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El Catoblepas, número 166, diciembre 2015
  El Catoblepasnúmero 166 • diciembre 2015 • página 1
Artículos

Defender la filosofía, pero... ¿qué filosofía?

Miguel Ángel Navarro Crego.

Consideraciones en torno a las protestas por la eliminación de la Historia de la Filosofía en el Bachillerato.

Defender la filosofía

«¿Para qué necesitamos a Sócrates, si somos posmodernos, vivimos inmersos en una revolución tecnológica que promete cambiar el mundo de arriba abajo; si lo nuevo ha sustituido a lo bueno en el orden de nuestros valores; si flirteamos con el poshumanismo, la pospolítica y la licuefacción de toda convicción?»
Luri, Guillermo. ¿Matar a Sócrates? El filósofo que desafía a la ciudad. Ariel Filosofía, Editorial Planeta, Barcelona, 2015, p. 9

Sabíamos, incluso antes de leer a Luciano Canfora, que desde sus orígenes griegos las relaciones entre Filosofía y Poder político siempre han sido complejas y difíciles, cuando no oscuramente contradictorias. La historia del Pensamiento Occidental, pasando por Sócrates y Bruno, está llena de mártires sagrados y profanos, creyentes y descreídos, que han pagado con sus vidas o con el ostracismo del silencio ninguneador, la osadía de pensar y triturar las ideas y creencias de su época y de su Estado-Nación. Esto va de suyo y es propio del oficio, y algo sabemos sobre el tema los que hemos estudiado Filosofía en la Universidad de Oviedo, y tal vez porque frente a tanto «progre» manipulador no compartimos que en el ejercicio de la docencia tenga que ser la Filosofía la lucha de clases en el seno de la Teoría, como decía Gramsci.

Podemos pues, y una vez más (¿cuántas van ya?), rasgarnos las vestiduras contra el atentado que supone para la formación ciudadana el suprimir la Historia de la Filosofía, como lo han sido casi las Humanidades, en este simulacro de bachillerato que padecemos. Es esta una vieja aspiración de la clase política española, desde poco después de que se rompiese la concordia social de los primeros años de la tan cacareada modélica Transición, donde todo cambió para no cambiar casi nada. Así, no está de más recordar la pretensión en 1987-88 de prohibir el excelente manual «Symploké» de Bueno, Hidalgo e Iglesias{1}, por un PSOE en plena escalada de ebrio poder que, como pésima herencia del franquismo sociológico, actuaba caciquilmente antes de mostrar el estúpido rostro de una corrupción también rampante. Y no hace mucho el nefasto gobierno de Zapatero también tuvo el mismo objetivo que ahora se cumple con la LOMCE: barrer la Filosofía académica de las aulas o dejarla residualmente convertida en un batiburrillo de ocurrencias progres y acríticas en asignaturas ideológicamente concebidas para fabricar necios integrales, es decir futuros votantes de tal o cual partido y despreocupados consumidores satisfechos que tal vez ahora vociferen «no a la guerra», pero que por encima de sus presuntas buenas intenciones nada comprenden de la ontoteología subyacente a los recientes atentados yihadistas en París. Me refiero, evidentemente, a lo que se quería cobijar bajo «Educación para la ciudadanía» o a una insinuada disciplina de Ética y Derecho teledirigida para mayor gloria de la burguesa «gauche divine», y desde la universidad Carlos III, por un padre de la patria ya fallecido que por otra parte nos merece el mayor respeto.

Quejarse aportando razones está bien y así lo han efectuado en los diarios bastantes compañeros, pero la ley Wert no ha hecho más que rentabilizar un clima de polémica que se venía cultivando desde mucho atrás. No hay más que echar un vistazo a las hemerotecas para recordar pasadas protestas con viejos y consabidos argumentos que algunos ahora presentan como nuevos. El que esto escribe ya lo hizo en su momento y tributó por tamaña osadía.

