Nódulo materialistaSeparata de la revista El Catoblepas • ISSN 1579-3974
publicada por Nódulo Materialista • nodulo.org


 

El Catoblepas, número 67, septiembre 2007
  El Catoblepasnúmero 67 • septiembre 2007 • página 13
Televisión

Iker Jiménez: entre el «periodismo de lo desconocido» y la telebasura fabricada

Iñigo Ongay

Se analiza el caso del programa televisivo «Cuarto Milenio» emitido semanalmente en España por la cadena Cuatro, del Grupo Prisa

1. Para septiembre de 2007 la cadena Cuatro (perteneciente, como es de todos conocido, al consorcio empresarial Grupo Prisa del que dependen también otros «medios» españoles e iberoamericanos tales como el diario El País, la cadena SER, la emisora radiofónica colombiana Radio Caracol, &c.) ha tenido a bien, suponemos que para mejor así competir en las condiciones democráticas –la «democracia del telemando»– definidas por el mercado pletórico televisivo español, mantener en su «parrilla» un curioso conjunto de programas, tanto de «ficción» como de «no ficción», como suele decirse, dedicados a la temática de los «fenómenos» más o menos extraños, y de los «misterios» difíciles de resolver. Nos referimos a teleseries de producción norteamericana tales como puedan serlo Médium o Entre fantasmas pero también al programa de «investigación» Cuarto Milenio, dirigido y presentado por el periodista alavés Iker Jiménez (Vitoria, 1973) –famoso por su programa radiofónico del mismo género Tercer Milenio emitido por la Sociedad Española de Radiodifusión así como por la organización, en junio de 2004, de una multitudinaria y surrealista convocatoria «cargo»{1} la que se denominó «Alerta Ovni»– con la inestimable colaboración de la «investigadora» Carmen Porter{2}, a la sazón, por lo demás, su señora esposa.

Sin por ello desestimar en absoluto el interés que pudieran en principio presentar las dos series norteamericanas a las que nos hemos referido (ambas centradas en las variopintas «revelaciones» que por vía ultrasensorial recibirían sendas videntes, particularmente bienintencionadas, capaces al parecer de comunicarse de manera privilegiada y asombrosa con los más diversos vivientes incorpóreos: espectros, fantasmas, almas en pena, &c.), nosotros vamos a ocuparnos preferentemente en estos comentarios de los contenidos desgranados semana tras semana por Iker Jiménez y sus colaboradores desde el plató de Cuarto Milenio. Contenidos que, consistentes en general en una curiosísima mezcla de «enigmas arqueológicos» o «históricos» (por ejemplo sobre la vida de Jesús, o también sobre la «orden del Temple»), de sorprendentes averiguaciones filológicas (el «código secreto de la Biblia») o ufológicas (avistamientos, abducciones, y todo lo que se quiera) así como de «experiencias» o «testimonios» (las más de las veces, por cierto, reconstruidos por vía de «documental dramatizado») sobre los consabidos fenómenos paranormales o parapsicológicos (espiritismos, telequinesias, desdoblamientos, adivinación, percepción no sensorial, fotografías de auras o directamente de aparecidos &c., &c.), aparecerían todos ellos, consignados por el mismo Jiménez bajo la rúbrica, un punto ridícula para decirlo todo, de «periodismo de lo desconocido». Así, en efecto, el internauta que, sintiendo acaso la «llamada» de la Nave del Misterio (pues con este rótulo de cuya cursilería preferimos no juzgar aquí, denominan Jiménez y Porter a su programa) incursionase, sin duda que bien pertrechado de valor requerido en estos casos, en la página web que Cuarto Milenio mantiene en Internet, se encontrará por de pronto con declaraciones tan divertidas, sin perjuicio de su evidente tono de «advertencia», como las siguientes:

«¿Te gusta lo desconocido? ¿Te atraen los fenómenos sin explicación? ¿Eres de los que disfruta con el universo de lo misterioso? Si la respuesta es un rotundo sí y tienes lo que hay que tener, deja tus miedos y sumérgete en Cuarto Milenio. Pero hazlo de la mano de un experto. De lo contrario, podrías pagarlo muy caro. Esto no es juego. Te lo advertimos. Esto... no... es... un... juego.»

