Nódulo materialistaSeparata de la revista El Catoblepas • ISSN 1579-3974
publicada por Nódulo Materialista • nodulo.org


 

El Catoblepas, número 76, junio 2008
  El Catoblepasnúmero 76 • junio 2008 • página 4
Los días terrenales

El tiempo mexicano de Max Aub

Ismael Carvallo Robledo

Sobre la afortunada edición de la obra periodística mexicana del escritor español Max Aub: Los tiempos mexicanos de Max Aub. Legado periodístico 1943-1972, Fondo de Cultura Económica, Fundación Max Aub, 2007, 922 páginas

Los tiempos mexicanos de Max Aub. Legado periodístico 1943-1972

Umbral

«—No he viajado tanto como tú, claro; pero he hecho mis pinitos, como sabes, conozco París y Roma. ¿Y qué? Sí, hermosas ciudades pero ni Madrid ni Barcelona tienen por qué palidecer de envidia. Por algo viene tanta gente. ¿Por lo barato? Algo sería algo. Pero no es sólo por eso. Comen bien. Lo que te demostraría, si no fueses sectario, que aquí no sólo los turistas sacian el hambre. ¿Qué no hay libertad? Es un decir. ¿Qué hicisteis con ella? ¿Crees que nos hace mucha falta? Si fuese así se sabría, tío, se sabría. Hay huelgas y las ganan los obreros por lo menos en la misma proporción que en cualquier otro país. ¿Qué no hay libertad de prensa? Dejando aparte pocos periódicos, consuetudinarios infamadores de España, aquí puedes comprar lo que quieras. Sucede que, en general, a la gente le tienen sin cuidado. ¿Qué se lee poco? ¿Cuándo se ha leído mucho en España? Y aun te aseguraría que nunca se ha leído tanto. ¿O crees que porque no leen tus libros son ignorantes? Sabes, tan bien como yo, que si tuviesen interés, hoy –no digo hace diez años– pueden encontrarlos. Lo que sucede es que no les importa. Y eso es lo que te duele. Pero es la verdad. Ni tus libros ni los de otros de tu época. Leen a Cela más que a Galdós o a Quevedo. Es absolutamente normal. Siempre ha sido así, aquí y en todas partes. ¿O es que en México leen novelas del siglo XIX y no las publicadas ahora? Sería demasiado buen negocio para los editores. ¿O crees que no leen a Larra porque no se encuentra? No interesa, ni Ganivet, ni Unamuno, ni Ortega. Hablas de una España que fue; con todo y tu menosprecio injusto, prefieren a Marías o a Laín. No por nada: son de hoy y de aquí. ¿La guerra? Es vieja y, además, ¿para qué acordarse? ¿Qué bien nos iba a proporcionar, sean las que sean las ideas de unos y otros? No. Dime, tío, ¿qué íbamos a sacar de eso? Nada. La gente no es tonta. Va a lo que le interesa, desde cualquier punto de vista. ¿O se vivía mejor en España cuando tenías mi edad? Tú, sí; pero no por España sino porque tenías los años que tengo. Lo que sucede es que aquí estás buscando lo que no hallarás nunca. Ni tú ni nadie.» Max Aub, La gallina ciega. Diario español, Joaquín Mortiz, México 1971.

«—Y con eso os contentáis. Pero, ¡vamos a ver!, supón tú que triunfáis, que el poder es vuestro: ¿cómo hacéis desaparecer el Estado? ¿Con qué? Tenéis que aplastar a vuestros adversarios. Para eso hace falta un aparato, un aparato dictatorial, tires por donde tires. O se os meterán en casa. Porque ¡lo que es acabar individualmente con los enemigos…! ¡Suponte a dónde os llevaría eso! ¿Crees que es ésa la solución? ¿Tienes derecho a matar a todo el que te dé asco? Siempre se es el traidor de alguien.» Campo cerrado (1944), Tomo 1 de El laberinto mágico de Max Aub.

«¡Qué daño no me ha hecho, en nuestro mundo cerrado, el no ser de ninguna parte!» Max Aub, agosto de 1945, Diarios (1939-1972), Alba Editorial, Barcelona 1998.

