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El Catoblepas, número 139, septiembre 2013
  El Catoblepasnúmero 139 • septiembre 2013 • página 10
Artículos

Argumentación y filosofía
en un discurso del Padre Feijoo

Fernando López Prada

Análisis del ensayo «Astrología judiciaria, y almanaques». Teatro crítico universal, Tomo primero, Discurso octavo

Feijoo, Astrología judiciaria, y almanaques

I. Introducción

En este trabajo analizamos el modo de argumentar de Benito Jerónimo Feijoo en su breve ensayo «Astronomía judiciaria, y almanaques», publicado como Discurso octavo del Tomo primero del Teatro crítico universal.

El discurso del Padre Feijoo consta de diez secciones y cuarenta y cuatro parágrafos, y abarca veintiséis páginas. En ellas desarrolla una crítica demoledora de la astrología, a la que niega toda capacidad para hacer predicciones sobre sucesos particulares, sobre el temperamento de los hombres o el clima de las regiones. Muestra con una importante batería de razones y ejemplos su falta de fundamentación científica. Pero lo hace sin emplear un aparato técnico; ello es lo que nos lleva a catalogar el discurso como «ensayo» y no como «tratado», tal como veremos en la Conclusión.

El análisis que presentamos versará sobre el contenido de los argumentos de Feijoo y sobre los recursos utilizados para presentarlos, recursos que clasificaremos en lógicos, retóricos y dialécticos, tal como distingue la tradición clásica.

En un primer momento presentaremos un resumen de la argumentación del Padre Feijoo parándonos en cada parágrafo. Después descompondremos el discurso en unidades temáticas y distinguiremos para cada una los recursos argumentales utilizados. Luego reconstruiremos la estructura que a nuestro juicio subyace en toda la argumentación, dotándola de una unidad y coherencia más fuerte que la mera referencia a la astrología: las razones expuestas por Feijoo constituyen cierta unidad sistemática. Por último nos detendremos en analizar el discurso desde las perspectivas lógica, retórica y dialéctica, como niveles en los que distribuir el uso de los procedimientos argumentales del Padre Feijoo.

En la Conclusión realizamos una valoración del discurso, sus virtudes y sus eventuales vicios. Para terminar incluimos un Apéndice donde, de una manera muy esquemática, pretendemos aportar algunos elementos de juicio para definir la relación entre filosofía y argumentación.

No creemos necesario hacer una larga exposición sobre las características de la astrología ni sobre la figura del Padre Feijoo. Las características de la astrología que nos interesan son lo suficientemente genéricas como para dar por supuesto su conocimiento en el lector. Y la figura del Padre Feijoo, aunque sea menos conocida de lo que parece, se nos mostrará en sus aspectos más destacables en el discurso mismo que analizamos: como ensayista elegante y sobrio, argumentador riguroso y clérigo racionalista. No es el lugar para desarrollar la relación, sin duda pertinente, entre su modo de argumentar y su vida de monje, maestro y polemista literario. Nos centraremos en su modo de argumentar haciendo al final alguna pequeña referencia a los otros aspectos.

II. Análisis

Veremos para empezar un resumen de la argumentación de Feijoo siguiendo su discurso en el orden en que aparece escrito y distribuido en parágrafos. Expongo el contenido de cada parágrafo, cuyo número pongo entre paréntesis al final de la glosa ( ). En ocasiones haré añadidos para clarificar algunos puntos oscuros, y en ese caso utilizaré corchetes [ ].

1. Resumen de la argumentación

Feijoo comienza el discurso indicándonos que se va a ocupar de la crítica no de los almanaques en general –del árabe Al-manākh: el clima– en tanto señalan el santoral o los días de mercado, sino a su uso «judiciario». Es decir, a la predicción de los sucesos humanos y meteorológicos con base en la astrología (1).

Los astrólogos merecen el ataque no porque sea falso lo que pronostican, sino al contrario, porque es necesariamente verdadero, ya que se trata de predicciones tan vagas y genéricas que es imposible que no se cumplan. «A la verdad, con estas predicciones generales no puede decirse que se pronostican futuros contingentes, sino necesarios; porque aunque sea contingente que tal Navío padezca naufragio, es moralmente necesario que entre tantos millares, que siempre están surcando las ondas, alguno peligre» (2). En este sentido un recurso de los astrólogos es señalar circunstancias del suceso pero oscurecer su sustancia, de modo que las predicciones son aplicables a multitud de sucesos (3).

Por otro lado no se puede afirmar que los astros nos determinen completamente, pues ello implicaría negar el libre albedrío y por tanto la responsabilidad moral. Lo más que los astros pueden hacer es determinar algunas «inclinaciones» en los sujetos de las acciones (4).

Los siguientes parágrafos desarrollan el ejemplo del hombre al que se le pronostica que ha de morir en la guerra. Si admitimos que Marte le imprime el deseo de ser militar, ello no implica que haya de morir en batalla –como hemos visto se admite una inclinación, no una determinación necesaria–; y si el astrólogo pronostica que ha de morir en el momento t, es aún posible que muera en otro, igual de peligroso (5).

Para pronosticar la muerte en batalla del sujeto x, habría que saber que habrá batalla, luego habría que saber que la han determinado los jefes militares, luego habría que haber hecho el horóscopo de estos para conocer sus inclinaciones (6). Sucede que los sucesos de que depende que estalle la guerra son muchos de ellos acciones libres –por tanto contingentes. El astrólogo sólo podrá pronosticar con certeza si ve toda la «historia escrita» en los astros: pero ni la historia está escrita en los astros –porque algunos sujetos, aun sufriendo la inclinación, pueden desobedecerla [como hemos visto en (4) Feijoo asume por principio el libre albedrío de los hombres] (7); ni aunque estuviera escrita sería legible por el astrólogo, porque para ello tendría que hacer el horóscopo de todos los sujetos implicados (8), lo cual sería tarea interminable.

Si los astros representan lo que ha de pasar lo hacen en tanto «lo contienen en sí, como causas suyas». Ya hemos visto que los astros todo lo más que pueden es imprimir alguna inclinación en el sujeto de la acción (4). Por ejemplo, si en los astros se lee la muerte violenta de Juan, ello es porque han impreso la inclinación violenta en su homicida, pero entonces el astrólogo debería haber hecho el horóscopo del homicida y no el de Juan (9).

Si la muerte violenta de x –en batalla o en naufragio, p. ej.– se debiese a la constitución de los astros en el momento de su nacimiento, entonces todos los nacidos en ese momento deberían sufrir su misma suerte –lo cual no es el caso– y todos los que sufrieron su suerte deberían haber nacido bajo la misma disposición de astros –lo cual tampoco es el caso (10).

El acierto de algunos pronósticos es tan raro que en lugar de confirmar la astrología la refuta: pues lo raro sería que de tantos pronósticos lanzados al azar no acertaran al menos algunos «lo que muestra que fue casual, y no fundado en reglas el acierto» (11). Como ilustración se describe el caso del papa Alejandro VI, para el que los astrólogos pronosticaron la muerte varios años consecutivos sin acertar, hasta que el año en que pronosticaron que no moriría –1503– falleció (12). Y en los siguientes (de 13 a 17) se muestran ejemplos de supuestas predicciones exitosas «que por la mayor parte recibieron los Autores, que las escriben, de manos del vulgo», que por tanto son poco fiables porque carecemos de fuentes verificables para afirmar su verdad [Se trata más bien de cuentos morales].

Con frecuencia la predicción se reconstruye ex post facto: una vez acaecido el suceso, se le pone en relación con palabras dichas previamente sin intención (17).

