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El Catoblepas, número 174, agosto 2016
  El Catoblepasnúmero 174 • agosto 2016 • página 21
Artículos

A Gustavo Bueno, el filósofo de nuestro tiempo

Emmanuel Martínez Alcocer

En homenaje a Gustavo Bueno

Gustavo Bueno y Emmanuel Martínez Alcocer[Gustavo Bueno y Emmanuel Martínez Alcocer]

Pues ahí estaba yo, rodeado de gente desconocida, casi encogido en una triste silla, medroso, casi perdido y preguntándome qué hacía yo allí. Fue entonces cuando vi entrar a un hombre de barba blanca, rostro serio pero mirada afable, con varios libros bajo el brazo. Patricio Peñalver Gómez es su nombre, profesor de filosofía antigua en la Universidad de Murcia. Lo que yo no podía imaginar es que ese hombre iba a cambiar todo para mí, que tendría tanto que agradecerle siempre. Y es que ya, desde ese mismo momento, traía bajo brazo varias obras de Gustavo Bueno. Su célebre introducción al Protágoras de Platón, su ¿Qué es la filosofía?, algunos artículos, la imprescindible Metafísica presocrática...

Fue así que al término de la clase me acerqué a su mesa y pregunté: profesor, ¿qué libros eran los que ha recomendado de Fernando Bueno? Ante lo cual, él, con un rápido giro de cabeza y una mirada muy fija respondió: no es Fernando Bueno, es Gustavo Bueno. Tal fue la seriedad en su respuesta que al instante comprendí que no se trataba de un cualquiera. Y con esa seriedad empecé a acercarme y sigo acercándome hoy a cada texto de don Gustavo.

Elegí comenzar por el Protágoras, y quedé francamente impresionado, tanto que tras leer el diálogo volví a releer la introducción, que volvió a impresionarme pues pude encontrar de nuevo jugo que sacar, para volver a releer. Al día siguiente, nada más llegar, me lancé a la biblioteca a buscar más libros de Bueno. ¿Qué es la filosofía? y ¿Qué es la ciencia? fueron los que cayeron en mis manos. A la tarde empecé a leerlos, no sin falta de frustración. Necesitaba volver a leer párrafos, volver atrás. No costaba la lectura por el estilo, pero sí era de una densidad a la que yo no estaba acostumbrado. Poco después comprobaría que no eran de los textos más difíciles de Bueno.

Me lancé a por la Metafísica presocrática, y al poco me di cuenta de que no sería capaz de entenderlo. Necesito saber mucho más de lo que sé para entender estos libros, pensé. Y así fue que me dediqué a leer todo libro de historia de la filosofía que podía; los libros de don Gustavo los sustituí por conferencias. Cada día veía una, algunas varias veces seguidas. Durante meses. Artículos, conferencias, audios... Hasta que a final de año, en verano, me hice el valiente y leí los Ensayos Materialistas. Brutal, sencillamente brutal. No podía parar. Desde entonces no pude dejar de leer y leer todo lo que de Bueno podía conseguir, sin dejar de estudiar toda la historia de las ciencias y la filosofía que caía en mis manos. Y es que la lectura de sus obras te obligaban a ir más allá de ellas, obligan a pasar horas delante de libros y temas de todo tipo. No es una filosofía perennis lo que Bueno te ofrecía, era una filosofía en marcha en un presente en marcha que te obligaba a ti a estar a la altura de esa marcha.

A pesar de hacer avances, pasó otro año y seguía sabiendo que todavía me faltaba algo, que todavía no estaba en el sistema, la reforma del entendimiento no terminaba de dar el paso. Las piezas y engranajes no terminaban de encajar. Así que tras comprar el Diccionario Filosófico de Pelayo García Sierra, me empapé de él durante dos meses. Leyendo y releyendo. Entero. Y fue ahí, tras esa lectura que me ofrecía condensada el mapamundi del materialismo filosófico; fue ahí, digo, cuando ya todo cambió. Las piezas comenzaron a encajar, podía notar cómo todo empezaba a ser distinto, y todo se veía de una manera completamente distinta; fue entonces cuando entré en el sistema. Ya podía releer los Ensayos Materialistas, ya podía leer los tomos del cierre categorial, El Animal divino, los Ensayos sobre las «Ciencias Políticas», España frente a Europa, Cuestiones Quodlibetales, El Mito de la Izquierda, de la Derecha, de la Cultura, de la Felicidad y tantos otros imprescindibles que Bueno nos ha dado hasta sus últimos días. Ya la reforma del entendimiento, de un idealismo metafísico y pánfilo que yo profesaba, a un materialismo crítico totalmente realista, se producía. Porque la potencia del materialismo era, y es, tal que no podía dejar indiferente, a nadie deja indiferente, ni a seguidores ni a detractores. Y es que no caben medias tintas, el propio sistema te obliga a posicionarte: o estás o no estás. Sus tesis y su metodología son tan contundentes que no cabe adoptar una mera postura filológico-erudita. O se está en el sistema o se está contra él.

Así transcurrieron varios años en los que, a distancia, no sólo iba conociendo al Bueno filósofo, sino también al Bueno persona, su magnética y portentosa persona. Así fue que, tras muchas charlas en las redes sociales y algunas conversaciones con Gustavo Bueno Sánchez, decidí a ir a las jornadas en Santo Domingo de la Calzada. Iba nervioso y emocionado, como un crío, sólo por conocerlo. Cuando llegó el momento casi ni me atreví a saludarle, lo cual solucionó él saludándome a mí y presentándose. ¡Como si no lo conociera yo ya! Ese gesto me confirmó lo que ya pensaba: no sólo era el mayor filósofo de nuestro presente, también era una persona amable, afable, humilde y cercana. Ese ímpetu y bravura que a veces mostraba en las discusiones o en las conferencias, que a muchos hacía parecer soberbio y maleducado, no era sino producto de su carácter profundamente respetuoso. Era precisamente su firmeza y su respeto y generosidad para con los demás lo que movía su apasionamiento contra las imposturas e impostores. Y es esa insobornabilidad de su carácter y su entrega contra todo mito y superchería lo que no se le perdona.

Desde entonces, como creo que pasa con todo el que ha conocido a don Gustavo, no sólo su obra sino que su ejemplo, su estoico ejemplo, es algo que marca la propia persona. Porque don Gustavo con su obra y su persona, ya inmortales, implantaba no sólo la semilla eterna del pensamiento, sino también de la virtud. Ya decía Aristóteles que para ser virtuoso hay que imitar a los hombres virtuosos. Sin duda, Gustavo Bueno era y es un ejemplo a imitar y honrar. Un ejemplo que me ha enseñado y me seguirá enseñando lo que de filosofar sé y sabré, que me ha enseñado la pasión y el respeto por el estudio y la verdad, que me ha enseñado a combatir sin descanso los mitos que enturbian nuestro presente aun teniendo como pago el desprecio de mucha gente. Me ha enseñado, en definitiva, qué es un filósofo.

Se nos ha ido el filósofo de nuestro tiempo y ya nada será igual. Mas no queda sino seguir, porque es lo que él querría y porque, como se ha repetido estos días, el individuo nos ha dejado, pero la persona, su gigantesca persona, perdura en nosotros.

Hasta siempre, maestro, hasta siempre.

Cartagena, Agosto de 2016.

 

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