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El Catoblepas, número 103, septiembre 2010
  El Catoblepasnúmero 103 • septiembre 2010 • página 11
Artículos

Victoria Kent

José María García de Tuñón Aza

La diputada que se opuso al voto femenino

Victoria Kent

Televisión Española grabó una entrevista a Victoria Kent que fue emitida el 28 de enero de 1979 en el programa «A fondo» dirigido por Soler Serrano; más tarde parte de esta entrevista la recogió el entrevistador en un libro. Habló Victoria Kent de algunas notables figuras de su época y de diferentes matices políticos, entre ellas del fundador de Falange Española, de quien dijo: «...en dos ocasiones he tenido frente a mí a José Antonio Primo de Rivera de contrincante. Un perfecto caballero, un perfecto hombre, con toda la cortesía. Y debo decirlo porque eso es lo justo.»{1} Enterada Pilar Primo de Rivera de estas palabras tan elogiosas sobre su hermano, envió unas letras a Victoria Kent cuando ésta ya se encontraba en Nueva York: «Muchas gracias por su equitativo y sereno juicio sobre la personalidad de José Antonio, mi hermano; no todos tienen ahora la honradez de reconocer sus cualidades como Vd. lo ha hecho.» Victoria le contestó desde la ciudad de los rascacielos: «La justicia fue y será siempre la norma de mi vida.»{2}

Victoria Kent era malagueña. Nació en esta ciudad el 6 de marzo de 1892, aunque parece que por coquetería femenina se quitó años pues en algunos documentos aparece el año 1897 como fecha de su nacimiento. Fueron sus padres José Kent{3} Román y María Siano González que tuvieron siete hijos. Victoria fue bautizada en la Iglesia de la Merced y recibió la Primera Comunión en la Iglesia de las Catalinas. Creció en un ambiente de clase media burguesa de tendencias liberales y su madre, que la enseñó a leer y a escribir, apreció en su hija buenas cualidades para el estudio enviándola a un colegio de Málaga. A los 14 años ingresó en la Escuela Normal y terminados los dos cursos del grado Elemental se examinó de Reválida obteniendo el título de Maestra de Enseñanza Elemental. Con 19 años cumplidos se graduó de Maestra de Enseñanza Superior comenzando después a estudiar bachillerato en el Instituto.

Victoria llegó a sentir gran atracción por los estudios por lo que decide buscar horizontes más amplios. Es entonces cuando resuelve marchar a estudiar Derecho en la Universidad de Madrid. Aquí se hospeda en la Residencia de Estudiantes para señoritas que entonces dirigía María de Maeztu. Para ella «la Residencia de señoritas significó un gran avance en la vida de las estudiantes españolas, una obra valiosa de evolución liberal y moral, inspirada por la Junta para Ampliación de Estudios. Solucionó el problema del alojamiento en pensiones y casas de huéspedes, únicos medios de que disponían las estudiantes de provincias que deseaban cursar materias superiores en Universidades u otros centros superiores en Madrid. La solución fue perfecta. María de Maeztu fue la directora. Era inteligente y tenía condiciones para dirigir la nueva institución…»{4}.

La biblioteca de la Residencia estuvo a cargo de Victoria a lo largo de seis años. Se dedicaba a esta tarea porque era becaria de la institución y por este motivo tenía que hacer algún trabajo en beneficio de la Residencia. Era la única estudiante de Derecho en el Centro y desde siempre se sintió atraída por la docencia llegando a colaborar como profesora en el Instituto-Escuela de Segunda Enseñanza. Formó parte también del personal administrativo llegando a ocupar la secretaría general. En el segundo curso de carrera representó oficialmente a España en nombre de la Juventud Universitaria Femenina en el Congreso celebrado en Praga. A su vuelta fue invitada por el Ateneo de Madrid para que expusiera los principales temas discutidos en aquella ciudad: «El secreto de la civilización –dijo– está en el trabajo sin odios ni rencores, que es el único trabajo, el único, que deben realizar todos los estudiantes del mundo.»{5} Siguió colaborando en todas las actividades de la Residencia y en los años en que permaneció en Madrid siempre estuvo vinculada a ella perteneciendo a la Asociación de Antiguas Alumnas y en ocasiones era invitada a dar conferencias en el Centro, algo que hacía con frecuencia.

