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El Catoblepas, número 166, diciembre 2015
  El Catoblepasnúmero 166 • diciembre 2015 • página 8
Artículos

Goya y la ciencia ilustrada

Carlos M. Madrid Casado

En este artículo se explora cómo la ciencia ilustrada de la época quedó representada en los cuadros y grabados de Francisco de Goya

El conde de Floridablanca[El conde de Floridablanca, por Goya (1783)]

1. El objetivo del presente artículo es analizar cómo la ciencia ilustrada que asociamos con el siglo XVIII aparece reflejada en algunos de los lienzos y de las estampas debidas a Goya. Podemos ya anticipar que la conexión del pintor aragonés con las técnicas y las ciencias de su época no radica tanto en el personaje (en otro artículo aparecido recientemente en las páginas de El Catoblepas defendíamos que la interpretación del pintor como pensador ilustrado era un camino cerrado) cuanto en su producción, cuyas obras van a servirnos de hilo conductor.

2. Es obligado comenzar refiriéndonos a algunos de los retratos que hizo Goya, pues en ellos aparecen algunos de las figuras públicas que más hicieron por el desarrollo de la ciencia y la técnica en la España del siglo XVIII.

En primer lugar, Jovellanos, quien posó para Goya en dos ocasiones. La primera se corresponde con la obra que se encuentra en el Museo de Bellas Artes de Asturias, y representa al escritor y jurista, que acababa de ingresar en el Consejo de Órdenes, ante el mar en Gijón en torno a 1782. Los barcos que se vislumbran al fondo reflejan su interés por las obras públicas para mejorar su ciudad natal. El optimismo que destila este cuadro contrasta con el pesimismo del pintado por Goya hacia 1798, cuando Jovellanos posó por segunda vez para su amigo pintor. Este retrato del Museo del Prado representa al ilustrado -que había criticado a las clases ociosas, así como defendido diversas reformas y favorecido la instrucción- como Ministro de Gracia y Justicia durante el breve favoritismo de Godoy, quien a la postre determinaría su caída en desgracia. «El melancólico», por emplear el apodo que le daba Meléndez Valdés para subrayar su desgana para con la vida cortesana, yace en este cuadro en una pose que recuerda a la alegoría de la melancolía grabada por Durero. Más interesante para la perspectiva de este artículo es que Jovellanos aparece acompañado de una estatua de Minerva cuyo escudo porta las armas del Real Instituto de Náutica y Mineralogía fundado por él en Asturias.

Jovellanos, 1782/1789[A la izquierda, el retrato de Jovellanos realizado hacia 1782. A la derecha, el de 1798]

En segundo lugar, don José Moñino, hidalgo murciano y doctor en Derecho por la Universidad de Salamanca, que fue nombrado conde de Floridablanca por Carlos III como consecuencia de su buen hacer negociando la disolución de la Compañía de Jesús en Roma en 1772 y ocupó el cargo de primer secretario de Estado de 1777 a 1793. Floridablanca era gran lector de Feijoo y bajo el despotismo ilustrado carolino se significó como protector de las artes y las ciencias. En el retrato que Goya le hiciera en 1783 (hoy en el Banco de España, ver arriba), el pintor se retrata in fieri, presentando el propio cuadro o su boceto al ministro reformista, que detrás tiene a Sabatini, aunque algunos autores señalan que podría ser Ventura Rodríguez, Juan de Villanueva o, incluso, según Alfonso Pérez Sánchez en VV.AA. (1988, 144-146), el ingeniero hidráulico Julián Sánchez Bort, dado que sobre la mesa aparece un mapa del Canal de Aragón y este ingeniero estuvo implicado en las obras (curiosamente, Florida sería apartado de su cargo por Carlos IV acusado de malversación de fondos en relación con el Canal, aunque más bien se trató de una jugada del partido noble o aragonés, encabezado por el conde de Aranda en connivencia con la Francia revolucionaria, contra el partido golilla). Por su parte, el retrato posterior que se expone en el Prado lo representa portando la memoria -signada por Cabarrús- para la creación del Banco de San Carlos, a cuyos directores retratará Goya y donde comprará bonos desde muy pronto.

