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El Catoblepas, número 82, diciembre 2008
  El Catoblepasnúmero 82 • diciembre 2008 • página 17
Libros

Del dualismo maniqueo al Juez Garzón,
pasando por Jesucristo

José Manuel Rodríguez Pardo

Sobre el último libro de Gustavo Bueno,
El mito de la derecha, Temas de Hoy, Madrid 2008

Gustavo Bueno, El mito de la Derecha, Temas de Hoy, Madrid 2008, 319 páginasGustavo Bueno ha publicado finalmente el libro que, en su irracional rabieta, muchos solicitaron nada más ver la luz en el año 2003 El mito de la izquierda, El mito de la derecha. Si El mito de la izquierda irritó a numerosas personalidades académicas o militantes, fue sin duda por poner de relieve el universo maniqueo y dualista en el que muchos militantes «de izquierdas de toda la vida» se mueven aún. Semejantes militantes seguían la famosa fórmula «Quien no está conmigo está contra mí», que tanto citaron a propósito de Jorge Bush II durante la Guerra de Iraq, y que sin embargo era su auténtico lema, proyectado maliciosamente sobre quien habían declarado, por ser «de derechas», su enemigo mortal.

Pero la Derecha, al igual que la izquierda, no acepta formatos sustancialistas. Es, como ya se decía en el libro de 2003, una sola estructura, pero reiterada en distintas modulaciones, no ya corrientes como en el caso de las ideas de izquierda. Al igual que la izquierda, género plotiniano, como la raza de los heráclidas, que son un género no por tener un carácter común, sino por provenir del mismo tronco. Pero en este caso no hay un género generador, sino que el tronco común es el Antiguo Régimen y su reacción frente a la izquierda revolucionaria iniciada en la Revolución Francesa de 1789:

«La idea objetiva de Derecha, que establecemos en el presente libro, es una idea que pretende ser definida como género plotiniano (por tanto, como una idea histórica), que dice referencia esencial al Antiguo Régimen, en cuanto éste resultó ser atacado por las izquierdas revolucionarias. Es una idea que se nos presenta en principio como una idea positiva, y más simple que la idea general de Izquierda, cuya unidad comienza siendo negativa (del Antiguo Régimen) y por tanto amorfa, como lo es el concepto de in-vertebrado en la taxonomía dicotómica porfiriana-linneana, que toma como positivo al término vertebrado. Precisamente por su carácter negativo, la unidad de la izquierda no puede sustantivarse sobre base positiva alguna; en cambio, la idea de derecha puede acogerse en su definición a la positividad misma del Antiguo Régimen.» (pág. 20)

Constatada la confusión de la izquierda con el progreso en el anterior libro, algo que aquí se desmiente como resultado del descubrimiento de América, cuando los cronistas constataron que los conquistadores Cortés o Bernal Díaz del Castillo habían llegado más lejos que los antiguos (págs. 26-27), el embrollo de la derecha no parece menor: los liberales son considerados de derecha por algunas corrientes de izquierda, pese a que los liberales exaltados entrarían dentro de lo que se conoce en España como «republicanismo» o España sin rey. Pero Ortega declaró que Delenda est monarchia en la Segunda República y desde el marxismo sería, por su seguidismo posterior a la guerra civil del franquismo, un burgués de derecha.

La derecha, al igual que la izquierda, ha de medirse desde un centro para evitar el dualismo maniqueo, es decir, tomar referencias concretas desde las que hablar de posiciones a la izquierda o a la derecha del espectro político. «Si hay dos Españas, es porque hay una tercera o una cuarta; y ésta o éstas no son ni izquierda ni derecha. Son de algo que llamamos, de un modo oscuro y confuso, centro» (pág. 175). «En cualquier caso, parece evidente que el centro absoluto ya no podrá ser llamado centro derecha o centro izquierda. En cuanto al centro derecha (como partido de derechas, desde luego), habrá que distinguir los dos casos: el del centro derecha intermedio (un centro derecha flanqueado por otros dos partidos de la derecha) y entre el punto +1, el más próximo al centro absoluto 0. A un punto +1, por encontrarse a la izquierda de todos los demás puntos de la derecha, habría que denominarlo extrema izquierda de la derecha. ¿Quién puede citar un embrollo mayor? Pero en ese embrollo están envueltos los partidos políticos que, como se dice, se encuentran «viajando eternamente hacia el centro». Como no podría ser de otro modo, dado que un centro sólo tiene sentido en función de los extremos fijados previamente; pero estos extremos pueden ir cambiando, como si fueran parámetros». (pág. 48).