Cuando llegó la hora de abandonar sus labores docentes se dedicó a ejercer la abogacía y a sus actividades políticas. Fue la primera mujer graduada en Derecho y se inscribió en el Colegio de Abogados de Madrid en 1925. «Recuerdo que terminada ya la carrera, fui a inscribirme al colegio de Abogados donde había que pagar una cuota de entrada. Pero al ir a hacerlo, recibí el recado de que esa cuota la pagaban los miembros de la Junta […] porque –dijeron– es un honor tener con nosotros a la primera mujer abogada que hay en España. ¡Fíjese usted qué detalle!»{6} Por otro lado, la periodista Josefina Carabias escribió que aunque en el siglo XIX muy pocas mujeres obtuvieron en España algunos títulos universitarios, no fue hasta el XX cuando se les permitió cursar estudios de Derecho: «Concepción Arenal asistía a las clases de la Facultad vestida de hombre, pero nunca pudo obtener el título que no le habría servido para ejercer la carrera.»{7} Victoria fue la más joven de las tres primeras mujeres a las cuales se les permitió ejercer la abogacía en España. Solamente unos meses llevaría de adelanto a Clara Campoamor y Matilde Huici. Ese año, Victoria participó en un juicio donde defendía a un chofer causante del atropello de un peatón produciéndole la muerte. La sentencia fue absolutoria para el procesado y la prensa recogió la expectación que producía la primera vista en la cual iba a informar una mujer:

«Serena, tranquila y hábil, interrogó a su defendido –un chouffeur a quien los acusadores consideraban autor de un delito de homicidio por imprudencia, pues causó la muerte con el autocamión que conducía, el día 7 de febrero de 1924, en el paseo Imperial, al jornalero, Julián García–, y cuando terminados los discursos acusatorios de los Sres. Témez y Cabrera, fiscal y querellante particular, respectivamente, hizo uso de la palabra, mostrase razonadora, elocuente y, sobre todo, persuasiva. Examinó el hecho delictivo, la prueba practicada en los autos, y refutando los argumentos de las acusaciones, vino a la conclusión de que se trataba de un suceso desgraciado, de un accidente lamentable; pero en modo alguno de un delito, ya que éste para que exista, ha de ser voluntario.»{8}

Siguió Victoria ejerciendo su carrera de letrada sin que en ningún momento le faltara trabajo. Cabe destacar el juicio en el que actuó en defensa del político Álvaro de Albornoz, uno de los procesados por la fracasada rebelión republicana a últimos de 1930 contra la Monarquía, que más tarde llegó a ser ministro de Fomento y Justicia durante el Bienio progresista y uno de los impulsores, durante su gestión ministerial, de las leyes laicas de la República (disolución de la Compañía de Jesús, divorcio, supresión del presupuesto de Culto y Clero, reglamentación de las Órdenes Religiosas, &c.). Victoria había trabajado en su despacho y esta fue la razón principal de que Albornoz quiso que fuera ella quien lo defendiera. En la misma causa estuvieron también procesados los señores Alcalá-Zamora, Miguel Maura, Largo Caballero, de los Ríos y Casares Quiroga. En defensa de su cliente, Victoria Kent definió lo que es rebelión militar, esto es «levantamiento en armas de elementos del ejército contra el Rey, el gobierno, la Constitución, &c., que, según la defensa, no se ha producido. No puede calificarse, pues, de rebelión militar la firma de un manifiesto que nadie sabe quién publicó, puesto que los firmantes estaban detenidos.»{9} Los seis procesados fueron condenados a seis meses y un día de prisión, aunque fueron puestos en libertad al aplicárseles el beneficio de condena condicional.