Pues bien, nosotros sin duda no vamos a entrar, en este momento, a indagar en las razones por las cuales una cadena como Cuatro, en tanto que perteneciente, insistimos, al grupo Prisa (muy cercano como es sabido a la izquierda socialdemócrata española), mantiene «en antena» programas como éste, dedicados según confesión de parte a abundar en «fenómenos» que «carecen de explicación» (y acaso, nos preguntamos, ¿cabe un sintagma más delirante que éste?, ¿no representa esta frase un verdadero flatus vocis, un auténtico contrasentido lógico?); y decimos que no vamos a proceder a enjuiciar cuáles puedan ser tales razones por parte de la cadena Cuatro, puesto entre otras cosas que, suponemos a fin de cuentas, las propias «audiencias», es decir, los consumidores que seleccionan Cuarto Milenio con el mando a distancia, aparecerían ya de suyo como una razón «democrática» más que suficiente (y en este sentido es desde luego cierto que, al menos desde el punto de vista causal, «cada pueblo tiene la televisión que se merece») para su mantenimiento en «parilla» frente a otros programas de terceras cadenas que compitiesen, darwinianamente, por el mismo share, &c.; pero en todo caso, lo que sí vamos a defender con todas las letras es que, sin perjuicio de este su éxito democrático («éxito» que, digámoslo otra vez, aparece atestiguado por la misma «permanencia en el ser» del programa), el «periodismo de lo desconocido» que Iker Jiménez nos oferta cada semana desde la cadena Cuatro, pero también desde la SER, &c., puede ser criticado, esto es, clasificado (y que conste que una clasificación pero tampoco una crítica no equivale, al menos necesariamente, a una descalificación, antes es exactamente lo contrario, a saber: una calificación) por la índole de sus contenidos paranormales, como un caso ejemplar de «periodismo basura», esto es, de «telebasura» (Cuarto Milenio) o incluso de «radiobasura» (Tercer Milenio). Una «basura», en efecto –concretamente según el modo de fabricación{3} tal y como veremos– que comenzará a aparecer como tal al menos cuando procedamos a triturarla, a analizarla platónicamente (dado ante todo que «la filosofía nos tiene muy firme en sus garras y no despreciamos ni aún las cosas más humildes») desde el ejercicio de un sistema mínimo de premisas racionalistas que desglosaremos con algún detalle seguidamente y que, por su parte, haría las veces de conjunto paramétrico preciso de la idea de «basura» concebida ahora, al modo de concepto funcional (no absoluto). Veamos.

2. Desde el punto de vista del materialismo (punto de vista que, por nuestra parte, pretendemos ejercitar aquí), lo que se denomina «racionalidad», muy lejos de aparecer como enclaustrada en la inmanencia de una suerte de unidad trascendental de apercepción o de conciencia pura (a la manera del idealismo kantiano), sólo comienza por desenvolverse a la escala de las operaciones desempeñadas por un sujeto capaz de «relacionar» lógico materialmente, esto es, de «unir» o de «separar» quirúrgicamente, segmentos determinados y diversos (plurales) de su entorno práctico a los que ahora denominaremos términos. Tales términos, precisamente en cuanto que habrán de ser «unidos» o «separados» (es decir, compuestos racionalmente unos con otros) por el sujeto de referencia –ya sea éste último humano como no humano, esto es, en general, animal– necesariamente, hemos de suponerlos configurados según unas proporciones corpóreas, tridimensionales muy precisas que además se ajusten a la escala que es propia de la corporeidad operatoria del sujeto de referencia, puesto que desde luego, éste mismo, presuponemos, no podría en ningún caso llevar a término «operación» alguna al margen de su cuerpo.