Un tercer hito lo supone La familia del infante don Luis de Borbón, cuadro que se encuentra en Parma. La corte que el infante don Luis organizó en Arenas de San Pedro (Ávila), a consecuencia de su alejamiento de Madrid tras el matrimonio morganático con María Teresa de Vallábriga, protegió a artistas del talento de Goya, Paret, Boccherini o Ventura Rodríguez (cuyo retrato por Goya, hoy en Estocolmo, lo representa con los planos de la capilla del Pilar, lo que constituye una reivindicación de la patria chica del pintor). Tanto Baticle (2004, 91) como una reciente exposición temporal al respecto en el Palacio Real de Madrid sugieren que Goya se inspiró en un grabado del cuadro Experimento con pájaro en bomba de vacío de Joseph Wright de Derby para la luz -¿de la razón natural?- que irradia la composición. Goya también aprovechó la ocasión para retratar al hijo del infante don Luis, el futuro cardenal Luis María de Borbón (1783, Museo de Zaragoza), que aparece de niño, estudiando geografía provincial mediante un compás y un mapa-puzle.

La familia del infante don Luis de Borbón, (1784)[La familia del infante don Luis de Borbón (1784)]

Experimento con pájaro en bomba de vacío (1768)[Experimento con pájaro en bomba de vacío (1768)]

Entre los mecenas de Goya se cuentan los duques de Osuna (a cuya hija Joaquina retrataría Agustín Esteve apoyada en un globo terráqueo) y los duques de Alba. El retrato del duque de Alba sito en el Prado lo representa apoyado sobre un pianoforte. El duque, gran aficionado a la música de cámara y a Haydn (de quien es la partitura que sujeta y con quien mantuvo correspondencia y encargos), formaba parte de la minoría culta ilustrada y perteneció a la Real Sociedad Vascongada de Amigos del País y a la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando.

3. Entremos en materia. Goya representó de forma ambivalente la profesión médica. Si en el Capricho 40, De qué mal morirá, criticó la superchería de los matasanos de la época, en uno de sus últimos cuadros, Goya atendido por el doctor Arrieta, agradeció a su amigo una curación inesperada a las puertas de la muerte.

Más interesantes son dos acuarelas pertenecientes al Álbum C: Por descubrir el movimiento de la Tierra [Galileo] y Tu gloria será eterna [Zapata, aunque esta alusión no parece escrita por mano de Goya, ya que se encuentra en otro renglón]. Aquí Goya se está refiriendo (supuestamente) a Mateo Zapata (1664-1745), médico condenado por atomista, aunque -pese a la leyenda- escapó al juicio inquisitorial gracias a la ayuda de sus protectores (era médico del Cardenal Portocarrero). Zapata fue un novator, es decir, uno de los filósofos naturales que marcaron el alba de la ciencia ilustrada tras el parón barroco y el brillo de la ciencia hispana renacentista. El término novator comenzó a emplearse en sentido despectivo por los que les acusaban de esnobistas. Pero no eran tanto cartesianos (en todo caso, gassendistas), que importaban novedades de fuera, cuanto producto autóctono del marco propio español. Los novatores empleaban el español en lugar del latín escolástico y se reunían en tertulias o academias al margen de las universidades.

Zapata, tu gloria será eterna, 1810

La ideología ilustrada sirvió de coartada al despuntar de la ciencia española. Los estadistas al servicio de los Borbones valoraron especialmente el progreso por vía de las «ciencias útiles», esto es, de las técnicas, la base de la Nueva Ciencia. Una serie de actividades que Goya representó en diversas obras, desde cartones como La obra o El albañil herido/borracho hasta pinturas negras como La fragua (1819). Las sociedades económicas de nuevo cuño, como la vascongada, se mostraron preocupadas por el desarrollo de la industria manufacturera y de las ferrerías, auspiciando -por ejemplo- el laboratorio del Real Seminario de Vergara, en torno al cual los hermanos Elhuyar descubrieron el wolframio en 1783, uno de los tres elementos químicos aislados por científicos hispanos (los otros dos son el platino, por Antonio de Ulloa, 1748; y el vanadio, por Andrés del Río, 1802).

