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El Catoblepas, número 105, noviembre 2010
  El Catoblepasnúmero 105 • noviembre 2010 • página 2
Rasguños

Sobre la transformación de la oposición política izquierda/derecha en una oposición cultural (subcultural) en sentido antropológico

Gustavo Bueno

Este rasguño tiene por objeto (partiendo del supuesto de la ecualización, en las democracias homologadas tras la caída de la Unión Soviética, de los términos de la oposición política izquierda/derecha) el reconocimiento de la persistencia de esta oposición izquierda/derecha, si bien transformada en una oposición extrapolítica

Pareja de los 50, de la exposición Crónicas de Juventud / Madrid abril-mayo 1985Pareja de los 70, de la exposición Crónicas de Juventud / Madrid abril-mayo 1985

1. La oposición izquierda/derecha como oposición política

La oposición política izquierda/derecha, según la opinión más común, surgió en los principios de la Revolución francesa, en la sesión del 4 de septiembre de 1789, en la que se debatió, por iniciativa del diputado Mounier, la cuestión del veto suspensivo regio: los diputados que estaban sentados a la izquierda del presidente, rechazaron la propuesta del veto, y los que estaban sentados a la derecha, defendieron el mantenimiento de ese tradicional derecho del Rey.

La oposición izquierda/derecha, junto con otras oposiciones topográficas (montaña/llanura), tuvo una evolución de ritmos desiguales y con ramificaciones diversas, algunas directamente políticas (la oposición república democrática/monarquía absoluta, o la oposición monarquía constitucional/monarquía absoluta). Pero también tuvo ramificaciones religiosas (como la oposición laicismo/confesionalismo), morales (la oposición solidaridad/egoísmo), económicas (la oposición proletariado/capitalismo) o militares (la oposición pacifismo/belicismo).

La oposición izquierda/derecha fue, en principio, entendida como una oposición dicotómica («maniquea»), que sin embargo no se mantuvo únicamente en el terreno abstracto doctrinal, sino que tuvo una rica expresión estética y morfológica a través de himnos, uniformes, gorros frigios, léxico (de sonido romano: senadoconsulto, tribunado, consulado), &c. Cabe señalar, como prueba de la universalidad y alcance que lograron los esquemas de oposición o corte dicotómico vinculados a la opción izquierda/derecha (incluyendo en estos cortes a los que tuvieron que ver con la guillotina), la pintoresca ocurrencia pedagógica de los saintsimonianos de Menilmontant, ya en el comienzo del reinado de Luis Felipe, que proyectaron la instauración del uso de chaleco con abotonamientos dorsales que requerían la ayuda solidaria de otros ciudadanos, evitando el «egoísmo individualista» de los chalecos abotonados por delante, que no necesitaban ayuda.

2. Alusión a una metodología utilizada para analizar la oposición izquierda/derecha a escala morfológica (y no sólo a escala lisológica o cuasimetafísica)

En el artículo publicado en 1994, en El Basilisco nº 17, «La Ética desde la Izquierda», que recogía el texto base de una intervención en el curso «Ética laica y socialismo pluralista», organizado en Valencia por la Universidad Menéndez Pelayo, se adoptó una metodología que tenía como objetivo principal el de huir del estilo de las exposiciones ideológicas cuasimetafísicas, en aquellos años tan en boga. Me refiero a las exposiciones en las cuales los políticos o doctrinarios izquierdistas-demócratas apelaban, para marcar sus diferencias con la derecha, a las ideas de Libertad, de Igualdad o de Solidaridad, conquistadas por el «pueblo» como señas de identidad de la izquierda, frente a las supuestas señas de identidad atribuidas a la derecha, es decir, a la «Dictadura» de la cual «la izquierda» tenía la impresión de haber acabado de salir; una dictadura considerada, desde luego, como derechista y caracterizada por la represión, la desigualdad escandalosa y el egoísmo de los «empresarios y banqueros capitalistas».

Una metodología que cabría caracterizar como morfológica (no lisológica), porque aplicaba el método habitual entre los antropólogos, también entre los sociólogos y lingüistas (que utilizaban las técnicas de los «discriminadores semánticos»), a saber, el método consistente en «despiezar» los materiales englobados bajo los rótulos izquierda/derecha en múltiples trozos o unidades tomadas como criterios de diferenciación (como «discriminadores semánticos»), sin duda de valor desigual. De este modo, en lugar de tratar de formular la oposición izquierda/derecha recurriendo a las ideas generales cuasimetafísicas (o por lo menos lisológicas, vinculadas al «momento nematológico» o ideológico de la distinción), tales como «la izquierda es la libertad» (Kelsen), o «la izquierda es la igualdad» (Bobbio), pretendían determinar criterios morfológicos de distinción. Criterios más cercanos al momento tecnológico de esos bloques denominados como izquierda o como derecha, que a sus momentos ideológicos (o nematológicos), en el fondo propagandísticos.

En el artículo «La Ética desde la Izquierda» seleccionamos treinta criterios, líneas o «piedras de toque», a las que concedíamos diversa capacidad de discriminación. De estas treinta líneas, las diez primeras se ofrecían clasificadas como criterios formalmente políticos; las diez siguientes se ofrecían clasificadas como materialmente políticas, y las diez últimas como extrapolíticas (o indirectamente políticas).