Ahora bien, lo que parece por de pronto preciso para que tengan lugar tales operaciones compositivas ejecutadas por un sujeto corpóreo sobre términos también corpóreos (fisicalistas) diversos y plurales es ante todo, esto: que tales términos, es decir, tales segmentos del ámbito práctico en el que el sujeto aparecería inserto estén dados como perceptivamente presentes respecto del sujeto mismo, a una distancia geométrica tal que se haga posible la ejecución los propios movimientos –diríamos por «aproximación» o por «alejamiento»– del sujeto corpóreo en relación a aquellos mismos segmentos de su «mundo entorno» que se tratará, justamente, de manipular compositivamente, lógico materialmente (como se manipulan en efecto los mimbres entreverados que componen un cesto) según secuencias entrelazas de planes y programas, &c. Resulta para empezar, enteramente imprescindible según esto, que el sujeto operatorio de referencia pueda percibir a los objetos que conforman su mundo entorno (aunque no en el sentido «antidarwinista» del Umwelt de Von Uesküll puesto que ahora, cada mundo entorno lo supondremos entrelazado con terceros Unwelten si es que la «lucha por la vida» ha de tener lugar) como si estos guardaran, por así decir, las debidas distancias espaciales unos con otros, así como con respecto al propio cuerpo orgánico en el que hacemos residir al sujeto operatorio en cuestión, puesto que si estas distancias espaciales quedasen desbordadas por entero, por así decirlo arruinadas en sentido proximal, entonces, suponemos, sería también el propio «espacio práctico» entre cuyos límites se perfilan los movimientos conductuales del sujeto operatorio frente a los términos co-presentes en su entorno, lo que empezaría por quedar también desdibujado de la manera más enérgica, asfixiado por la continuidad entre los cuerpos mismos (y es que de hecho, nos preguntamos, si esta fuese la situación originaria ordo cognoscendi, ¿quedaría acaso razón alguna para hablar de «cuerpos»?{4})

Pero, aunque efectivamente la percepción involucrada en el curso lógico material de las operaciones racionales ejecutadas por el sujeto corpóreo implique por sí misma la «distancia» geométrica de los objetos manipulados (puesto que, ya vemos, si no la implicase no habría razón para seguir hablando de operaciones, pero tampoco de manipulación o siquiera de objetos), con lo que, como creemos que podrá comprenderse fácilmente, la propia «percepción» lo es necesariamente, de objetos dados a distancia en relación al perceptor, ello no puede hacernos olvidar tampoco que esta misma «distancia», aunque aparezca insistimos como imprescindible, como inseparablemente vinculada a la escala en la que se dibujan las operaciones, no es, ella misma, otra cosa que el resultado de un «vaciamiento»{5} (eo ipso, operatorio) de las texturas paratéticas –es decir: continuas– intercaladas entre los términos corpóreos de referencia, un «vaciamiento» que en todo caso resulta, por así decir, fenoménico, aparente («apariencia de ausencia») en cuanto que fruto por decirlo de algún modo, de la «remoción» de aquellos contenidos intermedios, de su «evacuación» según «filtros» perceptivos y teleceptivos muy distintos (por caso: termorreceptores de las serpientes, eco-localizadores de los murciélagos, magneto-receptores en el caso de muchas especies de aves, percepción visual del «infra-rojo», pero también del «ultra-violeta» o de la «luz polarizada», &c., &c.{6}); «filtros» que, mediante el expediente de instaurar una suerte de «solución de continuidad» en el penum energético, acabarán por constituir las texturas propias del entorno apotético de cada sujeto operatorio. Y es precisamente en tanto que entramos a considerar por ejemplo, la dialéctica abierta entre los sistemas sensoriales de las diferentes especies animales, &c., cuando comienza a parecer como algo realmente muy evidente el hecho de que la apariencia, lo verdaderamente fenoménico es la impresión de «vacío» intercalado entre los objetos apotéticos y no tanto los objetos mismos: cuando esta apariencia se desactiva operatoriamente (como sucede por ejemplo en las ciencias naturales en su sentido más estricto), tal neutralización del «vacío» nos devolverá a una situación característicamente «eleática» en la que, por así decir, «el ser toca con el ser».

