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El Catoblepas, número 174, agosto 2016
  El Catoblepasnúmero 174 • agosto 2016 • página 24
Artículos

Laocoonte, las serpientes y otros

Fernando Muñoz Martínez

Pensar, no sólo es pensar contra alguien, también pensar con alguien.

Laooconte, según el Greco. S. XVII

A pesar del breve trato personal que mantuve con Gustavo Bueno su fallecimiento me ha apenado como si se tratara de un buen amigo de más edad pero próximo, con el que hubiera compartido algunos momentos determinantes de mis días. La intensidad con que viví ese breve trato mutuo se multiplicó, sin duda, con la lectura o la atenta escucha de sus palabras. Del afecto que le tuve da muestra el título con el que me refería a él confidencialmente. Entre amigos solía llamarle el abuelo. Sin embargo fueron pocos nuestros encuentros, aunque siempre saturados de sentido. Yo hice - como tantos otros - una larga peregrinación a Niembro buscando orientación con ocasión de un trabajo de tesis que se complicó a causa de la polémica que surgió, por entonces, entre Bueno y mi director, el profesor Juan B. Fuentes. Ya antes le había entrevistado para la revista La Brecha, que dirigía A. Maestre. Pero todo esto forma parte de los fenómenos y no puede dar razón, por sí mismo, de la gravedad que la figura de Bueno - su vida y su obra - ha ejercido sobre mis días. La lectura parcial de su obra ha sido fundamental para mi formación. Para mi formación siempre en un sentido positivo, porque en absoluto puede achacarse a esa lectura mi falta de formación o, lo que es peor, mi mala formación, mi deformación.

Yo era un joven de diecinueve o veinte años, cuando estreché por vez primera la mano de Gustavo Bueno. Fue en un congreso sobre pacifismo y filosofía, o algo así, que tenía lugar en el edificio B de la facultad de Filosofía de la UCM. Entre una y otra ponencias Bueno se dirigió a un pequeño grupo de jóvenes estudiantes, sabiendo que nuestra comprensión del asunto era poco más que ninguna, y fue, como siempre ha sido, irónico pero cordial, cáustico pero próximo. Al año siguiente pude escucharle en el paraninfo de la Facultad de Filosofía de la misma universidad, en la que yo pasaba mis días, en un Congreso organizado por la revista META; era el año 1989. De entonces a hoy han sido muchos los encuentros, algunos memorables, otros fugaces, siempre fueron para mí preñados de sentido. Asistí al sepelio y ceremonia que tuvo lugar el día 8 del corriente para sellar el vínculo que se abrió a finales de los años ochenta. Han corrido casi treinta años.

Con el maestro solemos repetir un tópico según el cual pensar es pensar contra alguien. Yo lo he repetido y lo repito a menudo, siguiendo con la preciosa imagen del Laocoonte sin serpientes. Pero no sólo pensar es siempre pensar contra alguien, siempre es también pensar con alguien. Toda filosofía se construye en una u otra tradición, en la que cada cual templa sus armas, aun cuando no sea fácil determinar en cada caso cuáles sean los elementos de esa tradición presentes en el curso de un debate, en la escritura de un ensayo, en la expresión de un razonamiento. En mi humilde caso la parcial pero lenta lectura de la obra de Bueno está presente en cuanto escribo, en ella se trasfunde un enorme bagaje del que uno no siempre es consciente. Por lo demás esa presencia de la obra de Bueno en mi modo de pensar y en mis escasos textos resultará - como aceptaré con facilidad - insuficiente y discutible. Para resumir, diría que pienso con Bueno. Ahora bien, con Bueno pero también contra Bueno.

Se aceptará, creo, con escasas objeciones que la obra no es unívoca y caben diversas interpretaciones. En el modelo estándar se dibujará una ortodoxia y diversas heterodoxias que pujen por erigirse en versión correcta, cabría pensar en una ortodoxia sin objeciones, ni matices, pero como un caso límite asociado a un despliegue institucional poderoso capaz de reducir al silencio cualquier comentario diverso. ¿No sería contrario a la índole del maestro y de su obra esa elevación al trono de una ortodoxia intratable? Por otra parte, la heterodoxia no es una simple tergiversación y se presenta - emic - como doctrina correcta, sólo externamente relegada. Digo todo esto, porque siempre con Bueno, creo haber construido contra Bueno, en el sentido de su ortodoxia, en un punto que pudiera resultar de primera importancia. Pero el punto en cuestión ha sido, en cualquier caso, elaborado con Bueno de manera que la divergencia se quiere sólo aparente, buscando atraer a su campo a las fuerzas de una ortodoxia que se concibe desplazada del centro de la verdad. Creo que este juego es prueba de la fertilidad de una obra magistral.

Las páginas salidas de mi mano son pocas. Siempre se las hice llegar a Bueno con profundo respeto. Las últimas, hace apenas un año, conformaban un trabajo de tesis doctoral que salió adelante con algunas dificultades. Allí, sin duda también con Bueno me atrevía a dibujar - siquiera en esbozo - posiciones que contradicen una lección ortodoxa de su pensamiento. Conocía su edad, su agenda y su situación familiar. Jamás pretendí que fuera correspondido y no me atreví, como hice en alguna ocasión muchos años atrás, a solicitarle una entrevista, más bien constituyó una especie de ofrenda y signo de agradecimiento. Renuncié a recibir el juicio que más me hubiera importado y con su fallecimiento desaparece toda esperanza al respecto. Sigue en pie, evidentemente, la posibilidad de su discusión pública pero, lamentablemente, no obtendré ya ni su aprobación, ni su reprobación.

