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El Catoblepas, número 111, mayo 2011
  El Catoblepasnúmero 111 • mayo 2011 • página 6
Filosofía del Quijote

Miguel Cortacero
y la exégesis evangélica del Quijote

José Antonio López Calle

Las interpretaciones religiosas del Quijote (11)

Miguel Cortacero, Cervantes y el Evangelio, 1915 Después de Unamuno, el presbítero Miguel Cortacero y Velasco en su Cervantes y el Evangelio (1915) propuso una lectura alegórica del Quijote del mismo tenor que la de Unamuno, en cuanto nos propone una lectura igualmente en clave evangélica, de forma que don Quijote es figura de Cristo y los episodios de su historia son alegorías de sendos episodios de la historia de Jesús. El comentario de Cortacero es, en realidad, un producto del método alegórico esotérico de Benjumea y la exégesis evangélica de Unamuno, a quien cita varias veces, pero en el que ésta se extrema y lleva hasta sus últimas consecuencias. Ya no se trata, como en Unamuno, sólo de buscar semejanzas abstractas y ahistóricas entre el Quijote y el Evangelio, renunciando a buscar semejanzas entre cada uno de los episodios de la vida de don Quijote con cada uno de los de la vida de Cristo por orden cronológico, sino en buscar justamente las correspondencias que hay entre ellos, prescindiendo sólo de los detalles menores, pues en el fondo, como dice Cortacero, el Quijote es un plagio del Evangelio y por tanto cuenta los mismos hechos que éste, pero de modo distinto y cambiando los nombres y las personas. En suma, «todo cuanto se lea en el Quijote no es otra cosa que un remedo, una figura de ese libro divino llamado Evangelio», lo que entraña obviamente que «la verdad del Evangelio comprueba y afirma el simbolismo del Quijote» (Cervantes y el Evangelio, Imprenta de los hijos de Gómez Fuentenebro, págs. 80-1 y 109 respectivamente). Partiendo de estas ideas, Cortacero intenta cumplir su programa hermenéutico de forma sistemática procurando por todos los medios encajar cada hecho y dicho de don Quijote en el marco de la biografía de Jesús conforme a la interpretación teológico-eclesiástica y dogmática de los textos evangélicos, que Cortacero, como Unamuno, trata ahistóricamente como si conformasen un único Evangelio, en el que se cancelan las diferencias y contradicciones entre los cuatro relatos evangélicos canónicos.

Sintetizamos en un apretado resumen lo esencial de la exégesis de Cortacero. El autor empieza asignando la referencia alegórica de los tres personajes principales: don Quijote es, ya lo hemos dicho, Jesucristo; Sancho, san José; y Dulcinea, la Virgen María. Las tres salidas al mundo de don Quijote simbolizan las tres salidas o fases que el autor distingue en la historia de Jesucristo de acuerdo con la teología cristiana. No es cosa fortuita, sino plan premeditado, nos dice, el que Cervantes hiciera salir tres veces a su ingenioso hidalgo, en vez de una o dos, para de este modo coincidir con las otras tres que nos indica el Evangelio en la vida de Jesús. Cortacero presume que Cervantes tuvo en cuenta las tres salidas que nos enseña el Evangelio con relación a Jesús, y que se valió de ellas para ir formando el nervio de su obra aplicándolas a su famoso caballero.

La primera salida de Jesús se refiere a su preexistencia divina como segunda persona de la Trinidad, y a su encarnación, en virtud de la cual fue del reino de su Padre al vientre purísimo de su madre María. Tal es lo que alegóricamente nos relata el Quijote desde el primer capítulo, en que la decisión de don Quijote de convertirse en caballero andante, limpiar las enmohecidas armas de su bisabuelo, de armarse caballero y salir al mundo para realizar empresas en pro del género humano simboliza la salida del Verbo divino de la patria celestial, su descenso a la tierra y su encarnación, esto es, se viste con la naturaleza humana limpia de todo pecado y empieza su obra redentora (el primer capítulo de la novela viene a ser así el equivalente del prólogo del Evangelio de san Juan), hasta la primera visita de la pareja inmortal a la venta de Juan Palomeque, donde tiene lugar el nacimiento de Jesús.

