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El Catoblepas, número 157, marzo 2015
  El Catoblepasnúmero 157 • marzo 2015 • página 11
Libros

À quoi sert l’histoire des sciences?

Alberto Fernández-Diego Rodríguez

Comentario al libro de Michel Morange, À quoi sert l’histoire des sciences?, Ed. Quae, Versailles, 2008.

À quoi sert l’histoire des sciences?La tesis principal de esta obra del profesor Morange –producto de una conferencia tenida lugar en el año 2006– es mostrar que la historia de las ciencias resulta útil para la construcción del conocimiento científico. La obra no decepciona, en la medida en que su conclusión no es ni más ni menos que la respuesta que da el profesor Morange a la pregunta que tiene por título el libro, a saber, que la historia de las ciencias sirve para favorecer el desarrollo del conocimiento científico, ayudando a mejorar la comprensión de lo que es y de cómo progresa. El autor defiende a ultranza la necesidad de replantear ciertos dogmas, tales como la frecuente oposición entre ciencia e historia, la cual, si bien puede ser un rótulo útil a la hora de expresarse, enmascara a veces la verdadera complejidad de las relaciones realmente existentes.

Las razones que Morange ofrece para defender tales aseveraciones son tres. La primera de ellas es que la historia es el mejor modo de comprender el método científico. Dicho con otras palabras: la enseñanza de historia de las ciencias tanto a los científicos como a los futuros científicos evita errores y pérdidas de tiempo. Todo ello sin perjuicio de que dichos conocimientos no garanticen en absoluto evitar amenazas tales como la epistemología naïf, tan popular actualmente.

La segunda razón es que la historia de las ciencias aporta una cultura científica general a los estudiantes e investigadores, mientras que la tercera es lo beneficiosa que resulta para promover el diálogo entre investigadores y sociedad. Hoy en día –señala el autor–, el buen investigador debe saber comunicar el contenido de los objetivos de su investigación. Morange está convencido de que con la historia de las ciencias podrá evitarse el peor de los problemas que padece la comunidad científica, a saber, la existencia de fraudes e incluso, de malas prácticas científicas. Y es que su abundancia altera la imagen de las ciencias, y con ella, la credibilidad de los científicos.

Ahora bien, la reivindicación de promover la formación histórica entre los científicos ha de saber aplicarse. No cabe plantear que los científicos se apropien de las tareas de los historiadores (como si además eso fuera sostenible). Consciente de la necesidad del papel de la historia de las ciencias y, al mismo tiempo, de la imposibilidad de dedicarse a ella, la solución que propone el profesor Morange es la interdisciplinariedad entre historiadores y filósofos por un lado… y de científicos por otro.

Dice el autor que la racionalidad científica está focalizada y la racionalidad histórica, deslocalizada. Cada una de ellas da de un mismo objeto –la ciencia- imágenes complementarias, pero no hay diferencia de naturaleza entre ambos modelos de racionalización. Son sin embargo disciplinas diferentes y las relaciones entre historiadores, filósofos y científicos son de corte interdisciplinar. Para que esto funcione, debe haber equilibrio en sus relaciones. Los historiadores y filósofos deben ser conscientes por su parte de que necesitan de los científicos para no caer en malos hábitos, así como tomar conciencia de que su disciplina no es la ciencia de la ciencia.

A su vez, el desarrollo interdisciplinar –que a menudo es más ficticio que real–, exigirá que cada investigador deje un hueco para aquello que debe ser tratado, pero que no pertenece a su campo. Por eso Morange considera que lo ideal es que los investigadores tengan formación en ambos dominios, como ocurre hoy día en la bioinformática.

Por otro lado, el grueso de la obra está dedicado a exponer una serie de lecciones que las ciencias extraen de todo el proceso mientras se van haciendo. Es innegable claridad del profesor Morange, que tiene la elegancia de estructurar debidamente la obra y realizar sin miedo, enumeraciones, facilitando la comprensión de todo cuanto expresa.

La primera lección es que la labor del historiador no es diferente que la del científico (la première conclusión à tirer de ces études de cas est que le trabail de l’historien n’est pas différent de celui de scientifique). Se trata de una actividad racional que consiste igualmente en poner en orden un conjunto heterogéneo de datos, observaciones y modelos. El acercamiento comparativo de los historiadores es similar al trabajo experimental de los científicos: la diferencia es únicamente temporal, no se diferencian más que por su tempo. De esto se sigue que hay que renunciar a hacer de los estudios históricos un arma para relativizar el valor del conocimiento científico y de dejar un lugar relevante para los debates de ideas y los análisis conceptuales.

La segunda lección que ofrece Morange es el incremento de la creatividad (favoriser la créativité). El trabajo del historiador aporta al conocimiento científico un complemento de racionalidad, al cuál, por las razones de tiempo y de especialización, no se tiene acceso. En tercer lugar: las contribuciones científicas de naturalezas diferentes (des contributions scientifiques de natures différentes). En efecto, la puesta en perspectiva histórica ayuda a orientar mejor el trabajo, evitando así pérdidas de tiempo por rutas ya exploradas. Asimismo, ayuda a esquivar valoraciones únicas en el momento del descubrimiento científico, olvidando que el área de contacto entre lo que es investigado y el investigador es el resultado de la elección racional, proceso que dura mucho tiempo.

La cuarta lección que se desprende de la ciencia en marcha es el beneficio de que haya un purgatorio (de l’intérêt d’un purgatoire). La profundización histórica permite también enriquecer el depósito de conocimientos modelo ya olvidados, dejados de lado. De la misma forma que los teólogos inventaron el purgatorio entre el paraíso y el infierno, será de mucha utilidad considerar que, entre toda la categoría de los modelos verdaderos y falsos, se establezca una tercera categoría: la de los modelos olvidados. Este modelo es parte del conocimiento tácito. Una contribución así puede ser particularmente importante en el momento en el que el conocimiento se rompe, se reorganiza, etc. tal y como ocurre actualmente en biología. La historia de las ciencias puede permitir comprender las razones de las transformaciones y orientar mejor el trabajo de investigación entre las diferentes opciones a la hora de abordar cualquier estudio.

La quinta y última lección tiene que ver con las ciencias en la sociedad (les sciences dans la société). De manera general, una puesta en perspectiva histórica permite a todo investigador situar mejor su trabajo en el seno de las demandas sociales y así, mejorar el diálogo con la sociedad. Esto beneficia a la imagen de la ciencia (a nivel social, claro). La mejor actitud es no considerar naïf ninguna cuestión, mostrando las respuestas que hasta el momento han podido aportarse. Y es que los científicos no tienen el monopolio de la racionalidad, ni son los únicos actores racionales en la sociedad.

 

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