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El Catoblepas, número 61, marzo 2007
  El Catoblepasnúmero 61 • marzo 2007 • página 4
Los días terrenales

Ateneo de la Ciudad de México
Sociedad de Conferencias

Ismael Carvallo Robledo

Se presenta, desde su más general perspectiva, las líneas maestras con arreglo a las cuales se define el proyecto de creación del Ateneo de la Ciudad de México

Coral Revueltas, gráfica digital, 2007, Ciudad de México

I. Introducción

El 29 de Mayo de 1907, en el Salón de Actos del Casino de Santa María, en la Ciudad de México, Alfonso Cravioto ofreció una conferencia titulada La obra pictórica de Carriére. Con esta conferencia, teniendo como antecedente inmediato al movimiento de la revista Savia Moderna{1}, se le dio inicio a la célebre Sociedad de Conferencias, germen de lo que poco tiempo después se constituyó en uno de los movimientos más originales, contundentes y fecundos del México contemporáneo, ascendente por la línea directa de tantos y tantos proyectos intelectuales, ideológicos y políticos de este país: el Ateneo de la Juventud.

Teniendo a la vista la conmemoración de este fundamental y acaso un poco olvidado centenario, se presenta en esta entrega de Los días terrenales el proyecto de creación del Ateneo de la Ciudad de México. Un proyecto cuya inspiración primordial no es otro que el Ateneo de la Juventud, foco de sentido que ilumina con intensidad, configurándonos, nuestro presente político e histórico.

Por vicisitudes de variada índole, el Ateneo de la Ciudad de México tendrá que irse abriendo paso con dificultad (tenemos presente, al decir esto, al extraordinario recinto del Ateneo de Madrid, sobre todo las fascinantes y tan cargadas de historia salas de lectura que conforman su biblioteca, una biblioteca que costará trabajo arduo igualar); pero nos parece no obstante decisivo presentar a los lectores de El Catoblepas las líneas maestras que definen, en la más alta perspectiva, su Idea.

Sus socios fundadores son: Félix Martínez Ramírez (Politólogo), Alberto Schneider Hernández (Editor), Javier León Huerta (Estudiante de filosofía), Jorge Agustín Bustamante de la Mora (Biólogo), Mauricio Sáez de Nanclares Lemus (Sociólogo), Karla Lenia de Alba Vázquez (Anestesióloga), Alfonso Vázquez (Filósofo), Lucero Fragoso Lugo (Politóloga), Gerardo Sigg Calderón (Arquitecto), Gabriela Revueltas Valle (Psicóloga), Mario Delgado Carrillo (Economista), Rafael Morales Ramírez (Politólogo), Elizabeth Romero Campos (Socióloga), Oscar Martínez (Escritor) e Ismael Carvallo Robledo (Ingeniero).

II. Definición del contexto y presentación de las líneas maestras
del Ateneo de la Ciudad de México

1. El Ateneo de la Ciudad de México (Ateneo) se concibe adquiriendo su significación más precisa a la luz de una figura histórica que se propone aquí como su referente maestro: la Academia de Platón. Sus referentes específicos son, trazando una línea de continuidad, el Ateneo de Madrid y el Ateneo de la Juventud mexicano.

La razón por la que es la Academia de Platón, y no otro, el referente fundamental del Ateneo, radica en la naturaleza política de su génesis, es decir, en el hecho de que la Academia platónica, al tiempo de delimitar las coordenadas en las que se inscribe la tradición filosófica de occidente, la tradición dialéctica –la Universidad, medieval y moderna, es su legítima heredera–, es también la acusada cristalización de una forma de implantación política de la conciencia filosófica.

En efecto, Platón se encierra en la Academia (fundada hacia el 387 a.C.), a la que nadie podía entrar que no supiese geometría, como consecuencia de la para su tiempo contundente crisis ideológica y política derivada de la Guerra del Peloponeso (431-404, a.C.; sitio de Atenas por Esparta en el 404) y del enjuiciamiento y ejecución de Sócrates, su mentor, por un gobierno de «demócratas» en el 399 a.C. Se encierra, entonces, no ya para dedicarse a plácidas meditaciones poéticas, artísticas o eróticas –o para promover y difundir la «Cultura», como se diría hoy–, sino para pensar filosóficamente la República, para hacer una crítica y rectificación de la razón política: Platón entendió a la filosofía –a la dialéctica– como momento de un proceso general que pasaba también por la instauración política de la República.

2. Y de alguna manera, nos parece, es este también el sentido con el que cobran vida tanto el Ateneo de Madrid (1835) como el Ateneo de la Juventud (1907).

El Ateneo de Madrid, con plena vigencia en el presente, nace en 1835 al amparo de los vientos liberales impuestos por la entonces Regente, María Cristina de Nápoles, y se configura como un Ateneo Científico y Literario, al que más tarde se le añadiría el epíteto de Artístico. Su función fue, y es al día de hoy, la de fortalecer, nutrir y acoger, en beneficio de la nación española, las ciencias, las letras y las artes.

