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El Catoblepas, número 149, julio 2014
  El Catoblepasnúmero 149 • julio 2014 • página 1
Artículos

Crítica a la Idea psicológica de deporte: el Olimpismo, una «filosofía de vida»

Atilana Guerrero Sánchez

Texto de la conferencia ofrecida por la autora en el marco del undécimo Curso de Verano de Filosofía en Santo Domingo de la Calzada dedicado a la Filosofía del Deporte, el martes 15 de julio de 2014.

Desfile de la delegación española en la Olimpiada de Barcelona 92

En cuanto que reconocemos el deporte como una «figura» que se dibuja en el marco de las Instituciones civilizadas, desde la ontología del Materialismo filosófico interpretamos el tema que se nos ha encomendado para participar en este curso sobre «Filosofía del Deporte», a saber, la crítica a la Idea psicológica de deporte, como una crítica filosófica ontológica, en tanto que habría un tipo de formalismo segundo genérico según el cual la esencia del deporte quedaría definida desde el segundo género de materialidad, es decir, «reducido» a dicha materialidad.

En efecto, si nos atenemos al significado del sintagma «Idea psicológica», este es propiamente un contrasentido, es decir, la Idea de Idea del Materialismo filosófico es precisamente la de esencia objetiva, por tanto, no sólo no psicológica, sino antipsicologista.{1}

Así pues, nuestro trabajo parte de lo que hemos creído reconocer como un caso paradigmático de formalismo psicologista y que no dudamos en identificar como la ideología de nuestro tiempo sobre el deporte, en la que el mito de la Cultura, por inundar cualquier institución civilizada, tiene tanto que decir. A título de ejemplo, nos ha llamado la atención el hecho de que hasta finales de los años setenta en la legislación educativa española se hable de «Educación física y deportes», mientras que a partir de ese momento, en concreto el año de 1977, ya aparezca el rótulo «cultura del deporte». Actualmente, no obstante, el rótulo trimembre del Ministerio español de «Educación, Cultura y Deporte» denota que el Deporte se resiste a su absorción por «la Cultura».{2}

Esta ideología a la que nos referimos ha sido denominada «Olimpismo» -también «Espíritu olímpico» o «Filosofía Olímpica»- por sus propios autores, principalmente Pierre de Fredy, barón de Coubertin, conocido como el instaurador de los Juegos Olímpicos modernos. Básicamente nos referimos a la idea de que el deporte es un instrumento gracias al cual el hombre realiza sus mejores «valores»: el espíritu de sacrificio, el compañerismo, el saber perder, el saber liderar (estos días ojeé un libro titulado «Fútbol: escuela de liderazgo» prologado por Sandro Rosell), etc. Así, considerado una especie de «álgebra social», en el deporte encontraríamos el modo más directo para conseguir hacer de los hombres, en definitiva, «buenas personas». De esta manera ha penetrado en los planes educativos nacionales, logrando su «dignificación» frente a cualquier otra asignatura, de la misma forma que en las democracias del «presente universal» las figuras de los deportistas representan por antonomasia al ciudadano ideal.

Ahora bien, así como el Olimpismo es una ideología asociada a la Institución de los Juegos Olímpicos modernos, no está necesariamente vinculada a ellos; son inseparables, pero disociables. Precisamente ocurre que es el mismo decurso histórico de los Juegos lo que pone en cuestión dicha ideología, que no por ser su «fundadora» está menos presente en la actualidad de los pronunciamientos oficiales, con la consiguiente contradicción, según nuestras tesis. Por otra parte, diríamos que el «núcleo» ideológico del Olimpismo, caracterizado por el formalismo psicologista, no está sólo vinculado a los Juegos Olímpicos, ni siquiera tan sólo a las instituciones deportivas, sino a muchas otras más, especialmente las educativas, pero con la posibilidad que estas tienen de «anegar» cualquier materia; como se suele decir, el Olimpismo habría «muerto de éxito». Nos estamos refiriendo a esa idea según la cual no importa tanto el contenido de aquello que se estudia sino las capacidades formales –ahora se llaman «competencias»- que se adquieren con ello. Así, por ejemplo, se dice que no importa tanto estudiar música por la música en sí misma, sino por la habilidad que se adquiere con ella para concentrarse, adquirir disciplina, etc. Y desde luego, no podríamos dejar de mencionar el hecho de que una de las asignaturas que más ha sufrido de este «formalismo secundario» en la educación nacional española ha sido la Filosofía, cuyo único o principal valor parece que es el de «enseñar a pensar»…

Por tanto, no buscamos analizar la Institución de las Olimpíadas en su «pureza», libre de toda ideología, sino que buscamos su desvinculación de la que reconocemos ser su ideología fundadora, para poderla ver ahora desde «otra» ideología, en este caso, una «ideología» que quiere ser la crítica misma de toda ideología, o sea, la filosofía del materialismo filosófico.

Nos interesa, en primer lugar, remarcar este carácter ideológico del «Olimpismo» por lo que tiene de doctrina encubierta que aparenta la evidencia de sus máximas simplemente mediante la formulación no dialéctica de sus tesis. Para ello, simplemente vamos a someter al Olimpismo a la dialéctica, o sea, a su enfrentamiento con otra doctrina constituida de nuestro presente como es la doctrina de la Guerra del materialismo filosófico.

¿Y por qué la doctrina de la Guerra? Se puede preguntar. En efecto, no es evidente que los Juegos Olímpicos tengan que ver con la Guerra. Pero precisamente, por lo mismo, tampoco será evidente que el Olimpismo haya de ir asociado a una doctrina de la Paz, al Pacifismo por antonomasia de nuestro tiempo, y eso es lo que parece que nadie discute: la bandera olímpica, sin ir más lejos, es la bandera blanca de la Paz, con cinco aros entrelazados como símbolo de la unión armónica entre los cinco continentes.

Pues bien, tal es lo que vamos a hacer: dicho grosso modo, discutir la vinculación entre el Deporte entendido desde los Juegos Olímpicos y la Paz, o preguntarnos cómo es que se pretende evitar que haya guerras en el mundo sometiendo a todos los ciudadanos de las distintas naciones a las disciplinas deportivas.