En ocasiones los astrólogos se guían para sus predicciones no por la astrología, sino «por otros principios que, aunque falibles, no son tan vanos»: «políticas, y naturales conjeturas». De hecho los astrólogos dignifican su arte sólo ante el vulgo, no ante ellos (18), lo cual es indicador de que no se creen su propio arte.

«Algunas veces las mismas predicciones influyen en los sucesos», como sucedió con la muerte de César predicha por Spurina (19-20).

También el demonio puede ser el causante, sea de las propias predicciones –y entonces los astrólogos estarían inspirados por «los espíritus malos» más que por los astros– sea de los propios acontecimientos –por su capacidad que para influir en los sujetos (21).

Hasta aquí (1-21) el Padre Feijoo dice haber tratado de la incapacidad de los astrólogos para «determinar cosa alguna en orden a los sucesos humanos». Ahora tratará de su incapacidad para averiguar las inclinaciones de los hombres para «deducir con suficiente probabilidad sus costumbres» (22).

Sobre el hecho de los gemelos ser a veces de distinto carácter, los astrólogos argumentan que ambos nacen en momentos diferentes, y Feijoo contra-argumenta que no hay instrumentos astronómicos tan sutiles como para registrar la diferencia de modo que se refleje en el horóscopo, lo cual de ser coherentes invalida toda predicción astrológica (23). De admitir la objeción de los astrólogos, habría que hacer varios horóscopos a cada individuo, pues su nacimiento transcurre en un intervalo de tiempo: así un horóscopo para la cabeza, otro para el pecho, &c. Ello permitiría diferenciar –ironiza nuestro filósofo– el carácter de la mente, la voluntad, y así con las otras facultades del hombre asociadas a cada parte del cuerpo. (24).

Es discutible en qué momento se ha de registrar el influjo de los astros: en la concepción, en la gestación, &c. Si los astrólogos argumentan que sólo se trata del nacimiento pues la interposición del cuerpo de la madre contrarresta en los momentos anteriores lo influjo de los astros, Feijoo contra-argumenta que según los astrólogos también se debe al influjo de los astros la generación de los metales bajo tierra, a pesar de la interposición de su superficie (25).

Nos aporta el caso de un astrólogo alemán que pretendió generar hijos sólo con los astros favorables, y todos le nacieron «locos». La moraleja es que no se puede determinar con exactitud el momento de la concepción (26). También Tycho Brahe en vano sentó la primera piedra de Uraniborg con cielo favorable, pues finalmente «¡Qué poco cuidaron los Astros, ni de la existencia, ni del honor de un edificio, que su dueño les había consagrado!». Finalmente reivindica la definición de astrología de Hobbes: «un estratagema para librarse del hombre a costa de tontos» (nota a 26).

El parágrafo 27 es de enorme interés y riqueza. En él da dos razones por las que aún conociendo todas las configuraciones astrales, no podría predecirse el futuro porque: 1. El influjo de unos astros puede condicionar el de los otros, y la combinatoria es inabarcable -«según las innumerables combinaciones que pueden tener entre sí»; 2. Porque además de los factores astrales, hay otros desconocidos por el astrólogo que influyen en los sucesos por él predichos: temperamento de los padres, educación, alimentación, &c. (27).

Recapitula que los contra-argumentos a los «genetliacos» –la genetliaca es la práctica de pronosticar a alguien su buena o mala fortuna por el día en que nace– no afectan a los componedores de almanaques, pues [como ya hemos visto en (2)] hacen predicciones tan vagas que es imposible no se cumplan en algunos individuos (28). Procede ahora a examinar las predicciones sobre el año «y las de las varias impresiones del aire» (29).

Para empezar juzga arbitraria la división del zodiaco en 12 casas –«Es cosa lastimosa ver las ridículas analogías de que se valen para dar razón de esas significaciones»– y el hecho de que 6 estén bajo y 6 sobre el horizonte. [Hemos de indicar que ello se debe al eje de inclinación de la tierra sobre la eclíptica: es decir, no es necesario que sean 12 las casas, pero sí que la mitad esté sobre el horizonte medio año, y la otra mitad el otro medio ]. Hace preguntas retóricas y juegos de palabras sobre la debilidad de esas «casas en el aire» (30).

Feijoo se enfrenta ahora al problema de la pluralidad de método de los astrólogos. Hay cuatro métodos establecidos: «el método de los antiguos Caldeos, que se llama Equable. El Autor del Alcabicio inventó otro. Otro Campano. Y ninguno de esto tres se sigue hoy comúnmente, sino el que inventó Juan de Regiomonte, que se llama Método Racional». Según el método escogido el planeta puede encontrarse en una u otra posición, y por tanto se ha de leer de un modo u otro su influjo (31).

Las reglas que los astrólogos usan para sus predicciones no pueden derivarse a priori sino sólo de la «inducción experimental», «y este es otro atolladero terrible de la Judiciaria, porque desde el principio del mundo hasta ahora no se ha repetido adecuadamente ninguna combinación de Astros». El método racional de Regiomontano sólo tiene 2 siglos (32), y el de Campano de Novara seis (33), tiempo que Feijoo juzga insuficiente para una conclusión inductiva fuerte sobre las regularidades del influjo de los astros. Así, si el método de los caldeos era el correcto, erró Regiomontano al cambiarlo. Si no era el correcto, no se pueden aducir sus predicciones exitosas como pruebas en favor de la astrología judiciaria por parte de los astrólogos posteriores que usan otros métodos (34).

Después de la digresión sobre metodología de la astrología –por lo demás de enorme interés– procede a continuar el programa anunciado en (29) con ejemplos de predicciones meteorológicas, basadas en las fases de la luna y las alineaciones de los planetas, que han sido desmentidas por los sucesos (35). Si la conjunción planetaria produjese los fenómenos meteorológicos x –como el sol sobre Leo en verano–, entonces debería producirlos no sólo en el lugar predicho por el astrólogo, sino en otros muchos lugares de la tierra desde donde se observe la misma conjunción –donde sin embargo están en invierno (36). Y en la misma región hace un clima muy constante –por ejemplo Egipto– a pesar de sufrir la influencia de astros que supuestamente producen climas contrarios en otros lugares. Luego no son los astros la influencia principal del clima (37).

Aún haciendo la diligencia de tener en cuenta las calidades de los países para hacer los almanaques, tal tarea sería demasiado compleja, pues los fenómenos de unos países se deben a los sucedidos en otros (38). Como ejemplo de causalidad no astrológica se aporta que el clima de ciertas regiones mudó por accidentes de relativa poca importancia (deforestación, desecado de lagos, &c.) (39). Si el astrólogo argumenta que las «causas cooperantes» en el clima son segundas con respecto a las posiciones de los astros, aún así tendría que conocerlas para saber de qué modo se relacionan esas causas con los astros, pues «siendo así, el Astrólogo no leerá en el Cielo lluvia, ni otro temporal alguno absolutamente para tal día, sino con distinción de Regiones; y como estas son tantas, es infinito lo que tendrá que leer en el Cielo» (40).

En definitiva, son las señales naturales las que con mayor verosimilitud pueden hacer predecir el tiempo, y en esto es mejor buscar el consejo de marineros y labradores que el de astrólogos (41-42).

El 43 es otro parágrafo para recordar. En él se argumenta que desde la invención del telescopio (1609) se han descubierto muchas estrellas; dado que los astrólogos anteriores ignoraban estos influjos, sus predicciones no pueden ser correctas. «De que se infiere, que unos ciegos guían a otros ciegos». (43).

Como colofón cita una bula de Sixto Quinto «Caeli, & Terrae Creator Deus, porque es en este asunto lo más concluyente que se halla en línea de autoridad». En ella se prohíbe a los astrólogos vaticinar nada que vaya más allá de la navegación, agricultura o medicina, ni aún cuando afirmen que su predicción de los futuros contingentes es falible y pongan a «Dios sobre todo», ya que esto para Feijoo no es sino una excusa para evitar la censura (44).

