sus creencias, lo cual es también una actitud religiosa. Por eso Lipset dice en pág. 75: «Naturalmente, las iglesias católica y calvinista holandesa no son «democráticas» en la esfera de la religión. Insisten en que solo existe una verdad, del mismo modo que los comunistas y fascistas lo hacen en política».

Ideología

«En el debate sobre la validez de los procesos de Moscú, que tuvieron lugar entre los intelectuales norteamericanos comunistas y anticomunistas a fines de la década de 1930, los comunistas pudieron asegurarse un grupo más numeroso y eminente de signatarios de sus declaraciones públicas en defensa de esos procesos que los que pudieron conseguir los anticomunistas en respaldo de declaraciones que los atacaban» (pág. 278).

La ideología, como la religión, no busca la verdad. Interpreta la realidad a través de un paradigma estructurado rígidamente. Por eso, tener ideología es no tener ideas.

«Al enfrentarse con una sociedad muchísimo peor que la que existe actualmente en Occidente {la comunista} pero que proclama estar llevando a la práctica los valores de las revoluciones norteamericana y francesa, tales intelectuales, incluso muchos de los socialistas, poseen ahora, por primera vez en la historia, una ideología conservadora que les permite defender a una sociedad existente o pasada contra quienes argumentan a favor de una utopía futura. Al igual que Burke, han comenzado a buscar fuentes de estabilidad más bien que de cambio. Las propias clases sociales que el reformista intelectual consideraba como las portadoras de la sociedad justa –las clases bajas, especialmente los trabajadores– respaldan el nuevo despotismo, y no solo el de la izquierda, sino que, como lo demuestran el maccarthysmo y el peronismo, apoyaron a menudo el «extremismo derechista» (pág. 299).

Hay que ser conservador con los bienes que la humanidad adquirió con esfuerzo durante milenios (riqueza, cultura, &c.) y radical con lo que dificulta la adquisición de más y mejores bienes. Si, lamentablemente, los trabajadores apoyan el despotismo ¿qué más da el rótulo pintoresco («derecha», «izquierda») que se le atribuya? «{El jefe del Partido Laborista del Estado australiano de Queensland, 1950} no deseamos la socialización de la industria. Constituye un objetivo a largo término del movimiento laborista, exactamente del mismo modo en que existe un objetivo a largo plazo en el movimiento cristiano. Quienes abrazaron la cristiandad han continuado luchando durante más de 2.000 años y no han conseguido alcanzarla» «(...) {y dijo Richard Crossman}: »Un partido democrático no puede, sino muy raramente, convencerse de que debe abandonar uno de sus principios fundamentales, y nunca puede permitirse la eliminación de su mito principal» (pág. 359).

Algunos considerarán cínica la renuncia a la socialización de la industria. Pero tal vez ese político haya comprendido que funciona mejor en manos privadas. Lo compara con los objetivos del movimiento cristiano, lo que, además de señalar la naturaleza religiosa de la ideología, muestra que toda ideología necesita mitos. Estas ideas provienen de Sorel (1907) le influyeron profundamente en el fascismo y en el comunismo. (ref. 10)(pág. 89): «Sorel es consciente de la analogía entre «el socialismo revolucionario así concebido y la religión»; y en pág. 93: «Sorel aprendió de Le Bon que la «muchedumbre» es fundamentalmente conservadora...» «Motor intelectual, emocional y psicológico de un marxismo reformado y heroico, la teoría de los mitos encuentra su expresión concreta en la violencia proletaria». «El dirigente izquierdista democrático debe hallar una víctima propiciatoria a quien echar la culpa de estos males: a los capitalistas locales, los inversores extranjeros o las maquinaciones de los imperialistas desplazados. Si no lo hace, perdería su dominio sobre las masas, que necesitan de la esperanza implícita en la doctrina revolucionaria que promete el paraíso terrenal, esperanza que los comunistas se hallan prestos a proporcionar» (pág. 368).

Un importante objeto de las ideologías es culpar a «los otros» y exculparnos a «nosotros». «Las revoluciones comunistas han triunfado, invariablemente, en las sociedades preindustriales agrarias: en la Rusia zarista, en China, en Vietnam (...)» «(...) La suposición más fundamental de Marx ha sido totalmente refutada por la historia» (pág. 379). A pesar de los hechos, los marxistas mantienen la fe en la teoría. «(...) la democracia política fue un aspecto integral del socialismo, defendido por todos los marxistas, hasta que Lenin revisó y cambió drásticamente el significado del marxismo y del socialismo» (pág. 418). La gente sabe poco de teorías y generalmente sigue a un líder. «{Battmore, 1971} Veía pocas esperanzas de radicalización en la clase trabajadora «en condiciones de creciente prosperidad y disminución del sindicalismo» (pág. 432). Coincide con la posición de Lenin (ref. 2). Al parecer, lo deseable es la radicalización y no la creciente prosperidad de la clase trabajadora. Menciona en pág. 436 el ensayo The industrial society en el libro de Raymond Aron (1965) «El fin de las ideologías y el renacimiento de las ideas: (...) un declive en el atractivo de las ideas totales integradas en Occidente».

{*} A raíz del alto precio del petróleo, su inminente desaparición y la contaminación ambiental, es seguro que el mundo verá la frenética construcción de muchísimas centrales nucleares (y esperemos que se solucione el problema de los residuos radioactivos). Esto implicaría la caída de los precios del petróleo (no hasta los legendarios 16$ el barril, pero podría ser a 30$) lo cual podrá producir convulsiones políticas en los países árabes y en Venezuela.

Referencias:

  1. Seymour Martín Lipset, El Hombre político (1959), Editorial Tecnos, 1987.
  2. Sigfrido Samet, «Ideología y cambio real», El Catoblepas, nº 13, marzo 2003.
  3. Sigfrido Samet, «Política vs. ideología», El Catoblepas, nº 46, diciembre 2005.
  4. Sigfrido Samet, «Unicornios», El Catoblepas, nº 9, noviembre 2002.
  5. Sigfrido Samet, «La izquierda reaccionaria», El Catoblepas, nº 26, abril 2004.
  6. Sigfrido Samet, «Intelectuales...», El Catoblepas, nº 39, mayo 2005.
  7. Sigfrido Samet, «Izquierda/derecha no son categorías políticas», El Catoblepas, nº 24, febrero 2004.
  8. Jan Kershaw, «Adolph Hitler» (1991), ABC S.L., 2003.
  9. Norman Cohn, «En pos del milenio» (1957), Alianza Universidad (1981/1993).
  10. Zeev Sternhell y otros, «El nacimiento de la ideología fascista» (1989), Siglo XXI de España Editores, 1994.

 

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