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El Catoblepas, número 118, diciembre 2011
  El Catoblepasnúmero 118 • diciembre 2011 • página 4
Los días terrenales

Políticos cretinos
y cretinos intelectuales-literatos

Ismael Carvallo Robledo

Se comentan un par de sucesos en la FIL de Guadalajara 2011, en México,
como muestra del cretinismo generalizado tanto de la clase política
como de la clase intelectual

Enrique Peña Nieto: el políticoFernando Vallejo: el intelectual-literato

«Es evidente que no hablamos del político en el significado práctico y común de la palabra, vale decir, del político profesional. Es éste un ser bajo y corrupto, que en modo alguno ha sido creado para desempeñar papel alguno en la esfera intelectual.» (Thomas Mann, Consideraciones de un apolítico.)

«El que tantos payasos nietzscheanos enfrentados verbalmente contra todo lo existente, contra los convencionalismos, etcétera, hayan acabado por fastidiar y quitar seriedad a ciertas actitudes, puede ser admitido, pero no hay que dejarse guiar, en los propios juicios, por los payasos. Contra el titanismo afectado, el estilo veleidoso, el abstraccionismo, hay que advertir la necesidad de ser «sobrios» en las palabras y en las actitudes exteriores, precisamente para que haya más fuerza en el carácter y en la voluntad concreta.» (Antonio Gramsci, Cuadernos de la cárcel. La filosofía de Benedetto Croce.)

«Cretino: que padece cretinismo; estúpido, necio. Cretinismo: estupidez, idiotez, falta de talento.» (Real Academia de la Lengua Española.)

I

La Feria Internacional del Libro de Guadalajara (FIL) es considerada como una de las más importantes instituciones que en el ámbito universal y editorial de la lengua española tienen lugar. Creada en 1987 por iniciativa de la Universidad de Guadalajara, la FIL se ha logrado establecer ya como el referente definitivo de México por cuanto a lo que a ferias de libro se refiere, es decir, que estamos en posibilidad de afirmar que la feria del libro mexicana por antonomasia es, en efecto, la FIL de Guadalajara. O para decirlo de otro modo: la FIL de Guadalajara es a México lo que la Feria del Libro de Fráncfort es a Alemania.

Tribuna importante por sus alcances y difusión internacional, la FIL tuvo como país invitado a Alemania para la edición de este año 2011 que termina. La convocatoria reunió a un aproximado de 660 mil personas del 26 de noviembre al 4 de diciembre pasados.

Es ya habitual el destacamento de recursos periodísticos, propagandísticos e informativos que en torno de ella se dan cita (un total de 501 medios para la edición de este año, según reporta la FIL en su sitio electrónico): envío de reporteros en programas de televisión y de radio para dar cuenta en directo de los aconteceres más relevantes, si no es que transmisión, en directo también, de algunos de esos programas televisivos o radiofónicos; cobertura pormenorizada y permanente de medios impresos y electrónicos; entrevistas, conferencias de prensa, presentaciones, coloquios, premios (el de Literatura en Lenguas Romances, el Sor Juana Inés de la Cruz, el otorgado al Mérito Editorial, o al Bibliófilo, o el Fernando Benítez), discursos. Todo un despliegue mediático de muy atractiva utilidad para escritores, intelectuales y políticos en busca del apuntalamiento e iluminación de su fama de notoriedad, que es la que se configura recortándose y, sobre todo, destacándose dentro del campo de una práctica o de un saber (artístico, científico, político) determinados (fama habitual, por otro lado y por lo demás, la tenemos todos).

Pero es una plataforma de notoriedad muy singular ésta la de la feria del libro, distinta por ejemplo de la que puede ofrecerse en el mundo deportivo o en el de la siempre llamativa, alegre y correspondientemente leve farándula, pues sin perjuicio de que no dejan de ser todas ellas, en efecto, plataformas de notoriedad en el ámbito de la vida civil pública a la que se llega por méritos dentro del campo de referencia, la de las ferias del libro tienen el añadido de que por su través se da lugar también la conjugación entre vida civil pública y vida intelectual pública, dando como resultado una forma muy determinada de reputación y prestigio, de dignidad pública, de dignitas (tomamos estas interesantes ideas de vida civil e intelectual públicas del prólogo de Thomas Mann a sus Consideraciones de un apolítico, que con fortuna y gran acierto han sido reeditadas en 2011 por Capitán Swing Libros, de Madrid; la única referencia de la que por nuestra parte teníamos noticia era la clásica edición de Grijalbo, al parecer de la década de 1970 y prácticamente fuera de circulación).