La segunda salida va desde el nacimiento de Jesús hasta su muerte. Esto es lo que nos relata el Quijote en clave alegórica desde la primera entrada en escena de la venta de Juan Palomeque hasta el final de la primera parte de la novela. Los episodios centrales de la pasión y muerte de Jesús es lo que nos intenta veladamente narrar Cervantes en los capítulos dedicados a esta serie de hechos: la huida de don Quijote y Sancho a Sierra Morena huyendo de la Santa Hermandad, donde oró y se entristeció, lo que es un símbolo de la persecución de Jesús por los sacerdotes y fariseos para detenerlo y de su refugio en el huerto de los Olivos, donde también se puso a orar y cayó en tristezas; el viaje de la comitiva formada por el cura y el barbero y guiada por Sancho, a Sierra Morena, donde se les unen Dorotea y Cardenio, en busca de don Quijote para traerlo de allí y llevarlo a su casa, todo lo cual alegoriza el prendimiento de Jesús y la traición de Judas, a quien representa Sancho por revelar al cura y al barbero el paradero de don Quijote, conducirlos hasta Sierra Morena y, una vez allí, señalar a Dorotea quién es don Quijote para persuadirle de que regresara con ellos; el regreso de don Quijote, con la comitiva anterior y otros acompañantes hasta la venta, que representa el traslado de Jesús, también con una cuadrilla o turba de gente a la casa o venta del sumo sacerdote o del sanedrín, luego al palacio de Herodes y finalmente a la casa o venta del Pilatos, lugares todos aquí simbolizados económicamente por la venta de Juan Palomeque, que funciona a la vez como casa del sumo sacerdote Caifás, de Herodes y de palacio de Pilatos, donde Jesús es interrogado y juzgado, lo cual es simbolizado supuestamente por los sucesos de la venta, aunque allí no sucede nada parecido a esto; la salida de don Quijote de la venta con destino a su aldea enjaulado en un carro tirado por bueyes, seguido por un cortejo, lo que representa el camino que Jesús recorrió, asimismo acompañado por una comitiva, desde le Pretorio hasta el Calvario o Gólgota, portando su cruz y corona de espinas; y finalmente la llegada de don Quijote a su aldea herido y maltrecho, donde se tiende en la cama como muerto, auxiliado por su ama y sobrina, lo que representa alegóricamente la muerte de Cristo.

Así, pues, la primera parte del Quijote es el relato alegórico de la historia de Jesucristo desde su preexistencia divina en el cielo, como segunda persona de la Trinidad, antes de encarnarse hasta su muerte en la cruz.

La tercera salida de Jesús va desde su resurrección hasta su ascensión a los cielos, sin excluir el anuncio de los dos grandes hechos que Dios realizará al final de los tiempos, a saber, la resurrección de los muertos y el juicio final. De todo esto trata la segunda parte de la novela. La exégesis evangélica empieza revelándonos que la tercera salida de don Quijote, tres días después de pasar su enfermedad o muerte aparente, para realizar nuevas empresas en beneficio de los necesitados, figura los tres días que Jesús yació en el sepulcro y su resurrección al tercer día, salida sólo vista por Sansón Carrasco como símbolo del ángel que vio salir del sepulcro al redentor de los hombres, y termina descubriéndonos que la aventura del túmulo y la resurrección de Altisidora es figura de la resurrección de los muertos, una resurrección que ha de realizar Jesús a la terminación de los tiempos, la cual se nos anunció en la aventura de la caza, la cual con todos sus sones atronadores y aterradores procedentes de fuentes diversas, como instrumentos musicales (cornetas, trompetas, clarines, tambores, pífanos), bélicos (el estruendo de la artillería y de infinitos disparos de escopeta) y de voces humanas (infinitos lililíes, al uso de los moros cuando entran en batalla, nos dice el narrador) a lo que se unen las luces de fuego espectaculares que hacen parecer que el bosque arde por todos los costados, refleja o recuerda precisamente lo que nos enseña el Evangelio sobre el final de los tiempos, de lo que entonces sucederá: la resurrección de los muertos, el juicio final y el premio y castigo eternos.

Con el comentario de la aventura de la fingida resurrección de Altisidora el autor da por concluida su lectura evangélica de la segunda parte del Quijote, pues, según Cortacero, «todo lo demás que en él se lee no dice ya nada con el plan que indudablemente se propuso Cervantes al seguir al Evangelio en los hechos principales realizados por Jesús» (op. cit., pág. 239). Ésta mala práctica hermenéutica, más frecuente en su comentario de la segunda que de la primera parte de la novela, viene a ser lo mismo que la de Unamuno de abreviar y mutilar ésta para así encajar mejor el texto cervantino con las premisas interpretativas de turno. Pero Cortacero no admite que se trate de una mutilación que él ejecute; él prefiere decir que se trata de un error imputable a Cervantes que habría plagiado mal a Cervantes.