Cuando se proclamó la República, el 14 de abril de 1931,Victoria vivió uno de los momentos más felices de su vida. Para ella aquel día todo fue alegría: «Me encontré en la calle –dice– en medio de una multitud que gritaba viva la República, que me abrazaban amigos y desconocidos y ese mar humano me llevó al Palacio de Comunicaciones en el que ondeaba ya la bandera republicana. Subimos unos cuantos para saludar a sus autoridades […]. Allí en el balcón del edificio y acompañada por los hombres que formaban ya el Gobierno provisional pude apreciar el inmenso público que proclamaba a gritos la República tan deseada.»{10} Pocos días después pronto vinieron los primeros comicios. El Gobierno provisional, presidido por Alcalá-Zamora, publicó un decreto convocando elecciones para diputados que tuvieron lugar los días 28 de junio y 5 de julio en primera segunda vuelta en toda España. Anteriormente se había modificado la ley electoral para que las mujeres tuvieran derecho a ser elegidas, pero no a ser electoras. Con el Partido Radical-Socialista Victoria salió diputada por la provincia de Madrid y muy pronto fue nombrada Directora General de Prisiones. Más tarde se constituyó la Comisión parlamentaria encargada de redactar el proyecto de la nueva Constitución que comenzó a discutirse en el mes de agosto y en donde no faltó la participación de Victoria Kent con la presentación de alguna enmienda y su oposición a otras.

El 30 de septiembre comenzó la discusión sobre el sufragio de la mujer produciéndose, según Manuel Azaña, «mucho griterío». Y el mismo Azaña añadía que «la señorita Kent está porque no se conceda ahora el voto a las mujeres, que en gran número siguen las inspiraciones de los curas y los frailes, y si votasen se pondría en peligro la República. La señorita Campoamor [Clara] es de la opinión contraria»{11}. A continuación sigue diciendo: «La Kent habla para su canesú, y acciona con la diestra sacudiendo el aire con giros violentos y cerrando el puño como si cazara moscas al vuelo.» Victoria no creía que fuera el momento de otorgar el voto a la mujer y que debía de aplazarse pues el miedo a la influencia del confesionario era evidente. Por eso Miguel de Unamuno publicó en el diario El Sol un largo artículo que tituló, El confesionario y las mujeres de España, donde critica «ese antojo histérico masculino de que la mujer española está manejada, desde el confesionario, por el clero regular o secular». Cita a Don Juan «que siente celos –y recelos– de los confesores de sus víctimas o victimarias, y sabido es que Don Juan, profundamente español, es tanto como un sensual, un envidioso, y que apenas sabe nada de confesionario». Unamuno cree además que «desde el confesionario haga el clero, secular o regular, una campaña política derechista o republicana, es moverse en puro confusionismo, sin definición clara ni de confesionario, ni de clero, ni de campaña, ni de política, ni de derecha, ni de República. ¡Qué mal conocen a sus mujeres los que tales camelos profesan y confiesan! A las suyas propias ¡claro!, que a las de lo otros no las conocen ni bien ni mal». Y termina criticando a los que «han hecho de la reforma social una especie de religión –¿qué sino una religión es hoy el leninismo en Rusia?– no temen que otros confesores que ellos mismos se adueñen de sus mujeres»{12}.

La influencia del sacerdote en el confesionario, que algunos congresistas temían, era un tema que había trascendido a la calle, es decir, se hacían comentarios fuera de la Cámara porque para muchas personas de la izquierda española –en aquellos años, igual que ahora, tan anticlericales– representaba un problema ya que no sabían de qué lado ponerse. Sobre este asunto la comunista Irene Falcón dejó escrito en sus memorias:

«Yo me encontraba, como todas las mujeres progresistas, en un dilema. Por un lado, era lógico y justo que la mujer pudiera votar, y de hecho yo luchaba por el sufragio como podía, desde la prensa; pero al mismo tiempo, sabía que era peligroso desde una perspectiva progresista, porque la mujer estaba bajo la influencia de la Iglesia, y sabía que iba a votar de forma reaccionaria.»{13}

Y en la Cámara los parlamentarios seguían discutiendo si a la mujer le iban a conceder el derecho a votar en unas futuras elecciones. Cuando los diputados Vidarte, Ossorio, Samper, Guerra del Río, y alguno más, habían consumido el turno exponiendo sus puntos de vista sobre el particular, pide la palabra Victoria Kent para dar su opinión que iba a ser contrario al voto femenino:

