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El Catoblepas, número 174, agosto 2016
  El Catoblepasnúmero 174 • agosto 2016 • página 5
Voz judía también hay

Gustavo Bueno: una evocación personal

Gustavo D. Perednik

Acerca de la relación entre ambos autores.

Gustavo Perednik y Gustavo Bueno en Teatro Crítico, Oviedo 2015[Gustavo Perednik y Gustavo Bueno en Teatro Crítico, Oviedo 2015]

El pequeño y tradicional restaurant de la comunidad judía madrileña está ubicado en la zona de Chamberí, a pasos de la sinagoga. Se llama La escudilla y en octubre de 2005 batió un récord, cuando atrajo la más numerosa asistencia de académicos españoles en su historia: unos seis o siete.

Habían sido invitados por mi buen amigo José Sánchez Tortosa a mi conferencia en la sede comunitaria que llevaba por título un derrame de incorrección política: La validez del sionismo.

Después de la exposición fuimos en grupo a cenar, y notablemente en ese tema todos coincidíamos. No dejaba de sorprenderme que a pesar de la virulencia con la que los medios hispanos se ensañaban contra Israel, hubiera en la península un grupo tan notable de intelectuales amigos del Estado hebreo.

Todos eran discípulos de Don Gustavo Bueno, de modo que nuestra tertulia, que nos demoró hasta pasada la medianoche, se deslizaba una y otra vez al océano creativo de la Escuela de Oviedo y su mentor. De algún modo, el maestro estaba presente entre nosotros.

Varios nos conocíamos de los proverbiales Encuentros de Filosofía, adonde un par de años antes la Fundación Gustavo Bueno me había invitado a disertar. A la sazón había conocido personalmente al máximo filósofo asturiano, después de haber leído y absorbido mucho de él y sobre él.

Tuve el honor de compartir con Don Gustavo Bueno varios paneles y presentaciones de libros, y no seré nada original si afirmo que su personalidad me cautivó sin dilaciones. Se me figuró como la antítesis de la demagogia y del dogmatismo; y como una combinación singular de punzante inteligencia con apasionamiento casi adolescente.

También en Gijón el marco de acercamiento fue un restaurant: La Galana, lindero al hotel en el que me hospedaba, en donde almorzamos en cada jornada del coloquio. Tuve la suerte de ubicarme diariamente entre Don Gustavo y su esposa Carmen.

Compartían nuestra mesa el vivaz Felicísimo Valbuena, y Pedro Insua y Atilana Guerrero, con quienes nos mantuvimos en amistoso contacto en los años subsiguientes. Los jóvenes estaban sumidos en sendas investigaciones: Pedro sobre el estatus del español en las Filipinas, y Atilana sobre la expulsión de los judíos de la península.

Durante el primer almuerzo, y casi antes de todo intercambio formal, el nunca timorato Don Gustavo me lanzó directamente una aparente provocación. Recuerdo que vacilé ante su categórica aserción que no admitía disenso: «Israel actúa muy mal».

Un tropel de pensamientos me visitaron instantáneamente: «¿Me arriesgo a arruinar el almuerzo contradiciéndolo? ¿Debería ponerme a la defensiva, como tan frecuentemente me ocurría en España? ¿La dejo pasar como desapercibido, y le interrogo acerca de su obra? ¿Sería su afirmación un agüero de las discusiones que acechaban? ¿Le faltan a Don Bueno polemistas y adversarios, y por ello habrá resuelto añadirme a la lista?».

Me debatí por unos segundos entre las opciones, y sin que atinara a aventurar ninguna respuesta, el profesor Bueno complementó de este modo su «queja contra Israel»: «...hacen mal en retirarse de Gaza; rendirse ante el terrorismo palestino sólo lo agravará».

Sonreí con alivio: por primera vez era testigo de que un español hiciera gala de tal entendimiento de la situación que, lejos de enquistarse contra el Estado hebreo, opinaba categóricamente que éste debía mantenerse firme para enfrentar a quienes se empeñaban en destruirlo.

En retrospectiva, la nitidez del juicio de Bueno fue premonitoria. La retirada de Gaza fortaleció a los sectores más retrógrados del islamismo que se apoderaron de la zona. Pero además, intuyo que cuando transcurran algunos años más, y Europa se avenga a adoptar una actitud más comprensiva de Israel y su autodefensa, nadie podrá quitar a Don Bueno haber sido un adelantado en la materia.

Se me hace claro que su postura en esta cuestión no abarca a todos sus seguidores, y entre ellos me topé a partir de entonces con varios amigables contradictores que integran la sana y vibrante diversidad de la comunidad buenista.

Pero aquel primer intercambio con Bueno me acompaña gratamente.

Muchos viajes más emprendí a España desde entonces, fue consolidándose mi vínculo con la Fundación, que ya lleva casi tres lustros.

Todo había comenzado con la invitación que recibí de María Santillana para sumarme a El Catoblepas. Mi amigo Gustavo Bueno Sánchez nunca se imaginó que su osada iniciativa no iría a resultarle gratuita. Un precio que debió pagar es que la columna cubana pasó a autoexcluirse de la revista, acaso escandalizada por que se violara la rutina de silenciar la voz de Israel.

Un poco en contrapartida, la diminuta comunidad judía del Principado de Asturias se sintió vinculada a la Fundación, y tomó alguna parte de sus actividades.

Aquel coloquio en Gijón concluyó con la conferencia de clausura del maestro: Globalización y guerra, en la que exhibió su típica vitalidad, una característica que no dejaba de arrobar a la audiencia que colmaba la colegiata del Palacio de Revillagigedo.

El año pasado, el contacto volvió a ser personal, en ocasión de una conferencia que di en el Centro Riojano de Madrid -presidido por Pedro López Arriba- sobre la índole del antisionismo.

Volvieron a hacerse presentes los ya viejos amigos buenistas: me introdujo José Sánchez Tortosa, y participaron Pedro Insua e Iván Vélez. Nuevamente, Gustavo Bueno se hacía presente por interpósitos discípulos.

En aquella ocasión, inmediatamente después la disertación partí hacia Oviedo, donde tuve mis últimos encuentros con el filósofo a cuya memoria aquí rendimos homenaje.

En primer lugar, debatimos durante el programa Teatro Crítico, presentado por Sharon Calderón, en donde también participó otro célebre co-buenista: el periodista Javier Neira, a quien, como a José, yo había tenido el gusto de recibir en Israel.

Luego el profesor Bueno me honró con su presencia en mi conferencia en la Escuela de Filosofía, y me colmó de satisfacción al informar de su plena coincidencia con mis argumentos.

Impensadamente, Don Bueno ya es parte de mis mejores memorias, junto con las de la límpida costa de Oviedo, el teatro Campoamor y el típico escanciar de sidra asturiana, que es similar a las enseñanzas del maestro: un fluir desde la altura del pensamiento humano, vivificador e ininterrumpidamente jovial.

 

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