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El Catoblepas, número 73, marzo 2008
  El Catoblepasnúmero 73 • marzo 2008 • página 15
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Revelando lo embozado

Pablo Portnoy

Sobre la presentación de mi escrito publicado
en el número de febrero de El Catoblepas

Fragmento de la bandera del Estado de Israel

El Sr. Perednik presenta mi reacción a su artículo «Israel y el mesianismo político» (enero de 2008), atribuyéndoselo a un «israelí». Es de suponer la facilidad con la cual ese adjetivo, del que se proveyó de entre la vasta gama de los que estaban a su disposición (dogmático, autista, mesiánico…), le permitió, con relativa elegancia, evitar caer en la aparentemente penosa necesidad de tener que pronunciar el nombre del autor.

Ya en la primera frase pude descubrir que el sujeto al que se refería nombrándolo como «un israelí» era el que suscribe. Las «imperiosas necesidades» de ese israelí por querer «revelar las culpas de Israel frente a sus enemigos». también fueron puestas en evidencia por él, ante el ojo avizor de sus lectores. A decir verdad, y siempre que esas revelaciones no sean de casos «estrictamente confidenciales», no veo que mal le podría causar, a quien, por intermedio de ese israelí, se enterase de hechos o cosas que, sin intenciones ocultas, un filósofo se empecinase en dejar en la nebulosa esfera de lo incógnito.

De todos modos, si de revelaciones se trata, he quedado muy sorprendido por una de la que Perednik, a su vez, nos hace partícipe: que el medio de comunicación en el que él escribe, El Catoblepas (y por intermedio del cual yo reacciono) «haya decidido defender al Estado judío». Puede ser que aquí haya algún detalle por aclarar. ¿Existe en la prensa internacional una publicación independiente cuya finalidad declarada sea la de defender un Estado determinado? Es de dudosa viabilidad que haya un periódico que no sea financiado por el Estado en cuestión, con una agenda en la que figure esa norma, que no es otra cosa que la .renuncia total al libre albedrío.

La posición a adoptar a favor o en contra de la política de un Estado cuya estructura estatal y legal, le permita efectuar, a través de elecciones, cambios radicales en la dirección de su economía, su política o su conducta social, exige del periodista una capacidad de discernir en cada caso particular, lo esencial de esa política y sólo entonces enjuiciar. Un periodista no puede adoptar una posición de defensa a ultranza de un país. Y es casi seguro que no se atreverá a hacer pública esa decisión sino que lo hará solapadamente.

En éste caso debemos estar convencidos, para nuestra tranquilidad espiritual, de que quién «ha decidido defender al Estado judío» es el Sr. Pererdnik y no El Catoblepas. Mi modestísima opinión es de que tiene todo el derecho ha hacerlo, siempre que no involucre en semejante actitud a quién no lo manifieste explícitamente. El innegable hecho de que la política del presente Gobierno de Israel (y no la del Estado de Israel) llene las aspiraciones ideológicas y políticas del autor, no lo autoriza a reclutar al medio utilizado para difundirlas, como si esas aspiraciones fuesen compartidas por el pediódico. Una vez más Perednik emite sus asertos como la expresión de una verdad excluyente. Si por un lado defender una política puesta en marcha por un Gobierno, goza de legitimidad indiscutible, la aprobación (o condena) anticipada de la política del Gobierno de un Estado cualquiera que sea, es una manifiesta falta de ética profesional en la actividad periodística. Una de las definiciones más elementales del periodismo es la de ser la vía por la cual distintos sectores de la sociedad, dan a conocer mutuamente sus convicciones, concuerden o no, con las de sus oponentes.

