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El Catoblepas, número 172, junio 2016
  El Catoblepasnúmero 172 • junio 2016 • página 5
Voz judía también hay

Un pueblo de replicados

Gustavo D. Perednik

Los palestinos en el descubrimiento de América.

Retrato de Colón de José de la Vega, 1892

Simbólicamente, este 2016 del cuadringentésimo de Shakespeare y Cervantes coincide con los treinta años desde la muerte de un heredero de ambos: el inigualable Jorge Luis Borges. Un poderoso texto suyo de 1934 comienza así:

El pasado remoto es de aquellas cosas que pueden enriquecer la ignorancia. Es infinitamente plástico y agradable, mucho más servicial que el porvenir y mucho menos exigente de esfuerzos. Es la estación famosa y predilecta de las mitologías.

En ese contexto de perezosa fantasía, hace un año y medio el presidente turco Recip Erdogán descubrió que el descubrimiento de América no fue una gesta hispánica sino islámica. Declaró en un congreso televisado que el año gloriosono fue 1492, sino 1178.No pareció perturbarlo el hecho de que desde el siglo XII y hasta la época moderna no hubiera en América ni un adarme de huellas mahometanas.

¿En qué fundamentaba su creativa audacia el Jefe de Estado musulmán? En un artículo de hace dos décadas de un tal Youssef Mroueh. ¿Y en qué se basaba éste? En una metáfora del diario de Cristóbal Colón. Y ya está: todo probado.

Veamos. En octubre de 1492 las carabelas de Colón se aproximaron a la bahía de Bariay en el noroeste cubano, y el gran marino escribió: «tiene sus montañas hermosas y altas como la peña de los enamorados,y una de ellas tiene encima otro montoncillo, a manera de una hermosa mezquita». La cartografía cubana recogió la poética expresión, y hace setenta años denominaron al bloque calizo «Mezquita de Colón».

Pero algunos musulmanes no se conformaron con metáforas, y se aferraron a la nadería para apropiarse de la historia y repetir el desatino, con un objetivo que el desparpajo de Erdogán tampoco ocultó: «estamos dispuestos a donar una mezquita para que se instale en ese lugar». Previsiblemente, será para enseñar los a detalles del descubrimiento islámico de las Américas.

No es la primera vez que Erdogán deja volar su talento para la metahistoria. En 2013 lanzó, siempre por televisión y sin sonrojarse, que el golpe de Estado en Egipto había sido obra de Israel.

¿En qué basaba en aquella ocasión su creativa audacia? En un debate que había tenido lugar dos años antes en la Universidad de Tel Aviv, durante el que el francés Bernard Henri Lévy expuso que, en su opinión, «la democracia no es urnas, sino valores», y por lo tanto había que impedir que en las elecciones egipcias triunfara el fundamentalismo islámico. Ya está: todo probado.

En los pormenores de cómo Israel habría planificado el golpe, Erdogán no se detuvo, ni en cuándo se reunieron israelíes con los militares egipcios ni en qué tipo de apoyo logístico proporcionó el Estado judío. Nada de eso es relevante para morigerar sus ampulosos alegatos, como tampoco es necesario relatar en qué embarcaciones llegaron los mahometanos al Nuevo Mundo, ni por qué (si consideramos sus hábitos) no islamizaron a nadie ni dejaron rastros ni nada.

Erdogán y sus correligionarios no razonan por inducción. No obtienen redes de pruebas para transformarlas en un esquema total. Arriban a sus conclusiones por medio de una espuria forma de la deducción, que consiste en pergeñar un cuadro total arbitrario expresado en altisonantesdeclaraciones. Afirman lo indemostrable, y luego se escudan en que la repetición de lo aseverado los exime de toda demostración.

Israel es dominador y peligroso, ergo está detrás de los golpes militares por doquier.

Los musulmanes son la fuente primordial del progreso, ergo descubrieron América.

No son dictados de la lógica, sino de las ganas.

La «teoría», por lo meramente reiterada, va instalándose como «opinión». De este modo triunfa Erdogán: unos «opinan» que América fue descubierta por España y otros «opinan» que fue descubierta por Turquía. Siempre saldrá ganando porque ha traducido la realidad a la lid de opiniones no más, y a eso se reduciría toda la verdad.