Max Aub en su tiempo mexicano
Max Aub en su tiempo mexicano

Noticia

I

Con verdadero deleite reviso las páginas de la hermosa edición de tapa dura con la que el Fondo de Cultura Económica (desde su sede en Madrid, España) y la Fundación Max Aub (con sede en Segorbe, Valencia, España) ofrecen a los lectores mexicanos, desde hace aproximadamente un mes, la compilación hasta ahora más exhaustiva que de la obra periodística del escritor español que radicó y falleció en México, Max Aub, se tiene noticia.

El cuidadoso trabajo de recopilación y edición estuvo a cargo de la mexicana Eugenia Meyer, historiadora de amplia trayectoria (compiló también la obra del fundamental Luis Cabrera para la edición especial de la Universidad Nacional Autónoma de México) que, a su vez, ofrece en la antesala del compendio un conciso estudio preliminar en el que da señal y contexto del paso de Aub por tierras mexicanas.

El resultado del trabajo de Meyer, que abarca lo producido por Aub en su período mexicano de 1943 a 1972 (año en que muere), ha quedado recogido en las 922 páginas de que consta esta co-edición impresa en España en 2007. El total de artículos compilados es de 321; con este material, Max Aub colaboró en seis periódicos nacionales (generalmente en las correspondientes secciones o suplementos «culturales»): El Nacional, Novedades, Excélsior, Ovaciones, El Universal, y uno local (en el Distrito Federal): Últimas Noticias, segunda edición de Excélsior. Además, colaboró en la siguiente serie de revistas de carácter literario y «cultural»: Todo, El Hijo Pródigo, Letras de México, Prometeus, Diógenes «Moral y Luz», Universidad Nacional de México, Siempre! (suplemento La Cultura en México), Gaceta del Fondo de Cultura Económica, Cuadernos Americanos, La Palabra y el Hombre, Los Sesenta, El Correo de Euclides, Revista Mexicana de Literatura, Revista de Bellas Artes y Diálogos. Al tiempo de utilizar su firma original, Aub se sirvió también de tres seudónimos: El Avisador, El Criticón y El Escolástico.

Se trata de una escritura nutrida y equilibrada, tributaria de un canon estético que se destaca por una particular forma española de sobriedad y franqueza que, nos parece, participa en sus rasgos esenciales de la tradición estoica (el sabio estoico es aquél que se conduce con arreglo a tres atributos medulares, a saber: imperturbabilidad del alma, intereses universales y ausencia total de vanidad).

Y es que, precisamente, insertada en una órbita de universales intereses, su prosa quedó plasmada fundamentalmente en obra dramática, en novela y en ensayo; estamos ante un corpus literario que, haciendo síntesis de contenido y forma, podría sortear con solvencia y notables resultados un dictamen crítico como el que podría hacérsele siguiendo los tres criterios con los que Harold Bloom{1} ha señalado a los ensayos dotados de sabiduría universal y que son estos: esplendor estético, fuerza intelectual y, en efecto, sabiduría.

II

Max Aub Mohrenwitz nació en París un 2 de junio de 1903 y murió, en Ciudad de México, un 22 de julio de 1972. En su figura se resume el peculiar derrotero del exiliado español de la guerra civil que encontró en tierra americana acogida cálida y fecunda, y que, como habría de suceder con un José Gaos, un Wenceslao Roces, un José Moreno Villa, un Tomás Segovia o un Adolfo Sánchez Vázquez, terminó por convertirse en pilar de la vida cultural e intelectual del país de recepción.

Entre sus amistades más emblemáticas destaca la que fraguó con André Malraux (Paris, 3 de noviembre de 1901, Créteil, 23 de noviembre de 1976), escritor y personaje sui generis de la primera mitad del siglo XX europeo, y con quien colaboró en el rodaje de la película Sierra de Teruel, adaptación cinematográfica de la novela del primero, La esperanza, durante 1938.

En México se conoce de Aub, sobre todo, el cuadro narrativo con el que ofrece a la literatura hispanoamericana y universal su interpretación de la guerra civil española, y que, bajo el título general de El laberinto mágico, está conformada por seis novelas: Campo cerrado (1944), Campo abierto (1951), Campo de sangre (1945), Campo francés (1945), Campo del moro (1963) y Campo de los almendros (1968). Por cuanto a España, está organizada la Fundación Max Aub, con sede en Segorbe, Valencia (www.maxaub.org).