Sin embargo estas clasificaciones encubrían, en cierto modo, la intención «empírica» (morfológica, tecnológica) de la metodología directa de los criterios clasificados, al sugerir algo así como una teoría sistemática de una sociedad organizada en tres niveles o estratos: políticos formales, políticos materiales y extrapolíticos. En realidad, el artículo de referencia no presuponía ninguna teoría de esta índole, sino que simplemente ofrecía una reclasificación más bien «didáctica» (dirigida a un público heterogéneo) de criterios morfológicos, cada uno de los cuales podría utilizarse en las encuestas como ítem independiente de los demás. Por ejemplo: entre los criterios políticos el Estado figuraba en la línea 3 como un contenido más, al lado del Trono, del altar, de la democracia parlamentaria, de la tolerancia, de la Nación, del poder legislativo, de la iniciativa popular, del sindicato o del ejército. Entre los discriminadores semánticos «materialmente políticos» (es decir, sociales o económicos) figuraba el matrimonio, los sexos, la homosexualidad, la eutanasia, el aborto, la pena de muerte, el manicomio (¿la oposición izquierda/derecha quedaba discriminada por los que defendían los movimientos antipsiquiatría, y los que defendían la institución tradicional?), el diálogo, el ecologismo o el sistema de redistribución de la riqueza. Como discriminadores semánticos extrapolíticos (u oblicuamente políticos) se tomaban los pares teísmo/ateísmo, violín/guitarra, toros/fútbol, chalet/piso, whisky/tinto, transporte privado/transporte público, bigote/barba, corbata/sin corbata, amarillo/rojo, colegio privado/escuela pública.

Supuesta la capacidad de discriminación de estos criterios técnico morfológicos (tras iniciales encuestas y observaciones realizadas entre estudiantes universitarios), se intentaba una interpretación general («lisológica») de los resultados, en la forma de una relación funcional de las «variables» generales (pág. 23 del artículo citado).

Las siguientes: los caracteres técnico morfológicos atribuidos a la izquierda tendrían que ver con una composición (en un «paralelogramo de fuerzas») entre el «racionalismo» y el «socialismo». Ahora bien: por racionalismo se entendía el componente supuestamente más universalista de la conducta (puesto que todos los hombres podrían participar de él), un racionalismo vinculado al «operacionalismo quirúrgico», a la manipulación de los objetos con las manos o, en general, con implicación de músculos estriados; el método racionalista de organizar al mundo entorno se oponía al método de la fe (no sólo en una autoridad divina, sino también humana). Según esto, si la izquierda se definía por el principio racionalista, a la derecha le correspondería el principio de la revelación, y de este modo se pretendía recoger el componente fundamentalmente polémico del racionalismo de la Ilustración, cuando se autoconcebía como desenmascaramiento de la superstición asociado a la crítica anticlerical a la Iglesia católica, principalmente.

Cuanto al «socialismo», se entendía en un terreno más abstracto que el que podía ser propio de cualquier corriente política históricamente dada (socialismo comunista, socialdemocracia o nacionalsocialismo), significando que las propuestas o valores «socialistas» desbordaban cualquier círculo o élite de escogidos y se ofrecían como participables por cualquier individuo de una sociedad dada. Se suponía que cuando este criterio (el socialismo) no se utilizase en composición con el racionalismo, su valor discriminativo se extinguiría: tal sería el caso del llamado «socialismo frailuno», o bien del «socialismo» emergente entre los musulmanes del Irán, tras la revolución jomeinista.

La parte final del artículo (tesis III, página 32) estaba dedicada a demostrar que la oposición izquierda/derecha no era una oposición disyuntiva (dicotómica) universal, ante todo porque la izquierda y la derecha tenían amplias intersecciones en el terreno ético (mucho menos en el terreno moral), utilizando allí la distinción entre ética y moral en un sentido similar al que más tarde seguimos utilizando.

El principal «resultado» que creímos poder ofrecer (frente a la interpretación entonces ordinaria de la oposición izquierda/derecha, como oposición monolítica, maniquea, en el sentido en que la entendió Antonio Machado en una fórmula mitológica que asumió la izquierda y que ha influido y sigue influyendo funestamente como esquema fundamental histórico filosófico –en realidad, como esquema metafísico maniqueo–: «una de las dos Españas ha de helarte el corazón») era el siguiente: que cabía reconocer en el terreno ético una bifurcación de la izquierda en dos corrientes (que rotulábamos como blanca y roja); y que esta bifurcación era paralela a la que podía reconocerse en la derecha, que rotulábamos como amarilla y negra.

La conclusión del artículo equivalía, por tanto, a una primera crítica interna y radical a la concepción de la izquierda como una opción monolítica, puesto que, por lo menos, habría que distinguir dos izquierdas, la blanca y la amarilla. Es decir, no cabría hablar de «la izquierda», en singular, sino de las izquierdas. Y mutatis mutandis podría decirse lo mismo de la derecha.

