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El Catoblepas, número 121, marzo 2012
  El Catoblepasnúmero 121 • marzo 2012 • página 5
Voz judía también hay

El joven Hamza no vale un buen frapuccino

Gustavo D. Perednik

De cómo la conciencia europea flaquea ante los sirios
y el pobre Hamza Kashgari

Hamza Kashgari en twitter

Designado por Condoleezza Rice para integrar su plantel de Planificación Política, Jared Cohen fue el miembro más joven que jamás ocupara el cargo, dedicado mayormente al contraterrorismo.

Uno de los ensayos de Cohen llamó la atención de quien escribe estas líneas debido a su prometedor título: «¿Por qué es tan global el conflicto árabe-israelí?» (14-1-09).

En él, el autor admite «no entender por qué miles de sirios salen a las calles a apoyar ‘la libertad’ de los palestinos, mientras no hay en Damasco ni una protesta que presione al régimen sirio para obtener sus propias libertades».

Pasaron dos años y diez días desde publicada la pregunta, y el pueblo sirio aparentemente salió a las calles a contradecirla. Se lanzaron a la lucha para derrocar a la dictadura alauita que vienen padeciendo por casi medio siglo ante la impavidez del mundo.

En rigor, la pregunta de Cohen aún no ha sido del todo respondida, y el autor de la nota sólo supo darle media respuesta. Rescatamos esa mitad, porque resulta indispensable para comprender la índole de las dictaduras.

En efecto, el artículo concluye con que, los tiranos pueden perpetuarse en el poder si desvían las quejas de sus oprimidos hacia causas externas. Siempre crean un caño de escape exterior que recicla la insatisfacción popular sin cuestionarlos. Por ello, acierta Cohen, el conflicto de Oriente Medio es el más global: los déspotas árabes lo han inflamado para conservar su poder.

Esta respuesta se acerca a la verdad, pero no llega a cruzar el Rubicón: da cuenta de por qué los tiranos necesitan de un conflicto externo para perpetuarse, pero no aclara por qué precisamente ése fue el conflicto elegido.

La patente verdad es que no solamente en el mundo de las dictaduras árabes Israel es presentado como el peor problema. Una buena parte de Europa también lo siente así. Y aquí radica la clave de la respuesta entera.

Los regímenes árabes han trasladado contra Israel la legítima desdicha de sus pueblos, porque ese traslado ha sido legitimado por una Europa trabada en una tara que la aqueja por siglos.

El viejo conjuro Die Juden sind unser Unglück fue traducido en el presente a «Israel es nuestra nakba» (es decir: «Los judíos son nuestra desgracia» pasó a ser «El Estado judío es nuestra catástrofe»).

Esa premisa inconsciente permite la apatía europea ante las violaciones más flagrantes de los derechos humanos, precisamente porque sus demandas morales en el plano internacional son saciadas con las siempre a mano quejas contra Israel, presentadas éstas como si fueran reclamos humanitarios.

Creen estar motivados por la lucha por un mundo mejor, cuando en realidad sólo se remiten a explicar las adversidades del mundo con odios arraigados.

Nos hemos detenido varias veces en esta hipocresía. Veámosla en un caso que tiene lugar en los días que corren.

Con motivo del último aniversario de Mahoma (4-2-12) un bloguero de 23 años le escribió poéticamente: «He amado al rebelde que hay en ti. Has sido siempre una fuente de inspiración para mí, pero no me gusta la aureola de divinidad que te rodea. Amé algunos aspectos de ti y rechazado otros, y no pude entender muchos más. No rezaré por ti ni besaré tu mano, sino que estrecharé tu mano como se hace entre iguales, y te sonreiré como tú me sonríes a mí».

Las palabras de Hamza Kashgari podrían haber despertado empatía o desacuerdo, inspiración o desgano. Pero el desgraciado Hamza no tuvo en cuenta dos detalles: 1) que en su país no se permite a joven expresar sus sentimientos, y 2) que en el Estado teocrático en el que vive se flagela por cuestiones rituales, y se decapita o amputa regularmente como forma de castigo y, a pesar de todo ello, jamás es cuestionado en los medios ni en los foros internacionales.

En efecto, la miseria de Hamza es que habita en la zona más rica en petróleo, en un país que pertenece a la familia Saúd, la más poderosa, corrupta y totalitaria del planeta.

A los saudíes todo les está permitido: la esclavitud, la misoginia, la represión, y también la actual persecución al joven Hamza ante la indiferencia de todos, incluida la izquierda que se hunde en la duplicidad más abyecta, siempre quejosa por las sombras de otro país al que ha transformado en blanco predilecto de su obsesión.

Así, los movimientos supuestamente revolucionarios en Latinoamérica invierten gritos y esfuerzos en «defender al pueblo palestino» a diez mil kilómetros de distancia, y no se inmutan por los pueblos indígenas que viven en condiciones infrahumanas a una distancia cien veces más cercana. Y ello a pesar de que, mientras los palestinos tienen bajo Israel universidades, parlamentarios, jueces y prensa libre, los mapuches o los tobas carecen de todo.