Habiendo radicado en París hasta 1914, Aub, hombre de letras consumado, pasó sus años posteriores entre Valencia, Barcelona, París y Madrid hasta que, de manera definitiva, en 1939 tuvo que dejar España saliendo de ella con dirección a París.

En 1940, en medio de la guerra, fue detenido e internado, primero, en el Campo de Roland Garros, desde donde posteriormente fue transferido al Campo de internamiento de Vernet. Poco después era desterrado a Marsella.

Para el 41 era detenido nuevamente, acusado siempre de comunista, y se le deportaba al Campo de Djelfa, en Argelia. Campo que, en mayo del siguiente año, logra abandonar para dirigirse luego a Casablanca, donde, en septiembre, se embarca con su destino final en el puerto de Veracruz, México. Aquí habría de naturalizarse mexicano, y aquí habría también de morir. Sólo volvería a España hasta 1969 para corroborar verdades que lo acercaron a un desencanto sombrío del que dejó noticia en su «diario español» La gallina ciega, editado en México por Joaquín Mortiz en 1971.

De esa singladura, tan propia de aquellos años, escribe en su diario, el 1 de enero de 1945, lo que sigue:

«Las vueltas que da el mundo:
I. Port Bou –febrero 39
II. Argelès
III. París. La división Jare-Negrín
IV. El pacto germano-soviético
V. Las detenciones. La prefectura
VI. Roland Garros
VII. El viaje. Vernet
VIII. Marsella. La cárcel
IX. Viaje, Argel, viaje
X. Djelfa
XI. Uxda
XII. Casablanca
XIII. El embarque. Bermudas. Veracruz.»{2}

En México, como ya hemos dicho, fue Aub hombre de fecunda productividad literaria, ensayística e intelectual; Eugenia Meyer da cuenta de ello en los siguientes términos:

«Página tras página construyó un diálogo permanente con Víctor Hugo, Benito Pérez Galdós, Miguel de Unamuno, Jean Paul Sartre, Guy de Maupassant, Émile Zola, John Dos Passos, John Steinbeck y William Faulkner, quienes llegaron a resultarle tan entrañables como Federico García Lorca, Miguel Hernández, Jorge Guillén, Rafael Alberti o Luis Cernuda. […] En la última década de su vida sumó a su diario quehacer como literato el de director de Radio UNAM. Y ahí también dio rienda suelta a su inventiva, creando importantes series radiofónicas como «Teatro de nuestro tiempo», que logró llegar a un total de 61 programas, y la colección «Voz viva de México», misma que recuperaba las obras y los testimonios de autores connotados en su propia voz. Siempre se le vio rodeado de jóvenes que se beneficiaron de su enorme sabiduría y generosidad. Igualmente, se tratara de autores consagrados o de escritores de novelas, todos recibían por igual sus bondades ilimitadas y compartieron con el maestro las tertulias legendarias que tenían lugar en Euclides 5, tercer piso.
En ese sitio con frecuencia se daban cita personajes de la talla de Alfonso Reyes, Rodolfo Usigli y Agustín Yánez, o bien los intelectuales más distinguidos del exilio español que empezaban a destacar en el medio cultural mexicano: Bernardo Giner de los Ríos, Pablo de Tremoya, León Felipe, Emilio Prados, Luis Cernuda y José Gaos. Paulatinamente se incorporaron en estas veladas memorables los integrantes de una nueva generación de literatos mexicanos, como Jaime García Terrés y Manuel Durán.»{3}

En esta tan decantada y asentada vida mexicana estaba llamada a darse la convicción con la que Max Aub terminaría de definir sus coordenadas históricas y biográficas. En la entrada del 12 de enero de 1967, consignaba en su diario las conclusiones a las que había llegado tras haber realizado un viaje a Israel a la búsqueda de un supuesto ascendente judío que, aún pesando como pesaba en su apellido, terminó a la postre reducido a eso, a un puro apellido. Sus verdaderas claves biográficas se dibujaron, como en realidad sucede con todo individuo que deviene persona o ciudadano, a escala política; escala en donde estaban recortadas naciones políticas como España, México o Francia, y en cuyo derrotero histórico y en cuya dialéctica política se acuña la vida real y objetiva, el verdadero drama –que es el drama político– de los hombres (recordamos aquí la genial idea de Francois Chatelet para quien «el hombre se hace historiador porque deviene ciudadano; el relato histórico expresa el esfuerzo de los individuos y grupos por pensar y dominar la tragedia de la ciudad»{4}):