«Señores diputados, pido en este momento a la Cámara atención respetuosa para el problema que aquí se debate, porque estimo que no es problema nimio, ni problema que debemos pasar a la ligera; se discute en este momento el voto femenino y es significativo que una mujer como yo, que no hago más que rendir un culto fervoroso al trabajo, se levante en la tarde de hoy a decir en la Cámara, sencillamente, que creo que el voto femenino debe aplazarse. Que creo que no es el momento de otorgar el voto a la mujer española. Lo dice una mujer que, en el momento crítico de decirlo, renuncia a un ideal. Quiero significar a la Cámara que el hecho de que dos mujeres, que se encuentran aquí reunidas, opinen de manera diferente, no significa absolutamente nada, porque dentro de los mismos partidos y de las mismas ideologías, hay opiniones diferentes. Tal ocurre en el partido radical, donde la Srta. Campoamor figura y el Sr. Guerra del Río también. Por tanto no creo que eso sea motivo para esgrimirlo en un tono un poco satírico, y que a este problema hay que considerarle en su entraña y no en su superficie.
En este momento vamos a dar o negar el voto a más de la mitad de los individuos españoles y es preciso que las personas que sienten el fervor republicano, el fervor democrático y liberal republicano, nos levantemos aquí para decir: es necesario aplazar el voto femenino. Y es necesario Sres. diputados, aplazar el voto femenino, porque yo necesitaría ver, para variar de criterio, a las madres en la calle pidiendo escuelas para sus hijos; yo necesitaría haber visto en la calle a las madres prohibiendo que sus hijos fueran a Marruecos; yo necesitaría ver a las mujeres españolas unidas todas pidiendo lo que es indispensable para la salud y la cultura de sus hijos. Por esto, Sres. diputados, por creer que con ello sirvo a la República, como creo que la he servido en la modestia de mis alcances, como me he comprometido a servirla mientras viva, por este estado de conciencia es por lo que me levanto en esta tarde a pedir a la Cámara que despierte la conciencia republicana, que avive la fe liberal y democrática y que aplace el voto para la mujer. Lo pido porque no es que con ello merme en lo más mínimo la capacidad de la mujer; no Sres. diputados, no es cuestión de capacidad; es cuestión de oportunidad para la República. Por esto pido el aplazamiento del voto femenino o su condicionalidad; pero si condicionamos el voto de la mujer, quizás pudiéramos cometer alguna injusticia. Si aplazamos el voto femenino no se comete injusticia alguna, a mi juicio. Entiendo que la mujer, para encariñarse con un ideal, necesita algún tiempo de convivencia con el mismo ideal. La mujer no se lanza a las cuestiones que no ve claras y por esto entiendo que son necesarios algunos años de convivencia con la República; que vean las mujeres que la República ha traído a España lo que no trajo la monarquía: esas veinte mil escuelas de que nos hablaba esta mañana el ministro de Instrucción Pública, esos laboratorios, esas Universidades populares, esos Centros de cultura donde la mujer pueda depositar a sus hijos para hacerlos verdaderos ciudadanos.
Cuando transcurran unos años y vea la mujer los frutos de la República y recoja la mujer en la educación y en la vida de sus hijos los frutos de la República, el fruto de esa República en la que se está laborando con este ardor y con este desprendimiento, cuando la mujer española se dé cuenta de que sólo en la República están garantizados los derechos de ciudadanía de sus hijos, de que sólo la República ha traído a su hogar el pan que la Monarquía no les había dejado, entonces, Sres. diputados, la mujer será la más ferviente, la más ardiente defensora de la República; pero en estos momentos, cuando acaba de recibir el Sr. Presidente firmas de mujeres españolas que, con su buena fe, creen en los instantes actuales que los ideales de España deben ir por otro camino, cuando yo deseaba fervorosamente unos millares de firmas de mujeres españolas de adhesión a la República, cuando yo deseaba miles de firmas y miles de mujeres gritando «¡Viva la República!» y «¡Viva el Gobierno de la República!», cuando yo pedía que aquella caravana de mujeres españolas que iban a rendir un tributo a Primo de Rivera tuvieran una compensación de estas mismas mujeres españolas a favor de la República, he de confesar humildemente que no la he visto, que yo no puedo juzgar a las mujeres españolas por estas muchachas universitarias que estuvieron en la cárcel, honra de la juventud escolar femenina, porque no fueron más que cuatro muchachas estudiantes. No puedo juzgar tampoco a la mujer española por estas obreras que dejan su trabajo diariamente para sostener, con su marido, su hogar. Si las mujeres españolas fueran todas obreras, si las mujeres españolas hubiesen atravesado ya un periodo universitario y estuvieran liberadas en su conciencia, yo me levantaría hoy frente a toda la Cámara para pedir el voto femenino.
Pero en estas horas yo me levanto justamente para decir lo contrario y decirlo con toda la valentía de mi espíritu, afrontando el juicio que de mí puedan formar las mujeres que no tengan ese fervor y estos sentimientos republicanos que creo tener. Es por esto por lo que claramente me levanto a decir a la Cámara: o la condicionalidad del voto o su aplazamiento; creo que su aplazamiento sería más beneficioso, porque lo juzgo más justo, como asimismo que, después de unos años de estar con la República, de convivir con la República, de luchar por la República y de apreciar los beneficios de la República, tendríais en la mujer el defensor más entusiasta de la República. Por hoy, Sres. diputados, es peligroso conceder el voto a la mujer. Yo no puedo sentarme sin que quede claro mi pensamiento y mi sentimiento y sin salvar absolutamente para lo sucesivo mi conciencia.»{14}