Hamza camino al verdugo

El pobre Hamza es saudí, y por ello nadie abrió páginas en Facebook para debatir racionalmente su poema, salvo una que convocó a más de diez mil miembros bajo el amoroso nombre de «El pueblo saudí exige la ejecución de Hamza Ashgari».

Ningún grupo pidió a su gobierno que protestara ante el saudí, ni solicitó enfriar relaciones con los regímenes que aplican penas corporales o matan por delitos religiosos. Por el contrario, estos regímenes son los que llevan la voz cantante en las Naciones Unidas, y son los que hoy en día piden por los derechos humanos en Siria, como siempre los han exigido en Israel.

Tal vez no haya reacciones firmes ante la suerte de Hamza porque la gente suponga que el travieso mancebo debería pedir disculpas por su supuesta blasfemia, y nunca repetir exabruptos tales que pueden llegar a costarle la vida.

El problema es que Hamza ya ha pedido perdón. Escribió una larga súplica en la que promete no reincidir, y removió de inmediato su poema. Pero nada: en el país de Hamza está prohibido arrepentirse.

Ante la furia desatada, el joven aterrorizado debió huir. Planeaba pedir asilo en Nueva Zelandia, pero otra vez no supo calcular bien. Su avión hizo escala en Malasia, otra perla de derechos humanos cuyo Gobierno lo devolvió expeditamente al país propiedad de la familia Saúd.

Se trata de la misma familia que hace pocos meses (29-10-11) ofreció un millón de dólares a quien secuestrara a un soldado israelí. La oferta, formulada por el príncipe Khaled Bin Talal, fue relativamente humanitaria, teniendo en cuenta que el día anterior el clérigo saudí Awad al-Qarni había prometido $100.000.- por la cabeza de algún soldado israelí.

Ningún gobierno cuestionó las ofertas porque, como dijimos, a los Saúd se les perdona todo. Ese imperdonable perdón requiere de los que lo otorgan que abran otros canales para tranquilizar sus conciencias. En general, un canal reiterado.

La baronesa Jenny Tonge acaba de renunciar al partido gobernante en Inglaterra después de despotricar por enésima vez contra la existencia de Israel, un país que, según acaba de aclarar Tonge en la Universidad de Middlesex, «no existirá para siempre».

Enseguida, sus automáticos apologistas desde el diario londinense The Guardian aclararon que, después de todo, la baronesa no había dicho nada censurable porque «nada existirá para siempre». Habría que ser paranoico para saltear la inocuidad del ejemplo dado.

Puede intuirse que ideales anarquistas llevan a la conclusión de que ninguno de los 194 Estados que hay hoy en día existirá para siempre, y que a la dama simplemente se le ocurrió ilustrarlo con el judío. Como le sucede a una buena parte de los europeos, los apologistas mediáticos de Tonge no reparan en la frecuencia obsesiva con que el judío está en sus bocas como ejemplo de lo malo.

El prontuario de las declaraciones de la susodicha no deja lugar a dudas: que la ayuda israelí a Haití después del terremoto tenía como objeto comerciar órganos de haitianos (2010), y que «si ella fuera palestina sopesaría convertirse en una bomba suicida» (2004), hipótesis que pronunció mientras los israelíes volaban en pedazos en discotecas y ómnibus públicos.

En palabras de la baronesa, Israel no es un país sino «un portaaviones norteamericano en Oriente Medio». Lo notable es que no repara (casi nadie repara) en que de ningún otro país se recurre a epítetos tan originales.

Peor aún: un grupo de su propio partido exigió de éste, no que pidiera a la baronesa una explicación, sino que le ofreciera disculpas por haberla censurado.

Por todo ello tampoco sorprende el diario El País de Madrid, que frecuentemente cae en la patología mediática que denunciamos desde El Catoblepas.

Hace pocos días, un artículo protestaba allí por la impunidad ya sabemos de quién (24-2-12), y claro, la de nadie más. En surrealista nota, que José Ignacio Torreblanca tituló «El día después del bombardeo», supo alertar con 800 palabras acerca de una inminente operación israelí contra los reactores nucleares iraníes, sin usar ni una sola letra para siquiera insinuar el motivo posible de la operación. Tenía que asegurarse de que los lectores confirmaran que a Israel lo guían metas perversas.

Mucho más perversas acaso que la del Jefe de Estado iraní, que vuelve a llamarnos «tumor canceroso» (3-2-12) y que las del ayatolá Mohamed Taki Masbaj Iazdi que publicó en Internet (30-5-11) una orden religiosa que exige de todo buen musulmán matar a niños israelíes.

Torreblanca concluye su artículo quejándose de que «Israel se sitúa en la zona de la impunidad». Intuimos que estamos solitos en esa zona, construida en el imaginario de muchos europeos que la exportan al resto del mundo.

Así se explica la inercia del mundo ante la masacre del pueblo sirio durante 2011, sin que el Consejo de Seguridad de la ONU logre siquiera condenar a los Assad.

Curiosamente, un ejemplo de esa inercia culposa la dio el mentado Jared Cohen, cuando en junio de 2010, transmitió un informe desde Siria. El pueblo hervía bajo la dictadura, y el norteamericano contaba, según informó el New York Times, que en Siria «había bebido el mejor frappuccino».

A disfrutar del buen café, y que la conciencia de la gente se aplaque con otras quejas.

 

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