«Creí que tenía algo de judío no por la sangre (que, pobrecita, ¿qué sabe de eso?) sino por la religión de mis antepasados –mis padres no la tuvieron– y vine aquí con la idea de que iba a resentir algo, no sé qué, que me iba a enfrentar conmigo mismo. Y no hubo nada. Nada tengo que ver con estas gentes que no sea lo mismo que con los demás, como nada tengo que ver con los alemanes, ni con los polacos, ni con los japoneses, ni con los argentinos. Mis ligazones son con los mexicanos, los españoles, los franceses y algo, tal vez, con los ingleses. Tal vez más con los españoles, pero sólo, quizá, con los de mi tiempo.
No, no tengo nada de judío.»{5}

III

En resolución, recibimos con beneplácito y aplaudimos la formidable edición, que tenemos a la vista, de Los tiempos mexicanos de Max Aub. Legado periodístico 1943-1972, un Teatro Crítico aubiano co-editado en 2007 por el Fondo de Cultura Económica de España y la Fundación Max Aub de España. Se trata de un espléndido trabajo de compilación y producción editorial en el que los lectores hispanoamericanos podrán encontrar el testimonio intelectual y crítico de un hombre sin duda singular, y que fue más conocido fuera de España que dentro de ella. Tenemos particular interés en llamar la atención, sobre todo, de los lectores de las nuevas generaciones a las que un nombre como el de Aub es de todo punto desconocido (aunque, para decirlo todo, en su propio tiempo –en 1951– habría escrito Aub también con amargura: «me roe como nunca la falta de público: al fin y al cabo, mi fracaso»).

Los artículos están ordenados por la editora e investigadora en dos grandes bloques: 1943-1949 y 1951-1972. En una revisión preliminar, advertimos el privilegio que Aub otorgó siempre a la crítica teatral, aunque vemos también que por estas 922 páginas pasó revista a escritores mexicanos y españoles, a Cantinflas, a José Revueltas, a Rodolfo Usigli, a André Malraux, a Pío Baroja, a Pérez Galdós, a Salvador Novo, a Tirso de Molina, a la Academia de Danza Mexicana, al teatro en París, a Franz Kafka, a Pirandello, a Jean-Paul Sartre, a Juan Montalvo, a Andrés Bello, a Jaime Torres Bodet, a Rilke, a Heine, a Giordano Bruno, a Cocteau, a la nueva poesía española, a Polonia (su universidad, sus teatros, sus ediciones, su música), a Picasso, a Mallarmé, a Emilio Rabasa, a Antonio Machado, a Jorge Guillén, a la izquierda, al fascismo, a Hemingway, a Octavio Paz, a Pedro Garfias, a León Felipe, a Enrique González Martínez y a Alfonso Reyes.

Pero también encontraremos en este Teatro Crítico contemporáneo de ese exiliado español naturalizado mexicano al que –con estas líneas– rendimos humilde pero sentido homenaje, ensayos de carácter filosófico en el que Aub abordaba, en forma de «elogio», ideas, entre otras, como las de la madurez, la candidez, la hipocresía, la burocracia, las convenciones, la lealtad, la censura, la amistad, la mesura, la fealdad, el impudor, el amor, el teatro, el cine, la dificultad, la frivolidad, el buen comer, la juventud y la propia idea de elogio.

Todo esto escrito con brevedad, sobriedad y, en definitiva, con generosidad hacia lectores que no necesariamente eran iniciados ni en literatura, ni en historia, ni en filosofía. Aub detestó siempre la petulancia del intelectual o del especialista, tan común, por lo demás, hoy en día.

Nunca podremos saber la recepción que en su tiempo tuvo este trabajo para todos aquellos que, a través de diarios y revistas, sólo con su lectura se quedaron. Dediquémonos, entonces, por lo menos, a apreciar el testimonio histórico que en la forma de reliquias y relatos{6} llega hoy, con esta edición, hasta nuestras manos.