Y ahí está la clave: que la distinción derecha/izquierda sólo puede tener sentido dados unos parámetros previos, como ya se señaló en El mito de la izquierda. Carece de sentido definir la izquierda por los partidarios del aborto, «un despilfarro fisiológico y económico que habría que cargar a la cuenta de la mujer que, por torpeza o negligencia, no ha sabido evitar la concepción» (pág. 115), frente a quienes no lo son; o definir la izquierda respecto a quienes son partidarios de la eutanasia del Doctor Montes frente a quienes no lo son. Esto nos situaría de nuevo en las izquierdas indefinidas de las que se habló en El mito de la izquierda.

Y el parámetro principal para definir la derecha política es el Antiguo Régimen. Antiguo Régimen que se analiza, como sociedad política, respecto al espacio gnoseológico del materialismo filosófico, sus componentes sintácticos, semánticos y pragmáticos (págs. 54 y ss.), que pueden resumirse en el modelo estructural de la sociedad política siguiendo las ramas y capas del poder de toda sociedad política. Reconstruido el concepto positivo de derecha, que se identifica con los valores del Antiguo Régimen, hay una primera fase, desde 1789 hasta comienzos del siglo XX, donde la derecha tiene un sentido político referida a la Asamblea Constituyente, pero también una segunda fase en la que los conceptos positivos de derecha y de izquierda se reinterpretan «sobre todo en los países de tradición católica (Francia, España, Italia) en un sentido metafísico-mítico», ya en la Primera Guerra Mundial, y una tercera fase en la que coexisten las acepciones políticas y míticas, en la que el concepto derecha «suele ser entendido como concepto positivo y aún científico» (pág. 79).

Entonces, habiendo un concepto positivo de derecha, ¿cómo pudo sustancializarse de forma metafísica para dar lugar al mito? «La transformación de las ideas de derecha e izquierda de su estado de primera fase en su estado de segunda fase habría tenido lugar precisamente en los países católicos, y no porque la visión dualista del proceso social fuera exclusiva de estos países, sino porque el dualismo no fue formulado en otros países, en general, en la forma de una oposición entre derecha e izquierda, sino en la forma de oposición histórica antropológica entre, por ejemplo, la barbarie y la civilización propuesta por la Antropología clásica (Morgan, Tylor) o en la forma de la oposición entre dos supuestas clases antagónicas, en la historia del Género humano, la de los explotados y la de los explotadores» (pág. 83).

Algo que ya estaba en el propio cristianismo, en tanto que había asimilado la oposición Bien/Mal formulada por Mani (216-277) propia del maniqueísmo, como oposición entre Cristo y el Anticristo. O entre las luces de la razón y la oscuridad del Antiguo Régimen (págs. 91 y ss.) De hecho, la derecha reaccionaria surge como reacción a la izquierda, pero en tanto que esa izquierda atacaba no sólo al catolicismo, sino con él a España, y en virtud del choque de Imperios (España, Inglaterra, Francia, Holanda), resultado de «una tradición milenaria habían cristalizado en España en cuanto núcleo de un imperio que estaba en conflicto con los imperios que le rodeaban» (pág. 91). Tradición de enfrentamiento que marcaba distancias entre jacobinos y liberales, pues la revolución de los segundos «no necesitaba reivindicar la condición humana de los españoles [...], precisamente porque los españoles ya estaban presentes desde hacía siglos en ambos hemisferios» (pág. 161).

En España, en virtud de su tradición católica, la oposición izquierda/derecha se fue acentuando a medida que avanzaban los acontecimientos, hasta el final de la guerra civil y el franquismo que condujo a la actual democracia de mercado. Así, por ejemplo, tras el franquismo, el centro político era sin duda la UCD, en virtud de una neutralización de corrientes extremas: «UCD se habría llamado centro porque efectivamente era un centro, pero tanto un centro derecha como un centro izquierda. Era, en promedio, la misma sociedad que permaneció tranquila cuando las guerrillas del año 1946 entraron por el valle de Arán esperando que el pueblo español se levantase súbitamente como se levanta el tapón de la botella que venía asfixiándole desde la victoria franquista» (pág. 186). Por eso mismo, además de por ser imposible un «juicio de la Historia», dada esta ecualización entre derecha e izquierda tras el franquismo, carece de sentido la maniobra del juez Garzón para intentar juzgar el régimen de Franco. En todo caso, tal intento es un síntoma inequívoco del complejo de Jesucristo del magistrado, un complejo de querer juzgar a los muertos y a los vivos tras el que sin duda se encuentra el mito dualista de la derecha y la izquierda.

