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El Catoblepas, número 116, octubre 2011
  El Catoblepasnúmero 116 • octubre 2011 • página 8
Historias de la filosofía

La nueva física

José Ramón San Miguel Hevia

La revisión de la ciencia y la nueva epistemología

La nueva física

Se puede estudiar la ciencia –en nuestro caso la física del siglo XX– desde dos puntos de vista complementarios. La teoría del conocimiento científico es una rama de la filosofía y está representada por dos grupos de pensadores que florecen en la década de los años treinta –son, entre otros Schlick, Carnap, Reichenbach y Neurath,– todos ellos influidos por el Tractatus de Wittgenstein y por la tradición positivista, que pretenden y consiguen actualizar. Entre ellos aparece ya la poderosa figura de Karl Popper, que estará presente en el segundo grupo y la segunda época, cuando en la milagrosa década de los sesenta coincide en Londres con Kuhn y Lakatos.

En todos estos filósofos su pensamiento parte de una reflexión sobre las teorías, las revoluciones y los programas científicos tomando como tema los distintos episodios de la historia de la física. Por esa razón sus estudios se hacen a toro pasado, tomando como objeto las teorías ya nacidas, el heliocentrismo, la dinámica de Newton, la relatividad y corren el peligro de convertirse en especulaciones regresivas, en la medida en que tratan de explicar y justificar eventos del pasado. En cuanto al futuro de la ciencia y de la técnica, es algo totalmente imprevisible, y arrastra en su indeterminación todo el proceso histórico.

Pero se puede considerar la física «in statu nascendi», tal como se desarrolla en sus momentos decisivos por la acción del experimentador, individual o colectivo. También en esta dimensión el siglo XX proporciona modelos con mayor generosidad que cualquier otro momento del pasado. Las dos primeras décadas asisten al nacimiento de la relatividad, una de las más brillantes y sugestivas aventuras de la ciencia, pero los años veinte descubren el episodio tan lógico como inesperado, del principio de incertidumbre. Y todavía las observaciones que se acumulan a lo largo de la centuria están desafiando cualquier pretensión de poner orden en un panorama caótico.

También este momento natal pertenece por su dirección a la filosofía, en la medida en que el pensador retrocede desde un principio, que se ha vuelto incierto hacia otro más seguro. Sólo en un segundo momento se invierte la dirección y el nuevo principio pasa a pertenecer a la ciencia, cuando se proyecta hacia delante derivando una serie de consecuencias. Antes de consultar las distintas teorías del conocimiento, conviene detenerse en ese momento privilegiado en que la ciencia y la filosofía inician su camino opuesto y complementario.

La revisión de la ciencia

1. Todavía en el siglo XIX las matemáticas y la física, que deben ser modelo de rigor y precisión, exigen para su desarrollo unos principios verdaderamente escandalosos. La geometría, desde su primera axiomatización por Euclides, se apoya en una proposición que no tiene la fuerza de un axioma, ni es una definición, ni al parecer admite demostración. En el ochocientos, los matemáticos Riemann y Lobachesky, intentan probar el postulado de forma indirecta, suponiendo dos enunciados alternativos, con la esperanza de que terminen en una contradicción. El resultado –la construcción de sistemas perfectamente coherentes– convierte el postulado euclídeo en una definición del espacio recto y consigue evitar el malísimo ejemplo que estaba dando desde hace más de dos mil años.

La física matemática no exige el rigor extremo de la geometría pura, pero está montada sobre dos principios igualmente extravagantes. Desde que se demuestra a finales del siglo XVIII la naturaleza ondulatoria de la luz, los físicos se ven obligados a establecer un medio de trasmisión de las ondas luminosas. Como nadie ha logrado demostrar la existencia ni controlar las propiedades del éter, el genio romántico de la época imagina una sustancia verdaderamente excepcional. Igual que el espacio absoluto llena y rodea el universo, es absolutamente trasparente a la vista, carece de peso y de roce para que los cuerpos celestes se puedan trasladar a su través sin ningún impedimento, pero además esta especie de «Deus ex machina» o de máquina infernal, según se mire, es a la vez infinitamente rígido e infinitamente elástico.

A pesar de todos estos caracteres tan poco científicos, los físicos del siglo XIX admiten la existencia del éter cósmico, primero porque es, al parecer, la única explicación del fenómeno de las interferencia luminosas, después porque la propagación por ondas es la base de las aplicaciones técnicas verdaderamente sorprendentes que son efecto de la ciencia. Pero, a finales de siglo, el mezquino espíritu positivista exige una prueba de la existencia de este singular benefactor de la humanidad. Por primera vez es posible un «experimentum crucis», consistente en comprobar la existencia de un «viento etéreo» artificial en un sistema en movimiento.

El experimento de Michelson y Morley es, desde el punto de vista matemático, sumamente sencillo –se trata de aplicar una suma de fracciones y el teorema de Pitágoras a la relación de la velocidad con espacio y tiempo– pero su utillaje experimental es ciertamente prodigioso, teniendo en cuenta la época en que se produce. Los físicos proyectan dos rayos de luz en ángulo recto sobre la tierra en movimiento con relación al éter, para observar el tiempo que cada uno de ellos invierte. La desviación esperada se puede comprobar por medio de las interferencias.

2. En caso de que la luz viaje en un sistema en reposo, sus dos rayos en ángulo recto emplearán el mismo tiempo en recorrer su trayectoria sobre el mismo espacio y a la misma velocidad. Pero la tierra se mueve a razón de 30 kilómetros por segundo, y en consecuencia los dos emisarios luminosos ya no efectúan un paseo por la superficie de un lago, sino un viaje más azaroso e imprevisible sobre la corriente de un río. Y esto hace que los datos de la experiencia, en caso de tener resultado positivo sean radicalmente distintos.

Prescindiendo de los cálculos matemáticos, por otra parte muy simples, el rayo de luz lanzado primero contra la corriente y después a su favor, espera un incremento igual al tiempo en reposo, dividido por el cociente 1(v2:V2) inferior a la unidad, siendo v y V respectivamente la velocidad de la tierra y la de la luz. El otro rayo perpendicular a la corriente experimenta un incremento menor, concretamente t0 / √ 1( v2: V2), al ser el cociente de la fracción mayor. Dicho más breve y claramente, llegará antes a su punto de destino con diferencia 1/ √ 1(v2: V2).

Todo lo que tiene el cálculo de elemental en matemáticas, lo tiene el experimento de complejo y refinado. Una lámpara proyecta un haz de luz sobre el centro de losa de mármol de un metro de allí una lámina de cristal recubierto de plata, refleja en perpendicular la mitad del haz, y deja pasar a su través la otra mitad. Finalmente dos espejos recogen las trayectorias de vuelta de los dos viajes, los envían otra vez al centro, y finalmente al telescopio de observación.

Si la tierra está quieta, las ondas correspondientes a los dos emisarios de luz no se interfieren, siguen en la misma fase, y la luminosidad total aumentará. Pero, si, como es de esperar, la tierra se mueve y produce un viento artificial de éter, el rayo que se proyecta contra el viento tarda más que el que camina en trasversal, y habrá una desviación de las franjas de hasta el 5%, y una interferencia parcial. Contra todas las expectativas, y a pesar de que el experimento se realiza muchas veces en condiciones diversas, no se produce desviación alguna. Durante quince años los físicos intentan explicar esta anomalía, mediante arriesgadas hipótesis auxiliares, sin llegar a una solución satisfactoria.

3. En 1905 Albert Einstein, después de estudiar en la Escuela Politécnica de Zurich, envía a los veintiséis años tres artículos a los Annalen der Physik, desde su puesto de oscuro funcionario de la oficina de patentes de Berna. Su autor se revela como uno de los genios de la literatura epigramática por la dedicatoria que acompaña a sus ensayos, y que dirige a los responsables de la revista, después de pedir perdón por su impertinencia: «Mire a ver si puede hacer algo con esto.» Porque «esto» es uno de uno de los mayores acontecimientos de la historia de la ciencia en la medida en que abarca los campos más variados de la física: el calor, la luz y la electricidad y además adelanta de forma más o menos indirecta las dos grandes revoluciones del siglo XX.