Y como prueba de que no nos estamos inventando nada, sino sólo ateniéndonos a las palabras de los mismos promotores de dicha ideología, traemos aquí las palabras del Secretario General de la ONU, Ban Ki Moon, quien así lo expresó recientemente, el 7 de febrero de 2014, durante la celebración en Sochi de los Juegos Olímpicos de Invierno. En efecto, el ilustre diplomático surcoreano llamó a «seguir el espíritu olímpico y extenderlo por el mundo». El propio Centro de Noticias de la ONU recogía así la noticia: «En un mensaje de video transmitido durante la ceremonia, resaltó la prevalencia del espíritu olímpico del juego limpio, el respeto mutuo y la competencia amistosa.
«Tomemos ese espíritu y extendámoslo por todo el mundo, por la paz y la tregua entre las partes en conflicto de todo el planeta. Por los derechos humanos y el fin de la discriminación. Por una vida digna para todos», dijo Ban en su mensaje.{3}

En el fondo, bien mirado, lo que intentaremos hacer es tan sólo dotar al Olimpismo de una idea de Paz positiva, porque no estamos tanto en contra de dicha vinculación entre los Juegos Olímpicos y la Paz, cuanto en contra del sentido metafísico con el que dicha Idea de Paz se quiere entender.

***

Para circunscribir nuestra crítica a un documento escrito, nos vamos a atener a la llamada Carta Olímpica, documento que propiamente presenta esta ideología del Olimpismo como un «Movimiento» que quiere ir más allá de los Juegos Olímpicos, hasta el punto de ser denominado por sus autores una «filosofía de vida». Nos interesa destacar esta idea del «movimiento» con la que se denomina, por parte de sus autores, a esta ideología pacifista porque creemos que es un buen «síntoma» de su constitución como Idea aureolar, es decir, una Idea que conlleva el reconocimiento de que su objetivo, la Paz en el mundo, «todavía» no se ha cumplido, pero que basta con «echar a andar» sus mismos propósitos a través de determinadas realizaciones concretas (aquí, las Olimpíadas) para creer que ya se está en camino de conseguirlo. Desde esta pretensión, que nosotros calificamos de fundamentalista puesto que es incapaz de reconocer que se está fundando en una flagrante petición de principio, todo obstáculo que aparezca en el dicho «camino hacia la paz» se considerará un mero «déficit» que subsanar para continuar en la misma trayectoria previamente fijada. En definitiva, se denomina «Movimiento olímpico» porque se está tratando con la Idea de Paz tal y como certeramente Gustavo Bueno la ha diagnosticado en un reciente artículo de nuestra revista, a saber, como una Idea-fuerza.{4}

Así pues, como decíamos, el lema con el que se abre la Carta Olímpica en su edición en español reza así: «El Olimpismo es una filosofía de vida que pone el deporte al servicio de la Humanidad.»{5}

Dediquemos un comentario a la expresión «filosofía de vida».

En principio, partimos de las dos interpretaciones del genitivo que la conforma, según se entienda como un genitivo objetivo o subjetivo. Pero esta expresión, «filosofía de vida», ofrece la interpretación subjetiva, pues no tendría sentido el genitivo objetivo sin el artículo determinado, de «la» vida. Es una fórmula con poca tradición en español, y parece más bien un calco del inglés –el famoso «way of life»-, idioma en el que el uso del artículo determinado es distinto al del español. Por otro lado, la expresión «filosofía de la vida» sí que ofrece mayor tradición, especialmente si nos remitimos a los dos filósofos españoles más conocidos de principios del siglo XX, Unamuno y Ortega, y así lo hemos podido registrar en internet gracias al CORDE (Corpus Diacrónico del español) de la Real Academia Española.

Según este «Banco de datos» del español, la primera mención de «filosofía de la vida» es del año 1909, de la obra editada en Argentina de Leopoldo Lugones, «Lunario sentimental», donde dice: «Pero los espectros dan buenos consejos. Conocen la filosofía de la vida. Hablan como los parientes fallecidos.». Las siguientes son de 1924 y 28, ligadas a Unamuno, en la redacción de una entrevista con él, donde aparece el sentido objetivo del genitivo; el cual será igualmente el de las siguientes menciones de los años 40, de Julián Marías, y 50, una del libro de Jorge Mañach, Para una filosofía de la vida, y de otra de un sermón católico, «La palabra de Cristo. Adviento y Navidad», por cuyo interés reproducimos el fragmento:

«Tres posiciones ante la vida: La filosofía de la vida se sintetiza en tres escuelas.

A. Epicúreos: Placeres sensuales. Su fórmula: "Comamos y bebamos, que mañana moriremos" (Is. 22, 13).

B. Estoicos: Pesimismo de la vida, nacido de la pasión triste de la soberbia. Su fórmula: "Considero amable la vida por el don de la muerte que nos concede" (cf. Séneca, "De benefic.", 1, 2).

C. Cristiana: Explica, interpreta, ordena, unifica, eleva y alegra la vida. Fórmula agustiniana: "Nuestra vida es ahora esperanza, después se convertirá en gloria". "La vida de esta vida mortal se cifra en la esperanza de una vida inmortal" (cf. San Agust., "Serm.", 157: BAC, t-7 p.742).»

Las últimas dos menciones son: una en 1965, sobre la «filosofía de la vida» de un héroe picaresco, en Itinerario del entremés de Eugenio Asensio, y en 1968 de El libro de de la vida sexual de J. José López Ibor («En nuestros días, el desarrollo de las ciencias en general, y en particular el de la medicina, así como el establecimiento de una nueva filosofía de la vida que estudiaremos detenidamente en el capítulo dedicado a la ética sexual, han abierto las puertas al recto uso de la sexualidad, sin discriminaciones y sin atentados contra la personalidad de los individuos, cualquiera que sea su sexo).{6}

Ahora bien, la expresión «filosofía de vida», ahora sin el artículo determinado «la», no aparece como tal en el CORDE, aunque sí recogemos en Google las primeras menciones en el siglo XX, en los años 70, ligadas a la filosofía oriental, de la que se habla como «filosofía de vida». Esta fórmula recoge una idea de filosofía que la escuela del Materialismo Filosófico denomina «adjetiva», en cuanto que filosofía espontánea que como una nebulosa envuelve determinadas actividades humanas. Como hemos dicho, es el sentido subjetivo del genitivo «de», muy distinto del sentido objetivo, según el cual estaríamos hablando de una filosofía académica centrada en una disciplina o en un tema cualquiera. Como ya hemos dicho, los ejemplos de Ortega y Unamuno serían para nosotros obligados.