A continuación intervino Clara Campoamor que consiguió que la mayoría de los parlamentarios optaran a favor de sus puntos de vista y el derecho al voto femenino quedó aprobado por 161 votos a favor y 121 en contra. La elección fue nominal, a petición de varios diputados, y personajes tan distantes, desde el punto de vista político, como Niceto Alcalá-Zamora y Francisco Largo Caballero, votaron a favor; y Claudio Sánchez Albornoz y Diego Martínez Barrio, votaron en contra.

Toda la prensa en los días siguientes coincidía casi en la misma pregunta: «Dos mujeres en la Cámara ni por casualidad están de acuerdo». El periodista Juan Ferragut, por ejemplo, escribía:

«En la Cámara Constituyente hay dos diputadas. Nada más que dos. Doña Victoria y doña Clara. Pues bien: hasta ahora no ha sido posible que sobre ninguna cuestión se pongan de acuerdo […]. La señorita Kent como el sacristán liberal aquel que cantaba ¡muera quien no piensa igual que pienso yo!, sólo quiere el voto para las mujeres si las mujeres van a votar a favor de las ideas que profesa la señorita Kent. Como se ve la señorita Kent tiene de la libertad un concepto muy equitativo, muy liberal y, sobre todo muy…femenino.»{15}

Por otra parte el diario monárquico de la capital de España y de la pluma de Ramón López-Montenegro, se mostraba muy pesimista al haber otorgado el voto a la mujer, pero por razones distintas. Para el columnista al haber más mujeres que hombres era de la creencia que pronto la gobernación, administración, &c., de España estaría en manos de ellas, «que, si votos son triunfos, nos darán un puntapié a los hombres, promulgarán las leyes a su gusto… y, ¡verán ustedes que bien!»{16}.

Alguna biógrafa de Victoria Kent no desaprovecha la ocasión para manipular lo que decía cierta prensa calificada por ella de conservadora. Zenaida Gutiérrez, por ejemplo, –que copia de la periodista Emilia Boado–, llegó a escribir que El Debate afirmaba que «el lugar de la mujer es el hogar. Y nos parece mal que de él se la arranque y aun que en ella se despierten o fomenten vocaciones que la atraigan a la calle»{17}. Aunque es cierto que el diario católico llegó a escribir lo que han sostenido ambas mujeres, no es menos cierto que el mismo periódico finalizaba el artículo que citan –titulado Triunfo de la lógica–, con estas otras palabras: «Los creyentes en el sufragio universal no pueden negarlo a ningún ser humano sin romper sus propias doctrinas o sin caer en el viejo vicio de defender la libertad… de los que piensan como el preopinante»{18}, porque al periódico, tiempo después, le parecía una «injusticia, y aún ofensa grave, privar de ese derecho a la mujer…»{19}. Pero llegados a este punto se hace necesario abrir un paréntesis para recordar, porque es justo, que curiosamente fue la dictadura de Primo de Rivera la que concedió los primeros derechos políticos a las mujeres. El Estatuto Municipal (9 de marzo de 1924), otorgaba el voto a las mujeres en las elecciones municipales con muchas restricciones: sólo podían votar las emancipadas mayores de 23 años, las casadas y las prostitutas quedaban excluidas. Luego con motivo de un plebiscito, organizado por la Unión Patriótica para mostrar adhesión al régimen en el tercer aniversario del golpe, se permitió emitir el voto a los españoles mayores de 18 años sin distinción de sexo.