Por si esto fuera poco, las teorías del conocimiento de los años sesenta, –Popper, Khun, Lakatos y Feyerabend,– están ya in nuce en esa comunicación. Efectivamente, ninguna de ellas puede pretender dar razón en exclusiva de la marcha de la investigación científica, pero todas están reflejadas parcialmente en este descubrimiento inicial. Centrándonos en la teoría de la relatividad especial, la falsación de una proposición universal por un hecho polémico, exige una revisión de principios al parecer inamovibles de la física tradicional.

En primer lugar, por muy genial que sea el creador de una nueva teoría, debe ceder el protagonismo a una comunidad científica dividida entre los defensores de las antiguas teorías, y los que atienden al nuevo planteamiento. Pronto las explicaciones regresivas, tendentes a dar razón de hechos ya conocidos, son sustituidas por teorías y programas de investigación progresivos capaces de predecir acontecimientos del futuro.

Por lo demás la falsación no afecta sólo a una ley empírica cualquiera: que no todos los cisnes sean blancos, porque aparece un solo cisne negro, es una proposición absolutamente irrelevante para la ciencia. En cambio sí es un seguro comienzo de una revolución científica, la crítica de un modelo –en este caso el éter– que por una parte pretende ser un principio generalísimo y dar razón del comportamiento de todos los fenómenos físicos, y por otro lado cada vez es más obsoleto e inasumible por su carácter contradictorio.

4. Ante el extraño resultado de las mediciones de Michelson y Morley, y sobre todo ante el supuesto previo de un espacio absoluto o un éter cósmico como referentes únicos del movimiento, Einstein toma la decisión de atenerse a las observaciones, prescindiendo de cualquier orden abstracto del mundo físico. Por otra parte, al reflexionar que todos los cuerpos físicos se comportan de la misma forma en un sistema en reposo o en movimiento uniforme, descubre una verdad que ha pasado inadvertida a los físicos durante dos siglos, a fuerza de ser evidente. Efectivamente, la luz es también una entidad física, y su necesaria obediencia a las trasformaciones de Galileo explica el éxito negativo de la experiencia.

Las consecuencias son demoledoras para la antigua física: ya no existe un espacio ni un tiempo universal que definan si un cuerpo se mueve o está quieto, ni por consiguiente existe un movimiento absoluto. Cuando dos sistemas se mueven uno respecto a otro es ahora el único movimiento y en consecuencia el único espacio y tiempo del que se puede hablar con sentido –cada uno de los observadores situados en esos dos sistemas toma al suyo como referente. Con relación a él, todos los demás contraen sus espacios e incrementan sus tiempos, una paradoja tanto más sorprendente cuanto que esta nueva condición satisface todas las posibles experiencias.

El universo relativista recuerda de lejos la ciudad de Leibniz con sus infinitos puntos de vista de cada mónada sobre el conjunto. A cada una de estas perspectivas tomada como referente, corresponde un mapa donde se registran las variaciones de todos los demás espacios y tiempos locales. El nuevo modelo, además de estar de acuerdo con toda con toda posible observación, es tan sencillo y elegante en principio como rico en consecuencias. «Esta es el modo –puede decir Einstein con el autor de la Monadología–de obtener toda la variedad que se pueda, pero con el mayor orden posible, es decir, es el modo de obtener la máxima perfección.»

Falsación de una teoría por un hecho polémico, introducción a la comunidad científica de un nuevo modelo del mundo, establecimiento de teorías progresivas que anticipan el futuro, todas las escuelas del año sesenta recuerdan alguno de los pasos de esta primera hazaña relativista. Además, el protagonismo que adquiere el observador, y la introducción de los fotones en su artículo de la misma revista tienen tal potencia revolucionaria que, manteniendo este complejo esquema de conocimiento, van a superar muy pronto las ideas físicas del propio Einstein.

5. Después del desarrollo de la relatividad restringida –en sistemas de movimiento uniforme–, Einstein va a someter a crítica el principio de atracción universal, que es la clave de arco de la doctrina de Newton. En su formulación clásica es doblemente escandaloso, porque supone la acción a distancia, y sobre todo porque atribuye a toda la materia una pasión sólo propia de los seres vivos. Tan es así que su propio descubridor no afirma directamente su teoría –Hypothesis non fingo– y se convierte en un animista vergonzante, cuando dice que de todas formas los cuerpos se comportan «como si» estuviesen dotados de fuerzas de atracción.

En este nuevo caso no existe un hecho polémico puntual, como la las medidas de Michelson y Morley, pero desde que Galileo ha observado que dos cuerpos de distinto peso llegan de lo alto de la torre de Pisa a la tierra a la misma velocidad de aceleración, la comunidad científica no sabe cómo explicar ese extraño fenómeno. La paradoja es tanto mayor cuanto que los dos graves se comportan de forma igual, precisamente en un campo gravitatorio, que define su diferente naturaleza. En resolución, el modelo físico y el experimento, reproducen las mismas condiciones que en unos años antes han hecho entrar en crisis la teoría del éter y han dado origen a la relatividad en movimiento uniforme.

Einstein intenta reducir todos los fenómenos físicos a movimiento, suprimiendo, si ello es posible, la confusa noción de fuerza de atracción. Esta vez gracias a su poderosa imaginación, prescinde en principio de todo aparato matemático, y hasta de un experimento real. Para ello imagina un proyectil interestelar, dentro del cual todos los objetos están libres de la gravedad y no se trasladan en ninguna dirección. Pero si un motor imprime a la cámara una aceleración desde abajo hacia arriba, los cuerpos «caen» y quedan adheridos al fondo del proyectil, y su caída será igual y tanto más violenta, cuanto más intensa sea la aceleración.

A través de este experimento imaginario Einstein amplía su teoría, y lo que es más importante, establece la equivalencia de la gravedad y la aceleración, explicando de paso el movimiento de caída igual de todos los cuerpos. Además, siguiendo con esta singular experiencia, deduce que un rayo de luz en una cámara acelerada va dibujando en sucesivas placas de cristal una parábola, y definiendo a través de las líneas de visión un espacio curvo. Es posible entonces que la fuerza de gravedad se reduzca a un movimiento de la luz y de los otros cuerpos en la curvatura del espacio.

6. La equivalencia entre un campo gravitatorio y la curvatura del espacio en la cercanía de las grandes masas es semejante al movimiento de una bola de billar sobre una superficie con una ligera depresión. Si el fenómeno se observa a distancia, el defecto de la superficie desaparece y en cambio parece que una fuerza atrae a la bola hacia la depresión. Así se comportan, al parecer, los cuerpos en la experiencia de Einstein.

Pero, aunque los experimentos imaginarios tienen muchas ventajas –rapidez, economía y limpieza– soportan una grave limitación, ya que no sirven para demostrar a la comunidad científica una nueva teoría. En este caso la limitación es doble, pues un experimentum crucis es prácticamente imposible teniendo en cuenta la velocidad de la luz. Sólo queda una esperanza: hay que aguardar un eclipse de sol, y comprobar en esa circunstancia excepcional las alteraciones de la órbita de Mercurio, que según los cálculos de Einstein debe inclinarse 43 segundos angulares cada cien años. La teoría de la relatividad general aparece en un artículo de Einstein de 1914, pero todavía hay que esperar cinco años para que se den unas condiciones favorables para decidir entre las explicaciones de la física de Newton y las predicciones de la nueva teoría. Por fin en Mayo de 1919 una expedición de astrónomos ingleses organizada por Eddington se traslada a Africa, donde se puede observar con precisión el fenómeno del eclipse. Poco después Einstein recibe un telegrama donde se le comunica el éxito de su predicción: «Hubiera quedado verdaderamente sorprendido, si los resultados de la observación fuesen negativos.»

