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El Catoblepas, número 174, agosto 2016
  El Catoblepasnúmero 174 • agosto 2016 • página 18
Artículos

La bioética de Gustavo Bueno

José Alsina Calvés

Se realiza una primera aproximación a los enjuiciamientos bioéticos y la crítica a los mismos desde el materialismo filosófico de Gustavo Bueno.

Gustavo Bueno en una de sus últimas teselas[Gustavo Bueno en una de sus últimas Teselas]

La muerte de Gustavo Bueno es, posiblemente, el fin del último filósofo que ha escrito en lengua castellana (entendiendo por filósofo aquel que ha creado un sistema filosófico original), y del último maestro, en el sentido de haber creado una escuela y haber dejado tras sí a un gran número de discípulos, en lo que es fácilmente detectable la impronta del maestro.

Estoy muy lejos de conocer (y menos aún de dominar) la extensa y copiosa obra de Bueno. Valga como ejemplo que entender bien su teoría del Cierre Categorial es aun para mí una asignatura pendiente, pero como biólogo de formación hay dos aspectos de su pensamiento que siempre me han atraído: su interés por la etología, y sus aportaciones a la bioética. Es sobre este último tema de lo que va a versar este artículo, como humilde aportación a su homenaje.

Una de las características más atractivas del pensamiento de Bueno es la alegría con que rompe moldes y salta alegremente sobre los convencionalismos intelectuales y el «pensamiento» políticamente correcto. Procedente de una tradición marxista, y considerándose a sí mismo y a sus discípulos como la «séptima generación de la izquierda», Bueno ha defendido posiciones consideradas tradicionalmente de «derecha», como la defensa de la unidad de España, la reivindicación del Imperio Católico Español y la Hispanidad, y la oposición al aborto, al menos considerado como un derecho. Pero Bueno, con una lógica impecable e implacable, deduce sus posiciones metapolíticas e ideológicas a partir de las premisas y postulados de su materialismo filosófico.

Posiblemente ninguna de estas feminazis que gritan «¡Fuera rosarios de nuestros ovarios¡» o «¡Nosotras parimos, nosotras decidimos¡» sería capaz de explicarnos porque defender la vida del toro de lidia o de las crías de foca u oponerse al ordeñado de las vacas es considerado «progresista», mientras que defender la vida de embriones humanos se considera «reaccionario». Pero Bueno sí que es capaz de explicarnos, a partir de las premisas del materialismo filosófico, no solamente la falsedad del supuesto «derecho al aborto», sino también que los argumentos abortistas proceden de una degeneración del propio pensamiento escolástico.

La mayoría de las leyes de plazos sobre el aborto (como la actualmente vigente en España, obra del «insigne» presidente Zapatero) sitúan el periodo máximo de interrupción del embarazo entre dos y tres meses. El argumento es que el feto u embrión, en este periodo, «es un ser vivo, pero no un ser humano», como dijo una «ilustre» ministra del no menos «ilustre» gobierno de Zapatero. La pregunta es ¿Qué es lo que hace que a partir de los tres meses el embrión sea un ser humano y no lo sea antes? Bueno nos da la respuesta: la infusión del alma inmortal.

En la Edad Media, teólogos y filósofos se dividieron entre los partidarios de la «animación inmediata» y los de la «animación retardada». La mayoría compartía esta última concepción; pensaba que el alma humana sólo informaba al cuerpo al cabo de dos meses de gestación (¡¡), porqué solo entonces encontraba la « materia» adecuada para aquella «forma» específica; antes no había alma racional en el feto. De esta opinión fueron San Agustín, San Buenaventura y Santo Tomás entre otros muchos. Santo Tomás de Aquino pensaba que en el producto varón la animación acontecía a las ocho semanas, y en el producto hembra a las diez.

Cuando algunos partidarios del aborto acusan a los contrarios de «medievales» hacen gala de una ignorancia supina. El pronunciamiento actual de la Iglesia Católica es a favor de los partidarios de la «animación inmediata», pero en la Edad Media no se pronunció y ambas posiciones eran ortodoxas, aunque los pensadores católicos de más talla e influencia eran partidarios de la «animación retardada» y no habrían puesto ninguna pega a una ley de plazos del aborto que respetara el límite de los dos meses.

Como muy bien razona Bueno, si partimos de una posición materialista, las consecuencias son muy otras. Si un organismo y la especie a la que pertenece vienen definidos por su dotación cromosómica, el zigoto (célula que resulta de la fusión del gameto masculino o espermatozoide y el femenino u óvulo) es un organismo distinto del padre y de la madre, y, por el número de cromosomas, pertenece indudablemente a la especie humana. El argumento de que el embrión no puede sobrevivir fuera de la madre es otro sofisma: tampoco el recién nacido puede sobrevivir sin los cuidados de los padres, y ello no legitima al infanticidio.

La argumentación sobre los supuestos derechos de la mujer «a disponer de su propio cuerpo» olvida «alegremente» que al abortar la mujer dispone de otro cuerpo distinto al suyo. También olvida «alegremente» que el 50% aproximadamente de los embriones abortados pertenecen al sexo femenino.

Desafío a cualquiera que rebata los argumentos de Bueno. Que los rebata, no que los descalifique ni los criminalice con adjetivos de «reaccionarios» o de «clericales» (en todo caso los clericales son los abortistas, que se basan en argumentos de Santo Tomás y no lo saben).

En este tema, como en tantos otros, Bueno ha arrojado luz y claridad. Otra cosa es que en esta sociedad de «educados» en la LOGSE, y en la que Belén Esteban o la caza de Pokemons son fenómenos de masas haya unas cuantas mentes que puedan seguirle.

 

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