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El Catoblepas, número 54, agosto 2006
  El Catoblepasnúmero 54 • agosto 2006 • página 12
Artículos

Jacobo Samet, librero y editor,
idealista y precursor

Víctor O. García Costa

Semblanza del editor judío Jacobo Samet (1898-1981), de quien decimos idealista por su actitud moral, no por concepción filosófica alguna

Jacobo Samet (1898-1981) con Manuela Letichevsky, su esposa

Vamos a hablar de uno de los tres editores judíos, precursores de la aventura de la edición argentina y de la difusión de los escritores argentinos, muchos de ellos cuando eran aún desconocidos.

Esos tres editores judíos que merecen el recuerdo de las mujeres y hombres de la cultura argentina son Samuel Glusberg (1898-1987), Manuel Gleizer (1889-1966) y Jacobo Samet (1898-1981). De Manuel Gleizer hemos hablado en la Peña María de los Angeles Marechal y yo. No se han editado aún esas exposiciones, pero se las publicará. Hoy vamos a recordar a Jacobo Samet. De Samuel Glusberg esperamos ocuparnos pronto.

Permítanme que diga que, por una circunstancia fortuita, conocí personalmente a Jacobo Samet en su casa de la calle Venezuela 1312, cuando yo tenía 9 años, aunque sin tener mucha idea entonces de lo que había significado como librero y como editor.

Su hijo Sigfrido, unos pocos años mayor que yo, sin duda con la misma pasión editora que su padre, había dado a luz y dirigía una revista para niños hecha totalmente por niños, llamada inicialmente Pulgarcito y luego Fulanito. En esta última publiqué mi primer trabajo periodístico: «Un pobre pajarito» con el que inicié una labor en la que llevo ya 64 años.

Escribían allí, entre otros, además de Sigfrido Samet que relataba «Dos alegres discípulos de Satanás», su hermana Sara Samet, Sergio de Cecco (1930-1989), el recordado autor de «El reñidero», su hermana Alma de Cecco (1928-1999), más conocida como Alma Bressan, autora de recordados radioteatros. Todos vivíamos en el viejo barrio de Montserrat, un barrio más recordado por haber sido habitado por diversas naciones africanas y por las casas non sanctas de la ya desaparecida calle del Pecado que por sus importantes presencias culturales, entre ellas, además de los citados, la de varios españoles: el ministro de la República Augusto Barcia Trelles, el periodista Manuel García Pulgar (1894-1943), el escritor Alejandro Rodríguez (1903-1965) –más conocido como Alejandro Casona–, Francisco «Paco» Meana, Director del Teatro Colón que se suicidó en ese Barrio, el actor Ignacio Ramírez (1931-1999), que era gallego y más conocido como Ignacio Quirós, el poeta Gustavo T. Soler, el tenor Antonio Vela que descolló en el Teatro Colón, el pintor Manuel Colmeiro (1901-1999) y, entre los argentinos, el poeta y diplomático Rubén Vela, y el director de televisión Francisco «Pancho» Guerrero, entre muchos otros.

Finalizada la publicación de Fulanito cada uno siguió su camino. Con Sergio de Cecco, continuamos en el Teatro Independiente «El Candil», bajo la dirección de Angela Ferrer Jaimes, con Manuela Suárez (1929-2004), más conocida como Lita Soriano, José Ramón Fernández (1932-1984), conocido como Osvaldo Pacheco, María Julia Bloise, conocida como Diana Martí y Juan Ignacio Colmeiro, que están en mi recuerdo. Ensayábamos en un salón de la Academia Argos, en Venezuela 1311, justamente enfrente de la casa de Samet. Mi primera actuación fue hacer uno de los dos papeles en una obra de Sergio de Cecco, un diálogo llamado «Somos el Teatro» en la que el otro papel lo hacía Sergio.

A Sigfrido Samet, aunque lo busqué incesantemente, le perdí el rastro hasta el año 2004 en que, a raíz de la frustrada donación de mi Biblioteca y Archivo a la Secretaría de Cultura de la Nación, desde España, donde vive, se puso en contacto conmigo y nos reencontramos aquí en Buenos Aires. A él debo buena parte de la información que he usado para este trabajo y a él se lo dedico con todo afecto.

Jacobo Samet nació en Kishinev, Besarabia, antes rumana y luego rusa, el 15 de Agosto de 1898, y murió en Buenos Aires el 13 de Agosto de 1981, dos días antes de cumplir 83 años.

