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El Catoblepas, número 174, agosto 2016
  El Catoblepasnúmero 174 • agosto 2016 • página 63
Artículos

Viejo amigo, filósofo libre, anciano maestro

Rufino Salguero Rodríguez

Sólo quien ha soportado la mirada del basilisco, ha comprobado la generosidad de aquel que baja su mirada destructiva ante la solidaridad amistosa.

Gustavo Bueno y Rufino Salguero Rodríguez[Gustavo Bueno con un grupo de asistentes al curso celebrado en Santo Domingo de la Calzada en 2015, entre ellos se encuentra Rufino Salguero]

Gustavo Bueno ha influido de forma trascendental en la vida de muchos (por no decir de todos) los que estamos escribiendo en estas páginas de homenaje de El Catoblepas. Trascendental en el sentido materialista (no kantiano), y de raigambre española que Bueno recupera, de constitutivo de la persona. En mi caso, como ya tuve ocasión de contar en Gustavo Bueno: 60 visiones sobre su obra, mi primer contacto fue a través de su obra, al leer en 1995 ¿Qué es la filosofía?. Como ya relaté en ese lugar, aunque brevemente, el influjo de su obra, voy a dedicar la oportunidad que se me ofrece de participar en este homenaje a la influencia del amigo, que no puede separarse de la del filósofo. Así me consideró Bueno, «viejo amigo» y «profesor libre», palabras que me tomo en serio, no como halago vacío o puramente retórico (pues de esto estaba tan alejado como de la sobreactuación, a la que dedicó una hilarante columna, contra la necia sonrisa, en el diario El Mundo y que se puede leer en su sección de esta revista) y lejos de ser una característica individual de la que pueda solamente presumir, pretendo explicar cómo esos calificativos son también una forma de calificarle a él y a los discípulos que le rodean y, por tanto, implican también a su filosofía de estirpe platónica, y cómo están dichos también frente a otros.

«Profesor libre de filosofía», me llamó Bueno en su rasguño El milagro de Santa Clara y la Idea de «televisión formal», publicado en esta revista en el 2006. En él, Bueno habla de la recepción que su libro Televisión: Apariencia y Verdad había tenido entre los profesores universitarios, y cómo se habían mostrado impermeables a la teoría de la televisión expuesta y desarrollada en el mismo:

Sospecho que tal impermeabilidad podría explicarse a partir del autismo gremial que constriñe a la gran mayoría de los profesores españoles universitarios de filosofía. Acostumbrados y apoyados, por un lado, por la «teoría crítica», a despreciar o a subestimar a la televisión en general, como un mero subproducto del cinematógrafo, utilizado por «el poder», como «caja tonta» orientada a controlar a la sociedad de mercado y, por otro lado, acostumbrados a interpretar, de acuerdo con sus tradiciones gremiales, el mito de la caverna de Platón como una prefiguración del cine [...] En suma, los profesores universitarios españoles de filosofía debieron experimentar una cierta incomodidad ante una teoría de la televisión «que les sacaba de sus casillas», es decir, de su autismo gremial.