Para los judíos, esta cleptohistoria no es nueva. Nuestro pasado ha sido objeto de un permanente latrocinio. La versión moderna del mismo es la «historia del milenario pueblo palestino», que no es otra cosa sino el despojo de la historia hebrea.

Así, Mahmud Abbás acaba de proclamar que «según la Biblia», los árabes palestinos habitaron la Tierra de Israel «desde hace seis mil años, e inventaron la escritura». Así se expidió en la televisión palestina el 14 de marzo pasado, y una semana después lo complementó de este modo: «estuvimos en esta tierra desde antes de Abraham. Lo dice la Biblia. Los palestinos existen desde antes del patriarca bíblico».

Lo más escandaloso es que los círculos académicos de Occidente, a los que toda esa superestructura supersticiosa y primitiva debería repelerles, en parte se asocian a ella alegremente. No les molesta el embate contra la historia, por lo menos no les molesta tanto como Israel.

El supersesionismo palestino

El profesor Omar Ja'arase explaya en la Universidad de A-Najahde la ciudad de Nablus: «el musulmán Moisés sacó de Egipto a los musulmanes de manos de los hijos de Israel, y los mahometanos fueron liderados por Taluten una larga travesía por el desierto que concluyó con primera liberación de Palestina».

Asimismo, una buena parte de los eruditos musulmanes explican que el mismo patriarca Abraham fue islámico.

Posiblemente la cleptohistoria palestina sea inevitable, dado que su conciencia nacional es intrínsecamente negativa. Sus «celebraciones» de este último cuarto de siglo conmemoran en contra de lo ajeno y no a favor de lo propio; son simples impugnaciones de Israel, como la Nakba y la Naksa.

No admiten que la verdadera Nakba («catástrofe») sufrida por los palestinos en 1948 no fue, como difunden sus líderes y los medios en Europa, la creación de Israel, sino el rechazo de Israel. Ese obcecado rechazo los arrastró a una existencia de guerra, miserias y destrucción, en lugar de la vida de democracia, paz y progreso al que los llevaría su convivencia con el Estado judío.

La Nakba (el luto árabe por la creación de Israel) coloca a israelíes y palestinos en una posición singular. Israelpasa a ser el único pueblo en el mundo del que anualmente se señala su nacimiento como una tragedia, también en la ONU y otros foros internacionales. Año a año, los israelíes debemos soportar que nuestra mismísima existencia como nación sea motivo de un duelo inventado.

Los palestinos, por su parte, han sido erigidos como un pueblo de replicados. (Tomo el término de la película de ciencia-ficción Blade Runner, basada en una novela de Philip Dick de 1968, y estrenada el año de su muerte).

En el filme, los replicados son robots que aterrizan desde el espacio exterior en 2019, tres años después de su creación, con forma exactamente humana y una expectativa de vida de apenas cuatro años. En los replicados se han implantado memorias artificiales: «recuerdan» detalles de sus biografías humanas.

Admítase crudamente que en el Oriente Medio se ha parido un pueblo entero de replicados, tres generaciones de árabes adoctrinados en una memoria artificial: creen que su nación existió por miles de años, aun cuando apenas cien años atrás los únicos palestinos eran los judíos de Sión.

Les parece que esta tierra fue siempre suya, a pesar de que un Estado propio nunca existió fuera de su imaginación. Oyen diariamente que deben «recuperar» Jerusalén, aun cuando la ciudad nunca estuvo en sus manos.

Mientras no puedan asumir cómo fueron embaucados, esta nueva nación seguirá exigiendo con violencia mucho más de lo que su historia podría asegurarles. Asumir el engaño significará, por ejemplo, admitir que Jesús de Nazaret fue hebreo y no palestino, como hebreos fueron los macabeos, los escribas, los profetas y los reyes, y los herederos de esta tierra por milenios.

Podrán reconocer entonces que los abuelos de los palestinos de hoy inmigraron a nuestra tierra mayormente gracias a la obra revivificadora del sionismo, que les proporcionó trabajo y posibilidades.

La cleptohistoria contra Israel es devastadora. Empieza por falsificar los hechos y termina por matar para así revertir la realidad que no coincide con su narrativa.

La cleptohistoria más universal no es siempre tan letal. Erdogán, por lo menos, no exige que se mate a los españoles que le han usurpado la historia al Islam y que se presentan, vaya frescura, como los descubridores de América.

 

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