Por contra, nos parece que el rótulo «filosofía de vida», en tanto que obliga al sentido del genitivo subjetivo, es una idea límite, contradictoria, por cuanto la «vida humana» no es una actividad particular o una disciplina frente a otras; no ya en su sentido genérico de vida animal, en lo que el absurdo radicaría en «elegir» una vida humana frente a otra, pongamos por caso, «perruna», sino que incluso en su sentido apropiado de vida humana específica, personal, en todo caso, se entendería como la «elección» –concepto ilusorio- de un «modo» de vida frente a otros que en cuanto se denominaran «filosofía» adolecería de un notable, por no decir ridículo, grado de «magnificación» o innecesaria «justificación galeata».{7}

En efecto, la Idea de filosofía del Materialismo Filosófico está radicalmente en contra de dicho planteamiento subjetivista, pues no consideramos a la filosofía como un saber que «emane» o «surja» directamente de la «vida humana», sino sólo de determinadas vidas humanas y en determinados momentos históricos (la filosofía es, tal como Gustavo Bueno lo denomina en su libro ¿Qué es filosofía?, un saber «mediato» al ser humano, no «inmediato», es decir, un saber mediado por otras cosas que no son el hombre mismo, y por lo mismo, tampoco sería un saber «inmediato» a la vida humana). Lo cual quiere decir que la filosofía, en principio, no puede quedar circunscrita a una vida so pena de dejar de ser filosofía y pasar a ser otra cosa, acaso su mayor fraude o sucedáneo –la llamada «filosofía práctica» por sus cultivadores, libros de «Autoayuda», cada vez más en alza.

¿Qué sentido positivo, por tanto, no metafísico, puede tener la expresión «filosofía de vida» en el caso al que nos queremos circunscribir del deporte? Aquel que dice Gustavo Bueno en ¿Qué es filosofía? ser el sentido de la filosofía adjetiva, siempre que por «vida» se entienda una actividad profesional, a saber, «la formulación de la conciencia o reflexión crítica de quienes, teniendo que tomar una decisión práctica (frente a otras alternativas) o adoptar una estrategia (frente a terceras), advierten que su decisión no puede simplemente justificarse o fundarse en «motivos técnicos» (diríamos: categoriales), puesto que requiere la consideración de muy diversos motivos categoriales («interdisciplinares») y de presupuestos políticos, morales, etc., con los cuales además es preciso entrar en compromiso desde el momento en que la decisión a adoptar es vivida como una decisión necesaria».{8} En este preciso sentido es en el que cabría hablar de la «filosofía de vida» de un deportista profesional -siendo deseable emplear el término «modo», en lugar del de «filosofía»-, dada la necesidad de una dedicación exclusiva a una actividad en sí misma de poca duración en el conjunto de su vida (sólo asumible en la juventud), que además de obligarle a seguir un rigor inusual en aspectos tales como la alimentación, el sueño o los horarios de entrenamiento, probablemente determinará a lo que pueda dedicarse el resto de sus días (entrenador, masajista, comercial o promotor de empresas ligadas a actividades deportivas, etc.). Pero precisamente por ello, es decir, por la exclusividad de esta actividad, o por su práctica necesariamente de élite, es imposible que dicha «filosofía de vida» pueda ser distribuible al conjunto de la población, como pretende la Carta Olímpica, siendo así que dicha «filosofía» cobra sentido frente al resto de «vidas normales» en el marco de la Nación política, puesto que es a ellas, en realidad, a quien dicho sacrificio objetivamente se dedida, en cuanto que público o espectadores a los que mostrar o exhibir sus logros (frente a esto que decimos, para Coubertin el ideal de espectador de los Juegos Olímpicos sería el atleta que descansa, o sea, el que ve a otros hacer lo que él mismo sabe hacer). «Vidas normales», por cierto, respecto de las cuales el disciplinado deportista debe de guardarse como el sacerdote de la «vida mundana» mediante sus votos (Ortega y Gasset en su ensayo «El origen deportivo del Estado», al margen de que compartamos o no su teoría, emparenta la vida ascética y el atletismo. Dice: «Recuérdese que la más exacta traducción del vocablo ascetismo es «ejercicio de entrenamiento», y los monjes no han hecho sino tomarlo del vocabulario deportivo usado por los atletas griegos. Askesis era el régimen de vida del atleta, llena de ejercicios y privaciones.»).

Pues bien, nosotros vendríamos aquí a invertir los términos empleados por el famoso título orteguiano, abogando por un origen estatal del deporte, en este sentido: ofreciendo la idea de que los JJ.OO. son una de las instituciones representativas del fenómeno de la Globalización en dialéctica con el fondo del proceso de «nacionalización» de los Estados modernos a finales del siglo XIX, tal como Gustavo Bueno ha analizado en su libro La vuelta a la caverna, es decir, «el orden o sistema económico-político internacional de los Estados soberanos, tal como quedó esbozado a raíz de la Primera Guerra Mundial»{9}. Un «sistema» donde los Juegos Olímpicos serían una de las instituciones que colaborarían al mito de la Globalización oficial en cuanto que apareciese como la efectiva constitución de una Humanidad en Paz.