Victoria Kent siguiría ejerciendo su cargo de directora general de Prisiones, pero por muy poco tiempo, porque en uno de los Consejos de ministros celebrado en el mes de mayo de 1932 fue cesada. Es el propio Manuel Azaña quien lo cuenta:

«En el Consejo de ministros hemos logrado por fin ejecutar a Victoria Kent, director general de Prisiones. Victoria es generalmente sencilla y agradable, y la única de las tres señoras parlamentarias simpática; creo que es también la única… correcta. Pero en su cargo de la Dirección General ha fracasado. Demasiada humanitaria, no ha tenido, por compensación, dotes de mando. El estado de la prisiones es alarmante. No hay disciplina. Los presos se fugan cuando quieren. Hace ya muchos días que estamos para convencer a su ministro, albornoz, de que debe sustituirla. Albornoz, aterrado ante la idea de tener que tomar una resolución disgustosa para Victoria, se resistía. De todo lo que ocurre en las prisiones echa la culpa a los empleados, que están descontentos porque no les suben el sueldo. Pero la campaña de prensa contra la Kent ha continuado, y está quedando muy mal. Barrunto que el ministro ha llevado el asunto a deliberación ante su partido. Así son estos ministros, que para relevar a sus funcionarios tienen que pedir permiso. Sea como quiera, hoy se ha acordado la separación de la Kent y el nombramiento de Sol{20} para sustituirla.»{21}

En las elecciones generales celebradas en noviembre de 1933, la mujer española votó por vez primera y ganaron las derechas. Victoria Kent no salió elegida y comentó años más tarde: «Las elecciones del 33 vinieron a darme la razón […]. Las derechas vencieron y llevaron a las Cortes, como prueba de su triunfo, a dos mujeres inofensivas, pero reaccionarias.»{22} Tampoco salió elegida Clara Campoamor, la mayor oponente que tuvo Victoria en el parlamento. Sin embargo fueron elegidas otras cinco mujeres que para nada habían participado en aquella lucha por el voto femenino: Margarita Nelken, Matilde de la Torre, María Lejárraga y Veneranda García-Manzano, todas ellas socialistas. Por la Minoría Popular Agraria, formación integrada en la CEDA, fue elegida Francisca Bohígas.

La prensa en general se inclinaba a creer que la derecha había ganado gracias al voto femenino, por eso cargaban todas las culpas sobre Clara Campoamor que después de haber estado en lo más alto como mujer metida en política, pasó a convertirse en una apestada abandonada por casi todos. El sacerdote Juan García Morales, que no parecía estar muy conforme con la victoria de la derecha, llegó a escribir: «Este edificio de la República que todos estamos levantando a costa de sudores y fatigas ¿podrá derrumbarse por haber concedido prematuramente la Cámara el voto al sexo femenino?»{23}.

En las elecciones de febrero de 1936, con el triunfo del Frente Popular, Victoria Kent consiguió un escaño, esta vez por Jaén y con Izquierda Republicana convirtiéndose así «en la única mujer en toda España elegida en las listas de los partidos republicanos burgueses»{24}. También fueron elegidas las socialistas Margarita Nelken, presente en las tres legislaturas que hubo durante la II República, Matilde de la Torre y Julia Álvarez Resano. También, por primera vez, consiguió escaño Dolores Ibarruri quien, por cierto, en sus memorias nada dice de Victoria Kent y sólo cita su nombre al lado de un grupo de mujeres que formaban, según ella, el Comité Nacional de Mujeres Antifascistas de las que Pasionaria era la presidenta.