2. Reconstrucción de la estructura de la argumentación

Procederemos primero a una reproducción más esquemática de la argumentación del ensayo con el fin de abarcarla con un solo golpe de vista. Para ello la distribuiremos en forma de tabla. Seguiremos la secuencia original, indicando para cada parágrafo o grupo de parágrafos el contenido y los recursos argumentales empleados.

Esa reproducción en forma de tabla nos servirá de mediación entre el resumen del primer apartado y el paso final al que queremos llegar: la reconstrucción de la estructura que subyace a toda la argumentación, el esqueleto argumental del ensayo.

Comencemos por la tabla:

ParágrafoContenido de la argumentaciónRecursos lógicos (L), retóricos (R) y dialécticos (D)
1Condena del uso judiciario de los almanaques.Introducción general. (D)
2Las predicciones son tan vagas que es imposible que no se cumplan.Ironía. (R)
Pregunta retórica. (R) Enumeración de contraejemplos. (D)
3Las predicciones señalan lo circunstancial pero oscurecen lo sustancial.
4No se puede admitir el determinismo de los astros porque eliminaría el libre albedrío. Acaso puedan producir «inclinaciones».Argumento ad hominem. (R)
Silogismo disyuntivo. (L)
5Análisis de la predicción de la muerte en combate de un soldado.Disyunción de alternativas y reducción al absurdo de cada una. (L)
6Habría que hacer el horóscopo de todos los sujetos implicados en el suceso predicho.Reducción al infinito. (L)
7Ni la «historia» que debe leer el astrólogo está escrita en los astros –pues no hay determinismo–, ni en caso de estarlo podría leerla.Disyunción y reducción al absurdo por contraejemplos. (L)
8Y no podría leerla pues sería infinita.Reducción al infinito. (L)
9Los astros representan los sucesos en tanto los causan. Pero en los sucesos humanos sólo pueden producir inclinaciones, las cuales no se actualizan necesariamente. Y sólo se podrían ver las del agente, no las del paciente del suceso.Contraejemplos. (D)
Reducción al absurdo. (L)
10Hombres nacidos bajo los mismos astros mueren en sucesos diferentes. Hombres nacidos bajo astros diferentes mueren en el mismo suceso.Contraejemplos. (D)
Reducción al absurdo. (L)
Pregunta y admiración retórica. (R)
11El acierto de algunas predicciones es la excepción y no la regla. Ejemplos.Analogía. (D)
Pregunta retórica. (R)
Citas de clásicos. (R)
12Predicción errónea de la muerte del papa Alejandro VI.Chiste (R) y contraejemplo. (D)
13, 14, 15, 16Algunas predicciones célebres no son fiables. Ejemplos.
En los libros de judiciaria no se concretan personas ni lugares.
Narración de predicciones «populares». (R)
Referencias de autoridades. (R)
17

Reconstrucción retrospectiva de la supuesta predicción luego del suceso.

 

18Los astrólogos también recurren a la razón natural para hacer predicciones. Ejemplos.Razonamientos tópicos. (D)
Chiste por ambigüedad semántica. (R)
19, 20Algunas predicciones influyen en los sucesos. Ejemplos.Razonamientos tópicos. (D)
21Algunas predicciones pueden estar causadas por el demonio (sea que causen el hecho o inspiren al astrólogo).Cita de autoridades. (R)
22Los astrólogos no pueden predecir los sucesos. Veremos si pueden predecir los «genios» de los hombres.Conclusión. (D)
Introducción. (D)
23Los gemelos tienen distinto temperamento porque nacen en momentos diferentes. Pero no hay instrumentos tan fiables para registrar la diferencia. Luego sostener lo primero invalida todo horóscopo.Argumento y contraargumento. (D)
Reducción al absurdo. (L)
24Un solo individuo, en tanto transcurre el parto, nace en momentos diferentes. Habría que hacerle multitud de horóscopos.Reducción al infinito. (L)
Exageración. (R)
25El momento del horóscopo podría ser el de la concepción o el de la gestación.
Si los astros no influyen dentro de la madre, tampoco lo harán dentro de la tierra con los metales.
Reducción al infinito. (L)
Contraargumento. (L)
26Ejemplos de predicción sobre el momento de la generación.Contraejemplos. (D)
Ironía. (R)
Cita de autoridades. (R)
27Hay astros desconocidos por el astrólogo que pueden influir en los que observa. Hay también causas no astrales que condicionan los temperamentos.Preguntas retóricas. (R)
Denuncia falacia de la ignorancia y de la falsa causa. (D)
28Ataque de nuevo a las predicciones sobre sucesos debido a su vaguedad y generalidad.Contraejemplos. (D)
Denuncia falacia semántica y de la generalización precipitada. (D)
29Resta analizar los pronósticos climáticos.Introducción. (D)
30La división de la eclíptica en doce casas es arbitraria. Su simbolismo es ridículo.Metáforas. (R)
Enumeración y preguntas retóricas. (R)
31Según se escoja uno de los cuatro métodos astronómicos, variará el pronóstico. Y no hay criterio para escoger el mejor.Denuncia petición de principio. (D)
32, 33Las reglas de la astrología no se pueden conocer a priori sino sólo por inducción experimental. Pero no hay observación de correlaciones suficientes. EjemplosReducción al absurdo. (L)
Denuncia de la falsedad de los caldeos. (D)
Argumento ad hominem contra Regiomontano. (D)
34Si el método caldeo es correcto, Regiomontano erra al cambiarlo. Si no es correcto, sus predicciones no pueden aducirse como pruebas.Principio de tercio excluso. (L)
Silogismo disyuntivo. (L)
35Relación de célebres predicciones climáticas no cumplidas.Denuncia de inducción débil. (D)
Testimonio de autoridades. (D)
36Regiones situadas bajo los mismos astros tienen climas contrarios.
[La precesión de los equinoccios] producirá en el tiempo t climas contrarios a los actuales en las mismas regiones.
Contraejemplos. (D)
Reducción al absurdo. (L)
37Ha de haber otras causas que los astros para explicar estas diferencias.Contraejemplos. (D)
38Las diferencias se deben a las cualidades de las regiones, luego sobran los astrólogos.
Pero las cualidades de las regiones son inabarcables en su complejidad.
Argumento ad hominem. (R)
Enumeración y preguntas retóricas. (R)
39Aún conociendo el país, el astrólogo ha de pronosticar a bulto, pues el clima puede variar por un factor aparentemente nimio.Denuncia petición de principio. (D)
Contraejemplos. (D)
40Si el astrólogo argumenta que las causas del clima son segundas en relación con los astros, igualmente ha de conocerlas, y son inabarcables.Contraargumento. (L)
Enumeración. (R)
41Para pronosticar el clima, en conclusión, es mejor guiarse por las señales naturales, como los labradores y marineros.Argumento ad hominem. (R)
Cita de autoridad. (R)
42Ejemplo del rey Luis XI de Francia que sustituyó a su astrólogo por un carbonero.Chiste. (R)
Cita de autoridad. (R)
43Con el telescopio se han descubierto nuevos astros, cuyo influjo era ignorado, lo cual invalida todas las predicciones anteriores.Reducción al absurdo. (L)
Cita de autoridades. (R)
44.Recuerda la bula antiastrológica del papa Sixto V, en que se condena no sólo la predicción de futuros necesarios, sino contingentes, pues los astrólogos se escudan en la falibilidad de su arte para darlo por autorizado.Argumento ad verecumdiam y ad baculum. (R)
Denuncia de falacia ad ignorantiam. (D)

Feijoo distribuye sus cuarenta y cuatro parágrafos en diez secciones, del siguiente modo: I (1-3), II (4-8), III (9-10), IV (11-12), V (13-17), VI (18-21), VII (22-27), VIII (28-30), IX (31-43), X (44). Tal distribución parece algo arbitraria, pues no se corresponde ni con una división regular de la extensión, ni con una clara correlación temática. Si atendemos al contenido de la argumentación, podemos dividir el discurso en tres partes, que además están claramente introducidas por su primer parágrafo respectivo:

1ª Parte, del parágrafo 1 al 21, donde Feijoo ataca la astrología judiciaria que pronostica sucesos.