Por primera vez aparece, en efecto, un esqueleto de lo que más tarde se llamarán el programa regresivo y progresivo de investigación. Frente a todos los científicos que tratan de explicar las observaciones del pasado, Einstein se arriesga a presentar una proposición capaz de predecir una novedad en el futuro. De esta forma, no sólo apunta al progreso de la física, sino que proporciona un criterio que a la larga echa por tierra a las pseudo ciencias.

7. En aquel otoño de 1919 se produce un encuentro decisivo entre el ejercicio de la física y la nueva teoría del conocimiento científico. Un joven de 17 años, Karl Popper, comprueba que, tanto sus amigos comunistas como su maestro Adler, tienen explicaciones para verificar cualquier acontecimiento. Cada vez más insatisfecho con esta fácil disposición, tiene noticia del descubrimiento y de la confirmación de la relatividad general: «Lo que más me impresionó fueron las palabras de Einstein: ‘si no existiese un desplazamiento hacia el rojo de las líneas del espectro debido al potencial gravitatorio, entonces ya no se podría seguir manteniendo la teoría’… Así es como llegué a la conclusión de que la auténtica actitud científica es la actitud crítica… todavía estoy maravillado de que en un período tan corto de tiempo le pueda ocurrir tanto al propio desarrollo intelectual.»

Esta tempranísima relación entre Einstein y Popper va a ser decisiva para determinar la marcha de la filosofía del conocimiento científico. Los dos maestros ponen el acento en la falsación y en el racionalismo crítico y dejan de lado en este primer momento las otras condiciones, que forman parte de la historia de la ciencia. En los años de vigencia del positivismo lógico, el método de falsación resiste con éxito el verificacionismo de la escuela, que parece avalar una actitud regresiva y doctrinal.

Cuando Popper enseña en la London School of Economics conoce a Kuhn, Lakatos y Feyerabend en un memorable debate de 1965 sobre el «Crecimiento del conocimiento». Todos ellos parten de posiciones popperianas, que después se encargan de revisar y criticar. La lógica de la falsación sólo se conoce a toro pasado, y antes de ella suceden todos los eventos de la historia de la ciencia, concretamente su sujeto colectivo, la actividad heurística y en último término la marcha anárquica del pensamiento.

8. La tercera revolución de la física tiene caracteres totalmente distintos de los descubrimientos de la relatividad. En primer lugar su protagonista colectivo es la comunidad científica, representada por los más ilustres físicos de centro europa –casi todos premios Nobel– y reunida anualmente en un hotel por el belga Erns Solvay, un genio de la industria y de la publicidad de sus productos. En una foto de archivo, que recuerda las de nuestros años de colegio, aparecen por lo menos quince premios Nobel, que ocupan la mitad del siglo XX, desde 1903 a 1954.

Por lo demás la comunidad está dividida, entre dos formas de ver el mundo, radicalmente diferentes. Por primera vez los antiguos físicos –Madame Curie, Planck, Bragg, Langevin y Lorentz capitaneados por Einstein– son minoría en el Congreso, mientras que los jóvenes turcos tienen cada vez más prestigio y más número. Schrödinger, De Broglie, Dirac y Heisenberg, están dirigidos por Niels Bohr, en cuya escuela de Copenhague había comenzado la última revolución de la física.

Mientras que las dos teorías de la relatividad someten a crítica dos principios científicos escandalosos –el éter con sus contradicciones y la ley de atracción, afectada de animismo– el nuevo mapa, gracias a la enérgica labor de limpieza de Einstein, que ha reducido todos los fenómenos a movimiento, es de una elegancia insuperable. Los viejos físicos se resisten a cambiar esta figura por un universo caótico, donde «Dios está jugando a los dados».

Tampoco en este tercer momento de la física moderna hay un hecho polémico, encargado de falsar una teoría, como en la experiencia de Michelson y Morley, o de confirmarla, eliminando otra alternativa, como en las observaciones del eclipse de sol del 19. Lo que sí hay es una evidencia de las condiciones a priori de cualquier observación, que necesariamente tienen un margen de indeterminación así como una serie de experiencias por lo menos idealmente posibles. Todas las mañanas a la hora del desayuno en el hotel Solvay, Einstein presentaba uno de sus experimentos imaginarios, pretendiendo demostrar que es posible una medición exacta en el mundo subatómico. Después, Bohr, Heisenberg y Pauli se reunían para discutir el problema, y sin abandonar el universo de la imaginación, buscaban, al parecer siempre con éxito, el origen de una relación de incertidumbre.

9. Según Niels Bohr, el mundo está –para horror de los físicos clásicos– descoyuntado. Además del universo de todos los días, acomodado a la vida del hombre, existe el universo de las grandes magnitudes y velocidades, donde se cumple la teoría de la relatividad, pero existe también el mundo subatómico, en el que las mediciones exactas son imposibles, pues la intervención del observador y de sus instrumentos, trastornan el hecho observable en un determinado nivel de observación.

Aunque todavía se puede seguir hablando de falsación, de modelos del mundo físico y de programas de investigación progresivos, todas estas condiciones están ahora profundamente cambiadas. La rivalidad entre los componentes de la comunidad científica se compensa con la admiración y la amistad que se profesan los físicos de las dos generaciones, y sobre todo los jefes de escuela y las teorías se confirman o falsan por las dos partes en experimentos idealmente posibles.

Pero la mutación fundamental afecta al paso del antiguo al nuevo modelo del universo físico. Desde el punto de vista del contenido, Einstein ha conseguido reducir a movimiento todos los falsos modelos en que se apoyaba la física matemática, y en este sentido su descubrimiento es insuperable. El maestro sigue defendiendo el mundo superdeterminado de su hermano de raza Spinoza, incluso cuando se ve obligado a conceder que el principio de indeterminación y la física que se construye sobre él, no tienen ninguna contradicción.

Lo que ha variado es el punto de vista de la nueva ciencia. Los físicos han tenido que descender hasta un mundo de magnitudes mínimas, para darse cuenta de que no tiene sentido hablar de un universo externo, y de que la física se reduce en último término a un conjunto de observaciones. Este protagonismo está en conexión con las intuiciones de los filósofos modernos, que se oponen a los desarrollos de los griegos y de los hombres de la Edad Media. El cambio de modelo no es algo interior a la ciencia, ni siquiera tiene un contenido filosófico –es la posición de Spinoza-Einstein–, sino que afecta al carácter formal de todo conocimiento, incluido el material.

10. Hay que decir, en descargo de Einstein, que él es cronológicamente el primer responsable de esta última y decisiva mutación de la física. Cuando en 1905 publica su escrito sobre la relatividad especial, al mismo tiempo que rechaza al éter y al espacio absoluto, introduce como referente primero las perspectivas de los observadores situados en distintos sistemas. En realidad este primer paso no hace más que reproducir la aventura de los grandes descubridores, cuando sin darse cuenta alcanzan un nuevo mundo. Pero su primer teoría de la relatividad es uno de los tres ensayos que Einstein había enviado a los Annalen. Su estudio del efecto fotoeléctrico, que le vale el premio Nobel de 1922, habla de los paquetes de energía luminosa o fotoelectrones, y este descubrimiento, combinado con el de la relatividad, es el primer anuncio del principio de incertidumbre, que sus sucesores harán expreso. Así, aunque objetivamente hay tres mundos, según la magnitud de tamaños y velocidades, todos tres se reducen a la unidad de lo observable.