Pero de entre la multitud de eventos y actividades que tuvieron lugar en la FIL de Guadalajara de este año, queremos detenernos en el comentario de dos de ellos en tanto que, además de la polémica periodística suscitada, los detectamos también como representativas del cuadro sintomático de menesterosidad político-intelectual y de pobreza de virtudes públicas de la llamada clase dirigente de este país (tanto en su manifestación por voz de la clase política, como en la que correspondientemente se da también por voz de la clase literario-intelectual).

En efecto, bien sea por la aplastantemente evidente falta de talento retórico y dialéctico, y por su total ausencia de sindéresis, bien sea por la también evidente muestra de necedad e infantil pedantería, los eventos protagonizados por Enrique Peña Nieto (el político que visitó la feria para presentar un libro de su supuesta autoría, y que mostró en realidad el nivel de muchos políticos cuyos nombres es mejor mantener en reserva) y Fernando Vallejo (el intelectual literato galardonado con el premio FIL de Literatura en Lenguas Romances) han venido a ofrecérsenos en definitiva como acabada y pulimentada muestra de cretinismo.

Y aunque fue más Peña Nieto que Vallejo contra quien la crítica de la opinión pública se enderezó, lo que a nosotros nos pareció tener a la vista fue, sencillamente y por igual, a un par de cretinos públicos. El uno, mostrándosenos como un absoluto analfabeto intelectual, y no nada más literario, sino histórico e ideológico –no se diga filosófico–, como un pobre hombre sin letras, palurdo y de cortísimos horizontes culturales, del mismo calibre que Vicente Fox, o de nivel de ambicioso señorito de universidad privada (EPN estudió en la universidad del Opus Dei, la Universidad Panamericana) al que «le gusta mucho la política», en plena campaña por la jefatura de grupo o por la presidencia de la sociedad de alumnos (que es la escala desde la que en realidad es adecuado mesurar su estatura política e intelectual), sin ninguna idea propia sobre literatura, política o historia (al margen de que recuerde o no al autor de uno u otro libro); el otro, como un perfecto y veleidoso payaso literato, enfrentado verbalmente contra todo lo existente, pretendidamente simpático e irreverente (recordándonos el chocante estilo de halbwissende literati, que ha hecho escuela, de Carlos Monsiváis) y subjetiva y, por ello mismo, bochornosamente radical.

Pero vayamos a los hechos.

II

Habiendo sido invitado para presentar «su libro», titulado México, la gran esperanza: un Estado eficaz para una democracia de resultados (Grijalbo, México, 2011, 216 páginas), el flamante candidato del PRI a la presidencia de México acudió en efecto al auditorio Juan Rulfo de la FIL de Guadalajara para presentar «su conferencia» ‘Por un acuerdo para impulsar el desarrollo’. Entendemos que tras haber dado lectura a su discurso, don Enrique volvió a su lugar en la mesa de presentación para dar respuesta a las preguntas del público. Este fue el momento de su célebremente triste viacrucis intelectual, que se prolongó por un lapso aproximado de cuatro agonizantes minutos.

Ante la pregunta sobre los tres libros que más habían influido en su formación, EPN, luego de apresurarse a consignar que la Biblia habría sido uno de ellos, comenzó a divagar y a balbucear sobre nombres de autores y títulos de libros, confundiendo a Enrique Krauze con Carlos Fuentes (con relación al libro del segundo, La silla del Águila), y confundiéndose luego aún más al querer recordar algún otro librillo que por suerte haya leído, y con evidente incomodidad e inseguridad reflejada en esa singular e inconfundible geometría tensa de los pliegues y facciones del rostro que se coordinan cuando se encarga la clásica «sonrisa nerviosa», o «sonrisa estúpida» (el ceño fruncido pero el resto de la cara sonriente), en los momentos en que se ve alguien orillado a improvisar sobre algo de lo que no sabe nada en absoluto, pero que está obligado a mostrar, precisamente, todo lo contrario (de ahí la tensión estúpida y, en realidad, al tiempo que patética –pues produce pena ajena–, cómica).

Es obvio que, como de inmediato salieron a decir algunos en su defensa (y al parecer él mismo), es natural que alguien olvide en circunstancias determinadas el nombre del autor o el título mismo de alguna obra en concreto. Pero es que ese no era el problema ni lo que produjo, primero, pena y sonrojo, y, después, irritación, sobre todo por tratarse de alguien que aspira a encabezar al Estado mexicano y a su maquinaria de gobierno. El problema era la incapacidad estructural, y no coyuntural, de este hombre para esgrimir con solvencia un argumento o discurso concreto. Es decir, lo que estaba constatándose en esos cuatro minutos de balbuceos intelectuales era la ausencia de estructuras de racionalidad política, dialéctica y retórica; la ausencia, en definitiva, de ideas y de una base mínima de formación intelectual (literaria, histórica, teórico política).