3. Sobre la idea de «izquierda política», considerada no desde la Ética sino al margen de ella

Siete años más tarde, en 2001, apareció en el número 29 de El Basilisco un artículo titulado «En torno al concepto de izquierda política». Este artículo estaba escrito en un tiempo en el que ya se podía apreciar el alcance de la caída definitiva de la Unión Soviética (un hecho que permitía, por ejemplo, dar por liquidada no sólo la idea del «proletariado» como clase universal, sino también el proletariado mismo como entidad política realmente existente), lo que determinaba un replanteamiento de la teoría marxista del Estado establecida en función de la dialéctica de las clases sociales. Replanteamiento que fue esbozado en el libro Primer ensayo sobre las categorías de las ciencias políticas, de 1991, en el cual se presentaban las líneas principales de una teoría materialista del Estado como alternativa a la teoría del Estado del Diamat (que, por cierto, sigue presente en las cabezas de muchos antiguos militantes de la «izquierda genuina»).

En este artículo de 2001 se dejó de lado el tratamiento de la oposición izquierda/derecha «desde la ética». Y se sustituyó la nota «socialismo» por «universalismo», con objeto de dar lugar a una distanciación de un término demasiado «contaminado» por su vecindad con partidos políticos o sindicatos actuantes en el momento.

Su propósito era determinar el significado político de la oposición izquierda/derecha. A la luz del Primer ensayo sobre las categorías de las ciencias políticas, de 1991, y de ideas ofrecidas en el libro España frente a Europa, de 1999, el artículo de 2001 no podía ya tomar al «Estado» –por exigencias metodológicas– como un criterio más entre otros veinte, o cuarenta, o cien ítems, puesto que el Estado se presentaba como el criterio objetivo determinante. Y tanto para discriminar el alcance político de la oposición izquierda/derecha, como para discriminar los diferentes géneros de izquierda que pudieran establecerse (supuesta ya la tesis, defendida en el artículo de 2001, de que la izquierda no era una unidad monolítica), este artículo esbozaba ya, casi punto por punto, el planteamiento de la cuestión de la izquierda que sirvió de base al libro del año 2003, El mito de la izquierda (Ediciones B), y al libro de 2008, El mito de la derecha (Temas de Hoy).

El mito de la izquierda mantuvo el criterio del racionalismo, como discriminador de la izquierda; pero mientras que en los artículos de 1994 y de 2001 no se especificaba esta idea, porque era suficiente, en el contexto metodológico utilizado, la concepción general (lisológica) establecida, en cambio, en El mito de la izquierda se hacía necesario explicar el significado del racionalismo en el contexto histórico del surgimiento y evolución de la izquierda revolucionaria, la que instauró la idea democrático republicana, frente al Antiguo Régimen. Obviamente se hacía necesario examinar más de cerca qué fuera lo que la izquierda entendía por «racionalizar» en política, pero sin que este entendimiento fuera suficiente motivo para asumir las ideas (emic) sobre la razón de la izquierda histórica. Era necesario recurrir a una perspectiva etic para establecer el significado del racionalismo revolucionario (republicano, democrático).

Este significado habría de obtenerse de sus mismas realizaciones institucionales, tales como el sufragio universal, la Declaración de los derechos del hombre y del ciudadano, la política tributaria o la política lingüística de los revolucionarios. Y si podían considerarse como «racionales» a estas prácticas institucionalizadas, sería debido no ya a un postulado ad hoc (fundado en la misma profesión racionalista de los revolucionarios frente al Antiguo Régimen), sino a la analogía o isomorfismo que los procedimientos racionales revolucionarios pudieron haber mantenido con las formas de tratamiento que tuvieran lugar en otros campos (no políticos), tales como los que actuaban en los siglos XVII y XVIII en las diversas ciencias modernas (Teoría cinética de los gases, Química de los elementos, Teoría celular...). El mito de la izquierda acuñó la idea de la holización, como la metodología racionalista (no la única, y además como una metodología que no podía ofrecer por sí misma garantías firmes de verdad) que habría sido utilizada por los revolucionarios izquierdistas. Una metodología racionalista que tendría paralelos en las metodologías de las ciencias físicas y naturales más recientes, entre cuyas filas encontrábamos, por cierto, algunas figuran eminentes que también tuvieron presencia en la revolución política (D’Alembert, Laplace, Condorcet, Lavoisier...).

4. Desvanecimiento de la oposición izquierda/derecha en el campo político considerado etic

Ahora bien, la evolución del racionalismo de la izquierda, es decir, la evolución de la holización política durante los siglos XIX y XX, lejos de consolidar como definitiva la oposición dicotómica entre la izquierda y la derecha, estaba llamada a actuar en el sentido de su atenuación, desvanecimiento, convergencia o ecualización. Precisamente porque esta oposición, pese a las pretensiones emic de sus militantes, no era dicotómica (disyuntiva), el racionalismo izquierdista tuvo que tener presentes los procedimientos progresistas de la derecha, y todavía más, la derecha (la que hemos llamado derecha socialista) fue asumiendo necesariamente la metodología holizadora (en gran medida por el impulso del desarrollo tecnológico, industrial y demográfico, que actuaba envolviendo a la oposición derecha/izquierda: el «progreso» en el terreno industrial correspondía antes a la derecha que a la izquierda, y no sólo a la izquierda ludita). De este modo tanto la izquierda como la derecha, lejos de caminar por vías independientes, se bifurcaron, ante todo, paralelamente, o bien en la dirección del racionalismo «anatómico» (es decir, holístico: el comunismo soviético o el nacional socialismo), o bien en la dirección convergente del racionalismo «atómico» (holizador), es decir, en los principios democráticos tal como fueron cristalizando –tras la caída del nacionalsocialismo y del comunismo soviético– en la forma del fundamentalismo democrático.