2ª Parte, del parágrafo 22 al 28, donde Feijoo ataca la «genetlíaca» o astrología judiciaria que pronostica los temperamentos de las personas por la conjunción de astros en el momento de su nacimiento.

3ª Parte, del parágrafo 29 al 44, donde Feijoo ataca la astrología que pronostica los fenómenos climáticos.

En cada una de esas partes podemos observar algunos argumentos recurrentes, que tienen una presentación retórica diferente pero una forma lógica y fuerza dialéctica muy similar –como puede ser la existencia de causas no astrales en los fenómenos, o su inabarcable complejidad. También sucede que algunos argumentos, pese a estar enmarcados en una de esas tres partes, son pertinentes en toda la argumentación, pues son aplicables a cualquiera de esas tres ramas de la astrología criticadas –como puede ser la existencia de métodos astrológicos incompatibles, o la insuficiencia de regularidad inductiva para sacar conclusiones fuertes. Por último, hay que señalar que todo el ensayo está salpicado con ejemplos de gran pertinencia y presentados con acierto. Si combinamos las recurrencias, los elementos no recurrentes pero aplicables al conjunto, y los ejemplos, podemos reducir el ensayo a una especie de guión que podemos considerar la estructura de la argumentación en su conjunto. Si disponemos las razones aducidas para criticar la astrología en un orden lógico-material pertinente –no pretendemos que sea el único– para evitar las reiteraciones, podemos articular la siguiente estructura:

I. Finalidad del ensayo: mostrar la ausencia de fundamentación de la astrología.

II. Razones aducidas:

1. Se condena por principio el determinismo en astrología, pues se acepta por principio el libre albedrío humano, fundamento de la responsabilidad moral y legal (4, 7, 9).

2. Se concede como máximo que la influencia de los astros produzca inclinaciones en los sujetos (4, 7, 9).

2.1. En consecuencia la predicción no puede ser necesaria, sino más o menos probable (5-9).

2.2. La probabilidad de la predicción depende de haber tenido en cuenta todas las causas, lo cual implica por tanto:

2.2.1. Hacer el horóscopo de todos los sujetos implicados (6).

2.2.2. Conocer los astros en cada momento de la predicción (23-26).

2.2.3. Conocer los factores ambientales (5-9).

2.2.4. Conocer los factores geográficos (38-40).

2.2.5. Conocer los nuevos astros que se van descubriendo con el telescopio (27, 43).

2.3. Algunos astrólogos recurren de facto a esas razones, lo que es señal de la insuficiencia de la astrología (18).

2.4. Pero conocer todos los factores señalados es imposible por su complejidad.

2.5. No obstante, los pronósticos basados en los factores ambientales y geográficos son más fiables que los astrológicos (41, 42).

3. La correlación entre las disposiciones de los astros y los sucesos humanos o climáticos no es necesaria (10, 36, 37).

4. El periodo de observación de los astros necesario para registrar regularidades es demasiado amplio como para sacar conclusiones inductivas fuertes (32-34).

5. Hay disparidad entre los métodos astronómico-astrológicos, y falta de criterio suficiente para decantarnos por uno u otro (31-34).

6. Los aciertos en las predicciones son menos frecuentes que los errores (11-12). Las fuentes nos muestran multitud de ejemplos de predicciones erróneas (12-17, 26, 35).

7. Los aciertos en algunas predicciones se pueden explicar por razones no astrológicas:

7.1. Reconstrucción retrospectiva (17).

7.2. Profecía auto-cumplida (19, 20).

7.3. Causalidad demoníaca (21).

7.4. La vaguedad de su formulación, que las hace aplicables a multitud de eventos (2, 3, 28, 44).

3. Recursos lógicos, retóricos y dialécticos

En la tabla del apartado anterior hemos distinguido entre recursos lógicos (L), retóricos (R) y dialécticos (D) utilizados por el Padre Feijoo en su argumentación. Empleamos esta división clásica no como una distribución excluyente, pues aunque hemos indicado para cada recurso su naturaleza (L, R, D) lo hacemos como muestra de la riqueza de recursos en el ensayo que hemos analizado. De hecho en la mayoría de los argumentos servidos por el Padre Feijoo en contra de la astrología conviven con bastante armonía la lógica, la retórica y la dialéctica, configurando aspectos más o menos dominantes en cada caso, pero no exclusivos. Así por ejemplo una contra-argumentación que conserva la forma lógica del argumento que ataca, no es un mero ejercicio formal, sino un momento dialéctico en la confrontación que versa sobre una materia determinada, confrontación que puede recurrir a elementos retóricos tan intrínsecos como la propia forma, como puedan serlo un ejemplo chistoso para el público o un juego de palabras, necesariamente formulado con los términos de una lengua natural.

Por lo tanto, si bien podemos disociar en la argumentación los momentos lógico, retórico y dialéctico –la forma de los argumentos, los recursos estilísticos, la confrontación de razones verosímiles– estos son inseparables en la realidad del discurso concreto. Los frutos que se cultivan en el «campo de la argumentación» no se distribuyen en las parcelas L, D y R, sino que éstas son más bien estratos que constituyen el campo en su coexistencia: las leyes físicas y biológicas que gobiernan la naturaleza del campo –lógica; los trabajos del arado, la siembra, el riego, la cosecha –dialéctica; y también el dibujo de las lindes, la limpieza de los senderos o la belleza del entorno –retórica.

En consecuencia con lo dicho, nuestra clasificación en la tercera columna de la tabla en procedimientos L, R y D pretende escoger, para cada argumento más o menos aislable dentro de los utilizados por Feijoo, la clase más pertinente. Así cualificamos un argumento o un recurso argumental como «lógico» cuando su forma lo hace válido; «dialéctico» cuando su corrección es más plausible en virtud de la muestra de la incorrección del argumento antagonista; y «retórico» cuando su función para la verdad del discurso no es esencial –sin detrimento de su eficacia como arma dialéctica. Clasificamos como lógicos el silogismo disyuntivo, la reducción al absurdo, la reducción al infinito, el principio de tercero excluido y algunos contraargumentos. Clasificamos como dialécticos los contraejemplos, analogías, algunos argumentos ad hominem, razonamientos tópicos, algunos contraargumentos, algunas citas de autoridades y la denuncia de las falacias del oponente, en particular: ad ignorantiam, falsa causa, ambigüedad, generalización precipitada, petición de principio e inducción débil. Clasificamos como retóricos las introducciones y conclusiones-recapitulaciones, las preguntas y admiraciones retóricas, ironías, algunos argumentos ad hominem, citas de autoridades, chistes, anécdotas, juegos de palabras, enumeraciones, exageraciones, metáforas, y algún posible argumento ad verecundiam y ad baculum, que analizaremos en la Conclusión.