Es sabido que el fracaso del régimen soviético es fuente pródiga en proveer materia de regocijo a los defensores del liberalismo. Como a todo aquel que en los años de existencia de la Unión Soviética era simpatizante de ella, la caída del sistema me conmovió y me hizo recapacitar sobre las posibles causas de lo sucedido. La variedad de ellas es tal que, descubrir el factor decisivo en lo sucedido mantiene hoy todavía ocupados en encontrarlas a no pocos investigadores. A pesar de todo considero que una solución socialista a los desafíos con los que la economía internacional se enfrenta, es más digna que la globalización de la riqueza de los pocos y el liberalismo de la pobreza de los muchos: a éstos últimos Perdednik les promete un porvenir que, «a todas luces y sin las ínfulas de perfección que caracterizó a la izquierda, trae máyor felicidad a los pueblos». Quisiera recordarle que en sus primeros años de existencia, el Estado de Israel era considerado como un país cuasi socialista y por su índole, un Estado de bienestar. Con el correr del tiempo y la acumulación de riquezas en pocas manos y con el nacimiento de una clase dirigente liberal propulsora de la privatización y del enriquecimiento personal a ritmo acelerado, Israel entró en el ámbito de los paises carentes de las «ínfulas de perfección que caracterizó a la izquierda». Ahora tiene el privilegio de ser una sociedad en la que la mayoría de los asalaridos gana el equivalente a 1.600 dólares por mes y donde estos mismos empleados deberán trabajar 12 años para llegar a la suma del sueldo de un solo mes de uno de los muchos altos funcionarios en actividad.

No estaría demás que el autor de la presentación nos describiese el camino seguido por los países latinoamericanos para llegar al estado floreciente en el que se encuentran ahora gracias a la economía liberal.¿Tendrá nuestro autor una explicación de cómo se aplicó ese sistema en el marco de la que una vez fuera la próspera comunidad judía de Argentina, para culminar en las humillantes y largas filas de miembros de la colectividad frente a las puertas de los comedores públicos para alcanzar un plato de comida caliente ofrecido dadivosamente a los indigentes surgidos de su seno hace sólo unos pocos años?

Analicemos el tema que absorbe gran parte del interés de Perednik: los Acuerdos de Oslo. No se podrá encarar éste tema sin poner el seriamente el énfasis en que de alguna manera los países o grupos étnicos que se encuentran en litigios continuados, al buscar terminar con ellos, tratan de llegar a lo que se acostumbra, simplemente denominar «acuerdos mutuos». Por lo tanto, partir de la base de que una de las partes intenta el engaño mientras que la otra cae ingenuamente en la trampa que su copartícipe le tiende premeditadamente, sólo entorpece la posibilidad de análizar objetivamente el proceso que lleve a la implementación de tales convenios. Nadie puede garantizar en forma concluyente su cumplimiento ya que la experiencia demuestra que las fuerzas que se oponen a la firma de acuerdos que no coinciden con sus concepciones políticas o económicas no cesan automáticamente su lucha contra ellos. Por el contrario, no desaprovechan ninguna oportunidad para torpedearlos.

En primer lugar y confirmando las sospechas de Perednik sobre mis ocultas intenciones, revelaré el texto del primer artículo del Acuerdo de Oslo:

«Artículo I. Objetivo de las negociaciones.
La meta de las negociaciones israelo-palestinas en el marco del actual proceso de paz del Medio Oriente es, entre otras cosas, establecer una Autoridad de Autogobierno Interino Palestino, el Consejo electo (el «Consejo») para el pueblo palestino en la Margen Occidental y la Franja de Gaza, por un período de transición que no excederá cinco años, conducente a un acuerdo permanente basado en las resoluciones 242 y 338 del Consejo de Seguridad.
Se entiende que los acuerdos interinos son una parte integral de todo el proceso de paz y que las negociaciones sobre el status permanente conducirán a la implementación de las resoluciones 242 y 338.»

Yaser Arafat envió el 9 de setiembre de 1993 una carta al Primer Ministro de Israel, Itzjak Rabin, en la que , sin dejar lugar a dudas, declaraba que su Organización:

«Reconoce el derecho de Israel a existir en paz y seguridad.
Acepta las resoluciones 242 y 338 del Consejo de Seguridad.
La Organización por la Liberación de Palestina se compromete con el proceso de Paz en el Medio Oriente y por una pacífica resolución del conflicto entre las dos partes y declara que los asuntos en litigio relativos a los acuerdos definitivos sean resueltos a través de negociaciones.
Se compromete a asegurar la colaboración de todos los integrantes de la Organización, evitar toda infracción a los Acuerdos y el castigo a los responsables de las violaciones.
Confirma que los artículos de la Alianza Palestina que niegan el derecho a existir de Israel son incompatibles con los objetivos de esta carta y desde ahora quedan anulados y sin valor.»