En 1937, mientras Einstein enseña en la Universidad de Princeton, recibe jubilosamente la visita inesperada de Niels Bohr. Otra vez los dos grandes maestros emprenden la discusión interrumpida siete años atrás, y otra vez la pretensión de construir un universo geométrico para grandes velocidades y pequeñas magnitudes choca con la exigencia de una observación, que trastorna las leyes de la mecánica clásica introduciendo una indeterminación inevitable en el mundo del átomo. Esta vez el físico danés utiliza un decisivo argumento «ad hominem» y resume su punto de vista de forma contundente. Si dos átomos –viene a decir– quieren jugar al tenis con esas pelotas que son los electrones, necesitan para saber dónde están, bombardearlos con fotones, y golpearlos y moverlos, y su necesaria observación modifica sin remedio el fenómeno observado.

En este estadio de la física, todos los ingredientes del cambio, la amistosa comunidad científica, los experimentos imaginarios para confirmar o falsar una teoría, el nuevo modelo formal, las discusiones entre los dos programas de investigación, son más «espirituales», aunque esencialmente se mantienen idénticos a las revoluciones del pasado. Sobre este complejo esquema, al propio tiempo histórico y científico, van a reflexionar en los años sesenta los representantes de la teoría del conocimiento postpositivista.

La nueva epistemología

11. Thomas Kuhn nace en Estados Unidos en 1922. Estudia en Harvard teoría de la física, y después de doctorarse en 1949, tiene a su cargo un curso académico sobre la Historia de la Ciencia hasta 1956. Ocupa luego una cátedra en Berkeley hasta 1964, en Princeton hasta 1979 y en el Instituto Tecnológico de Massachusetts hasta 1991, cinco años antes de su muerte. Este brillante cursus honorum se completa con una serie de publicaciones, que abren una nueva etapa de la teoría del conocimiento físico, poniendo fin al ciclo del neopositivismo.

Después de completar sus estudios con una lectura de historiadores y psicólogos, y con un conocimiento de la filosofía gestaltista, publica en 1957 La revolución copernicana, y dos años después La tensión esencial, donde anticipa sus ideas sobre los períodos normales y revolucionarios de la ciencia. Pero su obra fundamental La estructura de las revoluciones científicas, sobre la que se van a montar las escuelas postpositivistas, aparece en su primera edición en 1962.

El año 1965 va a ser decisivo para consolidar la nueva teoría de la ciencia y dar a conocer a sus figuras centrales. Entonces se celebra en Londres un seminario sobre Crítica y crecimiento del conocimiento con asistencia de Popper y Lakatos, que trabajan en Europa, y Kuhn y su amigo y colaborador Feyerabend en América. Las Actas correspondientes, aparecen en 1970, y son el principal texto para orientarse sobre la polémica contemporánea en torno a la ciencia.

Todavía en 1970 acompaña sus Segundos pensamientos sobre paradigmas» con un «Postcriptum», donde contesta de una forma más sencilla a sus críticos. En 1977 publica un volumen de ensayos, que da a conocer su labor de teórico de la ciencia y de su historia durante más de dos décadas, y en los años siguientes actualiza sus contribuciones a su tema central («La teoría del cuerpo negro y la discontinuidad cuántica»).

12. Antes de la aparición de la Estructura de las revoluciones científicas, las escuelas positivistas ofrecen en su versión sociológica y lógica una determinada teoría del conocimiento, que se ha mantenido inalterable durante más de un siglo. Según esas filosofías el punto de partida de toda nueva teoría es una serie de fenómenos empíricos, que por efecto de un proceso acumulativo, no son más que un añadido a los conocidos en un estadio anterior. En un segundo momento aparece un conjunto consistente de leyes, que en rigurosa continuidad con las precedentes, dan razón de un universo cada vez más amplio de experiencias.

Kuhn invierte el orden de construcción de una teoría –toma como ejemplo sobre todo la historia de la astronomía y la física– pues lo primero que existe cuando una ciencia llega a la madurez es un paradigma. Esta palabra, tomada de la gramática y la lingüística, significa el conjunto de teorías, reglas y métodos, «que durante cierto tiempo proporciona modelos de problemas y soluciones a una comunidad científica». Los paradigmas son discontinuos y esta discontinuidad es la que justifica el término y la idea de revolución, que figura en el mismo título de la obra central del filósofo.

Antes de la aparición del primer paradigma la comunidad de pensadores vive en una situación intermedia entre el conocimiento común y la ciencia madura. Antes del siglo XVII por ejemplo, no hubo ninguna opinión, universalmente admitida sobre la naturaleza de la luz: sólo innumerables variantes de las teorías epicúreas, aristotélicas o neoplatónicas –partículas que emanan de los cuerpos, modificaciones del medio entre el objeto y el sujeto de la visión, emanación del ojo–. En este estadio inicial, a falta de un candidato a paradigma, todos los hechos que puedan contribuir al desarrollo de la ciencia –en este caso de la óptica– son igualmente importantes.

La misma abundancia de teorías caracterizan, según Kuhn, el estudio del movimiento antes de Aristóteles, de la mecánica estática antes de Arquímedes, del calor antes de Black, de la química antes de Boyle y de la electricidad en la primera mitad del siglo XVIII. Incluso hay partes de la sociología que probablemente no han alcanzado su primer paradigma. En todos estos casos, a pesar de la multitud de hechos de observación o precisamente por esa misma variedad, los conocimientos correspondientes sólo se pueden llamar científicos en la medida en que proporcionan el material para las futuras ciencias.

13. Cuando en el desarrollo de una ciencia se produce por primera vez un paradigma capaz de convencer a los componentes de la generación siguiente las escuelas antiguas desaparecen gradualmente y quienes permanecen fieles a las viejas doctrinas, quedan excluidos, ellos y sus trabajos, de la comunidad científica. Esta ciencia, que por primera vez alcanza la categoría de normal, sólo se plantea la solución de problemas y de soluciones contenidos dentro de los límites del paradigma y no provoca fenómenos auténticamente nuevos. En principio los científicos ni siquiera los ven, al estar fuera del horizonte, y por consiguiente son tan intolerantes con los que defienden esas novedades como con los representantes de las teorías ya superadas.

Así pues, cuando una comunidad científica comparte un paradigma, necesariamente elige a su luz los problemas que considera solubles, los únicos que según la comunidad pertenecen a la ciencia. Los otros problemas permanecen invisibles, se atribuyen a la metafísica o a otra disciplina, se consideran una curiosidad para distracción de ingenios ociosos, o cuestiones demasiado difíciles para gastar el tiempo precioso empleado en su solución. En resolución, no son los hechos los determinan una ley general, sino a la inversa, es esa ley general la que en forma de paradigma, determina los hechos que en un momento de la historia son o no son científicos.

Según Kuhn la investigación tiene tres objetivos. En primer lugar se trata de determinar con máxima precisión y en el mayor número de situaciones aquellos hechos que de acuerdo con el paradigma revelan la naturaleza de las cosas, como en la astronomía es el caso de la posición y magnitud de las estrellas y los períodos de los planetas. Una segunda clase de observaciones se dirige a la comparación del comportamiento esperado de la naturaleza con las predicciones del paradigma. Otros experimentos tienen por objeto estructurar la teoría, eliminando toda ambigüedad y planteando nuevos problemas suscitados por el paradigma. La determinación de constantes físicas universales y el descubrimiento de leyes cuantitativas pertenecen a esta tercera clase.

Gracias a todas estas experiencias los científicos pueden aumentar la precisión y amplitud con que se aplica el paradigma en que se mueve su comunidad. Pero, ni la determinación de la naturaleza, ni el encaje de los hechos con la teoría, ni el estudio de la estructura de esa teoría buscan una novedad inesperada. Estas novedades son «los puntos de apoyo por los que giran las revoluciones científicas».