Sigue contando Bueno cómo asumir su teoría habría llevado a desdecirse a estos profesores y, especialmente, les habría llevado a romper el guión de sus clases, publicaciones, etc., que tan cómodamente tenían a mano. En definitiva, Bueno acusa de coherentes a estos profesores, de coherencia con unos presupuestos que se descubrían como falsos pero que no estaban dispuestos a corregir. Y es que la coherencia no es óbice para que la teoría que uno defiende sea estúpida o errónea, el desdecirse cuando los hechos o nuevas ideas son incompatibles con las teorías que hasta ahora habíamos profesado nos debe llevar a corregirlas. Muy frecuentemente, cuando a Bueno se le achacaba que ya no criticaba a la Iglesia y que había cambiado contestaba que la que había cambiado era la Iglesia, no él. Esa es una de las claves de un sistema filosófico vivo: que tenga en cuenta la realidad en marcha y no basarse tan sólo en una mera coherencia formal, aunque la estulticia general tache esa actitud superficialmente de «chaquetera». Muy al contrario, el enemigo (la Iglesia, el franquismo, el Islam) puede ir cambiando, también su fuerza o influencia, y debe ser triturado y criticado en el presente (no ya cuando es «perro muerto») y la integridad del sistema filosófico se verá en ese cambiante enfrentamiento. Un sistema no es, como tantos creen al estilo hegeliano, un conjunto omniabarcante de premisas que expliquen toda la realidad. Porque lo que posibilitará el sistema es, precisamente, y a menudo, lo contrario: el señalar las fracturas que se dan entre las Ideas y entre éstas y la realidad en marcha. Por ello no se puede hablar de éticos, científicos o filósofos de la ciencia como si de ellos brotara una verdad de especialistas ante la que habría que asentir. Pues hablar de moral o de ética supondrá remover una serie de premisas que no son ni morales, ni éticas, sino ontológicas, políticas, científicas, etc. Y ya hablar de ciencia será demasiado, pues habrá que precisar desde qué ciencia se habla: medicina, biología, matemáticas... y tampoco está garantizada la armonía entre ellas.

Y, ¿a qué se refería Bueno con libertad?, pues a una libertad del gremio, de estar fuera del autismo generalizado de muchos profesores universitarios inmersos en la inercia profesional de sus especializados departamentos. El que yo fuera profesor de enseñanza secundaria propiciaba la posibilidad de interesarse por una teoría de la televisión que no arrastraba los prejuicios de una teoría crítica que, en realidad, no se había sometido a revisión y, sobre todo, a no despreciar la capacidad que la televisión tenía de remover las Ideas de la tradición filosófica. Ya en 1996, en el Prólogo a El sentido de la vida había Bueno señalado que no se podía confundir la filosofía académica con la universitaria y que los profesores de filosofía de enseñanza secundaria estábamos en mejor disposición de hacer verdadera filosofía al estar orientados hacia alumnos que no iban a ser profesionales de la filosofía, por estar enfocados, en definitiva, hacia la «nación». Esto hacía más probable el estar liberado de una filosofía meramente filológica. Aquí hacía, pues, una diferencia entre la filosofía administrada y la académica, y cómo, en todo caso, la fuente de éstas dos ha de ser siempre la mundana. Han pasado ya veinte años de ese escrito y también ha cambiado la situación de la enseñanza secundaria, pero las consideraciones básicas de Bueno sobre el tema siguen siendo vigentes y el que muchos profesores hayamos sido atraídos por el materialismo filosófico ya no tiene marcha atrás: la prueba son los numerosos artículos y conferencias que amigos de esta revista han realizado contra la corrupción del sistema educativo.

Nos encontramos, en fin, con otra de las confusiones habituales en torno a la filosofía de Bueno: que al ocuparse de la televisión o de España, Bueno hubiera dejado la filosofía académica para pasar a tratar temas mundanos. Pero entenderlo así llevaría a plantear que cuando Platón habla de Atenas o sus formas de gobierno o del amor, está haciendo filosofía mundana y sólo cuando trata de la teoría de las Ideas estaría haciendo filosofía académica. Cuando Platón, lo que estaría realizando es un progressus desde las cuestiones políticas, morales, en torno a la ciencia, etc., para llegar hasta las Ideas que fundamentan esas opiniones para, de ahí, regresar de nuevo a los problemas de los que ha partido para justificarlos o triturarlos. Bueno mismo señalaba cómo se puede hablar mundana y vulgarmente de Dios y, sin embargo, académicamente de la televisión o de la basura.