Fábrica de balas y Fábrica de pólvora (1810-1814, Palacio de la Zarzuela) son dos cuadros de pequeño formato en que Goya representa sendas escenas entresacadas de la Guerra de la Independencia y relacionadas con la metalurgia. En el primero, unos guerrilleros funden plomo, que vierten en moldes que posteriormente cortan con tenazas. En el segundo, los mismos guerrilleros machacan en un mortero la mezcla de salitre, azufre y carbón, que a continuación criban con un cedazo y reparten en cajas. La producción de pólvora de calidad fue vital durante las guerras napoleónicas (a los ejércitos franceses les posibilitó disparar desde más lejos, sin que fuese posible devolverles el disparo). De hecho, el gran químico Lavoisier dirigió el Arsenal de París, y -en lo tocante a España- recomendó a Proust al conde de Aranda para el laboratorio de la Real Academia de Artillería de Segovia.

En relación con las «ciencias útiles» o «saberes técnicos» y la imaginería del Siglo de las Luces, Goya produjo una serie de cuatro medallones para el madrileño palacio del almirantazgo (hoy, a la espalda del senado) de Godoy, Príncipe de la Paz, entre 1801 y 1804. Tres de las alegorías (La Agricultura, La Industria y El Comercio) se restauraron y entraron en el Prado en 1932. La cuarta, La Ciencia (con una esfera armilar y un telescopio de reflexión), se restauró y se perdió o destruyó, conservándose únicamente una fotografía de ella realizada por Moreno en 1932 (Tomlison: 1993, cap. IV, 127; Rose de Viejo: 1984, 38, figura 66).

Alegoría de la Ciencia[Alegoría de la Ciencia (desaparecida)]

Godoy deseaba presentarse como protector de las ciencias y las artes, como valido o dictador ilustrado, por así decir. De hecho, aparte de proteger los Caprichos de Goya, sus memorias traslucen una honda preocupación por la fundación de instituciones científicas (como el cuerpo de ingenieros cosmógrafos) y, en particular, por la mejora del censo de Florida: «La Estadística de España he aquí una de mis grandes ansias», llegó a escribir. No en vano, la primera secretaría de Estado se encargaba de las academias, escuelas, hospitales, jardines botánicos, canales. En el Museo de Bellas Artes de Valencia nos encontramos un cuadro que presenta a Godoy con un libro del pedagogo Pestalozzi y un busto de Carlos IV para conmemorar la fundación en 1805 del Real Instituto Pestalozziano en Madrid (que fue suprimido en 1808 por presiones ultramontanas). Se trata de una copia de Agustín Esteve del original realizado por Goya en 1807, y del que sólo se conserva un fragmento en EE.UU. En otro artículo (Madrid Casado: 2010*) hemos estudiado el papel de Godoy en la excavación de un curioso busto de origen romano: el herma Sócrates-Séneca -hoy en el Neues Museum de Berlín-, cuyo descubrimiento quedó plasmado en un cuadro de José de Madrazo. Al hilo de esto conviene subrayar que las primeras leyes de protección del Patrimonio Histórico serían redactadas bajo Carlos IV con el impulso decisivo del «amigo Manuel», gran aficionado al coleccionismo anticuario.

Godoy, protector de la instrucción [Godoy, protector de la instrucción de Agustín Esteve (copia de original de Goya, 1807)]

4. Paralelamente, los planes y programas ilustrados buscaron hermosear la capital y crear en ella un centro de saber, cuyo eje sería el Salón del Prado. Se trataba de la Colina de las Ciencias de la Villa y Corte, donde se arracimarían la Academia de Ciencias y el Gabinete de Historia Natural (hoy, Museo del Prado), el Hospital General y el Colegio de Cirugía (hoy, Museo Reina Sofía), el Jardín Botánico (1755) y el Real Observatorio Astronómico (1785).

Carlos III había comprado su colección de gabinete al español americano Franco Dávila en 1771. Esta se expuso primeramente en un palacio adyacente a la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando, el palacio Goyeneche, con el lema NATURAM ET ARTE SUB UNO TECTO (Naturaleza y Arte bajo el mismo techo), pero -si se añadía la Herencia del Delfín- parecía apropiado hacerlo en un lugar diseñado a tal efecto. Con los bienes incautados con la expulsión de los jesuitas, Floridablanca impulsó la creación de un gran Gabinete de Historia Natural que también sería sede de la Academia de Ciencias. Juan de Villanueva (1739-1811) fue el arquitecto elegido (a él se debía el pabellón del Jardín Botánico y el Real Observatorio). La Real Academia de Bellas Artes de San Fernando custodia un retrato que le hiciera Goya, donde el «arquitecto filósofo» (según lo apodaba Jovellanos) aparece sujetando planos y con un compás áureo.