En la época de los Acuerdos de Oslo la falta de confianza mutua entre israelíes y palestinos era enorme. Unos y otros llegaron a la mesa de negociaciones con grandes expectativas y esperanzas. Finalmente ninguno de los dos objetivos fueron resueltos positivamente.

Es precisamente en ese momento que Perednik, ante la disyuntiva de elegir entre la racionalidad dúctil y la racionalidad infalible, se rindió a esta última Arafat, Peres, Rabin y Clynton cayeron en la trampa perversamente tendida por Arafat y fueron presa del dulce encanto de la ductilidad. La gravedad del evento estuvo en que los dirigentes israelíes demostraron un «dogmatismo mondo y lirondo», según la definición perédnika, al creer que los Acuerdos o Arafat «hubieran representado un intento del mundo arabe de hacer la paz con Israel.» No es dificil discernir de sus palabras, que Perednik mismo, interpretó perfectamente como un «intento del mundo árabe» (y no algo absoluto) la firma de los Acuerdos. De no haberse apresurado indebidamente, la ductilidad lo podría haber conducido a extraer otras conclusiones. Como, por ejemplo, que:

«como en todo acuerdo político, hubieron en los Acuerdos de Oslo no pocos obstáculos y errores. Algunos señalarán entre ellos la indiferencia frente a la continua provocación de los palestinos y el continuo armamento de las organizaciones terroristas; otros recalcarán el ampliación de los asentamientos y su expansión a toda la Franja Occidental y Gaza; y los hay que verán en la imposibilidad de crear confianza entre los dos pueblos, la causa principal del fracaso de los Acuerdos».

Esto fue escrito por la actual Ministra de Educación, Yuri Tamir, en el año 2002. En estas pocas líneas tenemos un pequeño número de factores a tener en cuenta al enfocar este tema. Es un hecho que los Acuerdos de Oslo fracasaron. Lo que no es un hecho es que «Arafat aceptó los Acuerdos de Oslo como un nuevo instrumento para destruir Israel».

La racionalidad infalible conduce a nuestro autor a sacar conclusiones conflictivas. La infalibilidad ya había dado muestras de sus límitaciones en los regímenes tan repudiados por Perednik. Allí se hacían planes basados en datos prefabricados, falsos e inapelables, en una palabra: infalibles. De todos modos, no hay porque creer ciegamente en la inmutabilidad de la infalibildad. Ésta tambien puede convertirse y dejar de ser un elemento paralizante, cuando el objetivo a alcanzar justifique el cambio. El conflicto con los palestinos exige de todos los judíos, de todos los matices políticos, religiosos, étnicos, sociales, profesionales y todos los demás, un verdadero esfuerzo para que su visión del mismo sea global y no parcial.

Sabiendo ya que los Acuerdos pasaron a ser historia, ello nos permite, a quien quiera, verificar muchas de nuestras concepciones que creíamos infalibles. Puede ser que la redundancia ahuyente un poco, pero al final resulta benéfica. Al pasar el hecho histórico a ser parte de la narrativa de una nación, hay peligro, si se trata de una concepción libre de intenciones ajenas al suceso, de caer, aún decorosamente, en la esfera de lo legendario.

Quisiera enfocar las causas de este revés histórico trayendo a colación detalles no por todos conocidos y/o soslayados por otros.

Los acuerdos de Oslo fueron la expresión de un intento por salir del círculo de violencia en el que estaban sumidos los dos pueblos, a través de un compromiso formal que, hace falta recordarle a Perednik, fue firmado en Washington con el respaldo de los Estados Unidos y de la Federación Rusa. Nuestro autor puede banalizar la importancia de ese hecho, cosa que no influirá en las conclusiones a extraer de nuestro enfoque del tema.