Pero como no es menester callarse seamos aún más claros. Lo que yo no le perdono al gobierno del PP es que, habiendo obtenido la mayoría en las pasadas elecciones generales, no haya manifestado el coraje y la sensatez de acabar con una ESO donde los alumnos languidecen, olvidando muchas veces lo poco que han aprendido bien en Primaria. Lo que yo no le perdono es que siga manteniendo un pseudobachillerato de dos años, que es como querer meter el inmenso pie del conocimiento común (científico, humanístico y técnico), que ha de consolidar como ciudadanos a las futuras generaciones de españoles adultos, en el ridículo zapatito de cristal de Cenicienta. La LOMCE si es mala es en lo que participa del zapateril «Pensamiento Alicia» (como ha calificado Bueno a la diarrea mental de tanto político de izquierdas, derechas y mediopensionista). El PSOE y los Nacionalistas con intenciones separatistas pueden estar contentos y de hecho lo están, por mucho que en la farándula política amaguen con protestar y gesticular como mimos de la cosa pública.

Ya un bachillerato de cuatro cursos, con uno específico de orientación universitaria, tenía sus deficiencias, pero era inmensamente mejor que lo que llevamos soportando los docentes desde la LOGSE para acá en los últimos veinte años. A mayores, poner ahora el actual gobierno «Valores Éticos» como alternativa a la Religión es no entender nada de lo que es la Ética y de lo que es la Religión, menospreciando ambas dimensiones antropológicas. Y después algún político despistado se quejará de que tanto «progre semiculto», prisionero del Mito de la Cultura, firme manifiestos de ingenuo pacifismo, o a favor de la barra libre en el espinoso tema del aborto, o en contra de la Tauromaquia «porque es tortura» (sic) y un largo etcétera de lugares comunes de esa viscosa ideología que conforma hoy la Izquierda Indefinida y divagante en España.

No hace falta la Filosofía para una sociedad gobernada a golpe de improvisación por ingenuos y perversos «antisistema» que ni siquiera conocen el orden ontológico, económico, social y político que gestiona el proceso causal de un mundo cada vez más globalizado y deslocalizado, porque no leen casi nada y su mostrenca y desenfadada ignorancia es su único atractivo. El voluntarismo por sí mismo y la pánfila ingenuidad no son virtudes para quien aspira a regir nuestra monárquica república. No hace falta la Historia de la Filosofía para una España que practica un día sí y otro también la ideología que Calicles profesa en el Gorgias platónico (491e-493d) y que Sócrates-Platón refuta sobre el papel. Es decir, la «filosofía» en alza es la telebasura democrática, donde la pornografía moral de tantos personajillos mediáticos los transmuta en portavoces paradigmáticos de esa nueva ágora convertida en cloaca.

La Filosofía no ha muerto sino que, como una parte formal más de nuestra sociedad española, se ha corrompido, como se corrompe una persona (por ejemplo por muy experto o doxógrafo que sea en la Universidad si se diese el caso), cuando le ríe las gracias a un indocumentado moral que se caga en todo lo cagable y que entre tanto maloliente excremento menta ideas o símbolos religiosos que su menguado caletre de parásito social no puede entender. La Filosofía se corrompe cuando no se tiene la voluntad moral, política y legal de pararle los pies con firmeza y fortaleza a quien promueve la sedición anticonstitucional, atentando contra el estado de Derecho y los derechos del Estado, es decir de la totalidad de la ciudadanía que formamos la nación española.

Ciertamente hay que defender la Filosofía, pero no sólo al modo gremial (aquejado a veces de paupérrimos argumentos claramente sofísticos o relativistas), como si los profesores de dichas disciplinas filosóficas sustantificásemos en nuestra tarea docente (dignísima y poco reconocida por otra parte), todo lo que se puede pensar, decir y hacer críticamente a partir de opiniones, conceptos e ideas. Hay que defender una Historia de la Filosofía y de las Ideas académica{2}, de estirpe platónica y aristotélica en suma, que nos permita con rigor lógico constituirnos como españoles orgullosos de serlo. Y todo ello en aras de una inmediata sociedad futura no utópica, en la que nuestros alumnos, los futuros ciudadanos, puedan superar la partitocracia que nos asfixia con un sistema de listas abiertas, que garantice el poder pedirle cuentas a un político en plena legislatura y mandarlo a su casa si no cumple y hace de su servicio al pueblo carrera de corrupto y pícaro trepa. Una sociedad donde todos seamos más iguales ante la ley y tratados de forma más equitativa ante el fisco, y donde tampoco nos veamos arbitrariamente sometidos a unas autonomías que son a veces, y no sólo en materia docente, la quintaesencia del caciquismo y del despilfarro en esta nueva restauración borbónica. Donde todos los españoles puedan estudiar en español si así lo desean los padres de los alumnos y donde tengamos como tarea común el engrandecer a España en el difícil concierto de una Historia supranacional, universal pues, cada vez más compleja.