El 18 de julio, era sábado, cogió a Victoria camino de La Granja con un grupo de amigos que iban a realizar una excursión por aquel lugar donde destaca el Palacio Real de San Ildefonso con sus jardines y fuentes. Tan pronto se entera de la noticia regresa a Madrid tratando, desde el primer momento, de organizar su vida ante la nueva situación poniéndose a las órdenes del Gobierno. Uno de sus primeros cometidos fue, a través de un micrófono, levantar el ánimo a las mujeres, principalmente. Desde los micrófonos de Unión Radio se dirige ellas diciéndoles: «Sobre los escombros de nuestra patria es necesario levantar la España libre y trabajadora. Para esa obra nosotras las mujeres necesitamos dar el esfuerzo de nuestros brazos y, al mismo tiempo, el calor de nuestro corazón. Ni lágrimas ni suspiros: esfuerzo, eficacia, abnegación y sacrificio silencioso{25}. También el ABC, ahora en manos de los republicanos, recogía algunas de las palabras pronunciadas en la radio por Victoria Kent: «He estado en el frente, he hablado con nuestros milicianos, no tienen más que una preocupación que empobrece su alegría en la lucha: el estado en que quedan los suyos. Quitémosles esa preocupación, dejémosles, porque tiene derecho a ello, su alegría clara para el combate y, liberados de esa sombra, cobrarán reforzados arrestos para la lucha.»{26}

A mediados de 1937 el Gobierno la envía a Francia con el cargo de primer secretario de Embajada cuando era embajador Ossorio y Gallardo. Su misión principal fue el cuidado de los niños evacuados. Llegó a París en el mes de junio y desde entonces no paró de hacer una intensa campaña a favor de aquella misión que le había sido encomendada. Cuando la guerra estaba finalizando tuvo que ocuparse también del éxodo republicano. Durante su estancia en la capital francesa y ante la invasión del territorio francés por el ejército alemán, pasó un tiempo refugiada en la Embajada de Méjico donde, a modo de diario, escribió su libro Cuatro años en París, que editó en Buenos Aires en 1947. Terminada la guerra, salió de la clandestinidad y se unió a un grupo de personas que organizaban conferencias en lengua castellana. Fue directora literaria de la revista Le Livre du Tour hasta que el 3 de agosto de 1945 llegó a Méjico como exiliada y en donde fijaría su residencia en 1948. Invitada a dar conferencias en este país la Academia Mejicana de Ciencias Penales la nombró miembro de la misma en 1949. Impartió cursos en la Universidad Nacional y en 1950, sin renunciar a su nacionalidad española, le fue concedido el status de residente en aquel país.

Tras su estancia en Méjico se trasladó a EE.UU. donde aceptó el ofrecimiento de las Naciones Unidas y en donde obtuvo un contrato de Oficial de Asuntos Sociales que le encargó una serie de cuestiones relacionadas con la mujer. Más tarde le fue encomendada la posibilidad de celebrar en Méjico la Conferencia Regional de Hispanoamérica patrocinada por la División de Actividades Sociales de la O.N.U. Desempeñó el cargo hasta julio de 1952, fecha en que expiró su contrato, volviendo de nuevo a EE.UU. instalándose, de manera definitiva, en Nueva York con el cargo de consejera del Gobierno de la República en el exilio y sacando adelante su viejo proyecto, que hacía meses venía madurando, de publicar la revista Ibérica{27}. Desde esta revista trabajó para fundir en uno los partidos republicanos en el exilio: la intención era reducir al mínimo posible las muchas organizaciones políticas republicanas y crear un esfuerzo común con todas ellas. Así nació el partido que se llamaría Acción Republicana Democrática Española que tras muchas dificultades fue legalizado en España en agosto de 1977 después de 18 años de existencia en el exilio. A causa de este retraso en ser legalizado por no querer prescindir del nombre republicano no pudo ese partido presentarse a las elecciones del 15 de junio de 1977 por lo que para Victoria las elecciones no fueron totalmente libres. Después de su legalización fue elegido presidente de honor José Maldonado, último presidente de la República en el exilio. El 1 de marzo de 1979, el partido presentó candidaturas para el Congreso y el Senado en las elecciones generales, pero no logró representación parlamentaria.