Pero dos décadas bastaron desde 1894, año en el que Coubertin anunció su proyecto de recuperación de los Juegos en el famoso «Congreso de la Sorbona», para que la Primera Guerra Mundial acabara con el espejismo. Un espejismo que continuó manteniéndose gracias a la mala fe de la ideología pacifista, que sin dejar que la realidad modificara sus presupuestos, en seguida se apresuró a decir que el «déficit» de la Guerra se solucionaría con «más Juegos Olímpicos» (fue en la edición de Amberes de 1920 cuando se instituyó la bandera blanca de la Paz con los cinco anillos, como decimos tras haber concluido la Gran Guerra).{10}. Y llegó la Segunda Guerra Mundial. ¿Algún miembro del Comité Olímpico Internacional alertaría del fracaso de sus objetivos?...

Lo que sí colaboraron a fortalecer fue la realidad de las Naciones políticas a cuyo servicio una élite de cada una de ellas se consagró, como las vírgenes vestales, a representar a su país en estos Juegos del Presente de las «democracias homologadas». Y ahí está su éxito.{11}

Carta Olímpica.

Así se define en la Wikipedia:

«La Carta Olímpica, es la lista de reglas para la organización de los Juegos Olímpicos, y para regular el Movimiento Olímpico.

Fue adoptada por el Comité Olímpico Internacional (COI) como base de sus principios fundamentales, reglas y sub reglas. Sus idiomas oficiales son el francés e inglés, aunque durante las Sesiones del Comité Olímpico Internacional es traducida a alemán, español, ruso y árabe. No obstante, si hay discrepancias con el contenido del texto, se le dará la razón al escrito en francés.»

El mismo texto oficial del COI en su «Introducción a la Carta Olímpica» nos lo explica mejor:

«La Carta Olímpica es la codificación de los principios fundamentales del Olimpismo, de las Normas y de los textos de aplicación adoptados por el COI. Rige la organización, la acción y el funcionamiento del Movimiento Olímpico y fija las condiciones de la celebración de los Juegos Olímpicos. La Carta Olímpica tiene, esencialmente, tres objetivos principales:

a) La Carta Olímpica, como instrumento de base de naturaleza constitucional, fija y recuerda los principios fundamentales y los valores esenciales del Olimpismo.

b) La Carta Olímpica sirve también como estatutos del Comité Olímpico Internacional.

c) La Carta Olímpica define, además, los derechos y obligaciones recíprocas de los tres componentes principales que constituyen el Movimiento Olímpico, es decir el COI, las FI (Federaciones Internacionales) y los CON (Comités Olímpicos Nacionales), así como los COJO (Comisión Organizadora de los JJ.OO.), todos los cuales han de ajustarse a la Carta Olímpica.»

Nuestro interés se centrará, por tanto, en su primer objetivo, el que alude a los «principios y valores del Olimpismo».

Así rezan sus Principios fundamentales:

«1. El Olimpismo es una filosofía de vida, que exalta y combina en un conjunto armónico las cualidades del cuerpo, la voluntad y el espíritu. Al asociar el deporte con la cultura y la formación, el Olimpismo se propone crear un estilo de vida basado en la alegría del esfuerzo, el valor educativo del buen ejemplo, la responsabilidad social y el respeto por los principios éticos fundamentales universales.

2. El objetivo del Olimpismo es poner siempre el deporte al servicio del desarrollo armónico del ser humano, con el fin de favorecer el establecimiento de una sociedad pacífica y comprometida con el mantenimiento de la dignidad humana.

3. El Movimiento Olímpico es la acción concertada, organizada, universal y permanente, ejercida bajo la autoridad suprema del COI, sobre todas las personas y entidades inspiradas por los valores del Olimpismo. Se extiende a los cinco continentes y alcanza su punto culminante en la reunión de los atletas del mundo en el gran festival del deporte que son los Juegos Olímpicos. Su símbolo está constituido por los cinco anillos entrelazados.

4. La práctica deportiva es un derecho humano. Toda persona debe tener la posibilidad de practicar deporte sin discriminación de ningún tipo y dentro del espíritu olímpico, que exige comprensión mutua, espíritu de amistad, solidaridad y juego limpio.

5. Como el deporte es una actividad que forma parte de la sociedad, las organizaciones deportivas en el seno del Movimiento Olímpico tendrán los derechos y obligaciones de autonomía, que consisten en controlar y establecer libremente las normas del deporte, determinar la estructura y gobernanza de sus organizaciones, disfrutar del derecho a elecciones libres de toda influencia externa y la responsabilidad de garantizar la aplicación de los principios de buena gobernanza.

6. Cualquier forma de discriminación contra un país o una persona basada en consideraciones de raza, religión, política, sexo o de otro tipo es incompatible con la pertenencia al Movimiento Olímpico.

7. La pertenencia al Movimiento Olímpico exige ajustarse a la Carta Olímpica y contar con el reconocimiento del COI.»

Pues bien, la pregunta que cabe hacerse es cómo es posible que una ideología tan endeble y ridícula pueda haber sostenido una institución como la de los JJOO cuyo arraigo y prestigio internacional nadie pondría hoy en duda. Y la respuesta está en el hecho de que nuestra pregunta está mal formulada, pues la ideología no ha «sostenido» a los Juegos, sino que sólo ha recubierto determinados tramos de su constitución, habiendo independencia entre el momento tecnológico y el nematológico de la institución. Nosotros hoy queremos centrarnos en el origen histórico de este momento nematológico a través de la figura del Barón de Coubertin.{12}

Empecemos por decir que es el propio Coubertin el que nos da la pista del porqué de esta asociación entre los Juegos Olímpicos y la Paz. En efecto, quienes han glosado su biografía no han dejado de mencionar, valiéndose de sus memorias y lo dado que era el personaje a hablar de sí mismo, lo que, a su juicio, había sido la causa de la derrota de Francia en la Guerra contra Prusia de 1870, a saber, la educación en exceso libresca de los soldados franceses, en definitiva, su falta de «vigor físico». Su dedicación a la pedagogía, tratando de formular la reforma educativa con la que devolver a Francia su «estabilidad nacional», tuvo pues este móvil patriótico. Y fue en Inglaterra, adonde el barón acudió como metrópoli del gran imperio colonial al que Francia aspiró, donde creyó encontrar la clave.{13} Ya vemos, por tanto, que la Paz anhelada gracias a la instauración de los Juegos Olímpicos andando el tiempo, tuvo un origen bélico, el punto de vista del «vencido» que buscaba restaurar el poder perdido.