III. Conclusión: sobre la idea de ensayo

Aunque hemos distinguido recursos lógicos, retóricos y dialécticos, y hemos distinguido unidades argumentales más o menos discretas, el discurso en su totalidad constituye una unidad en primera instancia de tipo dialéctico: la unidad de la argumentación como totalidad se debe a su estructura interna, que se despliega como batería de razones contra un adversario: la astrología. No es un diálogo, pues no hay personajes que expongan sus razones, pero sí es una suerte de disputa, la que mantiene el autor con su adversario mentado, que aunque no intervenga directamente en ella sí es representado una y otra vez: muchos de los contraargumentos que expone Feijoo son iniciados con el supuesto argumento que podría expresar el astrólogo, e incluso se hacen contraargumentos a eventuales contraargumentos del astrólogo. La naturaleza principalmente dialéctica del discurso se muestra también en el hecho de la numeración de los parágrafos –que más o menos corresponde cada uno a un argumento o ejemplo anti-astrológico– y en el uso hegemónico de los contraejemplos y la reducción al absurdo. El estilo retórico es además comedido, sobrio, que si recurre al humor, las metáforas o las enumeraciones, lo hace sin que estos recursos cobren protagonismo sobre el contenido de los argumentos y su pretensión de mayor verdad que el adversario.

Con todo no se trata de una típica «quaestio disputata» de las escuelas, en que se exponen las razones a favor y en contra de una tesis y se toma finalmente partido de modo ponderado. En la quaestio escolástica hay una estructura canónica y la presencia de un oponente –o al menos de las razones de sus doctrinas, en el caso de la disputatio escrita– que faltan en los discursos de Feijoo{1}. Además, a pesar de su sobriedad, la disposición más fluida y la ausencia de lenguaje técnico hacen del de Feijoo un discurso más cercano al género oratorio que al tratado académico. Y sin embargo, hemos dicho, el modo de argumentación del Padre Feijoo es en primera instancia dialéctico, y sólo en tanto que dialéctico es lógico y retórico. Lo que acontece es que Feijoo está realizando un nuevo tipo de literatura: el ensayo. En palabras de Gustavo Bueno los discursos del Teatro Crítico Universal son un «eslabón entre el «género oratorio», el «género académico» y el «ensayo»»{2}. Hay otro hecho destacable que nos puede ayudar a determinar su naturaleza: están redactados en «romance», es decir, en una lengua nacional, no en una lengua estrictamente académica –como correspondería al latín para un tratado filosófico o científico típico de la época– y sin recurrir a tecnicismos o a lenguajes artificiales –como correspondería a la construcción de una teoría científica. Sin embargo, se desarrolla un tema teórico, no un drama literario con sus personajes. La pregunta pertinente ahora es ¿para qué escribe Feijoo sus discursos? Y dado que los publica, y conocen numerosas reediciones y traducciones a otros idiomas nacionales, podemos transformar la pregunta en ¿a qué público van dirigidos? Como figura en la propia portada de la obra, se trata de «discursos varios en todo género de materias, para desengaño de errores comunes». Son discursos de extensión media sobre temas variados, desarrollados de modo teorético y argumental, con cierto rigor y exhaustividad, pero sin agotar el tema ni construir una teoría científica. ¿A qué público pueden servir? No se trata de un público ignorante en sentido genérico: por eso no se trata de una obra de divulgación ni una enciclopedia básica. Tampoco es un público culto pero ocioso: no se trata de una miscelánea de curiosidades y entretenimientos, tampoco de literatura de ficción. Ni es un público especialista: los discursos no son tratados técnicos para los estudiantes o profesores de alguna Facultad. Va dirigido a un público culto pero no especialista en cada tema en cuestión, mas al que puede interesar formarse una opinión ponderada{3}. Para este público típico de la época moderna se crea el género del ensayo, de que es muestra el discurso que venimos de analizar.

La normatividad desde la que podemos evaluar la bondad de la argumentación del Padre Feijoo no es inmanente al discurso dialéctico como sucedería en el caso de una quaestio disputata entre académicos escolásticos, pero tampoco depende del criterio de un cuerpo de pares especialistas que puedan emitir un veredicto prácticamente unívoco{4}. Quien ha de juzgar buena o mala la argumentación de Feijoo es su público culto no especialista en función de si las razones aducidas por el autor son más verosímiles que las de la teoría adversaria contra la que se esgrimen.

Hasta aquí hemos descrito los contenidos y los recursos argumentales del discurso de Feijoo, en virtud de los cuales lo hemos catalogado como «ensayo». Pero hemos destacado en todo momento sus virtudes; veamos ahora brevemente algunos vicios que acaso puedan imputársele al benedictino. En nuestra opinión se le pueden imputar a Feijoo tres errores de planteamiento o, si se quiere, tres falacias, una de ella más formal y las otras dos más debidas al contenido: alguna falacia del «sorites» o montón, algunas falsedades astronómicas y alguna afirmación de naturaleza religiosa al menos tan cuestionable –en tanto creencia– como la misma astrología.

1. En cuatro parágrafos (6, 8, 24, 25) realiza Feijoo reducciones al infinito, es decir, muestra el absurdo de la posición que ataca porque mantenerla implicaría tener que realizar una infinidad de operaciones, lo cual es imposible. Por ejemplo, si los genetlíacos quieren determinar el temperamento de un individuo por el horóscopo del momento de su nacimiento, tendrán que determinar primero cuál es ese momento: si cuando sale del vientre materno el infante completo, o la cabeza, o cuando empieza a salir la cabeza, y así hasta el infinito. Y no es sólo un problema de precisión en los instrumentos de observación astronómica, tal como indica Feijoo, sino un problema de principio. Este tipo de argumentos herederos de las paradojas de Zenón desembocan habitualmente en posiciones escépticas y anticientíficas, pues al tiempo que deslegitiman la astrología podrían deslegitimar también la cinemática por las dificultades técnicas para determinar el inicio del movimiento de un proyectil, o la botánica pues si dos ejemplares de una flor son diferentes en algo, y siempre lo serán, ¿cómo afirmar que pertenecen a la «misma» especie? Tal modo de «crítica» filosófica es siempre aplicable, lo cual nos hace sospechar que pueda no ser muy relevante, pues desde luego no es por este tipo de argumentos por los que caen en descrédito saberes como la astrología o la medicina de los cuatro humores. Puede ser un tipo de argumento útil para que principiantes se familiaricen con problemas filosóficos, pero no para que los desarrollen con resultados significativos. En este sentido podemos acusar a Feijoo de usar la falacia del sorites: aunque sumemos el horóscopo del tronco al de la cabeza, y al de la frente, y al de la coronilla, &c. siempre podríamos seguir sumando sin poder afirmar que hemos concluido «un» horóscopo completo del sujeto.

2. El Padre Feijoo en pocas ocasiones incluye afirmaciones astronómicas en su discurso, pues en general no las necesita para construir sus contraargumentos, que son genéricamente epistemológicos y no entran en aspectos técnicos de la astronomía. Sin embargo en dos ocasiones hace afirmaciones al menos cuestionables: en el parágrafo 24 cuando se refiere al movimiento del sol, y en 30 cuando critica la división de la eclíptica en seis casas sobre el horizonte y seis bajo el horizonte (hemos comentado esta afirmación en el resumen del parágrafo). De todos modos creemos que se trata de un modo algo ligero de hablar más que del posicionamiento efectivo en una cosmología geocéntrica, por lo que se colige de otros discursos del Teatro crítico.

3. En el parágrafo 24 el Padre Feijoo afirma que algunas predicciones pueden estar causadas por el demonio, sea como causa del suceso predicho sea como inspirador del astrólogo. Dentro de las coordenadas de la ortodoxia católica, tal posibilidad de intervención demoníaca está abierta, por lo tanto no debe sorprendernos que nuestro benedictino la utilice. Aún no aceptando la verdad de tal argumento, hemos de reconocer que Feijoo no le da apenas importancia –de hecho, darle demasiada importancia resultaría un arma de doble filo: al tiempo que condenaría las predicciones de los astrólogos como demoníacas, se vería obligado a aceptarlas como certeras; se trataría de una condena religiosa, nunca de una crítica epistemológica.