Juan de Villanueva[Juan de Villanueva, por Goya (h. 1800-1805)]

Sobre el papel, el proyecto encargado a Juan de Villanueva constaba en el mismo edificio de un Gabinete de Historia Natural con salas de exposición y estudio, laboratorios químicos y biblioteca, así como de una Academia de Ciencias con un gran salón de juntas. La solución pasó por dos plantas autónomas: la académica con entrada a la misma cota del Jardín Botánico; la museística con acceso por la rampa desde el Paseo del Prado; y el centro, con entrada directa a ras del Paseo, para una sala de juntas basilical. No se conservan los planos del proyecto final elegido por Carlos III, pero sí una maqueta en madera (en el Museo del Prado).

Pese a que para 1791 ya había un proyecto de estatutos, la destitución de Florida en 1792 ralentizó sobremanera las obras. El proyecto llegó rodando a Godoy, que lo paralizó, alegando que «esta Academia quitó el cetro de Luis XVI» (Lafuente: 1998, 172; tesis conectada con la de Gustavo Bueno en El mito de la Izquierda). Godoy tenía miedo de fundar definitivamente una Academia de Ciencias, ya que culpaba a la parisina del desastre del rey francés. La Parra (2002, cap. 2) aquilata esta conexión al anotar que, para espanto de muchos, Condorcet escribió en alguna de las cartas que dirigió a Aranda que cuando la filosofía reinase en España, reinaría la libertad frente al despotismo y la tiranía, dándose España una Constitución a semejanza de la francesa (la sombra de los philosophes era, pues, alargada).

De manera que para 1800 España carecía de una Academia Nacional de Ciencias (cuando la Royal Society databa de 1660, la Académie Royal des Sciences de 1666 y la de Berlín de 1700). A pesar de la gran altura que rozó la ciencia española dieciochesca, la Guerra de la Independencia y las Guerras de Emancipación, a principios del XIX, marcaron un abrupto e improvisado punto final. Dos hechos que simbolizan muy bien la dispersión de científicos y la destrucción de objetos científicos son, por un lado, que el marino Gabriel Ciscar -asistente junto a Agustín Pedrayes al primer congreso científico internacional de la historia, el organizado en 1798 en París para dar a conocer el Sistema Métrico Decimal- fuese confinado y encarcelado por Fernando VII nada más regresar (por liberal y miembro de la Regencia) y, por otro lado, que los soldados franceses empleasen la madera del magnífico telescopio Herschel del Retiro para calentarse. La excesiva militarización de la ciencia española ilustrada fue una de las causas de su desarraigo. A la carencia de una Academia de Ciencias y el poco peso científico de las universidades, se sumó que bastantes oficiales científicos (cosmógrafos, ingenieros, artilleros.) encontraron la muerte en Trafalgar (como Cosme Churruca o Alcalá Galiano), mientras que otros muchos se exiliaron a la conclusión de las guerras napoleónicas. Bien por ser -usando la expresión de Feijoo- «españoles americanos», que ahora luchaban por la independencia de las nuevas naciones surgidas tras la explosión del Imperio. Bien por tratarse de afrancesados o liberales (caso de Betancourt o Bauzá, entre otros, que terminaron sus días sentados respectivamente en el Instituto del Cuerpo de Vías de Comunicación de San Petersburgo y en la Royal Society londinense).

Sin embargo, tras el final de la ocupación del edificio destinado a Academia por las tropas napoleónicas, que lo usaron como cuartel de caballería, Fernando VII -impulsado por la reina María Isabel de Braganza- retomó la idea ya presente en Godoy o en el rey intruso José I de reconvertirlo en Museo de Pintura. Como tal se inauguró en 1819. Si España no tuvo una Academia de Ciencias hasta bien entrado el siglo XIX, hay que decir que en lo tocante a Museos de Historia Natural el «retraso» no fue significativo: el British Museum se fundó en 1759 como colección pública de botánica y el palacio Goyeneche en cuanto gabinete de historia natural abrió sus puertas poco después de la donación en 1771 (aunque la ampliación anhelada en el Prado no llegó a realizarse). Por su parte, en lo que respecta a Museos de Bellas Artes, la apertura de las colecciones reales por parte de Fernando VII en 1819 fue prácticamente pionera, pues los museos modernos son una invención jacobina que nació por la fuerza con la revolución burguesa (así, el Louvre, residencia real nacionalizada en continente y contenidos).

