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El Catoblepas, número 163, septiembre 2015
  El Catoblepasnúmero 163 • septiembre 2015 • página 9
Artículos

¿Es siempre violencia y es siempre de género?

Miguel Ángel Navarro Crego

Comentarios a partir del libro de Trillo-Figueroa, «Una revolución silenciosa: la política sexual del feminismo socialista» (Ed. Libroslibres, Madrid, 2007).

Una revolución silenciosa: la política sexual del feminismo socialista

«Toda determinación es negación». (Spinoza, Hegel y Marx)

¿Por qué significar «Violencia de género» y no utilizar otras denominaciones? Reflexionemos un poco.

Uno de los privilegios propios de todo ejercicio del Poder político es el poder de significar, es decir de establecer el espectro semántico con el que pensar, denominar e identificar las cosas y los hechos. Así ha sido siempre, pues el Poder no se tiene, el Poder se ejerce. Quien padece sobre su cuerpo el Poder, con su dialéctica histórica (Hegel, Marx, Lenin, Bueno –luchas de clases, dialéctica de Estados y de Imperios, etc.–), microfísicas (Foucault) y retóricas (Derrida), es precisamente porque lo vivencia en su capacidad para oprimir y limitar. El Poder, en la inmediatez de lo psicológico, es lo otro de uno mismo, que, en caso de su total ausencia, se siente en las carnes como privación y en su límite extremo como imposibilidad de perseverar en el ser. En suma, es el rostro de la enfermedad en su sentido literal (como falta de fortaleza), y en el límite de la muerte. Pero el Poder político e ideológico poco tiene que ver en principio con las categorías médicas, psicológicas y etológicas, y mucho más con las categorías históricas. Pues son éstas las que en parte determinan a aquéllas. Mas, ¿a qué viene todo esto dado el título de este artículo? Pues en primer lugar a que es necesario, aunque sea de forma inconclusa y perentoria, distinguir entre agresividad y violencia.

Que la agresividad es connatural al Hombre, a los grandes simios y en general a todos los animales, es cosa sabida. Sabida incluso antes de que la Etología, la Neurobiología y otras neurociencias diesen cuenta de tal realidad con datos, experimentos y conceptos bien precisos. Desde que la ya vieja y superada polémica entre Neoconductismo (Skinner) y Etología (Lorenz) diese el pistoletazo de salida, la agresividad humana en todas sus modalidades ha sido diseccionada. Dentro del entorno del Materialismo Filosófico, profesores como Tomás Ramón Fernández Rodríguez, Alfonso Fernández Tresguerres e Iñigo Ongay, han estudiado minuciosamente todo este proceso de construcción gnoseológica en las problemáticas Ciencias Humanas. Pero sería necio y peligroso ser partidarios del reduccionismo genético, innatista o biologicista en el asunto que aquí nos concita.

Sin embargo, frente a esto la noción de violencia es de uso correcto en campos sociológicos e históricos. Estos ámbitos sólo son posibles dando por sentada la complejidad de lo ceremonial (no meramente ritual en la dimensión etnológica de las Culturas Bárbaras). Pero sobre todo hay aquí que tener en cuenta lo institucional de lo humano del Hombre. Por ejemplo, pasaría por absurdo decir que Alejandro Magno o Napoleón (o Hitler, Stalin o Roosevelt), eran agresivos, si se les juzga por los propósitos expansionistas de sus campañas bélicas imperiales, enmarcadas en un contexto histórico teleológico (dialéctica entre anamnesis y prolepsis). Podrían ser propensos a reacciones coléricas o agresivas, cosa que aquí no se dilucida, pero sería por otro tipo de razones que están en otro plano o estrato ontológico de lo real.

Así pues y en deducción de todo lo anterior, ¿por qué llamar siempre «violencia» a ciertas relaciones entre varones y mujeres? Es cierto que este tipo de relaciones conflictivas (¿agresión o violencia?, ésa es la cuestión), se da muchas veces en contextos institucionales: matrimonio, familia, etc. Pero, ¿permite esto utilizar siempre, y de forma abusiva, el concepto de violencia? Si además a ello se le añade la idea de género la cuestión es aún más complicada y muestra a las claras la intencionalidad ideológica de quien propone, y dispone en medios periodísticos, tal conjunción de ideas. Porque violencia y género no sólo son conceptos, son ideas y bien complejas. Luego entonces estamos hablando de los intereses, es decir de la ideología (aunque basada, es cierto, en determinadas corrientes filosóficas), de quien gobernó en verdad en España tras el lindo rostro de Zapatero en pasados años. Y ahora ya es moneda corriente utilizar la expresión «violencia de género» o «violencia machista» en los telediarios, como si con las citadas expresiones hubiésemos llegado a los más recónditos arcanos del saber y del conocimiento sobre asunto tan complejo, preocupante y problemático Ése ha sido y es el Poder de las feministas españolas. Poseen así el rango político, y en este caso epistemológico, desde el que establecer los parámetros de construcción semántica de los ideologemas. En ello me complace que conozcan tan bien a Foucault, no tanto que den por superado a Platón. (¿La verdad es la verdad la diga Agamenón o su porquero?). Y es que hay realidades que son muy viejas y nada posmodernas. Por desgracia, en esto convendrán conmigo.