La derecha, como género plotiniano, incluye tres modulaciones: la derecha primaria, reacción frente a la izquierda por la prioridad del Antiguo Régimen, la derecha liberal, resultado de la evolución gnóstica de la izquierda liberal, en la que los que derrumbaron a los propietarios del Antiguo Régimen se convierten en explotadores de los átomos racionales resultantes, y la derecha socialista, que en la línea de la Rerum Novarum de León XIII se enfrenta tanto a la derecha liberal como al socialismo socialdemócrata, anarquista y comunista. Esta última tiene en España tres variedades: el maurismo, que instauró el descanso dominical para los trabajadores, la dictadura comisarial de Primo de Rivera y el régimen de Franco que propició la democracia actual. De hecho, Gustavo Bueno ajusta cuentas con el «secuestro del socialismo» que han realizado distintas generaciones de izquierda, atribuyendo a la derecha el papel de capitalista y explotadora. Pero lo cierto es que lo opuesto al socialismo no es el capitalismo sino el individualismo o el solipsismo completos, pues socialismo, en su sentido genérico, equivale a relaciones sociales. Por lo tanto, la identificación que realiza en nuestros días la socialdemocracia (o directamente socialfascismo) con el socialismo es de carácter místico y fue extendiéndose durante el franquismo para seguir aún vigente a día de hoy:

«La identificación cuasi mística (o filosófica, según otros) del socialismo con la condición de militante del partido socialdemócrata, fue extendiéndose en España en la época del franquismo. Cabe poner muchos ejemplos. Sin ir más lejos, en las cartas al director del periódico de hoy leo un escrito de un conocido socialista asturiano, militante desde 1944 y pionero de la memoria histórica, Nicanor Rozada, a través del cual puede advertirse en estado casi puro de candidez la actitud de un socialista de toda la vida: “Mire usted, señor Noriega, lo mejor que le puede suceder a un niño/niña es crecer y hacerse persona dentro de los ideales socialistas, para aproximarse lo más posible a estos ideales de humanidad, pero piense, a su vez, que es muy difícil llegar a alcanzar esta meta de ser socialista íntegro, porque son muchas y duras las pruebas que tiene que afrontar un militante para sentirse integrado dentro de los valores que representa el socialismo”. Lo mismo podría decir un cristiano, miembro de la iglesia militante.
La identificación cuasi mística de un hombre de izquierdas, de un militante socialista, con un socialismo trascendente, capaz de dar sentido a su vida, que se enfrenta al egoísmo de los hombres de la derecha, de los capitalistas y sus lacayos que sólo piensan en su beneficio, tiene mucho que ver con la identificación de un cristiano que se considera miembro de la Ciudad de Dios, que da sentido a su existencia, y le enfrenta al descreído, que sólo piensa en las necesidades inmediatas o en los placeres de la vida terrena.» (pág. 12)

No es descabellado pensar que, ante la insistencia constante del PSOE en calificarse como «socialista de toda la vida», secuestrando el término, esté queriendo decirnos que en realidad es el legítimo heredero de la derecha franquista, dada la continuidad entre el desarrollismo económico de ese régimen y las políticas socialdemócratas que el actual partido en el poder practicó y aún practica durante el régimen de 1978.

Pero también, al igual que cabía respecto a la izquierda política hablar de izquierda definida respecto al Estado (las seis generaciones de izquierda que entraban en conflicto unas con otras y con la derecha), e izquierdas indefinidas, «cuyo reino no es de este mundo», también cabe realizar una taxonomía de las derechas respecto a su posición frente al Estado y al Antiguo Régimen del que proceden. Habría derechas alineadas con el Antiguo Régimen, que son las derechas históricas cuyas modulaciones ya se han mencionado, pero también derechas no alineadas con el Antiguo Régimen (donde se encuadran el fascismo y nazismo), además de derechas internas (a un Estado) y derechas extravagantes (respecto de un mismo Estado), es decir, partidos secesionistas que actúan en un Estado, pero paradójicamente pretenden separarse o secesionarse de él. Derechas extravagantes que tienen su inicio ya durante la derecha absoluta del Antiguo Régimen, más concretamente en Hispanoamérica.