Fijémonos en particular en el artículo 1 de la Carta Olímpica, cuya segunda parte expresa lo siguiente: «Al asociar el deporte con la cultura y la formación, el Olimpismo se propone crear un estilo de vida basado en la alegría del esfuerzo, el valor educativo del buen ejemplo, la responsabilidad social y el respeto por los principios éticos fundamentales universales.»

En efecto, al incidir en el «asociar el deporte con la cultura y la formación» ya indica que no va de suyo tal asociación, es decir, que el deporte podría ir disociado de la Cultura, acaso asociado a la Naturaleza, el otro estrato ontológico con el que la Cultura se compone para aglutinar todo contenido humano, siempre desde esta metafísica idealista. Y sin duda desde una idea etológica de la Guerra, en cuanto que producto de la «Naturaleza», sería al «elevar» el deporte a su condición «cultural» como el Olimpismo bloquearía los instintos animales que habría llevado a los hombres hasta entonces a matarse.

Y así se desarrolla en el artículo 2: «El objetivo del Olimpismo es poner siempre el deporte al servicio del desarrollo armónico del ser humano, con el fin de favorecer el establecimiento de una sociedad pacífica y comprometida con el mantenimiento de la dignidad humana.»

La Guerra, por tanto, es indigna del hombre, vendría a sentar la Carta Olímpica. Pero, si se nos permite la comparación, aquí querríamos hacer un «discurso de las armas y las letras» como el del Quijote, pero ahora aplicado al deporte, con la intención de «salvar» a los JJ.OO. de semejante ejercicio de humanismo pacifista y dar con lo que creemos significan, al menos, desde una idea materialista de los mismos, a saber, el modo mediante el cual los Estados «corroboran» la paz victoriosa de unos sobre otros, haciendo que la «medida de todas las cosas», es decir, el cuerpo humano como institución privilegiada, sea el metro (medida) con el que todos muestran su lugar en la jerarquía internacional. La intensiva «exploración» de las habilidades del cuerpo humano en una élite de profesionales, al margen de las Naciones, y, por tanto, de la Guerra entre ellas, no se entendería, no ya solo por el contenido de las pruebas (el mero nombre de Maratón, la prueba de carrera creada ex profeso por un amigo de Coubertin para los nuevos Juegos, ya es indicativo; tiro con arco, esgrima, lucha, etc.) sino por la misma idea de la victoria sobre los demás{14}. El premio del atleta es la victoria ligada a la polis de origen, cosa que en los primeros Juegos Olímpicos de la Antigüedad nunca se escondió. Una frase de Burckhardt, quien destacó la idea del «Agón» como propio de la cultura griega, lo resume bien: «quien tiene la guerra no necesita del torneo». (Apud Johan Huizinga, Homo ludens, p.92, FCE). La simple revisión del medallero olímpico nos muestra qué países son aquellos que se están «jugando» el honor de conservar su puesto en la política real a través de sus deportistas.

Y entonces venimos a tratar el proyecto couberteniano de «olimpizar» la sociedad, teniendo como lema «La vida es deporte»: y es que el «misterio» de la «pars totalis», siendo la parte el deporte, desde el cual se explica el todo que es la sociedad o la «vida», reside en que ella misma está conformada según el todo, un todo previo que es el Estado, no en cómo es que recoge el sentido del todo partiendo de ella misma. Así, por ejemplo, el circo romano donde tenían lugar los Ludi, o sea, los Juegos, era un símbolo del universo, «la arena del circo era el símbolo de la tierra, el foso que la delimitaba simbolizaba los mares, el obelisco de la «spina» (muro central del circo) simbolizaba el Sol, las siete columnas de la spina eran los siete planetas alrededor del sol, las doce «cárceres» (puertas de salida de los carros) representaban los signos del zodíaco, el circo en conjunto y lo que allí acontecía era símbolo del universo».{15} Ahora los JJ.OO. son el «teatro» donde las naciones en su fase de «codeterminación total» representan, según las estrictas normas de un organismo «internacional» como es el COI, es decir, de quienes representan a los vencedores de la última Guerra, la «batalla incruenta» que pone a prueba la jerarquía política universal. Tenemos aquí la dialéctica de la reducción-absorción en la que la Idea de los JJ.OO. la estamos haciendo partir del núcleo germinal de la Guerra como relación conflictiva extrema entre Estados siempre que, dado que esta relación conflictiva entre Estados admita muchos grados, su grado mínimo de conflicto conseguido tras la imposición de un orden victorioso se representa en la demostración de superioridad a través del «valor», en cuanto fuerza física, de sus representantes. Y de la misma manera en que la idea persona como «actor», sólo tiene sentido si a la vez el teatro lo podemos explicar desde la relación entre personas en la vida real, ahora sería la relación entre Estados en su vida política internacional lo que nos permite explicar la celebración de los Juegos…

Claro está que nuestra interpretación es la diametralmente opuesta al barón de Coubertin, ideólogo del pacifismo que, como decimos, no se arredró tras la comprobación en 1914 de que su enseñanza había sido valdía. Pero es lo que Marx reconoció en su definición de lo que hace la ideología, justamente, poner el «mundo al revés».

No obstante es bastante «fácil» poner al llamado Olimpismo moderno es relación con la construcción de las Naciones políticas, en particular, al proceso de «holización», siguiendo a su mismo fundador. En efecto, «Deporte para todos» fue su lema. Pero ese «para todos» no fue en principio para todos los hombres del mundo, sino para todas las clases sociales de una Nación, pues partiendo del profundo clasismo del sport inglés en el que se basa Coubertain, gran anglófilo, precisamente su aportación consistió en una particular «nacionalización» del deporte cuyo finis operantis era frenar la «lucha de clases». El lema «Proletarios de todos los países, uníos» del Manifiesto Comunista habría sido contestado por Coubertin con una especie de «Aristócratas de todos los países, uníos», en estas ceremonias ejemplarizantes para el proletariado.