14. Cuanto más rígido y extenso sea un paradigma, más probabilidad hay de que aparezca el fenómeno nuevo e inesperado con que se inicia en la ciencia un cambio revolucionario. En un primer momento la ciencia normal absorbe con relativa facilidad al hecho polémico con un pequeño ajuste al paradigma antiguo mediante una hipótesis ad hoc. La comunidad científica empieza a demostrar una creciente incomodidad cuando se siente obligada a complicar la teoría por la multiplicación y divergencia de explicaciones a la anomalía.

En estas circunstancias, el paradigma clásico se vuelve primero inseguro y después cada vez más escandaloso, y ante esta novísima situación aparece un número creciente de candidatos preparados para sustituirle. Según Kuhn, lo mismo en ciencia que en política, un movimiento revolucionario se inicia cuando las instituciones existentes ya no son capaces de satisfacer los problemas que cada vez en más abundancia plantea la sociedad o la naturaleza. En un segundo momento este conflicto produce una división en la comunidad, hasta el punto en que ninguna de ellas presenta una institución que gobierne de forma estable la nueva situación.

Kuhn ilustra todos momentos de crisis creciente a través de un análisis histórico del sistema de Tolomeo. En un primer momento en el siglo III a de C. Aristarco se atreve a presentar una alternativa al paradigma de Tolomeo. Pero en aquel momento el geocentrismo no tiene necesidad ni siquiera de una hipó tesis explicativa, pues es mucho más sencillo y más razonable que el heliocentrismo. Pero a medida que pasa el tiempo la complicación de = la astronomía clásica aumenta de forma mucho más rápida que su exactitud.

En el siglo XIII, cuando todavía la ausencia de la imprenta hace difícil y casi imposible la comunicación entre los astrónomos, Alfonso X se atreve a decir que si Dios hubiera tenido la precaución de consultarle antes de crear el universo le habría podido dar buenos consejos. Y el propio Copérnico, escribiendo acerca de la proliferación de teorías de homocéntricos, excéntricos y epiciclos, del movimiento diverso del Sol y la Luna y los cinco planetas, declara que los defensores de un sistema tan irregular, se comportan como quienes toman de muchos lugares, manos pies y otros miembros, y componen con ellos el cuerpo de un monstruo en vez de un hombre. En fin su colaborador, Doménico de Novara sostiene que ningún sistema tan complicado y tan inexacto como el de Tolomeo puede existir realmente.

15. Así pues, no son los hechos polémicos los que falsan directamente un paradigma, porque antes la comunidad científica ha de atravesar un largo proceso al convertirse una teoría en insostenible por su interna complicación. El mismo camino ha seguido la teoría de la relatividad especial, que sólo sustituye al éter y al espacio absoluto, quince años después de la experiencia de Michelson y Morley, después que se ensayan explicaciones auxiliares y en medio de una creciente perplejidad de los físicos.

Esta prioridad del paradigma es más evidente en la teoría relativista de la gravitación. En este caso los hechos que confirma la nueva doctrina y falsa la antigua se reducen –aparte de los experimentos imaginarios– a una sola experiencia, el desplazamiento de la órbita de Mercurio, observada además en circunstancias excepcionales. No obstante Einstein tiene tanta fe en la regularidad de su teoría, y en la imposibilidad de una atracción y de una acción a distancia, que según sus propias palabras, se habría extrañado si los hechos no estuviesen de acuerdo con ella.

El término de la revolución científica es la aparición de un nuevo paradigma, que tiene un efecto múltiple. En primer lugar elimina a todos sus competidores, pues la comunidad científica ha de tener un paradigma y sólo uno, pues renunciar a él es tanto como abandonar la ciencia y aceptarlo equivale a negar todos los demás, que son incompatibles. En segundo lugar introduce una nueva serie de problemas y de soluciones, los que caben dentro de su horizonte. Finalmente los hechos que primero exigían una hipótesis auxiliar y después una creciente complicación se convierten en negaciones del viejo paradigma.

En este desarrollo final se puede observar cómo Kuhn da una vuelta de guante a toda la teoría positivista del conocimiento científico. En vez de un único movimiento homogéneo y acumulativo, la ciencia avanza a través de un doble proceso, por el que un nuevo paradigma elimina al anterior. Además los hechos no son algo previo, que en un segundo momento dan lugar a leyes empíricas verificadoras, pues la prioridad pertenece al paradigma, que establece los problemas solubles. Y la falsación sólo aparece al fin, cuando una nueva teoría suprime todas las anteriores y los hechos derivados de ellas.

16. Kuhn da un paso más y se pregunta si la llegada de un nuevo paradigma se acompaña de una diferente visión del mundo. En ese punto se inspira en sus lecturas de los psicólogos de la Gestalt, y concretamente en las experiencias de doble figura fondo. La muestra de un florero y unos rostros enfrentados, o de unas aspas de molino y una cruz griega produce dos percepciones sucesivas recíprocamente incompatibles. Al parecer, lo mismo sucede con los varios ejemplos que proporciona la historia de la ciencia.

Los cerca de diecisiete astrónomos que en el siglo XVIII observan el planeta Urano, al no percibir en ese cuerpo ningún movimiento lo identifican sin más como una estrella. Cuando Herschel descubre gracias a una experiencia más precisa un movimiento sobre el fondo de las estrellas, anuncia a la comunidad científica la aparición de un nuevo cometa. Finalmente Lexell observa que la órbita del supuesto cometa no se ajusta a las previsiones del nuevo paradigma y percibe un planeta, eliminando por incompatibles todas las visiones anteriores. De modo análogo, lo que de acuerdo con el paradigma medieval del impetus es visto como una piedra oscilante, se convierte en un péndulo en el modelo más preciso de Galileo.

Los capítulos finales de la Estructura de las revoluciones se plantean el problema del progreso de las ciencias, y adelantan una solución, inspirada en parte en la doctrina de Karl Popper y en parte en el darwinismo al que Kuhn permanece adicto hasta su muerte. Según esta filosofía no tiene sentido hablar de un cambio hacia una verdad total, ni de un plan diseñado por un sabio ingeniero para orientar la evolución de las especies.

Lo mismo que no existe una verificación definitiva de una teoría, por muy avanzada que sea, tampoco existe una meta establecida por Dios o la naturaleza. La fórmula de Khun es en este aspecto muy esclarecedora: «Si podemos sustituir la ‘evolución hacia lo que deseamos conocer’ por la ‘evolución a partir de lo que conocemos’ prácticamente desaparecerán todas las dificultades.» Según esto, su noción de progreso, se corresponde con una revisión parcial de la ciencia, tal como la describe en su obra fundamental.

17. Imre Lakatos nace en 1922 en Hungría, y durante su juventud tiene una tumultuosa carrera política. En la segunda guerra, entre 1940 y 45 es miembro de la resistencia. Nombrado para un alto cargo del Ministerio de Educación, es acusado de revisionista en 1950, y pasa tres años en la cárcel. Cuando en 1956, tras la breve experiencia de Imre Nagy, abortada por la intervención soviética, se entera de que puede ser arrestado de nuevo, consigue huir a Viena y después a Londres. En la London School of Economics, estudia filosofía de la ciencia bajo la dirección de Karl Popper.

Tal vez esta experiencia traumática le convierte en un admirador del autor de La sociedad abierta y sus enemigos, en aquella época el principal intelectual antihegeliano y antimarxista. En cambio es un fuerte crítico de Kuhn y de su escrito fundamental, aunque su teoría está a mitad de camino entre el falsacionismo y los análisis históricos del maestro norteamericano. Con ellos dos y con Feyerabend se reúne en el seminario de 1965.

Desde 1960 hasta su muerte repentina, catorce años después, es profesor en la London School. A pesar de su corta vida ha tenido una influencia en la teoría de las ciencias naturales y sociales. En 1970 aparece su escrito más conocido La falsación y la metodología de los programas de investigación científica, donde se documenta el conflicto entre Popper y Kuhn. Dos años después publica otro escrito de gran difusión La historia de la ciencia y sus reconstrucciones racionales.

