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El Catoblepas, número 116, octubre 2011
  El Catoblepasnúmero 116 • octubre 2011 • página 4
Los días terrenales

Disputa por la nación

Ismael Carvallo Robledo

Sobre el libro de Rolando Cordera y Carlos Tello, México. La disputa por la nación, reeditado por Siglo XXI México en 2010

Rolando Cordera y Carlos Tello, México. La disputa por la nación Diseñado como un análisis sobre las perspectivas y opciones del desarrollo que en los inicios de la octava década del siglo XX se proyectaban en el horizonte político-estratégico del país, la segunda edición que recién se acaba de hacer de México: la disputa por la nación (México, Siglo XXI), de los profesores Rolando Cordera y Carlos Tello, se nos ofrece como obra de inestimable valor por cuanto a las posibilidades que a su luz tenemos para realizar un balance histórico de los últimos treinta años, que es la distancia temporal que media entre la primera edición, de 1981, y la segunda, de 2010.

Al año de su aparición, en 1982, José López Portillo remataba su período presidencial con la sorpresiva medida de nacionalización de la banca, anunciada en su último informe de gobierno en ya memorable discurso. El antagonismo que durante su sexenio y el anterior se había generado entre los grupos de poder económico y los sectores nacionalistas del régimen de un PRI que se consideraba aún heredero genuino de la Revolución mexicana alcanzaba su más alto grado de tensión, precipitando la consolidación –y a la postre triunfo e imposición– de una de las alternativas que Cordero y Tello detectaban en su cuadro analítico, a saber, la alternativa de desarrollo neoliberal. A treinta años de la nacionalización de la banca, el balance es su casi total extranjerización: salvo uno o dos bancos (uno de los cuales es el del emporio de Carlos Slim: el banco INBURSA) el sistema financiero mexicano está controlado en su totalidad por bancos extranjeros.

La otra opción era la nacionalista, en la que muy bien podría de hecho insertarse la trayectoria ideológica del propio presidente López Portillo, al margen de la polémica que en torno de él y su legado se ha generado desde entonces.

Se trata de un ensayo sobre el contenido orgánico de la acción estatal y sobre la dialéctica dada en función de, en efecto, una disputa por la nación que se perfilaba como decisiva en los inicios de la década de 1980 en tanto que quedaba incardinada dentro de un esquema global de crisis y reorganización del sistema capitalista internacional a cuyos designios era imposible que México no quedara sometido.

En el prólogo a la primera edición, afirmaban en efecto Cordera y Tello:

«Este ensayo se dedica a presentar y examinar las opciones polares dentro de las cuales se piensa que va a tener lugar el futuro desarrollo de México. Se trata de opciones dentro de un sistema dado y no de alternativas a tal sistema. Dicho de otra forma: esta exploración prospectiva parte del supuesto central de que el orden constitucional, político y económico surgido de la Revolución mexicana es viable, en el sentido de que puede mantenerse como cauce para la evolución social del país; supone además, que esta evolución, basada en una potencialidad económica considerable ahora ampliada significativamente con el petróleo, tiene varias opciones con posibilidades de convertirse en estrategias y política dominantes dentro del Estado, sin que para ello fuera necesaria una ruptura más o menos drástica del régimen político vigente.» (pág. 42.)

Una de las opciones era y ha sido, como ya decimos, la neoliberal, implantación de la cual representaría la presencia consolidada en los planos estratégicos y de dirección del Estado de las fuerzas y grupos socio-económicos que dominaron la configuración del país a partir de la posguerra. Tal predominio, decían los autores en 1981, ‘se expresaría no sólo en los espacios económicos superiores y modernos, sino en todos los ámbitos de la vida estatal, la cultura y las relaciones sociales. Todo lo anterior, además, sucedería dentro de la perspectiva de una acelerada integración global con la sociedad norteamericana’ (pág. 43). Integración que habría de hacerse efectiva más o menos quince años después, con la firma del Tratado de Libre Comercio entre Estados Unidos, Canadá y México, en 1994 y a instancias del entonces presidente de México, Carlos Salinas de Gortari.

La segunda opción era y, de alguna manera, sigue siendo la nacionalista, y su implantación habría de significar una suerte de reactualización del proyecto nacional de desarrollo perfilado en el proyecto constitucional de 1917 y que durante la tercera década del siglo pasado fue puesto en práctica y consolidado orgánicamente a través de la conjugación (o alianza) del movimiento popular (particularmente la clase obrera organizada) y el grupo gobernante liderado por el general Lázaro Cárdenas.

Eran dos opciones polares que identifican los autores como inmanentes al sistema político constitucional de México y no como alternativas a él, como pudo haberlo sido, por ejemplo, y al margen de que haya sido viable o no, la opción socialista.

En la segunda edición, de 2010, La disputa por la nación viene antecedida con un nuevo prólogo de los autores de sugerente –y sintomático– título: Lo que queda por disputar. El triunfo en cierta medida avasallador del proyecto neoliberal en México (reprivatización y extranjerización de la banca, desmantelamiento y adelgazamiento del gobierno, tecnocratización de la política, desarticulación de la clase trabajadora, desnacionalización de la matriz ideológica del PRI y eventual alianza fáctica con el Partido Acción Nacional, partido anti-cardenista por antonomasia, &c.) se analiza a la luz de lo que es posible aún disputar en México a treinta años del comienzo de las hostilidades ideológico-políticas.