5. Viajemos, ahora, de la metrópoli a las provincias americanas. Fruto de los viajes de ida y vuelta sería el redescubrimiento del Nuevo Mundo a manos de los científicos de la época. Un tibio reflejo de las expediciones ilustradas (más de medio centenar en total) podemos otearlo en el retrato que Goya hiciera al ingeniero militar y destacado naturalista Félix de Azara (1742-1821, hoy el cuadro se encuentra en el Museo Goya de Zaragoza, antiguo Museo Camón Aznar). Azara se yergue en una suerte de gabinete entre animales disecados (aves y cuadrúpedos) y tomos de historia natural que remiten a sus publicaciones. El ingeniero viajó al Río de la Plata en calidad de comisario de límites entre España y Portugal (que intentaba arañar el Perú), pero las dilaciones hicieron que tomara iniciativas propias estudiando la flora y la fauna durante 20 años (1780-1801). Sus observaciones evolucionistas fueron apreciadas por Darwin, y traducidas al francés, inglés y alemán. Azara, como Mutis y otros, contribuyó a linnealizar las especies vegetales y animales de América, rellenando materialmente las clasificaciones formales del sabio sueco.

Félix de Azara[Félix de Azara, por Goya (1805)]

De los virreinatos americanos procedían multitud de reliquias y fetiches, como el célebre megaterio fosilizado actualmente en el Museo de CC. Naturales de Madrid (Pimentel: 2010). Así también, Carlos III logró reunir elefantes, renos, llamas, avestruces, tigres, leopardos, leones, aves exóticas. y una hembra gigante de oso hormiguero. Esta última fue regalada al rey en 1776 y el monarca ordenó su traslado al Buen Retiro, así como encargó su retrato, que fue realizado por alguien del taller de Mengs, primer pintor de cámara. El parecido paisajístico con los cartones goyescos ha llevado a Jordán de Urríes a asignar la pintura al pintor aragonés en un reciente artículo publicado en la revista Goya (Jordán de Urríes: 2011).

Oso hormiguero[Oso hormiguero, atribuido a Goya (1776)]

6. Cerramos el artículo atendiendo a los globos aerostáticos, en cuanto paradigma de la dialéctica entre ciencia, política y cultura popular en la España de la Ilustración. Desde luego, el cuadro más célebre al respecto es El Globo de Montgolfier de Carnicero (1784). El pintor salmantino se convierte aquí en cronista de un hecho singular e histórico: la ascensión tripulada de un globo Montgolfier por el francés Charles ¿Bouclé o Bouché?, que al parecer terminó de forma accidentada (casi muere abrasado, saltando a las aguas del Tajo y quedando detenido por unos álamos, de manera que tuvo a bien quebrarse la pierna por la pensión que recibió del futuro Carlos IV), el 5 de junio de 1784 en los jardines de Aranjuez, en presencia de la Familia Real, de la Corte y del pueblo, con sus chisperos y manolas. La primera ascensión (no tripulada) de un globo aerostático en España había sido la planeada por el ingeniero Agustín de Betancourt en la Casa de Campo tan sólo un año antes, en 1783, el mismo año en que los hermanos Montgolfier patentaron el invento. Luis Proust, desde su laboratorio en el Real Colegio de Artillería de Segovia, preparó otra en 1792 en El Escorial para disfrute de los reyes a petición del conde de Aranda.

Goya, por su parte, pintaría uno de estos globos siendo utilizado con fines militares durante la Guerra de la Independencia (1812-1816, Museo de Bellas Artes de Agen, Francia). Un dibujo similar que se encuentra en Hamburgo ha visto recientemente como se descartaba su autoría por el maestro aragonés.

El globo[El globo (1812-1816)]

Pero, quizá, la obra de Goya que mejor represente este ansia humana por volar sea el famoso Modo de Volar, el Disparate o Proverbio número 13 (1819). Aunque una vez más el carácter críptico de las imágenes y las inscripciones de Goya abre múltiples lecturas (Matilla & Mena: 2012, 262), pues volar de esa manera, además de un imposible, puede funcionar como metáfora de la innovación filosófica, política y, por descontado, científica, de la que hemos hablado en estas líneas.

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