Escuchemos las palabras que Coubertin pronunció en el famoso Congreso de la Sorbona ante unos 2000 espectadores, el día en que dio a conocer su «idea»: «Tenemos el honor de comunicaros el programa del Congreso Internacional que se reunirá en París el 17 de junio próximo, bajo los auspicios de la Unión de las Sociedades francesas de deportes atléticos. El objetivo es doble, importa, ante todo, conservar en el atletismo el carácter noble y caballeresco que le ha distinguido en el pasado, a fin de que pueda continuar jugando eficazmente en la educación de los pueblos modernos el papel admirable que le atribuyeron los maestros griegos. La imperfección humana tiende siempre a transformar al atleta de Olimpia en un gladiador de circo. Es preciso escoger entre dos fórmulas atléticas que no son compatibles. Para defender del espíritu de lucro y del profesionalismo que amenaza con invadirlos…el restablecimiento de los Juegos Olímpicos sobre las bases y las condiciones conformes a las necesidades de la vida moderna presentaría, cada cuatro años, a los representantes de las naciones del mundo, y nos permitimos pensar que estas luchas pacíficas y corteses constituyen lo mejor de los internacionalismos».{16}

Tenemos aquí los mitos reunidos en torno a los cuales se entretejió el ideario del Olimpismo: el Amateurismo del agonismo griego y la educación pacifista.

Del amateurismo hay que decir, en primer lugar, que fue uno de los requisitos que desde el principio Coubertin consideró necesarios para la participación en los Juegos de unos deportistas que estuvieran libres de todo ánimo de lucro. Lo cual suponía que en los Juegos, en efecto, sólo podía participar aristócratas o similares, puesto que en un momento histórico en el que el turismo de masas no existía, pensar que desde cualquier lugar del mundo acudirían «hombres libres» a demostrar sus habilidades físicas sin mayor recompensa, es un completo absurdo. Escuchemos al barón:

«Juegos para una élite: una élite de contendientes, pocos en número pero comprendiendo a los atletas campeones del mundo; una élite de espectadores, gente sofisticada, diplomáticos, profesores, generales, miembros del Institut, para un público…tan refinado (délicat) o más que el que habría en un party en Dampierre…»{17}

Lo cual no quiere decir, como hemos dicho más arriba, que la mira no estuviera puesta en la «pacificación» nacional y, por tanto, en la extensión del deporte a todas las clases. Así por ejemplo, en 1919 en carta dirigida a los miembros del Comité Olímpico Internacional expresaba:

«Durante mucho tiempo, el atletismo renovado, del siglo XIX, no ha sido más que el pasatiempo de una juventud rica y semiociosa. Nuestro Comité ha luchado más que nadie para hacer de él (el deporte), el placer habitual de los jóvenes de la pequeña burguesía, y ahora debe hacerse completamente accesible al adolescente proletario. Todos los deportes para todos, esta es la nueva fórmula, de ninguna manera utópica, a cuya realización debemos consagrarnos…».{18}

Para ello se propuso, no ya sólo la celebración de los Juegos Olímpicos, sino antes de ello, la introducción en Francia de los clubes amateurs al estilo inglés. La Union de Sociétés Françaises des Sports Athlétiques (USFSA), donde nació el «ideario olímpico», fue creación suya.{19}

Pero esta idea de que los griegos competían sin ánimo de lucro, como «amateurs», es decir, sin otra recompensa más que la corona y el honor de la victoria, es fruto de una superchería debida a uno de los ideólogos de la «helenomanía» de la alta burguesía anglosajona de la Inglaterra victoriana cuyo nombre es John Mahaffy. Superchería denunciada en el presente, entre otros, por Pedro Bádenas de la Peña, y que consistió básicamente en omitir y manipular textos de Píndaro y otros autores posteriores, además de descartar conocimientos filológicos positivos que ya se tenían en la época, como, por ejemplo, inscripciones de los Juegos Panatenaicos, donde el premio en la carrera del estadio era de cien ánforas de aceite.{20}

Este mito del amateurismo acompañó a los Juegos Olímpicos oficialmente hasta que llegó en 1980 a la presidencia del COI el español Samaranch, que vino a poner sobre el papel lo que ya era un hecho en la realidad, como era el que los Estados financiaban a sus deportistas y que sin un entrenamiento profesional el espectáculo de los Juegos Olímpicos no hubiera conseguido sobrevivir al siglo XX.

Pero, por último, el otro mito del que queríamos hablar propiamente, es el mito de la pedagogía pacifista, basado en la figura de Thomas Arnold, director del famoso colegio de Rugby, de donde procede el deporte así llamado.

La historia de este pastor anglicano está ligada al éxito que tuvo en las Publics Schools su método de introducir en la jornada escolar la práctica de deportes mediante reglas creadas por los propios alumnos. Según la doctrina del «cristianismo muscular», una de las miles de variaciones del protestantismo, los problemas de indisciplina en estas instituciones educativas de la élite británica se resolvieron gracias al ejercicio físico mediante el cual se potenciaría la «perfección espiritual». Su conocimiento por parte de Coubertin resultó todo un hallazgo, pues encontró en esta idea lo que consideró «la piedra angular del imperio británico». De aquí procede el rótulo con el que se define la «filosofía de vida» del Olimpismo en primer lugar, o sea, la «alegría del esfuerzo», en el que vemos la raíz de aquello que anunciamos al comienzo de nuestra conferencia, el formalismo psicologista. Dicho formalismo consiste en reducir la escala de las relaciones políticas a las relaciones interpersonales, creyendo poderse reproducir la «solución» de un colegio a la de un Estado, pero así como la suma de acciones inteligentes no constituye una acción inteligente, tampoco por el hecho de que los ciudadanos de un Estado practiquen deportes, esto hará que dichos ciudadanos mantengan entre sí relaciones «deportivas», así como el mismo Estado respecto del resto, tal como pretende la Carta Olímpica.

