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El Catoblepas, número 83, enero 2009
  El Catoblepasnúmero 83 • enero 2009 • página 11
Educación para la ciudadanía

«Ciudadanía» y «Filosofía»

Andrés González Gómez

El vínculo que une «ciudadanía» y «filosofía» es un hecho histórico cuyo contenido expresa una relación de dominación en la que «ciudadanía» es el término dominante y «filosofía» el término dominado

Vaya por delante que me encuentro entre los que entienden que el vínculo (o conexión) entre «ciudadanía» y «filosofía» está suficientemente probado, y, por consiguiente, lo consideran como un hecho histórico milenario innegable que no requiere ya, a estas alturas, ser reivindicado. Simplemente lo ejercemos suponiendo que eso mismo es lo que todo el mundo ya hace, cada uno a su modo.

Precisamente por esto último, por considerar que la evidencia del vínculo que mantiene unidos a los términos «ciudadanía» y «filosofía» tiene ya, simplemente, que darse por supuesta, me encuentro también entre los que entienden que implantar en el primer curso del bachillerato una asignatura de «Filosofía y Ciudadanía» en sustitución de la anterior asignatura de «Filosofía», es una decisión administrativa de los gobernantes de la Nación que «prueba demasiado» ¿Qué se pretende reivindicar al hacer explícito algo que por su evidencia no requiere ya más que de un ejercicio implícito?

La sospecha vinculada a la pregunta anterior, imposibilita que pueda encontrarme, como es lógico, entre los que una y otra vez andan por ahí reivindicando «lo que prueba de más» esta sorprendente decisión administrativa como si se tratara de un novedoso hecho democrático gracias al cual, por fin, se muestra con evidencia en España el «matrimonio perfecto» entre la «ciudadanía» y la «filosofía». Ahora bien ¿se trata realmente de esto, de un «matrimonio perfecto» entre «ciudadanía» y «filosofía», o se trata más bien, simplemente, de un «matrimonio» entre el «poder» y la «filosofía»?

En definitiva, me encuentro situado entre los que en lugar de reivindicar «lo que prueba de más» esta sorprendente decisión administrativa, se limitan, en cambio, a constatar en ella la existencia de un fenómeno ideológico que lo único que tiene de novedoso es, precisamente, que se manifieste en democracia. Este fenómeno ideológico se abre paso a través de mitos oscurantistas y confusionarios que ocultan totalmente la naturaleza real del vínculo que une históricamente a «ciudadanía» y «filosofía». Pero lo peor de todo, es que estos mitos van a quedar incorporados a la educación de nuestros hijos con la implantación, en todas las etapas del sistema educativo no universitario, de un conjunto de nuevas asignaturas a las que globalmente se las conoce como asignaturas de Educación para la Ciudadanía.

Una vez informado el lector de cual es mi posición en el enconado debate en torno a la «ciudadanía» y la «filosofía», me propongo a continuación facilitarle la posibilidad de que pueda ver con un mínimo de claridad la naturaleza real del vínculo que une a estos dos términos. Ahora bien, para poder ver con ese mínimo de claridad el vínculo existente entre estos dos términos, es necesario hacer el esfuerzo de querer adentrarse en el análisis lógico de la estructura material de cada uno de ellos.

Comenzaremos por el término «ciudadanía». Lo primero que hay que decir es que el término «ciudadanía» no es uno sino muchos, lo cual viene a significar que su significado (valga la redundancia) es equívoco. No hay una Idea de «ciudadanía» sino muchas, tantas como acepciones o modulaciones puedan darse positivamente del término en una sociedad histórica de referencia. El término «ciudadanía» es, por tanto, un término equívoco, inconsistente por contradicción sistemática entre sus acepciones. ¿En qué consiste el «ser ciudadano»? Nadie lo sabe, o si se prefiere, todo el mundo lo sabe (porque «todo el mundo es filósofo»), pero lo que cada uno sepa entrará necesariamente en contradicción con lo que pueda saber cualquier otro. No existe la Idea de «ciudadanía», y no existe porque todas las Ideas de «ciudadanía» realmente existentes pertenecen a dos grandes familias de Ideas irreconciliables, a saber: o bien pertenecen a la familia de Ideas de «ciudadanía» desde las cuales se concibe el «ser ciudadano» como idéntico al «ser hombre», o bien pertenecen a la familia de Ideas de «ciudadanía» desde las cuales se concibe el «ser ciudadano» como idéntico al «tener nacionalidad política». En definitiva: no negamos la existencia de una multitud de Ideas de «ciudadanía», lo que negamos es la posibilidad de que el «ser ciudadano» consista esencialmente en algo que pueda ser definido sin entrar en contradicción. (En cualquier manual de Historia de la Teoría Política, el de George Sabine, por ejemplo, editado por FCE, encontrará el lector información suficiente para empezar a distinguir entre unas Ideas de ciudadanía y otras).