En otros ensayos trata de problemas mucho más especializados de historia y teoría de la física y las matemáticas. Después de su muerte sus amigos y discípulos recogen prácticamente todos sus escritos en dos volúmenes de 1978 bajo el título común de Metodología de los programas de investigación científica. El primer volumen contiene los desarrollos filosóficos, mientras que el segundo se detiene en las teorías matemáticas.

18. Entre los teóricos del conocimiento científico postpositivista Lakatos es, desde su llegada a Inglaterra el más fiel discípulo de Popper. Sus desarrollos metodológicos toman siempre como punto de partida la teoría popperiana, y sobre todo su Lógica de la Investigación y su hipótesis falsacionista, que cita continuamente, incluso cuando la somete a crítica y la sustituye por su propia doctrina de la ciencia. En su obra central, Metodología de los Programas de Investigación las llamadas a los escritos de su maestro llenan la décima parte de su abundante bibliografía.

Por otra parte, no sólo conoce y cita sus ensayos sobre la lógica de la ciencia física, pues tiene análogo interés por los escritos políticos, algo muy natural en un comunista reconvertido. Casi con toda seguridad es en su primera época de Londres el más apasionado lector de La sociedad abierta y de la Miseria del historicismo. En la introducción de su obra central subraya su deuda hacia Popper, que le aparta de su primitivo hegelianismo, y sobre todo le proporciona las categorías mentales para criticar su juvenil fe en una pseudociencia.

Todo esto serían detalles sin mayor trascendencia en su biografía intelectual, si no fuera porque determinan su futura forma de pensar y la marcha de todas sus obras. Popper le comunica su admiración por la postura científica de Einstein, que no duda en predecir nuevos hechos físicos y someter su teoría a una prueba durísima. Los ideólogos del marxismo en cambio son incapaces de adelantar con acierto un solo acontecimiento, y están amenazados de revisionismo si tienen la audacia de establecer un hecho histórico que pueda falsar su doctrina.

Desde este momento de su vida, Lakatos aprende una idea, que no abandona hasta su muerte. Sólo hay ciencia, física o social, si un individuo o una comunidad se atreve a prever los sucesos futuros, a riesgo de ver negadas sus expectativas. Cuando los psicoanalistas o los marxistas –son al parecer los modelos más actuales– se dedican a explicar el pasado, su doctrina, mucho más segura desde luego es una falsa ciencia, una especie de astrología o de credo religioso.

19. Con este bagaje biográfico e intelectual, Lakatos siguiendo a su maestro, hace un análisis de las distintas lógicas de la investigación. En este camino encuentra y somete a crítica al convencionalismo, una variante del neoempirismo tan impecable desde el punto de vista lógico como estéril para producir nuevos conocimientos, la teoría de Kuhn sobre la marcha de las revoluciones científicas y la primera versión ingenua y dogmática del falsacionismo. Y completa esta primera operación de limpieza con su propia doctrina de los programas de investigación.

El convencionalismo permite cualquier conjunto de teorías que organicen los hechos de experiencia en un sistema consistente, que vale por convención, independientemente de su demostración por un inferencia inductiva. Esta lógica de la investigación es, como el inductivismo, simétrica, pero no por admitir los valores de verdad o falsedad, sino por prescindir de esa doble alternativa. Pudiera creerse que esta construcción artificial ha de permanecer invariable y estancada, al estar s cubierto de cualquier verificación o falsación de sus contenidos.

Sin embargo existe una variante del convencionalismo, que potencia la revolución científica y el progreso. Cuando un sistema, a fuerza de dar razón de todos los hechos de experiencia, se vuelve intolerablemente complicado, puede ser sustituido por otro mucho más sencillo. El sistema de Tolomeo con sus deferentes y epiciclos, sus círculos homocéntricos y sus excéntricas, sus Martes falsos y verdaderos es un buen modelo de convención. Pero la comunidad científica de los modernos y su más ilustre representante en astronomía, aplicando el principio de economía, cambia ese modelo por otro infinitamente más sencillo.

El primer teórico de la ciencia que llama la atención sobre la marcha de la historia en vez de una metodología racional construida a posteriori, es Kuhn, y su modelo de los paradigmas y las revoluciones. El peligro de su filosofía, que Lakatos crítica en una acusación tan excesiva como injusta, consiste en olvidarse del proceso interno de la física, insistiendo en la evolución de la sociología de la comunidad científica. Es una pésima solución: «una teoría puede tener un supremo valor científico, aunque nadie la entienda: el valor de verdad de una teoría no tiene nada que ver con su poder de convencer a la inteligencia de las personas.»

20. La tercera lógica de investigación –el falsacionismo de Popper,– representa, por su claridad y poder, un avance sobre las soluciones del empirismo clásico. Según ese falsacionismo una teoría es científica cuando al predecir hechos nuevos no previstos en el conocimiento actual, «puede» entrar en contradicción con un enunciado básico. El ejemplo más relevante es la doble revolución relativista, y sus experimentos cruciales, el de Michelson y Morley, y las observaciones dirigidas por Eddington durante el eclipse de sol.

Lakatos somete a crítica su primera versión, la que llama falsacionismo dogmático, porque en su ingenuidad, descansa sobre dos supuestos falsos. En primer lugar no es verdad que haya una diferencia entre las teorías y los enunciados básicos: las observaciones de Galileo, por ejemplo, se oponen a la teoría aristotélica de los cielos, pero se basan en una nueva teoría óptica. Análogamente, el fundamento de cualquier vivencia es una teoría psicológica y médicamente sana, el cogito, o la tabula rasa. En resolución no hay una frontera natural entre las proposiciones observacionales y las teóricas.

Pero, aunque fuese posible esa separación entre teoría y observación, y aunque se pudiera establecer de forma indudable el valor de verdad de un enunciado observacional, el falsacionismo ingenuo es incapaz de eliminar una proposición general cualquiera. Lo más que puede lógicamente establecer es que una teoría es incompatible con un acontecimiento singular en una determinada región espacio-temporal, con la condición de que no exista ningún otro factor oculto en un rincón no específico del universo que sea causa de ese acontecimiento. Este postulado universal de no existencia de una causa oculta no puede ser falsado y esta imposibilidad arrastra definitivamente al falsacionismo en su versión dogmática.

La consecuencia de todo esto es muy grave. Si un enunciado general no se puede verificar, ni siquiera probablemente, si tampoco tiene falsadores potenciales, parece inevitable rendirse ante el más radical escepticismo. Lakatos busca una solución a este problema y consigue sustituir este falsacionismo de su maestro por una nueva doctrina, la de los programas de investigación científica, donde se comparan teorías, prevaleciendo la de mayor contenido empírico. La solución de Lakatos parece ser a primera vista la que mejor conjuga la dimensión histórica y sus desarrollos racionales: efectivamente, la doble dirección progresiva o regresiva de los programas da valor a una teoría por su sentido de avance, estancamiento o retroceso dentro de la historia.

21. Todos los programas de investigación tienen un núcleo, que ha de permanecer preservado de la amenaza de falsación por parte de un enunciado observacional en combinación con el modus tollens. En el caso del programa de Newton, que sirve de modelo a Lakatos, el núcleo está formado por las tres leyes de la mecánica y por la ley de gravitación universal. Alrededor de este centro hay un amplio cinturón protector, que le salva de todos los golpes de la lógica mediante un conjunto de hipótesis auxiliares. En fin el programa posee un potente aparato que procura trasformar cualquier posible anomalía en una evidencia.

Lakatos consigue traducir a la prosa de la ciencia el dramático lenguaje de Kuhn, cuando habla de observaciones inesperadas. Efectivamente, un programa con buena salud, no sólo soluciona las anomalías sino que además se adelanta a nuevos hechos. Siguiendo con el modelo newtoniano, cuando Le Verrier observa las perturbaciones en la órbita de Urano, calcula matemáticamente la existencia de un nuevo planeta, que Gall descubre en la zona del cielo señalada. En este caso y todos los análogos, se dice que el programa de investigación es progresivo.