Con esto entramos ya en las críticas de la interpretación de Cortacero, verdaderamente desatinada y desmesurada. Sus fallos son múltiples. El primero de ellos abarca los desaciertos en el simbolismo de los tres personajes principales. Así, por ejemplo, que Sancho simbolice a san José es gratuito y ello genera dificultades adicionales. Si Sancho representa el egoísmo humano, el interés personal, como asevera el autor, no se entiende cómo puede ser la personificación de san José. ¿Se entendería que si don Quijote no fuese el altruismo puro, noble, desinteresado, podría simbolizar a Cristo, la caridad infinita que descendió a la tierra? Además, mientras san José es una figura marginal en los Evangelios, Sancho, en cambio, desde que entra en escena en la segunda salida de don Quijote, es un personaje principal del Quijote. Por otro lado, san José es el esposo de la Virgen María, lo que no tiene correspondencia alguna en éste; para tenerla tendría que ocurrir que Sancho fuese esposo de Dulcinea.

Similares dificultades engendra la identificación alegórica de Dulcinea con la Virgen María. Primero de todo, la Virgen María tiene también escasa presencia en los Evangelios, aunque más que san José. Su presencia es importante en los relatos del nacimiento y la infancia de Jesús, pero casi desaparece en su vida pública adulta. En cambio, Dulcinea es un personaje fundamental y omnipresente en el ministerio público de don Quijote, aunque asombrosamente su presencia constante es no en persona, sino porque los demás personajes hablan de ella. Y si la relacionamos con don Quijote, entonen surgen absurdos inextirpables. Jesús es hijo de María la Virgen, pero eso carece de referencia en el escenario alegórico, pues don Quijote, el símbolo de Jesús, no es correspondientemente hijo de Dulcinea, sino que ésta es muy distintamente la dama de la que está enamorado y con la que desea casarse. Si ahora examinamos esto desde el Quijote surgen nuevos absurdos: don Quijote, que es bastante más viejo que Dulcinea-Aldonza Lorenzo, sin embargo, como figura de Cristo se encarna en una mujer Dulcinea, figura de María, más joven que él, de manera que la madre tendría menos edad que su propio hijo.

Hay otro error que comete el comentarista presbítero en el manejo del simbolismo de los personajes principales y es que no consigue dotarles de una referencia alegórica constante, ni siquiera en el caso de don Quijote, quien normalmente es la personificación de Jesús, pero en su exégesis de la aventura de los rebaños para a ser Herodes, si es que la matanza de ovejas por el caballero representa la matanza de los inocentes por Herodes, como sostiene el exegeta. Lo mismo le sucede a Sancho, que cuando revela el paradero de su amo al cura y el barbero y los guía a Sierra Morena para traerlo a su aldea deja de ser san José y se transforma en Judas traidor. Tampoco consigue mantener fija la referencia alegórica de los personajes secundarios. Así la referencia del cura es cambiante: en el escrutinio de la biblioteca de don Quijote funciona como un representante de la Iglesia, pero cuando sale en busca de su amigo extraviado hacia Sierra Morena se convierte en un enemigo suyo, en uno de los miembros de la comitiva o destacamento que se presentó ante Jesús para prenderlo y en uno de los sacerdotes judíos que querían la condena de Jesús. Lo mismo le ocurre a otro personaje secundario importante, Sansón Carrasco, cuya referencia simbólica es variable: empieza siendo el ángel que presencia la salida-resurrección al tercer día de don Quijote-Cristo, pero unos capítulos más adelante, cuando sale en pos de don Quijote con Tomé Cecial de escudero, se convierte en uno de los discípulos de Emaús que se encuentran con Jesús resucitado.

Hasta los lugares cambian de referencia, a conveniencia del autor para que el supuesto texto alegórico cervantino coincida con la narración evangélica. Así, la venta de Juan Palomeque adquiere una referencia múltiple: primeramente es el escenario, como ya dijimos, del nacimiento de Jesús, cuando don Quijote y Sancho llegan allí en busca de posada, y, tras su regreso de Sierra Morena, es sucesivamente la casa del sumo sacerdote judío, el palacio de Herodes y el de Poncio Pilatos.