Jacobo Samet, era hijo de Samuel Samet y de Clara Relder. Samuel Samet había nacido en Rusia en 1871 y murió en Buenos Aires en junio de 1924 a los 44 años de edad, ciudad a la que había llegado como simple inmigrante en 1908.

De él heredó Jacobo el negocio de cigarrería, venta de revistas y libretos de zarzuelas y operetas de Avenida de Mayo 1242, abierto por su padre en 1920 junto a la puerta de entrada al Paraíso del Teatro Avenida, inaugurado en 1908, y al que Jacobo transformaría en Editorial hasta convertir el lugar en la célebre «Sagrada Cripta de Samet». Por ese tiempo actuaba en el Avenida la compañía de Inés Berutti que, tres años antes, en 1917, había participado junto a Angelina Pagano (1888-1962) en la película muda «El Conde Orsini» (1917), de Belisario Roldán (1873-1922), primer film policial argentino.

El local era angostísimo, al punto de que sólo podían pasar dos personas juntas. Ello no fue obstáculo para que Henri Barbusse (1873- 1935) le dedicara su libro Faits divers «al grande editor argentino» y que fuera conocido como «el benjamín de los editores argentinos». Fue un lugar de convergencia literaria en el que se mezclaban sus inquietudes de editor y los ensueños de los jóvenes escritores y poetas argentinos, metidos en el ámbito misterioso de ese zaguán en el que funcionaban la librería y la editorial.

Jacobo Samet tenía cinco hermanos, todos menores: Guillermo, Rosa, Catalina, Amalia y Cecilia.

De chico, había asistido a las escuelas William Morris (1864-1932), por lo que, como dice su hijo Sigfrido, pudo apreciar el trabajo de Narciso Ibáñez Menta (1912-2004) en Cuando en el cielo pasen lista (1945).

Autodidacta, aprendió francés por sí mismo y tradujo varios volúmenes de El año médico.

Jacobo Samet se casó con Miña Letichevsky, joven rusa llegada a la Argentina siendo muy chica. Recuerda su hijo Sigfrido:

«Hace muchos años, un amigo me contó que tenía una vecina rusa. Llegó al país de adulta y no hablaba castellano. Se llamaba Celia, así que las vecinas la llamaban 'Doña Celia'. Fue a la Policía a sacar su cédula de identidad, y cuando le preguntaron el nombre, contestó 'Celie', e inmediatamente agregó 'doña'. Entonces, en la cédula le pusieron 'Celedonia'.
Con mi madre pasó algo parecido. Llegó de muy chica. En Rusia se llamaba 'Miña'; pero como eso no es un nombre, la empleada de la Policía decidió que se llamara Manuela. O sea que su nombre oficial era Manuela Letichevsky. Las amigas la llamaban 'Mina', supongo que con alguna reminiscencia lunfarda. En el Liceo fue compañera de Marina Esther Traverso (1903-1996) –la futura 'Niní Marshall'–, que la llamaba por su apellido Letichevsky transformado en 'Lechefresca'.»

Después de dejar la librería y editorial, Jacobo Samet trabajó algún tiempo como corrector de pruebas en la Imprenta López, en la calle Perú, ya desaparecida. Luego, su amigo Federico Boxaca lo hizo entrar en la Compañía Argentina de Electricidad CADE, en la fue Jefe de Propaganda y donde se jubiló. Una vez jubilado, se hizo vendedor de joyas, pero el intento fracasó.

Memora su hijo Sigfrido: «Recuerdo una charla que dio en el Salón de Actos del Edificio Volta, de la CADE. El tema era 'El mágico poder de la palabra'. Yo creo que hay temas que 'flotan en el aire', saturan el ambiente y cristalizan en diferentes lugares. A comienzos del siglo XX, Ferdinand de Saussure (1857-1913) dio un gran impulso a la lingüística y Sigmund Freud (1856-1939) creó el psicoanálisis, que se basa en el lenguaje. Al mismo tiempo, Federico Nietzsche (1844-1900) criticó el racionalismo y su influencia motivó la búsqueda de religiones y magias diversas. Mi padre percibió esas vibraciones, que necesitaban mucha profundización.»

Inquieto, Jacobo Samet fue socio del Fotoclub Argentino, donde obtuvo premios y dictó clases de fotografía a la que fue muy aficionado. El mismo revelaba los rollos y hacía sus copias y ampliaciones. En Argentina no se fabricaban elementos para hacer estas cosas, pero un día vio en una revista un anuncio de la ampliadora «Federal». La pidió a EE.UU. y –¡Oh! otros tiempos–, le llegó por correo.