En buena medida, es imposible entender la vida pública y política de España en su totalidad al margen de lo que en el «Ateneo» acontecía. Fue éste uno de los crisoles más importantes en los que su materia política se templaba; por sus corredores y bibliotecas han pasado seis Presidentes de Gobierno, todos los Premios Nobel, los gestores políticos de la Segunda República y prácticamente lo más renombrado de la generación del 98, de la del 14 y de la del 27. Ateneístas fueron Cánovas del Castillo, Donoso Cortés, Mariano José de Larra, Miguel de Unamuno, Ramón Gómez de la Serna, Menéndez y Pelayo, Clarín, Pi y Margall, Azcárate, Ramón y Cajal, Ramiro de Maeztu, Fernando de los Ríos, Manuel Azaña (el prototipo del ateneísta), Ramón María del Valle-Inclán, Ramón Pérez de Ayala, José Ortega y Gasset, el socialista Araquistáin, el puertorriqueño Eugenio María de Hostos y el mexicano Alfonso Reyes.

El Ateneo de la Juventud (en sentido estricto: Sociedad de Conferencias, 1907-1908; Ateneo de la Juventud, 1909-1912; y Ateneo de México, 1912-1914), por otro lado, acometió la ruptura filosófica con el legado positivista, herencia de la República restaurada y armazón de la plataforma ideológica del porfiriato.

Su creación obedeció, entonces, a la conciencia política de una necesidad filosófica, a saber, romper con el positivismo instaurado por Gabino Barreda. En carta a Alfonso Reyes, en 1913, Pedro Henríquez Ureña sostenía lo siguiente:

«Surgió un nuevo proyecto que ha sido el verdadero definidor del grupo. Acevedo y yo pensamos en una serie de conferencias sobre Grecia… aunque no llegaron a hacerse estas conferencias, el estudio a que nos obligó la idea de prepararlas fue tan serio… que de aquí brotó el grupo céntrico… En 1907, junto con el estudio de Grecia, surgió el estudio de la filosofía y la destrucción del positivismo… Caso y yo emprendimos la lectura de Bergson, de James y de Boutroux. De ahí data la renovación filosófica de México, que ahora es apoyada por otros…»

Y más adelante, se refiere a la conferencia de Vasconcelos, «Don Gabino Barreda y las ideas contemporáneas», de 1910, en los siguientes términos:

«Conferencias del Ateneo. Credo del Ateneo formulado en la conferencia de Vasconcelos, que no debe dejar de mencionarse.»

Abierta así una dialéctica, esta ruptura los condujo a demarcar los perfiles de una plataforma filosófica asentada en los terrenos del humanismo greco latino, entretejida luego con los pensamientos que van de Kant, Nietzsche y Schopenhauer a Bergson, Boutroux, Croce y José Enrique Rodó.

El núcleo ateneísta fue conformado por Antonio Caso, Pedro Henríquez Ureña, Alfonso Reyes, José Vasconcelos y Jesús Acevedo. La asociación, de más o menos 70 miembros, se nutrió de abogados, historiadores, pintores, literatos, un ingeniero y un médico. Destacaron en particular Martín Luis Guzmán, Julio Torri, Ricardo Gómez Robelo, Enrique González Martínez, Manuel M. Ponce, Alfonso Cravioto, Isidro Fabela, Diego Rivera y Ángel Zárraga.

La del Ateneo de la Juventud es, a juicio nuestro, la generación más luminosa que a México, en el siglo XX, le ha sido dado tener y que, entre medio de la dialéctica política de la revolución mexicana, asentó las bases de lo que filosófica, intelectual y políticamente es hoy este país: la Escuela de Altos Estudios, germen de la Facultad de Filosofía y Letras de la UNAM; el «Por mi raza hablará el espíritu» de Vasconcelos; la Universidad Popular; el Colegio de México, antes Casa de España; y la conformación de un vasto caudal filosófico e intelectual del que, en un desdoblamiento dialéctico por distintos derroteros, se han nutrido las generaciones que le sucedieron y que, por tanto, hacen de esa generación la depositaria de la más sólida y genuina tradición intelectual del México contemporáneo.

3. Ahora bien, desde la perspectiva aquí expuesta, es decir, desde una plataforma en la que convergen y se anudan en symploké estas tres tradiciones (la Academia platónica, el Ateneo de Madrid y el Ateneo de la Juventud), y con el énfasis puesto en la naturaleza política de las mismas, el contexto que en el presente nos ofrece las coordenadas históricas, políticas e ideológicas en las que queremos insertar al Ateneo de la Ciudad de México, lo podemos definir mediante las siguientes consideraciones:

a. Tras el derrumbe de la Unión Soviética y el apuntalamiento de la hegemonía de los Estados Unidos que, bajo el manto de las ideologías de la globalización, la libertad y la democracia, pero en guerra permanente con los enemigos geopolíticos potenciales a su hegemonía (sobre todo China), se erige hoy como el imperio realmente existente de nuestro presente; con el avance de las ciencias y las técnicas a un grado tal que la vida del hombre puede ser ya controlada o destruida, o al menos ha sido ya descifrada, para el caso del genoma humano; con el desarrollo militar que está dado ya a escala nuclear y con un planeta en el que nunca vivieron tantos hombres como hoy (seis mil millones de individuos depositarios todos ellos, en teoría, de los derechos humanos); el mundo asiste a una crisis ideológica y política que acaso carezca de precedente en su historia (sobre todo por el avance de la ciencia).