Pasaré por alto la incorrecta afirmación de que en mi artículo escribí que «los Acuerdos de Oslo fueron recibidos con euforia por los israelíes». Lo que sí dije es que «en Israel también el apoyo fue mayoritario y hasta se podria decir que creó una especie de euforia. Quienes se opusieron fueron aquellos mismos que hoy, mas de doce años después, manifiestan su alegría ovacionando al asesino de Rabin en un repleto estadio de fútbol y profanando el homenaje a su memoria del día de su conmemoración. Esos sectores fueron parte integrante de los esfuerzos para sabotear los acuerdos, que de triunfar, hubieran hecho trizas sus aspiraciones expansionistas y coloniales…» Esto está muy lejos de necesitar la aclaración que Perednik me solicita.

Dos pueblos, en este caso el judío y el palestino, sumando en total más de 12.000.000 de seres humanos sufren hacen varias décadas una guerra que hasta ahora provocó miles de víctimas inocentes en aras, cada uno desde su punto de vista, de realizar el sueño del anhelado hogar nacional. Enfrentarse a tal bochornoso acontecer histórico con ligereza intelectual no es la mejor contribución que un pensador pueda hacer si de buscar solucionar al conficto se trata.

En los días de los Acuerdos de Oslo las pasiones exacerbadas por el incesante derramamiento de sangre no permitieron que aquel esbozo de un entendimiento proliferase y se convirtiera en la tan esperada vía de solución. Perednik no fue en su momento de los que se sumaron a esas esperanzas. Pero hubieron sí, otras voces. Epítetos al estilo de mesianismo, dogmatismo o autismo no ayudan a analizar causas y consecuencias de grandes o pequeños conflictos. En el artículo que fue motivo de mi crítica, Perednik nos dá, hay que reconocerlo, las pautas para utilizar un elememto racional sofisticado para proceder ecuánimemente. Por eso, ya desde el principio, desecharé la búsqueda de lo infalible, y la ductilidad me guiará para mejor desarrollar una crítica constructiva.

He citado la carta enviada por Arafat unos días antes de firmarse los Acuerdos. En la misma oportunidad Arafat escribió al Ministro de Relaciones Exteriores de Noruega que, en lo que se refería a los Acuerdos, «la OLP alienta y llama al pueblo palestino en la Franja occidental y en la Franja de Gaza a tomar parte en la senda que lleve a la normalización de la vida, rechazando la violencia y el terrorismo, contribuyendo a la paz y la estabilidad y participar activamente en dar forma a la reconstrucción, al desarrollo económico y la cooperación.»

En el otro margen de la mesa de negociaciones estaban ubicados Peres y Rabin. Estas fueron algunas de las frases con las que Itzjak Rabin se refirió a los Acuerdos:

«Nosotros confiamos y queremos abrir un nuevo capítulo en nuestro triste y compartido libro. Capítulo de reconocimiento mutuo, capítulo de buena vecindad, de respeto, de comprensión, de amistad. Nosotros esperamos el comienzo de una nueva historia en el Oriente Medio.»

La firma de los Acuerdos le permitió a Perednik, en aquellos momentos, poner en práctica su teoría sobre la dualidad racional. Lamentablemente prefirió desentenderse de «la realidad» pasándola por encima y aplicó la opción infalible de la misma. Parte importante del liderazgo internacional estaba embarcada formalmente en encaminar a estos dos atormentados pueblos a un posible entendimiento para poder llegar a la convivencia pacífica, pero nuestro autor decidió que no había lugar para ceder ni para creer que Peres, Rabin, Arafat, Clinton y el representante de la Federación rusa .podían modificar una situación tan complicada. Aquí no había lugar para la ductilidad. Y en lugar de sumar su aporte a esos empeños se aferró a su infalible afirmación de que «Arafat aceptó los Acuerdos de Oslo como un nuevo instrumento para destruir a Israel». El esfuerzo político de los firmantes de los Acuerdos sufrió una inesperada desersión. Frente a la pertinaz posición negativa de Perednik , he aquí una frase de Sari Nuseiba, destacada personalidad árabe, Presidente de la Universidad El-Kuds y encargado de la OLP para los asuntos de Jerusalen:

«La particularidad del proceso de Oslo reside exactamente en su capacidad para apartar el velo de ilusiones y enfrentarse con la problemática esencial, es decir el verdadero reconocimiento de un pueblo al otro pueblo.»