El fundamentalismo democrático llevó al desvanecimiento, en el límite, de la oposición política entre izquierdas y derechas (en la Constitución española de 1978, por ejemplo, esta oposición ni siquiera figura en su articulado); tampoco el término «izquierda» aparece en las democracias como denominación de partidos parlamentarios («Izquierda Unida» no es un partido, sino una coalición de partidos, por cierto en proceso de disolución en nuestros días).

Ahora bien la convergencia de las izquierdas y la derecha en las democracias fundamentalistas no sólo condujo gradualmente al desvanecimiento de la oposición política izquierda/derecha, sino que también determinó serias limitaciones a la idea de una democracia fundamentalista; limitaciones que cabe atribuir, en gran medida, a la misma metodología, compartida por la derecha, del racionalismo holizador (liberal, en su caso) que dio lugar a la convergencia. Estos problemas constituyeron el tema, en el año 2003, del libro Panfleto contra la democracia (La Esfera de los Libros), y en el año 2010, del libro El fundamentalismo democrático (Temas de Hoy).

5. ¿En donde puede apoyarse la distinción izquierda/derecha en sentido no político?

Damos por supuesto que la situación actual (principalmente en España y en Europa), a la que nos enfrentamos en el presente rasguño, la oposición izquierda/derecha ha perdido, desde luego, su significado político, lo que no significa que la oposición se haya desvanecido por completo; por el contrario, se recupera en muchas ocasiones con intensidad creciente.

¿Cómo explicar esta persistencia? ¿Se trata de una mera supervivencia, o de una nostalgia alimentada por la «memoria histórica»? ¿Acaso es sólo una oposición política residual, que se mantiene en el terreno emic, pero sin fundamento objetivo etic?

No nos parece que pudiera contestarse afirmativamente a estas cuestiones. La oposición izquierda/derecha aparece viva, sin duda, es decir, no parece alimentada en los meros recuerdos del pasado, sino por fuentes que siguen manando en el presente. Pero estas fuentes acaso no son políticas, en sentido estricto. Bastaría reconocer que tal oposición ha podido transformarse en una oposición que, aún teniendo una génesis histórica de carácter político, ha podido llegar a ser una oposición realimentada por fuentes que manan de terrenos extrapolíticos.

En El mito de la izquierda ya se tuvo en cuenta la posibilidad de estos desplazamientos parciales de los fundamentos políticos de la oposición izquierda/derecha, para dar lugar a lo que llamábamos allí izquierdas extravagantes e izquierdas divagantes –izquierdas que no serían propiamente izquierdas políticas, aunque sí aliadas de ellas, sino algo que sólo se definía, en aquel contexto, como desviación de las izquierdas políticas extra-vagantes y di-vagantes–.

¿En qué terreno extrapolítico situar las fuentes o raíces de esta supuestamente viva oposición entre la izquierda y la derecha en las sociedades europeas posteriores a la caída de la Unión Soviética?

Sin duda –esta es la tesis de este rasguño–, en el terreno de la cultura, tomando este término en el sentido antropológico general, no en el sentido «oficial» de «cultura circunscrita» (me remito, para esta distinción, a El mito de la cultura, 7ª ed., pág. 33).

Se trata de preparar aquí el terreno para que futuras investigaciones puedan profundizar en la naturaleza de la oposición izquierda/derecha en su sentido «cultural» (sentido que no excluye todo componente político, pero sí lo «anega» entre otros componentes de índole no política, como pudieran serlo los componentes que habíamos llamado político materiales y oblicuos en «La Ética desde la izquierda»).

La oposición izquierda/derecha, como oposición formalmente política, se habría desarrollado, a lo largo de dos siglos, interferida con otras oposiciones culturales y sociales, hasta desvanecerse en el terreno político, sin que por ello hubiera desaparecido en otros dominios a los cuales habría contribuido a polarizar. Incluso cabría ensayar la posibilidad de utilizar con sentido la oposición cultural (no ya política) entre la izquierda y la derecha en sociedades anteriores al Nuevo Régimen (por ejemplo, en sociedades medievales o antiguas).

Sin embargo, queremos mantenernos, en este rasguño, en los límites más estrictos de la cultura no circunscrita del presente occidental.

6. Oposiciones (fundamentalmente) binarias utilizadas en Antropología cultural

Pero, ¿qué alcance podemos dar a la interpretación antropológico-cultural de la oposición izquierda/derecha tal como funciona en nuestro presente? Pues es bien sabido que las oposiciones culturales (o subculturales) no son entendidas del mismo modo, ni tienen el mismo alcance, en las diversas escuelas de Antropología cultural.

Por ejemplo, las oposiciones culturales de esta índole fueron entendidas como patrones culturales (en el sentido de la discípula de Boas, Ruth Benedict, en su famoso libro Patterns of Culture, Nueva York 1934). Ruth Benedict caracterizó la oposición (presupuesta) entre la cultura de los Zuñi y la cultura de los Kwakiutl, inspirándose en la oposición de Nietzsche (interpretada como oposición cultural), entre lo apolíneo y lo dionisiaco, y añadiendo, como tercer patrón alternativo, el de lo paranoide. Los indios Zuñi serían apolíneos, los Kwakiutl serían dionisíacos (megalómanos...), y los Dobu serían paranoides.