Con todo, si bien es cierto que el propio concepto de «operación» al que consideramos se ajusta la racionalidad en su sentido materialista pide, trascendental, necesariamente, la distancia aparente entre los objetos apotéticos mismos, esta circunstancia no es óbice empero, para que cada cadena operatoria llevada adelante por el sujeto sólo pueda desempeñarse, en sus fases terminales de «aproximación» o «separación» compositiva de los términos de referencia, salvando, por así decir, las propias distancias entre los cuerpos, mediante la intercalación de «nexos» establecidos por contacto sinalógico entre los mismos. Lo que con ello queremos decir es algo ciertamente muy claro, a saber: si un sujeto operatorio ha de componer unos segmentos de su mundo entorno con otros (con otros segmentos), ya sea para «unirlos» (análisis) como el cestero, bien sea para «separarlos» como el carnicero del Fedro, lo que para empezar tendrá que hacer es manipularlos quirúrgicamente salvando, para ello, el vacío fenoménico que separa su propio cuerpo de los términos que componen su campo operatorio, de suerte que pueda ponerse, por así decir, manos a la obra (lo que por cierto ya exige eo ipso, necesariamente, tener manos, según la famosa fórmula, muy materialista, de Anaxágoras que nos habría trasmitido Aristóteles: «porque tenemos dos manos somos los más inteligentes») con lo que la propia idea de «operación» requiere, para empezar, un cuerpo que opere con otros cuerpos; de donde resulta, nos parece, bien diáfana la siguiente conclusión: suponer la posibilidad de un curso operatorio efectivo que no finalice con la composición por contacto de términos corpóreos (y este es el verdadero contenido de la idea de «acción a distancia») es tanto como suponer un contrasentido, por cuanto que, de tal «operación» podríamos decir casi cualquier cosa salvo, precisamente, que es una «operación». Ahora bien si esto es así, entonces la posibilidad misma de una «acción efectiva a distancia» empezaría a situarnos muy lejos de las exigencias lógico materiales propias de la racionalidad operatoria, colocándonos en cambio, en las inmediaciones de la «magia» como contenido etnológico propiamente arcaico proveniente de las culturas bárbaras, aun cuando pueda permanecer actuante también en las culturas civilizadas. Y es que lo que verdaderamente expresa la magia, dicho sea esto sin perjuicio de su efectividad ocasional, &c. (cosa que queda suficientemente explicada en virtud de los mecanismos{7} que son característicos de la falsa conciencia: efecto placebo, memoria selectiva de los aciertos, confusión de la causalidad con la casualidad, casos claros de condicionamiento operante mago-cliente, &c.) es algo enteramente absurdo desde nuestros presupuestos, a saber: que alguien pueda intervenir en las concatenaciones fenoménicas entre los términos de un campo operatorio, ya sea para interrumpir dichas concatenaciones ya sea para ensamblarlas por así decir (por ejemplo: para hacer «aparecer» o «desaparecer» objetos respecto a la nada del ser) sin tocarlos en ningún momento, es decir, lo que la magia en cuanto acción a distancia supone es ante todo la posibilidad de que un sujeto corpóreo pueda operar sin necesidad alguna de operar.

3. Pero volvamos ahora, una vez establecidas estas coordenadas doctrinales, sobre los contenidos televisivos presentados por Iker Jiménez en su programa Cuarto Milenio. Lo que en primer lugar llamará la atención del «periodismo de investigación» que Jiménez y su esposa, entre otros, han venido realizando en torno a los más diversos «fenómenos extraños» es, ante todo, y a la luz de las premisas que acabamos de desgranar, el hecho, ciertamente sorprendente, de que tales «investigaciones» han tendido a ejecutarse principalmente sobre casos ejemplares de «fenómenos» (telequinesia, apariciones fantasmales, telepatía, &c.) que implican una de estas dos cosas (o las dos): o bien sujetos operatorios incorpóreos (es decir, espíritus) o bien acciones a distancia (según lo dicho: operaciones que no son operaciones); pero así las cosas, ya podrá verse con absoluta claridad, suponemos, que tales «fenómenos» representados en el programa de Iker Jiménez son sencillamente absurdos, e incluso al límite ininteligibles, y por ende imposibles como tales «fenómenos». Y ello dado entre otras cosas, que tales contenidos televisivos propiamente mágicos que Iker Jiménez y señora nos ofrecen semana tras semana, generalmente además por medio de la «dramatización documental» de diferentes episodios paranormales (es decir, en este caso, por vía de la fabricación de lo que Gustavo Bueno ha conocido como apariencias falaces de presencia{8}, puesto que en tales «dramatizaciones» se llegaría, en algunos casos, a ver los supuestos espíritus{9}), sencillamente no pueden existir ni pintados, lo que, por cierto, convertiría a la postre en ridícula su mera presentación televisiva que ya podemos comenzar a considerar aquí a título de caso límite de telebasura fabricada desde un punto de vista racionalista.