Max Aub y André Malraux durante la filmación de Sierra de Teruel 1938
Max Aub y André Malraux durante la filmación de Sierra de Teruel, 1938

Fragmento de la Guía de narradores de la revolución mexicana,
de Max Aub (primera edición de 1969; extracto de la edición de 1985,
Lecturas Mexicanas SEP-FCE, págs. 7-15)

La originalidad de la Revolución Mexicana se debe a que no fue precedida de una verdadera teoría política. Evidentemente se encuentran en los hermanos Flores Magón algunos gérmenes de tipo teórico, pero su declarado anarquismo es contemporáneo o posterior a la gesta de Madero. Antes, en su lucha abierta contra la tiranía porfirista, no pasan de explayar sus buenas intenciones, su afán de justicia, su defensa de los pobres, su deseo de libertad. Las huelgas de Cananea y de Río Blanco son manifestaciones normales de la formación del proletariado y las revueltas campesinas fueron fácil y duramente reprimidas por el régimen imperante.

No que faltaran, naturalmente, antecedentes en pro de una justicia social desde la Independencia: en los textos de Morelos están ya expuestos claramente. De hecho la Revolución se vino sola por desgaste del régimen de Porfirio Díaz. Madero pudo contar, por lo menos, con la neutralidad de los Estados Unidos que luego, por medio de su embajador, ayudó a derrocarlo. En realidad, fue la traición del general Huerta la que «alevantó» al pueblo mexicano dándole una razón precisa para lanzarse en busca de una justicia y de una libertad de las que nunca había gozado. A pesar de todos los «planes», el único que señalaba directivas específicas desde el ángulo social fue el firmado por Zapata.

La Revolución Mexicana fue un auténtico alzamiento popular en busca de una vida mejor sin que supieran exactamente en qué consistía ni con qué medios alcanzarla. La lucha entre los caudillos no fue como en la Francesa y en la Rusa por heterodoxias surgidas de una misma base, sino por oposición entre facciones y más por razones personales que por divergencias ideológicas; aunque pronto se enfrentaron dos conceptos dispares –dejando aparte los que querían una vuelta al pasado-: la que representaron Madero y Carranza, formados en el porfirismo, y la que encarnaron Zapata, Villa, Obregón, Calles y Cárdenas, todos ellos de extracción modesta y, a las postre, vencedores. La revuelta Cristera fue de otro orden. Aunque las fechas son conocidas, las doy como telón de fondo de la narración de los hechos:

1890. Formación de clubes antirreeleccionistas y del «grupo científico» que une a los más de los ministros de Porfirio Díaz.

1892. Primer encarcelamiento de Ricardo Flores Magón. Represión de la sublevación de los indios yaquis.

1893. Clausura del periódico El Demócrata.

1900. Aparece Regeneración, de los Flores Magón.

1901. Congreso Liberal, en San Luis Potosí.

1903. Renuevo del antirreeleccionismo. Fundación en México del «Club Liberal Ponciano Arriaga». Camilo Arriaga, Antonio Díaz Soto y Gama, Ricardo Flores Magón, creyéndose y diciéndose liberales, llevan en sí una formación anarquista. Publicación y desaparición violenta de El hijo del Ahuizote.

1904. Reaparición de Regeneración en San Antonio, Texas, y luego en San Luis Missouri.

1906. Primera intentona revolucionaria. Huelga de Cananea. Programa y manifiesto del Partido Liberal Mexicano. Rafael de Zayas Enríquez expone con bastante claridad al general Díaz la situación: «No hay que equivocarse; el movimiento actual no es aislado ni está circunscrito a la clase obrera. Por el contrario, está muy generalizado y en él toman participación, ya directa ya indirecta, individuos de todas las clases sociales: de las ricas en una proporción mínima, de la burguesía en proporción mayor; de las bajas en cantidad creciente, arrastrados por las otras dos.
«Los primeros por ambición, los segundos por necesidad y para satisfacer anhelos, y los últimos acosados por la miseria y porque siempre y en todas partes son propensos a la sedición.
«Con verdadera habilidad se ha dado a este movimiento carácter de socialismo; pero la verdad es que, si por su parte social ataca al industrialismo (no al capitalismo, hay que tenerlo en cuenta), por su parte política ataca al Gobierno. Para convencerse de esto último basta ver la actitud de la prensa de oposición, cómo ha venido preparando y sosteniendo la acción, y cómo mezcla a las quejas del obrero las quejas de todo el pueblo, recogiendo cuidadosa y propalando mañosamente cuanta noticia, verdadera o falsa, pueda traer descrédito sobre los hombres públicos de cualquier categoría.» Todo el resto del informe tiene la misma claridad y certeza. Posiblemente por eso mismo el general Díaz no le hizo el menor caso. (Florencio Barrera Fuentes. Historia de la Revolución Mexicana, T. I. pp. 195-6).