Sólo una «Historia de las Ideas» rigurosa puede evitar el vergonzante espectáculo de tanto periodista, político mediático y cómico de la legua que, por el sólo poder del dinero y de un demagógico carisma, se convierten ante las pantallas clarividentes en «opinadores universales», que vomitan por la boca cualquier necedad o simpleza sobre ideas como Democracia, Vida, Nación, etc., pues al igual que el buen juicio para Descartes o la buena voluntad para Kant, la atrevida y atrabiliaria ignorancia es una de las cosas mejor repartidas del mundo. De no ser así los guionistas de ciertos programas televisivos que es mejor no mentar, seguirán siendo los filósofos mundanos de buena parte de nuestra juventud y población en general, y los histriones que en ellos participan, cual monigotes de guiñol en la oscura caverna, los inefables héroes de nuestros jóvenes encadenados.

Pero no se escandalicen queridos lectores, que yo sólo soy, como muchos compañeros en mi misma situación, un humilde profesor de instituto, reconvertido casi en aparcamiento de adolescentes, también corrupto, cuando me veo en la inextricable tesitura de tener que aprobar a alumnos repetidores en el Nocturno y con Historia de la Filosofía pendiente que, tras cansado periplo por varios centros, me demandan que les apruebe sin muchas exigencias, y máxime (y lo que es más grave), con la cuasi connivencia de los poderes políticos y administrativos (léase directivas por no decir «piadosos» colegas), que amablemente me conminan a no complicarme la vida. Y es que la Filosofía, aquella que por sistemática persistentemente ha aspirado a cambiar el mundo, es una profesión trabajosa en la que siempre se paga cierto precio. No es ahora la Conferencia Episcopal ni el estrecho positivismo de los liberales neocón lo que elimina la Historia de la Filosofía del bachillerato, es la pura y simple imprudencia política. Si a pesar de todo esto la Enseñanza pública mantiene todavía algo de decencia y de hecho la mantiene en buen grado, no es gracias a las Leyes, pretéritas o presentes, sino a pesar de ellas.

Así pues, que ahora José Antonio Marina opine que los profesores hemos de ser evaluados (cuando de hecho en algunas autonomías ya lo somos), no deja de ser una ocurrencia oportunista, no sé si más ingenua que torpe, cuando lo que está en entredicho es toda una sarta de sucesivos sistema educativos ayunos de toda voluntad de jerarquía y mérito académico y moral, prisioneros de un fundamentalismo democrático, de un buenismo, que, atentando contra la propia supervivencia de España como nación, bloquean desde hace lustros la posibilidad de que haya oposiciones libres pero rigurosas a catedrático, y permiten a la vez que cualquier profesor con nula formación intelectual, pero con esa inteligencia emocional que en España se llama picaresca y que es el semillero de toda corrupción, pueda llegar a ser director de un instituto sin ninguna autoridad para meter en vereda a alumnos díscolos y padres prepotentes e irresponsables. A los políticos aspirantes, a esos que dan pie a que se hagan chascarrillos sobre lo bien que conocen la Crítica de la razón pura de Kant, habría que preguntarles si están dispuestos a luchar para que la Educación vuelva al seno del Estado central y deje así de ser una mercadería más en manos de unas Autonomías corruptas, que sólo la manipulan para mayor gloria de los intereses ideológicos y partidistas de las clases políticas regionales.

Así están las cosas y aún es mucho lo que nos callamos, mas ahora seguiremos repasando en el aula a Platón y la enjundia gnoseológica y política de la alegórica «vuelta a la caverna»{3}, que viendo como está el solar hispano y europeo (separatismo, atentados yihadistas, corrupción económica en la casta política, etc.), es tarea harto revolucionaria. Pero. para todo lo demás sigan ustedes gozando de «Hombres, mujeres y viceversa».

Notas

{1} Bueno, G., Hidalgo, A., Iglesias, C. Symploké. Filosofía (3º B.U.P.) Ediciones Júcar (Segunda Edición aumentada y corregida). Madrid, 1989 (1º edic., 1987).

{2} Véase Bueno, G. Historia de las Ideas Filosóficas. Revista El Catoblepas, Nº 162, agosto de 2015, p. 2.

{3} Gustavo Bueno. La vuelta a la caverna - Trailer Documental

 

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