Cuando por el contrario, el programa de investigación, en vez de predecir con éxito nuevos hechos, ampliando su contenido empírico, se limita a explicar las observaciones anómalas, entonces va a remolque de los hechos, y Lakatos dice de él que es regresivo. La existencia de estos dos programas proporciona un criterio –el superior contenido empírico– para elegir uno de ellos y eliminar el otro, y parecidamente, la aparición de un nuevo programa mejor y más rico en contenido prevalece sobre el más débil. En todo caso la falsación no se produce entre un hecho y una teoría, sino entre dos o más teorías en presencia de hechos.

El final de la trayectoria intelectual de Lakatos coincide con los comienzos de su biografía. Todos los programas de investigación siguen el mismo modelo, formado por un núcleo, un cinturón protector y una doble eurística. Pero mientras que las teorías de Newton y Einstein son un claro ejemplo de ciencias, por su carácter progresivo, el marxismo que él ha conocido en su juventud es incapaz de predecir un solo hecho, se limita a explicar las anomalías de su crecimiento, y en resolución es un programa regresivo.

22. Paul Feyerabend nace en Viena en 1924, y se doctora en filosofía en la Universidad de su ciudad natal en los años cuarenta. En 1952 se traslada a Londres, donde estudia filosofía de la ciencia con Raimund Popper. Cuatro años después obtiene la cátedra de filosofía en la Universidad de Berkeley, donde conoce a otro gran teórico de la ciencia, Thomas Kuhn. En el 1965 es uno de los cuatro participantes en el seminario sobre el crecimiento de la ciencia, junto con su primer maestro, su amigo de California y Lakatos. En los dos ensayos de su primera obra, Los problemas del empirismo, somete a crítica la ideología dominante en el siglo XX y traslada después y amplía esta crítica al curso entero de la historia de la ciencia. Sobre este esquema compone su obra más conocida Contra el método, que se publica en 1975.

En 1978 una nueva obra La ciencia en una sociedad libre, sigue insistiendo en su tesis de un anarquismo metódico. En 1980 es profesor de filosofía de la ciencia en la politécnica de Zurich y allí escribe su escrito Adiós a la razón, y enseña hasta su muerte en 1994. En todos estos ensayos y libros Feyerabend, a pesar de su estilo vivaz y de la continua y sorprendente variación de su pensamiento se mantiene fiel al principio sin principios de la absoluta libertad de ideas, a la primacía de la imaginación sobre la razón y a su principio más querido según el cual en la ciencia «todo vale».

La crítica histórica sitúa muy justamente a Feyerabend, después de sus compañeros de Londres y Berkeley, como el filósofo que cierra el ciclo de la corriente postpositivista de la teoría de la ciencia. Su anarquismo metodológico tiene una doble vertiente, pues por una parte admite las aportaciones de los falsacionistas, de las revoluciones científicas y los programas de investigación, como también de toda otra idea, lo mismo si es un mito, una escapada metafísica, incluso un error. La historia de la ciencia, desde la antigüedad al siglo XX, habría sido imposible sin contar con esta experiencia plural: todo vale.

Pero esa universal aceptación tiene su necesaria contrapartida negativa. El intento de descubrir los enigmas de la naturaleza y de nuestra propia vida exige rechazar los criterios inflexibles, incluida una parte considerable de la ciencia y la metodología contemporánea. De ninguna forma se puede adoptar una tradición, con exclusión de todas las demás.

23. En su primer ensayo sobre los problemas del empirismo, Feyerabend critica la teoría de conocimiento de todas las escuelas positivistas contemporáneas, incluido el razonamiento crítico de su primer maestro Raimund Popper. Efectivamente, estos pensadores estudian el método de las ciencias a toro pasado, reflexionando sobre sus logros cuando éstos ya se han producido. De esta forma, el inductivismo y el convencionalismo construyen el lenguaje lógico de la física guardando la máxima sencillez y elegancia. Y también Popper, después de conocer el experimento de Einstein y, su aplicación al eclipse de sol, introduce su principio de falsación y el razonamiento apodíctico del modus tollens.

El resultado final de esta operación es una tautología y una construcción lógica del todo segura, pero que a cambio de esa estructura racional no proporciona a la ciencia ningún nuevo conocimiento. Los libros centrales de Feyerabend, Contra el método y Adiós a la razón, denuncian en su mismo título la pobreza de la teoría científica. Mucho más grave es la decisión de los filósofos cuando sitúan el método al principio de sus desarrollos, atribuyéndose indirectamente los logros de la ciencia, pues en este punto convierten una serie de proposiciones de contenido nulo en un gigantesco error.

Por oposición a las dos variantes del positivismo lógico –una filosofía regresiva y estática, a pesar de todas sus pretensiones de progreso– Feyerabend insiste en el valor de la práctica científica, que tiene condiciones polarmente opuestas. Está situada al comienzo del proceso y durante los sucesivos momentos del desarrollo de la ciencia, admite una pluralidad y un relativismo de sistemas, frente al punto de vista único de los dogmáticos. Y esto no como un primer paso antes de alcanzar la verdad única, sino como un factor esencial en el ejercicio de la ciencia.

Además esa práctica deja a la razón y a la lógica en un segundo plano, a favor de la imaginación, admite en consecuencia las ideas más extravagantes para el canon oficial, acerca la ciencia a la creación artística, en resolución, «el ejercicio de la ciencia no puede ser formulado ni entendido, fuera de situaciones específicas de investigación». En cambio «las filosofías de la ciencia y las teorías del conocimiento… cualesquiera que sean, resultan ser absolutamente superfluas».

24. La segunda parte de Los problemas del empirismo, y los tramos finales de su requisitoria contra el método, amplían esta censura a la tendencia de la metodología, que plantea sus problemas y adelanta soluciones sin atender a la historia y sin considerar que las teoría pueden pertenecer a distintos estratos históricos. «La debilidad fundamental de la filosofía contemporánea de la ciencia radica, me parece , en que, a pesar de la gran variedad de escuelas y de pensadores, todavía procede ahistóricamente.» Es un camino que es preciso abandonar si en el futuro se quiere evitar la total esterilidad de esa filosofía de la ciencia.

«¿No está más que claro –dice Feyerabend en uno de sus pasajes más brillantes– que hemos de ser realistas, que debemos dejar de extasiarnos ante las formas imaginarias de un cielo filosófico… y que debemos empezar a considerar lo que sucedió en este mundo material, admitiendo que nuestro cerebro se equivoca, que nuestros instrumentos de medición son imperfectos y nuestras ideas deficientes?... Es la resistencia psicológica de los filósofos y científicos, lo que hace necesario triturar la argumentación abstracta con el pesado martillo de la historia.»

El primer filósofo que conduce la filosofía de la ciencia a su historia, es Kuhn, pero sus intérpretes han tomado los conceptos de paradigma, crisis, revolución y los han arrancado de su contexto, convirtiendo el proceso histórico en un sistema único y rígido, que sustituye a las dos variantes del positivismo. Feyerabend cree que es preciso trasladar a la práctica científica cambiante con el tiempo su pluralismo y su relativismo. «Es imposible –dice en este punto– una teoría de la ciencia. Solamente existe un proceso y hay un número infinito de reglas que nos ayudan a llevarlo adelante.»