Además la noción de género, entre otras tradiciones de pensamiento, posee claras resonancias biológicas (Plotino, Porfirio, Linneo, Darwin…) y pertenece también a los campos de la Lógica y la Lingüística, estando en mutua relación estas parcelas de conocimiento. Así pues, como idea, hablar de género está haciendo carrera dentro del feminismo militante, y esto, en contextos ideológicos o de confrontación política, va más allá de los «estudios de género», línea de investigación muy interesante por ejemplo en Historia de la Ciencia.

En definitiva, ¿qué interés tienen las feministas gobernantes en hablar y significar siempre con «violencia de género»? Los hechos son los hechos y en este grave caso de lo que se trata es que no se produzcan. Ese interés, o intencionalidad ideológica, queda en más patente evidencia cuando se vincula la expresión «violencia de género» con la de «violencia machista». Se forma así, desde instancias políticas, un cliché mediático que podría mostrar un síntoma de debilidad o un freudiano resentimiento generacional. Y es que en España, como diagnosticaron Ortega y Marías, toda generación quiere saldar cuentas con la anterior. Somos una nación de inconfesables venganzas. En este caso con culpabilizar al «género» varón nada se va a solucionar, pues a éste se le sustantifica, hipostasiándolo, como un todo homogéneo y no se desciende a las ideas de individuo y persona; tomándolo así como el enemigo a batir, como el único portador, heredero y responsable de la mostrenca «razón patriarcal» (por decirlo con Celia Amorós). Como si el varón fuera "lo otro" (si invertimos el apotegma de Simone de Beauvoir). Significar «violencia» es superinstitucionalizar toda la herencia del pasado en lo que a la historia reciente de España se refiere, como si la esencia de toda familia clásica o tradicional fuera en sí misma mala. Porque supongo que de lo que se trata aquí es de solucionar un problema y no de ajustar cuentas con el franquismo y el nacionalcatolicismo. Y esto aun dando por sentado, y en lo que todos deberíamos de estar de acuerdo, que estos dos procesos histórico-institucionales españoles fomentaron la sumisión de la mujer y el machismo en ambos sexos, debido a veces a una educación religiosa cargada de un pacato rigorismo.

Asumimos así las tesis de la Escuela de Frankfurt y del freudomarxismo en lo referente a las taras del Totalitarismo, y discrepamos en parte con las pinceladas de brocha gorda que da Jesús Trillo-Figueroa en su libro «Una revolución silenciosa: la política sexual del feminismo socialista» (Ed. Libroslibres, Madrid, 2007).

Tras una mujer o un varón con cierto tipo de problemas y limitaciones de personalidad para su solución racional, suele levantarse el olvidado (o reprimido) fantasma de la niña o el niño que fueron. Que cierto tipo de modelos sociales, educativos y de familia eran represivos e invalidantes es algo que va más allá del chascarrillo fácil del «Florido Pensil» de Sopeña, o de los chistes de humor judío de los personajes encarnados en los setenta y en la gran pantalla por el entrañable Woody Allen. Además de varones agresivos y violentos, también hubo y puede haber madres y esposas agresivas, neuróticas, represivas y de una estólida impulsividad o frigidez emocional. Los actuales modelos educativos, cargados de ingenuo relativismo moral y romántico optimismo antropológico (Rousseau y sus acólitos), cuando no de un claro nihilismo en la práctica por ausencia total de autoridad en los padres y profesores, no parece que estén solucionando nada dada la creciente ola de acoso escolar entre discentes y la total falta de respeto a los docentes por parte de bastantes alumnos e incluso de sus padres. Por eso conviene aquí ser personalistas y a la vez dialécticos, pues toda persona es o ha sido a la vez hija o hijo, esposa o esposo, madre o padre. Luego es necesario esforzarse con dolor por superar y cancelar no al modo hegeliano, sino al originariamente paulino y cristiano. A veces superar es asumir un doliente pasado y perdonar para ser perdonados.

Según lo expuesto entendemos que conocer el alma humana (varón o mujer), siempre ha sido complejo desde Platón y Aristóteles hasta nuestros días. A la mujer o al varón maltratado, o al niño o a la niña, tanto les va a dar, en ese momento pulsional y existencial de su sufrimiento, el cómo se les nombre o etiquete. Su consternación y su trauma, y máxime si hablamos de niños, es posible que les deje una profunda huella psicológica y noógena (Viktor Frankl), que determinará muchas de las posteriores claves de su personalidad herida.

Por todo lo anterior utilizar a veces conceptos como "agresión intrafamiliar" (o agresión en la pareja), nos parece más correcto sin quitar por ello dramatismo a la realidad fenoménica. En suma hay que proponer también, en lo teórico, unas expresiones terminológicas más apegadas a la dura piel de los hechos, a lo empírico, y menos cargadas o sesgadas ideológicamente. Porque comenzar a llamar a las cosas con precisión siempre ha sido el viejo e irresoluble problema de la Filosofía. Desde Platón es la cuestión de la identidad, es decir de la verdad. Poner así los medios educativos y en general institucionales pertinentes será eficaz, en este candente asunto, sólo si, al llamar a las cosas de forma más precisa, se encauza la problemática hacia el contexto adecuado para su prevención y evitación.

 

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