Después de casi cuarenta años ausente de España regresó a la tierra que la vio nacer: «Vengo a restañar una herida que tengo desde hace cuarenta años», declaró a la prensa{28} cuando llegó a Madrid desde Nueva York con 85 años cumplidos. Aún conservaba su energía, lucidez y buen humor. Pero no permanece durante mucho tiempo en España ya que de nuevo regresa a EE.UU., sin que desde entonces su salud le permita viajar de nuevo a España. La década de los 80 fue penosa para ella debido a una fractura de cadera que la obligó a estar en silla de ruedas. El viernes 25 de septiembre de 1987, en el hospital Lenox Hill, donde estaba internada desde hacía unas semana tras un derrame cerebral, falleció a los 95 años. Sus restos fueron incinerados y en aquel país quedaron para siempre. Después de su fallecimiento se celebró un servicio religioso en la iglesia anglicana porque la familia que hasta entonces la cuidaba, la familia Crane, practicaban esa religión. En Sevilla el 15 de octubre se celebró una misa por su alma en la Iglesia de la Anunciación según decía la esquela que publicó, en el diario ABC, su sobrino José María O’Kean Blanco. Oficiaron la misa los Padres Trinitarios de Instituciones Penitenciarias. Algún periódico recogió su fallecimiento aplicándole una afiliación política a la que jamás había pertenecido. El ABC de Sevilla, decía: «Victoria Kent, dirigente anarquista durante la Segunda República y la guerra civil española, falleció ayer en Nueva York, a los ochenta y nueve años de edad»{29}. El periodista se equivoca en lo de «dirigente anarquista» y en los años de edad que tenía a su fallecimiento.

Notas

{1} Joaquín Soler Serrano, A fondo de la A a la Z, Plaza & Janés, Barcelona 1981, pág. 125.

{2} Zenaida Gutiérrez Vega, Victoria Kent. Una vida al servicio del humanismo liberal, Universidad de Málaga 2001, pág. 244.

{3} Con el apellido Kent existe cierta confusión de cómo escribirlo. Algunos escriben O’Kean, incluso Ken y también Quen. El origen es inglés, aunque O’Kean, verdadero apellido del padre de Victoria, era irlandés. Ella negó siempre que los cambios producidos hayan sido por motivos políticos.

{4} Cf., Antonina Rodrigo, Mujeres para la historia, Ediciones Carena, Barcelona 2002, págs. 39-40.

{5} Zenaida Gutiérrez Vega, Op. cit., pág. 39.

{6} Declaraciones a Fernando Lara: Victoria Kent, una mujer de suerte. Revista Triunfo, Madrid, 22-X-1977.

{7} Diario Ya, Madrid, 16-XI-1978.

{8} Diario ABC, Madrid, 1-V-1925.

{9} Diario ABC, Madrid, 22-III-1931.

{10} Cf., Zenaida Gutiérrez Vega, Op. cit., pág, 58.

{11} Manuel Azaña, Memorias políticas (1931-1933), Grijalbo, Barcelona 1996, pág. 199.

{12} Diario El Sol, Madrid, 4-X-1931.

{13} Cf., Carmen Domingo, Con voz y voto, Random House Mondadori, Barcelona 2004, pág. 95.

{14} Diario de Sesiones, 1-X-1931, págs. 1351-1352.

{15} Revista Mundo Gráfico, Madrid, 7-X-1931.

{16} Diario ABC, Madrid, 6-X-1931.

{17} Cf., Zenaida Gutiérrez Vega, Op. cit., pág. 75.

{18} Diario El Debate, Madrid, 2-X-1931.

{19} Diario El Debate, Madrid, 11-XII-1932.

{20} Vicente Sol Sánchez, diputado de Izquierda Republicana por Badajoz.

{21} Manuel Azaña, Op. cit., págs. 469-470.

{22} Cf., Zenaida Gutiérrez Vega, Op. cit., pág. 81.

{23} Heraldo de Madrid, 24-XI-1933.

{24} Miguel Ángel Villena, Victoria Kent, una pasión republicana, Random House Mandadori, Barcelona 2006, pág. 129.

{25} Diario El Sol, 28-VII-1936.

{26} Diario ABC, 28-VII-1936.

{27} La salida de esta revista no fue bien recibida por las Sociedades Hispanas Confederadas. Pensaban que podían perjudicar los intereses económicos y políticos de su publicación España Libre. Pretendieron, sin conseguirlo, que en España Libre se destinara un espacio, como un suplemento, a la revista Ibérica.

{28} Diario Arriba, Madrid, 12-X-1977.

{29} Diario ABC, 27-IX-1987.

 

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