El punto de partida de estas derechas extravagantes lo sitúa Bueno a raíz de unos descubrimientos arqueológicos en la Plaza de Armas de la Ciudad de Méjico durante el año 1790, hallazgos relacionados con los aztecas. A raíz de estos hallazgos se produjo un movimiento de exaltados que relacionaban a Santo Tomás con Quetzalcóatl y que afirmaban que se había desplazado desde Palestina hasta allí. El 12 de diciembre de 1794, la festividad de la Virgen de Guadalupe, Fray Servando de Mier afirmó que la imagen de la Virgen era obra de San Tomás Apóstol, que habría viajado, ya en el siglo I de nuestra era, desde Jerusalén hasta América en virtud de la predicación ecuménica del cristianismo. A causa del gran escándalo producido, Fray Servando fue rápidamente apartado a un monasterio en España, pues sus palabras estaban lejos de resultar inocentes. De hecho, afirmar aquello «equivalía a sentar el principio de la independencia histórica de Méjico respecto de España. Y esto en el mismo momento del comienzo de la era cristiana, es decir, en el comienzo del tiempo histórico» (pág. 275). De hecho, la propia Iglesia católica podría considerarse en conjunto una derecha extravagante, pues siempre ha afirmado, en la línea de Apocalypto de Mel Gibson, que tanto las calzadas romanas como los galeones españoles eran meros instrumentos para la propagación de la fe cristiana, una fe que ya estaría implantada, aunque oscurecida por la superstición, en todos los hombres. La radicalización de estas posturas católicas acabaría por desembocar en la Leyenda Negra antiespañola, y más modernamente en un delirio similar al de Fray Servando, la teología de la liberación:

«Méjico, en su vida histórica (la cristiana), comenzaba a ser presentado por un fraile criollo como un Reino independiente de España desde el origen de los tiempos. Dicho de otro modo, América no debía nada a España —salvo la sífilis y un idioma impuesto [...] —; ni siquiera habría que agradecer nada a España por el servicio prestado como mensajero de la verdad, puesto que ésta era ya conocida muchos siglos antes de que los españoles tomaran contacto con América [...] O dicho en las palabras que dos siglos después utilizarán, completamente en serio, porque sin duda lo saben de buena tinta, los venerables teólogos de la liberación: “Las religiones indígenas de los indios americanos estuvieron ya sembradas con la semilla del Verbo”» (págs. 275-276).

Así, los primeros movimientos de independencia en América, en tanto que posteriormente seguían existiendo tras la caída del Antiguo Régimen, eran en rigor la derecha clerical más reaccionaria, frente a las nuevas generaciones de izquierda emergente, sin perjuicio de que en el envite hubiera personalidades asimilables a la izquierda liberal, los mismo que defendían la unidad de los españoles de ambos hemisferios. «La independencia se proclamó en América por aquellos años por parte de sus más importantes ideólogos, muchos de ellos clérigos criollos, en nombre de la Iglesia que en aquella época se enfrentaba al “monstruo del Anticristo”, Napoleón» (pág. 63).

Pero también en nuestro presente los partidos secesionistas en España son derechas extravagantes, pues pretenden destruir el Estado que les da razón de existencia. «Todos estos partidos nacionalistas secesionistas, por la composición social de sus dirigentes, militantes y simpatizantes, podrían ser considerados, desde una tipología porfiriana, como partidos de derechas. Al PNV pertenecen una gran mayoría de empresarios vascos, es decir, «capitalistas». Otro tanto habría que decir del partido catalán CIU. También simpatizan o militan con el PNV muchas gentes pertenecientes a la burguesía acomodada o a la pequeña burguesía. Además son casi todos ellos católicos, apostólicos y romanos practicantes, y en una gran parte de sus familias encontramos siempre alguna monja o algún jesuita» (págs. 278-279).

En cualquier caso, contra tales amenazas secesionistas sólo cabe la fuerza militar, pues «no son problemas de política parlamentaria entre la derecha y la izquierda; son problemas políticos que afectan a la existencia misma del Estado, y ante los cuales es totalmente disparatado intentar aplicar medidas democráticas» (pág. 310). Pero si precisamente no se hace uso de tal fuerza es en virtud de la ideología maniquea que divide el mundo en derecha e izquierda, y cuya finalidad, una vez constatado su oportunismo, es la destrucción del adversario, aunque con ello se ponga en amenaza a España.

El mito de la derecha, pese a todo lo que pueda escribirse sobre él, sigue funcionando: «una gran parte de la población española de hoy sigue considerando como expresión casi viviente del Antiguo Régimen al “régimen fascista del general Franco”; más aún, presupone, o al menos da por sobrentendido, que los dirigentes, militantes y gran parte de los votantes del PP son criptofascistas, por lo que, en consecuencia, según el criterio objetivo que utilizamos, habrían de considerarse de derechas» (pág. 303). Sin embargo, la democracia de 1978 es coronada por un monarca Borbón que Franco eligió como sucesor suyo a título de rey, y ello implica que todos los partidos políticos la reconocen y no cabe, por lo tanto, establecer diferencias, salvo desde la posición demagógica de quien sabe que el pueblo indocto «sigue siendo muy sensible también al mito populista del enfrentamiento entre la izquierda y la derecha» (pág. 306). Mito al que también son vulnerables, por mucho que lo intenten evitar, esos mismos demagogos analfabetos que pastorean a la masa electoral cada cuatro años.

 

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