Sabemos que la libertad de es puramente formal, y sólo puede recibir su valor de la libertad para, es decir, de los contenidos con los que cubriera esa libertad. Como dice Bueno en el artículo mencionado, no se podía cargar toda la culpa de la ignorancia al autismo gremial porque éste debía de tener también alguna relación con las entendederas y la formación de los individuos afectados por él. Y doy gracias por tener unas entendederas que, al menos, eran suficientemente potentes para enfocar su atención hacia la filosofía de Bueno, potente atractor para aquellos que estuvieran libres de ser imantados por él. Y esas entendederas son las que había que poner en marcha a toda máquina para acercarse a la obra de Bueno, asimilarla y poder ejercer una «corrosiva crítica» que pudiera dar contenido y valor positivo a esa libertad. Es conocida la capacidad de Bueno de asimilar las más diversas disciplinas: lógica, matemáticas, biología, música, medicina...( Alguna vez le oí decir que él había estudiado derecho, pero que le dolía profundamente no saber más sobre el mismo). Esta es una de las capacidades que se pierden con el individuo tras el fallecimiento de Bueno, que, lejos de tratar sus conocimientos como un saber erudito o enciclopédico, los utilizaba para, en función de cómo entendía el sistema, ponerlos en relación de symploké: relacionándolos siempre que se pudiera o señalando sus quiebras y contradicciones.

Viejo amigo es cómo Bueno también me denominó encabezando el artículo que me envió generosamente tras mi petición para la publicación en una revista y que también se publicó aquí, en El Catoblepas, juntamente con otro artículo: Albigenses, cátaros, valdenses, anabaptistas y demócratas indignados. El artículo es de 2011, Bueno tenía, pues, 86 años, y el que esto escribe 46 y por ello me sorprendió el adjetivo de «viejo» pues lo que hacía era remarcar una amistad que, desde su ancianidad, bien hubiera podido pasar como muy corta pero él, sin embargo, tenía a bien traducirla como fidelidad desde que nos conocimos, por primera vez, en 1999 (aunque estuve el año anterior en los III Encuentros de filosofía en Gijón me mantuve a distancia) cuando, después de mi intervención entre el público en el marco del curso dedicado a su filosofía en el Colegio Oficial de Doctores y Licenciados de Madrid , me acerqué a él y, con esa generosidad y cercanía que muchos de los que lo conocían han puesto de relieve, me dijo que le diera mis datos y señas para estar en contacto conmigo. Como ya se ha indicado por algunos otros colaboradores de esta revista, la filosofía de Bueno implicaba la amistad, en tanto que esa filosofía, a distancia de la pitagórica o científica, implica la influencia en la propia vida. Hace sólo tres años pude hablar con él por teléfono para consultarle un tema que me interesaba trabajar: el papel de los sentimientos en la música, sobre todo considerándolo ontológicamente («eso es lo difícil», me decía), y del que me dio valiosas pistas.

Gustavo Bueno y Rufino Salguero Rodríguez[Gustavo Bueno y Rufino Salguero, Santo Domingo de la Calzada, 2007]