No fue, como se sabe, un proceso aislado: formaba parte de una reorganización estructural que a nivel de los estados nacionales y sus correspondientes economías políticas tuvo lugar a partir, fundamentalmente, de la década de los 70, y que se apuntala con el colapso de la Unión Soviética a fines de la década de los 80 y durante la de los 90.

En otros trabajos hemos analizado a las generaciones de la izquierda mexicana, habiendo sido identificada una cuarta generación, que llamamos de la revolución democrática, y que se perfila insertada en la crisis de implantación de lo que llamamos neoliberalismo democrático en México. La tensión neoliberalismo/nacionalismo que determina la disputa por la nación de Cordera y Tello se reproduce a su interior: la caída de la Unión Soviética coincide con el colapso económico ideológico del nacionalismo revolucionario (a partir de 1982, en efecto). El triunfo del capitalismo liberal democrático es, en este sentido, redondo: derrotado el enemigo comunista, se derrota inmediatamente después el otro gran enemigo: el nacionalismo en Hispanoamérica.

Desde las coordenadas del proyecto neoliberal, las izquierdas mexicanas no podrán ya ni apelar al socialismo (tercera generación de la izquierda mexicana, según nuestros análisis), pero tampoco al nacionalismo (la segunda generación), que se vilipendiará como fuente de irresponsable obscuridad populista. La izquierda «moderna y responsable», según los designios de esta nueva bóveda ideológica, no hablará ya entonces ni de socialismo ni de nacionalismo, de expropiaciones o de lucha de clases, mucho menos de la idea de revolución; su «nueva» y muy moderna agenda será la de los derechos humanos, el ecologismo, el pacifismo idealista y genérico, la tolerancia, los derechos de las minorías, las cuotas de género, las leyes contra el tabaco o el maltrato animal.

En el marco de esta nueva crisis (y decimos nueva porque no negamos que haya habido siempre crisis ideológicas entre unas y otras corrientes de la izquierda), hay tres grandes reagrupaciones en términos de geometría de las ideas: una izquierda de corte socialdemócrata-libertario (neoliberal, podríamos decir), que busca inspiración en la socialdemocracia europea y que se presenta como «izquierda moderna»; una izquierda que recupera de algún modo las coordenadas estratégicas e ideológicas del nacionalismo revolucionario, nacional-popular, anti-oligárquica y anti-neoliberal, pero definida en el sentido de querer tomar el poder del Estado; y una tercera reagrupación de izquierda de corte más contestatario, anti-globalización y anti-neoliberal también, pero, por la vena neo-anarquista que la recorre vascularmente, anti-Estado y, en el límite, anti-política, que pugna por «otros mundos», por «otras campañas», incurriendo ya en una indefinición política de carácter jesuítico (en el sentido del jesuitismo político criticado por Lenin) que los imposibilita para tener una racionalidad estratégica dirigida a tomar el poder del Estado y operar, desde ahí, la transformación del mundo (véase, de John Holloway, Cambiar el mundo sin tomar el poder. El significado de la revolución hoy, de 2005, en varias ediciones).

Es así que la disputa por la nación se refracta al interior de las izquierdas mexicanas, que, como vemos, se reagrupan en función de una variable que sigue siendo fundamental: la variable nacionalista. Pero el contexto de fuerzas económico políticas ya no es el mismo que aquél dentro del que se escribió la primera edición del libro de Cordera y Tello: por un lado, uno de los vectores de articulación e interlocución dentro del Estado, el del capital financiero, ha desaparecido de la escena nacional en virtud de la extranjerización de la banca que tuvo lugar en la década de los 90; por el otro, la ideología de la transición democrática, que se tenía en 1981 como una vía llena de virtudes y de esperanzas, ha demostrado ser inoperante para dar cuenta de los problemas fundamentales del país, y el fraude electoral de 2006 ha dejado a todos los defensores y estudiosos de la transición democrática sin saber qué decir. Y un tercer factor de entre muchos otros: los impulsores de la opción triunfadora, la neoliberal, no calcularon que el desmantelamiento del Estado desde el punto de vista económico podría tener como consecuencia el desmantelamiento del Estado como tal, dejando el poder en manos de nuevas oligarquías y de nuevos grupos de poder, como lo son los cárteles de narcotráfico. Olvidaron una clave esencial de la política: el vacío de poder, dentro del Estado, es un imposible ontológico.

En todo caso, el libro de Rolando Cordera y Carlos Tello (protagonista este último de la nacionalización del banca de 1982), México: la disputa por la nación, es un trabajo fundamental cuya vigencia se mantiene intacta y que se sitúa en el mismo nivel de grandes obras de ensayo político de nuestra tradición como lo es Los grandes problemas nacionales, de don Andrés Molina Enríquez. Téngase bien presente en el contexto de las elecciones del próximo año, pues, en buena medida, las dos grandes opciones polares para el futuro de México siguen siendo esas.

 

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