También era común entre los antropólogos oponer la cultura de las sociedades de cazadores (como los wandorobos del siglo XIX) y la cultura de las sociedades de ganaderos agricultores (como los kikuyos); o bien la cultura de los hutus, agricultores, y la de los tutsis, ganaderos (que se impusieron a aquellos al modo de señores feudales, y en 1972 masacraron, en Burundi, a trescientos mil hutus). Agustín Thierry decía en 1820: «Creemos [los franceses] ser una nación, y somos dos naciones sobre la misma tierra, dos naciones enemigas en sus recuerdos, irreconciliables en sus proyectos.»

Por de pronto habría que hablar en algunos de estos ejemplos, más que de culturas, de subculturas, dadas dentro del dominio de una cultura común. En nuestro caso, «Occidente» o «España». La oposición entre izquierda y derecha tendría entonces el alcance de una bifurcación similar a la oposición que C. P. Snow (en su famosa conferencia de 1959, Las dos culturas), atribuyó a la oposición entre las dos «subculturas» que él creyó constatar en la Inglaterra, y aún en la Europa de la segunda posguerra, a saber, las que llamó primera cultura (de tradición literaria y humanística) y la segunda cultura (de tradición científica e implicada con las «nuevas tecnologías» de la época). Y todo esto sin perjuicio de que ulteriormente el desarrollo de los ordenadores y de internet ecualizase, en gran medida, a las dos culturas de Snow, y en la dirección que él mismo había previsto en su hipótesis de una tercera cultura emergente, que él veía estar naciendo en la Unión Soviética.

En cualquier caso, queremos subrayar que Snow buscó establecer su oposición entre las dos «culturas» en un sentido objetivo, y no en el sentido subjetivo (el de la cultura animi) de dos estilos de educación de las generaciones de ingleses o de europeos: «Hablamos de dos culturas –decía– en un sentido similar a como se habla de cultura de La Tène o de cultura de los trobriandeses.»

El materialismo cultural formuló certeras objeciones contra las oposiciones culturales reducidas a los términos intemporales y cuasipsicológicos de los patrones de cultura de Benedict, exigiendo que las oposiciones estuviesen fundadas causalmente en las capas de la infraestructura o de la tecnología. Pero no cabe olvidar que las mismas oposiciones llamadas cuasipsicológicas (al modo de la escuela Cultura y Personalidad de Linton, o del Psicoanálisis de Freud o de Kardiner) no eran acaso en realidad meramente psicológicas, sino que, al menos en manos de los funcionalistas, tenían en cuenta las culturas objetivas asociadas. Y aún los mismos criterios psicológico-emic habrían de entenderse no como criterios espirituales o metafísicos, sino como criterios positivos tomados de un marco material segundogenérico, en tanto involucraban en las instituciones diversos sujetos operatorios a través de su corporeidad primogenérica.

7. Las configuraciones culturales (o subculturales) izquierda/derecha, ¿son manifestaciones de oposiciones profundas previamente dadas o son reclasificaciones de diferencias culturales sobrevenidas y concatenadas?

La cuestión podríamos plantearla en estos términos: en primer lugar, como si los rasgos característicos o «señas de identidad» que pueden ser atribuidos a las izquierdas y a las derechas (tras oportunas encuestas y minuciosas observaciones relativas a sus respectivos estilos indumentarios, léxico, preferencias gastronómicas, de ocio, &c.), pudieran interpretarse como expresión de sendas identidades con valor causal que permitieran conferir a la oposición izquierda/derecha el rango de una oposición profunda y no formalmente política. Es decir, de una oposición establecida más allá de los fenómenos a través de los cuales se manifiesta.

En segundo lugar, la oposición izquierda/derecha podría reducirse a la condición de una oposición entre dos configuraciones culturales o subculturales formadas históricamente como una bifurcación o polarización surgida entre los contenidos de una cultura común, en el propio curso histórico de la concatenación de los fenómenos. Lo que no excluiría la necesidad de establecer la naturaleza de los nexos (¿aleatorios?, ¿estructurales?) capaces de vincular a los fenómenos diferenciales.

En el primer lugar cabría decir que las configuraciones culturales izquierda/derecha son los telones tras los cuales podríamos llegar a realidades más profundas opuestas entre sí, es decir, a la base de las señas de identidad respectivas de las configuraciones izquierda/derecha. En el segundo lugar cabría decir que detrás de esos telones no hay nada, sino sólo las diferencias que ellos mismos puedan haber generado.

Entre quienes defendieron la tesis (por ejemplo) de que las señas de identidad de las configuraciones culturales izquierda/derecha son manifestaciones de una oposición profunda de razas o de culturas pretéritas, citaríamos a quienes apelaran a la oposición celtas/iberos en España, o bien cristianos viejos/musulmanes, judíos o moriscos; o bien francos y galos en Francia, según Thierry. Y también a quienes interpretasen la oposición izquierda/derecha como expresión de la oposición histórica entre clases sociales, en el sentido marxista: la derecha sería la decantación de los hábitos de los nobles terratenientes feudales, o de los conquistadores, o de los forjadores de las grandes fortunas en la época del capitalismo, de «los ricos», mientras que la izquierda sería la expresión de los descendientes de los hábitos culturales propios de los vasallos, de los siervos, de los desposeídos, de «los pobres». A las señas de identidad fenoménicas les correspondería un papel eminentemente «distintivo» o diferencial.