Esta es la clave del problema, y repetimos que Peña Nieto, en este sentido, y valga aquí la ironía, «no está sólo», pues podríamos decir que el suyo es el perfil medio del político mediocre, aunque poderoso, y joven de hoy en día. Y es que, en realidad, ¿qué es lo que podríamos esperar si alguien de la estulticia repugnante de Vicente Fox gobernó ya este país?

Pero la mayor ironía de todo estriba en el hecho de que del lado de los supuestos hombres de letras, es decir, del lado de los que «viven del intelecto», de los que se esperaría que, en efecto, tengan ideas y estructuras de argumentación coherentes y críticas, de los literatos en definitiva, las cosas están igual o peor que del lado de los políticos. Ante la incoherencia y la insolvencia intelectual del político que, degradándose a sí mismo, degrada a la política: Enrique Peña Nieto, la inanidad frívola y la autocomplacencia estúpidamente solipsista del intelectual-literato-esteta anti-política y, al parecer, anti-todo: Fernando Vallejo.

III

En efecto, resulta ser que nuestro amigo originariamente colombiano Vallejo, afincado en México desde hace años y naturalizado como mexicano, fue galardonado con el premio FIL de Literatura en Lenguas Romances. Y no fueron cuatro sino un aproximado de veinte minutos los que don Fernando utilizó para dar lectura a un discurso insignificante, simple y, sobre todo, por juguetón, irritante e insoportablemente leve, por más que haya querido él haberse mostrado como crítico implacable e irreverente. A nosotros nos pareció más bien un payaso intelectual puntillosamente afectado, representante de un estilo muy característico de esteta ocasionalista: la del literato diletante y practicante de la técnica lúdica de la ironía anti-política.

Y no sabemos en realidad decir quién produjo más bochorno, si Peña Nieto o Vallejo. Acaso haya sido este último, pues tuvimos que ocupar cinco veces el tiempo dedicado al primero para verlo hablar, manteniendo siempre la mirada fija en el papel y sin casi mirar nunca al público, como presa de un temor ladino a no se sabe bien qué o quién, de una muy simpática y variopinta retahíla de anécdotas subjetivas sobre Colombia, sobre Medellín, sobre su mamá, sobre sus abuelos, sobre su llegada a México, entre medio de las cuales deslizaba de vez en vez, «ocasionalistamente» y entre las traviesas risitas de un público expectante, una crítica a esto o aquello: al PRI, a los políticos, a Fox, a Dios.

Habría que pensarse en su descargo que, en su calidad de novelista o cuenta cuentos, lo único que le era dable hacer a Fernando Vallejo en su discurso de recepción de tan señalado premio era… contarnos un cuento. Y así lo hizo este hombre, con el tarareo de una cancioncita incluido, llevando nuestra paciencia a los más altos límites de la exacerbación al advertir la frivolidad y estupidez infantil ante la que el público reía y aplaudía entretenido. Y es que eso era y es, precisamente, quizá, lo peor de la escena: la complacencia boba y cómplice del público que ríe.

La bolsa de que consta el premio (que suma un total de ciento cincuenta mil dólares), se apresuró a aclarar Vallejo, la destinará íntegramente, en calidad de donación, a dos «asociaciones caritativas» de México, a saber: los «Amigos de los Animales» y los «Animales Desamparados». Y luego de divagar sobre ocurrencias diversas contadas como un cuento de niños, remató Fernando Vallejo su discurso dejando consigna, no de diez (afortunadamente), sino tan sólo de tres mandamientos, que aquí citamos para que nos sea posible apreciar la altísima capacidad filosófica y crítica de este literato diletante:

«Uno, no te reproduzcas que no tienes derecho, nadie te lo dio; no le hagas a otro el mal que te hicieron a ti sacándote de la paz de la nada, a la que tarde que temprano tendrás que volver, comido por los gusanos o las llamas.
Dos, respeta a los animales que tengan un sistema nervioso complejo, como las vacas y los cerdos, por el cual sienten el hambre, el dolor, la sed, el miedo, el terror cuando los acuchillan en los mataderos, como lo sentirías tú, y que por lo tanto son tu prójimo. Quítate la venda moral que te pusieron en los ojos desde niño y que hoy te impide percibir su tragedia y su dolor. Si Cristo no los vio, si no tuvo ni una palabra de amor por ellos, ni una sola (y búscala en los evangelios a ver si está), despreocúpate de Cristo, que ni siquiera existió. Es un burdo mito. Nadie puede probar su existencia histórica, real. Tal vez aquí el cardenal Sandoval Íñiguez...
Y tres, no votes. No te dejes engañar por los bribones de la democracia, y recuerda siempre que: que no hay servidores públicos sino aprovechadores públicos. Escoger al malo para evitar al peor es inmoral. No alcahuetees a ninguno de estos sinvergüenzas con tu voto. Que el que llegue llegue respaldado por el viento y por el voto de su madre. Y si por la falta de tu voto, porque el día de las elecciones no saliste a votar un tirano se apodera de tu país, ¡mátalo!»