Ahora bien, lo verdaderamente grave del caso no es tanto, a nuestro juicio, que Cuatro mantenga en antena, sin barrerlos al dintorno televisivo, tales contenidos basura (basura mágica), y decimos que lo grave no es esta circunstancia puesto que la principal responsabilidad de su permanencia en el ser, suponemos, habrá de recaer particularmente en la «audiencia» indocta que consume democráticamente dichos contenidos sin estimarlos, al parecer, demasiado ridículos (una «audiencia» por cierto compuesta por consumidores satisfechos que son precisamente los mismos individuos que votan en las elecciones o que se manifiestan pidiendo el «no a la guerra», &c.). En este sentido, Cuatro –en general el Grupo Prisa, una corporación por cierto que, a través de medios como El País o la Cadena Ser, suele ser considerada desde la socialdemocracia como el máximo exponente del periodismo progresista y de izquierdas– se atiene, tolerantemente eso sí (puesto que, no cabe duda, ¿cómo no iba una cadena televisiva democrática a respetar la «opinión» de las audiencias tal y como esta se expresa a través del telemando?), de modo modélico a los principios que rigen el mercado pletórico de bienes en lo que respecta a la conformación de su «parrilla», y no cabe reprocharle esto. Ahora bien, y dando por supuesta la conexión entre las ideas de «izquierda» y de «racionalidad», lo que acaso cupiera preguntarse, ahora ya desde una perspectiva política, es el grado en que precisamente esta solidaridad, aunque fuese únicamente por modo de su tolerancia, con las basuras supersticiosas más deleznables no descalifica ella misma, a la postre, el carácter supuestamente progresista y de izquierdas que muchos atribuyen al Grupo Prisa.

Notas

{1} Véase el capítulo titulado «El cargo fantasma» del libro de Marvin Harris, Vacas, Cerdos y Brujas, Alianza, Madrid 2003.

{2} Autora por cierto de un curioso e inclasificable libro, verdaderamente magistral desde la perspectiva de lo que podríamos denominar «humor involuntario», titulado Misterios de la Iglesia (EDAF, Madrid 2002).

{3} Cfr. Gustavo Bueno, Telebasura y Democracia, Ediciones B, Barcelona 2002, págs. 71 y ss.

{4} Lo que por cierto, es tanto como preguntar a su vez, lo siguiente: ¿un cuerpo sin «contornos», esto es, sin «espacios» vacíos abiertos en sus inmediaciones es tan siquiera, propiamente, un «cuerpo»? Ahora bien, toda vez que en efecto estos «espacios», que ahora aparecen como necesariamente involucrados por la propia noción de «cuerpo», remiten inevitablemente a la presencia de un «sujeto perceptivo» (es decir, dotado de organolépsis) capaz de «abrir» dichos espacios vacíos, la cuestión principal que se dibuja entonces en el horizonte es ante todo la siguiente: ¿podemos suponer a los cuerpos como «dados» con anterioridad real, según el orden cronológico, respecto a los sujetos mismos que los hacen posible, operatoriamente, como tales cuerpos con contorno y con dintorno? Para esta enmarañada, aunque extraordinariamente interesante, masa de cuestiones véase la discusión en torno al problema de las «rocas del precámbrico» por parte de Gustavo Bueno, en el glosario contenido en el volumen 5 de la Teoría del Cierre Categorial, Pentalfa, Oviedo 1993, págs. 207-208.

{5} Para una mejor inteligencia de las líneas de fondo de nuestra exposición, consúltense las voces «kenosis» e «hiper-realismo» en el Diccionario Filosófico puesto a punto por Pelayo García Sierra.

{6} La literatura etológica abunda en descripciones de tales «filtros» perceptivos característicos de distintas especies animales. Un resumen verdaderamente muy útil de esta temática, en el manual de Richard Maier, Comportamiento Animal. Un enfoque evolutivo y ecológico, McGraw Hill-Interamericana de España, Madrid 2001, págs. 424-440.

{7} Mecanismos por ejemplo, como los que Bronislaw Malinowski sin ir más lejos, pone negro sobre blanco en su libro Magia, ciencia y religión, Ariel, Barcelona 1994, pág. 91 y ss.

{8} Gustavo Bueno, Televisión: Apariencia y verdad, Gedisa, Barcelona 2000, pág. 33.

{9} Y a verlos, dicho sea de paso, mediante la percepción apotética ordinaria (y no hay otra, puesto que la idea de «percepción ultrasensorial» tiene un formato parecido al que es propio del concepto «hierro no ferroso»), y ello como si los espíritus (es decir los vivientes no corpóreos) pudiesen verse, lo que ya implicaría necesariamente que fuesen cuerpos y por ende que dejaran de ser espíritus, con lo que, entiéndase bien este punto: tal presentación televisiva de los fantasmas no es otra cosa que un disparate.

 

El Catoblepas
© 2007 nodulo.org