En cualquier caso, como es evidente, la «recuperación» de los Juegos Olímpicos no es obra de un solo hombre, ni siquiera de muchos, sino que está ligada, como hemos dicho, a la constitución de las naciones políticas en la época de los grandes imperios coloniales. Y es por ello de suma importancia saber que uno de los primeros intentos de restauración de dichos Juegos fue en la Francia revolucionaria, antecedente que continuó al hilo de las campañas Napoleónicas, pasando por la liberación de Grecia de los turcos, y que finalmente tuvo gracias al descubrimiento de las ruinas de Olimpia con los alemanes, su momento definitivo con Coubertin.

Notas

{1} Véase la voz «Idea» cuyo autor es J.M.Fernández Cepedal, en el Diccionario de Filosofía Contemporánea, Ediciones Sígueme, Salamanca, 1976.

{2} La primera norma jurídica conocida que establece la organización de la actividad físico-deportiva en España, es el Decreto de 22 de febrero de 1941, por el que se creaba la Delegación Nacional de Deportes con la función entre otras de dirigir, representar y fomentar el deporte español.

La Orden de 7 de junio de 1945 establecía el Estatuto orgánico de dicho ente, señalando que tendría a su cargo "la dirección y fomento de la Educación Física española" y que entre sus objetivos estarían los siguientes:

- Dirigir técnica y administrativamente la educación física y los deportes

- Ordenar y unificar los servicios de Educación Física y Deportes del Movimiento y de las Federaciones deportivas

- Representar a la Educación Física y a los Deportes españoles ante el Estado y el COI

- Fomentar, orientar y disciplinar la Educación Física y el Deporte en España conforme a las normas del Movimiento

- Formar e intervenir en la preparación docente en materia de Educación Física y Deporte

- Regir la construcción de campos para la práctica de la Educación Física y los Deportes

- Inspeccionar las manifestaciones de EF y Deportes, entre otras cosas.

Pero ya en 1977 se crea por Real Decreto 2258/1977 de 27 de agosto que le encomienda la competencia de "el fomento, planificación y desarrollo de la cultura física y las actividades deportivas de todo orden...). Estructuraba al Consejo Superior de Deportes (CSD) en 5 unidades entre las que estaban la de Educación Física y Promoción, así como el Instituto de Educación Física.» Y el rótulo «Cultura física» cobrará el protagonismo legal en 1980 cuando se cree el Instituto de Ciencias de la Educación física y el Deporte mediante la Ley General de la Cultura Física y del Deporte 13/1980 de 31 de marzo.)

{3} www.un.org/spanish/News/story.asp?NewsID=28678#.U5nh0NJ_tQQ

{4} No obstante, la voz de alerta sobre el fundamentalismo pacifista ya la dio Gustavo Bueno hace más de diez años en su artículo de abril de 2003, entre otros, titulado «SPF, Síndrome del pacifismo fundamentalista». Este pasaría a convertirse en un apéndice del magnífico libro titulado La vuelta a la caverna en el que se desarrollan estas cuestiones y donde se ofrece una doctrina filosófica sobre las Ideas de Terrorismo, Guerra y Globalización. Gracias a estos trabajos es como hemos podido formular nuestra crítica al «Olimpismo».

{5} Dada la ausencia de la edición en español de la Carta Olímpica en la página web del COE (Comité Olímpico español), que ofrece en su lugar, es decir, en el lugar en el que debería aparecer la Carta en español, su edición inglesa (http://www.coe.es/web/coehome.nsf/VClasificacionTercerMenu/48781E452FD3070CC1256E23005A4454?opendocument&Query=ORGANIZACI%C3%93N*3*-Normas+reguladoras?Carta+Ol%C3%ADmpica) afortunadamente cualquier hispanohablante tiene muchos más Comités Olímpicos nacionales a los que dirigirse en internet, aparte de la madre patria, en los que sí aparece el documento en español. Nosotros hemos seguido la edición de Ecuador (www.coe.org.ec/images/pdf/carta_olimpica_2011.pdf), pero podríamos haberla leído a través de la de México, Chile, etc. No podríamos dejar de mencionar el insólito hecho de que en España, precisamente, tan sólo hayamos registrado por internet la traducción al español de la Carta Olímpica en la página del ayuntamiento de Vizcaya, Bizkaia.net, «euskaldunizado» ma non troppo…(http://www.bizkaia.net/Kultura/kirolak/pdf/ca_carta_olimpica.pdf?idioma=EU). Lo cual no deja de ser el símbolo de lo que está sucediendo en España, a saber, que es el inglés el idioma que sustituye al español, no las lenguas vernáculas promovidas por los secesionismos «caseros».

{6} Corpus diacrónico del español. <http://www.rae.es> [27-6-2014]

{7} Como ya hemos dicho, «way», que significa camino, estilo, forma o manera -«my way», «american way of life»- se entiende, además, institucionalizado, es decir, no se improvisa, es el modus vivendi que significa una forma de «ganarse la vida», es decir, de trabajar. Remito a los magníficos y numerosos trabajos de Gustavo Bueno en los que trata la idea de Camino ( «El nuevo Camino de Santiago» en el Basilisco, nº 18, 1995, «Homo viator. El viaje y el camino», Prólogo a Pedro Pisa, Caminos Reales de Asturias, Pentalfa, Oviedo 2000, o el pregón de las fiestas de Santo Domingo de la Calzada, disponible gracias a internet) donde se relacionan estas ideas de Camino y Vida. En relación a la definición del hombre como «caminante», o mejor, a la vida como un camino, dice Bueno en el citado «Homo viator» algo que nos interesa mucho aquí: «Y estas construcciones tienen siempre mucho de construcciones metafísicas, porque sólo en un proceso de reconstrucción de una totalidad desde alguna de sus partes cabe entender, de algún modo, tales sinécdoques, la pars pro toto. «La vida es milicia», dice Séneca; queriendo significar, no ya que el hombre tenga la obligación de servir al Estado en los períodos de su edad militar con las armas, como soldado, que es una parte de su vida, sino que, durante toda su vida, el hombre ha de ser soldado. Otras veces se dirá: «el hombre es actor (porque la vida es teatro)» o bien «la vida es sueño», porque el hombre en vigilia sigue siendo un durmiente que sueña («Un rey –decía Pascal– que estuviese cada día doce horas soñando que era un esclavo, no se diferenciaría en nada de un esclavo que estuviese soñando doce horas cada día que era un rey»). Sinécdoques definicionales, a través de las cuales se pretende definir el todo (en este caso, la vida humana) desde alguna de sus partes connotativas (el sueño, el teatro, la milicia) y no porque se pretenda extensionalmente que todos los hombres y siempre estén realizando tales predicados; sino porque se supone que son los predicados los que transcienden las mismas instituciones de las que partieron.» Siguiendo a Bueno, la sinécdoque definicional de la que estamos hablando aquí sería aquella que afirmara: «la vida es deporte».