1907. Represión sangrienta de la huelga de Río Blanco.

1908. Segunda intentona revolucionaria. Prisiones y represión generalizada. Rebeliones y levantamientos en diversos puntos del país. Madero publica La sucesión presidencial.

1909. Campaña política por la No Reelección.

1910. Levantamiento en Yucatán. La revolución maderista.

1911. Zapata da a conocer el Plan de Ayala. Los Flores Magón invaden Baja California. Madero presidente. Prisión al general Reyes.

1912. Sublevación de Pascual Orozco y de Félix Díaz.

1913. La decena trágica. Asesinato de Madero y Pino Suárez. Huerta, presidente. Carranza se levanta en armas.

1914. Desembarco norteamericano en Veracruz, huida de Huerta. Desconocimiento por Villa de Carranza, presidente. La Convención de Aguascalientes desconoce a Carranza y nombra presidente a Eulalio Gutiérrez. Carranza, en Veracruz.

1915. Sucesión de presidentes. El general Obregón, a las órdenes de Carranza, derrota a Villa.

1916. Convocatoria para el Congreso Constituyente que se inaugura en Querétaro el 1 de diciembre.

1917. Proclamación de la Constitución. Carranza, presidente constitucional.

1918. Sublevación de Zapata, Villa y Félix Díaz.

1919. Asesinato de Zapata, fusilamiento de Felipe Ángeles. Álvaro Obregón, candidato a la presidencia.

1920. Bonillas, candidato de Carranza a la presidencia. Plan de Agua Prieta desconociendo a Carranza, según instrucciones de Adolfo de la Huerta. Asesinato de Carranza. De la Huerta, presidente provisional. Rendición de Villa. Deportación de Félix Díaz. Obregón, presidente constitucional.

1921. Creación del Ministerio de Educación: Vasconcelos, ministro.

1922. Sublevaciones y fusilamientos de los generales Murguía y Blanco.

1923. Dificultades entre el Estado y la Iglesia. Asesinado de Villa. Reanudación de las relaciones diplomáticas entre México y los Estados Unidos.

1924. Asesinato de Carrillo Puerto. Derrota de la rebelión delahuertista. Calles, presidente.

1925. Se establece la Iglesia Apostólica Mexicana.

1926. Se suprimen las concesiones petroleras de las zonas federales. Sublevación cristera. Aprobación de la No Reelección.

1927. Asesinatos de Serrano y Gómez, candidatos a la presidencia.

1928. Álvaro Obregón, presidente electo, asesinado. Emilio Portes Gil, presidente provisional. Vasconcelos, candidato.

1929. Pascual Ortiz Rubio, candidato del PNR de reciente formación. Rebelión escobarista. Fin de la guerra cristera. Ortiz Rubio gana oficialmente las elecciones.

1930. Ortiz Rubio, presidente.

1932. Abelardo Rodríguez, presidente.

1934. Lázaro Cárdenas, presidente.

1936. Calles, deportado.

1938. Expropiación petrolera.

1939. Manuel Ávila Camacho y Juan Andrew Almazán, candidatos a la presidencia. Llegada de numerosos intelectuales exiliados españoles. Manuel Ávila Camacho, presidente.

La sucesión de caudillos dio al país su aspecto histórico único, ya que la vida parlamentaria que, teóricamente, parecía el cauce normal de la Revolución vino muy a menos desde los primos tiempos de Carranza.

La traición de Huerta no fue más que eso: traición, un quítate tú para que me ponga yo, ya que Madero no había llevado a cabo ninguna auténtica revolución. Zapata queda aparte; no tenía por qué traicionar a nadie: lo mismo que estuvo contra Huerta, estuvo antes contra Madero. Villa es otra cosa: ante todo una formidable personalidad que lo lleva adelante, hasta la derrota y la muerte.