El fracaso del proceso de los Acuerdos de Oslo no puede, retrospectivamente, justificar el escepticismo paralizador que caracterizó a sus oponentes en los días de su comienzo. La serie de adjetivos con los que Perednik me engalana no menguan su responsabilidad respecto a la objetividad que le debe ser requerida al analizar hechos históricos. De todos modos, al citar al General del ejército israelí (en retiro) Dani Rostchild, Coordinador del Ejército de Israel en los Territorios Ocupados en los los años 91-95, Presidente del Consejo de la Paz y la Defensa, parte de las causas de ese fracaso serán más claras y, a pesar de colocarlo sin su conocimiento como compartiendo conmigo los apelativos ya nombrados, diré que acepto sus argumentos:

« Nosotros comparamos el estado de cosas de aquella época con el que existe hoy, y nos desentendemos de lo que sucedió en el trayecto. Si hubiésemos concretado lo que los Acuerdos de Oslo intentaron que cumpliésemos, nuestra situacion sería mucho mejor. No hicimos eso, y ahora apretamos el gatillo y lloramos, hemos destrozado los estructura del sistema gubernamental palestino y su posibilidad de imponer el orden y ahora lloramos que porque ellos no impiden el terror. Hay que recordar que después de los Acuerdos de Oslo la Autoridad Palestina actuó con toda su energía para impedir atentados. Esta actitud se interrumpió después que Israel no ofreció a los palestinos estímulos adecuados para continuar y destrozó los mecanismos de la Autoridad Palestina para hacerlo….»

«Si hubieramos preguntado antes de los Acuerdos a un simple palestino qué esperaba cumplir con el logro de la paz, habría respondido que querria levantarse a la mañana, abrir la ventana y no ver un soldado israelí, que querría mejorar su nivel de vida, que no querría tener ante sus ojos asentamientos en todos los lugares. La realidad demuestra que nada de eso ocurrió – sigue viendo soldados, barreras, estado de sitio y carencias.»

Luego de las palabras del General Rostchild agregaré las del Ministro de Información y Educación de la Autoridad Palestina Yaser Abu Rabu:

«El Acuerdo de Oslo no fue un error. Fue un Acuerdo que redactaron quienes compartían el sueño de la paz, socios en las aspiraciones de exhibir este sueño como un acuerdo pragmático. En caso de haberse concretado el acuerdo de buena fe, hubiéramos logrado ya ahora la ansiada meta: dos países, Palestina e Israel, viviendo uno al lado del otro en paz y seguridad. El error consistió en la forma con que implementaron estos Acuerdos los gobiernos de Israel, uno tras otro. Estos gobiernos, tanto del Partido Laborista como del Likud, tomaron a su cargo cumplir los Acuerdos pero este compromiso se vió influenciado por intereses políticos internos de corto plazo. Esos gobiernos continuaron con la creación de nuevos asentamientos y dejaron desvanecer más y más el compromiso del nuevo despliegue de las fuerzas israelíes aprovechando los aspectos ambiguos de los Acuerdos, que fueron redactados así para facilitar la concreción del histórico proceso de paz. Con cada nuevo asentamiento, con cada nuevo incumplimiento del plazo fijado para el despliegue de las fuerzas , se fue desgastando gradualmente la confianza de los palestinos en el proceso. El lugar de la esperanza y el sueño común a los redactores de los Acuerdos fue ocupado por las sospechas y las tácticas sin horizontes.»