Y luego de agradecer a Jorge Volpi por el dictamen que sobre él leyó –para que se vea el nivel de quien recibe y de quien otorga esta clase de premios–, Fernando Vallejo se despidió nuevamente entre risas y aplausos de un público lleno de felicidad y entusiasmo.

Por cuanto a la consigna de matar al tirano, podría especularse que se está refiriendo Vallejo a la persona de Andrés Manuel López Obrador. Pero es que luego de haberlo visto y escuchado tararear una canción, en realidad da lo mismo lo que diga, que para eso es un intelectual-literato.

*

Dice Thomas Mann en el ensayo titulado ‘Política’ de sus Consideraciones de un apolítico que lo que define a la política no es una teoría del estado o una teoría sobre la forma de gobierno, sino su contrafigura, que es, precisamente, la del esteta. ‘La verdadera definición del concepto de «política» –estamos citándolo directamente de la página 213 de la edición referida anteriormente- sólo es posible con ayuda de su contraconcepto; la misma reza de la siguiente manera: «Política es lo contrario de esteticismo». O bien: «La política es la salvación frente al esteticismo». O bien, expresado de un modo totalmente estricto: «Ser político es la única posibilidad de no ser esteta»’.

Se trata de la misma línea de argumentación que podemos encontrar en el texto fundamental de Carl Schmitt sobre Romanticismo político.

¿Pero qué es ser, entonces, y en todo caso, un esteta? A lo que responde Thomas Mann: el esteta se nos muestra, por ejemplo, en Schiller cuando, en aquel pasaje de La novia de Messina,

«por boca de un corifeo, y con las palabras más lisonjeras, ensalza la paz, la compara con un amable mozalbete que, a la vera de un tranquilo arroyo y con los corderitos triscando a su alrededor, extrae dulces sonidos de su flauta, pero ya en el siguiente aliento aprovecha la ocasión –o abusa de ella– para hablar, con la misma devoción poética, de la guerra… En este pasaje, repitámoslo, Schiller es un esteta; pues en él no es político, en absoluto, ni bueno ni malo. Hubiese podido glorificar la guerra y calificar de cobardes y llorones a los pacifistas; hubiese sido entonces un político malo y falso, misántropo y digno de ser combatido. Hubiese podido cantar a la paz eterna, y estigmatizar a la guerra como una recaída en situaciones infrahumanas; hubiese obrado entonces como un político bueno, esclarecido y merecedor del aplauso. Pero sumirse en la naturaleza esencial de la guerra y de la paz con la misma y diletantesca comprensión, amor y libre intuición, eso precisamente era esteticismo, era la volubilidad –he de decirlo con todas las letras– del parásito.» (pág. 214.)

Triste es sin duda la escena que, a la luz de la tesis de Mann, tenemos al atender a los dos eventos que aquí comentamos: un político analfabeta intelectual y un intelectual esteta, es decir, antipolítico, diletante y voluble. Los dos de insoportable levedad. Uno con el poder político. El otro con el poder intelectual. Los dos cercanos al poder económico. Los dos miembros, en efecto, y al final de cuentas, de la clase dominante.

Pero lo peor de todo es el público en el foro. Ese público desmemoriado, voluntariamente ignorante y voluble. Que aplaude y ríe, divertido y travieso ante las ocurrencias de uno, el intelectual. Y que luego va y vota al otro, al político ignorante. No hay peor estupidez e ignorancia que la voluntaria.

¿Pero qué se puede esperar si en realidad son acaso multitud los que encuentran en uno u otro el reflejo de sí mismos? Y es que son tantos los nombres de políticos e intelectuales-literatos que a este respecto nos vienen a la mente, que mejor es reservar su mención para ocasión más propicia. Así lo haremos.

Mientras tanto, hagamos como aconseja Gramsci y no dejemos ser guiados ni por los payasos ni por los analfabetos. Y sepamos detectar siempre, siempre, a todo aquél que pueda aparecérsenos como un parásito público, por más famoso que sea.

 

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