El otro momento en que Feijoo ejerce como religioso es en la invocación a la bula antiastrológica del papa Sixto V en el parágrafo 44. Podemos calificar su argumento como falaz pero añadiendo importantes matices. Podría verse en la invocación a la bula una falacia ad verecundiam habida cuenta de la ignorancia de un papa en cuestiones astrológicas o astronómicas, pero sin embargo sí compete al papa decretar prohibiciones de orden epistemológico cuando se trata de prácticas o doctrinas que contradicen el dogma católico (como podría ser la negación del libre albedrío o de la omnipotencia divina en el caso de la astrología). Por otro lado podría verse en el argumento de Feijoo una falacia ad baculum, pues el contenido del parágrafo es la amenaza a los practicantes de la astrología con un proceso inquisitorial si no se ciñen a las áreas permitidas. En este sentido, el peso de su argumentación ad baculum está aligerado por todas las razones no falaces presentadas durante los otros 43 parágrafos contra la astrología. La amenaza final tiene un marcado sabor retórico, a modo de final contundente y ya irrevocable en caso de quedar alguna duda sobre la validez de la astrología. En todo caso, hecho el matiz, lo más interesante de este artículo 43 nos parece la denuncia a la falacia de los astrólogos que presentan sus supuestas predicciones como algo inocuo, escudándose en su posible falibilidad al mentar retóricamente la omnipotencia de Dios.

IV. Apéndice: sobre argumentación y filosofía

Para responder a la pregunta de si es filosofía lo que hemos analizado más arriba, debemos ejercer alguna concepción de lo que es la filosofía. Trataremos ahora de representar en forma de definición sucintamente elaborada esa concepción. Para ello nos serviremos de la concepción del filósofo español Gustavo Bueno, que es la que asumimos como más adecuada. Para justificar este juicio lo haremos apagógicamente, por contraposición con otra concepción alternativa especialmente relevante para el asunto que nos ocupa, el de la argumentación. Se trata de la concepción neopositivista o analítica, y como ejemplares de la misma nos servimos de las de Gilbert Ryle y Friedrich Waismann en sendos artículos publicados en el texto clásico editado por Alfred Jules Ayer El positivismo lógico.{5}

Tanto Ryle como Waissman exponen una concepción de la filosofía muy sugerente e intuitivamente satisfactoria, ya que a primera vista da cuenta de multitud de problemas filosóficos de la tradición –el problema de la existencia del mundo externo, la naturaleza de la verdad, la relación entre la acción y la volición, &c. Se trata de problemas que en rigor no son solucionados definitivamente, pero cuyo tratamiento riguroso permite enfrentar de un modo más fiel a su complejidad real. Los autores mencionados sostienen que lo específico de la filosofía frente a las ciencias y las técnicas no es el tipo de problemas a los que se enfrenta, sino ejercer una actividad netamente argumental, lingüística, y no sólo por su instrumento sino por su mismo objeto: según Ryle, la filosofía se ocupa de identificar los «poderes lógicos»{6} de las proposiciones en función del nivel de abstracción de los conceptos o ideas sobre los que versan tales proposiciones, que hace posible encuadrarlas en un «tipo lógico» –lo que nos recuerda a la filosofía de la lógica de Russell. Si empleamos correctamente las expresiones lingüísticas, es decir, si usamos expresiones correspondientes a la fuerza lógica de las proposiciones que significan, entonces construiremos discursos con sentido. En caso contrario, nos encontraremos con contradicciones. La misión de la filosofía es identificar las contradicciones poniendo a prueba el uso de las proposiciones en distintas situaciones lingüísticas. Para ello se sirve principalmente del recurso lógico de la reducción al absurdo. Con ello lo que muestra es que tales expresiones están mal usadas, es decir, habría que usar otras que se correspondiesen con el tipo lógico de las ideas que expresan, que no ejecutasen «saltos» entre tipos, por así decir. Porque lo que Ryle presupone –y esto es el punto que queremos destacar– es que las proposiciones, es decir, los conceptos e ideas que expresan, no son nunca en sí mismos contradictorios, sino sólo su expresión lingüística{7}. La filosofía es pues un instrumento para deshacer equívocos lingüísticos.

La posición de Waismann es muy similar a este respecto. Según él los problemas filosóficos no se resuelven, sino que se «disuelven»{8}, es decir, hacer filosofía es mostrar que lo que parecía un problema no lo es, porque no tiene solución. Así pues la filosofía no tiene otro contenido positivo que una mejor comprensión del funcionamiento del lenguaje{9}. El filósofo es aquel que, ante un problema no solucionado, contempla sus elementos desde un ángulo novedoso, de modo que se configuran de un modo que lo que resulta ya no es un problema sino otra cosa -no sabemos si mejor o peor. El filósofo no busca la verdad en forma de mayor conocimiento, sino de «mejor discernimiento»{10}. A diferencia del científico, que usa la lógica y hace pruebas y demostraciones, el filósofo actúa como un abogado, desplegando argumentos a favor o en contra: «monta un caso. Primero, nos hace ver todas las debilidades, desventajas, insuficiencias, de una posición, saca a la luz inconsecuencias o señala cuán artificiales son algunas ideas que sirven de base a toda la teoría, llevándolas hasta sus consecuencias más extremas, haciéndolo todo con las armas más poderosas de su arsenal, la reducción al absurdo y la regresión al infinito. Por otra parte, nos ofrece un nuevo modo de mirar las cosas que no esté expuesto a esas objeciones; en otras palabras, nos presenta, como lo hace un abogado, todos los hechos de su caso, poniéndolo a uno en posición de juzgar.»{11}

La reducción al absurdo y la regresión al infinito –que no es sino un tipo de reducción al absurdo– son según Ryle y Waismann los instrumentos de la filosofía, actividad que consiste en poner a prueba las expresiones lingüísticas para desvelar las contradicciones en que incurren por realizar un mal uso de los términos. Pero no podemos estar de acuerdo con esta posición, en lo que tiene de exclusiva. Porque aunque aceptamos que la filosofía se ocupe de eso, no se agota en eso. Ni toda reducción al absurdo de expresiones lingüísticas es filosofía, ni la filosofía es sólo reducción al absurdo de expresiones lingüísticas. Ryle y Waismann incurren en petición de principio en sus ejemplos: si el argumento de Zenón contra el movimiento o el de Hume contra la causalidad son filosóficos, no es por ser reducciones al absurdo, sino por la materia de que se ocupan –la pluralidad, el movimiento, la causalidad. Pero, ¿que hace de algunos objetos objetos filosóficos? ¿Por qué hay problemas filosóficos ahí y no en otro sitio? Porque no toda contradicción lingüística es un problema filosófico. Creemos que la imprecisión de Ryle y Waismann en su caracterización de la filosofía se debe a una razón que vamos a desplegar en tres momentos o aspectos coexistentes:

1. No distinguen claramente entre un problema teórico en general y un problema específicamente filosófico. Se refieren a la filosofía por el instrumento de resolución –o disolución– del problema, y no por su contenido.

2. Conciben los problemas filosóficos como problemas de expresión lingüística, es decir, la contradicción que desvela la reducción al absurdo es terminológica, se debe al mal uso de los términos, no es una contradicción objetiva que se de al nivel de los significados de esos términos. Se presupone que los significados son como son, una especie de fondo fijo sobre el que se levanta el lenguaje, que por lo tanto ha de corresponderse lo más fielmente posible con ese fondo{12}.