b. La circunstancia política que, bajo inequívocos rasgos de excepcionalidad histórica, determina el presente de México (nos referimos a la crisis orgánica postelectoral del Estado mexicano), no se da en absoluto al margen del sacudimiento ideológico y político de nuestro tiempo sino que, muy al contrario, se define ella misma en función de los antagonismos que determinan este proceso. Así, visto desde una óptica Iberoamericana, México se encuentra en los límites de una redefinición ideológica continental que, en virtud de su extensión geográfica, su densidad poblacional (México es el país con el mayor número de hispanohablantes en el mundo) y sus potenciales culturales, económicos y geopolíticos, hacen de él un polo decisivo de gravitación ideológica y política para toda Iberoamérica. Parafraseando a Manuel Ugarte, en el Río Bravo está la última línea de repliegue para el porvenir de un continente.

c. Este contexto nos ofrece una circunstancia que hace imperiosa la necesidad, acaso más que nunca antes, de contar con potentes instrumentos analíticos que permitan, con el rigor más sólido posible, interpretar el pasado, conocer el presente y poder proyectar cómo ha de ofrecérsenos el futuro.

Desde esta perspectiva no valen, por sí mismas, las posiciones según las cuales lo que hay que hacer es «estar a la altura de los tiempos», «ser competitivos y ponernos al día en los avances tecnológicos», «aprovechar, insertándonos, a la ya inevitable globalización», sea dicho esto, claro, sin perjuicio de que, en efecto, sean necesarias todo tipo de homologaciones: tecnológicas, informáticas, económicas, comerciales, militares, &c.

Pero el problema no es ese: no se trata tanto de un problema de homologación, de «estar al día», cuanto de un problema de entendimiento, de discernimiento y de crítica. La magnitud de la crisis del presente hace necesario el discernimiento de su organización ideológica, de la clarificación de sus coordenadas objetivas –políticas, económicas, científicas y geoestratégicas– y de la confrontación de esa organización con sus potenciales organizaciones antagónicas.

Este discernimiento sólo puede ser dado, y aquí aparece en toda la plenitud de su vigencia el paradigma platónico, a escala filosófica. Y esto es así en tanto que consideramos a la filosofía no ya como un saber erudito y enciclopédico, abstracto y especulativo, sino como una sabiduría práctica, como prudentia; como una necesidad pública antes que como un lujo subjetivo o cultural, por cuanto al hecho de que está dirigida al ciudadano que tiene que formarse juicios (filosóficos) en tanto que miembro de una sociedad política.

Así también, consideramos aquí a la filosofía como un saber de segundo grado, esto es, como un saber que se abre paso entre medio de los saberes de primer grado (los saberes técnicos, científicos, económicos, artísticos, políticos, históricos, &c.) en los cuales la realidad se desarrolla, pero que, por sus limitaciones parciales –las que delimitan el terreno de su propia especialización– quedan constantemente desbordados en la dialéctica misma de la realidad.

Desde este punto de vista, el hilo conductor de las actividades del Ateneo está llamado a definir una perspectiva general según la cual se buscará siempre llevar las actividades, debates, investigaciones, &c., al plano donde se definan sus implicaciones filosóficas, de tal suerte que, por ejemplo, cuando de arte se trate, se buscará siempre conducir las actividades hacia el lugar donde se diriman las implicaciones presentes en una filosofía del arte; cuando de historia se trate, se buscará entonces que la perspectiva se centre en los problemas de la filosofía de la historia; cuando el tema en cuestión sea el de la ciencia, nuestra perspectiva estará dibujada en el tablero de la filosofía de la ciencia; si de política se tratase, entonces la perspectiva tendría como horizonte los problemas propios de la filosofía política, etcétera.

Este es el contexto en el que se define la perspectiva desde la que se proyecta al Ateneo de la Ciudad de México: se buscará hacer del Ateneo el centro o institución en donde se le dará cabida, en su horizonte de definición más general, al cultivo de la filosofía (en el sentido dicho). Será el recinto donde habrán de verterse por los filtros de la crítica filosófica todas las ideas y contenidos de la realidad de nuestro presente (como lo hizo con el suyo, en la Academia, Platón), para poder mejor interpretar nuestro pasado y para mejor barruntar qué puede darse en el futuro y qué papel puede y ha de jugar México en él.

El Ateneo buscará convertirse en el centro intelectual y filosófico de la Ciudad de México: intentaremos, hasta donde nos sea posible, hacer de ésta la instancia donde pueda darse la gestación de una renovación filosófica de México y donde se configure, inventando no ya de la nada sino acaso del olvido, una nueva tradición intelectual para el país.

Notas

{1} Véase el interesante trabajo de Héctor de Mauleón, «Cien años de Savia Moderna», que aparece en la versión electrónica de Confabulario. Suplemento de Cultura de El Universal.

 

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