Y entre quienes defendieran la tesis de que el entretejimiento de las señas de identidad respectivas de las configuraciones izquierda/derecha no es expresivo de diferencias profundas, sustanciales-causales, situadas «más allá de los fenómenos», sino que son resultados históricos de una polarización de composiciones en mosaico y más o menos aleatorias, aunque consolidadas o amalgamadas en el curso del tiempo, de diversos contenidos o instituciones históricamente dadas, podríamos citar a quienes dejan de lado las razas o las clases sociales, considerando a las configuraciones izquierda/derecha como resultado de composiciones de afinidades empíricas de contenidos de muy diversos estilos de vida, similares a los que en pintura, por ejemplo, constituyen las configuraciones que llamamos impresionismo o cubismo. Lo que equivaldría a reconocer que las señas de identidad fenoménicas asumen la consideración de constitutivas de las mismas configuraciones.

En cualquiera de las dos hipótesis serían precisas pruebas suficientes para poder mantener la interpretación de la oposición izquierda/derecha (fuera de la política) como configuraciones subculturales, como una concatenación de diversas costumbres o mores dotados de una consistencia mínima. Supuesta ya dada esta consistencia, cabría plantear la cuestión de las interferencias que tales configuraciones culturales pudieran llegar a tener, o hubieran tenido históricamente, con las categorías políticas.

8. Algunos ejemplos de contenidos culturales (no políticos) diferenciales atribuibles a las configuraciones izquierda/derecha

En cualquier caso, es decir, cualquiera que fuese la interpretación causal sustancial, o bien meramente fenoménica, de la naturaleza de la composición de las señas de identidad de las configuraciones izquierda/derecha, si los entramados de los telones respectivos mantuviesen una consistencia suficiente (sociológica o histórica), habría que concluir que tales configuraciones se dibujan en el dominio de la cultura occidental (como subculturas o bifurcaciones dadas en una cultura común, en idioma, nacionalidad o nacionalidades diversas en las cuales pueden constatarse tales configuraciones).

En consecuencia, estos contenidos-señas de identidad habrían de poder clasificarse en alguna de las categorías (o en varias) que los antropólogos culturales utilizan en sus descripciones etnológicas de los «círculos culturales»; por ejemplo, en la tabla de categorías culturales que ya Clark Wissler ofreció en su obra Man and Culture (Nueva York 1923). La tabla de Wissler, concebida como patrón universal (aplicable a todas las culturas), constaba de nueve categorías: 1) Lengua, 2) rasgos materiales, 3) arte, 4) conocimiento, 5) religión, 6) sociedad, 7) propiedad, 8) gobierno y 9) guerra.

Y, desde luego, la tabla de Wissler debería tener también aplicación a las «subculturas» izquierda/derecha de nuestra cultura común. Carecería, en cambio, de aplicación referida a la cultura de los trobriandeses o a la cultura de los macacos de las islas Kiriwinas (que también se bifurcaron en «macacos progresistas», que lavaban los boniatos, y «macacos conservadores», que se resistían al progreso). Y no sólo parcialmente (si las subculturas se circunscribiesen sólo a alguna de las categorías, como pudieran serlo la 8, gobierno, o la 9, guerra, o la 5, religión, o bien a dos o tres o más de estas categorías) sino totalmente, cuando las ausencias en alguna categoría pudieran interpretarse como significativas (privativas, respecto de la tabla, y no sólo negativas). Por ejemplo, sería significativa la ausencia de religión (la asebeia propugnada por el laicismo) en la izquierda o en la derecha, o bien la ausencia de ejército o de familia.

Consideremos, a efectos de mostrar la escala de nuestras referencias, unos ejemplos cotidianos de señas de identidad, habituales en nuestro presente (año 2010, en España).

(1) Suele afirmarse, por quienes buscan suprimir la fiesta de los toros, que esta fiesta es seña de identidad de la derecha, y que la izquierda se opone a los taurinos de derechas. Esta diferencia es claramente un rasgo cultural, y no político, aunque los antitaurinos digan que «la tortura no es cultura».

(2) La defensa del aborto se considera como una seña de identidad de la izquierda; su impugnación sería seña de identidad de la derecha (clerical y medieval). Pero la oposición abortistas/antiabortistas no es por sí misma política, sino moral, porque refleja costumbres (mores) diversas de diferentes sociedades del salvajismo, de la barbarie o de la civilización.

(3) Los defensores del matrimonio homosexual suelen considerarse de izquierdas, frente a quienes lo impugnan (y por ello, serán considerados como de derechas). Pero la institución del matrimonio homosexual o heterosexual es una oposición cultural, y no política.

(4) Las numerosas columnas de prensa diaria dedicadas a ironizar o a recordar los «escandalosos gastos» ocasionados por la visita del papa Benedicto XVI a Santiago de Compostela o a Barcelona (sin que falten en ellas las alusiones a los sacerdotes pedófilos o a las opiniones del Santo Padre sobre la pertinencia del uso del preservativo), son interpretadas generalmente, y como algo evidente, como propias de la izquierda. Las opuestas serán atribuidas a la derecha.

(5) El lema que una cadena de televisión, Intereconomía, en pleno proceso de expansión, utiliza como «seña de identidad»: «Orgullosos de ser de derechas», tiene sin duda una interpretación de oposición cultural a la izquierda (también interpretada como concepto cultural y no solo político).