Análogamente censura la teoría de Lakatos a propósito de su metodología de los programas de investigación, que quiere mantener en todas las circunstancias, progresivas y regresivas. Sus conceptos clave, como núcleo, cinturón de seguridad, heurísticas positivas y negativas, son otro intento, igualmente rígido, de sacrificar la historia plural a un sistema común e inmutable. El ensayo donde Lakatos interpreta de acuerdo con su teoría de los programas, nada menos que la teoría copernicana frente a la de Tolomeo, es una buena muestra de esta reconstrucción artificial de una ciencia única, y un seguimiento del positivismo, que para Feyerabend continúa siendo la bestia negra que es preciso a toda costa combatir.

25. Así pues, a medida que la práctica científica avanza, cambia también el modelo que representa uno de sus períodos, un modelo que una consideración apresurada juzga único en su tiempo, pero que en realidad entra en polémica durante cierto tiempo con una doctrina antigua, y con una constelación de falsas teorías de observación, de errores y de apelaciones al sentido común. Feyerabend en su ensayo Contra el método reflexiona sobre esta condición caótica de la física en su conjunto y de cada uno de sus momentos, porque sólo la presencia del caos y la necesaria ausencia de la razón garantiza el progreso de la ciencia.

Por ejemplo, la física de Aristóteles descansa sobre una empirismo radical, según el cual el ojo humano ve las cosa tal como son en realidad. Esta primera teoría de la visión está en correspondencia con un sistema del cielo que se mueve alrededor de la tierra inmóvil, como enseña la evidencia de todos los días. La cada vez mayor complicación de ese sistema por los arreglos de Eudoxo y Calipo y más tarde de Tolomeo, entra en colisión con la filosofía de los modernos –primero Nicolás de Oresmes y después Copérnico– fieles al principio de economía y en colisión también con la viejísima teoría de los pitagóricos. La intervención de Galileo, sus experiencias del anteojo, muchas veces negativas y sus afirmaciones de la no operatividad del movimiento relativo, aumentan la confusión y la creatividad de este proceso histórico.

Unos años después Newton imprime un nuevo avance a la física, gracias a una práctica científica, igualmente caótica. Por una parte el propio maestro inglés afirma que la hipótesis central de su sistema –una acción a distancia por un proceso de atracción– es el mayor de los absurdos. Pero al mismo tiempo inaugura un nuevo empirismo, basándose en observaciones que generaliza por vía de inducción, y que tienen un éxito total, Efectivamente, las teorías auxiliares, no sólo dan razón de las perturbaciones del sistema del mundo, sino que descubren nuevos hechos de experiencia. La introducción de una metafísica –la del espacio absoluto– de una óptica que pronto entra en contradicción con la teoría ondulatoria, todo esto aumenta la confusión de una doctrina que la posteridad presenta como modelo de armonía y equilibrio.

Ni siquiera el siglo XX, a pesar de las pretensiones del neoempirismo y de las escuelas postpositivistas, que confían haber encontrado una verdad única y una lógica definitiva, pueden evitar este proceso de, la práctica científica en perpetuo estado de nacimiento. Por una parte Einstein consigue anular el espacio absoluto y el escándalo de la atracción a distancia. Pero al mismo tiempo introduce una metafísica de un universo armónico, inspirada por su hermano de raza Spinoza, y da paso a la teoría de los fotones, que con el tiempo se convierte en un mundo de observaciones entregado al azar. Los conflictos con la novísima teoría de la indeterminación son una buena prueba de que la física se resiste a toda explicación y lejos de las ataduras de la razón, mantiene su proceso creativo.

26. El caso donde concurren los más variadas y disparatadas condiciones es el de Colón al que Feyerabend alude de pasada más de una vez, y a quien incluye en una larga nómina de aficionados. En el descubrimiento, además de los adelantos en la técnica naval, influye la obstinada ignorancia del propio navegante, que muere sin enterarse del tamaño de su hazaña. Pero a estos factores es preciso añadir una multitud de factores que desafían cualquier cálculo racional.

Para empezar los errores científicos, primero de Rogerio Bacon y después de Pedro de Ailly, uno de los más eminentes y conocidos de los modernos. Además los de Máximo de Tiro y de Toscanelli, y sobre todo los del cuarto Esdras, doblemente irracional por apócrifo y por falso. Entre todos acercan la distancia de Europa a las Indias por el camino del Oeste a 3.000 millas de las 15.000 reales. A estos afortunadas equivocaciones hay que añadir las calamitosas etimologías de Isidoro y el anacronismo histórico, que dobla el error geográfico y sitúa a los tártaros en Asia más de dos siglos después de su desaparición.

La Edad Media proporciona a Colón una buena batería de mitos, que tienen igual prestigio o mayor que los dictámenes de las juntas de sabios. Según la Imago mundi de Honorio de Autun del siglo XII, el paraíso terrenal sigue estando en la tierra, y los « filósofos e teólogos sacros e sabios» –Isidoro, Beda, Estrabón, Avicena– lo sitúan en el más lejano Oriente. El fin del mundo, otro de los mitos medievales, está ya muy cercano, según las tablas alfonsinas que lo hacen coincidir con el séptimo milenario. En fin, según las profecías de Joaquín de Fiore, de España ha de salir quien edificase de nuevo la Casa Santa.

Y como según Feyerabend «todo vale», también intervienen en la empresa una serie de factores sociales: el genio publicitario de Colón, la promesa de una inagotable riqueza en oro, la intervención a través de su reina, de un pueblo teatral e impaciente, la afición prostibularia de los compañeros del navegante, que quieren rendir homenaje en sus carabelas a la Pinta, la Niña y la Marigalante. Si todas estas circunstancias no se hubieran conjugado en un azar milagroso desafiando a la aburrida ciencia oficial, no se habría producido en su tiempo el más bello descubrimiento de la historia de la ciencia. 27. Esta forma de entender la ciencia –todo vale, no hay método, la razón es estéril–está relacionada con una filosofía política radical, el anarquismo científico. Ya en el Tratado contra el método, Feyerabend señala la paradoja de que los libertarios más eminentes, que prescinden de los dioses, del Estado, de la moral convencional y de la Iglesia, obedecen mansamente la autoridad de las ciencias, y lo que es peor, de sus métodos más estrictos. «El anarquismo es una concepción del mundo, que se basa en una explicación mecánica de todos los fenómenos. Su método de investigación es el de las ciencias naturales exactas, el método de inducción y deducción.» Esta rendición de Kropotkin ante la autoridad de la física y ante la bestia negra del positivismo, es para el filósofo el mayor de los escándalos.

En los siglos XVII y XVIII, incluso en el XIX, la ciencia ha ejercido un poder liberador a favor de la humanidad, porque está en conflicto con instituciones autoritarias con pretensión de verdad infalible. Pero en la actualidad, esa misión salvadora ha desaparecido y los científicos positivos han sustituido a los teólogos y a los metafísicos, cumpliendo el viejo programa de Comte. El poder del binomio Ciencia-Estado es ahora muy superior al tradicional de la Iglesia, y así resulta que los padres pueden elegir una escuela católica, protestante o judía, pero a cambio de seguir obligatoriamente la única enseñanza oficial, si no quieren sufrir las penas de un tribunal superior.

Feyerabend traslada su defensa del relativismo cultural al terreno de la política. Ya no se trata de una crítica del positivismo en sus variantes de inductivismo, falsación o convencionalismo, tampoco de una crítica de la teoría de los paradigmas o de los programas de investigación, por sus pretensiones exclusivistas, ni de una defensa de la historia frente a la razón. Se trata de llevar a la práctica esas ideas, separando el Estado de la Ciencia, multiplicando las alternativas de conocimiento y estableciendo una sociedad, donde sólo vale el principio de la libertad de pensamiento.

En esta radical derivación hacia la política, Feyerabend retiene por lo menos un novedoso punto de vista. La enseñanza pública tal como se enseña en las escuelas, está en retroceso –lo mismo que la razón y el método– con relación a la práctica científica y la investigación. Y ahora, igual o más que en cualquier otra época esta ciencia «in statu nascendi» sigue un proceso plural, incalculable y azaroso.

 

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