Fue en su obra Panfleto contra la democracia, en la dedicatoria a Gabriel Albiac donde parafraseando a Aristóteles y corrigiéndolo escribió: «amigo de la verdad, pero más amigo de Platón». Esta frase se puede entender de varias maneras. En cierta dirección se puede interpretar que la fidelidad al amigo hay que realizarla en ocasiones a costa de la sinceridad. Muy frecuentemente Bueno ha señalado (recuerdo especialmente las ocasiones en las que criticó las declaraciones de autenticidad del estilo de «yo soy así» de algunos de los concursantes de Gran Hermano) que la sinceridad no es siempre una virtud pues uno, en aras de la amistad, debe callarse los defectos físicos, por ejemplo, que observa en un amigo. En todo caso, esto se referiría a la verdad, digamos, en un sentido subjetivo. Pero también se puede interpretar en otra dirección: de la verdad en sentido más abstracto no se es amigo, simplemente se atiene uno a ella o no y sólo se puede ser amigo de las personas. Bueno también ha dicho muy frecuentemente (y ha sido muy recordado) que el máximo respeto que se puede tener con alguien es discutir con él y corregirle cuando está equivocado. De ahí precisamente su fama de polemista, (que tantos le han echado en cara y que desde las páginas de esta revista se ha defendido como la propia de la filosofía crítica) además de ese temperamento que saltaba ante la estupidez, la ignorancia pedante o la mala fe. En este sentido, recuerdo la comparación que Bueno realizara entre una composición musical y filosófica: para el oyente pudiera parecer, al entender perfectamente ambas, que él podría haber compuesto cualquiera de esas obras, pero porque el andamiaje que se ha utilizado (con dificultad y esfuerzo) para construirlas queda oculto necesariamente, pues de lo contrario sería imposible su lectura o su escucha. ¿Cómo no saltar ante opiniones superficiales que creen poder criticar e incluso despreciar una ideas que han sido primorosamente hilvanadas y entretejidas para poder sostenerse? Como si el tono, esto recuerdo habérselo oído también decir, mayor o menor con el que se dice algo implicase que sea más o menos verdadero. Esto en realidad supone tan sólo el prejuicio de que algo dicho apasionadamente sea más falso por estar condicionado o cegado por dicha pasión. Y es que, por el contrario, ese tono agresivo puede ser precisamente el adecuado frente a la serena majadería que nos están soltando. Otra cosa es que ese tono amedrante. Es muy fácil defender que la filosofía debe ser crítica cuando la mirada del basilisco no está enfocada hacia nosotros y tachar a ésta de mera iracundia o irascibilidad cuando destruye nuestra opiniones, cuando nos saca fuera de nuestras casillas; pero sólo quien ha soportado la mirada del basilisco ha sido capaz también de poder comprobar la generosidad de aquel que piadosamente baja su mirada destructiva ante la solidaridad amistosa.

Sí, Gustavo Bueno, fue un viejo amigo, pero nunca fue viejo como tal. Lo cual no quiere decir que fuera siempre joven, afirmar esto sería declarar que las únicas virtudes dignas de tener en cuenta fueran las de la juventud, o que la firmeza o la atención a la realidad fueran sólo características de ésta. Como el propio Bueno afirmaba, la filosofía es más bien fruto de la madurez (frente a, por ejemplo, la mayor parte de la poesía, al menos aquella que se enfoca a la subjetivad). Pero es cierto que Bueno apenas fue viejo, pues éste es el sentido que se le da a la decrepitud orgánica o psíquica y no es casualidad que una de sus últimas intervenciones fuera, hablando de las querellas, sobre el último esfuerzo del anciano Platón para captar y comprender debidamente al sofista. La coloración trágica de la vida humana consiste precisamente en esto: que el proyecto personal siempre queda corto frente a la vida del individuo orgánico, de tal manera que Bueno muy bien hubiera podido pronunciar aquellas palabras de Goethe: He aprendido a vivir; prolongadme, oh dioses, el tiempo. Pero he ahí también su grandeza: la de aquella persona que, mientras más lejos ha estado de identificar su vida con el mero ciclo orgánico, cuando éste se cumple seguirá influyendo en otros que podrán continuar ese proyecto.

Muchas veces vi a doña Carmen, desde los asientos del público, hacer gestos negativos con su cabeza a su marido cuando éste afirmaba que, si daba tiempo, abordaría determinado tema, o señalando el reloj en su muñeca para que fuera terminando. Muy habitualmente (otras veces consideraba que no) le hacía caso y acortaba o eliminaba ciertas intervenciones. Quiero pensar que en esta última ocasión Bueno apreció que doña Carmen tenía razón y que era momento de salir de escena y acompañarla.

Adiós viejo amigo, hasta siempre filósofo libre...

Olé, anciano maestro

Rufino Salguero
Badajoz, 31 de agosto de 2016

 

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