3. Su distinción entre la actividad del científico y la del filósofo la ponen en los instrumentos –la demostración y la prueba frente a la reducción al absurdo, la lógica frente a la dialéctica{13}– y no en los objetos.

Creemos que una definición más precisa de la filosofía ha de dar cuenta no sólo de sus instrumentos sino también de sus objetos: de hecho el instrumento probará ser o no adecuado en función del objeto. Un argumento será filosófico no por su forma –por ejemplo la reducción al absurdo– sino en primer término por su contenido. Expondremos una definición de filosofía que a nuestro modo de ver recoge esta exigencia, la del filósofo Gustavo Bueno. Según Bueno el objeto de la filosofía son las «Ideas» –Existencia, Causa, Libertad, &c.–, término de resonancias platónicas y kantianas respecto a las cuales se distingue en lo siguiente: ni las Ideas son miembros de un mundo trascendente e inmutable, ni son contenidos de la razón pura. Las Ideas nacen en la historia práctica de los hombres, y lo hacen a partir de los «conceptos». Los conceptos son elaboraciones teóricas que los hombres producen en el seno de sus prácticas científicas, tecnológicas, ceremoniales, &c., de modo que funcionan como términos que constituyen internamente dichos campos, por disociación frente a otros términos. El campo geométrico, por ejemplo, se constituye con términos «triángulo», «círculo», «punto», &c., tales que abstraen de sus referentes cualidades que son segregadas fuera del campo –como los colores, los pesos, &c. Con los conceptos los hombres se refieren a un campo fenoménico, y cuanto más unívocos son sus conceptos y más clara es la relación de unos con otros más acotado está el campo con respecto a otros, constituyendo lo que Bueno llama una «categoría». Pero los campos no distribuyen el mundo fenoménico de modo unívoco y armónico, sino sobre la marcha, dando lugar a inconsistencias cuando se pretende medir los términos de un campo con los términos de otro, por ejemplo cuando se pretende explicar el Big Bang como la explosión de un «punto» en sentido geométrico, que es inextenso; o cuando se pretende explicar a Dios como un «círculo» de radio infinito, como Nicolás de Cusa. Cuando un discurso se ocupa de las analogías y contradicciones entre los términos de campos heterogéneos, entonces muestra que el significado de esos términos desborda su univocidad categorial; a los términos en tanto que desbordan los conceptos categoriales es a lo que llamamos Ideas{14}, y ellas son el objeto de la filosofía.

La filosofía es pues el análisis recursivo de las relaciones entre realidades heterogéneas –los campos categoriales configurados por las prácticas científicas, tecnológicas y políticas de los hombres– que se «entrelazan» configurando unos nódulos estructurales que denominamos Ideas. Estas Ideas forman un sistema como la «symploké» de Platón, pero entendida de modo materialista, es decir, dinámico e irreductible a unidad: sus elementos se mantienen enfrentados, y unidos sólo ante terceros, sin disolverse unos en otros{15}. Su disposición es dialéctica y por ello es dialéctico el medio para exponerla.

Si bien hay ciertas similitudes en el planteamiento –especialmente con Ryle{16}– consideramos que Ryle y Waismann no llegan a definir la filosofía con la precisión de Bueno sea porque tratan las Ideas y los conceptos como sinónimos, en el caso de Ryle{17}, sea porque tratan la actividad del filósofo y del científico como independientes, en el caso de Waismann{18}, o sea, en fin, porque para ellos los problemas con los que se enfrenta la filosofía son de expresión y no de contenido. Frente a esta concepción, según el materialismo filosófico de Bueno, la filosofía no se ocupa de problemas perennes, sino de los problemas derivados de las contradicciones objetivas en el presente entre las diversas verdades científicas, operaciones tecnológicas, prácticas políticas, &c. Y como inmersa en el presente, la filosofía no es –solamente– actividad de desenredo lingüístico, pues el origen de las contradicciones que se muestran acaso con la reducción al absurdo, no está en el mal uso de los términos, sino en que algunos términos se usan de un modo que desborda necesariamente un campo categorial concreto. La filosofía ni se ocupa de cualquier problema, ni parte de sus propias verdades o de una suerte de duda universal que ponga entre paréntesis todas las verdades{19}.

¿Es filosofía el discurso de Feijoo analizado más arriba? Creemos que sí, pero no meramente porque en él haya reducciones al absurdo y regresiones al infinito, sino primariamente porque se ocupa de Ideas como Verdad, Causa o Libertad, en tanto muestra cómo la astrología no satisface criterios de verdad de otras ciencias empíricas, o cómo la correlación entre la supuesta influencia causal de los astros y los fenómenos terrestres es insuficiente, o cómo el determinismo astral entra en directa contradicción con los supuestos de la moral, en particular la católica. Bien es verdad que no trata esas Ideas de modo explícito, en razón de lo cual podemos matizar diciendo que si bien el discurso de Feijoo acaso no sea un discurso de filosofía –un tratado de filosofía–, sí es un discurso filosófico en tanto su tratamiento de Ideas sea suficientemente rico –un ensayo filosófico.

Concluimos: argumentación y tratamiento de Ideas son, por separado, recursos necesarios para la filosofía. Pero se puede argumentar sin hacer filosofía, cuando le explicamos al técnico la avería del electrodoméstico; y se puede hacer una actividad de contenido filosófico sin argumentar, tratando Ideas en una novela o una película, encarnadas en personajes y no en argumentos. Para que haya filosofía, han de unirse ambas.. Lo más importante nos parece, pues, la necesidad de unir forma y contenido para obtener un discurso estrictamente filosófico: argumentación y tratamiento de Ideas son, sólo en tanto tomadas en conjunción, recursos suficientes para la filosofía.

Notas

{1} Según Luis Vega hay, tanto en los académicos del XIII como del XIV, «una característica capital del patrón escolástico de la disputatio escrita: su articulación de los argumentos y contrargumentos en sendas líneas que penden de cada una de las alternativas que componen la quaestio. El debate no consiste en ataques y contraataques trenzados en torno a una tesis de partida –según vendrá a ser norma en las escuelas postmedievales o, más recientemente, en las caricaturas neoescolásticas–. El debate se desarrolla como una especie de investigación discursiva, a través de las razones propias de una posición y las razones propias de la posición contraria. El problema suscitado por una disyuntiva es respetado y mantiene sus señas aporéticas de identidad, hasta que el dictamen magistral, tras ponderar el peso de los argumentos y contrargumentos relativos a la posición que trata de descartar, inclina la balanza. En la misma práctica institucional de las quaestiones disputatae se refleja un respeto análogo, no exento en ocasiones de un clima de suspense: en las disputas públicas ordinarias y, sobre todo, en las «quodlibetales», las fases de disputa y de determinación tenían lugar en dos sesiones, a veces sucesivas, a veces separadas por varios días.» (VEGA, L. . Artes de la razón. Una historia de la demostración en la Edad Media. Madrid: UNED, 1999.pp. 187-188). No es el caso de la disputa del Padre Feijoo con la astrología, frente a la que se alza sin tregua desde el primer momento.