Pasemos ahora al término «filosofía». Y lo primero que hay que decir sobre este término, es que a diferencia de lo que ocurre con el ser de la «ciudadanía», el ser de la «filosofía» sí es uno, aunque el significado de su unidad no sea unívoco sino análogo. La «filosofía es una aunque se diga de muchas maneras», todas ellas, en cierto modo, semejantes entre sí, pero no porque a través de todas ellas se distribuya con equivalencia un mismo conjunto de propiedades, sino porque todas ellas se desarrollan evolutivamente a partir de un mismo antepasado común. Esto indica que la unidad análoga del termino «filosofía» se determina inmediatamente como la unidad polémica constituida por la interacción entre diversas «especies» (acepciones o valores de una misma «función») que se mantienen en «lucha por la vida». En el libro ¿Qué es filosofía? El lugar de la filosofía en la educación, del filósofo Gustavo Bueno Martínez, encontrará el lector una clasificación sistemática de las diversas acepciones del término «filosofía».

Una vez dado por sentado que el término «ciudadanía» es equívoco y que el término «filosofía» es análogo, si a continuación decimos que el término «filosofía» se define en función del término «ciudadanía», porque las acepciones del término «filosofía» que estén dadas en una sociedad histórica de referencia dependen siempre de las Ideas de «ciudadanía» realmente existentes en dicha sociedad, entonces podremos comenzar a ver con cierto grado de claridad que tipo de vínculo es el que mantiene unidas históricamente a «ciudadanía» y «filosofía». La «dialéctica» entre las filosofías se desarrolla a través de las contradicciones entre las diversas Ideas de «ciudadanía», y las contradicciones entre las diversas Ideas de «ciudadanía» se abren paso en la sociedad de referencia a través de la «dialéctica» entre las filosofías. Y ello es así porque el vínculo real que une «ciudadanía» y «filosofía» es un hecho que expresa una relación de dominación en la que el término dominante es «ciudadanía» y el término dominado es «filosofía». La «ciudadanía» domina a la «filosofía». Pensar lo contrario, que es la «filosofía» la que domina a la «ciudadanía» es puro idealismo.

La «filosofía», según esto, es un «arma» dominada por los ciudadanos que son capaces de usarla para defenderse de los «ataques dialécticos» procedentes de otros ciudadanos. Ataques que, precisamente por ser «dialécticos», han de ser concebidos también, en alguna proporción, como «ataques filosóficos», pues la «dialéctica» es componente esencial de la lucha ideológica (tal como nos enseñó Marx), y si bien no es cierto que toda ideología sea filosófica, en cambio sí lo es que toda filosofía es ideológica, o, lo que viene a ser lo mismo, partidista, nunca neutral.

Una ideología filosófica no por ser partidista tiene que ser necesariamente falsa. Puede pretender ser verdadera filosofía, si incorporando formalmente a la «dialéctica» como método adecuado para ello, reconoce sus conflictos con todas las demás ideologías y se abre paso a través de sus contenidos reexponiéndolos críticamente como parte totalizadora o sistematizadora.

Los ciudadanos que buscan aparentar ser neutrales en cuestiones en las que está implicada la «reflexión filosófica», suelen ser también los mismos que tratan siempre de simplificarlo todo para que la pluralidad de la «vida dialéctica» quede reducida, finalmente, a un dualismo maniqueo en el que solamente se enfrentan lo que sus entendederas pueden controlar, a saber: el «todo» que representa el «bien» y la «nada» que representa el «mal». Así, de paso, se sitúan ellos, «filósofos neutrales», por encima del resto de los mortales como creadores del «todo» partiendo de la «nada».

Pero el «ciudadano neutral» no es el único tipo de «ciudadano filósofo» ante el que, tratándose de cuestiones dialécticas, cualquier otro ciudadano precavido debiera hoy «ponerse en guardia». Hay otro tipo de ciudadano que también «es de armas tomar». Se trata del ciudadano que considera normal que en democracia tienda a desaparecer de la educación secundaria la enseñanza de «la filosofía», pues entiende, más o menos, que «la filosofía» (nótese que en singular y con significado unívoco) está ya realizada y absorbida en la particular Idea de «ciudadanía» que él defiende. A falta de otro nombre, me inclino por llamar a este otro el tipo de ciudadano «ciudadano de sentido común» (el «hombre maduro» y «con experiencia suficiente en la vida»). Si el «ciudadano de sentido común» es, por alguna contingencia (pues no tiene porque serlo necesariamente), al mismo tiempo, una mujer (u hombre) de ciencia de esas que creen que «en última instancia todo es física (o química)», entonces la suerte de la verdadera filosofía está echada. El sujeto en cuestión será incapaz, si quiera, de contemplar su posibilidad.