(6) La defensa de la pena de muerte es considerada ordinariamente como característica de la derecha más conservadora; los abolicionistas se clasifican generalmente entre las izquierdas.

Ahora bien: el caso 1 nos pone ante una seña de identidad de la ingenua o iletrada condición de aquellos jóvenes espontáneos, que son sensibles al dolor de los animales; una seña de identidad ingenua e iletrada porque por «salvaje» y «aborrecible» que parezca a estos jóvenes la fiesta de los toros, no puede confundirse su supuesto salvajismo o aborrecimiento con fenómenos de carácter no cultural, dado que la fiesta de los toros es evidentemente, desde los tiempos de Creta, anterior a la oposición entre izquierdas y derechas. Otra cosa es que la oposición cultural tradicional entre taurinos y antitaurinos (muy anterior a la oposición derecha/izquierda: basta recordar, con el libro Los dioses olvidados de Alfonso Tresguerres en la mano, las recusaciones religiosas del toreo de Juan de Torquemada en tiempos de Enrique IV, o las del arzobispo de Valencia, Santo Tomás de Villanueva, por no hablar de la prohibición terminante de Pío V en su Bula de 1577) sea en nuestros días aprovechada por las políticas antiespañolas, especialmente cercanas a ETA, en sentido político. Y quienes así proceden son simplemente analfabetos en materias de ciencias culturales e históricas, porque ni siquiera han oído hablar de la cultura cretense, y no tienen en cuenta que el salvajismo y la barbarie son ellas mismas categorías culturales. Por este motivo las cuestiones englobadas en (1), en boca de los jóvenes analfabetos que sin embargo argumentan «en nombre de la cultura» no puede considerarse como seña de identidad de la izquierda en sentido político, sino simplemente como seña de identidad de ignorancia ingenua y pretenciosa en materia de Antropología cultural. Es cierto que, cuando este asunto es tratado por los diputados en una sesión parlamentaria en Cataluña, ya cabrá interpretarlo como una seña de identidad, no sólo de ignorancia culpable en Antropología cultural, sino también como seña de identidad política, pero no ya de la izquierda, sino también de partidos de derecha secesionistas, si es que los diputados catalanes utilizan este criterio como un ataque a fiesta considerada como seña de identidad de España.

En el caso 4, por ejemplo, cabría afirmar que los columnistas de referencia se definen como hombres de izquierda; pero no sería tan seguro incluir esta izquierda en la categoría 8 de Wissler (gobierno o categorías políticas). Podríamos incluirla en la categoría 5 (religión), por aquello de contraria sunt circa eadem; o acaso en la categoría 3 (arte, categorías estéticas), interpretando que los columnistas de referencia critican al Papa en cuanto foco de mensajes antiestéticos y de mal gusto, puesto que habla de pedofilia, preservativos, abortos, &c. (que son asuntos relacionados con lo que los psicoanalistas llamaban «complejo de la cloaca»).

El caso 5 ofrecería, al parecer, una transparente y explícita seña de identidad de la configuración derecha política, puesto que quienes utilizan este lema no harían otra cosa sino declarar con orgullo su pertenencia a una dirección política definida. Sin embargo esta interpretación sólo sería aceptable manteniendo la petición de principio de que la derecha que allí se reivindica es una categoría política. Pero esto era lo que se trataba de demostrar.

9. La oposición izquierda/derecha como bifurcación subcultural de la Cultura occidental

Por mi parte me abstengo, en este rasguño, de cualquier toma de partido sobre el alcance básicamente extrapolítico (aunque sin excluir sus armónicos políticos) que hubiera que asignar a la oposición actual entre izquierda y derecha. Está todavía muy próxima la época en la cual izquierdas y derechas eran ante todo categorías políticas, aunque nunca faltaron quienes interpretaran estas categorías como expresión de «concepciones del mundo» que desbordaban ampliamente la categoría política. Aunque también estamos acostumbrados en estos días a que algún gran cocinero de los que obtienen las estrellas Michelín, diga solemnemente, en televisión, que su profesión de cocinero no es tanto un oficio cuanto «una concepción del mundo».

Y si, sobre todo, el uso ordinario, al menos en el plano emic, de la oposición izquierda/derecha, mantiene intención política, será inútil tratar de convencer a quienes afirmar dogmáticamente que los toros no son cultura, por ejemplo, de que su afirmación carece de significado etic; primero habría que explicarle el alcance de la distinción entre el punto de vista emic y el punto de vista etic, que sin duda desconoce.

Me limitaré, por tanto, a sugerir la posibilidad de interpretar la oposición izquierda/derecha en su estado actual, y conceptualizándola en perspectiva etic, como una distinción entre culturas o subculturas más que como una distinción política. Es decir, me limitaré a sugerir que quienes se consideran militando en la izquierda, formarían parte más que de una opción política definida, de una suerte de «colegio invisible» o de un club de sujetos muy dispersos porque mantienen ciertas afinidades o valoraciones, positivas o negativas, de los contenidos del flujo incesante de la cultura objetiva común, como puedan serlo las preferencias por Tolstoi, Blasco Ibáñez o Goytisolo, atribuidas a la izquierda, frente a las preferencias por Echegaray, Torrente Ballester o Cela, atribuidas a la derecha. Otro tanto diríamos de las preferencias cinematográficas, de las preferencias en los programas de televisión o por sitios de internet. Esta «visibilidad» de las afinidades es lo que podría dar lugar ulteriormente a ciertas configuraciones, de alcance difícil de determinar que, sin embargo, pueden servir a mucha gente, a muchas personas, para sentirse «amparadas» con otras, sobre todo militando frente a terceros opuestos, a quienes desprecian, definiendo su orgullo por este desprecio.