{8} Gustavo Bueno, ¿Qué es la filosofía? Pentalfa, 1995, pág.41.

{9} Op.cit. (Ediciones B, 2004) págs. 11 y 12.

{10} Parece ser que la decepción de Coubertin le llevó a trasladar la sede del COI desde París a la neutral Suiza. Sus palabras en 1915 denotan esta mala fe mencionada que anidaba en sus `planteamientos: «El Olimpismo encontrará en la atmósfera independiente y noble que allí se respiraba, la garantía de libertad que le era necesaria para progresar». (Apud. Mª Eugenia Martínez Gorroño, «Las primeras ediciones de los Juegos Olímpicos: Coubertin y sus circunstancias», en In Corpore sano. El deporte en la Antigüedad y la creación del moderno olimpismo, Fernando Gacía Romero y Berta Hernández García (eds.), Delegación de Madrid de la Sociedad de Estudios Clásicos, Madrid, 2005).

{11} Gracias a nuestra perspectiva podríamos ofrecer cierta teoría sobre la razón de los cinco anillos de colores de la bandera Olímpica, a saber, (citamos a Gustavo Bueno en su Ensayo sobre las categorías de las ciencias políticas): «El mapamundi se nos ofrecerá como una distribución de Estados en contigüidad recurrente, aunque no conexa: una distribución de la práctica totalidad de los Estados en virtud de la cual cada Estado resulta estar rodeado por otros Estados contiguos pero perfectamente diferenciables en sus límites (el teorema topológico de «los cinco colores» nos enseña que son suficientes cinco colores –en realidad son cuatro- para iluminar el territorio simbólico de un Estado y sus contiguos en un mapa, de forma que no haya dos países contiguos con el mismo color». (subrayado nuestro, pág.260, Biblioteca Riojana, 1991)

{12} Para la distinción entre el «momento tecnológico» y «nematológico» o «ideológico», véase el capítulo 5 de El fundamentalismo democrático de Gustavo Bueno, Planeta, 2010, pág.115 y ss.

{13} Teresa González Aja, «La restauración de los Juegos Olímpicos: Pierre de Coubertin y su época», en In Corpore sano. El deporte en la Antigüedad y la creación del moderno olimpismo, Fernando García Romero y Berta Hernández García (eds.), Delegación de Madrid de la Sociedad de Estudios Clásicos, Madrid, 2005, pp. 236-240.

{14} Nos atrevemos a proponer la hipótesis de que acaso el orden de la prueba canónica de los Juegos griegos, el péntatlon, sea la estructura de los cinco «pasos» que ha de dar el guerrero desde que sale de su polis al campo de batalla hasta el mismo encuentro con el enemigo en el cuerpo a cuerpo, pues es este: carrera, lanzamiento de jabalina, lanzamiento de disco, salto y lucha. Por no decir que en los Juegos griegos el último día se dedicaba a la carrera con armas, el hoplitodromos.

{15} Juan Rodríguez López, Historia del deporte, INDE Publicaciones, 2008, Pág.114

{16} La idea o concepto de juego es un concepto, como el de Nación, oblicuo, puesto que supone una plataforma desde la cual se percibe el fenómeno del juego. Y creemos que esta plataforma es una actividad determinada de la que se esté tratando «en serio». Es decir, el jugar se opone al «estar en serio». Y los JJ.OO. se propusieron ser el «juego» de lo que iba a ser la vida política pacífica entre las naciones, una especie de «entrenamiento juvenil» de aquellos que posteriormente iban a gobernar -precisamente los JJ.OO nacieron con un sesgo claramente aristocratizante, puesto que el proletariado no era a quien iba dirigido su ideario. Mª Eugenia Martínez Gorroño, op.cit., pág.265.

{17} P. de Coubertin, Memoires Olympiques, Lausana, 1931, p.50. Así lo cuenta en su magnífico artículo Pedro Bádenas de la Peña, «El espíritu olímpico. Mito moderno y realidad antigua», en el libro colectivo In Corpore sano. El deporte en la Antigüedad y la creación del moderno olimpismo, Fernando García Romero y Berta Hernández García (eds.), Delegación de Madrid de la Sociedad de Estudios Clásicos, Madrid, 2005 (de donde hemos tomado la anterior cita). Así dice Bádenas: «Coubertin subrayaba que las nuevas Olimpíadas deberían ejercer en el futuro una influencia beneficiosa para perfeccionar la fuerza y la prometedora juventud de nuestra raza blanca («race blanche») ayudando así a la perfección de toda la sociedad humana».

{18} El Comité Olímpico Nacional de Chile tiene en Internet un artículo de Carlos Pisani Codoceo, miembro de dicho Comité, titulado «Olimpismo. Una mirada introductoria al pasado y presente del Olimpismo» que ofrece valiosa información. De él hemos tomado esta cita.

{19} Las reglas del «Amateur Athletic Club» de Londres (1866) en parte de sus estatutos definía: «Se considera amateur a todo Gentleman que:

• nunca haya tomado parte en una competición pública

• nunca haya competido con profesionales por un precio o por dinero que procediese de las inscripciones o de cualquier otro origen.

• En ningún periodo de su vida haya sido profesor o monitor de ejercicios de este tipo, como medio de subsistencia.

• No sea obrero, artesano ni jornalero.

{20} Bádenas de la Peña, «El espíritu olímpico. Mito moderno y realidad antigua», op.cit. p.94.

 

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