El «ciudadano neutral» (sea filósofo o no) y el «ciudadano de sentido común» (sea científico o no) son tipos que no se excluyen mutuamente. Y cuando se dan conjuntamente en un ciudadano que, por contingencia, es un político que tiene en sus manos la planificación de la educación que el Estado dispensa para hacer de sus ciudadanos hombres y mujeres de bien y de provecho, entonces aumenta notablemente el peligro de que el ciudadano en cuestión esté dispuesto a mostrarnos a todos, demostrando lo evidente, una representación explícita («académica» en el sentido burocrático-administrativo del término) de la «vida dialéctica» en la que lo que se da es, precisamente, la pretensión de cancelar o suprimir su ejercicio implícito («mundano»). Filosofía y Ciudadanía es el nombre de una asignatura que encierra la violencia con la que se ha procedido a romper desde el poder político la relación de dominación que mantiene en estado natural de equilibrio inestable al vínculo que une a «ciudadanía» y «filosofía».

Una «vida dialéctica» cuya dinámica genere inestabilidad, es una pluralidad cuya riqueza no ha gustado nunca al poder político («un cura me ahorra cien gendarmes» decía Napoleón). El poder político tiende siempre a romper el estado natural de equilibrio inestable que mantiene el dominio de la «filosofía» por parte de la «ciudadanía», con la pretensión de establecer otro estado de equilibrio estático, perfecto, en el que la «filosofía» pase, por rotación lógica, a desempeñar el papel de término dominante en la relación. El Real Decreto 1467/2007, de 2 de noviembre, por el que se establece la estructura del bachillerato y se fijan sus enseñanzas mínimas, en relación a la nueva asignatura de Filosofía y Ciudadanía, dice lo siguiente: «la materia de bachillerato Filosofía y Ciudadanía se configura con un doble planteamiento: por un lado, pretende ser una introducción a la filosofía y a la reflexión filosófica; por otro, y continuando el estudio de la ciudadanía planteado en la etapa obligatoria, pretende retomar lo que es la ciudadanía y reflexionar sobre su fundamentación filosófica». ¿Pero cómo puede un profesor de «filosofía» fundamentar la «ciudadanía», si es la «filosofía» la que se define en función de la «ciudadanía» y no a la inversa? El fundamentalismo sólo puede llevarse a cabo a través de una operación conducida metodológicamente de forma anti-dialéctica. Una operación metodológicamente anti-dialéctica que, cuanta más orientación psico-pedagógica contenga, tanto más sofística resultará ser en su argumentación.

Por tanto, en definitiva, este fenómeno ideológico consiste siempre en lo mismo. Se manifestó en el franquismo como Teología y Ciudadanía, y una de las cosas que dejó a su paso fue, precisamente, la puesta en marcha de un cuerpo profesional de profesores de filosofía de enseñanza media. Lo novedoso ahora, es que el fenómeno se manifieste también en democracia. Y lo que sorprende verdaderamente, es que lo haga impulsado ideológicamente por una fuerza política que alardea de su lucha anti-franquista. Pero la falsedad del teologicismo de la fundamentación franquista de la ciudadanía, se mantiene (si cabe incrementada) en el laicismo (que no ateísmo) de la fundamentación filosófica socialista.

Acabo ya. Y voy a hacerlo, una vez más, parafraseando a Marx. En estos tiempos (todavía modernos) en los que «la crítica por las armas» ha sido ya definitivamente sustituida por «el arma de la crítica», se ve cada vez con mayor claridad que un buen puñado de ciudadanos «neutrales y de sentido común», están dispuestos a realizar «la filosofía» en España sin superarla críticamente. ¿Peor para la «filosofía»? A mi juicio no, peor para la «ciudadanía». Pero en fin, estas cosas son las que pasan con el «ser de la izquierda» cuando los ciudadanos conviven satisfechos con su nivel de consumo en una «burguesía» (es decir «sociedad civil») cuya «clase obrera», totalmente desdibujada, resulta ya ser incapaz ya de «alumbrar» al «proletariado».

 

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