En suma, de la gravedad o del campo gravitatorio de la obra de Bueno no he escapado, ni he tratado nunca de escapar. Pero, como todos sus lectores hacemos, interpreto su obra en la medida de mi capacidad, y me sucede que esa interpretación en ocasiones parece contradecir la autorizada voz del autor, tal como suena en boca de otros. A veces son detalles tan poco importantes que no merecen consideración. Sin embargo, hay un punto, que parece esencial y que para mí ha llegado a ser radical y determinante, en que mi lectura parece contravenir las posiciones canónicas, acaso dictadas por el propio autor y definidas como pilares de su magisterio. Y justamente ese punto guarda una íntima relación con mi presente y mi lento pero constante acercamiento no ya a la filosofía y la teología, sino a la religión católica; que no es lo mismo ser experto en estrategia e historia militar que alistarse en un batallón de infantería. Se trata, así pues, del catolicismo ateo o, lo que evidentemente no es lo mismo, del ateísmo católico del autor y arrastra muy profundas consecuencias, muchas de las cuales estoy lejos de poder analizar. Alcanzan, como siempre in philosophicis a los fenómenos más próximos, por ejemplo, a la ceremonia de despedida - por lo demás conmovedora - que tuvo lugar el pasado día 8 en Santo Domingo de la Calzada. La ceremonia se pretendía ni civil, ni religiosa - en palabras de Gustavo Bueno Sánchez - cuando, me parece, debió decirse ni civil, ni eclesiástica porque - a mi juicio - fue una ceremonia profundamente religiosa: suo quisque ritu sacrificium faciat (Varrón). Esta afirmación compromete una cierta idea de religión, es evidente.

Éste es el problema fundamental que hubiera deseado contrastar con el maestro, y que ahora será contrastado con su obra, en sus diversas interpretaciones.La posición del ateísmo - «esencial, total» - puede o no comprometer el catolicismo y la recíproca. La fuerza de los últimos actos en los que ha podido intervenir la voluntad del autor parece, en efecto, sellar una contradicción entre ateísmo y catolicismo eclesiástico. En la medida en que la ceremonia que tuvo lugar en el salón de plenos del Ayuntamiento, a pocos metros de una magnífica catedral, respondiera a su última voluntad. Parece asimismo difícil definir un catolicismo sin Iglesia, aunque existen casos - pienso, por ejemplo, en Charles Péguy y en muchos católicos cuya relación con la Iglesia «realmente existente» es, cuando menos, muy problemática. Por otra parte, como también se recordó el día 8, parece indudable la admiración de G. Bueno por la Iglesia católica, si bien parece que esa Iglesia se toma al margen de los contenidos de la fe o del acto de fe en dichos contenidos; lo que parece conducir a un catolicismo meramente político que consentiría bien con el ateísmo.

El problema de entrada podría plantearse como la cuestión por el carácter adjetivo o sustantivo de los términos catolicismo y ateísmo: católico ateo o ateo católico. Pero este planteamiento es en exceso simple porque el sentido de ambas ideas podría dar lugar a una contradicción irreconciliable, que negaría la posibilidad tanto de un catolicismo ateo, cuanto de un ateísmo católico, pero también a muy diversos modos de conjugación. Cabría el caso - con referentes históricos dados - de una reducción mutua, es decir, el caso en que el catolicismo sólo fuera propiamente tal siendo ateo, un cierto catolicismo - como decía - meramente político etc.

La pieza, como parece, es un sillar importante de la arquitectura magistral de esta obra. Sus efectos, en el campo de la ontología, la filosofía moral, la filosofía de la historia y de la historia de España. son efectos de notable gravedad. Por mi parte, no conozco modo más adecuado de ser leal al magisterio de Bueno que el de dedicar mi tiempo - como tantos haremos - a construir mi - bien que humilde - propia filosofía. En las páginas que yo enturbie, la voz de Bueno será siempre audible, para unos será una voz ahogada, para otros impostada, acaso alguien la escuche nítida y clara. Naturalmente habrá otras voces, sujetas a las mismas controvertibles audiciones. Se escuchará cada vez más, creo, la voz de autores católicos sin adjetivos y pudiera ser que cantaran juntos armónicamente Gustavo Bueno y Gilbert Chesterton. El director de orquesta merecería entonces un sonoro aplauso, por mi parte y de momento trato de hacerme con los rudimentos de esa música.

Ahora bien, este proceder con y contra la propia fuente fundamental está en la naturaleza misma de la filiación. Sólo me opondré al que ciegamente desprecie, disminuya o niegue la figura del filósofo. Soy incapaz, como decía G. Chesterton, de odiar otra cosa que no sea una idea, pero eso no me impide resistir el vano ataque de aquellos que se orientan contra su figura ayunos de toda idea, aunque en defensa de muy visibles intereses. En fin, no se olvide que las figuras menores que se esfuerzan junto a Laooconte, en el conocido grupo escultórico, son finalmente sus hijos.

Fernando Muñoz. Madrid, 12 agosto de 2016

 

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