{2} Gustavo Bueno, Sobre el concepto de «ensayo». En VV.AA. El padre Feijoo y su siglo. Ponencias y comunicaciones presentadas al Simposio celebrado en la Universidad de Oviedo del 28 de septiembre al 5 de octubre de 1964. Oviedo: 1966, tomo 1, pp. 89-112. Cfr. p. 96. Disponible en red: <http://filosofia.org/aut/gbm/1964ensa.htm>

{3} «El vulgo es el pueblo, ese pueblo a quien Feijoo dedica su primer Discurso, no el pueblo infalible de los románticos, ni menos el «pueblo necio» a quien hay que halagar; sino más bien el hombre en tanto que necesita opinar sobre cuestiones comunes que, al propio tiempo, nos son más o menos ajenas: el hombre enajenado, por respecto a asuntos que, no obstante, tiene que conocer. Es vulgo el matemático que tiene que opinar sobre cuestiones políticas; o el historiador que tiene que opinar sobre cuestiones físicas. El vulgo de Feijoo me parece muy afín al concepto de «hombre masa» de Ortega; es la «gente», que Ortega mismo ha considerado, aun cuando inyectando a esos conceptos un color aristocrático que, en gran medida, los desvirtúan. Asuntos comunes, asuntos sobre los cuales ningún técnico, ningún especialista, puede reclamar autoridad específica; temas técnicos en tanto que interesan a los demás hombres, a los técnicos en otras materias, asuntos de los que sólo puede hablarse en un lenguaje común y no técnico, en un lenguaje nacional.» (BUENO, op. cit., p. 102).

{4} Sobre el problema de la normatividad de la argumentación dialéctica ver VEGA, L. Si de argumentar se trata. Barcelona: Montesinos, 2007 (2003), capítulo 2, especialmente pp. 142-145.

{5} RYLE, G. (1946) Argumentos filosóficos; WAISMANN, F. (1956). Mi perspectiva de la filosofía. En AYER, A.J. (comp.) El positivismo lógico. México: F.C.E., 1981 (1965), pp. 331-348; 349-385.

{6} Cfr. RYLE, op.cit., p. 335 y ss.

{7} «La solución estriba en que las expresiones, y sólo las expresiones, pueden ser absurdas. Por tanto, sólo de una expresión determinada, tal como una oración, se está capacitado a decir que no es posible construirla como si expresara una proposición de una determinada constitución lógica o, quizá, de una proposición de cualquier constitución lógica. Esto es lo que hace la reductio ad absurdum; revela que una expresión dada no puede expresar una proposición de tal o cual contenido con tal o cual esqueleto lógico, ya que una proposición con algunas de estas propiedades entraría en conflicto con una que tuviese algunas de las otras.» (RYLE, op. cit., p. 340).

{8} Cfr. WAISMANN, op.cit., p. 356.

{9} Cfr. WAISMANN, op. cit., p. 360.

{10} Cfr. WAISMANN, op. cit., p. 381.

{11} WAISMANN, op. cit., pp. 376-377.

{12} Nos atrevemos a deducir por tanto que entre los significados de los términos ha de haber o bien una armonía preestablecida –y entonces el lenguaje de palabras tiene como fin el reflejo de la verdad– o bien una inconmensurabilidad irresoluble –y entonces el lenguaje de palabras sólo es un instrumento de astucia y persuasión. Contra estos polos que en aras de la brevedad podríamos calificar como el «mitológico» y el «sofístico» sentaron los cimientos de la filosofía Platón y Aristóteles.

{13} Cfr. Ryke, p. 339; WAISMANN, p. 377.

{14} Cfr. Gustavo Bueno, ¿Qué es la filosofía? Oviedo: Pentalfa, 1995, p. 37.

{15} Cfr. Gustavo Bueno, El papel de la filosofía en el conjunto del saber. Madrid: Ciencia Nueva, 1970, pp. 230-232 y 249.

{16} La posición de Ryle es confusa. En ocasiones parece decir lo mismo que el materialismo filosófico: la filosofía es actividad de segundo orden: «Los primeros problemas filosóficos se plantean por contradicciones que inadvertidamente se encuentran en el curso del pensar no filosófico.» (p. 338); no se puede crear un lenguaje perfecto antes de su ejercicio: «La indicación de que los hombres debieran acuñar una dicción distinta que correspondiera a cada diferencia en los poderes lógicos [de los conceptos] supone, absurdamente, que podrían advertir esas diferencias antes de sentirse desconcertados por las paradojas que surgen de las analogías que se les atribuyen ingenuamente. Es como sugerir que el ejercicio debe preceder a la formación de los hábitos, o que se debe enseñar a los niños las reglas de la gramática antes de que aprendan a hablar.»; explica el ejercicio de la filosofía con la metáfora de la «geografía de las ideas» que nos recuerda a la «geometría de las ideas» de Bueno: «Hay otro respecto en que la metáfora del mapa resulta útil. Los topógrafos no registran objetos aislados, como la iglesia de una aldea; consignan en un mapa todos los rasgos sobresalientes de la región: la iglesia, el puente, las vías férreas, los límites de la parroquia y quizá los alrededores. Además, indican cómo este mapa se une a los mapas de las regiones vecinales, y cómo todos se coordinan con los puntos cardinales, las líneas de latitud y longitud y las unidades de medida. Cualquier error topográfico da lugar a una contradicción cartográfica. La resolución de los enigmas-tipo sobre los poderes lógicos de las ideas requiere un procedimiento análogo; aquí también el problema no consiste en precisar aisladamente el lugar de esta o de aquella idea individual, sino en determinar los entrecruzamientos de toda una galaxia de ideas pertenecientes al mismo campo o a campos contiguos; es decir, el problema no radica en hacer la disección de un concepto aislado, el de la libertad, por ejemplo, sino en extraer sus poderes lógicos en aquello en que se relacionan con los del derecho, la obediencia, la responsabilidad, la lealtad, el gobierno, &c. Como una investigación geográfica, una investigación filosófica es necesariamente sinóptica; los problemas filosóficos no se pueden plantear ni resolver por partes.» (pp. 338-339). Pero a pesar de estas semejanzas superficiales, permanece una diferencia fundamental: la equiparación de Ryle entre conceptos e ideas implica una idea de filosofía como análisis lingüístico de los malentendidos, es decir como mero indicador de las vías muertas del conocimiento, y no como explotación de las contradicciones objetivas para su superación práctica. El método de la filosofía es la reducción al absurdo y su objeto el lenguaje pues «sólo las expresiones pueden ser absurdas.» (p. 340).

{17} Cfr. Ryke, op.cit., p. 337.

{18} Cfr. Waismann, op. cit., p. 369.

{19} «Evitaremos, de este modo, esas fórmulas utópicas que pretenden definir la filosofía a través de conceptos, en el fondo, psicológicos, tales como «filosofía es el amor al saber», o la «investigación de las causas primeras», o el «planteamiento de los interrogantes de la existencia». En su lugar, diremos: filosofía es «enfrentamiento con las Ideas y con las relaciones sistemáticas entre las mismas». Pero sin necesidad de suponer, en principio, que las Ideas constituyen un mundo organizado, compacto, a la manera como las caras constituyen el poliedro. Las Ideas son de muy diversos rangos, aparecen en tiempo y niveles diferentes; tampoco están desligadas enteramente, ni entrelazadas todas con todas (por ejemplo, la idea de Dios no es una idea eterna sino que aparece en una fecha más o menos determinada de la historia; la idea de Progreso o la idea de Cultura tampoco son ideas eternas, ni siquiera fueron conocidas por los filósofos griegos: son ideas modernas con no más de un par de siglos de vida y, sin perjuicio de su novedad, la filosofía del presente tiene imprescindiblemente que ocuparse de ellas). Su ritmo de transformación suele ser más lento que el ritmo de transformación de las realidades científicas, políticas o culturales de las que surgieron; pero, en todo caso, no cabe sustantivarlas. El peligro mayor estriba en este punto en la influencia del arquetipo de una filosofía exenta que acecha de modo, por así decir insidioso, incluso a quienes creen estar cultivando una filosofía crítica.» (Gustavo Bueno, ¿Qué es la filosofía? Oviedo: Pentalfa, 1995, p. 38).

 

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