También dio clases de propaganda en la Asociación de Jefes de Propaganda.

Cuando eran chicos, a sus hijos Sigfrido y Sara los hacía cantar a coro, en la azotea, para que tomaran sol al mismo tiempo. En general le gustaban los temas criollos; una de las canciones tenía como letra el «Santos Vega» de Rafael Obligado (1851-1920). Muchas veces salían a caminar por Buenos Aires y visitaban imprentas y fotograbadores. Recuerda Sigfrido: «Por el camino me contaba cosas, como los esfuerzos titánicos de Ottmar Mergenthaler (1854-1899) para desarrollar la linotipo (1885), o como funcionaba la litografía.»

«Recuerdo, también, que una vez, caminando por Florida, tropezamos con Jorge Luis Borges (1899-1986), y estuvieron charlando un rato». En uno de sus últimos artículos, publicado en El País el 21 de febrero de 1986, Borges recuerda su primer encuentro con Carlos Mastronardi (1901-1976) y la primera conversación en la librería de Samet, en Avenida de Mayo y Salta.

Jacobo Samet vivió siempre en Buenos Aires, en Venezuela 730, en una casa de la calle Estados Unidos, en México 1056 (el edificio «Sol-Aire», donde apareció la revista Pulgarcito) y finalmente en Venezuela 1312 donde, como he dicho, lo conocí.

En el edificio Sol-Aire, que tenía un gran parque central y un arco de departamentos, joya destruida para construir la Avenida 9 de Julio, vivían Sergio de Cecco y su hermana Alma, más recordada como Alma Bressan, Alejandra Boero (1918-2006), recientemente fallecida, Pedro Asquini (1915-2003), el dibujante Roberto Abril y otros personajes conocidos. En ese solar, muchos años antes, había funcionado la famosa Jabonería de Hipólito Vieytes (1762-1815).

No hizo fortuna pero, con unos pesos que tenía, Jacobo Samet compró un terreno en Tortuguitas y construyó una casa con ayuda de un albañil. Durante muchos años pasaba allí los fines de semana y plantaba frutales.

Recuerda su hijo Sigfrido: «Hacia 1938 sólo los ricos y los médicos tenían coche. Pero el Dr. José Svibel, amigo de mis padres, nos invitaba a hacer largos viajes, por ejemplo, a Rosario. Estaba casado con Raquel Grunberg, autora del libro de cuentos Liceo de señoritas y hermana de Carlos, el autor de Judezno. El Dr. Svibel cuidaba mucho su Ford V8. Recuerdo que le ponía aceite de castor.»

Jacobo Samet se reunía con algunos amigos para charlar de diversos temas. Ese grupo se denominaba «La cofradía del Divino Botón» y cada miembro llevaba un botón en la solapa. El lema era algo así como: «Omni humanum laborem est ad divinum botonem.»

La editorial de Samet tuvo una vida relativamente corta, desde 1924 hasta 1932. Sólo 8 años. Comenzó con Prisma, de Eduardo González Lanuza y concluyó con Pacha Mama de Amadeo R. Sirolli, con ilustraciones de Raúl Rosarivo (1903-1966). Entre sus publicaciones hay cuatro obras de Carlos Sánchez Viamonte (1892-1972): Derecho Político (1925), ponderada por el profesor Adolfo González Posada (1869-1940), Del taller universitario, La cultura frente a la Universidad y Jornadas.

Cuando liquidó la editorial le quedaron unos 30.000 volúmenes que no pudo vender ni como papel viejo y hoy son intensamente buscados por los bibliófilos que pagan por ellos elevadas sumas.

Después publicó un par de revistas: Cartel, entre enero y diciembre de 1930, de la que salieron 11 números, y Bibliogramas, entre 1934 y 1935, de la que, también, salieron 11 números. Más tarde, Samet aparece vinculado a las publicaciones de la Editorial Platina.

En la última carta que Jacobo Samet mandó a su hijo Sigfrido, en Julio de 1981, un mes antes de morir le decía: «Estoy mejor del Parkinson. La proximidad de la primavera me hace hervir la sangre y amar la vida.» En pocas palabras, la síntesis de lo que había sido su existencia: un gran amor por la vida desde la potencialidad de su espíritu idealista y creador.

 

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