La formación de la oposición actual entre izquierda/derecha (y dejando de lado las «causas profundas» o incluso el funcionamiento oculto de tal oposición) habría tenido lugar, y seguiría teniéndolo, mediante un mecanismo de bifurcación en el amplio dominio de las posibilidades urbanas (principalmente) en dos colectivos estadísticos derivados de la polarización de las estimaciones de los contenidos del flujo cultural en materia indumentaria, musical, literaria, gastronómica, &c. Supongamos que una obra literaria, por ejemplo La Montaña Mágica de Thomas Mann, y por mecanismos de difusión que habría que someter a análisis científico, crea un colegio invisible de lectores adictos, que estiman la obra como un valor positivo, asociado a la derecha; supongamos también que otra obra, por ejemplo, Los escándalos de Crome de Aldous Huxley, crea un colectivo estadístico de lectores adictos que valoran también positivamente la obra y se consideran próximos a la izquierda (adscripciones por lo demás puramente convencionales y dudosas).

Agreguemos a esta bifurcación de la población de lectores de referencia (lectores que además de constituir un colectivo estadístico, visible para los sociólogos, puede generar un grupo o círculo de personas que se comunican en las librerías, en las conferencias o en internet) otras bifurcaciones (relativas a los toros, al aborto, a las preferencias musicales), entre las cuales podríamos también considerar bifurcaciones políticas. La concatenación más o menos estable de todas estas bifurcaciones tendría un fundamento más estético que político, en el supuesto de que el ciudadano desconoce comúnmente los programas políticos, y se orienta por motivos extrapolíticos de simpatía, admiración, esnobismo o repulsión hacia otras alternativas.

La oposición izquierda/derecha podría interpretarse entonces como la forma más importante (porque podría haber otras) de bifurcación de nuestra cultura occidental contemporánea, es decir, la bifurcación en dos «subculturas axiológicas» enfrentadas (casi siempre con muchos grados intermedios), que sin embargo mantienen unas relaciones mutuas de oposición correlativa que justificarán hablar también de una unidad dioscúrica entre tales subculturas.

En cualquier caso la denominación de estas subculturas correlativas mediante los términos izquierda (subcultura izquierda) / derecha (subcultura derecha), aunque tuvieran genéticamente un origen político, no tienen por qué ser políticas en la actualidad. Las oposiciones políticas históricas, tras haberse ecualizado a lo largo de los siglos XIX y XX, se habrían desvanecido, hasta el punto de que estructuralmente los contenidos políticos originarios quedarían anegados (en el terreno etic) en el «mosaico oceánico» de la nueva cultura dioscúrica de nuestra época.

10. La oposición izquierda/derecha no por ser una oposición extrapolítica es menos significativa en el terreno de la convivencia cotidiana

La que suponemos bifurcación de nuestro cultura occidental en dos subculturas denominadas izquierda/derecha, y sin necesidad de que esta bifurcación sea interpretada (anacrónicamente, a nuestro juicio) como una bifurcación política irreductible, tiene como efectos prácticos una dicotomía de hecho en la sociedad que confiere a la convivencia de las subculturas aludidas la forma de una convivencia polémica, que alcanza en muchas ocasiones intensidades muy fuertes, que implican el desprecio mutuo y la imposibilidad de mantener relaciones mínimas de contacto entre las partes enfrentadas (que mantendrán sin embargo relaciones polémicas).

Se intentará paliar o minimizar estos efectos apelando a las llamadas «virtudes democráticas», tales como la tolerancia, el respeto y el diálogo; sin embargo acaso el paliativo más eficaz de la violencia derivada de tal bifurcación sea precisamente la misma ignorancia y desprecios recíprocos. Acaso hay que ver un funcionalismo prudente en el hecho de que las dos subculturas izquierda/derecha se miren la una a la otra como si fueran no ya bifurcaciones de una misma cultura, sino como culturas íntegras, en divorcio irreductible, y tan extrañas y lejanas que evitan cualquier tipo de comunicación y aún de confrontación como el mejor medio para evitar «llegar a las manos».

La ignorancia mutua, derivada del desprecio recíproco, disimulada con la ficción de la tolerancia y el respeto mutuo, resulta ser así funcionalmente la mejor forma de mantener la «coexistencia pacífica» entre ambas subculturas. Cualquier diálogo entre ellas conduciría siempre a una ruptura violenta.

También es verdad que la partición dicotómica de una Nación en las subculturas izquierda y derecha (sobre todo en las naciones europeas cristianas: España, Italia, Francia...), o las similares (tales como la partición demócratas/republicanos en Estados Unidos, o laboristas/conservadores en Gran Bretaña) afecta acaso más a las generaciones que rebasan los cincuenta años que a las generaciones más jóvenes, entre los cuales, por ignorancia o por lo que sea, las particiones izquierda/derecha se cruzan con otras particiones (tales como catalanes/españoles, vascos/españoles o jóvenes/viejos) que las neutralizan.

 

El Catoblepas
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