Si alguien quisiera neutralizar todas estas citas no le será dificil encontrar a quién recurrir y escuchar argumentos que expresen un aspecto distinto y hasta contrario de lo dicho hasta ahora. Lo que no puede ni debe hacerse es crear una visión ficticia de aquella realidad que, por lo mutilada, al final resulte ser ni más ni menos que una manipulacion ideológica condenable. Perednik ha sido poco previsor y partió de la base de que dando por sabido que Arafat quería destruir a Israel, o que los Acuerdos eran ni más ni menos que mesianismo puro, fallaría la memoria de quienes tuvimos esperanzas que ellos podrían ser la tan ansiada ruptura del círculo sangriento. El aporte que Israel pudo, puede y debe hacer es digno de analizar. Nuestro autor hace uso un poco apresurado de la lógica al hablar de la absurdidad de las aspiraciones «expansionistas y colonialistas de Israel». ¿Con qué argumento intenta avalar su tesis? Israel es «un país que cabe quinientas veces en los territorios de sus enemigos». La extensión geográfica de Israel lo ubica, ciertamente, entre los países más pequeños, como Luxemburgo, por ejemplo. Ésta es una realidad. En cuanto a «las aspiraciones expansionistas y colonialistas de un país que cabe quinientas veces en los territorios de sus enemigos» la verdad es que el seguir manteniendo la ocupación de 7.099 km2 en la Cisjordania y Gaza y 1.200 km2 en las Colinas del Golán no habla mucho de la inverosimilitud de esas afirmaciones. Si por un lado Perednik no cree que haya algo de verdad en ellas, debería traer a colación pruebas contrarias a esas intenciones de fuentes oficiales israelíes que no sean declaraciones faltas de todo fundamento posible de verificar. La anexión subrepticia de extensiones de tierras palestinas a los territorios israelíes se consuma diariamente, con el asentimiento de los factores que podrían evitarla. Estados Unidos y la Comunidad Europea silencian su oposición a estos actos ilegales de Israel, lo que los hace cómplices vergonzantes de esta violación a las leyes internacionales, eternizando el conflicto.

La insistencia de Perednik en considerar a Israel como un país rodeado de países enemigos y hacer creer que esa es una definición certera tampoco resiste la verificación. Israel firmó acuerdos de paz con Egipto y Jordania y mantiene negociaciones con la Autoridad Palestina para llegar a un acuerdo igual con ellos. Con todos los otros vecinos no mantiene relaciones de amistad lo que no significa convertir a los involucrados en «enemigos», toda vez que no se encuentren unos frente a otros en el campo de batalla. Hace ya mucho tiempo que Siria intenta negociar con Israel la devolución de su territorio a cambio de la normalización de la relaciones, cosa que Israel consecuentemente rechaza.

Hay algo también preocupante en el uso de la aritmética por parte de Perednik. El hecho de que en el haber de Israel el balance de víctimas árabes esté cuatro veces a su favor no lo conmueve como para pensar en que esas víctimas podrían haber sido evitadas si tanto él como todos los que sufren esas pérdidas, tanto judíos como árabes, tuvieran la requerida valentía de proveer la solución del problema. Ese cálculo lo induce a buscar una salida sofisticada pero muy sospechosa al insinuar que la cantidad no siempre se transforma en calidad. Niega, por cierto que con razón, que los dos millones de alemanes muertos, no por ser tantos, liberaron a la alemania nazi de la terrible responsabilidad histórica por las matanzas en la Segunda Guerra mundial. Quisiera agregar, casi como un aporte a su afición a los números, que además de los 1700 civiles nortamericanos (y no 10.000 como cita) y los 67.000 británicos civiles, murieron bajo la bota nazi, 11.800.000 civiles soviéticos No fue mi intención decir que la cantidad de árabes muertos los convertían en víctimas de un nivel cualitativamante cuatro veces superior a las judías. Lo único que quise dar a conocer es que del otro lado del enfrentamiento, cuatro veces más madres árabes se sumaban a las madres judias para llorar a sus muertos en una cruel batalla a la que se trata obstinadamente, en considerar inevitable.

El fin de esta tragedia humana no está precisamente en buscar lo que Perednik denomina como la «fuente de la agresión». Ya hemos visto que personalidades de los dos extremos de la ecuación habían puesto todo su entusiasmo para sumar conjuntamente todas sus fuerzas para solucionar el problema. Ni siquiera él cree que ahí está la solución. En efecto. Se busca lo oculto, lo encubierto. Que se encarguen otros en buscar los orígenes del conflicto. Perednik ya lo sabe: «En esa guerra [la Segunda Guerra Mundial, P. P.] como en la que libra Israel, (la fuente de) la agresión está de un lado».

Tratar de llegar a esa solución bajo la pantalla de la lucha entre el «islamismo» y el «judaísmo» adjetivando personas y pensamientos en lugar de refutarlos o suplantarlos por otros de más relevancia, no es la mejor contribución.

 

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