Del simbolismo de los personajes y de los lugares pasamos a los saltos o alteración del orden en la cronología biográfica de Jesús. Citamos dos casos a título ilustrativo. El primero de ellos se refiere al nacimiento de Jesús, que se sitúa, como ya dijimos, en la primera estancia de don Quijote con Sancho en la venta de Juan Palomeque, donde buscan posada, como José y María en Belén, después de la malhadada aventura de los yangüeses. Pero con esto hace saltar en pedazos el orden temporal de los acontecimientos, ya que antes ha relacionado varias aventuras de don Quijote con sendos hechos del ministerio público de Jesús en su estado adulto. El segundo caso es el de las bodas de Caná, que Cortacero relaciona con las bodas de Camacho, pero resulta que, según el Evangelio de san Juan, el milagro de las bodas de Caná es el primer hecho importante de la vida pública de Jesús, un hecho que en la historia de don Quijote-Jesús aparece mucho más tarde, después de su resurrección.

Asimismo incurre en numerosas incoherencias exegéticas. Comentamos sólo una de ellas, su disparatada glosa de la aventura de los batanes, que, de acuerdo con su lectura alegórica, simbolizan el ruido que hizo la llegada al mundo de Jesucristo, son, pues, los batanes divinos. Pero ello no puede ser así, ya que en le relato alegórico don Quijote-Cristo se dispone a enfrentarse a los batanes como si fueran enemigos. ¿Es que don Quijote-Cristo se prepara para el combate contra los batanes divinos, contra sí mismo? Además, en el relato simbólico son los batanes los que hacen un ruido que perturba a don Quijote-Cristo, mientras que en la realidad evangélica es Cristo quien a su llegada espanta a los inicuos.

Para que la narración alegórica encaje con la narración evangélica, no duda en tergiversar el texto, lo mismo el evangélico que el cervantino, incluso inventarse el texto. En cuanto a lo primero (tergiversación e invención del texto evangélico), cabe mencionar su glosa del pasaje del final de la primera parte de la novela, en que, cuando acaba don Quijote-Cristo de terminar su pelea con el cabrero Eugenio, oye el son de una trompeta que el caballero se figura ser una señal de llamada a acometer una nueva aventura, pues el son de esta trompeta le recuerda a Cortacero el supuesto hecho evangélico inventado de que un pregón iba anunciando por las calles de Jerusalem el suceso más terrible y formidable que estaban presenciado los siglos, a saber, el sacrificio redentor de Jesús en la cruz (op. cit., págs. 166-7). En cuanto a lo segundo, una buena muestra es la exégesis de Cortacero de la aventura de la carreta de comediantes, que interpreta como la lucha y victoria de don Quijote-Cristo contra y sobre la muerte, por el hecho de que supuestamente el caballero vence al comediante que hacía el papel de la Muerte, pero esto es un falseamiento suyo, pues en la novela se dice expresamente, por boca de Sancho (II, 11, 628), que hacía el papel de Diablo (op. cit., págs. 194-5).

Otro de sus defectos consiste en el recurso a la pluralidad de interpretaciones de un mismo episodio. Cuando no sabe qué sentido dar a un episodio o aventura, esto es, cómo relacionarlo con la historia de Cristo, propone varias interpretaciones, como en el caso de la aventura de los rebaños, de la que ofrece tres, o de la aventura de los galeotes, de la que ofrece también tres. Así las manadas de ovejas y carneros combatidas por don Quijote figuran el combate de Jesucristo contra los ejércitos de los que tributan culto a dioses falsos y de los que viven o gimen bajo la esclavitud del pecado; pero los reyes y nobles que don Quijote ve en su loca fantasía le recuerdan a Cortacero los reyes magos que adoraron a Cristo en el pesebre; y finalmente, la matanza de ovejas por parte de don Quijote simboliza la matanza de los inocentes por el rey Herodes. En cuanto a la aventura de los galeotes, la libertad que don Quijote les da representa la que Cristo, en cuanto redentor, da al hombre liberándolo de las cadenas del pecado; pero, de acuerdo con una segunda glosa, la liberación de las penas temporales que habían de sufrir por los delitos cometidos simboliza el poder de Cristo de curar las enfermedades del cuerpo y del alma, como lo hizo con los diez leprosos y al igual que Cristo pidió a los leprosos que se presentaran, una vez sanados, a los sacerdotes, don Quijote les dice a los galeotes que vayan a presentarse ante Dulcinea; y, conforme a una tercera glosa, la conversación e interrogatorio de don Quijote, como si fuese un juez, a los galeotes, remeda la discusión de Jesús con los doctores de la ley.

Un fallo frecuente del presbítero comentarista radica en la práctica de exégesis teológico-especulativas. Cuando no sabe cómo relacionar un hecho de la historia de don Quijote con el hecho correspondiente de la biografía de Jesús, echa mano de este expediente en numerosas ocasiones. Un ejemplo típico es la glosa de la aventura de los molinos de viento, que, lejos de remitirnos a algún lance de la vida de Jesús, es simplemente la representación alegórica de la lucha del hombre contra la idolatría y la esclavitud del pecado.