El interés personal de los jefes priva sobre el ideológico, por la sencilla razón, como hemos visto, de que éste no tenía formulación teórica. La gente se sacrificó por acabar con un régimen injusto con una utopía por meta.

La Revolución Mexicana, con Madero, ignora la razón profunda de su destino: el de la resolución del problema agrario. Lo intuyen muchos, lo sabe Zapata; existen antecedentes, pero sólo más tarde Obregón inicia auténticamente la política agraria aún circunscribiéndose a la dotación de ejidos a los pueblos por una parte y, por otra, en 1920, promulgando la «ley federal de tierras ociosas» y, en 1923, la «ley de tierras libres», para los mexicanos mayores de 18 años.

En 1927 se suprimió el requisito de «categoría política» ampliándose el concepto de núcleo de población con derecho a ejidos. Después, se aumentó la parcela ejidal atendiendo a necesidades inviolables. La administración del general Cárdenas aceleró el proceso de entrega de la tierra a los campesinos, el ejido colectivo. Los siguientes regímenes, hasta el del licenciado López Mateos, moderaron la entrega de tierras que, con el actual régimen, volvió a tomar impulso.

Como resultado de la Reforma Agraria se eliminó en parte la concentración territorial de la época porfiriana con su secuela de servidumbre.

Evidentemente, con la industrialización del país, se han vuelto a formar nuevos latifundios, pero no tienen ni pueden tener la importancia de los que destruyó la Revolución y aunque la condición campesina no ha mejorado extraordinariamente, la industrialización ha resuelto, en parte, el fermento revolucionario que la posesión de la tierra representaba en México. Mucho queda por hacer, pero el camino está trazado.

Dos fechas, dos libros filosóficos o de sociología, pueden encuadrar lo que se entiende por narrativa de la Revolución Mexicana: La evolución del pueblo mexicano, de Justo Sierra, y El perfil del hombre y la cultura en México, de Samuel Ramos. Entre ambos discurre el correr bronco de la Revolución.

Desde el punto de vista filosófico, hasta la aparición de los elementos formativos de la generación del Ateneo, reina sin mayor discusión el positivismo, defendido y propagado por Gabino Barreda. La corriente irracionalista, que le sucede en Europa a fines de siglo y principios de éste, halla ya en el Ateneo, y en seguimiento de Antonio Caso, defensores de este nuevo concepto del mundo, que no influye pero no obstruye el curso de la Revolución; aunque las primeras ideas de los Flores Magón, por ejemplo, deben más a Max Nordau o a Bakunin. Sin embargo, ningún caudillo de la Revolución –Madero, tal vez, aparte– dejó jamás de suponer la existencia de un discurso racional de la vida, pero se dejaron llevar, muchas veces, por impulsos que poco tenían que ver con la razón.

Era evidente que una Revolución de este tipo había de tener como uno de sus fines más inmediatos la educación de las masas. Por eso surgió Vasconcelos.

Adolfo Sánchez Vázquez y Max Aub en encuentro de exiliados españoles, México 1968
Adolfo Sánchez Vázquez y Max Aub en encuentro
de exiliados españoles, México 1968

Notas

{1} Véanse, por ejemplo, de Harold Bloom, El canon occidental, primera edición en Anagrama, de Barcelona, de 1995 (cuarta edición en la colección «Compactos» de 2005), y ¿Dónde se encuentra la sabiduría?, Punto de Lectura, Madrid 2005.

{2} Max Aub, Diarios (1939-1972), Alba Editorial, Barcelona 1998, pág. 121.

{3} Eugenia Meyer, «Escribir lo que uno imagina», estudio introductorio a su trabajo de compilación y edición de Los tiempos mexicanos de Max Aub. Legado periodístico 1943-1972, Fondo de Cultura Económica-Fundación Max Aub, Madrid 2007, p. 15.

{4} Este es uno de los núcleos problemáticos que presiden el trabajo clásico de Chatelet: El nacimiento de la historia. La formación del pensamiento historiador en Grecia; tenemos a la vista la sexta edición que Siglo XXI de México imprimió en 2008.

{5} Max Aub, Diarios, pág. 387.

{6} El material de la historia no es el pasado, son las reliquias y los relatos que en el presente quedan.

 

El Catoblepas
© 2008 nodulo.org