Otra práctica no menos defectuosa consiste en imputar a error de Cervantes su fracaso en descifrar un pasaje o episodio conforme a las exigencias de su exégesis evangélica del Quijote o las faltas de correspondencia entre el relato alegórico y el evangélico, lo que no sería un fallo de su exégesis, sino culpa de Cervantes. Un ejemplo notable de esta mala práctica hermenéutica se encuentra en su glosa de la aventura de la resurrección de Altisidora. Reprocha dos errores al relato de Cervantes: primero, una falta de orden, en el sentido de que hubiera estado más en su lugar esta aventura en las escenas apocalípticas del bosque durante la aventura de la caza por lo que tiene de recreación simbólica del fin de los tiempos; y segundo, que Altisidora resucite por la virtud de Sancho y no de don Quijote-Cristo, cuando debería haber sido al revés. Pero lejos de reconocer un fallo de su exégesis, ve ahí un error achacable a Cervantes, que ha habría copiado mal el Evangelio. No se explica Cortacero que Altisidora recobre la vida por la virtud de Sancho que no tiene parte en los amores con la doncella y no por la virtud de don Quijote, que es el que tiene parte en esos amores y el que supuestamente es un símbolo de Cristo. Pero, a pesar de todo, prosigue adelante y no duda en tomar la aventura como una alegoría de la resurrección que Jesús realizará al final de los siglos.

Un defecto tampoco excusable consiste en que algunas veces prescinde del sentido del conjunto de un episodio del Quijote o de su tema central y se agarra a un incidente o detalle menor o insignificante para glosarlo conforme a su tesis hermenéutica capital de que Cervantes tomó el Evangelio como su norte y guía. Una buena muestra de este proceder lo encontramos en su comentario de la aventura de los disciplinantes, de la que no nos indica el sentido evangélico que pueda tener el que don Quijote se proponga liberar a la que él se figura ser una dama principal secuestrada, sino el sentido evangélico del hecho menor de que don Quijote recibe un golpe.

Un defecto grave, sin duda, es la omisión de la exégesis de múltiples episodios, más de la segunda parte que de la primera, a los que no encuentra relación alguna con la historia de Cristo. Ya señalamos más atrás que se desentiende de todos los capítulos posteriores a la aventura del túmulo y resurrección de Altisidora; antes de esto se había abstenido de comentar los episodios intercalados entre la aventura de la cuerva de Montesinos y la aventura del barco encantado. De los capítulos que renuncia comentar es especialmente importante el último, el de la enfermedad y muerte de don Quijote, que es un auténtico mazazo para la exégesis evangélica de Cortacero. Recuérdese que Cortacero sitúa la muerte aparente de don Quijote al final de la primera parte, para así poder interpretar la segunda parte como la historia de Jesús resucitado. Pero entonces ¿qué se hace con la muerte real del caballero que sucede a la vida de Cristo resucitado? Esta muerte echa por tierra toda la exégesis de la segunda parte de la novela como alegoría de la vida de Jesús resucitado, pues si don Quijote muere ahora, ¿no debería ello significar que la vida resucitada de Cristo termina también finalmente con la muerte o que no cabe hablar de tal vida resucitada?

Para concluir, hagamos una observación crítica general, que cabría extender a cualquier interpretación alegórica del Quijote. La cuestión que debemos plantearnos es por qué Cervantes habría de dar un sentido alegórico a su novela. Traslademos esta cuestión al caso presente y preguntémonos por qué Cervantes habría de empeñarse en relatarnos en clave simbólica la vida de Jesús según la exégesis teológico-eclesiástica de ésta. Cervantes no ganaría nada con ello y perdería mucho acometiendo semejante empresa. Amén de que sería difícil, por no decir imposible, hacer así una obra original y de gran arte, lo que sí está claro que conseguiría es oscurecer la biografía de Cristo, por reexponerla de forma alegórica en vez de la forma sencilla y directa de los Evangelios. Suponer que el Quijote no es sino un remedo simbólico del Evangelio lo convierte en un libro críptico, tanto que hasta la llegada de Cortacero nadie lo habría entendido. Lo mismo puede decirse de las demás interpretaciones simbólicas del Quijote: que hasta la aparición de la reveladora exégesis verdadera (¿cuál de las múltiples disponibles?), varios siglos después de publicarse el gran libro, nadie lo habría comprendido.

 

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